BILL EN EL PLANETA
DE LOS ESCLAVOS
ROBOTS
Bill, héroe galáctico/1
Harry Harrison
Introducción - La verdadera historia de Bill
Bill, así lo llamaban. Lo llamaban así porque ése era su nombre. Un sencillo muchacho
granjero enviado a las estrellas, de sus hectáreas, su plateada robomula, su lívida mamá
la pobre mujer tenía problemas circulatorios - y forzado mediante malas artes a entrar en
las fuerzas armadas del emperador.
La historia de cómo se convierte Bill en un héroe galáctico ha sido relatada en un libro
titulado Bill, el héroe galáctico. Es una historia real y hay una lágrima en cada página.
(Una lágrima artificial que el impresor goteó sobre las páginas.) Léalo. Le hará reír, le hará
llorar, le hará desear salir corriendo y abandonar. Verá cuán duro trabajó el ejército para
destruir a Bill, cómo él se encogió y marchitó, y luego se hizo maduro bajo dicho
tratamiento. Aprendió a maldecir como cualquier buen soldado - a decir puñeta 354 veces
al día -, a beber en exceso, a correr lujurioso tras las chicas mientras los ojos se le salían
de las órbitas a causa del esperma. Cualquier mujer estaría orgullosa de ser su madre, a
pesar de que no puedo imaginarme el porqué.
Tras ser arrastrado y persuadido para que se alistara en las tropos espaciales, Bill fue
enviado a realizar su entrenamiento básico en el campo León Trotsky. Fue allí, bajo la
sádica influencia de Esperanzamuerta de Camino, un instructor con colmillos de ocho
centímetros de largo, donde su moral resultó aplastada, su voluntad destruida, su
coeficiente intelectual mermado y su espíritu roto al convertirse en un soldado perfecto.
Sólo su formación de campo, producto de aburridos años de actividad en la granja, evitó
que él también fuera aplastado como un escarabajo. No había acabado aún su
entrenamiento (de hecho antes de que lo acabara) y, lo que as más importante todavía,
no había traspasado la puerta delantera del burdel para rangos inferiores, cuando él y sus
compañeros de litera fueron despachados sin ceremonias a bordo de la nave espacial de
batalla, la distinguida y vieja dama de la flota, Colina Feliz.
La guerra estaba a pleno rendimiento. La humanidad estaba avanzando hacia las
estrellas. Lejos de allí, en medio del polvo de estrellas, soles y planetas, cometas y
porquerías espaciales, existía una raza de alienígenas inteligentes. Los chinger. Eran
pacíficos lagartillos verdes con cuatro brazos, escamas y una cola como la mayoría de los
lagartos. Así que, por supuesto, tenían que ser destruidos. Algún día, quizá, podrían
convertirse en una amenaza. De cualquier forma, ¿para qué sirven un ejército y una
armada sino para luchar?
El aburrimiento del servicio espacial se vio mitigado cuando Bill descubrió que aquel
buen amigo suyo, Eager Beager, era un espía chinger. Al principio aquello fue difícil de
comprender para Bill, incluso con su mermada inteligencia militar, ya que todos sabían
que los chinger tienen aspecto de lagartos comedores de insectos, con cuatro brazos, y
aquel amigo suyo medía dos metros. Bill comprendió los hechos un poco mejor cuando
descubrió que Beager era una clase de espía muy especial. Bueno, no era realmente un
espía, sino un robot dirigido por un chinger de veinte centímetros desde un centro de
control emplazado en el cráneo de Beager. Dos metros (doscientos centímetros), veinte
centímetros (doscientos milímetros); el ejército exagera ciertamente la necesidad de una
buena propaganda. En cualquier caso, el espía escapó y la normalidad de inacción y
aburrimiento regresó hasta que finalmente Bill entró en batalla como mechero,
encargándose de mechas gigantes. La batalla fue feroz, todos sus compañeros resultaron
muertos, mientras que él sólo recibió una ligera herida cuando le volaron un brazo. A
pesar de ello, y de forma completamente accidental, fue Bill quien realizó el disparo que
pudo oír toda la flota, y que destruyó la nave enemiga. Convertido entonces en héroe, con
un buen brazo, recio, negro y derecho, cosido en el sitio de su carbonizado brazo
izquierdo (al tener dos brazos derechos puede darse la mano a sí mismo, lo cual es muy
divertido), recibe una medalla y una condecoración de héroe.
También se las arregla para irse de FSM, lo que significa fuera sin marcharse, incluso
por encima de la colina, que básicamente quiere decir escapar del nido de los soldados
por un rato. Durante el curso de sus aventuras en el planeta Helior, se convirtió también
en un espía, se vio envuelto en el vertido de basuras y en otras cosas interesantes. Tan
interesantes que acabó en un combate y condenado a muerte en el planeta de irás y no
volverás, adonde los soldados llegaban con billete sólo de ida. Pero una investigación
relacionada con el alcohol reveló que mientras las víctimas normales eran cosidas y
devueltas al combate, brazos nuevos para reemplazar a los antiguos, nuevos del todo
(bueno, casi del todo) para reemplazar otros, había escasez de pies. Un soldado sin pies
era enviado fuera del planeta para repararlo, para luchar otro día en otro mundo.
Desafortunadamente, Bill tenía dos buenos pies y estaba, por tanto, condenado a morir en
combate. Pero, siempre hombre de recursos, se voló el pie derecho, lo cual era mejor que
esperar a que le volaran el resto del cuerpo.
Así que allí lo tienen: con un pie artificial, un creciente hábito alcohólico, una satiriasis
incipiente, los colmillos quirúrgicamente trasplantados de Esperanzamuerta de Camino y
un hígado perforado, preparado para lo que pueda venir. Bill, soldado leal al emperador
(como si tuviera alguna elección), está destinado de por vida a ser un guerrero interestelar
ya que su alistamiento es prorrogado tanto si quiere como si no. La única ventaja con la
que cuenta es que, por el simple hecho de disfrutar de un pie artificial, tiene más o menos
la mitad de pies de atleta que el resto de los soldados.
Aquí lo tienen, un reticente héroe galáctico que va hacia la acción una vez más.
Harry Harrison
1
Bill no era feliz en su trabajo, en realidad, no debería ser así ya que, al igual que todas
las cosas militares, requería poca o ninguna inteligencia; sólo reflejos bien condicionados,
reflejos que ahora le cosquillearon el cerebro con la advertencia de que el arrastrar de
pies de los reclutas se estaba haciendo demasiado leve. Levantó la vista y vio que
estaban casi fuera del alcance de la insta. De hecho, estaban realmente fuera del alcance
de la vista, ocultos tras una nube de polvo levantado por sus gastadas botas, tan
gastadas como obviamente lo estaba la piel de los pies de los pobres reclutas. Bill inspiró
profundamente y exhaló el aire violentamente en un solo rugido.
- Media vuelta... ¡Ar!
Un pájaro pequeño cayó al suelo, aturdido por la intensidad de la orden. Aquello alegró
a Bill ligeramente, porque demostraba que sus habilidades de instructor militar estaban
mejorando. También alegró a los reclutas, porque estaban a punto de precipitarse a un
barranco profundo y lleno de rocas. La primera fila estaba ya temblando de miedo,
enfrentada a la terrible elección de la muerte por caída libre o a manos del instructor.
Giraron en redondo con bastante poca elegancia debido a que trastabillaban de fatiga, y
volvieron a entrar en la nube de polvo, tosiendo con estruendo.
Al acercarse los soldados, una mueca de enfado torció los labios de Bill, mueca a la
que confería aún más expresividad un colmillo solitario y largo que descansaba sobre su
labio inferior y cuya punta amarillenta casi le tocaba la barbilla. Bill tañó el colmillo con una
uña y su mueca se hizo más mueca aún. Dos colmillos resultaban amenazadores, pero
uno solo le daba el aspecto de un perro bulldog que había perdido una pelea. Tendría que
hacer algo al respecto.
El fuerte ruido de pasos de marcha atrajo su atención y sus ojos cambiaron de punto de
enfoque; entonces vio que los reclutas en marcha estaban a tan sólo un paso de
distancia, y que el más cercano a él jadeaba de miedo ante el pensamiento de colisionar
con el instructor.
- Compañía... ¡Alto! - bramó.
Los doloridos pies quedaron en silencio y el recluta casi encima de Bill. Se detuvo a
pocos milímetros, una distancia estremecedoramente corta, del temido instructor, con sus
pupilas polvorientas en contacto con las de Bill, inyectadas en sangre.
- ¿Qué estás mirando? - susurró Bill con toda la amenaza de una serpiente en celo.
- Nada, majestad, señor, alteza...
- No mientas. Estás mirando mi cara.
- No... quiero decir... no lo puedo evitar, ya que el globo de mi ojo está tocando su cara.
Y no sólo estás mirando mi cara, también estás mirándome el colmillo. Y estás
pensando: ¿por qué tiene sólo un colmillo? - Bill retrocedió unos pasos y les gruñó
despectivamente a todos los reclutas asustados, fatigados, casi muertos -: Todos vosotros
estáis pensando lo mismo, ¿verdad? Decid ¡sí!
- ¡Sí! - jadearon y graznaron al unísono. De todas formas, la mayoría de ellos estaban
demasiado machacados como para saber qué demonios estaban haciendo.
- Lo sabía - suspiró Bill, y acto seguido volvió a tañer tenebrosamente su colmillo
solitario -. No os culpo. Un instructor con dos colmillos debe de ser una visión aterradora,
pero con un solo colmillo hay que reconocer que resulta un espectáculo patético.
Sorbió por la nariz sintiendo lástima de sí mismo, y se secó una gota que le colgaba de
ella con el reverso de la mano.
- Ni espero compasión por vuestra parte, pergeños imbéciles, ni lealtad ni nada que se
le parezca, es la «semana de joder al compañero». No, sólo espero liso y llano egoísmo y
sobornos. Haremos instrucción hasta que se oscurezca o caigáis muertos. Lo que ocurra
primero. - Esperó mientras un gemido de dolor recorría la tropa como un suspiro -. O
podéis emular al reemplazo de ayer; aquellos muchachos, compadecidos de mi problema,
donaron libremente un talego cada uno para los fondos de mi colmillo. Debo reconocer
que les quedé tan agradecido que interrumpí en ese mismo momento la instrucción.
Todos quedaron muy contentos.
Los soldados, enrolados reciente y reticentemente en el servicio para la gloria del
imperio, ya habían absorbido algunos mensajes de supervivencia, y aquél lo oyeron alto y
claro. Se oyó un tintineo de monedas y Bill pasó ante ellos y aceptó aquella donación no
solicitada.
- Rompan filas - murmuró el instructor mientras contaba el barro -. Suficiente, sí, sólo
suficiente - sonrió y bajó los ojos hasta sus pies, y entonces aquella sonrisa se
desvaneció instantáneamente. El colmillo era sólo la mitad de su problema; ahora estaba
mirando la otra mitad.
Su pie izquierdo tenía una apariencia aceptablemente normal, enfundado en la bota
pisotea-reclutas brillante como un espejo; pero su bota derecha era ligeramente distinta.
Más que ligeramente distinta. En primer lugar tenía el doble del tamaño de la izquierda, y
más interesante resultaba aún el dedo gordo que asomaba por un agujera practicado en
el cuero. Era un impresionante dedo amarillo coronado por una brillante garra. Bill gruñó
con frustrado enojo y dio una patada con el pie derecho, como consecuencia de lo cual
excavó una profunda zanja en el duro suelo. Tendría que hacer algo al respecto de
aquello también.
Un trueno resonó detrás de las montañas cuando Bill comenzó a andar a través del
campo de instrucción hacia las barracas. Dirigió un ojo cargado de sospecha hacia el cielo
mientras se hacían visibles las nubes negras que avanzaban rápidamente. El viento
comenzó a soplar a la misma velocidad con que se movían las nubes, y el instructor tosió
en medio del polvo que se arremolinaba en torno a él, aunque no durante mucho tiempo;
una lluvia torrencial abatió la polvareda e instantáneamente convirtió el campo de
instrucción en un mar de fango. La lluvia cesó en cuanto él estuvo bien empapado, y le
siguió una granizada de gigantescas piedras que abría cráteres en el fango y
repiqueteaba sobre el casco del instructor. Antes de que Bill hubiera llegado a las
barracas, el viento arrastro las nubes fuera de la vista y un sol tropical arrancó columnas
de vapor de su uniforme. Aquel planeta, Grundgy, tenía un clima interesante.
