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martes, 10 de marzo de 2009

PUERTA AL VERANO -- ROBERT HEINLEIN

CIENCIA FICCION

ROBERT HEINLEIN

PUERTA AL VERANO



*

PUERTA AL VERANO




1



Un invierno, poco antes de la Guerra de Seis Semanas, mi gato - Petronio el Arbitro- y yo vivimos en una vieja granja de Connecticut. Dudo de que la granja siga allí, ya que se hallaba situada cerca del área de tiro cercana a Manhattan, y esas construcciones de viejo armazón arden como papel de seda. Pero aunque siguiera en pie no sería utilizable como vivienda, debido a los derribos. Pero a Pet y a mí nos gustaba. La falta de agua corriente hacía que el alquiler fuese bajo, y lo que antes había sido el comedor tenía una buena luz del norte para mi mesa de diseño.

El inconveniente residía en que el lugar tenía once puertas que daban al exterior. Doce, si contamos la de Pet. Yo siempre procuraba una puerta para Pet - en este caso un tablero ajustado a la ventana de un dormitorio que no se utilizaba, y en el cual había cortado una gatera justo para que pasaran los bigotes de Pet -. He pasado gran parte de mi vida abriendo puertas para gatos... Una vez calculé que, desde el comienzo de la civilización, se han empleado de esta manera novecientos setenta y ocho siglos. Puedo enseñaros los cálculos.

Pet solía utilizar su propia puerta salvo cuando conseguía que yo le abriese una de las que utilizaban las personas, lo cual era de su preferencia. Sin embargo, nunca utilizaba su puerta cuando había nieve en el suelo.

Cuando Pet era muy pequeño, todo pelusa y ronroneos, ya había adquirido una sencilla filosofía: yo me ocupaba de la vivienda, del racionamiento y del tiempo, y él se ocupaba de todo lo demás; pero me hacía especialmente responsable del tiempo.

Los inviernos de Connecticut sólo son adecuados para las tarjetas de Navidad; aquel invierno, Pet observaba regularmente su propia puerta, negándose a salir debido a aquella desagradable sustancia blanca que había en el exterior (no era ningún tonto), y luego me hostigaba para que abriese una ~e las puertas para personas. Estaba convencido de que al menos una debía conducir a un tiempo de verano. Eso significaba que en cada ocasión tenía que ir con él a cada una de las once puertas, mantenerla abierta hasta que sé convenciera de que también allí era invierno, y luego pasar a la puerta siguiente mientras sus críticas a mi mala administración crecían en acritud con cada decepción.

Luego permanecía en el interior hasta que la presión hidráulica materialmente le obligaba a salir. Cuando regresaba, el hielo de sus patas resonaba como zuecos sobre el suelo de madera, y me miraba y se negaba a ronronear hasta que se lo había arrancado todo..., después de lo cual me perdonaba hasta la próxima ocasión.

Pero nunca abandonó su búsqueda de la Puerta al Verano.

Y el 3 de diciembre yo también la estaba buscando.

Mi pesquisa era casi tan desesperada como lo había sido la de aquel invierno en Connecticut. La poca nieve que había en el sur de California la guardaban en las montañas para los esquiadores, no en Los Ángeles, donde probablemente tampoco hubiera podido pasar a través de la contaminación. Pero el tiempo invernal estaba en mi corazón.



No me encontraba enfermo (aparte de una resaca acumulativa), aún me faltaban unos cuantos días para llegar a los treinta años, y estaba lejos de no tener dinero. La policía no me buscaba, ni tampoco ningún marido, ni ninguna citación judicial. No había nada en mí que una leve amnesia no hubiera podido curar. Pero en mi corazón había invierno y estaba buscando una puerta que diese al verano.

Si les parezco un hombre que padece un caso agudo de autocompasión, están en lo cierto. Sobre el planeta debía haber dos mil millones de hombres en peor estado y, no obstante, yo estaba buscando la Puerta al Verano.

La mayoría de las puertas que he comprobado últimamente han sido basculantes, como las que tenía frente a mi: SANS SOUCI Bar-Grill, anunciaba el letrero. Entré, escogí un compartimento hacia el medio, puse cuidadosamente sobre el asiento el maletín que llevaba, me instalé junto a él, y esperé al camarero.

El maletín dijo:

-¿Uaaarrr?

-Estate quieto, Pet -dije.

-¡Miauuu!

-Tonterías, acabas de ir. Cállate, que viene el camarero.

Pet se calló. Yo levanté la mirada al acercarse el camarero y le dije:

-Un whisky doble, un vaso de agua corriente y una ginger ale.

El camarero se quedó perplejo:

-¿Ginger ale, señor? ¿Con whisky?

-¿La tiene o no la tiene?

-Sí, claro que sí, pero...

-Pues tráigala. No voy a beberla; sólo quiero reírme de ella. Y traiga también un platillo.

-Como usted diga, señor. –Dio

lustre al tablero de la mesa-. ¿Y un pequeño bistec, señor? ¿O un escalope, que están muy bien hoy?

-Mire, amigo, le daré propina por los escalopes si me promete que no me los servirá. Lo único que necesito es lo que he pedido... Y no se olvide del platillo.

Se calló y se marchó. De nuevo dije a Pet que se calmara, que había desembarcado la Infantería de Marina. El camarero regresó, satisfecho su orgullo al traer la ginger ale sobre el platillo. Hice que la abriera mientras yo mezclaba el whisky con el agua.

-¿Desea otro vaso para la ginger ale, señor?

-Soy un buen cowboy; la bebo directamente de la botella.

Se calló y dejó que pagase y le diese propina, sin olvidar la correspondiente a los escalopes. Cuando se hubo ido puse un poco de ginger ale en el platillo, y golpeé el maletín:

-La sopa está servida, Pet.

El maletín no estaba cerrado; nunca lo cerraba cuando él estaba dentro. Lo acabó de abrir con sus patas, sacó la cabeza y miró rápidamente alrededor, luego alzó su pecho y colocó las garras sobre el borde de la mesa. Yo levanté mi vaso y nos miramos el uno al otro:

-Brindemos por la raza femenina, Pet... ¡Encuéntralas y olvídalas!

Pet asintió; aquello estaba de acuerdo con su filosofía. Inclinó gentilmente la cabeza y comenzó a sorber su ginger ale.

-Si es que puedes, claro está -añadí, bebiendo un trago largo.

- Pet no respondió. Olvidar una hembra no suponía ningún esfuerzo para él; era un tipo nacido para soltero.

Frente de mí, y a través de la ventana del bar, había un anuncio luminoso que variaba constantemente. Primero se podía leer: TRABAJE MIENTRAS DUERME. Y luego: Y DISIPE SUS PREOCUPACIONES DURANTE EL SUEÑO. Después, en letras de doble tamaño, resplandecientes:

COMPAÑÍA DE SEGUROS MUTUOS

Leí varias veces los tres anuncios sin pensar en ellos. Sabía tanto, o tan poco, sobre la animación interrumpida, como todo el mundo.

Cuando fue anunciada por vez primera había leído un artículo divulgativo al respecto, y dos o tres veces por semana me llegaba en el correo de la mañana propaganda de una compañía de seguros, generalmente la tiraba a la papelera sin ni siquiera mirarla, pues no creía que me pudiera interesar más que la de lápices para labios.

En primer lugar, hasta hacía poco, no hubiera podido pagar un sueño en frío: era demasiado caro; en segundo lugar, ¿por qué un hombre a quien interesaba su trabajo, que ganaba dinero y esperaba ganar más, estaba enamorado y a punto de casarse, iba a querer suicidarse?

Si un hombre padecía una enfermedad incurable, o en todo caso esperaba morirse, pero creía que los doctores de una generación su siguiente serían capaces de curarle, y podía permitirse pagar el sueño frío mientras la ciencia médica buscaba solución a su caso, entonces el sueño frío era una decisión lógica. O si su ambición consistía en hacer un viaje a Marte y pensaba que suprimiendo una generación de su película personal podría conseguir un billete para el viaje, me figuro que entonces también era lógico... Se había publicado la historia de una pareja de buena sociedad que se casó y se fue directamente de la alcaldía al santuario del sueño de la Compañía de Seguros del Mundo Occidental, dejando instrucciones para que no se les despertara hasta que pudieran pasar su luna de miel en un transatlántico interplanetario..., aunque yo sospeché que se trataba de una propaganda organizada por la compañía de seguros, y que habían salido por la puerta trasera con nombres falsos. Eso de pasar la noche de bodas tan en frío, como un pescado congelado, no me parece a mí que sea muy creíble.

Además, había también la incitación directamente financiera, aquella sobre la cual las compañías hacían más hincapié: «Trabaje él mientras duerme». Estáte quieto y deja que lo que hayas ahorrado se convierta en una fortuna. Si tienes cincuenta y cinco años y tu caja de pensiones te paga doscientos al mes, ¿por qué no dejar que vayan pasando los años, despertar todavía a los cincuenta y cinco, y dejar que te paguen mil por mes? Y eso por no mencionar lo que supondría despertarse en un mundo nuevo y mejor, que probablemente te ofrezca una vida más larga y más sana durante la cual disfrutar de tus mil al mes. Este último argumento era el que realmente utilizaban a fondo las compañías, todas las cuales probaban, con número indiscutibles, que su selección de acciones acumulaba dinero con más rapidez que las otras. «¡Trabaje mientras duerme!»

Eso nunca me había atraído. No tenía cincuenta y cinco años, no quería retirarme, y no veía nada malo en mi época.

Es decir hasta hace poco. Ahora estaba retirado, tanto si me gustaba como sino (no me gustaba): en vez de estar en mi luna de miel me encontraba en un bar de segunda clase; en vez de mujer tenía un gato con muchas cicatrices y un gusto morboso por la ginger ale; y en cuanto a lo de gustarme mi época la hubiese cambiado por un cajón de botellas de ginebra, y las hubiese roto una tras otra.

Pero no estaba arruinado.

Metí la mano en mi americana, saqué un sobre y lo abrí, había en él dos cosas. Una era un cheque certificado, por una cantidad superior a la que nunca había tenido; la otra era un certificado de acciones en Muchacha de Servicio. Los dos documentos empezaban a estar un poco arrugados, pues los había llevado encima desde que me los entregaron.

¿Y por qué no?

¿Por qué no esconderme y dejar que mis preocupaciones se desvanecieran durante el sueño? Siempre sería mejor que alistarse en la Legión Extranjera, menos sucio que el suicidio, y me disociaría por completo de las personas y de los acontecimientos que me habían amargado la vida. Así que, ¿por qué no?

No me interesaba excesivamente la posibilidad de enriquecerme. Claro que había leído Cuando el dormido despierte - de H. G. Wells, no sólo cuando las compañías de seguros comenzaron a regalar ejemplares, sino antes, cuando no era más que una novela clásica; sabía de lo que eran capaces el interés compuesto y la plusvalía de las acciones. Pero no estaba seguro de disponer de suficiente dinero para comprar el Sueño Largo y al mismo tiempo efectuar un depósito lo bastante importante para que mi interés valiera la pena. El otro argumento me atraía más: meterme en la cama y despertar en un mundo diferente. Quizás en un mundo mucho mejor, según las compañias de seguros querían hacernos creer..., o quizá peor, aunque, desde luego, diferente.

Sin embargo, podía tener la seguridad de una diferencia importante: podía dormir lo suficiente para tener la certeza de que sería un mundo sin Belle Darkin, y sin Miles Gentry; pero sobre todo sin ha Belle. Si Belle estaba muerta y enterrada, podría olvidarla y olvidar lo me de lo que me había hecho, en vez de amargarme pensando en que sólo se encontraba a unos cuantos kilómetros de distancia.

Veamos, ¿cuánto tiempo sería necesario para eso?

Belle tenía veintitrés años, o así. Bueno, de todos modos tendría menos de treinta. Si yo dormía setenta años, ella estaría muerta y enterrada. Digamos setenta y cinco, para estar seguros.

Luego recordé los progresos de la geriatría: se hablaba de los ciento veinte años como una duración «normal». Quizá tuviese que dormir cien años. No tenía la seguridad de que ninguna compañía de seguros llegase a ofrecer tanto.

Luego me vino una idea levemente diabólica, inspirada por el calorcillo del whisky. No hacía falta dormir hasta que Belle hubiese muerto: era más de lo necesario -y una venganza adecuada contra una hembra - ser joven cuando ella fuese vieja. Lo bastante para fastidiaría; algo así como unos treinta años.

Sentí una pata, suave como un copo de nieve, sobre mi brazo:

-¡Msss.! -anunció Pet.

- Tragón - le dije, y le serví otro platillo de ginger ale. Me dio las gracias con una cortés espera, y luego comenzó a lamerlo.

Pero había interrumpido mí placentera y perversa meditación. ¿Qué diablos iba yo a hacer con Pet?

No se puede regalar un gato lo mismo que se regala un perro; no lo soportan. A veces continúan en la casa, pero no en el caso de Pet; para él yo era la única cosa estable en un mundo cambiante desde que lo habían separado de su madre, hacía nueve años... Incluso había conseguido conservarlo junto a mí en el Ejército, y eso sí que era difícil.

Él disfrutaba de buena salud, y probablemente continuaría así a pesar de que era una masa de cicatrices. Si conseguía corregir cierta tendencia a atacar con la derecha, seguiría ganando batallas y engendrando gatitos durante otros cinco años por lo menos.

Podía pagar para que lo mantuvieran en un hogar hasta que muriese (¡ni pensarlo!), o hacer que le dieran cloroformo (igualmente inimaginable), o abandonarlo... A eso es a lo que uno se ve reducido en el caso de un gato: o bien se sigue cumpliendo con la obligación que se ha asumido, o bien se abandona al desgraciado, se le deja en estado salvaje y se destruye su fe en la justicia eterna.

Del mismo modo que Belle había destruido mi fe.

Así pues, amigo Danny, vale más que lo olvides. Tu vida puede haberse agriado tanto como unos pepinillos, pero eso no te libera en lo más mínimo de cumplir tu obligación con este gato malcriado.

Apenas llegué a esa verdad filosófica, Pet estornudó: las burbujas se le habían subido a la nariz:

- Gesundheit! -dije- y acostúmbrate a no beberlo tan rápido.

Pet no me hizo caso. En conjunto, sus modales eran mejores que los míos, y él lo sabía. Nuestro camarero había estado dando vueltas alrededor de la caja hablando con el cajero. Era la hora de poco trabajo después del almuerzo, y los otros clientes estaban en el bar. El camarero alzó la mirada cuando dije Gesundheit! y habló con el cajero. Los dos miraron hacia nosotros, el cajero levantó la portezuela del bar y se aproximó.

- Policías, Pet -dije en voz baja.

Miró alrededor y se escondió en el maletín y yo junté los bordes del cierre. El cajero se acercó y se inclinó sobre mi mesa, mirando rápidamente a los dos asientos.

-Lo siento, amigo -dijo tranquilamente-, pero tendrá que sacar ese gato.

-¿Qué gato?

-Ese al que estaba dando de comer en este platillo.

-No veo ningún gato.

Esta vez se inclinó y miró bajo la mesa.

-Lo tiene usted en ese maletín -dijo acusadoramente.

-¿Maletín? ¿Gato? -dije perplejo-. Amigo mio, supongo que estará usted empleando una figura retórica...

-¿Qué? No utilice usted palabras raras. Tiene un gato en ese maletín. Ábralo.

-¿Tiene un mandato judicial?

-¿Cómo? No diga tonterías.

-Es usted quien dice tonterías al pedirme que le enseñe el interior de mi maletín sin un mandato judicial. Enmienda cuarta. Además, hace ya años que terminó la guerra. Y ahora que nos hemos puesto de acuerdo, haga el favor de decir al camarero que traiga lo mismo. O tráigamelo usted...

Se entristeció.

-Amigo, no se trata de nada personal, pero tengo que pensar en la licencia. «Ni perros ni gatos», lo dice en la pared. Nuestro objetivo es mantener un establecimiento en condiciones higiénicas.

-Pues han fracasado. -Levanté mi vaso-. ¿Ve usted las marcas de lápiz de labios? Debería vigilar a su lavaplatos, en vez de dedicarse a registrar a sus clientes.

-No veo ninguna marca...

-Porque la he limpiado casi del todo. Pero llevémoslo al Departamento de Sanidad y que revisen la cuenta de bacterias.

-¿Tiene usted insignia? -suspiró.

-No.

-Pues estamos a la par. Yo no registro su maletín y usted no me lleva al Departamento de Sanidad. Y, si desea usted otra bebida, vaya al bar y que le sirvan... a cuenta de la casa. Pero no aquí. -Se volvió e indicó el camino.

Me encogí de hombros.

-En todo caso, ya nos marchábamos.

Cuando pasé por delante de la caja, el cajero levantó la mirada.

-¿No estará molesto, verdad?

-No. Pero tenía la intención de traer más tarde a mi caballo para que echara un trago; ahora ya no lo haré.

-Como quiera. Las ordenanzas no dicen nada acerca de caballos. Pero... otra cosa: ¿ese gato verdaderamente bebe ginger ale?

-Cuarta enmienda, ¿recuerda?

-No quiero ver al animal, sólo saberlo.

-Pues bien -adrnití-, le gusta más con un poco de angostura, pero lo bebe sin ella si no tiene más remedio.

-Le estropeará los riñones. Mire eso, amigo...

-¿Qué debo mirar?

-Echese hacia atrás, de manera que su cabeza quede cerca de la mía. Ahora mire al techo, sobre cada uno de los compartimentos... A los espejos de los decorados. Se que allí había un gato porque lo vi.

Me incliné hacia atrás y miré: el techo estaba decorado con muchos espejos; entonces vi que algunos de ellos estaban orientados de manera que permitían que el cajero los utilizase como periscopios sin moverse de su sitio.

-Necesitamos eso -dijo, como excusándose-. Le escandalizaría saber lo que pasa en esos compartimentos... Si no les tuviésemos vigilados... El mundo está perdido.

-Amén, amigo. -Y me marché.

Una vez hube salido, abrí el maletín y lo llevé colgado de un asa. Pet sacó la cabeza.

-Ya has oído lo que ha dicho ese hombre, Pet. «El mundo está perdido.» Más que perdido cuando dos amigos no pueden echar un trago juntos sin que les espíen. Esto lo prueba.

-¿Ahorrra? -preguntó Pet.

-Puesto que lo dices... Y si vamos a hacerlo no hay motivo para demorarlo.

-¡Ahorrra! -respondió Pet, enfáticamente.

-Hay unanimidad. Está aquí mismo, al otro lado de la calle.

La recepcionista de la Compañía de Seguros Mutuos era un buen ejemplo del diseño funcional. A pesar de sus formas aerodinámicas, exhibía por el frente espacios para el radar y todo cuanto se necesitaba para su misión fundamental. Me tranquilicé pensando que para cuando yo saliese ella seria ya una marmota, y le dije que quería ver a un vendedor.

