INTRODUCCION A LA SIMBOLICA
FERNANDO TREJOS
FERNANDO TREJOS
Los seres de la creación son la manifestación simbólica de una energía invisible que ellos mismos contienen en su interior.
Si observamos el mundo que nos rodea, veremos que la creación entera constituye un código simbólico y armónico, y que todas sus partes, en estrecha relación entre sí, nos muestran una realidad oculta y misteriosa, a la cual únicamente podemos llegar si traspasamos la apariencia formal y penetramos su profundo contenido.
Tanto el cielo con sus movimientos estelares y planetarios, como la tierra, sus estaciones, elementos y reinos, y los variados seres que la habitan, hablan al hombre en un lenguaje mágico y universal que la humanidad desde siempre conoció. A través de la contemplación de los símbolos de la naturaleza podemos conocer la realidad sensible; y es por medio de ellos que el ser humano llega a conocerse a sí mismo, en su interioridad, pues estos símbolos tienen la virtud de poder conducir al hombre a la región de lo sobrenatural y suprahumano.
Trataremos de estudiar el símbolo desde una perspectiva iniciática y tradicional, siguiendo los lineamientos que han marcado las culturas de la antigüedad, que son las que nos han heredado su profundo significado. Para ello es necesario advertir que no nos proponemos de ninguna manera innovar, ni exponer teorías de carácter personal, sino que por el contrario haremos lo posible por repetir ideas antiguas que ya han sido expresadas por sabios de todos los tiempos, las cuales el mundo moderno pareciera haber olvidado, y que es necesario recordar aquí para que los símbolos a que nos referimos recuperen su primitivo y verdadero sentido que se ha mantenido invariable a través de la historia.
Se dice que "el hombre es lo que conoce", y que todo el conocimiento llega a él a través de símbolos. Las variadas formas de los minerales, las plantas y los animales; los colores, tamaños, sabores y sonidos de las cosas, así como el clima y las mareas, obedecen a leyes naturales dictadas por el Creador a la creación entera, a través de cuya armonía El mismo se expresa a sus criaturas.
Y si son simbólicas todas las manifestaciones de la naturaleza, y siendo a partir de ellas mismas que el hombre ha estructurado su existencia, también lo son todas sus creaciones culturales y todos los medios a través de los cuales nos comunicamos los humanos:
Las letras y las palabras son símbolos de ideas arquetípicas que en ellas están contenidas; también los números, que manifiestan admirablemente la armonía y la jerarquía del universo en todos sus niveles; la historia, que en forma precisa repite las leyes cíclicas de la naturaleza; y el arte, en todas sus formas, que es siempre expresión simbólica de ideas sutiles inspiradas por las musas al artista. La agricultura, el comercio, la construcción de ciudades, templos, habitaciones, carruajes y naves; la guerra, signo de la lucha entre los contrarios; así como los diversos oficios y cada uno de los utensilios que se usan en su realización, y también los juegos con que los pueblos han ocupado el ocio, fueron siempre considerados como símbolos de una realidad trascendente que el ser humano expresa en uno de los grados de la creación universal.
Para la Tradición, el mismo hombre, considerado como un microcosmos, creado "a imagen y semejanza", es una expresión simbólica del universo macrocósmico; y este ser universal, a su vez, es la manifestación formal de su creador invisible y misterioso. Si podemos ver al hombre como un pequeño cosmos que contiene dentro de sí todas las posibilidades universales, también podremos ver al universo entero como a un hombre grande con el que, justamente a través de ciertos símbolos, podremos identificarnos en sus diversas dimensiones. La Simbólica es la ciencia que ensena al hombre a investigar en los misterios del cosmos y la naturaleza, expresados también en las creaciones unánimes de la cultura, empleando el símbolo como vehículo de autoconocimiento. Para nuestra ciencia por la via simbólica se practica el arte por excelencia: el arte de conocerse a sí mismo.