Era lo único que tenía de interesante. Por lo demás era estéril y despreciable, y tenía
sólo dos estaciones: un invierno helado y un verano tropical. No había ningún mineral que
mereciera la pena extraer, ningún terreno digno de cultivar, ningún recurso merecedor de
ser explotado. En otras palabras, el planeta perfecto para convertirlo en una base militar,
cosa que se había hecho con grandes y exagerados gastos, hasta conseguir que la
gigantesca isla continente, que flotaba en aquel mar hirviente lleno de icebergs, fuese
toda ella un gigantesco asentamiento militar. Fort Grundgy llevaba el nombre del famoso
comandante en todo el ámbito galáctico llamado Merda Grundgy. No era famoso por nada
más que por haber expirado de hemorroides terminales provocadas por comer
demasiado. Pero como era el tío abuelo del emperador, su nombre sería honrado por
siempre jamás.
Estos y otros pensamientos igualmente tenebrosos pasaron rápidamente por la mente
de Bill, mientras éste examinaba la bolsa de dinero que tenía dentro del baúl, a los pies de
la cama. Suficiente, tan sólo suficiente. Seiscientos doce talegos imperiales. Ahora era el
momento.
Bajó la cremallera de sus botas y se libró de ellas con un par de patadas. Tenía los tres
dedos amarillos del pie derecho encogidos y entumecidos, y los estiró con felicidad.
Luego se arrancó el uniforme y lo arrojó a la máquina destructora donde la tela de papel
reforzado quedaba instantáneamente reducida a sus fibras básicas. Acto seguido extrajo
un nuevo uniforme del rollo que estaba en la pared de la letrina, y se lo puso. Tuvo
problemas para meter los dedos amarillos del pie derecho en la bota, y murmuró sucias
maldiciones mientras luchaba para encajarlo dentro del calzado.
Cuando abrió la puerta del barracón llovía a cántaros. La cerró de golpe profiriendo
entre dientes indecencias, contó hasta diez y, tras volver a abrirla, salió al exterior, donde
brillaba un sol abrasador; caminó de prisa a lo largo de la calle en dirección al hospital de
la base.
- El doctor está ocupado en otra cosa y no puede verlo en este momento - le dijo la
opulenta cabo de la recepción, y se acarició delicadamente el borde de una uña rojo
sangre -. Inscriba su nombre en esta lista para pedir hora de visita, que será dentro de
tres semanas a las cuatro de la madrugada... ¡ÜÜh!
Ella había emitido aquel grito, «¡ÜÜh!», porque él había gruñido con malevolencia al
darle una patada con efecto al escritorio metálico y abrirle una estría a la chapa con las
uñas del pie derecho.
- No me cuente trolas, cabo, llevo demasiado tiempo en el ejército como para que me
cuenten trolas.
- Parece que no ha estado lo suficiente como para aprender gramática. Fuera... antes
de que llame a la policía militar y lo haga fusilar por atentar contra las propiedades del
Gobierno... ¡Uh!
El grito de ella hizo eco con el sonido de metal desgarrado cuando él volvió a atizarle al
escritorio.
- Llame al doctor. Dígale que se trata de dinero, no de medicina.
- ¿Por qué no lo dijo desde el principio - contestó ella sorbiendo por la nariz cuando él
le asestó un puñetazo al intercomunicador -. Almirante, quiere verle un cliente con
efectivo. - La cabo hizo aquello con alacridad y eficiencia, ya que el doctor almirante le
daba un porcentaje, así como también le echaba un polvo con la misma alacridad y
eficiencia siempre que conseguía apartar su mente de los experimentos ilegales.
La puerta que estaba detrás de la muchacha se abrió; el doctor almirante Mel Praktis
asomó la calva cabeza y le dirigió a Bill una mirada maligna con un solo ojo; el otro lo
tenía oculto un monóculo oscuro. Dicho monóculo ocultaba el hecho de que el ojo le había
sido extraído de una forma demasiado repugnante como para mencionarla. Pero desde
entonces había sido reemplazado por un telescopio-microscopio, que es un artilugio muy
útil. Sus experimentos médicos ilegales eran tan repulsivos, que cuando fueron
descubiertos se le condenó a muerte por empalamiento, o bien a ocupar un puesto de
médico en la armada. La decisión no había sido fácil. Pero, a pesar de todo, al final las
cosas habían salido bien, ya que el alcohólico comandante de aquella base hacía ojos
ciegos a sus experimentos. Praktis le había terminado de cegar utilizando una cantidad
ilimitada de alcohol, para asegurarse de que podría realizar con éxito su trabajo sucio.
- ¿Es usted el de la lobotomía prefrontal? - preguntó Praktis.
- Nada de ese rollo. El colmillo, doctor, el colmillo, ¿se acuerda? Antes sólo tenía
suficientes talegos para un solo implante, pero ahora tengo el resto.
- Si no hay talegos, no hay colmillos. Veamos cuánto tiene.
Bill sacudió la bolsa, que tintineó.
- Dentro, que es para hoy.
Praktis vació la bolsa en el lavabo, la tiró en la ranura de desechos, y luego empapó el
dinero en antiséptico antes de contarlo.
- Nunca se sabe qué misteriosas infecciones pueden tener los soldados. Le faltan diez
talegos.
- Usted debería saberlo; ha sido usted quien ha infectado a la mayoría de ellos. No me
venga con esas trolas, doctor. Ése es el precio acordado. Seiscientos doce.
- Eso era la semana pasada. Tengo que tener en cuenta la inflación.
- Eso es todo lo que tengo - gimoteó Bill.
- Entonces firme un recibo contra su paga del mes próximo.
- Usted no tiene alma - murmuró Bill mientras firmaba.
- La dejé depositada en la iglesia cuando entré de servicio. ¿Cuál es el nombre? Tengo
que entrarlo en el ordenador para saber dónde archivé su colmillo.
- Bill. Con dos eles.
- Dos eles sólo se usan para los oficiales. Tecleó para entrar los datos -. Aquí está, bajo
el nombre de Bil, como debe ser. Congelador número doce, en el nitrógeno líquido.
Cogió unas tenazas metálicas y salió a escape, para regresar al cabo de un instante
con un cilindro de plástico que desprendía vapor al contacto con el aire tibio. Lo arrojó al
interior del microondas y pulsó unos botones.
- Sesenta segundos será suficiente. Si le diera más tiempo se cocinaría.
- Sin bromas, doctor. Éste es un asunto serio.
- Sólo para usted, soldado. Para mí no es más que unos pocos talegos adicionales que
enviaré a mi agente con el fin de comprar mi absolución. - El microondas emitió un pitido y
el doctor señaló con el pulgar la mesa de operaciones -. Quítese los pantalones y échese
ahí.
- ¿Los pantalones? Es en la boca donde tiene que implantármelo, doctor. ¿Dónde está
pensando ponérmelo?
La única respuesta de Praktis fue una malvada risita entre dientes mientras empujaba
al cirujano electrónico con ruedas hasta el sitio correspondiente.
Bill sintió arcadas cuando de repente las pinzas de goma le abrieron la boca. Praktis
murmuró y entró órdenes por medio del teclado. Bill gritó roncamente mientras las pinzas
le mantenían la boca abierta, mientras el escalpelo de láser le chamuscaba la encía y las
pinzas le retorcían el incisivo.
- Eeeep, lo siento, me olvidé - mintió Praktis sádicamente mientras le inyectaba una
dosis de anestesia local antes de continuar.
En cuestión de segundos el diente había sido extraído, la encía de Bill echada hacia
abajo, el agujero para la raíz agrandado con un taladro, y las raíces del colmillo
firmemente implantadas, además de bombearle crececarnes en el intersticio antes de
cerrarlo todo con gomasutura.
- Enjuáguese, escupa y lárguese de aquí - dijo Praktis mientras Bill bajaba de la camilla
y se afirmaba vacilante sobre los pies.
- Eso está mejor - dijo Bill, admirándose en el espejo. Tañó ambos colmillos por turno, y
luego practicó una sonrisa torcida. Aquélla era una expresión realmente repugnante -.
Esperanzamuerta de Camino se sentiría orgulloso de verme, si estuviera vivo.
- Fuera.
- Todavía no, doctor - dijo, quitándose la enorme bota del pie derecho y estirando los
dedos. Luego hizo tres largas zanjas en el plástico del suelo -. ¿Qué le parece esto, eh?
Qué le parece?
- Realmente muy bonito, si tengo que decirlo. Creo que sus garras necesitan que se las
arreglen.
- ¡Lo que necesito es que me cambien el pie! ¿Es que tendré que pasar el resto de mi
vida con un pie gigante de pollo pegado al tobillo?
- ¿Y por qué no? Sin duda es mucho mejor que una pata de palo.
- ¡Yo quiero un pie de verdad!
- Y tiene un pie de verdad: un verdadero pie de pollo mutante. Y déjeme que le diga, y
no es que quiera jactarme, que no existe otro cirujano en el universo conocido capaz de
hacer eso. ¡Y protestaban por mis llamados experimentos ilegales! Vendrán arrastrándose
hasta mí cuando tengan problemas de pies; espere y lo verá.
- Yo no quiero esperar ni ver nada. Espero un auténtico pie humano vivo en ese sitio.
- Ya conoce el reglamento, recluta, así que no venga a lloriquearme con sus
insignificantes problemas. Estamos en guerra soldado, ¿o es que no tiene noticia de ello?
Hay déficit, y una cosa de la que realmente estamos escasos es de pies de repuesto.
- ¿No puede hacer usted nada?
- Puedo ponerle una pata de conejo a cambio del que cene. Se supone que traen
mucha suerte.
- ¡Yo quiero un pie de verdad! - aulló Bill.
Pero nadie oyó su aullido que fue ahogado por una explosión que arrancó la mayor
parte del tejado del hospital.
2
Mientras el doctor Praktis temblaba de miedo, boqueando estúpidamente en dirección
al vacío que había ahora en el techo y a los escombros que habían caído, Bill se arrastró
bajo la mesa metálica. En cuanto su propio culo estuvo a salvo, se puso a pensar en el
futuro y en su pie de pollo, así que por puro egoísmo se asomó y arrastró al doctor a lugar
seguro. Un enorme bloque de cemento cayó justo en el sitio en el que Praktis había
estado de pie, y éste gorgoteó de horror. Luego miró a Bill con perrunos ojos de gratitud.
- Me ha salvado la vida - lloriqueó.
- Simplemente no lo olvide cuando llegue el próximo cargamento de pies congelados.
Quiero el mejor.
- ¡Será suyo! Si tiene prisa, tengo un pie muy exquisito del número treinta y cinco, que
fue cuanto quedó de una enfermera devorada por unos perros guardianes.
- No, gracias. Esperaré. El pie que tengo ahora presenta grandes posibilidades de
combate hasta que llegue el señor pie derecho.
- ¿Por qué habla de combate? - chilló Praktis.
- Porque estamos en medio de él en este mismo momento. ¿O es que todas esas
bombas, granadas y gritos de moribundos no significan nada para usted?
El lamento de agonía de Praktis fue provocado por un atronador aleteo acompañado de
una sombra que pasaba sobre ellos. Bill se arriesgó a echar un rápido vistazo fuera de la
mesa, y vio que un enorme dragón les estaba sobrevolando trazando círculos. El dragón
advirtió el movimiento con su ojo globular y abriendo la boca escupió una lengua de
llamas. Bill volvió a ocultar la cabeza a toda velocidad y justo a tiempo, pues la bola de
humeante fuego crepitó sobre el suelo que les rodeaba. Praktis gimió y se estremeció; Bill
se puso simplemente iracundo.
- Ésta no es manera de dirigir una base militar. ¿Dónde están las defensas? ¿Y los
cañones antidragón? Voy a cargarme a esa madre escamosa antes de que se me cargue
a mí.