-Siéntese, por favor. Veré si alguno de nuestros ejecutivos para clientes está libre. -Antes de que pudiera sentarme, añadió-: Nuestro señor Powell le verá. Por aquí, por favor.

Nuestro señor Powell ocupaba un despacho que me hizo pensar que a Seguros Mutuos no le iban mal las cosas. Me dió un húmedo apretón, me hizo sentar, me ofreció un cigarrillo e intentó coger mi maletín, pero yo me aferré a él.

-Y bien señor, ¿en qué podemos servirle?

-Deseo el Largo Sueño.

Arqueó las cejas, y sus modales se hicieron más respetuosos. Sin duda Seguros Mutuos no volvería la espalda a siete billetes, pero el Largo Sueño les permitía meter mano a todos los intereses del cliente.

-Una decisión muy acertada -dijo con reverencia-. Es lo que yo querría hacer si pudiera. Pero las responsabilidades familiares... ¿sabe? -Extendió la mano y cogió un formulario-. Los clientes para el sueño suelen tener prisa. Permítame que le ahorre tiempo y molestias llenando esto en su nombre... Haremos lo necesario para que el examen físico se haga de inmediato.

-Un momento.

-¿Qué?

-Una pregunta. ¿Están ustedes en condiciones de organizar sueño frío para un gato?

Pareció sorprendido, y luego molesto:

-¿Está bromeando? Abrí el cierre del maletín y Pet sacó la cabeza.

-Le presento a mi compañero. Le ruego que conteste a mi pregunta. Si la respuesta es «no», entonces me dirigiré a la Obligación del Valle Central. Sus oficinas están en este mismo edificio, ¿verdad?

Esta vez se horrorizó:

-Señor... ¡Oh! No entendí bien su nombre...

-Dan Davis.

-Señor Davis, cuando alguien entra por nuestra puerta está bajo la benevolente protección de la Mutua de Seguros. No podría permitir que usted se fuera a Valle Central.

-¿Y de qué manera piensa impedírmelo? ¿Judo?

-¡Por favor! -Echó una ojeada alrededor con aire preocupado-. Nuestra compañía es ética.

-¿Quiere decir que Valle Central no lo es?

-No dije eso; fue usted, señor Davis, no deje que le influya...

-No lo conseguiría.

-....pero examine usted el contrato de cada una de las compañías. Consulte con un abogado o, mejor aún, con un asesor oficial. Averigüe lo que le ofrecemos, y actualmente entregamos, y compárelo con lo que Valle Central pretende ofrecer. -Miró nuevamente a su alrededor y se inclinó hacia mí-. No debería decirlo, y confío en que usted no lo repetirá, pero ellos ni siquiera utilizan las tablas oficiales.

-Quizá tratan mejor al cliente.

-¿Cómo? Mi querido señor Davis, nosotros distribuimos todos los beneficios sobrantes. Nuestros estatutos nos lo imponen... Mientras que Valle Central es una compañía por acciones.

-Quizá debiera comprar algunas de las suyas... Mire señor Powell, estamos perdiendo el tiempo. ¿Seguros Mutuos aceptará a mi compañero aquí presente o no? Si es que no, entonces llevamos aquí demasiado rato.

-¿Quiere decir que está dispuesto a pagar para conservar viva a esa criatura en hipotermia?

-Quiero decir que deseo que los dos tomemos el Largo Sueño. Y no le llame usted «criatura»; su nombre es Petronius.

-Usted perdone. Expresaré mi pregunta de otro modo: ¿Está usted dispuesto a pagar dos cuotas de custodia, para mantener a ustedes dos, a usted y a... bueno a Petronius, en nuestro santuario?

- Si, pero no dos cuotas corrientes; algo extra sí. Pueden ustedes meternos a los dos en el mismo ataúd... Honestamente no pueden cargar lo mismo por Pet que por un hombre.

-Esto es muy poco corriente...

- Desde luego. Pero ya discutiremos el precio luego... o lo discutiré con Valle Central. De momento, lo que necesito saber es si ustedes pueden hacerlo.

- Bueno... -Tamborileó sobre su mesa-. Un momento. -Cogió el teléfono y dijo-: Opal, póngame con el doctor Berquist.

No oí el resto de la conversación, pues colocó la protección para conversación secreta. Pero, al cabo de un rato, dejó el teléfono y sonrió como si se le hubiese muerto un tío rico:

-¡Buenas noticias, señor! De momento había olvidado el hecho de que los primeros experimentos que tuvieron éxito, se efectuaron con gatos. Las técnicas y factores críticos para gatos han sido establecidos en su totalidad. Incluso hay un gato en el Laboratorio de Investigaciones Navales de Annapolis que, desde hace más de veinte años, se encuentra vivo en hipotermia.

-Yo creía que el LIN había sido destruido cuando se apoderaron de Washington.

-Solamente los edificios de superficie, señor, pero no las cámaras profundas. Lo cual es un tributo a la perfección de la técnica; el animal permaneció sin cuidados, excepto los de la maquinaria automática, durante más de dos años... Y, sin embargo, vive aún, sin alterarse ni envejecer. Lo mismo que usted vivirá, cualquier período de tiempo que decida encomendarse a nuestra compañía, señor.

Creí que iba a santiguarse.

-Está bien, está bien. Ahora discutamos el precio.

Rabia que tener el cuenta cuatro factores: primero cómo pagar por nuestros cuidados mientras estábamos hibernando; segundo, cuánto tiempo quería yo que durmiésemos; tercero, cómo quena invertir mi dinero mientras estaba en la nevera, y, finalmente, que ocurriría si estiraba la pata y no me despertaba más.

Finalmente me decidí por el año 2000, que era un número redondo y solamente a treinta años de distancia. Me temía que si lo prolongaba más me encontraría por completo fuera de contacto. Los cambios durante los últimos treinta años (mi vida) habían sido suficientes para que se le saliesen a uno los ojos de la cara - dos grandes guerras y una docena de pequeñas, el hundimiento del comunismo, el Gran Pánico, los satélites artificiales, el paso a la energía atómica...

Quizás el año 2000 me pareciese muy confuso. Pero, si no saltaba hasta allí, Belle no habría tenido tiempo de adquirir un elegante conjunto de arrugas.

A la hora de considerar cómo invertir mi dinero no tomé en consideración los valores del Estado ni otras inversiones conservadoras; nuestro sistema fiscal lleva consigo la inflación. Decidí quedarme con mis acciones de Muchacha de Servicio e invertir el efectivo en otras acciones ordinarias, poniendo especial atención en ciertas tendencias que creía subirían de valor. Era forzoso que el automatismo aumentase. Escogí también una firma de abonos de San Francisco que había experimentado con levaduras y algas comestibles: cada vez había más gente, y los filetes no iban a bajar de precio. Le dije que pusiera el saldo del dinero en el fondo administrado por la compañía.

Pero la verdadera dificultad consistía en saber qué hacer si me moría durante la hibernación. La compañía aseguraba que las probabilidades eran de más de siete a diez de que viviría los treinta años de sueño frío... y la compañía estaba dispuesta a apostar en cualquiera de los dos sentidos. Pero las apuestas no eran recíprocas, ni tampoco esperaba que lo fuesen: en todo sistema de apuestas honesto hay una comisión para la casa. Solamente los jugadores deshonestos pretenden que la víctima tiene más probabilidades. La más antigua y más respetable firma de seguros del mundo, Lloyd's de Londres, no lo disimula: los asociados de Lloyd's aceptan apostar en cualquiera de los sentidos. Pero no había que esperar mejores condiciones que en las carreras: alguien debía pagar los trajes a medida del señor Powell.

Decidí que todo lo que tenía fuese a parar al fondo administrado por la compañía en caso de fallecimiento, lo cual hizo que el señor Powell intentara besarme, y me hiciese reflexionar sobre cuán optimistas eran aquellas siete de diez probabilidades. Pero me aferré a ello porque me convertía en heredero (si vivía) de todos los demás con la misma opción (si morían), especie de ruleta rusa en la que los supervivientes recogían las fichas... mientras la compañía, como de costumbre, se quedaba con el porcentaje de la casa.

Elegí todas la alternativas que proporcionaban el mayor rendimiento posible, sin solución si me equivocaba. El señor Powell me adoraba, de la misma manera que un croupier adora al ingenuo que juega siempre al cero. Cuando terminamos de disponer mis intereses, quise mostrarme razonable con lo de Pet: fijamos el pago de un 15 por 100 de la cuota humana por la hibernación de Pet, y redactamos para él un contrato por separado

Sólo quedaba el consentimiento del tribunal y el examen físico.

El examen no me preocupaba: una vez permitido que la compañía apostase a que me moría, me aceptarían aunque estuviese en la última fase de la Peste Negra. Pero sospechaba que conseguir que lo aprobase un juez sería más difícil, pero era necesario, ya que un cliente en sueño frío estaba legalmente en custodia, vivo pero impotente.

No tenía por qué haberme preocupado. Nuestro señor Powell hizo redactar, por cuadruplicado, catorce documentos diferentes, y fui firmando hasta que noté calambres en los dedos. Un mensajero salió corriendo con ellos mientras yo pasaba mi examen físico: ni siquiera llegué a ver al juez.

El examen físico consistió en la fatigosa rutina de costumbre, salvo por una cosa. Hacia el final el doctor que me estaba examinando me miró severamente y dijo:

- Muchacho, ¿desde cuando estás empinando el codo?

-¿El codo?

- El codo.

-¿Qué le hace pensar eso, doctor? Estoy tan sobrio como usted. «El cielo está enladrillado. ¿Quién lo desenladrillará...?»

- Deje eso y contésteme.

- Pues... desde hace un par de semanas.

-¿Bebedor compulsivo? ¿Cuántas veces lo ha precisado en el pasado?

-Pues, la verdad es que ninguna. Verá usted... -Comencé a explicarle lo que Belle y Miles me habían hecho, y por qué me sentía como me sentía.

Me enseñó la palma de la mano:

-Por favor. Tengo mis propios problemas y no soy un psiquiatra. En realidad, lo único que me interesa es averiguar si su corazón puede soportar que lo pongan a cuatro grados centígrados. En general, me tiene sin cuidado que haya gente tan chiflada que quiera meterse en un agujero y cerrarlo tras ella. Sencillamente, pienso que así habrá un idiota menos en la superficie. Pero cierto residuo de conciencia profesional me impide autorizar que ningún hombre, por desdichado ejemplar que sea, se meta en uno de esos ataúdes con su cerebro empapado en alcohol. Vuélvase.

-¿Cómo?

-Vuélvase. Voy a darle una inyección en la nalga izquierda.

-Me volví y me la dió. Mientras me estaba frotando, me dijo-: Y ahora empápese de esto: dentro de veinte minutos estará más sobrio de lo que ha estado desde hace un mes. Entonces, si le queda algo de sentido común, lo cual dudo, puede revisar su posición y decidir si quiere evadirse de sus dificultades... o enfrentarse a ellas como un hombre.

Me empapé.

-Eso es todo. Ya puede vestirse. Voy a firmar sus papeles, pero le advierto que puedo poner el veto en el último momento. No más alcohol para usted. En absoluto. Una cena ligera y nada de desayuno. Vuelva mañana a las doce para el último examen.

Dio media vuelta y salió sin despedirse siquiera. Me vestí y me marché de allí muy molesto. Powell tenía todos mis papeles a punto. Cuando los cogí, me dijo:

-Puede dejarlos aquí, si quiere, y recogerlos mañana al mediodía... Es decir, la copia que irá con usted a los sótanos.

-¿Y qué se hará de las otras?

-Nosotros guardamos una, luego, después de que usted haya sido depositado, enviamos otra a los tribunales, y otra a los Archivos de Carísbad. ¡Ah! ¿Le advirtió el médico acerca del régimen?

-Desde luego -respondí, y miré fijamente los papeles para ocultar mi desagrado.

Powell alargó la mano intentando cogerlos.

-Se los guardaré esta noche.

Los retiré de su alcance:

-Puedo guardarlos yo mismo. Puede que quiera modificar algunas de las disposiciones que he elegido.

-¡Oh! Es algo tarde para eso, mi querido señor Davis.

-No se apresure. Si hago algún cambio vendré temprano.

Abrí el maletín y metí los papeles en uno de los compartimentos junto a Pet. Otras veces ya había guardado allí papeles de valor. Si bien no era un sitio tan seguro como los Archivos de Carísbad, estaban más seguros de lo que podía parecer. Una vez un ladrón intentó robar algo de aquel mismo compartimento y a esas horas aún debe de llevar cicatrices de los dientes y las garras de Pet.





2



Mi automóvil estaba aparcado en la Plaza de Pershing, donde lo había dejado temprano aquel día. Puse dinero en el contador del aparcamiento, coloqué el chisme en la arteria Oeste, saqué a Pet, lo puse en el asiento, y me relajé.

Mejor dicho, intenté relajarme. La circulación en Los Ángeles era demasiado rápida y demasiado criminal para que me sintiera verdaderamente feliz con el control automático. Hubiera querido volver a diseñar toda su instalación, pues no era verdaderamente uno de esos modernos «Falle Sin Temor».

Cuando llegamos al Oeste de la Avenida Occidental y pude volver al control manual, estaba nervioso y tenía ganas de echar un trago.

- Allí hay un oasis, Pet.

-¿Rrrrect?

- Delante mismo.

Pero mientras buscaba un sitio donde aparcar -Los Ángeles no corría peligro de invasión: los invasores nunca encontrarían aparcamiento- me acordé de la orden del médico de no tomar alcohol.

De modo que le dije enfáticamente qué podía hacer con sus órdenes.

Luego me pregunté si él sería capaz de averiguar, casi un día más tarde, si yo había bebido o no. Creía recordar cierto artículo especializado, pero no me había interesado tanto como para echarle más que una ojeada.

¡Maldita sea! Era capaz de prohibirme el sueño frío. Sería mejor que me calmase y dejara de lado la bebida.

-¿Ahorrra? -preguntó Pet.

-Luego. De momento tenemos que encontrar un restaurante para automóviles.

De pronto me di cuenta de que en realidad no quería beber; necesitaba comida y una noche de sueño. El doctor tenía razón: estaba más sobrio y me sentía mejor de lo que me había sentido desde hacia semanas. Aquel pinchazo en el trasero no había sido quizás más que B1, pero, en tal caso, era de propulsión a chorro. Así que buscamos restaurante, pedí pollo asado para mí y un bistec ruso y un poco de leche para Pet, al que saqué a dar una vuelta mientras preparaban la comida. Pet y yo comíamos a menudo en los restaurantes porque así no tenía que meterlo de contrabando.

Media hora más tarde saqué al coche del círculo de mayor tránsito, lo paré, encendí un cigarrillo, rasqué a Pet bajo la barbilla, y pensé...

Dan, querido, el doctor tenía razón: pretendías deslizarte por el cuello de una botella, lo cual está bien para el tamaño de tu cabeza, pero era demasiado estrecho para tus hombros. Ahora estás sobrio, te has llenado la barriga de comida, y estás descansando cómodamente por vez primera desde hace días. Te sientes mejor... ¿Y qué más? ¿Tenía razón el doctor sobre lo demás? ¿Eres un niño mal criado? ¿Te falta valor para enfrentarte con un contratiempo? ¿Es el espíritu de aventura? ¿O sencillamente te escondes de ti mismo, como una de la Sección Octava que intenta volver a meterse en el seno de su madre?

Pero si quiero hacerlo, me respondí. El año 2000... ¡Muchacho!

Está bien, de acuerdo. Pero, ¿es necesario escaparse sin antes ajustar cuentas por aquí?

Bueno, bueno..., pero ¿cómo ajustarlas? No quiero otra vez a Belle, después de lo que me ha hecho. ¿Y qué otra cosa puedo hacer? ¿Demandarles? No seas idiota, no tienes pruebas... Además, nadie gana un pleito sino los abogados.

Pet me miró.

Miré su cabeza llena de cicatrices. Pet no demandaría a nadie: si no le gustaban los bigotes de otro gato, sencillamente le invitaba a salir y a pelear como un gato.

-Creo que tienes razón, Pet. Voy a ir en busca de Miles, le arrancaré un brazo y le daré con él en la cabeza hasta que hable. Luego podremos tomar el Largo Sueño. Pero tenemos que saber qué es exactamente lo que nos hicieron y de quién fue la idea.

Detrás de la parada había una cabina telefónica. Llamé a Miles, le encontré en casa, le dije que se quedara allí, que iba a visitarle.

Mi padre me llamó Daniel Boone Davis, lo cual fue su manera de declararse en favor de la libertad personal y de la confianza en si mismo. Nací en 1940, año en que todo el mundo andaba diciendo que el individuo estaba en sus últimas y que el futuro pertenecía al hombre de la masa. Papá se negó a creerlo: ponerme aquel nombre fue una nota de desafío. El murió durante un lavado de cerebro en Corea del Norte, intentando probar su tesis hasta el fin.

Cuando tuvo lugar la Guerra de las Seis Semanas yo poseía un título de ingeniería mecánica y estaba en el Ejército. No había utilizado mi título para intentar conseguir un mando, pues lo que papá si me había legado era un deseo arrollador de ir por cuenta propia, sin dar órdenes, sin recibir órdenes, sin atenerme a horarios: lo único que quería era servir lo estipulado y marcharme. Cuando la Guerra Fría entró en ebullición, era sargento técnico en el Centro de Armamentos de Sandia, en Nuevo México, y me dedicaba a rellenar bombas atómicas y a pensar en lo que iba a hacer cuando terminara mi plazo. El día que Sandia desapareció yo estaba en Dallas, para recibir una nueva partida de Schrecklichkeit. La caída de aquello fue hacia Oklahoma City, de modo que viví para recibir mi paga de soldado.

Pet sobrevivió por la misma razón. Yo tenía un compañero. Miles Gentry, un veterano que había sido llamado para el servicio. Se había casado con una viuda que tenía una hija, pero su mujer había muerto por la época en que lo llamaron de nuevo. Vivía fuera del puesto con una familia en Alburquerque, para que su hijastra Federica tuviese un hogar. La pequeña Ricky (nunca la llamábamos «Federica») se cuidaba de Pet. Gracias a Bubastis, diosa de los gatos, Miles, Ricky y Pet estaban fuera aquel espantoso fin de semana. Ricky se había llevado consigo a Pet porque yo no podía llevármelo a Dallas.