Las tradiciones antiguas, que aún permanecen vivas gracias a las escuelas de iniciación que han transmitido y preservado sus enseñanzas ininterrumpidamente, consideran al símbolo como el vehículo más adecuado de expresión de las verdades de orden metafísico, y la Simbólica es la ciencia sagrada que conserva el significado profundo e interno (esotérico) de esos signos misteriosos del universo, de la naturaleza y del ser humano y su cultura.
Es necesario sin embargo advertir que la Simbólica sólo podrá ser conocida en toda su profundidad, si estudiamos estos códigos sagrados, no con los métodos analíticos y discursivos de la razón, sino apelando a la intuición superior y al intelecto puro, que son los únicos capaces de producir un conocimiento directo y sintético de las ideas metafísicas que los símbolos contienen.
El Símbolo como vehículo de conocimiento y autorrealización
Queremos advertir que lo dicho anteriormente no significa en modo alguno que los símbolos constituyan una finalidad en ellos mismos. No. El símbolo es solo un vehículo de expresión y de conocimiento, y ver en él un fin sería caer en las tentaciones de la superstición y de la idolatría, que, no logrando traspasar las apariencias, se quedan apegadas a ellas confundiendo al símbolo con la energía en él simbolizada. Estrictamente hablando, el símbolo no sería necesario para el conocimiento, pues éste podría realizarse de modo directo, sin su intermediación. Pero la verdad es que el hombre tiene una base sensible que es la que se percibe de modo inmediato y a partir de la cual, generalmente, se eleva hacia otras posibilidades de sí mismo. El símbolo toca los sentidos, haciendo posible que lo abstracto, lo metafísico, se concrete de alguna forma; y al mismo tiempo posibilita que el ser humano, partiendo de esta base sensible, establezca una comunicación con otras esferas más sutiles, y con ideas y energías que si no fuera por su mediación muy difícilmente podría experimentar. El símbolo es un instrumento a través del cual las ideas más elevadas descienden al mundo concreto, y a la vez es un vehículo que conduce al hombre, desde su realidad material, hacia su ser verdadero y espiritual.
El símbolo sirve como soporte para la meditación y el pensamiento y por su mediación podemos abrir la conciencia y alcanzar ideas sutiles que él mismo expresa y sugiere a diversos niveles.
Lo Sagrado y lo Profano
Nos parece importante, antes de entrar en otros temas relacionados con los símbolos y la Simbólica, distinguir entre dos formas de ver la realidad, que definen dos maneras abismalmente diferentes en que el hombre se concibe a sí mismo y al universo, y que dan lugar por lo tanto a dos modos de expresión simbólica: nos referimos a lo sagrado y lo profano.
Sabemos que en la Antigüedad, tanto entre los llamados "primitivos" como en las altas civilizaciones tradicionales, se consideraba al tiempo, al espacio y a la naturaleza como un verdadero "sacramento", como una realidad que manifestaba a los sentidos verdades de orden metafísico y espiritual, que permitían a los habitantes de la Tierra conocer dimensiones sutiles que coexisten con el mundo material. Con esta mentalidad mágica y sagrada encaraban la construcción de campamentos o ciudades, tiendas o casas; con esta visión realizaban sus funciones vitales de alimentación, sexualidad y trabajo, y se relacionaban los hombres entre sí, viendo en la vida y en los semejantes sus aspectos más internos, algo que va mucho más allá de la simple apariencia material. Bajo la influencia de esta visión, les fueron revelados a los sabios y artistas determinados ritos y símbolos que dieron lugar a la cultura, de los que participaba todo el pueblo a diversos niveles. Consideraban que estos símbolos les habían sido revelados por los dioses, ángeles o espíritus; a través de ellos establecían conexión con estos seres invisibles y con sus antepasados míticos; para preservar su pureza se los transmitían ritualmente "de boca a oído", de generación en generación; y tanto los símbolos, como sus significados, eran el más preciado tesoro que les permitía recuperar su verdadero ser.