En cuanto el dragón se marchó volando, Bill se deslizó de debajo de la mesa y se
zambulló por la abertura que había en el sitio que antes había ocupado la pared. Se tomó
tan sólo un segundo para admirar los tremendos estropicios que el dragón había causado
con tanta rapidez. Después volvió a lanzarse en busca de cobijo cuando otra de aquellas
bestias pasó volando y lanzó una sarta de bombas por la cloaca. Una vez que hubieron
caído los últimos escombros repiqueteando en el suelo, Bill corrió hacia la armería más
próxima y abrió la puerta hundiéndola de una patada con las garras de su pie mutante.
- ¡Fantástico! ¡Realmente fantástico! - canturreó exultante mientras cogía el tubo negro
en el cual estaba escrito MAS en letras blancas.
- MAS - dijo, mientras se apoyaba el resto en el hombro -. Misil Aéreo de Superficie.
Su dedo índice acarició el gatillo mientras él bizqueaba a través de la mira; tenía una
fantástica vista de la barriga redonda del dragón más próximo.
- ¡Ahí tenéis algo de parte de los reclutas! - exclamó alegremente mientras apretaba el
gatillo.
El MAS se estremeció, chasqueó, y acto seguido salió del cañón una pequeña asta
metálica con una banderita flameando en el extremo. En la banderita estaban
elegantemente bordadas las palabras: has errado.
- ¡Esta porquería es sólo un trasto de entrenamiento! - aulló Bill y se la arrojó al dragón.
Pero el monstruo había advertido el movimiento de la flameante banderilla y había
virado describiendo un cerrado giro; se precipitó bruscamente en dirección a Bill mientras
le salía humo por las fosas nasales al abrir la boca para lanzar la lengua de fuego
abrasador destinado a cocinar al soldado como a un filete a la brasa. - Éste es mi fin -
murmuró Bill valientemente -, morir tan lejos del hogar... con un pie de pollo.
La lengua de llamas se acercaba más y más... y el dragón estalló al alcanzarlo un misil
justo en el ombligo.
- Al fin alguien ha encontrado un MAS que funciona - gruñó Bill mientras aquella cosa
se estrellaba en el tejado de las letrinas justo delante de él, produciendo un estruendo
metálico en lugar del ruido sordo y blando que él había esperado.
Pero aquello quedó explicado cuando advirtió que la cabeza del dragón, arrancada del
cuerpo, había caído al suelo. Del destrozado cuello sobresalían cables y varillas mientras
de los conductos rotos manaba fluido hidráulico en lugar de sangre.
«Tendría que haberlo sabido - se dijo Bill -. Es una máquina. Los dragones de carne y
hueso son historias para tontos. Son aerodinámicamente defectuosos. Tienen las alas
demasiado pequeñas, para empezar.»
Mientras meditaba acerca de estos misterios eternos, observó con interés cómo la
cabeza del dragón se rasgaba y abría como un párpado. Aquello le resultó muy familiar,
sobre todo cuando se asomó a mirarle tristemente la criatura verde de dieciocho
centímetros de estatura, dotada de cuatro brazos.
- ¡Tú eres un chinger! - jadeó Bill.
- Bueno, no soy el cerebelo del dragón, si es eso lo que estás pensando - se mofó el
chinger.
Bill buscó a tientas un pedazo de cemento para aplastar al pequeño bastardo, pero no
llegó a tiempo.
El extraterrestre enemigo abrió de una patada una tapa emplazada en el cuello del
dragón, y extrajo un diminuto cohete con un arnés, el cual se puso.
- ¡Arriba los chinger! - rechinó al tiempo que el pequeño cohete resplandecía y salía
disparado en dirección al cielo. Bill dejó caer el trozo de cemento y echó un vistazo al
interior de la sala de control de la cabeza del dragón. Era como la de la cabeza de Eager
Beager, con su tablero de mandos y un diminuto refrigerador de agua. Había incluso una
chapa metálica con un número de serie, sobre el tablero. Bill se inclinó y bizqueó
intentando leer la inscripción.
- MADE IN USA, dice aquí. Me pregunto qué querrá decir. Pero él no era el único
interesado en aquello. Ahora que el ataque había acabado definitivamente, el doctor
Praktis salió a gatas de entre las ruinas del hospital, y sus estremecimientos de terror
cesaron al ser sustituidos por la curiosidad científica.
- ¿Qué demonios es eso? - preguntó.
- No es ningún demonio. Es lo que queda de un dragón volador mecánico bombardero
y lanzallamas de los chinger.
- ¿Qué significa MADE IN USA?
- Eso es lo mismo que yo me estaba preguntando, doctor - dijo y miró a su alrededor;
después se acercó a un montón de escombros y desenterró una camilla de mano -.
Venga, ayúdeme a cargar la cabeza aquí encima y se la llevaremos al comandante a ver
qué piensa de todo esto.
Aquello no resultó tarea fácil debido a que los edificios de la comandancia habían
recibido una buena andanada. Cuando se acercaron, vieron que delante de aquellos
estaba de pie un almirante que llevaba en el hombro las anclas doradas y los soldadores
distintivos de los oficiales técnicos, y miraba sombríamente los humeantes restos. El
almirante miró a Praktis e hizo un gesto con la cabeza.
- Usted y yo nos escapamos, Mel, pero se cargaron a todos los demás oficiales. A
todos y cada uno. Estaban aquí, celebrando una orgía a beneficio de la Cruz Roja.
- Al menos murieron en el cumplimiento del deber.
- Una buena forma de marcharse - dijo el oficial técnico suspirando profundamente;
luego miró a Praktis con expresión de grave sospecha -. ¿Cuánto tiempo hace que es
usted almirante, doctor Mel Praktis?
- ¿Y eso qué le importa a usted, profesor Lubyanka?
- Me importa porque el más antiguo será el que asuma el mando. Y yo soy almirante
desde hace dos años, seis meses y tres días desde las nueve de esta noche.
- Yo no me preocupo de llevar la cuenta de insignificancias de ese tipo - respondió
Praktis, despectivamente.
- Lo cual significa que lleva menos tiempo que yo, bastardo médico carnicero.
- ¡Idiota cableador de circuitos impresos!
- Recluta, mate a este amotinado.
- ¿Es una orden, señor?
- Es una orden.
Bill agarró a Praktis por el cuello y comenzó a estrangularlo.
- ¡Finlandés!... ¡Prestamista! - jadeó Praktis y el nuevo comandante le hizo un gesto a
Bill para que lo dejara.
- Traed esa cabeza de dragón. Tenemos que informar al CG de la Armada de lo que ha
ocurrido, y averiguar la procedencia de este ataque. Se supone que este sector estaba
pacificado desde hacía mucho tiempo.
Debido a su emplazamiento, detrás de la planta de tratamiento de aguas residuales y
lejos de los edificios del CG, el laboratorio electrónico no había resultado afectado por el
ataque. Los ingenieros del almirante Lubyanka acudieron presurosos a la llamada de su
amo y se llevaron los despojos del dragón. Por el momento, todo el mundo hizo caso
omiso de Bill y Praktis, y ellos, con auténtico instinto de recluta, se escabulleron fuera del
campo visual.
- ¿Qué tal si me invita al club de oficiales a charlar un rato? - insinuó Bill con optimismo.
- ¿Para qué? - preguntó Praktis con suspicacia.
- Beber - fue la respuesta instantánea del otro.
Ya llevaban bebidas sus buenas dos botellas de disolvente de pintura antigua cuando
el mensajero dio con ellos.
- El almirante quiere que los dos se presenten en su oficina inmediatamente, si no
antes.
- ¡Vete al diablo! - dijo despreciativamente Praktis.
El mensajero sacó su pistola.
- Se me ordenó que les disparara a ambos si oponían resistencia.
La carrera a paso ligero había conseguido que estuvieran un poco más sobrios, y
pronto se hallaron de pie ante el escritorio de Lubyanka, jadeando, balanceándose
ligeramente y apoyándose el uno en el otro. El dueño de la oficina gruñía y murmuraba
mientras revolvía los informes que tenía ante sí. Levantó la vista y se estremeció.
- Siéntense o caerán al suelo - ordenó, y sacudió un informe transmitido por el satélite.
- SNTJ - masculló a través de los rechinantes dientes -. Situación normal... todo jodido.
Las estaciones de nuestros satélites se las han compuesto para enviar una sonda tras la
pista de la nave espacial que nos echó encima esos dragones. Se alejó en dirección a
Alfa Can Mayor, un sector que hasta ahora había sido neutral. Necesitamos saber qué
está ocurriendo... y dónde está ese tal planeta Usa.
- Bueno, en mi opinión usted es un genio de la electrónica - dijo Praktis sorbiendo por la
nariz. Aquí no tiene nada que hacer un viejo y cansado serrador de huesos.
- Oh, por supuesto que tiene algo que hacer. Le voy a poner al mando de la nave de
caza.
- ¿Por qué a mí?
- Porque usted es prácticamente el único oficial que me queda disponible, y el rango
comporta sus responsabilidades. Y además, ese tipejo le acompañará porque también
tenemos escasez de soldados con experiencia en combate. He conseguido reunir una
tripulación para usted... pero no puedo prometerle demasiado.
- ¡Oh, un montón de gracias! ¿Hay quizás alguna otra mala noticia?
- Sí. El ataque destruyó todas las naves que teníamos, excepto el transportador de
basura.
- Yo solía trabajar en el acarreo de basura hace tiempo - dijo Bill con viveza.
- Entonces saldrá a toda carrera a preparar su macuto y estará de vuelta aquí a las
0315 como muy tarde. A esa hora lanzaré en su persecución al pelotón asesino. Para
entonces ya habremos cargado a bordo todo el equipo de seguimiento.
- ¿Existe alguna forma de que podamos escaparnos de ésta? - preguntó Praktis
sombríamente mientras los dos caminaban por la base llena de escombros.
- Ni una. Ya lo investigué el primer día de mi llegada. Es bastante fácil salir de la base...
pero no hay adónde ir una vez fuera. Las plantas nativas no son comestibles. Nos rodea
el océano. No hay dónde esconderse.
- ¡Wow! En tal caso venga conmigo y lléveme las maletas.
- No va a necesitarme, señor - dijo Bill señalando hacia un punto a la espalda del doctor
-. Esos tres médicos tendrían que poder ayudarle.
Praktis se volvió y no vio nada. Cuando volvió a mirar a Bill, obtuvo el mismo resultado.
Aulló iracundo, pero Bill ya estaba fuera de su alcance.
Fuera de su alcance e invadido de una sensación de desesperación sombría mientras
arrastraba los pies en dirección a las barracas. De acuerdo con que la vida de recluta no
era para reírse a carcajadas y que aquel planeta no servía para nada más que para los
meteoritos, pero al menos podría haber conservado la vida en él. Sin embargo, aquella
gabarra espacial de basuras dotada de un médico loco que estaría al mando, le olía muy
mal. Buscó por entre los intersticios de sus neuronas pero no pudo hallar ningún plan
factible para escapar. ¿Volarse el otro pie? No. Si conocía bien a Praktis, acabaría con
dos pies de pollo y una cola de plumas. Por lo que parecía, había llegado el momento de
viajar.
Con la mano libre cubrió la cerradura de combinación del baúl que tenía a los pies de la
cama, y marcó el número correspondiente. Luego presionó el dedo pulgar contra el
detector de huellas dactilares, e hizo girar la llave. Nunca se tomaban las suficientes
medidas de seguridad; no en el ejército. Revolvió el contenido del baúl, preguntándose
qué debía llevarse a la nave. Dudó acerca de si necesitaría el enorme paquete de
preservativos. El puño de hierro con cuchillo y dardos envenenados podrían resultar
útiles. ¿Algo para leer? Recorrió sombríamente las páginas de Tebeos de Combate: de
ellas surgían débilmente las explosiones y los gritos de voces diminutas. Había bastantes
posibilidades, como siempre, de que no volviera a ver aquella base nunca más, y no es
que fuese a echarla de menos. Pero lo mejor sería llevárselo todo.
Bill sacó el macuto de debajo del camastro, y lo empaquetó todo cuidadosamente por
el sistema de vaciarlo directamente del baúl al interior del saco. Le quedaba aún mucho
tiempo antes de tener que embarcar. Tocó su sonorreloj y éste susurró suavemente: «El
senador McGurk, el amigo del recluta, tiene el placer de anunciarle que son ahora las dos
mil trescientas horas. Era un reloj barato, regalo de su madre.