A mí me sorprendió tanto como a los demás cuando resultó que teníamos divisiones almacenadas en Thule y en otros lugares que nadie había sospechado. Desde los años 30 se había sabido que era posible enfriar el cuerpo humano, retardándolo, hasta casi cero. Pero hasta la Guerra de Seis Semanas había sido un truco de laboratorio, o una terapia de última Instancia. Hay que reconocer esto a la investigación militar: si es posible hacer algo con dinero y con hombres. lo consiguen. Emiten otros mil millones, contratan a otros mil científicos e ingenieros. y entonces, de alguna manera increíblemente tortuosa e ineficiente, aparecen las respuestas. Estasis, sueño frío, invernada, hipotermia, metabolistno reducido, llámenlo como quieran, los equipos de investigación de medicina logística habían encontrado la manera de almacenar gente como leña, y de utilizarlos cuando los necesitaban. Primeramente se droga al sujeto, luego se le hipnotiza, después se le enfría y se le mantiene a precisamente cuatro grados centígrados, es decir, a la densidad máxima del agua sin cristales de hielo. Si se le necesita urgentemente se le puede reavivar con diatermia y mando posthipnótico en diez minutos (en Nome lo hicieron en siete), pero tal velocidad tiende a envejecer los tejidos y a hacer que desde entonces en adelante sea un poco estúpido. Si no hay prisa es mejor un mínimo de un par de horas. El método rápido es lo que los soldados profesionales llaman «un riesgo calculado».

En conjunto, aquello fue un riesgo con el que el enemigo no había contado, de modo que cuando la guerra terminó me despidieron pagándome, en vez de liquidarme o de enviarme a un campamento de esclavos. Y Miles y yo comenzamos juntos un negocio hacia la época en que las compañías de seguros comenzaban a vender el sueño frío.

Fuimos al Desierto de Mojave, instalamos una pequeña fábrica en un edificio sobrante de las Fuerzas Aéreas, y comenzamos a fabricar la Muchacha de Servicio, a base de mi ingeniería y de la experiencia de Miles en leyes y en negocios. Sí, yo inventé la Muchacha de Servicio y todos sus parientes -Willie Ventanas y los demás- a pesar de que ahora no encuentren ustedes en ellos mi nombre. Mientras estaba en el servicio militar había pensado mucho sobre lo que puede hacer un ingeniero. ¿Trabajar para Standard, DuPont o General Motors? Treinta años después le dan a uno un banquete de despedida y una pensión. No le ha faltado a uno ninguna comida, se han hecho muchos viajes en los aviones de la compañía, pero nunca se ha sido su propio dueño. El otro gran mercado para ingenieros es el servicio del Estado, con buena paga inicial, buenas pensiones, pocas preocupaciones, treinta días de vacaciones anuales, beneficios generosos. Pero yo acababa de disfrutar de una larga vacación estatal y quería ser mi propio jefe.

¿Qué había que fuera lo suficientemente pequeño para un ingeniero y que no requiriera seis millones de horas-hombre antes de que apareciese el primer modelo en el mercado? Ingeniería de taller de bicicletas con cacahuetes por capital, del modo como Ford y los hermanos Wright habían comenzado: se decía que aquellos días habían terminado para siempre; yo no lo creía.

El automatismo florecía: plantas de ingeniería química que solamente requerían dos observadores de instrumentos y un vigilante, máquinas que imprimían billetes en una ciudad y marcaban el espacio «vendido» en otras ciudades distintas, topos de acero que extraían carbón mientras los muchachos del sindicato de mineros los contemplaban. Así fue que mientras estaba al pago del tío Sam me empapé de toda la electrónica, uniones y cibernética que permitía una categoría «Q».

¿Cuál fue la última cosa que se hizo automática? Respuesta: la casa de cualquier señora. No intenté diseñar una casa científicamente lógica; no era lo que querían las mujeres: sencillamente deseaban una caverna mejor tapizada. Pero las amas de casa seguían quejándose del Problema Doméstico mucho después de que los criados hubiesen seguido el camino de los mastodontes. Rara vez me había encontrado con una ama de casa que no tuviese algo de ama de esclavos; parecía como si realmente creyesen que tenía forzosamente que haber robustas muchachas campesinas que agradeciesen la oportunidad de fregar suelos catorce horas diarias y comer restos de la mesa por un sueldo que un aprendiz de lampista despreciaría.

Por eso fue que llamamos Muchacha de Servicio a aquel monstruo: evocaba el recuerdo de la muchacha emigrante semiesclava a quien la abuela abroncaba. Fundamentalmente no era sino un aspirador mejor, y teníamos la intención de venderlo a un precio competitivo de las escobas de succión ordinarias.

Lo que la Muchacha de Servicio hacía (el primer modelo, no el robot seminteligente en que lo transformé) era limpiar suelos; toda clase de suelos, todo el día y sin vigilancia. Y nunca existió un suelo que no necesitase ser limpiado.

Barría, o fregaba, o limpiaba aspirando, o pulía, consultando cintas en su memoria idiota pala decidir qué era lo que tenía que hacer. Todo lo que fuese mayor que un perdigón BB lo recogía y lo colocaba sobre una bandeja en la superficie superior, para que alguien más inteligente decidiese si había que conservarlo o tirarlo. Se pasaba todo el día buscando suciedad, moviéndose infatigablemente según curvas que no dejaban nada por barrer, pasando de largo sobre los pisos limpios, en su incansable búsqueda por los sucios. Se marchaba de las habitaciones donde hubiese gente, lo mismo que una doncella bien educada, a menos de que la señora de la casa lo alcanzase e hiciese accionar un interruptor para indicar a la pobre infeliz que era bien recibida. Hacia la hora de comer se iba a su puesto y se tragaba una carga rápida -eso antes de que le instalásemos la carga permanente.

No había mucha diferencia entre la Muchacha de Servicio, Marca Uno, y un aspirador doméstico. Pero la diferencia -que podía limpiar sin vigilancia- fue suficiente; se vendió.

Me apropié del esquema básico de las «Tortugas Eléctricas» descritas en el Scientific American hacia fines de 105 anos cuarenta, saqué un circuito de memoria del cerebro de un proyectil dirigido (eso es lo que tienen de bueno los trastos ultrasecretos; que no los patentan) y tomé los artificios de limpieza del conjunto de una docena de otros aparatos, incluso de un pulidor de suelos que se utilizaba en los hospitales del ejército, de un suministrador de bebidas no alcohólicas, de aquellas «manos» que utilizan en las plantas atómicas para manipular todo lo que es «caliente». No había en realidad nada nuevo en ello; era solamente la manera de juntarlo. La «chispa de genio» requerida por nuestras leyes consistía en encontrar un buen abogado de patentes.

El verdadero genio se requería para la ingeniería de producción; era posible construir todo aquel trasto con partes standard pedidas por medio del Catálogo de S'veet, salvo por dos letras tridimensionales y un circuito impreso. El circuito lo obteníamos por subcontrato; las levas las construí yo mismo en el cobertizo que llamábamos nuestra «fábrica», utilizando herramientas automáticas procedentes de excedentes de guerra. Al principio Miles y yo éramos toda la línea de montaje, desde el principio al fin. El modelo piloto costó 4.317,09 dólares. Los primeros cien aparatos costaron justo por encima de 39 dólares cada uno y se los entregamos a una casa de ventas de Los Ángeles a 60 dólares y ellos los revendían por 85 dólares. Tuvimos que dejárselos en consignación para poderlos sacar todos, puesto que no podíamos impulsar las ventas, y casi morimos de hambre antes de empezar a recibir el importe de las ventas. Luego Life dedicó dos páginas a las Muchachas de Servicio... y desde entonces el único problema fue tener bastante personal para montar el monstruo.

Belle Darkin se nos unió poco después de aquello. Miles y yo habíamos estado escribiendo cartas con una Underwood de 1908; la contratamos como mecanógrafa y tenedora de libros, y alquilamos una máquina eléctrica con tipo de letra alto, jefe ejecutivo y cinta carbónica, y yo diseñé un membrete para las cartas. Todos los beneficios los invertíamos en el negocio y Pet y yo dormíamos en el taller mientras Miles y Ricky ocupaban un cobertizo próximo. Nos asociamos en defensa propia. Para asociarse son necesarios tres; dimos a Belle parte de las acciones y la nombramos secretaria-tesorera. Miles era presidente y gerente general; yo era jefe técnico y presidente del consejo de administración con un 51 por 100 de las acciones.

Quiero explicar la razón por la cual me quedé con el control. No es que fuese un tragón; sencillamente quería ser mi propio jefe. Miles trabajaba como una mula; debe hacerse justicia. Pero más del 60 por 100 de los ahorros que habían servido para lanzarnos eran míos y el 100 por 100 de la inventiva y de la ingeniería eran míos. Miles no pudo nunca haber construido la Muchacha de Servicio, mientras que yo la podía haber construido con cualquiera de entre una docena de compañeros, o posiblemente sin ninguno -si bien quizás hubiese fallado al intentar hacer dinero con ella; Miles era hombre de negocios, mientras que yo no lo soy.

Pero quería tener la seguridad de que conservaba el control del taller, y concedí a Miles una libertad igual en lo referente a la parte comercial... demasiada libertad, según pude ver luego.

La Muchacha de Servicio, Marca Uno, se vendía como pan bendito, y yo estuve ocupado durante algún tiempo mejorándola e instalando una verdadera línea de montaje, y poniendo al frente de ella un jefe de taller, y luego me dediqué alegremente a idear nuevos artefactos para el hogar. Era asombroso lo poco que se había pensado en el trabajo doméstico, a pesar de que constituye por lo menos el 50 por 100 de todo el trabajo del mundo. Las revistas para mujeres hablan de «ahorro de trabajo en el hogar» y de «cocinas funcionales», pero no es más que cháchara; sus bonitos diseños no mostraban más que unas combinaciones de trabajo y vida que esencialmente no eran mejores que los de los tiempos de Shakespeare; la revolución del caballo al avión a chorro no había alcanzado el hogar.

Seguí aferrado a mi convicción de que las amas de casa eran reaccionarias. Nada de «máquinas para vivir» -sino solamente artificios para sustituir la extinguida especie de doncellas de servicio, es decir, para cocinar, limpiar y cuidar a los niños.

Empecé a pensar en las ventanas sucias y en aquella marca alrededor del baño que tan difícil es de limpiar, pues hay que doblarse por el medio para alcanzarla. Resultó que cierto artificio electrostático podía hacer saltar la suciedad de cualquier superficie silícea pulimentada, de los cristales de las ventanas, de los baños, de las palanganas -de cualquier cosa semejante. Aquello fue Willie Ventanas, y era extraño que nadie hubiese pensado en él antes. Lo aguanté hasta que pude rebajar su precio a un nivel que la gente no podía rehusar. ¿Se acuerdan de lo que costaba la hora de limpieza de ventanas?

Contuve la producción de Willie mucho más tiempo de lo que le convenía a Miles. Quería venderlo tan pronto como fuese lo bastante barato, pero yo insistí además en otra cosa: Willie tenía que ser fácil de reparar. El gran inconveniente de la mayoría de los aparatos domésticos es que cuanto mejores eran y más cosas hacían, con más facilidad se estropeaban, precisamente en el momento en que más falta hacían; y luego necesitaban un experto a cinco dólares por hora para hacerlas funcionar de nuevo. Luego volvía a suceder lo mismo a la semana siguiente, si es que no ocurría al lavaplatos, luego al acondicionador de aire... y generalmente el sábado por la tarde en medio de una tormenta de nieve.

Lo que yo quería era que mis aparatos funcionasen y siguiesen funcionando, y no causasen úlceras a sus propietarios.

Pero todos los aparatos se estropeaban incluso los míos. Hasta que llegue el gran día en que todos los artefactos sean diseñados sin partes móviles, las máquinas continuarán averiándose.

Pero la investigación militar verdaderamente consigue resultados, y los militares habían ya resuelto este problema. No se puede perder una batalla, perder miles o millones de vidas, quizás incluso la misma guerra, solamente porque un aparato del tamaño de tu dedo pulgar se estropea. Con fines militares se utilizaron una serie de recursos: «fallo con seguridad», circuitos de reserva, «dígamelo tres veces», y lo demás. Pero uno de los que utilizaron y que era viable para utensilios domésticos era el basado en el principio del componente enchufable.

Se trata de una idea sencillamente morónica; nada de reparar, sino de sustituir. Quería hacer que todas las partes de Willie Ventanas que podían averiarse fuesen unidades enchufables, y luego incluir un juego de recambios con cada Willie. Algunos de los componentes se tirarían, pero el mismo Willie nunca estaría fuera de uso más tiempo del necesario para enchufar la parte de recambio.

Miles y yo nos peleamos por primera vez. Yo afirmaba que la decisión acerca de cuándo se debía pasar del modelo piloto a la producción correspondía al ingeniero; él afirmaba que se trataba de una decisión comercial. Si no hubiese retenido mi control Willie hubiese salido al mercado sujeto a apendicitis aguda de manera tan irritante como todos los demás artefactos para «ahorrar trabajo», enfermizos y a medio desarrollar.

Belle Darkin calmó la tormenta. Si hubiese presionado quizás hubiese permitido que Miles empezase a vender, pues yo estaba tan embobado con Belle como pueda llegar a estarlo cualquier hombre.

Belle no solamente era una perfecta secretaria y gerente de oficina, sino que tenía características personales que hubiesen deleitado a Praxiteles, y una fragancia que me afectaba de la misma manera que el olor a gata afecta a Pet. Con lo escasas que estaban las oficinistas de primer orden, cuando una de las mejores se prestaba a trabajar para una compañía de juguete, a un sueldo por debajo de lo corriente, realmente uno debía preguntarse «¿por qué?» Pero ni siquiera le preguntamos dónde había estado trabajando antes, tan contentos estábamos de que nos salvara de la inundación de papeles que había producido la puesta en el mercado de la Muchacha de Servicio.

Más tarde yo hubiese rechazado con indignación cualquier sugerencia de investigar el pasado de Belle, pues para entonces las dimensiones de su busto habían ya afectado seriamente mi juicio. Me permitió que le explicase lo solitaria que había sido mi vida hasta que había aparecido ella, y ella respondió con suavidad que tendría que conocerme mejor, pero que se sentía inclinada a pensar lo mismo.

Poco después de haber suavizado la disputa entre Miles y yo, consintió en compartir mis fortunas:

-Dan, querido, tienes lo necesario para llegar a ser un gran hombre... y creo que yo soy el tipo de mujer que puede ayudarte a serlo.

-¡Desde luego que lo eres!

-¡Calla, querido! Pero no voy a casarme contigo precisamente ahora y cargarte de chiquillos y crearte toda clase de preocupaciones. Primero voy a trabajar contigo y a establecer el negocio. Luego nos casaremos.

Yo objeté, pero se mostró firme:

-No, querido. Tú y yo iremos muy lejos. La Muchacha de Servicio será un nombre tan grande como General Electric. Pero cuando me case quiero olvidarme de los negocios y dedicarme exclusivamente a hacerte feliz, y primero tengo que dedicarme a tu bienestar y tu futuro. Ten confianza en mí, amor mío.

La tuve. No permitió que le comprase el costoso anillo de prometida que quería comprarle; en lugar de ello le transferí parte de mis acciones personales como regalo de compromiso. Continué votando por ellas, naturalmente. Cuando pienso en aquello, no estoy seguro de quién fue el que pensó en tal regalo.

Después de aquello trabajé aún más que antes, pensando en papeleras que se vaciarían solas, y en un artefacto para guardar los platos en su sitio después de terminar el lavado. Todo el mundo se sentía feliz... Es decir, todo el mundo menos Pet y Ricky. Pet no hacía caso de Belle, lo mismo que de cualquier otra cosa que no le gustaba y que no podía alterar, pero Ricky se sentía verdaderamente desgraciada.

La culpa era mía. Ricky había sido «mi chica» desde que tenía seis años, allá en Sandia, con sus lazos en el cabello y sus grandes ojos solemnes. Yo iba a «casarme con ella» cuando fuese mayor, y los dos juntos cuidaríamos de Pet. Yo me figuraba que estábamos jugando y quizá si fuese un juego, y que Ricky solamente lo tomaba en serio por lo que se refería a su eventual plena custodia de nuestro gato. Pero ¿quien puede saber lo que pasa por la cabeza de un niño?

No Soy un sentimental con los niños. La mayor parte son como monstruos que no se civilizan hasta que crecen, y a veces ni entonces.

Pero la pequeña Federica me recordaba a mi propia hermana a aquella edad y, además, quería a Pet y lo trataba bien. Creo que yo le gustaba porque nunca le hablaba solemnemente (cuando yo era pequeño me molestaba que lo hicieran conmigo) y además me tomaba en serio sus actividades de Exploradora. No podía uno quejarse de Ricky; era de una reposada dignidad y ni alborotaba, ni chillaba, ni se subía las faldas. Eramos amigos, compartiendo la responsabilidad de Pet y por lo que a mí se refería, aquello de ser «mi chica» no era sino un juego algo mundano.

Dejé de jugarlo el día que mi hermana y mi madre murieron en un bombardeo. No fue una decisión consciente, sencillamente no me sentía con ganas de bromas y nunca lo volví a empezar. Ricky tenía entonces siete años; tenía diez cuando Belle se nos unió, y probablemente unos once cuando Belle y yo nos prometimos, odiaba a Belle con una intensidad de la que creo que solamente yo me daba cuenta, puesto que sólo se manifestaba en una falta de ganas de hablarle -Belle le llamaba «timidez», y creo que Miles también lo creía así.

Pero yo sabia la verdad y traté de hacer variar de actitud a Ricky. ¿Han tratado ustedes alguna vez de hablar con un subadolescente de algo de lo cual el niño no quiere hablar? Les será más satisfactorio gritar en el Cañón de los Ecos. Yo me decía que aquello pasaría cuando Ricky se diese cuenta de lo adorable que era Belle.

Pet era otra cosa, y si no hubiese estado enamorado lo hubiese interpretado como una señal clara de que Belle y yo no nos entenderíamos nunca. A Belle «le gustaba» mi gato. ¡Oh! ¡Desde luego, desde luego! Adoraba a los gatos y le encantaba mi incipiente calva y admiraba mi elección de restaurantes, y le gustaba todo lo que tenía que ver conmigo.

Pero el gusto por los gatos es algo difícil de asimilar frente a una persona aficionada a ellos. Hay gentes de gatos, y hay otros, probablemente más que una mayoría, que «no pueden soportar un gato inofensivo y necesario». Si lo intentan sea por cortesía o por cualquier otra razón, se nota porque no comprenden cómo se debe tratar a los gatos; y el protocolo de los gatos es más rígido que el de la diplomacia.

Se basa en el respeto de sí mismo y en el mutuo respeto, y tiene el mismo matiz que la «dignidad del hombre», que solamente puede ofenderse a riesgo de la vida.

Los gatos no tienen sentido del humor, sus egos son terriblemente hinchados, y son muy susceptibles. Si alguien me preguntase por qué valía la pena que nadie perdiese el tiempo ocupándose de ellos, me vería forzado a responder que no hay ninguna razón lógica. Preferiría explicar a alguien a quien no gusten los quesos fermentados por qué «debería gustarle» el Limburger. No obstante, simpatizo con aquel mandarín que se cortó una manga llena de inestimables bordados porque sobre ella estaba durmiendo un gatito.