Sin embargo, inevitablemente, y en razón de las leyes cíclicas, se introdujo en el mundo la visión profana y paulatinamente se fue perdiendo esta dimensión sacra de la realidad. Al principio, esto ocurre como algo excepcional y extraordinario, pero posteriormente, poco a poco, lo profano va desplazando lo sagrado, el conocimiento se reserva a unos pocos "iniciados", y viéndose atacado por un medio que se va tornando hostil, se ve obligado a ocultarse en el interior de ciertas cavernas, templos, monasterios o logias. Simultáneamente, lo profano va tomando terreno; el hombre común va adquiriendo una visión cada vez más material e insignificante de sí mismo y del mundo; las ciencias y las artes, que en sus orígenes son sagradas, se ven suplantadas por caricaturas profanas, y junto con la filosofía, otrora amiga de la sabiduría metafísica, van tomando rumbos cada día más materialistas y "positivistas", expresando todas ellas, antes fuentes de luz, ideologías y teorías múltiples y personalizadas más y más alejadas de su propio origen y hoy abismalmente separadas de él.
Influenciados como estamos, querámoslo o no, por esas corrientes de la filosofía moderna, podríamos estar tentados a ver las cosas y la vida como algo insignificante y absurdo. La Simbólica promueve una reforma total de la mentalidad materialista y procura que todas las cosas y la vida recuperen su verdadera significación, para lo que será necesario un estricto rigor intelectual que nos permita discernir, eliminando la mentira, traspasando la ilusión y penetrando al mundo real en el que todo es aquí, ahora, presente y verdaderamente significativo.
Mientras los símbolos sagrados son exactos y su contenido se encuentra expresado de una manera precisa en las distintas formas que adquieren, los profanos, en cambio, son insignificantes y engañosos, inventados por los hombres para sus fines particulares y personales.
Algunos signos profanos –como los utilizados por las normas que regulan el tránsito de vehículos, por ejemplo–, indican meras convenciones más o menos arbitrarias. Los sagrados existen en la propia naturaleza del hombre y del universo, y son incluso anteriores a ellos.
Los símbolos profanos en general actúan en el psiquismo inferior, y muchas veces pretenden expresar ideas que verdaderamente no contienen. Los sagrados más bien son promotores de la conciencia y tocan los aspectos más profundos y sutiles del ser.
Para comprender la Simbólica en sus más amplias posibilidades, será necesario atravesar el umbral que separa el mundo ordinario de aquel sagrado y verdadero en el que se respira otro tiempo y se experimenta la existencia de un espacio diferente, donde reinan el orden, la unidad y el amor en contraposición al caos y la multiplicidad de la vida profana.
Por razones de las mismas leyes cíclicas, a las que nos referiremos posteriormente, lo sagrado, que aunque oculto se ha mantenido intacto, debe ahora retornar nuevamente a la luz, para ofrecer al hombre una salida del laberinto existencial a que le ha sometido el mundo moderno.
Lo Esotérico y lo Exotérico
Hay en todo símbolo dos aspectos opuestos y complementarios que también corresponden a dos enfoques de la realidad: lo esotérico y lo exotérico.
Lo esotérico es lo interno e invisible; la energía que se oculta en su interior; la idea abstracta que el propio símbolo sintetiza y concreta. Se lo ha relacionado también con las fuerzas secretas, misteriosas y milagrosas que los símbolos sagrados contienen, y para poder percibirlo es necesario penetrar y traspasar su apariencia imaginaria y conectar con su esencia invisible. Lo exotérico, en cambio es su parte exterior, el ropaje formal que toma para manifestarse sensiblemente, su cara brillante y luminosa, variable y notoria. Lo primero es cualitativo y sintético; lo segundo cuantitativo y múltiple. Pero ambos aspecto son como las dos caras, oscura y luminosa, de una misma moneda, y, como ocurre con cualquier par de opuestos, es preciso unirlos para que alcancemos su real comprensión.
En el símbolo sagrado el aspecto exotérico no es arbitrario ni casual, sino que por el contrario se dice que tiene que haber una correspondencia entre el símbolo formal y la energía por él simbolizada; pero es importante hace notar que lo esotérico es anterior y jerárquicamente superior, pues es lo que da sentido a lo externo y visible, y lo exotérico siempre le está subordinado.