Le quedaban unas pocas horas para ahogar su pena antes de partir. Pero estaba
completamente arruinado. Recorrió con los ojos el barracón, preguntándose quién podía
tener alguna bebida alcohólica. Ciertamente, ninguno de los reclutas. La habitación del
sargento estaba en una esquina; se acercó y golpeó ligeramente la puerta.
- ¿Está ahí, sargento?
La única respuesta fue el silencio, lo que resultaba perfecto. Le arrancó a la cama más
próxima la parte metálica de los pies, y rompió con ella la puerta. La estancia era una
pocilga, pero aquel cerdo era un auténtico borracho. Bill escogió dos de las botellas de
apariencia más letal. Escondió una en el macuto y rompió el precinto de la otra. En cuanto
cesó de manar el vapor, bebió en abundancia y suspiró feliz. Antes de colocarse
demasiado, encendió la alarma del sonorreloj.
Cuando McGurk, el amigo del recluta, le anunció que era hora de despertarse, Bill
estaba acabando el contenido de la botella. Se puso de pie tambaleándose ligeramente, y
se echó el saco al hombro. Es decir, realizó un débil intento de echárselo al hombro, pero
en lugar de levantarlo, fue el saco el que arrastró a Bill hacia el suelo.
- Arrea - dijo, mientras observaba cómo las luces daban vueltas y vueltas, apoyado en
el macuto.
- ¿Se está bien ahí abajo, señor? - dijo una voz.
Tras parpadear un buen rato, Bill consiguió distinguir la silueta de un recluta que se
inclinaba sobre él. Tenía ojos saltones y hombros fuertes. Después de varios intentos
fallidos, pudo pronunciar una frase coherente y aceptablemente articulada.
- No me gusta cómo se está aquí.
Mascullando frases de simpatía, el recluta ayudó a Bill a ponerse de pie sobre sus
vacilantes piernas, y lo estabilizó hasta que se mantuvo en posición vertical.
- Nombre... - pronunció Bill con lenta precisión.
- Wurber, Usía. Acabo de «yegar».
- Cállese. Coja ese saco. Sosténgame. Camine.
De aquella guisa recorrieron el camino que los separaba de la pista de aterrizaje. Bill se
estremeció a la vista de la cochambrosa nave de transporte, y luego permitió que Wurber
le sostuviera mientras subían a bordo penosamente.
La generosidad del recluta obtuvo buena recompensa, pues le destinaron en primer
lugar al cargamento de suministros para nave, y en segundo, a que formara parte de la
escuálida tripulación. Así es cómo el ejército hace justicia sumarísima con aquellos que
rompen el primer mandamiento:
Mantén la boca cerrada y no te ofrezcas voluntario.
3
Había que reconocer que la distinguida dama de la Flota de la Basura, la Imelda
Marcos, era una yegua de trabajo. Sin duda alguna lo era. Quizá fuera más ancha que
larga y acribillada por los meteoritos y oxidada, teñida de negro por los posos de café,
encantadoramente festoneada por trozos de papel higiénico y salpicada de peladuras de
patata; sí, quizá fuera así, pero aún resoplaba y ciertamente podía realizar su trabajo.
Todavía no había sido inventado el contenedor de basura que ella no pudiera llevar hasta
el espacio exterior. No existía tanque de aguas residuales que no pudiera poner en órbita.
Era una trabajadora.
Pero su comandante no lo era. El capitán Bly había sido en otra época uno de los
primeros de su clase en la academia espacial, había tenido las mejores expectativas y la
mayor de las inteligencias. Pero lo había echado todo a rodar por un pequeño error, un
momento de galantería con quien no tendría que haber galanteado, un instante de
rendimiento a la lujuria. Desgraciadamente, aquel mismo día el oficial comandante había
regresado temprano al cuartel general, y había encontrado al joven Bly en la cama con su
esposa... y su sobrino. Por no mencionar a una oveja y a su perro de caza favorito. El
comandante quería de verdad a su perro.
No es necesario decir que, después de aquello, Bly no lo tuvo nada fácil. Hay cosas
que simplemente no se hacen, ni siquiera en la armada, lo cual es mucho decir. Por un
desliz había arruinado toda una carrera. Y Bly vivió para lamentarlo. ¡Si al menos no se
hubiera liado con el perro!
Pero ya era tarde, demasiado tarde para las recriminaciones. Un caballero hubiera
hecho lo que debía, pero él ya no era un caballero. Los oficiales de la flota se habían
encargado de que así fuera. Le habían echado de una nave a otra, avanzando
inexorablemente hacia lo más bajo hasta acabar al mando de la Imelda Marcos. Era una
buena nave de transporte, vieja, que hacía su trabajo con ronca eficiencia. Aun así, su
capitán estaba colocado o borracho, o ambas cosas a un tiempo, la mayor parte de las
veces. Pero hora, según recordaban los miembros de la tripulación (incluso a del más
veterano peón compactador), estaba sobrio. Con la barba sin afeitar que manchaba el gris
pastoso de sus carrillos, las manos temblorosas y los ojos rojos, se erguía en su puesto
en el puente de mando y miraba con ferocidad al almirante Praktis.
- No puede simplemente irrumpir en mi nave sin decir una palabra, soldar esa horrible
máquina a mi tablero de control y hacerse con el mando donde nadie desea su
presencia...
- Cállese - insinuó Praktis -. Hará lo que se le ordene.
El almirante Lubyanka gruñó una frase de consentimiento, para lo cual sacó la cabeza
de las profundidades de la susodicha máquina.
- Y no olvide eso en ningún momento, Bly. Usted recibe órdenes de él. Puede volar
este basurero, pero Praktis está al mando. El busca electrónico busca electrónicamente,
que es pata lo que sirve la totalidad de esta maldita operación. Este técnico de mi grupo,
el primer oficial megaherzio de segunda clase, Cy BerPunk, seguirá la pista de la nave
que huye. Él será quien le indique el rumbo. Su misión, si decide aceptarla, y no tiene
elección, es seguir a esos malditos dragones hasta su nido, y luego enviarme aquí los
datos de su posición. ¿Preparado, BerPunk?
El técnico soldó una última conexión y asintió, lo que hizo que su negro pelo grueso
oscilara libremente sobre la blanca piel picada de viruelas de su frente, y barriera los
cristales negros de las gafas que le ocultaban los ojos.
- Conectado. Sistemas funcionando - dijo con voz ruda -. RAM activo, electrones
corriendo. Todo el sistema ha comenzado... o acabado ya.
- Ya era hora - gruñó Lubyanka, y luego golpeó a Praktis en el pecho con su afilado
dedo -. Haga este trabajo, Praktis, y hágalo bien... o ponga el culo en remojo.
- Ya tengo puesto el culo en remojo, así que no me queda nada que perder. Leve
anclas, Lubyanka, o saldrá disparado con nosotros hacia el gran vertedero de basura del
cielo. ¿Está la nave preparada para despegar, capitán Bly?
Bly le dedicó una mirada cargada de profundo desprecio e hizo chasquear los nudillos
de sus dedos.
- Muy bien - dijo Praktis -. Veo que vamos a llevarnos bien.
Bill tuvo que apartarse a un lado, o más bien tambalearse a un lado pues no estaba
completamente sobrio, cuando el almirante Lubyanka efectuó su salida. El capitán Bly
esperó hasta que la luz de la escotilla cambió de rojo a verde, y luego pulsó el botón de
aviso de despegue. La alarma sonó por toda la nave como un eructo gigantesco, y la
tripulación se apresuró a ajustarse los cinturones de seguridad. Bill se dejó caer en un
asiento libre y se ajustó fuertemente las correas justo en el momento en que el capitán Bly
pulsaba el botón de máxima potencia. La gravedad se posó en el pecho de todos con la
fuerza de 11G de despegue, salvo en el caso de Bill que, además de la fuerza de
gravedad, tenía posada sobre el pecho una rata que había salido despedida de las
tuberías del techo debido a la sacudida. Miraba furiosa a Bill con sus brillantes ojos rojos,
y tenía los labios echados hacia atrás debido al efecto del despegue, lo que dejaba al
descubierto sus largos incisivos amarillos. Bill le devolvía la mirada con ojos igualmente
rojos y sus colmillos amarillos igualmente al descubierto. Ninguno de los dos podía
moverse, así que se contemplaron con odio fútil hasta que los motores se detuvieron.
Entonces Bill intentó echarle mano a la rata, pero ésta se puso a salvo de un brinco y salió
corriendo por la puerta.
- Estamos en órbita - dijo el capitán Bly -. ¿Cuál es nuestra ruta?
- Ya va, tío, ya va... - murmuró Cy, pulsando botones y ajustando interruptores. Miró
despreciativamente la pantalla que estaba llena de confeti chisporroteante, y le dio unos
golpecitos con una larga uña sucia. La imagen se aclaró y el rumbo quedó claro.
- Se necesita tiempo. Está trabajando. Este pequeño CPU 80286 viejo tiene un
coprocesador matemático, así que debería recorrer las computaciones como un loco...
- Cállese - gruñó Praktis mientras repasaba la cabina con la mirada. Wurber estaba
comenzando a bajar la escalerilla en aquel preciso momento -. ¡Deténgase! - le ordenó.
- Tengo que ir al lavabo - gimoteó el otro.
- Sus necesidades están después de las mías, y las mías son una cerveza fría.
Tráigala.
- ¡Ya lo tengo! - alardeó Cy -. El rumbo es ascensión recta setenta y un grados, seis
minutos y diecisiete segundos, declinación doce grados exactos. Corto.
Los giroscopios crujieron y la nave giró en dirección a su nuevo rumbo. Las luces del
tablero parpadearon y cambiaron bajo los diestros, aunque temblorosos, dedos de su
capitán.
- No se desabrochen aún los cinturones - advirtió este último -. El mecanismo MRL,
recientemente instalado, es un modelo experimental. Y este vuelo es el primer
experimento.
- ¡Regrese a la base! - chilló Praktis -. ¡Quiero salir!
- ¡Demasiado tarde! - canturreó exultante Bly a modo de respuesta, pulsando un botón
-. Demasiado tarde con mucho. Estamos juntos en esto y yo no tengo nada que perder
porque ya lo he perdido todo, todo...
Le cegaron unas prontas lágrimas de autocompasión, pero no tanto como para no ver a
Praktis que se deslizaba cautelosamente para apoderarse de él. De su mano surgió una
pistola desintegradora con el bostezante cañón lleno de ralladuras y golpes.
- Siéntese - ordenó -, y disfrute. Hasta hoy la velocidad superior a la de la luz había
sido practicada por propulsión Bloater. Ahora, por primera vez en la historia, al menos que
yo sepa, vamos a probar la propulsión aerosol. Fue instalada por ese bicho del almirante
Lubyanka. Me dijo que si la probaba él limpiaría mi nombre de toda su vergüenza.
¡Demasiado tarde!, le contesté yo. Vivo con la vergüenza y moriré con ella si no tengo
más remedio Ahora, ¡allá vamos!
Un dedo pulgar inexorable pulsó el gran botón rojo y un jadeo recorrió la nave al
sentirse la tripulación atrapada en unas implacables tenazas.
- Ésta es... la primera parte. Ante la nave acaba de abrirse un agujero negro. Ahora
estamos... siendo absorbidos y aplastados hacia el fondo... y así podremos ser arrojados
a través del agujero... a velocidad MRL. Por eso se llama propulsión aerosol. Seremos
absorbidos a baja presión y lanzados como el líquido de un aerosol a través del espa-a-aacio-
o-o-o...
Resultó ser una forma minuciosamente repulsiva e incómoda de viajar, pensó
decididamente Bill, y suspiró por el antiguo sistema Bloater. Pero al menos sobrevivieron
a la experiencia, y eso ya era algo. Una vez hubieron salido del apretujamiento y el
espacio exterior vuelto a la normalidad, Cy volvió a su busca y se puso a manosear los
controles.
- Hemos dado en el blanco, muñeco. La pista sigue allí, más fuerte y clara que nunca, y
se dirige a ese planeta que ve ahí. Ese con los anillos concéntricos, la luna ovalada y la
mancha negra en el polo norte. ¿Lo ve?