Belle intentaba demostrar que Pet «le gustaba» tratándolo como si fuese un perro..., de modo que recibió un arañazo. Luego, como era un gato razonable, se fue, y no volvió en mucho tiempo; y fue mejor así, pues le hubiese pegado, y a Pet yo no le he pegado nunca. Pegar a un gato es peor que inútil, la única manera de disciplinar a un gato es por medio de paciencia, nunca a fuerza de golpes.

De modo que puse yodo en las heridas de Belle, y luego traté de explicarle en qué se había equivocado.

-Siento que haya ocurrido, ¡lo siento muchísimo! Pero volverá a suceder si vuelves a hacer aquello.

-¡Pero si solamente le estaba acariciando!

-Pues, sí... pero no le acariciabas como a un gato, sino como a un perro. No debes nunca dar palmaditas a un gato, sino pasarle la mano por encima. No debes hacer movimientos repentinos cuando estés al alcance de sus garras. No debes nunca tocarle sin darle la oportunidad de que vea lo que estás haciendo... y tienes siempre que procurar que sea algo que le guste. Si no tiene ganas de que le acaricien, lo soportará un poco por cortesía, pues los gatos son muy corteses, pero es posible darse cuenta de que lo está sencillamente soportando, y hay que pararse antes de que se acabe la paciencia.

-Vacilé un momento-. ¿No te gustan los gatos, verdad?

-¿Cómo? ¡Pues claro que sí, qué tontería! -Pero añadió-: La verdad es que no los he tratado mucho. Es una gata muy susceptible, ¿verdad?

-Gato. Pet es un gato macho. No, la verdad es que no es susceptible, puesto que siempre ha sido bien tratado. Pero tienes que aprender a tratarlos. Ah, no tienes nunca que reírte de ellos.

-¿Cómo? ¿Qué razón puede haber?

-No es porque no sean divertidos; son muy cómicos. Pero no tienen sentido del humor y les ofende. Oh, un gato no te arañará porque te rías; lo único que hará es marcharse y te será difícil volver a hacerte amigo de él. No es que eso sea importante. Mucho más importante es saber cómo se tiene que levantar a un gato. Cuando Pet vuelva te enseñaré cómo debe hacerse.

Pero Pet no volvió entonces, y nunca se lo enseñé. Belle no volvió a tocarlo después de aquello. Le hablaba y se portaba como si le gustase, pero se mantenía a distancia, y lo mismo hacía Pet. Me olvidé de ello; no iba a permitir que una cosa tan trivial me hiciese dudar de la mujer que para mí representaba más que ninguna otra cosa en la vida.

Pero la cuestión de Pet casi llegó a tina crisis algo más tarde. Belle y yo estábamos discutiendo dónde íbamos a vivir. Todavía no quería fijar el día de la boda, pero pasábamos mucho tiempo con esos detalles. Yo quería un pequeño rancho cerca de la planta; ella prefería un piso en la ciudad hasta que pudiésemos permitirnos una finca en Bel-Air.

-Querida -le dije-, no es práctico; tengo que estar cerca de la planta. Y además, ¿se te ha ocurrido a ti alguna vez cuidar de un gato macho en un piso?

-¡Oh, eso! Mira, cariño, me alegro de que lo hayas mencionado. He estado estudiando gatos, de verdad... liaremos que lo modifiquen; entonces será mucho más afectuoso y estará feliz en un piso.

La miré fijamente, incapaz de creer mis oídos. ¿Convertir al viejo guerrero en un eunuco? ¿Transformarle en una decoración hogareña?

-Belle, no sabes lo que estás diciendo...

Me reprendió con el familiar «Mamá tiene razón», utilizando los argumentos corrientes de la gente que cree que los gatos son una propiedad..., que no le harían daño, que en realidad era por su propio bien, que sabía lo mucho que yo le apreciaba y que nunca se le ocurriría privarme de él, y que era en realidad algo muy sencillo e inofensivo, y lo mejor para todos.

La interrumpí:

~Y por qué no lo organizas para los dos?

-¿El qué, cariño?

-Yo también. Sería mucho más dócil y me quedaría por las noches en casa, y nunca discutiría contigo. Corno tú has dicho, no hace daño, y me sentiría probablemente mucho más feliz.

Se sofocó.

-Te pones absurdo.

-Lo mismo que tú.

No volvió nunca más a hablar de ello. Belle nunca dejaba que una diferencia de opinión degenerase en una pelea; se callaba y esperaba su momento. Pero tampoco lo dejaba nunca correr. En cierto sentido había en ella mucho de gato..., y es posible que ésa fuese la razón por la cual yo no podía resistirla.

Me alegré de dejar correr el asunto. Estaba ocupado hasta la coronilla con Frank Flexible. Willie y la Muchacha de Servicio forzosamente nos iban a hacer ganar mucho dinero, pero yo tenía la obsesión de un autómata perfecto para todos los trabajos domésticos, un sirviente para todo. Está bien, llámenlo un robot, a pesar de que se abusa de esta palabra y de que yo no tenía intención de construir un hombre mecánico.

Lo que quería era un aparato que hiciese todo el trabajo de la casa: limpiar y guisar, naturalmente, pero al mismo tiempo también trabajos difíciles, como cambiar los pañales de un niño, o la cinta de una máquina de escribir. En lugar de tener una cuadra de Muchachas de Servicio Nani Niñeras, Harry Botones y Gus Jardinero quería que un matrimonio pudiese comprar una máquina por el precio de, bueno, digamos de un buen automóvil, la cual fuese el equivalente del sirviente chino sobre el que se leen historias, pero al cual nadie de mi generación había llegado a ver.

Si conseguía hacerlo, seria la Segunda Proclamación de Emancipación, que liberaría a las mujeres de su esclavitud atávica. Quería abolir el antiguo dicho de que «el trabajo de la mujer no se termina nunca». El trabajo doméstico es una pesadilla innecesaria y monótona; en mi capacidad de ingeniero me ofendía.

Para que el problema entrase dentro de las posibilidades de un solo ingeniero, casi todo el Frank Flexible tenía que consistir en partes standard y no debía incluir ningún principio nuevo. La investigación fundamental no es trabajo para un solo hombre; tenía que ser un desarrollo de lo ya conocido, o no podía ser.

Afortunadamente había ya mucho hecho en ingeniería y yo no había perdido el tiempo mientras esperaba mi licencia «Q». Lo que requería no era tan complicado como lo que se espera que haga un proyectil dirigido.

¿Y qué era lo que quería que hiciese Frank Flexible? Respuesta: todo el trabajo que un ser humano hace por la casa. No tenía que jugar a las cartas, hacer el amor, comer, o dormir, pero sí tenía que limpiar después de una partida de cartas, guisar, hacer camas y cuidar de niños; por lo menos tenía que vigilar la respiración de un niño y llamar a alguien si se alteraba. Decidí que no tendría que contestar al teléfono, puesto que A.T.T. ya alquilaba un aparato que lo hacía. Tampoco era necesario que atendiese la puerta, ya que la mayor parte de las casas nuevas estaban provistas de contestadores.

Pero para que hiciese la multitud de cosas que yo quería que hiciese, necesitaba manos, ojos, oídos y un cerebro... un cerebro lo bastante bueno.

Las manos podía encargárselas a las compañías de equipos de ingeniería atómica que suministraban las de la Muchacha de Servicio, si bien en este caso iba a requerir las mejores, con servos de largo alcance y con el delicado retorno que se necesita para manipulaciones para pesar isótopos radiactivos. Las mismas compañías podían suministrar ojos; si bien podrían ser más sencillos, puesto que Frank no tendría que ver y manipular desde detrás de metros de espesor de una coraza de hormigón, como ocurre en las plantas de reactores.

Los oídos podía comprarlos a cualquiera de entre una docena de firmas de TV -si bien tendría probablemente que idear un diseño para controlar sus manos por sonido, vista, y retorno de tacto, de la misma manera que pueden ser controladas las manos humanas.

Pero con transistores y circuitos impresos es posible hacer muchas cosas.

Frank no tendría que usar escaleras de mano. Haría que su cuello se estirase como el de un avestruz y que sus brazos se alargasen como unas tenacillas. ¿Debería hacerlo de manera que pudiese subir y bajar escaleras?

Pues bien, había una silla de ruedas mecánica que podía hacerlo. Podría probablemente comprar una de ellas y utilizarla como armazón, limitando así el modelo piloto a un espacio no mayor que una silla de ruedas y no más pesado que lo que tal silla puede llevar. Eso me daría un juego de parámetros. Conectaría su potencia y su dirección con el cerebro de Frank.

El cerebro era la verdadera dificultad. Es posible construir un artefacto unido como un esqueleto humano o incluso mucho mejor. Es posible proporcionarle un sistema de retorno lo bastante bueno para que clave clavos, friegue suelos, rompa huevos -o no los rompa-. Pero a menos de que entre las orejas contenga una sustancia como la que tiene un hombre, no es hombre, ni tan sólo un cadáver.

Afortunadamente no necesitaba un cerebro humano: solamente quería un morón dócil, capaz principalmente de trabajos domésticos de repetición.

Aquí es donde entraban en juego las válvulas de memoria Thorsen. Gracias a las válvulas Thorsen habíamos provisto de pensamiento a los 1jroyectiles intercontinentales, y los sistemas de control de tránsito en sitios como Los Ángeles utilizan una de sus formas idiotas. No es necesario entrar en la teoría de una válvula electrónica que incluso los Laboratorios Bell no acaban de comprender bien, sino que la cuestión es que se puede conectar una válvula Thorsen a un circuito de control, hacer que la máquina efectúe una operación por medio de control manual, y el tubo «recordará» lo que hizo y puede a su vez dirigir aquella operación sin vigilancia humana una segunda vez, o un número indefinido de veces. Para herramientas mecánicas automáticas basta con eso; para los proyectiles dirigidos y para Frank Flexible se añaden circuitos que dan «juicio» a la máquina. En realidad no se trata de juicio (yo opino que una máquina nunca puede tener juicio); el circuito lateral es un circuito especial cuyo programa dice: «busca tal y cual entre los límites tales y cuales; cuando lo encuentres ejecuta tus instrucciones básicas». La instrucción básica puede ser tan complicada como sea posible comprimir en una válvula de memoria Thorsen -¡limite que es en verdad muy amplio!- y se puede establecer el programa de tal manera que vuestros circuitos de «juicio» (que son en realidad conductores morónicos) pueden interrumpir las instrucciones básicas todas las veces que el ciclo no corresponda a lo originalmente impreso en la válvula Thorsen.

Eso significa que solamente es necesario hacer que Frank Flexible quite la mesa, rasque los platos y los cargue en el lavaplatos solamente una vez, pues a partir de aquel momento se las podrá entender con cuantos platos sucios se encuentre. Mejor aún, se le podría meter en la cabeza una válvula Thorsen copiada electrónicamente y podría manipular platos sucios desde la primera vez que los tuviese a su alcance... sin nunca romper ni uno.

Póngase otra válvula «memorizada» a su lado y podrá cambiar de ropa a un bebé mojado desde la primera vez, sin nunca, nunca, clavarle un alfiler.

La cuadrada cabeza de Frank podía fácilmente contener un centenar de válvulas de Thorsen, cada una de ellas con una «memoria» de una tarea doméstica diferente. Luego instalemos un circuito de protección alrededor de todos los circuitos de «juicio», circuito que le requiera que se esté quieto y pida ayuda Si se llega a encontrar con algo que no esté comprendido en sus instrucciones -de esta manera se evitará gastar bebés y platos.

Así fue que construí a Frank sobre la armazón de una silla de ruedas mecánica. Parecía un perchero haciendo el amor a un pulpo. ¡Pero hay que ver lo bien que limpiaba la plata!

Miles contempló al primer Frank, observó cómo preparaba un martini y lo servía, y luego iba dando vueltas vaciando ceniceros (sin tocar los que estaban limpios) vio cómo abría una ventana y la dejaba sujeta abierta, luego iba a mi librería y ordenaba los libros que en ella había. Miles probó su martini y dijo:

-Demasiado vermut.

-Es así como me gustan a mí. Pero podemos decirle que prepare el tuyo de una manera y el mío de otra; le quedan aún muchas válvulas en blanco. Es flexible.

Miles tomó otro sorbo:

-¿Cuándo estará a punto para entrar en producción?

-Pues me gustaría entretenerme con él otros diez años. -Y antes de que pudiese protestar añadí-: Pero quizá sea posible producir un modelo limitado antes de cinco.

-¡Tonterías! Te daremos toda la ayuda necesaria y tendremos a punto un Modelo T dentro de seis meses.

-Ni hablar. Ésta es mi magnus Opus. No voy a soltarla hasta que sea una obra de arte... aproximadamente un tercio de su tamaño actual, y con todas sus partes sustituibles por sencillo enchufe, salvo los Thorsen, y tan flexible que no solamente pueda sacar a paseo el gato y lavar al crío, sino que incluso pueda jugar al pingpong si el comprador está dispuesto a pagar el costo del programa extra.

Me quedé mirándole; Frank estaba tranquilamente sacando el polvo a mi mesa y dejando todos los papeles exactamente donde los había encontrado.

-Pero no sería muy divertido jugar al ping-pong con él; nunca fallaría. No; me figuro que podríamos enseñarle a fallar al azar. Sí... podríamos hacerlo. Y lo haremos. Será una buena exhibición para la venta.

-Un año, Dan, y ni un día más. Voy a tomar a alguien de Lowy para que te ayude.

-Miles, ¿cuándo vas a darte por enterado de que soy yo quien manda en la parte de ingeniería? Cuando te lo entregue, te pertenece..., pero ni una fracción de segundo antes.

Miles contestó:

-Aún le sobra mucho vermut.

Con la ayuda de los mecánicos del taller continué trabajando hasta que conseguí que Frank se pareciera menos a un triple choque de automóviles y m~ a algo de lo que uno se siente inclinado a alabar delante de los vecinos. Mientras tanto, fui resolviendo una serie de pegas de sus circuitos de control. Incluso le enseñé a acariciar a Pet y a rascarle bajo la barbilla de tal manera que a Pet le gustase, y pueden creer que eso es algo que requiere un retorno tan exacto como cualquier operación en un laboratorio de atomística. Miles no me apresuró, si bien venia de vez en cuando a observar los adelantos. Hacía de noche la mayor parte de mi trabajo, al volver después de cenar con Belle y de dejarla en su casa. Luego dormía la mayor parte del día, me retrasaba al llegar por la tarde, firmaba los papeles que Belle me tenía preparados, veía lo que habían hecho en el taller durante el día, volvía otra vez a sacar a Belle a cenar. No intentaba hacer gran cosa antes de eso, porque el trabajo de creación le hace a uno oler como una cabra. Después de una noche de trabajo intenso en el laboratorio sólo Pet podía soportarme.

Un día, precisamente cuando acabábamos de cenar, Belle me dijo:

-¿Vuelves al taller, cariño?

-Desde luego; ¿por qué?

-Bien, porque Miles va a reunirse con nosotros allí.

-¿Cómo?

-Quiere celebrar una junta de accionistas.

-¿Una junta de accionistas? ¿Para qué?

-No será larga. La verdad es, cariño, que en estos últimos tiempos no te has preocupado mucho de la parte comercial de la compañía. Miles quiere atar algunos cabos sueltos y concretar ciertas políticas.

-Me he dedicado intensamente a la ingeniería. ¿Qué otra cosa crees que tengo que hacer para la compañía?

-Nada, querido. Miles dice que no será largo.

-Pero ¿qué ocurre? ¿Es que Jack no es capaz de manejar la línea de montaje?

-Miles no dijo de qué se trataba.

Miles nos estaba esperando en la planta y me dio la mano como si no nos hubiésemos visto desde hacía un mes. Dije:

-¿Miles, de qué se trata?

-Trae el programa, ¿quieres? -le dijo a Belle.

Eso solo debería haber bastado para hacerme comprender que Belle había mentido al decirme que Miles no le había dicho de qué se trataba. Pero no se me ocurrió... Diablos, ¡me fiaba de Belle!... y mi atención fue requerida por otra cosa, pues Belle se dirigió a la caja, hizo girar el botón y la abrió.

Dije:

-Y de paso, cariño, anoche intenté abrirla, y no lo pude conseguir. ¿Has cambiado la combinación?

Estaba manipulando papeles, y no se volvió:

-¿No te lo dije? La patrulla me pidió que la modificase, después de aquella alarma de robos que hubo la semana pasada.

-Ah... Pues me tendrás que dar los números, o de lo contrario a lo mejor una de estas noches tendré que llamaros por teléfono a una hora absurda.

-Desde luego.

Cerró la caja y puso una carpeta sobre la mesa que utilizábamos para las conferencias.

Miles carraspeó:

-Empecemos.

-Está bien -contesté-. Querida, puesto que se trata de una reunión oficial, puedes empezar a tomar notas... Bueno... Miércoles, dieciocho de diciembre, 21 horas veinte minutos, presentes todos los accionistas... Pon nuestros nombres. Bajo la presidencia de D. B. Davis, presidente del consejo de administración. ¿Queda algún asunto pendiente?

No quedaba ninguno.

-Bien, Miles; es cosa tuya. ¿Algún asunto nuevo?

Miles carraspeó:

-Deseo revisar la política de la compañía, presentar un programa para el futuro, y hacer que el consejo considere una propuesta de financiación.

-¿Financiación? No digas tonterías. Tenemos excedente en efectivo, y cada mes nos va mejor. ¿Qué ocurre, Miles? ¿Es que no estás contento con lo que sacas? Podríamos aumentarlo.

-Con el nuevo programa pronto no nos quedaría efectivo sobrante. Necesitamos una estructura financiera más amplia.

-¿Qué nuevo programa?

-Por favor, Dan. Me he tomado el trabajo de escribirlo detalladamente. Deja que Belle nos lo lea.

-Bueno... Está bien.

A semejanza de todos los abogados, a Miles le gustaban las palabras polisilábicas. Miles quería tres cosas: a) Quitarme Frank

Flexible, entregárselo a un equipo de ingenieros productores, y sacarlo al mercado sin más demora; b)... Pero yo le interrumpí ahí:

-¡No!

-Espera un momento, Dan. Como presidente y gerente general tengo sin duda derecho a exponer ordenadamente mis ideas. ahórrate tus comentarios y deja que Belle acabe de leer.

-Bueno... está bien; pero la respuesta sigue siendo que no.

El punto b) trataba en realidad de que dejásemos de ser una empresa de un caballo. Teníamos algo muy grande, tan grande como lo había sido el automóvil, y habíamos entrado en el asunto al principio; por lo tanto teníamos que ampliarnos en seguida y montar una organización para la venta y distribución en el país y en el extranjero, con una producción correspondiente.