Un buen ejemplo de la distinción entre lo esotérico y lo exotérico es la relación existente entre el pensamiento y la palabra. Un solo concepto puede expresarse de mucha maneras y en cualquier idioma, sin que por ello varíe esencialmente su contenido. El pensamiento es pues anterior e invisible, y la palabra su expresión formal, múltiple y sensible.
Lo exotérico varía en el tiempo y en el espacio, y de ahí las diferencias formales que observamos entre las distintas civilizaciones y en las diversas épocas en que éstas se manifiestan. Una misma energía puede tomar muchísimos ropajes en los variados órdenes de la existencia, sin que su contenido se altere en modo alguno, pues lo esotérico permanece invariable, en una región más profunda que se halla más allá de los sentidos.
Si observamos los símbolos exclusivamente desde el punto de vista exotérico, encontraremos variadísimas formas de expresión, podremos ver su multiplicidad, pues un mismo arquetipo puede expresarse de innumerables maneras y a muy diversos grados. Si los estudiáramos desde una perspectiva materialista, positivista y profana, negando su aspecto espiritual y sagrado, que es lo que hace, en general, el pensamiento moderno, podríamos clasificarlos en enciclopedias o exponerlos en museos, pero nunca alcanzaríamos su real conocimiento y comprensión. Pero, si los abordamos desde el punto de vista esotérico, más bien podremos darnos cuenta de la identidad de todas las verdaderas culturas y observar como símbolos y estructuras simbólicas en apariencia diferentes, pueden ser idénticos en su contenido. Lo esotérico nos permite realizar una síntesis que podremos alcanzar mediante las adecuadas relaciones que establezcamos entre los distintos órdenes de la existencia y entre los variados sistemas simbólicos. Esta síntesis nos permitirá una verdadera comprensión y conocimiento de las energías inmanifestadas que detrás de los símbolos se ocultan.
El Símbolo y la Tradición Unánime
Hemos dicho que desde la más remota antigüedad el hombre ha utilizado un lenguaje sagrado y simbólico para expresar las verdades más elevadas. Los libros sagrados utilizan parábolas y metáforas, poesías y mitologías, que transmiten una concepción del mundo y del universo, que en sus aspectos esenciales es idéntica en todos los pueblos. Es asombrosa la coincidencia que se puede encontrar entre los símbolos de las distintas culturas que, variando en sus formas son idénticos en esencia, pues todos, de una u otra manera, se refieren a una única y misma verdad; y todos, también, expresan principios inmutables y eternos de los que proceden esencialmente las tradiciones y ciencias y sus representaciones simbólicas.
Veamos por ejemplo, citando los libros sagrados más conocidos, como las escrituras de los Vedas, El I Ching del extremo oriente, la Biblia, los Evangelios y el Corán en las tradiciones judía, cristiana y árabe, así como las mitologías egipcia, griega y romana, y también los códices de los indios americanos, etc., se expresan en un lenguaje simbólico, sagrado y ritual, que tiende a mantener un contacto siempre vivo con dimensiones superiores del ser donde residen los arcángeles o arquetipos divinos, que algunos pueblos llaman devas, dioses o espíritus. Las profundas identidades entre las variadas culturas, que se demuestran internamente cuando se logran trascender las diferencias superficiales, han llevado a los más elevados pensadores a plantear la idea de la presencia perenne de una Tradición Primordial y Unánime. A través de una determinada tradición es posible que se logre la conexión con ese Centro original e inmutable del que todas emanan. Pero para que esto pueda ser experimentado, es necesario que la via simbólica nos conduzca a las regiones más interiores, ocultas y secretas del ser; a la realidad metafísica donde se encuentra la suprema identidad de todas esas tradiciones y de nosotros mismos.
La comprensión de un símbolo particular será mucho mayor, cuando lo podamos apreciar en comparación con otro de diferente forma e idéntico contenido. Esto nos hará ir más allá de la apariencia y entrar en contacto con la idea arquetípica o energía divina que él representa.