- Es difícil no verlo erijo Praktis sorbiendo por la nariz -, pues es el único planeta de los
alrededores. Así que anote su posición y salgamos de aquí de una puñetera vez antes de
que nos vean.
- Eso queda incluido bajo el título de famosas últimas palabras - dijo el capitán Bly
lloriqueando y jadeando ante la pantalla de visión exterior que estaba ahora llena de
dragones voladores.
- ¡Déle a la propulsión aerosol y salgamos despedidos de aquí! - gritó Praktis.
Pero incluso cuando estaba profiriendo dichas palabras ya era demasiado tarde. Mucho
antes de que las ondas sonoras llegaran hasta los oídos del capitán Bly ya era demasiado
tarde. De la boca de los dragones salieron rayos de energía devoradora que envolvieron
la nave.
Se quemaron todos los fusibles, se apagaron todas las luces, y comenzaron a caer.
- Nos acercamos demasiado al planeta - observó Bill, que luego cejó ante la andanada
de maldiciones -. Calma, calma - dijo -. ¿Sabe alguien cómo podremos salir de ésta?
- Rece - respondió Cy levantando los ojos hacia el cielo, o en cualquier dirección, que
es lo mismo -. Ruegue salvación y socorro.
El capitán Bly manifestó su desprecio ante aquello.
- Si usted cree en eso, es el único primo de esta nave que piensa que tal cosa nos
puede ayudar. Tenemos una alternativa y sólo una. No nos queda combustible, las
baterías están agotadas...
- ¡Entonces estamos muertos! - gimoteó Praktis y se arrancó mechones de pelo.
- No del todo. He dicho que teníamos una alternativa. La bodega trasera está llena de
basura y lista para la expulsión, que se produce con la ayuda de un muelle gigantesco
comprimido por la presión de la basura cuando la apretujaron ahí dentro. En el último
momento antes de estrellarnos, expulsaré la basura. Por el principio newtoniano de que
cualquier acción provoca una reacción equivalente y contraria, nuestra velocidad quedará
neutralizada y nos mantendremos en situación estacionaria.
- Propulsión de basura - gimió Bill -. ¿Será éste el fin? Vaya forma de morir...
Pero su reflexión no fue oída debido a que ya estaban entrando en la atmósfera del
planeta y las moléculas de aire bombardeaban cruelmente la nave espacial. Hendieron la
capa exterior y entraron en estado de incandescencia mientras el transportador de
basuras espacial continuaba cayendo a gran velocidad a través de capas de aire cada vez
más espesas y de altas nubes algodonosas, en dirección al suelo que se acercaba a ellos
con terrible rapidez.
- ¡Expulse la basura! - suplicó inútilmente Praktis.
El capitán Bly se mantuvo firme. Los demás unieron sus gritos a las súplicas del doctor,
pero el sucio dedo no descendió sobre el botón.
Cayeron más y más, hasta que pudieron distinguir los granos de arena del suelo.
En el último instante del último microsegundo, el dedo pulsó el botón.
¡Kachúck!, sonó el muelle comprimido, liberando su nueva energía con un solo gran
espasmo.
¡Ka-flopf!, se oyó cuando la basura salió disparada hacia el exterior para estrellarse en
el suelo que tenían debajo.
¡Ka-taplás!, hizo la nave al posarse suavemente sobre el montón de periódicos viejos,
latas de pescado, pieles de fruta, bombillas rotas, ratas decapitadas, bolsas de té usadas
y documentos destruidos.
- No ha estado mal, si queréis mi opinión - canturreó el capitán Bly -. No ha estado
nada mal. Esto es algo merecedor de aparecer en el Guiness de los récords.
En la cabina resonó el eco de los cinturones de seguridad que se desabrochaban y el
ruido sordo de las vacilantes pisadas de las botas en el nivel superior.
- La gravedad parece buena - opinó Bill -. Un poco ligera, pero buena...
- ¡Cállese! - le espetó Praktis -. Tengo una pregunta, y esa pregunta es sólo para usted,
Cy. ¿Envió...? - se le quebró la voz, la cual recompuso con una rápida tosecilla -. ¿Envió a
la base la posición del planeta?
- Lo intenté, almirante. Pero la energía se cortó antes de que pudiera emitir una sola
señal.
- ¡Entonces hágalo ahora! A las baterías tiene que quedarles algo de jugo. ¡Inténtelo!
Cy le dio un puñetazo a los mandos y luego pulsó el botón de encendido. La pantalla se
iluminó, y luego se volvió negra; se apagaron todas las luces. Wurber chilló de miedo ante
la repentina oscuridad, y dejó escapar un gemido de alivio cuando hizo su aparición el
débil resplandor de la luz de emergencia.
- ¡Ha funcionado! - canturreó Praktis -. ¡Funcionó! ¡La señal ha sido enviada!
- Desde luego, almirante. Con la fuerza de que disponía debe haber recorrido por lo
menos un metro y medio.
- Entonces estamos abandonados... - entonó Bill débilmente -. Perdidos en el espacio,
en un planeta enemigo, rodeados de dragones voladores, a millones de parsecs de casa y
en una nave espacial posada sobre un montón de basura.
- Lo has adivinado, muchacho - asintió Cy -. Poco más o menos, ésa es la situación.
4
- Aquí está su cerveza, señor. ¿Puedo ir al lavabo ahora? - gorjeó Wurber sosteniendo
la botella que una vez había estado tibia, y que ahora estaba caliente como su sangre
debido a que la había tenido en la mano durante todo aquel tiempo.
Praktis gruñó una respuesta inarticulada mientras cogía la botella que vació hasta la
mitad de un solo trago. El capitán Bly rebuscó en los bolsillos de su uniforme hasta que
encontró una china de hachís, que encendió. Bill inhaló apreciativamente los humos que
se desprendían de ella, pero decidió no pedir drogas. En cambio fue a echar un vistazo al
exterior en busca de una vista del planeta recién descubierto, aunque lo único que pudo
ver fue basura.
Praktis sonrió al acabar de vaciar la cerveza tibia, y dejó escapar un húmedo silbido.
Cuando Bill se volvió a mirarle, le lanzó la botella para que la cogiera.
- Ponga esto afuera con el resto de la basura, pie - de - pollo. Y mientras esté en el
exterior trate de echar un vistazo para contarme qué aspecto tiene.
- ¿Está pidiéndome que haga un reconocimiento de la zona y le informe?
- Sí, si así es como desea llamarlo en su podrida jerga soldadesca. Yo soy médico en
primer lugar, y almirante por accidente. Así que acéptelo.
El mortecino resplandor de la luz de emergencia no alcanzaba la escalerilla. Bill golpeó
un tacón contra el otro con el fin de encender la linterna que tenía en la punta de la bota,
tras lo cual descendió los escalones a la luz de su bota luminosa. Debido a la falta de
energía, la compuerta de la cámara de descompresión no se abrió cuando pulsó el botón.
Hizo girar la rueda de apertura manual, gimiendo a causa del esfuerzo. Cuando la hubo
abierto unos treinta centímetros se deslizó por la abertura y entró en la cámara. A través
del cristal blindado de la ventana de la compuerta exterior, entraba un rayo de sol.
Presionó el rostro contra el vidrio, ansioso por obtener una vista del planeta extraño. Todo
cuanto pudo ver fue basura.
- Fantástico - murmuró, y tendió el brazo hacia la rueda de apertura manual. Luego se
detuvo.
¿Qué le acecharía tras la compuerta? ¿Qué extraños horrores le deparaba el futuro?
¿Qué tipo de atmósfera habría en el exterior, en el caso de que hubiera alguna? Si abría
la compuerta podría morir al instante. Sin embargo, antes o después tendría que hacerse.
No había demasiado futuro en el no hacer nada, quedándose encerrado en aquella ajada
lata de basura con su detestable capitán y su falso almirante.
«Hazlo, Bill - murmuró para sí mismo -. Sólo se muere una vez.»
Suspirando de desdicha, hizo girar la rueda.
Y se detuvo cuando la compuerta emitió un crujido al abrirse y comenzó a sisear
poderosamente.
Pero aquello sólo se debía al hecho de que la presión interior estaba compensándose
con la exterior, según se dio cuenta después con el corazón golpeándole como un martillo
pilón a causa del pánico repentino. Mientras se enjugaba las gotas de sudor de la frente,
se inclinó hacia delante y aspiró la ráfaga de aire que le azotó el rostro. Era cálido y seco
y olía bastante a basura, pero él continuaba con vida. Acto seguido, sintiéndose orgulloso
de sí mismo y habiendo olvidado el pánico animal de que había sido presa, continuó
haciendo girar la rueda hasta que la compuerta estuvo abierta de par en par. La brillante
luz del sol penetró en la cámara, y se oyó el sonido crujiente. Se asomó a mirar, se volvió
y entró rápidamente en las entrañas de la nave. Praktis miró hacia abajo por el agujero de
la escalerilla cuando él pasó corriendo.
- ¿Adónde va?
- A buscar mi macuto.
- ¿Por qué? ¿Qué hay ahí fuera?
- Desierto. Sólo un montón de basura y arena sin nada más a la vista. Ni dragones ni
nada.
Praktis parpadeó repetidamente.
- ¿Entonces, por qué diablos va a buscar su macuto, recluta? - Me marcho de aquí. La
basura está ardiendo.
El grito de pánico de Praktis y sus órdenes proferidas también a gritos persiguieron a
Bill cuando éste salía precipitadamente por la compuerta, pero no se detuvo ni se volvió a
mirar atrás. La lección más valiosa que había aprendido durante los años pasados en la
armada era muy simple: cúbrete el culo. Sólo se detuvo cuando vio que ya estaba a una
distancia prudencial del transportador; entonces dejó caer el saco y, jadeando, se sentó
sobre una duna. Asintiendo aprobatoriamente, observó con gran interés las maniobras de
evacuación de la nave.
De detrás de la compuerta llegaban penosos chillidos, gran cantidad de gritos y golpes.
A los pocos momentos cayó sobre la arena una caja de suministros, seguida
inmediatamente por más, contenedores y cajones. Como estaba en juego su propia
supervivencia, se decidió a ayudar arrastrando los enseres a un lugar seguro y volviendo
a buscar más. Las llamas crepitaban y se acercaban cada vez más, así que arrastró un
último cajón y se acercó a la compuerta de la nave.
- Los que quieran salir de ahí será mejor que lo hagan ahora o nunca - gritó hacia el
interior, tras lo cual se apartó a un lado de un salto al igual que las ratas que
abandonaban la nave en llamas.
Tras las ratas apareció la tripulación, tosiendo y luchando para ponerse a salvo del
fuego.
Praktis fue el primero, por supuesto, ya que el comandante siempre marcha al frente,
especialmente durante una retirada. Cy fue el siguiente que salió tambaleándose bajo el
peso de algunos trastos electrónicos, seguido de Wurber y el capitán Bly. A este último
seguía un extraño; y no sólo era un extraño, advirtió Bill, sino una desconocida. Una
fémina que llevaba galones.
- ¿U... u... u... usted? - preguntó Bill.
Ella le miró de arriba abajo con desdén.
- Déjese de imitar a una lechuza, cabeza de humo, y diga señora cuando se dirija a un
oficial superior. Informe. Nombre, rango y condición.
- Sí, señor... señora. Recluta Bill, señora, quinto, con resaca, cansado.
- Ya lo noto en el aspecto. Yo soy el primer oficial ingeniero de primera clase Tarsi.
Lleve mi maleta junto al resto de las cajas.
- Como usted ordene, mi primer oficial ingeniero de primera clase Tarsi.
- Ya que es un compañero de navegación, puede llamarme por mi nombre de pila,
Meta - dijo ella tendiendo una mano y palpándole un brazo -. Tiene buenos bíceps, Bill.
Bill sonrió insinuante mientras recogía la maleta. Siempre era mejor estar a bien con los
oficiales intermedios, especialmente los oficiales intermedios del sexo femenino. Sin
embargo, en realidad él no pensó que fuera su tipo. Le gustaban las chicas altas, pero no
aquellas que eran una cabeza más altas que él; y los bíceps de aquella chica, advirtió Bill
con sentimiento de inferioridad y haciendo pucheros, eran mucho mayores que los de él.