Empecé a tamborilear sobre la mesa. Podía verme jefe de ingenieros de una empresa semejante. Probablemente ni siquiera me dejarían tener un tablero de dibujo, y si agarraba una lámpara soldadora el sindicato se declararía en huelga. Tanto valdría que me hubiese quedado en el ejército y que hubiese intentado llegar a general.

Pero no interrumpí. El punto c) decía que no era posible hacer tal cosa a base de céntimos; se necesitarían millones. Empresas Mannix estaban dispuestas a aportar el capital, lo cual en realidad significaba que venderíamos cuerpo y alma y Frank Flexible a Mannix, y que nos convertiríamos en una corporación afiliada. Miles se quedaría de gerente de división y yo como ingeniero jefe de investigaciones, pero los días de libertad habrían terminado: los dos estaríamos a sueldo.

-¿Es eso todo? -dije.

-Pues sí... Discutámoslo y pongámoslo a votación.

-Debería haber ahí algo que nos concediese el derecho a sentarnos por la noche a la puerta de la cabaña y cantar canciones espirituales.

-No se trata de un chiste, Dan. Así tiene que ser.

-No me burlaba. Un esclavo necesita ciertas libertades para que esté tranquilo. Bueno, ¿me toca a mí, ahora?

-Di lo que quieras.

Hice una contrapropuesta, que hacía algún tiempo había ido formándose en mi cabeza. Quería que abandonásemos la producción. Jake Smith, nuestro jefe del taller de producción, era una persona competente; no obstante, continuamente me tenía que alejar de mi cálido centro creador para resolver dificultades de producción, lo cual era algo así como ser sacado de un lecho caliente para ser sumergido en un baño helado. Esa era la verdadera razón por la cual había estado haciendo tanto trabajo nocturno y me había mantenido alejado del taller durante el día. Ahora que estábamos montando más edificios con excedentes de guerra, y se estaba pensando en un turno de noche, veía llegar el momento cuando me faltaría paz y tranquilidad para crear, aun cuando rechazásemos ese desagradable plan de ponernos a la altura de General Motors y de Consolidated. Desde luego, yo no era un par de gemelos, y no podía ser al mismo tiempo gerente de producción e inventor.

De modo que propuse que en vez de ampliarnos nos redujésemos: otorgar licencias para Muchacha de Servicio y Willie Ventanas, y dejar que otros los construyesen y los vendiesen, mientras nosotros cobrábamos nuestro porcentaje. Cuando Frank Flexible estuviese a punto también lo otorgaríamos bajo licencia. Si Mannix quería las licencias y pagaba más que los demás, ¡magnifico! Entre tanto adoptaríamos el nombre de Corporación de Investigaciones Davis y Gentry, y la mantendríamos limitada a nosotros tres, con un mecánico o dos para ayudarme con los nuevos modelos. Miles y Belle podrían limitarse a contar el dinero a medida que iba entrando.

Miles movió lentamente la cabeza:

-No, Dan. Admito que otorgar licencias nos produciría algo de dinero, pero no tanto, ni mucho menos, como ganaríamos si lo hiciésemos nosotros mismos.

-Pero Miles, la cuestión es que no lo haríamos nosotros. Sería vender nuestra alma a los de Mannix. En cuanto a dinero, ¿cuánto quieres? Solamente se puede utilizar un yate o nadar en una sola piscina en un momento dado... y antes de terminar el año puedes tener ambas cosas, si es que las quieres.

-No las quiero.

-Pues, ¿qué es lo que quieres?

Alzó la vista:

-Dan, tu quieres inventar cosas. Este plan te deja que lo hagas, con todas las facilidades y toda la ayuda y todo el dinero del mundo. Yo, lo que quiero es dirigir un gran negocio. Una empresa verdaderamente grande. Tengo talento para ello. -Lanzó una mirada a Belle-. No tengo ganas de pasarme aquí la vida en medio del Desierto de Mojave, como gerente comercial de un inventor solitario.

Me quedé mirándole:

-No hablabas así en Sandia. ¿Quieres salirte, Pappy? Belle y yo, lamentaremos mucho que te vayas... pero si eso es lo que deseas, supongo que podría hipotecar esto, o buscar alguna otra solución, y comprar tu parte. No quisiera que nadie se sintiese atado.

Yo estaba verdaderamente asombrado, pero si Miles se sentía inquieto, no tenía derecho a sujetarle.

-No, no quiero irme. Lo que quiero es que crezcamos. Ya has oído mi propuesta. ~s una propuesta en serio para decidir por parte de la corporación Así lo propongo

Me imagino que debí poner cara de asombro.

-¿Te empeñas en hacerlo en serio? Bueno, Belle, mi voto es «no». Anótalo. Pero no voy a presentar mi contrapropuesta esta noche. Quiero que te sientas contento, Miles.

Miles dijo con testarudez:

-Hagámoslo en regla. Llama por los nombres, Belle.

-Está bien, señor. Miles Gentry, vota por las acciones, números... -Leyó los números de las series-. ¿Qué dice usted?

-En favor.

Belle lo anotó en el libro.

-Daniel D. Davis, vota por las acciones... -Nuevamente leyó una serie (le números; ni siquiera la escuché-. ¿Qué dice usted?

-En contra.

Y esto cierra la cuestión. Lo siento, Miles.

-Belle S. Darkin prosiguió-, vota por las acciones... Y volvió a recitar números-. Voto en favor.

La boca se me abrió de golpe; luego conseguí cerrarla y decir:

-Pcro, chiquilla, ¡no puedes hacer eso! Es verdad que esas acciones son tuyas, pero sabes perfectamente que...

-Anuncia el resultado- gruñó Miles.

-Los votos en favor ganan. La propuesta es aceptada.

- Hágalo constar.

- Sí, señor.

Los siguientes minutos fueron confusos. Primero le grité; luego razoné con ella, después rugí que lo que había hecho no era decente... que era cierto que le había puesto las acciones a su nombre, pero ella sabía también como yo que era siempre yo el que votaba, que nunca había tenido intención de abandonar el control de la compañía, que no era sino un regalo de compromiso, pura y sencillamente. Diablos, si hasta había pagado el impuesto a la renta el mes de abril anterior. Si era capaz de hacer una cosa así cuando estábamos prometidos, ¿qué iba a ocurrir en nuestro matrimonio?

Me miró de frente, y su cara me pareció completamente desconocida:

-Dan Davis, si después de lo que me has dicho te figuras que podemos seguir estando prometidos, es que aún eres más estúpido de lo que siempre había supuesto.

-Se volvió hacia Gentry-. ¿Querrás acompañarme a casa, Miles?

-Sin duda, cariño.

Comencé a decir algo, luego me callé y salí de allí sin sombrero. Hice bien en marcharme, pues de lo contrario hubiera probablemente matado a Miles, puesto que no podía tocar a Belle.

Naturalmente, no dormí. A eso de las cuatro de la madrugada me levanté, hice llamadas telefónicas, accedí a pagar más de lo que valía, y a las cinco y media estaba delante de la planta con un camión. Me dirigí a la verja de entrada con la intención de abrirla y de hacer entrar el camión hasta el andén de carga, a fin de poder sacar a Frank Flexible por la puerta trasera: Frank pesaba ciento ochenta kilos.

En la verja de entrada había un nuevo candado. Pasé por encima, cortándome con el alambre de espinos. Una vez estuviese dentro, la verja no me molestaría, ya que en el taller había cien herramientas capaces de entendérselas con un candado.

Pero la cerradura de la puerta delantera también había sido cambiada.

Estaba contemplándola, pensando si sería más fácil romper una ventana con uno de los hierros para los neumáticos o bien sacar el crick del camión y meterlo entre el marco de la puerta y el plomo, cuando alguien gritó:

¡Eh, ahí! ¡Manos arriba!

No levanté las manos, pero sí me volví. Un hombre de mediana edad me estaba apuntando con un armatoste lo bastante grande para bombardear una ciudad:

-¿Quién diablos es usted?

-¿Y usted, quién es?

-Soy Dan Davis, ingeniero jefe de este lugar.

-¡Ah! -se tranquilizó un poco, pero siguió apuntándome con su mortero de campaña-. Si, responde usted a la descripción. Pero si lleva usted algo que le identifique, valdrá más que me lo enseñe.

-¿Y por qué? Le he preguntado quién es usted.

-¿Yo? No soy nadie a quien usted conozca. Me llamo Joe Todd, y trabajo para la Compañía de Protección y Patrulla del Desierto. Licencia particular. Debería usted saber quiénes somos; ustedes han sido clientes nuestros desde hace meses, para la patrulla de noche. Pero esta noche estoy aquí cumpliendo un servicio de guardia especial.

-¿De veras? Entonces, si le han dado a usted una llave de este lugar, utilícela. Quiero entrar. Y deje de una vez de apuntarme con ese arcabuz.

Siguió apuntándome con él:

-No podría hacer eso, aunque quisiera, señor Davis. En primer lugar, no tengo llave. En segundo lugar, me han dado órdenes especiales respecto a usted. No puedo dejarle entrar; le abriré la verja para que salga.

-Desde luego quiero que abra la verja, pero voy a entrar.

Miré alrededor en busca de una piedra con que romper una ventana.

-Por favor, señor Davis.

¿Qué?

-Lamentaría mucho que usted insistiese. De veras que lo sentiría. Porque no podría arriesgarme a tirar a las piernas; no tengo buena puntería. Tendría que tirar a la barriga. Este trasto está cargado con balines de punta blanda; lo que sucedería seria bastante desagradable.

Supongo que fue eso lo que me hizo variar de opinión, a pesar de que me gustaría pensar que fue otra cosa, a saber, que cuando volví a mirar a través de la ventana vi que Frank Flexible no estaba donde le había dejado.

Mientras me abría la puerta de la verja para que saliese, Todd me entregó un sobre:

-Me dijeron que le entregase esto si aparecía usted por aquí. Lo leí en la cabina del camión. Decía:

18 noviembre, 1970

Querido señor Davis:

Durante la reunión ordinaria del consejo de dirección, celebrado en el día de hoy, se acordó por votación dar por terminadas todas sus relaciones con la corporación (aparte su calidad de accionista), según lo previsto en el párrafo tercero de su contrato. Se le requiere para que se mantenga fuera del recinto de la compañía. Sus documentos personales y los artículos de su propiedad le serán enviados por medio seguro.

El consejo desea agradecerle a usted los servicios y lamenta que las diferencias de opinión en cuestiones de política le hayan obligado a la presente determinación.

Le saluda atentamente,

Miles Gentry

Presidente del Consejo y Gerente General, por B. S. Darkin, Tesorero-Secretario.



Lo tuve que leer dos veces antes de recordar que con la corporación nunca había tenido ningún contrato por el cual se pudiese invocar ni el párrafo tercero ni ningún otro párrafo.

Más tarde, aquel mismo día, un mensajero entregó un paquete certificado en el hotel donde guardaba mi ropa interior limpia. Contenía mi sombrero, mi pluma de escribir, mi otra regla de cálculo, una serie de libros y correspondencia personal, así como una serie de documentos. Pero no incluía mis notas y diseños sobre Frank Flexible.

Algunos de los documentos eran muy interesantes; mi «contrato», por ejemplo. Efectivamente, el párrafo tercero permitía que me despidiesen sin previo aviso, con solamente entregarme tres meses de sueldo. Pero el párrafo siete era aún más interesante. Era el último grado de la sumisión a la esclavitud, en virtud de la cual el empleado se compromete a no aceptar ninguna ocupación competitiva durante cinco años, a base de establecer que sus patronos le pagasen en efectivo la opción a sus servicios, corno derecho de tanteo a sus servicios; es decir, podía volver a ir a trabajar siempre que quisiese, sin más que ir, sombrero en mano, y pedirles un empleo a Miles y Belle; quizá fuese por eso que me devolvían el sombrero.

Pero durante cinco largos años no podía trabajar en artículos domésticos sin antes pedirles permiso. Antes me hubiese dejado degollar.

Había copias de todas las patentes, debidamente cedidas por mi a Muchacha de Servicio, Inc., referentes a la Muchacha de Servicio y Willie Ventanas y un par de cosas más de menor importancia. (Frank Flexible, corno es natural, no había sido nunca patentado: bueno, entonces no creía que lo hubiese sido; más tarde me enteré de la verdad).

Pero yo nunca había cedido ninguna patente, ni tan siquiera había cedido licencia oficial a Muchacha de Servicio Inc., para que las utilizase; la corporación era criatura mía, y no parecía que fuese necesario apresurarse mucho.

Los últimos tres documentos eran un certificado de mis acciones (las que no había dado a Belle), un cheque certificado y una carta que explicaba cada una de las partidas del cheque-salario «acumulado» menos desembolsos de la cuenta particular, tres meses de salario como plus en lugar de previo aviso, compensación para invocar el «párrafo séptimo»... y una bonificación de mil dólares para expresar su apreciación «por los servicios prestados». Esto último si que era amable de su parte.

Mientras estaba leyendo aquella extraordinaria colección me fui dando cuenta de que quizá no había sido demasiado inteligente al firmar todo lo que Belle me había puesto enfrente. No había duda alguna de que las firmas eran mías.

Me tranquilicé lo suficiente para hablar del asunto al día siguiente con un abogado, un abogado muy inteligente y muy ansioso para ganar dinero, uno a quien no le importaba patear, arañar ni morder en la lucha. Al principio se mostraba ansioso por aceptar a base de una comisión sobre las ganancias. Pero una vez hubo terminado de mirar mis papeles y de escuchar los detalles, se echó hacia atrás en un sillón, cruzó los dedos sobre su tripa y puso cara de mal humor.

-Dan, te voy a dar un consejo que no te va a costar nada.

-¿Y bien?

-No hagas nada; no tienes ninguna posibilidad.

-Pero dijiste...

-Ya sé lo que dije. Te han estafado. ¿Pero cómo vas a demostrarlo? Fueron demasiado listos para robarte tus acciones o dejarte sin un céntimo. Te han tratado exactamente como hubiese sido razonable esperar si todo hubiese estado en regla y te hubieses marchado, o te hubiesen despedido según ellos dicen por diferencias de opinión en la política. Te han dado todo lo que te correspondía y un millar más para demostrar que no te guardan rencor.

- ¡ Pero yo nunca tuve un contrato! ¡ Y nunca firmé aquellas patentes!

-Estos documentos así lo dicen. Admites que son tus firmas. ¿Puedes probar lo que dices por otros testigos?

Lo pensé. Evidentemente, no. Ni siquiera Jake Smith sabía nada de lo que ocurría en la oficina de delante. Los únicos testigos que tenía eran... Miles y Belle.

-Y sobre la cesión de aquellas acciones -prosiguió-, ahí está la única posibilidad de deshacer el atasco. Si tú...

-Pero ésa es la única transacción entre todas que es legítima. L hice donación de las acciones a ella.

-Sí, pero, ¿por qué? Dices que se las diste como regalo de compromiso en espera de matrimonio, y que ella lo sabía cuando aceptó, puedes obligarla a que se case contigo o a que las devuelva McNulty c. Rhodes. Entonces volverás a recuperar el control podrás echarles a ellos. ¿Puedes probarlo?

-La cuestión es que no me casaría con ella ahora.

-Eso es cuestión tuya. Pero vayamos por partes. ¿Tienes algo testigo o evidencia, cartas o lo que sea, que tiendan a demostrar que las aceptó, entendiendo que se las cedías en su calidad de futura esposa?

Lo pensé. Sin duda, tenía testigos... los mismos dos de siempre<>, pero abrió un palmo los ojos ante Pet Proteico. A ella le ayudaba en la casa una Muchacha de Servicio Tipo II, y podía darse cuenta de cuánto más podía hacer aquella otra máquina.

Pero John pudo apreciar la importancia de Dan Dibujante. Cuando le enseñé cómo podía escribir mi firma, identificable con la mía propia, solamente con oprimir teclas, confieso que había estado ensayando; sus cejas se quedaron clavadas en lo alto.

-Amigo, vas a dejar a miles de dibujantes cesantes.

-No. La escasez de ingenieros es cada día mayor en este país; este aparato sencillamente contribuirá a suplir la deficiencia. Dentro de una generación verás este aparato en todas las oficinas de arquitectura y de ingenieros de la nación. Sin él se encontrarán tan perdidos como lo estaría un mecánico de hoy sin las herramientas.

-Hablas como silo supieras.

-Lo sé.

John examinó a Pet Proteico -le había encargado que limpiase mi mesa de trabajo- y luego a Dan Dibujante.

-Danny... a veces creo que quizá sí que decías la verdad, aquel día en que nos encontramos por vez primera.

Me encogí de hombros:

-Llámalo clarividencia... pero el caso es que sí que lo sé. Tengo la seguridad de ello. ¿Es que tiene alguna importancia?

-Posiblemente, no. ¿Qué planes tienes para esas cosas?

Fruncí el ceño.

-Ahí está la dificultad, John. Soy un buen ingeniero y un mecánico aceptable, cuando me veo obligado a serlo, pero no soy

-hombre de negocios; ya lo he demostrado. ¿Te has ocupado alguna vez de las leyes patentes?

-Ya te he dicho antes que eso es trabajo para un especialista.

--¿Conoces a alguno que sea honrado, y además agudo como una navaja? He llegado al punto en que necesito uno. También tengo que establecer una corporación para manejar el negocio. Y ocuparme de la financiación. Pero no tengo mucho tiempo; tengo una prisa verdaderamente terrible.

-¿Por qué?

-Vuelvo al lugar de donde vine.

John se sentó y no habló durante un buen rato. Por fin dije

-Pues, dentro de nueve semanas. Nueve semanas a partir de próximo jueves, para ser exacto.

Miró a las dos máquinas y luego volvió a mirarme:

-Más valdrá que revises tu programa. Yo diría que más bien ti quedan nueve meses de trabajo. Incluso para entonces no estaría en producción; si tienes suerte, estarás justo a punto de empezar moverte.

-John, ¡no me es posible!

-Desde luego que no te es posible.

-Quiero decir que no puedo alterar mi programa. Ahora, eso está fuera de mi alcance.

Hundí la cara entre las manos. Estaba muerto de cansancio, después de haber dormido menos de cinco horas, desde hacía días. Tal como entonces me encontraba, estaba dispuesto a creer que había algo de razón en eso de la «fatalidad», se podía luchar contra ella, pero nunca vencerla.

Alcé la vista.

-¿Quieres tú ocuparte?

-¿Cómo? ¿De qué parte?

-De todo. Yo ya he hecho todo lo que sé hacer.

-Es un encargo muy importante, Dan. Podría robarte el placer. Lo sabes, ¿verdad? Y es posible que esto sea una mina de oro.

-Sé que lo será.