A través de la Simbólica, tomada como ciencia sagrada, podemos demostrarnos la presencia de esa Gran Tradición Primordial de la que emanan las ideas metafísicas que han iluminado las distintas tradiciones particulares.
El Símbolo Actúa en el Interior de la Conciencia
Los símbolos, además, tienen un poder oculto capaz de actuar en el interior del hombre de diferentes maneras y a diversos grados.
Todos hemos experimentado, en uno u otro nivel, cómo la contemplación de la naturaleza es capaz de producir cambios en los estados psicológicos.
Aun los símbolos profanos, como los utilizados en general por la propaganda, ejercen una acción y son capaces de afectar la conducta humana. Un logotipo comercial, por ejemplo, o una frase publicitaria, que sean recibidos en forma reiterada, pueden generar la necesidad subconsciente de consumir un determinado artículo. Esto es sabido por productores y comerciantes, que acuden a las agencias de publicidad para que diseñen los símbolos adecuados que sean capaces de producir estos efectos.
Y si así ocurre con esas expresiones profanas, que por su propia naturaleza carecen de energías sutiles, imaginemos la acción que podrá ejercer en nuestra interioridad un símbolo sagrado, del que emanan energías espirituales. Él es portador de fuerzas sobrenaturales capaces de transformar el pensamiento, y su acción es perceptible en las esferas más elevadas de nuestro ser.
Pero, para experimentar la acción de ese símbolo sagrado, en toda su fuerza, es preciso asumir una adecuada actitud receptiva que nos permita abrir la mente a su influjo; es primero imprescindible despojarse de los prejuicios y preconceptos que se interponen como un muro entre la energía simbolizada y nuestra conciencia; es necesario también destruir los viejos esquemas aprendidos del mundo profano que impiden el conocimiento directo. Una vez que se haya producido una verdadera vacuidad de la mente, un espacio vacío que permita que las energías sutiles penetren en nuestro interior, será posible que experimentemos la acción despertadora del símbolo y que construyamos nuevos esquemas mentales capaces de conocer lo arquetípico, con lo que finalmente nos identificaremos.
Para que esto ocurra es necesaria una acción y una recepción: que tratemos de penetrar en el interior del símbolo, buscando su esencia invisible y que a la vez permitamos que su energía penetre nuestra propia interioridad y desde allí actúe.
Mucho se comenta hoy día que el hombre únicamente utiliza un pequeño porcentaje de sus potencialidades cerebrales y sensibles; y ni qué decir de las espirituales que casi son totalmente desconocidas, pues se confunde lo espiritual con lo sentimental y lo psicológico, y hasta con lo moral, y estos terminan suplantándolo. Siempre se ha dicho que es posible despertar esas potencialidades dormidas y conocer otras posibilidades de nosotros mismos y variadas dimensiones del ser universal; esta es, precisamente, la tarea que realiza el símbolo sagrado cuando se imprime en nuestro interior: promueve imágenes y visiones, actúa de modo efectivo y posibilita el conocimiento de otros estados de la conciencia y del ser.
Simbolismo e Iniciación
Otro aspecto más del símbolo sagrado, en el que la simbólica hace énfasis especial, es su carácter iniciático. La Iniciación ocurre justamente cuando logramos salir de lo amorfo del mundo profano, e ingresamos en el interior del templo o la caverna –nuestra propia interioridad–. Allí comienza un proceso de transmutación interior; el neófito deberá pasar todas las pruebas y trabajos que le sean impuestos a los diversos niveles; conocerá los mitos, los ritos y la cosmogonía, y luego saldrá liberado, totalmente regenerado, por la "sumidad" del cosmos o templo que lo conectará con el mundo verdadero.
Ceremonias que representan la muerte y la resurrección; o rituales como la circuncisión y el bautismo, así como los de pubertad; y también los de ordenación sacerdotal; y muchas veces de regeneración colectiva, son todos ritos de Iniciación en los misterios, cargados de profundo simbolismo, que se han practicado desde que se tiene memoria de la cultura y el hombre.
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