- Bill - le llamó una voz aborrecida y familiar -. Deje de confraternizar y mueva el culo
hasta aquí.
Bill se reunió con el almirante Praktis en la cima de la duna donde estaba
contemplando la dorada majestad de la puesta de sol. En realidad, era lo único que
merecía la pena observar ya que, aparte de arena y un cielo vacío con una nube que se
estaba desvaneciendo, no había nada más.
- Arena, y en enormes cantidades - dijo Praktis con expresión de profundo abatimiento.
- Así son los desiertos, señor - respondió Bill con entusiasmo.
Praktis le echó una mirada llena de desprecio y le dedicó un gesto burlesco.
- Cuando necesite ese tipo de estúpido eslogan de anuncio de jabón, se lo pediré. ¿Se
da cuenta del agujero en el que estamos metidos? Aquí estoy yo y ahí está usted, lo cual
no es decir mucho. ¿Y qué más? Ese oscuro recluta que probablemente ayer era un
oscuro paisano, el capitán que ya está colocado y con el cerebro quién sabe cómo, un
técnico electrónico sin aparatos electrónicos... y ese miembro femenino de la tripulación
con excesivo peso y excesivamente sexuada que va a traer problemas, me juego la
cabeza. Tenemos algo de comida y algo de agua... y poco más. Tengo la sensación
intensamente sombría de que vamos a ir al matadero.
- Una sugerencia, señor.
- ¿De verdad? ¡Fantástico! Hable rápido.
Ya que usted es el comandante y estamos en guerra... quiero un nombramiento de
combate.
- ¿Que quiere qué?
- Un nombramiento de subalférez. Soy un soldado con experiencia en el servicio y
conocimiento de los procedimientos militares y, además, soy el único aquí con tales
cualificaciones. Usted necesitará mis innegables habilidades y mi conocimiento
profesional...
- De los cuales no podré disponer a menos que usted ostente un rango superior al que
tiene. De acuerdo, tío, a mí me da lo mismo. Arrodíllese, recluta Bill. Queda ascendido a
subalférez Bill.
- Oh gracias, señor. Eso lo cambia todo - dijo Bill con una sonrisa boba.
Praktis torció los labios con repugnancia cuando Bill se sacaba del bolsillo las estrellas
de un dorado deslustrado y se las prendía orgulloso en las charreteras.
- Se dice que un auténtico soldado con agallas o con talento, o con ambas cosas,
marcha con un bastón de mando en su equipaje. Mi meta es más sencilla...
- Cállese. Aparte su mente de sus patéticas ambiciones militares y aplique la
inteligencia de que disponga, acerca de cuya existencia comienzo a dudar cada vez más,
al problema que tenemos delante. ¿Qué hacemos?
Con la ambición encendida por su nuevo rango, Bill se lanzó a desempeñar su cargo
con entusiasmo.
- ¡Señor! Comenzaremos por hacer inventario de nuestros víveres, que serán
custodiados constantemente y racionados equitativamente entre todos nosotros. Cuando
eso haya sido hecho, buscaremos un sitio para pasar la noche ya que, como puede ver, el
sol se está poniendo. Luego haré una lista de guardia para la noche, llevaré a cabo un
reconocimiento por los alrededores, prepararé planes de batalla...
- ¡Pare! - gritó Praktis roncamente mirando con ojos saltones al monstruo militar que
había creado -. De momento juntemos nuestras cabezas y tratemos de averiguar qué
tenemos que hacer a continuación subalférez. Sólo eso, o volverá inmediatamente al
rango de soldado raso.
Bill aceptó la decisión con toda la mala gana que pudo reunir, y dio una patada en la
arena con el pie de pollo, frunciendo lúgubremente el ceño. Su carrera militar de mando
había sido breve. Siguió a Praktis mientras bajaban de la duna para reunirse con los
demás.
- Concédanme su atención - dijo Praktis en voz alta -. Todos ustedes, dejando aparte al
capitán Bly que se ha colocado hasta quedar inconsciente con esa basura que fuma. A
ver usted, soldado, ¿cómo se llama?
- Wurber, alteza.
- Bien, Wurber, me alegro de tenerle a bordo. Ahora regístrele los bolsillos al capitán,
coja toda la droga que tenga y tráigamela. Cuando se despierte estará aún más ausente,
pero al menos podemos comenzar por eso. Ahora escúchenme, el resto de ustedes.
Tenemos algo así como un problema...
- Nos acaba de descubrir la pólvora, muchacho - dijo Meta.
- Sí, bien, gracias señorita...
- Señorita puñetas, muchacho. Existen leyes contra esa mierda del machismo de los
tíos. Soy el primer oficial ingeniero de primera clase Meta Tarsi.
- Sí, primer oficial ingeniero de primera clase, comprendo plenamente su actitud. Pero
también deseo señalar que estamos lejos de la civilización y todas sus leyes. Estamos
encallados en este planeta extraño y tendremos que trabajar unidos. Así pues,
abandonemos durante un rato nuestros pequeños egos e intentemos encontrar una salida
a este lío. ¿Alguna sugerencia?
- Si - dijo Cy -. Que reunamos un poco de energía y nos larguemos de aquí. Este
planeta tiene un polo magnético.
- ¿Y qué?
- Que tengo una brújula, y por ende podremos caminar en línea recta en lugar de
hacerlo en círculo. Por la mañana cargamos con toda la comida y el agua que seamos
capaces de transportar y nos esfumamos. O eso, o nos quedamos aquí hasta que nos
encuentren los nativos. Lo que usted decida, almirante. Usted está al mando.
El sol se puso en aquel mismo instante y les envolvió una espesa oscuridad. Bill
encendió la linterna de la puntera de su bota, y a la débil luz de ésta todos se dispusieron
a pasar la noche con sus problemas.
Aparecieron las estrellas, constelaciones desconocidas en un cielo extraño. Era un
momento que requería nervios de acero o un trago fuerte. Bill se decidió por esto último;
abrió astutamente su macuto y metió la cabeza en el interior para beber de la botella que
tenía oculta hasta quedar inconsciente.
5
El sol naciente baño con sus cálidos ratos el rostro dormido y de crecida barba de Bill,
que gruñó y abrió un ojo. Lo lamentó de inmediato y lo cerró de golpe produciendo un
horrible sonido rechinante mientras el sol le clavaba un dardo en el cerebro empapado en
alcohol. Tomando mayores precauciones esta vez, rodó sobre sí para quedar de espaldas
al sol, abrió una rendija entre los párpados y atisbó a través de los dedos. Las formas
amontonadas de sus compañeros, envueltos como él en mantas del Estado que sacaron
de la nave quemada, yacían aún en silencioso sueño. Todos, salvo el almirante Praktis
que, impulsado por el deber o el insomnio, o por una vejiga llena, se erguía sobre la duna
más alta atisbando en la distancia. Bill se lamió los labios e intentó escupir una parte del
algodón que le recubría la lengua, pero no tuvo éxito y, atraído más que nunca por la
curiosidad, se puso de pie y escaló la duna.
- Buenos días, señor - saludó amablemente.
- Cállese. No puedo soportar las conversaciones a estas horas de la mañana. ¿Ha visto
las luces?
- ¿Las lozas? - preguntó Bill, cuyos engranajes aún no habían encajado en su sitio y
tenía el cerebro embotado todavía por el sueño y el alcohol.
- Eso es más o menos lo que pensaba que diría. Escuche, chalado borracho, si hubiera
estado alerta en lugar de revolcarse en su sopor alcohólico, hubiese visto lo que yo vi. Allí,
en el horizonte, unas luces brillantes muy lejanas. Ah, no, antes de que lo diga, no eran
las estrellas.
Bill hizo un puchero porque eso era precisamente lo que él iba a sugerir.
- Definitivamente eran luces que aumentaban, disminuían y cambiaban de color. Traiga
aquí a Cy. Ahora - concluyó Praktis. El técnico debía de haberse metido alguna droga en
el cuerpo porque yacía inconsciente, con los ojos girados de forma tal que sólo se le veía
el blanco, o más bien el amarillo. Bill lo sacudió, le gritó al oído y probó a darle incluso
algunas buenas patadas en las costillas, pero no obtuvo ningún resultado.
- Realmente maravilloso - gruñó Praktis cuando se le informó -. ¿Qué es esto? ¿Una
tripulación o un asilo de drogadictos? Iré a pegarle una inyección que le sacará de golpe
de ese estado. Mientras tanto, usted se quedará junto a esta línea que he trazado en la
arena para que nadie la pise. Y no me mire con esos ojos desorbitados. No me he vuelto
majareta. Esa línea señala en la dirección a las luces que he visto.
Bill se sentó y se quedó mirando la línea, deseando tener a mano un trago, se volvió a
dormir... pero se despertó de un salto al oír un horrible gemido. Cy se arrastraba a cuatro
patas duna arriba, gimiendo mientras ascendía. Tenía la piel de un blanco cadavérico y
temblaba como un consolador eléctrico. Praktis subía detrás de él con expresión de
sádico placer.
- La inyección le ha traído de vuelta; pobre muchacho, tiene algunos efectos realmente
terribles. Ésa es la dirección, cabeza de humo, esa línea trazada en la arena. Fije su
dirección.
Cy sacó la brújula, pero su mano temblaba demasiado como para que pudiera leerla. Al
final tuvo que apoyarla en la arena y luego sujetarse la cabeza con ambas manos para
poder fijar la vista. Después de mucho parpadear, sacar los ojos de las órbitas y temblar,
habló con voz cavernosa.
- Dieciocho grados al este del polo magnético. Pido permiso para marcharme y
morirme, señor.
- Permiso denegado. Los efectos de la inyección pasarán rápidamente...
Su frase fue interrumpida por un grito penetrante seguido del rugido y el chasquido de
un disparo de pistola desintegradora.
- ¡Nos están atacando! - chilló Praktis -. ¡Estoy desarmado! ¡No disparéis! ¡Soy un
médico, un no beligerante, el mío es un rango honorífico!
Bill, cuyas neuronas estaban aún empastadas de sueño y alcohol, sacó su pistola
desintegradora y corrió duna abajo en la dirección de los disparos en lugar de en sentido
opuesto, cosa esta última que hubiera hecho en una situación normal. Su carrera ganó
velocidad, no pudo detenerse, vio a Meta que estaba disparando en medio del camino, no
pudo girar y colisionó con ella a pleno galope..
Cayeron en un infierno de piernas y brazos. Ella se recobró primero y le dio un golpe en
un ojo con su puño de acero.
- Eso duele - gimoteó él, poniéndose una mano sobre la cara -. Va a quedarme un ojo a
la funerala.
- Aparte la mano y le pondré el otro igual para que haga juego. ¿Por qué me ha
derribado de esa manera?
- ¿Por qué estaba disparando?
- Ratas - dijo ella cogiendo su arma y mirando a su alrededor -. Se han marchado
todas, menos las que desintegré en átomos. Se estaban comiendo nuestras provisiones.
Ahora, al menos ya sabemos lo que habita este planeta: enormes y repugnantes ratas
grises.
- No, no son del planeta - dijo Praktis, que se reunió con ellos, recuperado ya de su
acceso de cobardía. Pateó con la punta del pie un trozo de rata reventada -. Rattus
Norvegicus. El compañero de la humanidad en los viajes estelares. Debemos de haberla
traído con nosotros.
- De eso estoy seguro - afirmó Bill -. Salieron corriendo de la nave antes de que lo
hicieran ustedes.
- Interesante - reflexionó Praktis frotándose la mandíbula, asintiendo lentamente,
entrecerrando los ojos, haciendo todo aquello que indicara reflexión -. Con todo un
planeta para mordisquear, os pregunta ¿por qué vuelven arrastrándose hasta aquí para
comerse nuestros víveres?
- No les gusta la comida nativa - sugirió Bill.
- Brillante pero incorrecto. No es que no les guste, sino que no la hay. Este planeta está
desprovisto de vida, como podría advertir cualquier estúpido.