-Entonces, ¿por qué fiarte de mí? Te valdría más conservarme de abogado, pagándome por la consulta.

Intenté pensar, mientras la cabeza me dolía. Otra vez, antes, había tomado un socio; pero, la verdad es que por muchas veces que se te quemen los dedos, no tienes más remedio que fiarte de la gente. De lo contrario te conviertes en un ermitaño que habita en una cueva, y que duerme con un ojo abierto. No había manera alguna de estar seguro; solamente estar vivo era ya algo terriblemente peligroso... fatal, al fin.

-Bueno. John, ya sabes mi respuesta a eso. Tú te fiaste de mi una vez. Ahora vuelvo a necesitar tu ayuda. ¿Quieres ayudarme?

-Claro que te ayudará -dijo Jenny con suavidad-, a pesar de que no he oído de qué estabais hablando. Danny, ¿puede lavar los platos? todos los platos que tienes están sucios.

~ ¿Cómo, Jenny? Pues sí, supongo que puede hacerlo. Sí, claro que sí.

Entonces dile que lo haga, por favor. Quiero verlo.

-Oh... nunca le he programado para que lo haga. Lo haré si quieres. Pero se tardará varias horas en hacerlo bien. Claro está que después ya será siempre capaz de hacerlo. Pero la primera vez... Verás, el lavado de platos incluye una serie de elecciones alternativas. Es un trabajo de «discernimiento», no es un trabajo rutinario relativamente sencillo como el poner ladrillos o conducir un camión.

-¡Cuánto me alegro de encontrar por lo menos un hombre que entiende lo que es el trabajo doméstico! ¿Oíste lo que dijo, querido? Pero no te entretengas en enseñarlo ahora, Danny. Yo misma lo haré. -Miró alrededor-. Danny, has estado viviendo como un cerdo, y eso es decir poco.

La sencilla verdad era que no se me había ocurrido que Pet Proteico pudiese trabajar para mí. Había estado preocupado planteando la manera de que trabajase para otros en tareas comerciales, y enseñándoselas a hacer, mientras que yo por mi parte me había contentado con barrer la porquería hacia los rincones, o sencillamente, sin preocuparme por ella. Entonces comencé a enseñarle las tareas domésticas que Frank Flexible había aprendido: tenía capacidad más que suficiente ya que había instalado en él tres veces más tubos Thorsen que en Frank.

Tuve tiempo para hacerlo puesto que John se hizo cargo de lo demás.

Jenny escribió a máquina las descripciones; John contrató un abogado de patentes para que me ayudase en lo de las reivindicaciones. No sé si John le pagó al contado o le dio participación; nunca le pregunté. Se lo dejé todo a él, incluso lo que deberían ser nuestras partes; eso no solamente me dejó en libertad para mi propio trabajo, sino que me imaginé que si le dejaba esas cosas a él no se podría nunca ver tentado de la manera que lo fue Miles. Y la verdad era que no me importaba; el dinero como tal no es importante. O bien John y Jenny era lo que creía que eran, o más valdría que fuese en busca de aquella cueva y me hiciese ermitaño.

Solamente insistí en dos cosas.

-John, creo que deberíamos llamar a la compañía Corporación de Autoingeniería Aladino.

-Suena un poco a fantasía. ¿Por qué no Davis y Sutton?

-Tiene que ser de aquel modo, John.

-¿Sí? ¿Es tu clarividencia que te lo indica?

-Bien pudiera ser. Usaremos un dibujo de Aladino frotando ~ lámpara como marca de fábrica, con el genio saliendo de la lámpara. Yo haré un dibujo esquemático. Y otra cosa: valdrá más que la casa central esté en Los Angeles.

-¿Cómo? Eso es ir ya demasiado lejos. Es decir, si es que si esperas que yo me ocupe de ello. ¿Qué tiene de malo Denver.

-Denver no tiene nada malo; es una bonita ciudad. Pero no sitio donde instalar la fábrica. Podrías escoger aquí un buen sitio y encontrarte una buena mañana al despertar con que el recinto federal se ha extendido por encima de ti, y que te quedas sin poder trabajar hasta que has podido volver a establecerte en otro sitio. Por lo además, la mano de obra escasea, las materias primas vienen por tierra, los materiales de construcción son todos carecimos. Mientras que en Los Ángeles hay una cantera inagotable de mano de obra especializada, y cada vez hay más... Los Ángeles es un puerto de mar, Los Ángeles es...

-¿Y la huminiebla? No vale la pena.

- Pronto habrán vencido la huminiebla... ¿Y es que no te has dado cuenta de que Denver se va haciendo la suya propia?

- Espera un momento, Dan. Has dicho claramente que yo tendré que ocuparme de este asunto mientras tú te vas por tu cuenta ~ algún asunto particular. Está bien, lo he aceptado. Pero bien debería tener cierta elección en las condiciones de trabajo.

-Es necesario, John.

-Dan, nadie que esté en sus cabales y que viva en Colorado se iría a vivir a California. Estuve destinado allí durante la guerra; y sé lo que es. Fíjate en Jenny; es natural de California, de lo cual esta secretamente avergonzada. No la podrías convencer para que volviese. Aquí tenemos inviernos, estaciones cambiantes, un aire fino de montaña, magníficas...

- Oh, no me arriesgaría a decir que nunca más volvería allí. - dijo Jenny, alzando la vista.

-¿Cómo, querida?

Jenny había estado tejiendo calladamente; nunca decía nada a menos de que realmente tuviese algo que decir. Pero entonces dejó su labor; señal segura.

- Si nos trasladáramos allí, querido, podríamos hacernos del Oakdale Club; tienen natación todo el año. Precisamente estaba pensando en eso el otro día, cuando vi hielo en la piscina de Boulder.

Me quedé hasta la tarde del 2 de diciembre de 1970, hasta el último minuto posible. Me vi obligado a pedir prestados tres mil dólares a John, los precios que había tenido que pagar por componentes eran escandalosos, pero le ofrecí valores en hipoteca. Me dejó firmar, luego lo rasgó y lo tiró a la papelera.

Págame cuando vuelvas.

- Serán treinta años, John.

¿Tanto tiempo?

Reflexioné unos instantes. John nunca me había invitado a que le contara toda la historia desde aquella tarde, seis meses antes, en que me había dicho con franqueza que no creía la parte esencial, pero que de todos modos respondería de mí ante el club.

Le dije que creía que había llegado la hora de contárselo.

-¿Despertamos a Jenny? tiene derecho a oírlo.

- Pues... no. Déjala dormir hasta que estés a punto de marcharte. Jenny es una persona poco complicada, Dan. No le importa quién seas ni de dónde vengas mientras le caigas simpático. Si me parece buena idea, se lo haré saber luego.

- Como quieras.

Dejó que se lo explicase todo, deteniéndome solamente para llenar los vasos. El mío con ginger ale; tenía mis razones para no tomar alcohol. Cuando llegué al punto de mi aterrizaje sobre una ladera de boulder, terminé diciendo:

- Y ésa es la historia. Aunque me confundí por un momento, luego estuve mirando el perfil y no creo que mi caída fuera desde una altura mayor de medio metro. Si hubiesen, quiero decir «si fueran a» excavar más profundamente el solar para el laboratorio, habría sido enterrado. vivo. Probablemente también os hubiese matado a vosotros dos. No sé lo que ocurre exactamente cuando una forma de onda plana se convierte en una masa en un punto donde ya hay otra masa.

John siguió fumando.

-¿Y bien? – dije -. ¿Qué opinas?

- Danny, me has contado muchas cosas acerca de lo que será Los Ángeles, quiero decir el «Gran Los Angeles». Cuando vea hasta qué punto has acertado, te daré mi parecer.

- Es exacto. Salvo por los posibles pequeños errores de memoria.

- Bueno... la verdad es que me hiciste que pareciera lógico. Pero, entre tanto, creo que eres el chiflado más simpático que he conocido; lo cual no te perjudica como ingeniero, ni como amigo.

- Te aprecio, amigo. Como regalo de Navidad te compraré una camisa de fuerza.

- Haz lo que quieras.

- No me queda otro remedio. La alternativa sería que soy y quien está loco de remate, y eso sería un problema muy grave para Jenny. - Miró el reloj -. Más vale que la despertemos; me arranca ría la piel si te dejara marchar sin despedirte de ella.

- No se me ocurriría una cosa así.

Me llevaron con su coche al Aeropuerto Internacional de Denver y Jenny me dio un beso de despedida a la entrada. Cogí el jet de la once para Los Angeles.



11



La tarde siguiente, 3 de diciembre de 1970, hice que un taxista me dejase a una manzana de la casa de Miles con suficiente antelación, pues no sabía exactamente a qué hora había llegado allí por primera vez.

Al acercarme a la casa había anochecido ya, pero sólo vi si automóvil junto a la acera, así que retrocedí unos cien metros, hasta un punto desde donde pudiera vigilar aquella porción de acera, aguardé.

Tras fumar unos cigarrillos vi cómo se detenía allí otro automóvil, y cómo se apagaban sus luces. Esperé otros dos minutos, y me apresuré a caminar hacia él. Era mi propio coche.

Yo no tenía la llave, pero eso no ofrecía dificultades: con frecuencia me ocurría que, al estar abstraído en algún problema de ingeniería, me olvidaba las llaves. Desde hacia tiempo había adquirido la costumbre de guardar otra copia en el maletero. La saqué me metí en el coche. Lo había dejado en una suave pendiente, di modo que, sin encender las luces ni poner en marcha el motor, deje que se deslizase hasta la esquina. Allí di la vuelta y puse en marcha el motor, pero sin encender las luces. Volví a dejarlo en la callejuela de la parte trasera de la casa de Miles, frente a la cual se encontraba su garaje.

El garaje estaba cerrado.

Miré a través de una sucia ventana y descubrí una forma cubierta con una sábana. Por su contorno me di cuenta de que se trataba de mi viejo amigo Frank Flexible.

Las puertas de los garajes no han sido construidas para resistir a un hombre decidido, armado con un hierro para neumáticos; por lo menos en la California de 1970. Sólo tardé unos segundos. Dividir a Frank en piezas transportables y meterlo en mi coche fue algo que llevó mucho más tiempo. Pero primero comprobé que los dibujos y las notas estaban donde había sospechado que estarían, y efectivamente, allí estaban, de modo que las saqué y las tiré al interior del coche, y después me ocupé del propio Frank. Nadie mejor que yo sabía cómo había sido montado, y facilitó enormemente las cosas el hecho de que no importaba si lo averiaba; a pesar de todo, tuve trabajo para casi una hora.

Acababa de guardar la última pieza, el armazón del sillón de ruedas, en la maleta del coche, y había bajado la tapa todo lo posible, cuando oí que Pet empezaba a maullar. Maldije el tiempo que había tardado en desmenuzar a Frank, y me apresuré a dar la vuelta al garaje y entrar en el patio trasero. Entonces comenzó el jaleo.

Me había prometido a mí mismo que iba a disfrutar de cada segundo del triunfo de Pet. Pero no lo pude ver. La puerta trasera estaba abierta, pero, si bien podía oir ruido de carreras, golpes, caídas, el terrible grito de guerra de Pet, y los chillidos de Belle, nunca tuvieron la delicadeza de presentarse ante mi campo de visión. De modo que me acerqué a la puerta de persianas, esperando ver algo de la carnicería.

¡ Pero aquella maldita persiana estaba cerrada! Era lo único que no había seguido el programa. Metí frenéticamente la mano en mi bolsillo, me rompí una uña intentando abrir el cortaplumas, y con él conseguí abrirla justo a tiempo para apartarme de en medio en el mismo instante en que Pet chocaba contra la persiana como un motociclista de circo que salta a través de una barrera.

Me caí sobre un rosal. No sé si Belle y Miles intentaron seguirle. Lo dudo; en su lugar no me hubiese arriesgado. Pero estaba demasiado ocupado desenredándome para poderlo ver.

Una vez me hube levantado me quedé detrás de los matorrales y di la vuelta hacia un lado de la casa; quería apartarme de aquella puerta abierta y de la luz que salía de ella. Luego se trataba solamente de esperar a que Pet se tranquilizase. Lo que es entonces no lo iba a tocar, y desde luego no le iba a levantar.

Pero cada vez que pasaba junto a mí, intentando encontrar una entrada y lanzando su desafío, le llamaba en voz baja:

-Pet, ven aquí Pet. Cálmate, chico. Todo va bien.

Sabía que yo estaba allí y por dos veces me miró, por lo demás no me hizo ningún caso. Los gatos, cada cosa a su tiempo; en aquel momento le ocupaban negocios urgentes y no tenía tiempo de hace cariños a su papá. Pero yo sabia que se me acercaría en cuanto si emoción se hubiese calmado.

Mientras estaba allí acurrucado esperando, oí correr el agua en sus cuartos de baño, y adiviné que habían ido a lavarse, dejándome en la sala de estar. Se me ocurrió entonces una idea horrible: ¿qué sucedería si entraba y cortaba el cuello de mi propio cuerpo indefenso? Pero me contuve; mi curiosidad no llegaba a tanto y e suicidio es un experimento demasiado definitivo, incluso cuando la circunstancias son, desde un punto de vista matemático, intrigantes

Pero nunca lo he acabado de resolver.

Además, por ninguna razón quería entrar. A lo mejor me encontraba con Miles -y no quería comunicación ninguna con un muerto.

Pet finalmente se detuvo frente a mí, a un metro de distancia

-¿Mrrrourr? - dijo, queriendo decir-: Volvamos y echémoslo a la calle. Tú les das por arriba y yo por abajo.

- No muchacho. La función ha terminado.

-¡Auuu, mauuu!...

- Es hora de irse a casa, Pet. Ven con Danny.

Se sentó y empezó a lavarse. Cuando alzó la vista yo extendí los brazos y saltó a ellos.

-¿Miauuu? (¿Dónde diablos estabas tú cuando empezó el jaleo?)

Le llevé al coche y le dejé en el sitio del conductor, que era todo lo que quedaba libre. Olfateó la chatarra que había en su lugar de costumbre y miró en derredor disgustado.

- Tendrás que sentarte encima de mí -dije- No seas exigente.

Encendí las luces del coche y emprendimos la marcha por la calle. Luego volví hacia el Este y me encaminé hacia Big Bear y el Campamento de las Muchachas Exploradoras. Durante los diez primeros minutos tiré lo suficiente de Frank como para permitir que Pet volviese a su lugar de costumbre, lo cual nos iba mejor a los dos. Unos cuantos kilómetros más tarde, cuando hube despejado el suelo, me detuve y metí las notas y los dibujos en un desguace de la carretera. El armazón de la silla de ruedas no me lo quité de encima hasta que llegamos a las montañas, donde lo tiré a un arroyo profundo, produciendo un bonito efecto sonoro.

A eso de las tres de la madrugada me detuve en un parque automóvil al lado de la carretera, un poco más allá del desvío para el campamento de Muchachas Exploradoras, y pagué excesivamente por una cabina. Pet casi se puso a discutir, sacando la cabeza y haciendo comentarios cuando salió el dueño.

-¿A qué hora - le pregunté- llega el correo de la mañana de Los Ángeles?

- El helicóptero llega a las siete trece, puntualmente.

- Magnifico. Hará el favor de llamarme a las siete, ¿verdad?

- Si es usted capaz de dormir hasta las siete, es que es usted más hombre que yo. Pero lo anotaré.

A las ocho Pet y yo ya habíamos desayunado, y yo me había duchado y afeitado. Miré a Pet a la luz del día y llegué a la conclusión de que había salido de la batalla ileso, salvo quizá con uno o dos rasguños. Registramos nuestra salida y avancé por la carretera particular del campamento. El camión del Tío Sam apareció justamente por delante de nosotros; llegué a la conclusión de que aquel día estaba de suerte.

Nunca había visto tantas niñas juntas. Se revolvían como gatitos y en sus uniformes verdes parecían todas iguales. Aquéllas frente a quienes pasaba querían mirar a Pet, pero la mayoría no hicieron sino lanzar una mirada un poco vergonzosa y no se acercaron. Me dirigí a una cabina que llevaba la indicación de «Cuartel General», donde hablé a otra exploradora que sin lugar a dudas no era una niña.

Tenía razón para sospechar de mi; hombres desconocidos que piden permiso para visitar a niñas pequeñas que se están precisamente convirtiendo en muchachas mayores deben parecer siempre sospechosos.

Expliqué que era el tío de la niña, de nombre Daniel B. Davis, y que tenía para ella un mensaje que afectaba a la familia. Me respondió que los visitantes que no fuesen padres eran solamente permitidos cuando iban acompañados de los padres y las horas de visita no eran sino a partir de las cuatro.

- No quiero visitar a Federica, pero tengo que darle este mensaje. Es un caso de urgencia.

- En tal caso, puede usted escribirlo, y yo se lo daré en cuanto termine los juegos de rítmica.

Puse cara de preocupación (y estaba en realidad preocupado) y dije:

- No quiero hacer eso. Será mucho más prudente que se lo diga personalmente a la niña.

-¿Desgracia de familia?

- No precisamente. Dificultades en la familia, eso sí. Lo siento señora, pero no tengo libertad para decírselo a nadie más. Se refiere a la madre de mi sobrina.

Se estaba ablandando, pero seguía sin decidirse. Entonces Pe intervino en la discusión. Lo había estado llevando en mis brazos su trasero apoyado en el izquierdo, y aguantando su pecho con la mano derecha; no había querido dejarlo en el automóvil y sabía que Ricky lo habría querido ver. Pet tolera que le lleven así durante un rato, pero ya se estaba aburriendo.

-¿Krruarr?

La señora le miró y dijo:

- Éste sí que es un chico guapo. Tengo uno en casa que podría haber salido de la misma camada.

Entonces dije con solemnidad:

- Es el gato de Federica. Tuve que traerle conmigo porque... pues, porque era necesario. No había nadie para cuidarse de él.

- ¡Pobrecito!

Le acarició debajo de la barbilla tal como debe hacerse, afortunadamente, y Pet lo aceptó, también afortunadamente, estirando el cuello, cerrando los ojos, y poniendo cara de indecorosamente complacido. A veces se porta muy mal con los extraños, si no le son simpáticos.

El guardián de la juventud me hizo sentar junto a una mesa bajo los árboles, en el exterior del cuartel general. Era lo bastante lejos como para permitir una visita privada, pero todavía bajo su vigilante mirada. Le di las gracias y esperé.

No vi llegar a Ricky. De repente oí un grito:

-¡Tío Danny! -Y luego otro al volverme- ¡Oh, has traído a Pet... es maravilloso!

Pet soltó un prolongado bl¡¡rtt y saltó de mis brazos a los suyos. La chica lo cogió, lo acomodó en la posición que a él más le gusta, y ellos dos prescindieron de mí durante unos cuantos segundos mientras cambiaban los saludos del protocolo gatuno. Luego Ricky alzó la mirada y dijo brevemente:

- Tío Danny, me alegro mucho de que hayas venido.

No la besé; no la toqué en absoluto. Nunca me ha gustado sobar a los niños y Ricky era de la clase de niñas que solamente lo soportan cuando no tienen más remedio. Nuestra relación original, cuando tenía seis años, se había basado en un decente respeto mutuo por la individualidad y la dignidad personal de cada uno de nosotros dos.

Pero si que la miré. Rodillas huesudas, delgada, en crecimiento rápido, no llena todavía, no era tan bonita como había sido cuando era pequeña. Los pantalones cortos y la camisa deportiva que llevaba, junto a las quemaduras del sol, arañazos, golpes, y una cantidad de porquería comprensible, no contribuían a su atractivo femenino. Era un esquema en palillos de la mujer en que se convertiría, con su desgarbo de potro suavizado únicamente por sus enormes y solemnes ojos y la belleza alada de sus finas facciones tiznadas.

Estaba adorable.

Yo dije:

- Y yo me alegro mucho de haber venido, Ricky.

Mientras trataba de sostener a Pet con un brazo, con la otra mano empezó a rebuscar en un repleto bolsillo de sus pantalones cortos.

- Y al mismo tiempo estoy sorprendida. En este mismo momento acabo de recibir una carta tuya, me han tenido ocupada desde que llegó y ni siquiera he tenido tiempo de abrirla. ¿Dice que ibas a venir hoy?

La sacó arrugada por haber estado metida en un bolsillo demasiado pequeño.

- No, no dice eso, Ricky. Dice que me marcho. Pero después de haberla echado al correo decidí venir a despedirme personalmente.

Se quedó sorprendida y bajó los ojos.

-¿Te vas?

- Sí. Te lo explicaré, Ricky, pero es largo. Sentémonos y te lo contaré todo.

Nos sentamos a los extremos de la mesa, bajo las sombras, y empecé a hablar. Pet se quedó echado sobre la mesa, entre nosotros dos, parecido a un león de biblioteca, con su pata delantera sobre la arrugada carta, cantando en voz baja, como abejas sobre el trébol, mientras que al mismo tiempo contraía los ojos de satisfacción.

Me alegré mucho de enterarme que Ricky ya sabia que Miles se había casado con Belle; no me hubiera gustado habérselo tenido que decir. Alzó la vista, volvió en seguida a bajar los ojos, y dijo sin expresión ninguna:

- Sí, ya lo sé. Papá me escribió sobre eso.

- Ah; comprendo.

De repente se puso seria y no pareció ya una niña.

- No voy a volver allá, Danny. No quiero volver.

- Pero... mira, Rikki-tikki-tavi; ya comprendo lo que sientes. Lo que es yo desde luego no quiero que vuelvas allá, yo mismo te sacaría de allí si pudiese. Pero ¿cómo lo vas a evitar? Es tu padre y tú solamente tienes once años.

- No tengo por qué volver. No es mi verdadero padre. Y mi abuela viene a buscarme.

-¿Cómo? ¿Cuándo viene?

- Mañana. Tiene que venir en coche desde Brawley. Le escribí preguntándole si podía ir a vivir con ella porque no quería vivir con papá, ahora que la otra estaba allí. - Consiguió poner más desprecio en esas palabras de lo que un adulto hubiese podido conseguí con un insulto -. Mi abuela contestó que no tenía que vivir allí 5 no quería, porque Miles nunca me había adoptado, y era ella e tutor - Levantó ansiosamente la mirada -. ¿Es cierto, verdad? ¿No me pueden obligar?

Me sentí inmensamente aliviado. Lo único que no había podido resolver, el problema que me había preocupado durante meses, era cómo evitar que Ricky estuviese expuesta a la ponzoñosa influencia de Belle durante... bueno, durante años; parecía seguro que debería ser durante un par de años.

- Si nunca te adoptó, Ricky, estoy seguro de que tu abuela lo conseguirá si las dos os empeñáis. - Pero entonces me ensombree y me mordí el labio.- Pero quizá tendréis dificultades mañana. Es posible que objeten a dejarte salir con ella.

-¿Y cómo pueden impedírmelo? Me meteré en el coche y me marcharé.

- No es tan sencillo como eso, Ricky. Estas personas que dirigen el campamento tienen que seguir ciertas reglas. Tu padre, quiero decir Miles, te confió a ellas y no estarán dispuestas a entregarte a nadie más que a él.

Ricky sacó fuera el labio inferior.

- No iré. Me voy con mi abuela.

- Sí, quizá pueda decirte cómo lograrás conseguirlo más fácilmente. Si fuese tú, no les diría que me voy del campamento; les diría sencillamente que tu abuela quiere llevarte de paseo, y luego no vuelves.

Su inquietud se desvaneció en parte.

- Está bien.

- Ah... no hagas tu equipaje ni nada, pues se imaginarían lo que ibas a hacer. No intentes sacar más ropas que las que lleves puestas entonces. Pon en tus bolsillos tu dinero y lo que realmente quieras sacar. ¿Supongo que no debes tener aquí gran cosa que realmente te importe perder, verdad?

- Me imagino que no. - Pero se quedó pensativa -. Tengo un traje de baño completamente nuevo.

¿Cómo explicar a una niña que hay veces en que es preciso abandonar el equipaje? No es posible, son capaces de volver a un edificio en llamas para salvar una muñeca y un elefante de juguete.

- Pues... Ricky, haz que tu abuela les diga que te lleva a Arrowhead para que te bañes con ella... y quizá te lleve a cenar allí, pero que volverá contigo antes de la hora de acostarse. Así te podrás llevar tu traje de baño y una toalla. Pero nada más. ¿Crees que tu abuela dirá esa mentira por ti?

- Me imagino que sí. Sí, estoy segura. Dice que la gente tiene que decir mentirijillas inofensivas, pues de lo contrario no se podrían soportar los unos a los otros. Pero dice que las mentiras son para ser utilizadas sin abusar.

- Parece ser persona sensata. ¿Lo harás así?

- Lo haré exactamente así, Danny.

Bien. - Cogí la arrugada carta -. Ricky, te dije que tenía que marcharme. Tengo que irme por mucho tiempo.

-¿Cuánto?

- Treinta años.

Sus ojos se abrieron aún más, si es que era posible.

A los once años, treinta no es mucho tiempo; es para siempre.

Añadí:

- Lo siento Ricky, pero no tengo más remedio.

-¿Por qué?

Eso no pude contestarlo. La verdad era increíble, y una mentira no era posible.

- Ricky, es demasiado difícil de explicar. Pero tengo que hacerlo; no me queda otro remedio. - Vacilé y luego añadí -: Voy a tomar el Sueño Largo. El sueño frío, ya sabes lo que quiero decir.

Lo sabía. Los niños se adaptan a las nuevas ideas con más facilidad que los adultos; el sueño frío era uno de los temas favoritos de las historias de dibujos. Pareció horrorizarse y protestó:

- Pero, Danny, ¡no te volveré a ver nunca más!

- Sí que me volverás a ver. Es mucho tiempo, pero te volveré a ver. Y a Pet también. Porque Pet se viene conmigo; también va tomar el sueño frío.

Echó una mirada a Pet, y pareció más desconsolada que nunca.

- Pero... Danny, ¿por qué Pet y tú no os venís a Brawley a vivir con nosotras? Eso seria mucho mejor. A mi abuela le gustaría Pet. Y también le gustarás tú, dice que es mucho mejor que haya u hombre en la casa.

- Ricky... querida Ricky... no tengo más remedio... Por favor no me atormentes. - Y empecé a abrir el sobre.

Pareció enfadada, y su barbilla comenzó a temblar.

-¡Me parece que ella tiene algo que ver con todo esto!

-¿Cómo? Si te refieres a Belle, te equivocas. Por lo menos no es del todo exacto.

-¿No va a tomar el sueño frío contigo?

Me estremecí.

-¡Dios mío, no! ¡Me escaparía a kilómetros de distancia par no verla!

Ricky pareció ablandarse algo:

- Sabes, estaba tan furiosa contigo a causa de ella. Verdadera mente indignada.

- Lo siento, Ricky. Lo siento de veras. Tú tenias razón, y yo estaba equivocado. Pero no tiene nada que ver con esto. He terminado con ella para siempre jamás, amén. Y ahora veamos esto

- Le enseñé el certificado por todo lo que poseía de Muchacha de Servicio, Inc-. ¿Sabes lo que es esto?

- No.

Se lo expliqué:

- Te lo doy a ti, Ricky. Porque voy a estar ausente tanto tiempo que quiero que lo tengas tú.

Cogí el papel en que se lo había adjudicado a ella, lo rasgué, y me metí los pedazos en el bolsillo; no podía arriesgarme a hacerlo de aquella manera, seria demasiado fácil para Belle arrancar una hoja aparte, y no habíamos acabado con nuestras dificultades. Di la vuelta al certificado y estudié la fórmula estándar de adjudicación, intentando determinar cómo iba a llenar los espacios en blanco allí previstos. Finalmente conseguí hacer entrar una adjudicación al Banco de América en depósito para...

- Ricky, ¿cuál es tu nombre completo?

- Federica Virginia. Federica Virginia Gentry; ya lo sabes.

-¿Es realmente Gentry? Creí que habías dicho que Miles no te había llegado a adoptar nunca.

-¡Oh! Me he llamado Ricky Gentry desde que puedo recordar. Pero si te refieres a mi verdadero nombre... es el mismo de mi abuela... el mismo de mi verdadero papá: Heinicke. Pero nunca nadie me llama así.

- Ahora sí que te llamarán así.

Y escribí Federica Virginia Heinicke y añadí: «Para serle readjudicado a ella a sus veintiún cumpleaños», mientras que al mismo tiempo sentía que me corría un escalofrío por la columna vertebral; en todo caso, mi adjudicación primitiva quizás hubiese sido nula.

Comencé a firmarlo, y en aquel momento me di cuenta de que nuestro perro vigilante sacaba la cabeza de la oficina. Miré mi reloj, y vi que habíamos estado hablando durante una hora. Se me escapaban los minutos.

- ¡ Señora!

-¿Sí?

-¿Hay por casualidad algún notario por las cercanías? ¿O tengo que ir al pueblo en busca de uno?

- Yo misma soy notario. ¿Qué desea?

- Oh, bien. ¡Maravilloso! ¿Tiene usted su sello?

- No voy nunca a ninguna parte sin él.

Y así fue que firmé mientras ella lo miraba, e incluso fue más lejos de lo que esperaba (después de que Ricky hubo asegurado que me conocía y de que Pet hubiese testimoniado con su silencio mi respetabilidad como miembro de la fraternidad de amigos de los gatos) y utilizó la fórmula completa: «...a quien conozco personalmente como Daniel D. Davis...». Cuando hubo puesto su sello sobre mi firma y la suya, suspiré aliviado. ¡Me gustaría ver cómo se las arreglaba Belle para retorcer eso!

La señora lo miró con curiosidad, pero no dijo nada.

Y yo dije solamente:

- Las tragedias no se pueden borrar, pero esto servirá de alivio. La educación de la muchacha, sabe.

Se negó a aceptar pago alguno y retornó a su oficina. Yo me volví a Ricky y dije:

- Da esto a tu abuela. Dile que lo lleve a una sucursal del Banco de América en Brawley. Ellos harán todo lo demás. - Y lo puse delante de ella.

Ricky no lo tocó:

- Esto vale mucho dinero, ¿verdad?

- Bastante. Y valdrá más.

- No lo quiero.

- Pero Ricky; yo quiero que lo tengas tú.

- No lo quiero. No lo tomaré. - Sus ojos se llenaron de lágrimas, y se le quebró la voz -. Te vas para siempre y... y yo no te importo nada.- Lloriqueó -. Lo mismo que cuando te prometiste con ella

Cuando te sería tan fácil traer a Pet y venirte a vivir con la abuela y conmigo. ¡No quiero tu dinero!

- Ricky, escúchame: Es demasiado tarde. No podría ya volvérmelo a quedar, aunque quisiese. Ya es tuyo.

- No importa. Jamás lo tocaré. - Extendió la mano y acarició a Pet. Pet no se iría, dejándome... pero tú le obligas. Ni siquiera tendré a Pet.

-¡Ricky! ¡Riikki-tikki-tavi! ¿Quieres volvernos a ver, a Pet... y a mí?

Casi no podía oírla:

- Pues claro que si. Pero no os veré mas.

- Pues sí que puedes volvernos a ver.

-¿Eh? ¿Cómo? Dijiste que ibas a tomar el Sueño Largo... treinta años, dijiste.

- Y así es. No tengo más remedio. Pero Ricky, voy a decirte que es lo que puedes hacer. Sé buena chica, ve a vivir con tu abuela, ve a la escuela y deja que se vaya acumulando este dinero. Cuando tengas veintiún años, si todavía tienes ganas de vernos tendrás suficiente dinero para tomar el Sueño Largo. Cuando te despiertes estaré allí esperándote. Pet y yo, los dos, estaremos esperándote. Esto es una promesa solemne.

Su expresión se alteró, pero no sonrió. Lo pensó largo rato, y luego dijo:

-¿De verdad que estarás allí?

- Sí. Pero tenemos que fijar una fecha. Si lo haces hazlo exactamente como te voy a decir. Entiéndete con la Compañía de Seguros Cosmopolita y asegúrate de que tomas el Sueño en el Santuario Riverside, de Riverside . . y asegúrate muchísimo de que tienen órdenes de despertarte el día primero de mayo de 2001. Aquel día estaré allí esperándote. Si quieres que esté allí cuando abras los ojos tienes que hacerlo constar, pues de lo contrario no me permitirán que pase de la sala de espera. Conozco ese sanatorio; son muy estrictos. - Saqué un sobre que había preparado antes de salir de Denver -. No es necesario que recuerdes esto: está todo escrito aquí. Guárdatelo, y el día que cumplas los veintiún años puedes decidirte. Pero puedes tener la seguridad de que Pet y yo estaremos allí esperándote tanto si te presentas como si no.

Y puse las instrucciones sobre el certificado de las acciones.

Pensé que la había convencido pero no tocó ninguna de las dos cosas. Las miró y al cabo de un instante dijo:

-¿Danny?

-¿Si, Ricky?

No quería levantar la mirada y su voz era tan baja que apenas la podía oír. Pero sí la oí.

- Si me presento, ¿te casarás conmigo?

Mis oídos me zumbaron y las luces parpadearon. Pero respondí con seguridad y con voz mucho más fuerte que la suya:

- Sí, Ricky. Eso es lo que quiero. Es por lo que estoy haciendo todo esto.

Aún tenía otra cosa que dejarle: un sobre preparado con la inscripción «Para ser abierto en caso de fallecimiento de Miles Gentry». No se lo expliqué a Ricky; sólo le dije que lo guardara. Contenía pruebas de la abigarrada carrera matrimonial y demás de Belle. En manos de un abogado, sabía que una demanda sobre el testamento de Miles no pudiera siquiera discutirse.

Luego le di mi anillo de clase del Técnico (era todo lo que tenía, y le dije que era para ella): estábamos prometidos.

- Es demasiado grande para ti, pero puedes guardarlo. Tendré otro para cuando despiertes.

Lo sujetó con fuerza en su puño.

- No querré a ningún otro.

- Bueno. Ahora es mejor que te despidas de Pet, Ricky. Debo marcharme; no tengo ni un minuto que perder.

Abrazó a Pet y me lo devolvió, me miró fijamente a pesar de que las lágrimas le corrían por la nariz dejando unas marcas claras.

- Adiós, Danny.

- No me digas «adiós», Ricky, sino «hasta luego». Te estaremos esperando.

Eran las diez menos cuarto cuando regresé al pueblo. Un helicopterobús salía para el centro de la ciudad dentro de veinticinco minutos, de modo que fui en busca del único almacén de automóviles usados y realicé una de las transacciones más rápidas de la historia, vendiendo mi coche por la mitad de su valor a cambio de dinero en efectivo. Me quedó solamente tiempo para meter a Pet de contrabando en el autobús (no quieren a que gatos que se marean en el aire) y llegamos a la oficina de Powell poco después de las once.

Powell estaba muy molesto porque yo había anulado mis disposiciones para que la Compañía de Seguros Mutuos administrase mi patrimonio, y se mostraba particularmente dispuesto a sermoneame por haber perdido mis papeles.

- No resulta muy fácil pedir al mismo Juez que apruebe su depósito dos veces durante las veinticuatro horas. Es de lo más irregular.

Le enseñé unos billetes, dinero resplandeciente, con unos números muy bonitos.

- Déjese de broncas Sargento. ¿Quiere usted mi asunto o no? es que no, dígalo, y se lo llevaré a Valle Central. Porque yo quiero ir hoy.

Siguió furioso, pero accedió. Luego gruñó sobre lo de añadir seis meses al período de sueño frío y no quería garantizar una fecha exacta para el despertar.

- Los contratos generalmente se extienden por «más o menos de un mes», a fin de tener en cuenta posibles incidentes administrativos.

- Pues este contrato no. Este contrato dice 27 de abril de 2001. Lo que no me importa es si pone arriba Mutuos o Valle Central. Señor Powell, yo compro y usted vende. Si usted no vende lo que quiero comprar, me iré donde me lo vendan.

Modificó el contrato y ambos pusimos nuestras firmas.

A las doce en punto estaba de vuelta para mi examen final ante ~ el médico. Me miró.

-¿Ha permanecido sobrio?

- Sobrio como un juez.

- Eso no es una recomendación banal. Ya veremos. - Me examinó casi con tanto cuidado como lo había hecho «ayer». Por fin dejó su martillo de goma y dijo -: Me sorprende. Está usted en mucho mejor estado que ayer. Es algo sorprendente...

- Doctor, no lo sabe usted bien.

Cogí a Pet y lo tranquilicé mientras le daban el primer sedante. Luego me tumbé y les dejé que se ocuparan de mí. Imagino que podía haber esperado otro día, o incluso más, pero la verdad es que estaba desesperadamente impaciente por regresar al 200l.

A eso de las cuatro de la tarde, con la cabeza de Pet descansando sobre mi pecho, y sintiéndome muy feliz, me deslicé de nuevo hacia el sueño.



12





En esta ocasión mis sueños fueron más agradables. El único desagradable que recuerdo no fue muy malo, sencillamente frustrante. Era un sueño frío, en el que me encontraba perdido por pasillos que se ramificaban, probando todas las puertas que encontraba, pensando que la siguiente sería la Puerta al Verano, donde Ricky me estaría esperando al otro lado. Pet entorpecía mi marcha «siguiéndome» por delante, con esa exasperante costumbre que tienen los gatos de pasar y pasar entre las piernas de quienes tienen la seguridad de que no les van a pisar o dar una patada.

A cada nueva puerta Pet pasaba por entre mis piernas, miraba, descubría que afuera todavía era invierno, y daba la vuelta, casi atropellándome.