- No del todo, señor - dijo ese cualquier estúpido. El recluta Wurber apareció
proveniente del desierto, con la nuez de Adán subiéndole y bajándole como un yo - yo. Le
tendió una flor -. En cuanto oí el tiroteo salí corriendo hacia el sitio más alejado posible. Y
en ese sitio alejado encontré flores y..
- Déme esa flor. ¡Auh!
- ...y me corté la mano cuando la arranqué, igual que usted ahora, almirante.
Praktis se acercó tanto la flor a los ojos que se puso bizco, y la examinó.
Tallo sin hojas, pétalos rojos, sin estambres ni pistilos. ¡Pero si está hecha de metal!
Esto está hecho de metal, idiota. No brotó. Fue plantada allí por una persona o personas
desconocidas.
- Sí, almirante. ¿Puedo enseñarle al almirante dónde crecen el resto de las flores?
Abrió la marcha y los demás le siguieron, menos el capitán Bly que aún estaba
inconsciente por el efecto de la droga. Subieron y bajaron dunas hasta llegar a una
mancha oscura en medio de la arena, donde crecían las flores. Praktis le dio un golpecito
con la uña a una de ellas, y ésta emitió un sonido metálico.
- Metal. Todas son de metal - afirmó, tras lo cual clavó un dedo en la arena húmeda y lo
olió -. Y esto no es agua. Huele a petróleo. - No se le ocurrió ninguna explicación científica
para aquel fenómeno, ya que él estaba tan desconcertado como los demás, aunque era
demasiado pretencioso como para reconocerlo -. La explicación del fenómeno es obvia y
os haré una descripción detallada en cuanto haya completado la investigación. Necesito
más especímenes. ¿Alguien tiene unas tenazas?
Cy tenía unas y cortó unos cuantos ejemplares como le ordenaron. Muy pronto Meta
tuvo en su poder suficientes especímenes de aquella horticultura metalúrgica; entonces
regresó al campamento y reanudó los gritos y los disparos. Los demás se le unieron y las
ratas sobrevivientes huyeron hacia el desierto. Praktis miró con el ceño fruncido las cajas
de víveres rotas.
- Usted, subalférez, póngase a trabajar. Quiero que la comida sea empaquetada a
prueba de ratas, de inmediato. Dé las órdenes. Pero usted se queda conmigo, Cy.
Necesito su ayuda. Venga por aquí.
Bill cogió un contenedor de plástico roto, lleno de barras nutritivas comprimidas,
conocidas jocosamente entre la tropa como raciones de hierro. Ni siquiera las ratas
habían sido capaces de hincarles el diente; en el envoltorio se velan restos de la
dentadura de estos roedores. Después de hervirlas durante veinticuatro horas, se podían
romper con un martillo. Bill revolvió en busca de algo comestible y un poco más blando.
Encontró algunos tubos de raciones espaciales de emergencia que llevaban una etiqueta
en la que se leía «Deliciosa Papilla». Los demás le estaban mirando atentamente, así que
les pasó unos cuantos; ellos los apretaron y chuparon, a la vez que emitían quejidos de
asco. La pasta era nauseabunda pero prometía mantenerles con vida, a pesar de que la
calidad de vida que ofrecía era digna de ser cuestionada. Después de aquel repulsivo
tentempié, trabajaron juntos en armonía hasta que quedó un penoso montoncito de
comida; era todo cuanto les separaba de la inanición, o de la muerte por sed, que es más
rápida.
Justo cuando acabaron, el capitán Bly gimió y rodó sobre sí, se sentó y su boca emitió
secos sonidos de saboreo. Bill le pasó un tubo de «Deliciosa Papilla»; el capitán profirió
un chillido ronco cuando la probó. Chupó y gimió alternativamente, estremeciéndose
durante todo el tiempo. Praktis apareció y observó toda aquella actividad con los ojos
fuera de las órbitas.
- ¿Es realmente tan mala esa cosa?
- Peor - respondió Bill, y los demás asintieron con solemne acuerdo.
- En tal caso, pasaré por el momento y os daré mi informe científico. Esas plantas con
flores están vivas y crecen en la arena. No son una forma de vida orgánica basada en el
carbono como la que conocemos, sino de metal sólido.
- Imposible - objetó Meta.
- Bueno, gracias, primer oficial ingeniero de primera clase, por la información científica,
pero prefiero mi conocimiento, que es más profundo que el suyo. No existe ninguna razón
por la que una forma de vida no pueda basarse en el metal en lugar del carbono. Por el
momento, no se me ocurre la razón de que quiera hacerlo así... pero ahora dejemos de
lado ese tema y concentrémonos en el más interesante de mantenernos con vida. Déme
su informe acerca del estado de la comida y el agua, subalférez.
- Comida imposible de deglutir, ni siquiera por las ratas. El agua debería durar una
semana si se la raciona.
- Guárdelo para una partida de dardos - observó sombríamente Praktis, se sentó
pesadamente y clavó la vista en las flores metálicas sin verlas -. No tenemos muchas
alternativas. Nos quedamos aquí a pasar hambre durante una semana y morir después de
sed, o nos marchamos en dirección a las luces que divisé anoche, a ver qué
encontramos. Levanten la mano todos los que quieran quedarse y morir.
Nadie levantó un solo dedo y él asintió.
- Ahora, los que quieran marcharse de aquí.
La respuesta fue la misma. Praktis suspiró.
- Veo que por aquí las aguas de la democracia han acariciado algunas enfebrecidas
frentes. Así que nos decidiremos por la antigua orden fascista inapelable. ¡Nos
marchamos!
Todos saltaron sobre sus pies y se inclinaron hacia delante en espera de órdenes.
- Hágalo usted, Bill. Éstas deben ser el tipo de cosas para las que fue entrenado. Divida
lo que nos queda en cinco partes y haga paquetes o lo que sea para poder transportarlo.
- Pero... somos seis, señor.
- Yo doy las órdenes, no las recibo. Cinco. Infórmeme cuando dicha tarea haya
concluido. - Mientras hablaba rebuscaba en el saco de Bill, y finalmente salió de él
triunfante, con la botella en la que quedaba un resto de alcohol -. Y mientras esté
haciendo eso, yo me pondré al día con vuestras borracheras y drogas. ¡Al trabajo!
Antes de que acabaran la tarea, el sol había subido muy alto en el cielo. El almirante
roncaba felizmente con la botella casi vacía cogida entre los dedos flojos. Bill se apoderó
de ella y la vació antes de despertarle.
- ¿Qué pasa? - preguntó el almirante.
- Todo listo señor. Preparados para marchar.
Praktis comenzó a hablar, pero le vino un acceso de tos y se cogió la cabeza con
ambas manos gimiendo.
- Bueno... Yo no lo estoy. No hasta que me haya tomado un puñado de pastillas.
Revolvió torpemente su maletín en busca de un frasco, sacó de él una docena de
pastillas y pidió agua con voz cascada. La dinamita farmacéutica hizo sus maravillosos
efectos, y finalmente el doctor permitió a Bill que le ayudara a ponerse en pie.
- Cárguenlo todo y tráiganme aquí inmediatamente a Cy con su brújula.
El técnico se puso en pie tambaleándose bajo el peso que llevaba encima y señaló la
dirección que debían seguir, pasando por alto el instrumento. Praktis conectó su
computadora de bolsillo a un pequeño altavoz que se sujetó a una charretera, y luego
buscó música en la memoria molecular digitalizada. Cuando encontró una alegre tonada
de marcha, aumentó el volumen hasta un áspero máximo y condujo al valiente grupo
mientras se adentraban en el desierto.
En cuanto se marcharon, las ratas comenzaron a salir de sus escondites y revolvieron
lo que habían dejado en busca de restos comestibles, tras lo cual volvieron su atención
hacia la montaña de basura que estaba bien cocinada y ahora, por fin, lo suficientemente
fría como para poder consumirla. Pronto se desvanecieron el sonido de los pasos y la
música; el único ruido que perturbaba la quietud del desierto era el crujir de las
mandíbulas de los roedores.
Pero algo penetró en aquel paraíso gustativo. Quizás un nuevo sonido, una presencia
nueva. Una rata tras otra levantaron la cabeza con las orejas alerta y los bigotes erizados,
tras lo cual bajaron de la montaña de desperdicios y buscaron refugio.
Ese algo, oscuro y ominoso, bajo, ancho y metálico, apareció a la vista deslizándose
desde la cima de una duna. El metal retumbó contra el metal y se oyó una rápida
sucesión de agudos silbidos. El algo pasó junto a la montaña de humeante basura, dejó
atrás la nave espacial quemada y subió lentamente la duna que estaba detrás de aquélla.
Cuando el silencio envolvió una vez más a la basura en su prístino manto, las ratas
volvieron a salir y reanudaron el banquete, haciendo caso omiso de la pista de huellas
que se alejaba por la arena, pista que ahora oscurecían las huellas de algo que iba en
persecución del valiente grupo de sobrevivientes.
6
El almirante Praktis marchaba orgulloso al frente de su valiente grupito al ritmo de la
alegre música que estaba ensordeciéndole el oído derecho. Subió y bajó dunas y volvió a
subirlas, hasta que se giró para mirar por encima de un hombro y advirtió que estaba solo
en el desierto. El ataque de pánico del que fue presa se vio mitigado cuando apareció en
su campo visual el primero de sus rezagados seguidores, dando traspiés. Era Meta, que
se esforzaba con hombría, o más bien con «mujería», bajo su pesada carga. A los demás
no les iba tan bien. Praktis se sentó y se puso a tamborilearse la rodilla con los dedos y a
murmurar para sí mismo hasta que todos consiguieron subir tambaleándose hasta donde
estaba él.
- Tendremos que hacer las cosas mejor que hasta ahora.
- Mirad a la real majestad, «Nos» Praktis - se burló el capitán Bly -. Vuestro «Nos» no
lleva carga alguna, mientras que nuestro «Nos» si la lleva.
- ¡Se está insubordinando, capitán!
- Puede apostar su bonito culo a que sí, aserrahuesos. Yo estaba en esta armada
cuando usted aún estudiaba. Aquí se encuentra en una situación de vida o muerte.
Probablemente de muerte, así que no voy a moverme hasta que usted cargue con su
parte de las provisiones.
- ¡Esto es un motín!
- Desde luego - dijo Meta, apuntándole con la pistola entre los ojos -. ¿Preparado para
llevar sus provisiones?
Praktis apreció los méritos del argumento de la joven y tan sólo masculló una protesta
cuando apareció un paquete ya listo - ¿lo habrían planeado desde el principio? -, el cual le
cargaron sobre los hombros. Tras esta redistribución de la carga continuaron andando a
un ritmo que si bien no era más vivo, al menos era continuado. Bill caminaba de forma
oscilante y dando tumbos debido a que tenía el pie derecho mucho más grande que el
izquierdo, y a que los dedos de aquél rozaban el interior de la bota. Se preguntó por qué
demonios la llevaba puesta. La respuesta era que le había sido entregada con el resto del
uniforme y no ponérsela sería faltar al reglamento. Ante aquel pensamiento surgió la furia
y se quitó la bota de un tirón, la lanzó desierto adentro y estiró los dedos cuyas afiladas
garras brillaban al sol. Aquello estaba mejor. Apresuró el paso para alcanzar a los otros,
caminando ahora con comodidad.
Cuando el sol estaba en el cenit, Praktis gimió una orden de alto y todos se
derrumbaron sobre la arena. Bill, aguijoneado quizá por la responsabilidad de su nuevo
rango, arrastró una cantimplora de agua de uno a otro y distribuyó una ración por cabeza.
Los que tenían el estómago fuerte se tragaron un poco de «Deliciosa Papilla». Praktis les
observó y probó un poco.
- ¡Puaj! - exclamó con desdicha.
- Con eso le está echando un piropo - dijo el capitán Bly -. Esto no es comestible.
- Hay que hacer algo - observó Praktis lanzando el tubo al desierto -. Pensaba
esperar... pero necesitamos comida ahora o no podremos seguir adelante. - Rebuscó en
su macuto y extrajo un estuche plano -. Bill, déme un vaso de agua.
- ¿Qué demonios está haciendo? - protestó el capitán Bly -. Ya se ha bebido su ración
de agua.