Pero ninguno de los dos abandonó su convencimiento de que la puerta siguiente sería la que buscábamos.

Esta vez me desperté con facilidad, sin sentirme desorientado. La verdad era que el médico se sintió algo molesto de que lo único que yo quisiera fuese el desayuno, el Times del Gran Los Angeles, y nada de charla. No creí que valiera la pena decirle que aquella era mi segunda vez. No me hubiese creído.

Había una nota aguardándome, fechada una semana antes: era de John.

Querido Dan, Está bien, me rindo. ¿Cómo te las arreglaste?

Contra los deseos de Jenny accedo a tu demanda de no irte a esperar. Ella te envía su cariño, y confía en que no tardarás mucho en venir a vernos... He intentado explicarle que esperas estar ocupado durante algún tiempo. Los dos estamos bien, aunque yo tengo cierta tendencia a andar en ocasiones en que antes corría. Jenny es aún más hermosa de lo que era antes.

Hasta la vista, amigo,

JOHN

Posdata: Si lo que incluyo no es suficiente, llámame por teléfono; hay mucho en el mismo sitio. Creo que no nos ha ido mal.

Pensé en llamar a John, para saludarle y plantearle una idea colosal que se me había ocurrido mientras dormía: un dispositivo para que el baño dejara de ser una tarea para convertirse en un placer sibarítico. Pero por fin decidí no hacerlo; tenía que pensar en otras cosas. De modo que hice unos apuntes mientras la idea aún estaba fresca, y me dormí un rato, con la cabeza de Pet metida en mi sobaco. Me gustaría poderle curar esa costumbre: resulta halagador, pero muy pesado.

El lunes, 30 de abril, salí y fui a Riverside, donde tomé un cuarto en la vieja Posada de la Misión. Como era de esperar, pusieron reparos a que llevase un gato a mi cuarto, y un botones automático no se deja ablandar por las propinas, lo cual no es una ventaja. Pero el ayudante de la gerencia se mostró más flexible; estaba dispuesto a escuchar razones, siempre que fueran crujientes. No dormí bien, estaba demasiado excitado.

La mañana siguiente, a las diez, me presenté al director del Santuario de Riverside.

- Doctor Rumsey, me llamo Daniel B. Davis. ¿Tienen ustedes aquí en depósito a un cliente llamado Federica Heinicke?

- Me imagino que puede usted identificarse.

Le enseñé un permiso de conducir emitido en Denver, y mi certificado del Santuario de Forest Lawn. Los miró y luego me miró a mí.

- Creo que debe salir hoy. - Pregunté con ansiedad -: ¿Por casualidad hay alguna cláusula que me permita estar presente? No me refiero a la rutina del proceso, sino en el último momento, cuando esté a punto para el estimulante final y vuelta a la conciencia.

- Las instrucciones de la cliente no dicen que le despertemos hoy - dijo seriamente.

-¿No? - Me sentí decepcionado y ofendido.

- No. Sus deseos son exactamente los siguientes: En lugar de ser despertada irremisiblemente hoy, deseaba que no se la despertase hasta que usted se presentase. - Me miró de arriba abajo y se sonrió -: Debe usted tener un corazón de oro. Lo que es por su hermosura no me lo podría explicar.

Suspiré:

- Gracias, doctor.

- Puede usted esperar en el salón de entrada, o volver. No lo necesitamos hasta dentro de un par de horas.

Volví a la entrada, saqué a Pet, y me lo llevé de paseo. Le había dejado allí en su nuevo maletín de viaje, que no le gustaba demasiado, a pesar de que lo había comprado tan parecido como me fue posible, y de haber instalado en él la noche antes una ventanilla de una sola dirección. Es probable que todavía no oliese bien.

Pasamos por delante de «el sitio que estaba muy bien», pero no tenía hambre a pesar de que no había podido desayunar mucho: Pet se había comido los huevos y había hecho ascos a la levadura de cerveza. A las once y media estaba de vuelta en el santuario. Por fin me dejaron que entrase a verla.

Todo lo que podía ver era su cara; su cuerpo estaba cubierto. Pero era mi Ricky, que había crecido hasta hacerse mujer, y que parecía un ángel dormido.

- Está bajo instrucción poshipnótica - dijo en voz baja el doctor Rumsey -. Si quiere usted quedarse aquí, la despertaré. Pero me parece que valdrá más que haga salir al gato.

- No, doctor.

Comenzó a hablar, pero se encogió de hombros y se volvió a su paciente:

- Despierta, Federica. Despierta. Ahora tienes que despertarte.

Ricky parpadeó y abrió los ojos. Miró en derredor durante unos instantes, luego nos vio y se sonrió soñolienta.

- Danny... y Pet.

Alzó los dos brazos y pude ver que en su pulgar izquierdo llevaba mi anillo del Técnico.

Pet hizo un ruidito, saltó sobre la cama, y comenzó a precipitarse una y otra vez sobre ella en un verdadero éxtasis de bienvenida.

El doctor Rumsey quería que Ricky se quedara allí aquella noche, pero ella no quiso ni oír hablar de ello. Así pues, envié a buscar un taxi y nos fuimos a Brawley. Su abuela había muerto en 1980, y sus demás relaciones sociales habían desaparecido por puro desgaste, pero allí había dejado algunas cosas, principalmente libros. Di instrucciones para que los enviasen a Aladino, dirigidos a John Sutton. Ricky estaba un poco deslumbrada por las alteraciones de su población natal, y no soltaba mi brazo, pero nunca sucumbió a aquella terrible nostalgia que es el gran peligro del Sueño. Lo único que quería era salir de Brawley lo antes posible.

Alquilé otro taxi y nos fuimos a Yuma. Allí firmé con letra elegante el libro oficial del condado utilizando mi nombre completo «Daniel Boone Davis» para que no hubiese duda acerca de qué D. Davis era el que había firmado esa magnus Opus. Unos minutos más tarde estaba de pie, con su manita en la mía, casi ahogado de emoción.

- Yo, Daniel, te tomo, Federica... hasta que la muerte nos separe.

Pet fue mi padrino. Los testigos los proporcionó el mismo juzgado.

Salimos en seguida de Yuma y nos fuimos a un rancho cerca de Tucson, donde tuvimos una cabina alejada de la caseta principal, equipada con nuestro propio Castor Servicial para que nos fuese a buscar las cosas, de modo que no teníamos necesidad de ver a nadie. Pet libró una descomunal batalla con el gato que hasta entonces había sido el amo del rancho, después de lo cual tuvimos que tenerle encerrado, o vigilarle. Ese fue el único inconveniente que recuerdo. A Ricky le gustaba el matrimonio como si fuese algo que hubiese inventado ella, y yo, pues bien, yo tenía a Ricky.

No queda mucho más que contar. Gracias al voto del paquete de acciones de Muchacha de Servicio propiedad de Ricky, que seguía siendo mayor, hice que McBee ascendiera a Ingeniero Investigador Emérito, y nombré a Chuck Ingeniero Jefe. John es el jefe de Aladino, pero me está amenazando siempre con retirarse, una amenaza vana. El y Jenny dominan la compañía, puesto que tuvo la precaución de emitir acciones preferentes y obligaciones antes que perder el dominio. Yo no estoy en el consejo de ninguna de las dos corporaciones; no las dirijo, y compiten entre sí. La competencia es una buena idea, Darwin tenía buena opinión de ella.

Yo no soy sino la Compañía de Ingeniería Davis, una sala de dibujo, un pequeño taller y un viejo maquinista que cree que estoy loco, pero que sigue mis dibujos con una tolerancia exacta. Cuando terminamos algo, lo entrego bajo licencia.

Recuperé mis notas sobre Twitchell. Luego le escribí y le dije que había ido y vuelto por medio del sueño frío... y me excusaba abyectamente por haber «dudado» de él. Le pregunté si deseaba ver el manuscrito cuando lo hubiese terminado. No me contestó nunca, de modo que me imagino que está aún furioso conmigo.

Pero de veras lo estoy escribiendo, y lo pondré a la venta en todas las librerías de importancia, incluso si me veo obligado a publicarlo por mi cuenta. Es lo menos que le debo. Le debo mucho más; le debo a Ricky. Y le debo a Pet. Lo voy a titular Genio Olvidado.

Jenny y John parecen como si fuesen a durar eternamente. Gracias a la geriatría, al aire libre, al sol, al ejercicio, y a no preocuparse nunca, Jenny está más bonita que nunca a los... bueno me imagino que son sesenta y tres. John cree que no soy «más que adivino» y no quiere examinar la evidencia. Y bien, ¿cómo fue que lo hice? Intenté explicárselo a Ricky, pero se alteró tanto cuando le dije que mientras estábamos de luna de miel yo también estaba en Boulder, y que mientras la estaba visitando en el campamento de Muchachas Exploradoras también estaba yaciendo drogado en el Valle de San Fernando...

Palideció. De modo que dije:

- Consideremos en hipótesis. Cuando piensas en ello desde un punto de vista matemático todo aparece perfectamente lógico. Supongamos que tomamos un conejillo de indias, blanco con manchas castañas. Lo ponemos en una jaula de tiempo y lo lanzamos a una semana hacia atrás. Pero una semana antes ya lo habíamos encontrado allí, de modo que entonces lo habíamos puesto en una conejera consigo mismo. Tenemos por lo tanto dos conejos de indias... aunque en realidad no es más que un conejillo, puesto que uno de ellos es el otro, una semana más viejo. De modo que cuando cogimos a uno de ellos y lo lanzamos una semana atrás y...

-¡Espera un momento! ¿Cuál de los dos?

-¿Cuál? Nunca hubo más que uno. Como es natural cogiste el que tenía una semana menos, porque hay que tener en cuenta que...

- Dijiste que no había más que uno. Luego dijiste que había dos. Luego dijiste que los dos eran uno. Pero ibas a coger uno de los dos... cuando no había más que uno.

- Estoy intentando explicarte cómo es posible que dos sean solamente uno. Si tomas el más joven...

-¿Y cómo puedes saber cuál de los dos es más joven cuando los dos parecen iguales?

Pues bien, podrías cortar el rabo del que vas a enviar atrás. Entonces cuando volviese podrías...

-¡Pero qué crueldad, Danny! Y además, los conejos de indias no tienen rabo.

Se figuraba que probaba algo. No debía nunca haber intentado explicárselo.

Pero Ricky no es persona que se preocupe de cosas que carecen de importancia. Como vio que yo me disgustaba, me dijo dulcemente:

- Ven aquí, cariño. - Y me enmarañó el poco pelo que me quedaba y me besó -. Solamente necesito uno como tú. Dos sería más de lo que podría manejar. Dime una cosa, ¿estás contento de haber esperado a que creciera?

Hice todo lo que pude para convencerla de que sí lo estaba.

Pero la explicación que intenté proporcionar no lo explica todo. Hay una cosa de la que no me di cuenta, a pesar de que era yo mismo quien iba en el tiovivo y de que contaba las vueltas. ¿Por qué no vi la reseña de mi propia salida? Quiero decir la segunda, la de abril 2001, no la de diciembre 2000. Debería haberla visto; estaba allí, y tenía por costumbre revisar aquellas listas. Me desperté (por segunda vez) el viernes 27 de abril de 2001; debería haber estado en el Times de la mañana siguiente. Pero no lo vi. Después lo he buscado y allí está: «D. 15. Davis», en el Times del sábado, 28 de abril de 2001.

Desde un punto de vista filosófico, una sola línea de tinta puede originar un nuevo universo con la misma certidumbre como ocurriría si llegase a faltar el continente de Europa. ¿Es correcta la antigua idea de las «corrientes de tiempo ramificados» y de los «universos múltiples»? ¿Me encontré de un salto en un universo distinto, distinto porque había interferido con su estructura? ¿A pesar de que me encontré allí a Ricky y Pet? ¿Existe otro universo en algún sitio (o en algún tiempo) donde Pet maulló hasta desaparecer y luego salió a arreglárselas por sí solo, abandonado? ¿Y en el cual Ricky nunca consiguió huir con su abuela y tuvo que sufrir la ira vengadora de Belle?

Una línea de letra impresa no es suficiente. Probablemente aquella noche me dormí y se me escapó leer mi propio nombre; luego, a la mañana siguiente, tiré el diario por la caída, pensando que había acabado con él. La verdad es que soy distraído, especialmente cuando estoy pensando en algún trabajo.

¿Pero qué hubiese hecho si efectivamente lo hubiese visto? ¿Ir ~ allí, encontrarme conmigo mismo, y volverme loco, furioso? No; pues si en efecto lo hubiese visto, no hubiera hecho las cosas que hice después, «después» para mí, que condujeron a ello. Por lo tanto, nunca pudo haber sucedido así. El control es del tipo de retorno negativo, e incluye un «seguro de fracaso», puesto que la existencia misma de aquella línea de letra impresa dependía de que yo no la viese; la aparente posibilidad de que hubiese podido verla es una de las «no posibles» excluidas de la estructura fundamental del circuito.

Hay una divinidad que forma nuestros fines, por más que nosotros tratemos de moldeamos a nuestro antojo. » Libre albedrío y predestinación en una sentencia, y ambas cosas ciertas. Hay solamente un mundo real, con un pasado y un futuro. «Como fue en un principio, ahora y siempre, por siempre más, amén. » Solamente uno... pero lo bastante grande y lo bastante complicado para poder incluir el libre albedrío y el viaje por el tiempo y todo lo demás en sus uniones y sus retornos y circuitos de protección. Se te permite hacer lo que quieras dentro de las reglas... pero vuelves a tu propia puerta.

No soy la única persona que haya viajado por el tiempo. Fort dio una lista de demasiados casos que no pueden ser explicados de otra manera, y lo mismo Ambrose Bierce. Y hubo aquellas dos damas de los jardines del Trianón. Y tengo el presentimiento de que también el doctor Twitchell cerró aquel interruptor más veces de las que quiso admitir... sin decir nada de otros que pudieron haberlo aprendido en el pasado o en el futuro. Pero dudo que tenga grandes consecuencias. En mi caso solamente lo saben tres personas, y dos de ellas no lo creen. No se puede hacer mucho si se viaja por el tiempo. Como dijo Fort, solamente se hacen ferrocarriles cuando ha llegado la hora de los ferrocarriles.

Pero no me es posible sacarme a Leonard Vincent de la cabeza. ¿Fue Leonardo da Vinci? ¿Se las arregló para pasar a través del continente y regresó con Colón? La enciclopedia dice que su vida fue de tal manera, pero a lo mejor la había revisado. Yo sé como son esas cosas: he tenido que hacerlo un poco yo mismo. En la Italia del siglo XV no tenían números de seguridad social, cartas de identidad ni huellas digitales: podía haberlo conseguido.

Pero pensando en él, apartado de todo aquello a que estaba acostumbrado, consciente del vuelo, de la potencia, de un millón de cosas más, intentando desesperadamente representarlas para que pudiesen hacerlas; pero condenado al fracaso sencillamente porque no es posible hacer las cosas que hacemos hoy sin siglos de arte anterior en los cuales basarnos.

Fue más fácil para Tántalo.

He estado pensando en lo que podría hacerse con el viaje por el tiempo, si fuese desclasificado, haciendo pequeños saltos, montando maquinaria para regresar, llevándose consigo los componentes. Pero algún día saltaría uno una vez en exceso, y no podría regresar porque no era la hora del «ferrocarril». Algo muy sencillo, como una aleación especial, te haría fracasar. Y es verdaderamente un riesgo espantoso no saber en qué dirección se va. Imaginemos que sería ir a parar a la corte de Enrique VIII con un cargamento de cajas subflexoras destinadas al siglo XXV. Más valdría quedarse encalmado en las latitudes de calma chicha.

No; no se debe nunca poner en el mercado un aparato hasta que se han superado todas las dificultades.

Pero no me preocupan las «paradojas» ni «determinar anacronismos»: si un ingeniero del siglo XIII soluciona en realidad las dificultades y consigue instalar estaciones de transferencia y comercio, será porque el Arquitecto lía diseñado así el universo. Nos dio ojos, dos manos, un cerebro; cualquier cosa que hagamos con ellos no puede ser una «paradoja». No necesita entremetidos que «impongan» sus leyes; se imponen por sí mismas. No existen los milagros, y la palabra «anacronismo» no es sino un vacío semántico. ~

Pero la filosofía no me preocupa a mi más de lo que preocupa a

Pet. Este mundo me gusta, sea cual fuere la verdad acerca de él. He encontrado mi Puerta al Verano, y no volvería a viajar por el tiempo por miedo a equivocarme de estación. Quizá mi hijo viaje, pero en tal caso le instaré para que vaya hacia delante, y no hacia - atrás. «Atrás» es para casos de apuro; el futuro es mejor que el pasado; a pesar de los lloraduelos, los románticos y los antiintelectuales, el mundo se hace cada vez mejor porque la mente humana, aplicándose, lo mejora. Con manos... con herramientas... con intuición, ciencia e ingeniería.

La mayor parte de ésos que quitan importancia a todo son incapaces de clavar un clavo y de utilizar la regla de cálculo. Me gustaría invitarles a la jaula del doctor Twitchell y devolverlos al siglo XII y dejarles que lo disfrutasen.

Pero no estoy furioso con nadie, y me gusta el ahora. Salvo que Pet se está haciendo viejo y engordando algo, y que no se siente inclinado a elegir oponentes más jóvenes; muy pronto tendrá que tomar el Sueño Demasiado largo. Deseo de todo corazón que su pequeña alma valiente encuentre su Puerta al Verano, donde abunden los campos de calentamiento y las gatas sean complacientes, y los competidores robot estén diseñados de modo que peleen furiosamente pero pierdan siempre, y las gentes tengan regazos y manos -cariñosas contra los cuales rascarse, pero nunca pies que den patadas.

Ricky también está engordando, pero es por una razón temporal y más feliz. No ha hecho sino embellecerla todavía más, y su dulce y eterno ¡sí! no ha variado; aunque no le resulta cómodo.

He estado trabajando con dispositivos que le faciliten las cosas. No resulta muy cómodo ser mujer; se debería hacer algo, y estoy convencido de que pueden hacerse algunas cosas. Hay la cuestión del agacharse, y también los dolores de espalda -estoy trabajando en ello, y le he construido una cama hidráulica que pienso patentar. También debería ser más fácil entrar y salir de una bañera. Pero no he resuelto eso todavía...

Para el viejo Pet he construido un «Cuarto de baño gatuno» automático, que se llena por si solo, sanitario e inodoro, para uso durante el mal tiempo. No obstante, Pet, como es un gato de verdad, prefiere salir afuera, y no ha abandonado nunca su convicción de que si pruebas todas las puertas, por fuerza tiene que haber una que sea la Puerta al Verano.

Y la verdad es que creo que tiene razón.

FIN


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