- No es para mí, sino para todos nosotros. Éste es un insignificante producto de mis
originales investigaciones. ¡Decían que era ilegal! La legalidad es para los cobardes. Es
cierto que hubo algunos accidentes, pero no murieron muchos y los edificios fueron
reconstruidos con bastante rapidez. Y yo perseveré... ¡y gané! ¡Helo aquí!
Sostenía en alto una cosa que tenía el aspecto de una boñiga de cabra envuelta en
plástico. Cy se llevó el dedo a la sien y realizó con éste un movimiento de rotación.
- ¡Lo he visto! - chilló Praktis -. Ríase, igual que todos los demás. ¡Pero será Mel Praktis
quien ría el último! Aquí tengo una semilla, una semilla mutante que contiene
aceleradores del crecimiento jamás soñados por los miopes investigadores de a pie.
¡Observen!
Abrió un agujero en la arena de una patada, puso la semilla en él y luego la regó con el
agua. Salió una nube de vapor cuando el agua disolvió el envoltorio de plástico, que fue
seguida de un crujido.
- ¡Apártense! Existe auténtico peligro.
El suelo se abrió con una explosión y surgieron de él tallos que se elevaron en el aire y
se llenaron instantáneamente de hojas. Al mismo tiempo, la arena se agitó y se elevó
mientras de ella surgían raíces que crecían en todas direcciones. Bill, haciendo caso
omiso de la advertencia de Praktis, tocó una de las hojas que apareció casi bajo su nariz.
Dejó escapar un grito agudo y se chupó el dedo.
- Se lo tiene merecido - dijo Praktis -. La vida y el crecimiento generan calor, y a esta
velocidad se presenta más calor del que se libera normalmente. Observen cómo se
resquebraja y agrieta el suelo al ser absorbida toda el agua y la arena se calienta a causa
de la vida que crece en su interior.
Era realmente espectacular. Las amplias hojas absorbían energía solar para abastecer
los hornos enzimáticos del interior. Surgió un grueso tallo del que nació y comenzó a
hincharse una calabaza, creciendo y crujiendo ante sus ojos. Cuando alcanzó
aproximadamente un metro de largo se puso de un rojo brillante, crepitó y se rajó al
tiempo que todas las hojas y tallos se volvían marrones, se marchitaban y morían. La
totalidad del proceso había durado menos de un minuto.
- Impresionante, ¿verdad? - se relamió Praktis mientras abría el cuchillo plegable y lo
clavaba en el melón, lo que provocó que saliera siseando una nube de vapor y un olor
suculento perfumara el aire -. Al igual que los líquenes, el melón contiene tanto células
animales como vegetales. Las células animales han sido mutadas en carne de vaca así
que, como pueden observar, la carne del interior se ha cocinado gracias al calor del
crecimiento y el filete de melón está listo para ser comido.
Cortó una suculenta loncha de carne rosada y se la metió en la boca. Seguidamente
saltó para ponerse a salvo mientras los demás se abalanzaban hacia el melón.
Pasó al menos una hora antes de que el último bocado fuera masticado y deglutido, se
efectuara el último eructo y se lanzara el último suspiro. Sólo quedaron restos de corteza,
mientras que los estómagos estaban llenos a reventar.
- ¿Tiene más semillas de ésas, almirante? - preguntó Bill con humilde admiración.
- Puede apostar por ello. Así pues, deshagámonos de todas las raciones de hierro y del
resto de chatarra suministrada por el Gobierno, y continuemos adelante. Veamos si
podemos llegar hasta las luces antes de que caiga la noche.
Se oyeron algunas quejas, pero ninguna protesta real. Incluso los más tontos del grupo
sabían que tenían que salir de aquel desierto antes de que se les agotara el agua.
Continuaron avanzando y avanzando hasta que el sol estuvo casi en el horizonte y Praktis
ordenó un alto.
- Ya basta por hoy. Creo que para cenar tendremos otra vez filete; así podremos
continuar con energías renovadas por la mañana. Y esta noche conseguiremos tener una
buena vista de las luces.
Con las barrigas llenas, se sentaron en rumiante hilera sobre la cima de una duna
mientras caía la noche. Los primeros murmullos de preocupación se transformaron en
gritos de alegría cuando apareció en el horizonte un apretado racimo de luces. Extraños
rayos como distantes haces de luces antiaéreas barrieron el cielo nocturno, cambiando de
color antes de desaparecer de la vista.
- ¡Ahí están! - gritó Praktis -. Y ahora más cerca. Pronto llegaremos allí, creedme.
Así lo hicieron... y se equivocaron. No llegaron allí ni al día siguiente ni al otro. Las
luces se hacían más brillantes pero no parecían más cercanas; y ya habían consumido la
mitad del agua.
- Confío en que estemos a mitad de camino - dijo Bill sombríamente pateando a un lado
la cantimplora vacía.
Los demás asintieron con descontento. Ya se habían comido los filetes y sorbido las
pequeñas raciones de agua, y aún era temprano.
- ¿Podríamos poner un poco de música? - preguntó Praktis.
La noche anterior lo había hecho, pero esa noche nadie mostraba interés. El
abatimiento que se palpaba en el aire era tan espeso que podía cortarse con un cuchillo.
De hecho, Bill tuvo que recortar un trozo para poder ver a los demás.
- Podríamos contar chistes - dijo alegremente -. O jugar a las adivinanzas. ¿Qué es una
cosa negra que se posa en los árboles y es mortal?
- Un cuervo con una ametralladora - se burló Meta -. Ésa ya era vieja cuando el
Universo era joven. Yo puedo cantar...
Se vio abrumada por gritos de protesta que se transformaron en murmullos y luego en
silencio. Aquélla iba a ser una de esas noches; por lo que se despertó un gran interés
cuando habló Cy. Él era el más callado de todos, el que sólo hablaba cuando le
formulaban una pregunta y habitualmente en esos casos sólo gruñía una respuesta.
- Escuchadme. Yo no siempre fui así. Distinto a los demás. No como me veis ahora.
Llevaba una vida diferente. Dos vidas diferentes. Nunca antes he revelado cómo
comenzó. Cómo acabó fue una tragedia. Me convertí. En algo diferente. No orgulloso de
ello. Pero ocurrió. Yo era un... hombre-vudú. - Su rostro se torció de forma obscena
cuando todos jadearon -. Sí. Lo era. Puedo hablarles de ello. Si quieren.
- Sí, cuéntenos - gritaron todos y se acercaron más para oír...
EL CUENTO DE CY BERPUNK
«La vida tenla para Cy el mismo sabor que la colilla de un cigarro apagado.
»Así debía de ser, pues mascaba una. La escupió. Vació los restos de orina alcalina de
la taza de plástico desportillado. La dejó caer al suelo. La aplastó con el tacón claveteado
de su bota.
»Día de juicio.
»Decisiones.
»En el exterior, parpadeó ante la luz nacarada del sol de color naranja amarillento. Los
fragmentos menudos de polietileno procedentes de los trabajos de inyección llenaban el
aire, convirtiéndolo en un repulsivo dibujo de moaré.
»Tiempo...
»El «camello» se recostaba obscenamente contra el diseño demencialmente agrietado
del escaparate. El ajustado traje de color rojo sangre arrojaba sombras sanguinolentas
sobre los preservativos y consoladores del interior del escaparate. No levantó la vista
cuando Cy se le acercó, aunque sabía que estaba allí. La joya en forma de calamar
incrustado de piedras preciosas que le colgaba a un lado de la nariz se estremeció de
ansiedad.
» - ¿Lo tienes? - gruñó lacónicamente.
» - Lo tengo. ¿Lo tienes tú?
» - Lo tengo. Dame.
» - Bien.
»La kreditkard, que aún conservaba la tibieza del cuerpo de Cy, cambió de manos.
» - Aquí dice diez mil talegos. El trato era nueve mil. ¿Te quieres quedar conmigo? - se
burló el «camello» lacónicamente.
» - Quédate con el cambio. Dame.
»Le dio.
»El RAMchip camuflado como cacahuete, se deslizó inquietantemente de una mano a
otra. Cy se lo metió cruelmente entre los labios. Se lo comió.
» - Bueno.
»Se marchó. Cy se quedó solo. Su lector dental accedió a la memoria del RAMchip.
Luz y sonido invadieron la famélica noche. Saltó a un lado; el vengativo robotmóvil erró.
Fue tragado por la noche hendida por la luz del flash del robotmóvil. Ningún peatón
estaba a salvo en Yessca. En la oscura callejuela, Cy buscó refugio tras un contenedor de
basura demasiado lleno, comprimido bajo la fatiga de los días, papel de computadora
impreso y chips compactos gastados, desechos de un torrente tecnológico que se
mezclaban de forma obscena.
»Cy volvió a poner en funcionamiento el RAMchip.
»Ya lo tenía. La fórmula largamente oculta que le gritaba desde los bancos de memoria
RAM. Era suyo.
»Ella yacía postrada en la cama plagada de virus cuando él entró. Le echó llave a la
puerta y la selló tras de sí. Miró fijamente la cadavérica blancura de su cuerpo.
»Tendrías que salir al sol más a menudo.
»No hubo respuesta. En torno a los ojos llevaba una pintura de diseño de topos. El
sujetador y las bragas de cuero negro adornados con puntillas de nailon revelaban más
que ocultaban su figura. No estaba buena. Demasiado plana de pecho. Sin culo.
» - ¿Esta habitación es segura?
» - He desconectado el teléfono.
» - Aquí tienes - dijo él escupiendo el RAMchip en la palma de una mano.
» - No quiero tu asqueroso cacahuete usado.
»La ira encendió una antorcha invisible tras los ojos de él.
» - Cállate. Es la fórmula.
»La computadora se encendió cuando él le propinó un puntapié. Era una antigua IBM
PC, destripada y trucada con un macro Z-80's. Ahora tenía más compergs que un Cray. El
RAMchip encajó en el orificio especialmente diseñado con forma de cacahuete. La
pantalla despertó a la repulsiva vida, y la recorrieron unos símbolos indescifrables.
» - Ahí está.
» - Es indescifrable.
» - No si has sido entrenado. Eso es un tres, eso es un siete.
»Ella abrió desmesuradamente los ojos ante su arcano conocimiento. Se volvió,
rechazándolo. Sacó una píldora pentagonal. Una copia tibetana de una aspirina ilegal de
Islandia. Le hizo efecto mientras los obscenos símbolos pasaban a toda velocidad por la
pantalla. La impresora láser roncó grotescamente al vomitar papel impreso.
» - Toma.
» - No puedo.
» - Lo harás. Consigue todo lo que hay en la lista - dijo él, riendo como un demente al
sentir el olor a aspirina en el aliento de ella.
» - Drogas. Ilegal. Prohibido - leyó ella mientras los dedos le temblaban con vibratoria
desesperación -. Alcohol, agua destilada, glicerina...
» - Ve. O date por muerta -. El cañón de la ametralladora calibre 50 asomó su obsceno
hocico por la manga del abrigo de él.
»Ella se marchó.
»Cy BerPunk tenía veintiún años cuando comercializó la fórmula perdida durante tanto
tiempo, olvidada, deshaciéndose en los archivos comidos por las ratas del Amsterdam
News. Ahora renacida, vuelta a comercializar, apuntaba infaliblemente hacia el mercado
de los traficantes. Lo más nuevo. Lo más fresco.
»El alisador de cabello púbico iba a la par con la locura desnuda. Una vez visto, uno
quería poseerlo. Y Cy controlaba el suministro. Los talegos se apilaban y él observaba
cómo se multiplicaban los ceros. Hasta que un día...
» - ¡Basta! - dijo desagradablemente exultante.
»Ahora le dejarían entrar. Tenían que dejarle. El lector de cuentas bancarias comprobó
su balance mientras él se acercaba a la puerta principal de la casa del poder. Había dado
varios débiles golpecitos en la puerta cromada que estaba oculta detrás del holograma de
una puerta cromada. Si leían bien su balance, podría entrar. Si no, se arriesgaba a
romperse la nariz. Ningún peligro era demasiado. Su paso no cambió en ningún momento.
»Entró en el vestíbulo. La recepcionista llevaba puesta una holomáscara que le
ocultaba el rostro. Una cara de cerdo le devolvió la mirada. Tenía un pendiente de oro en
una oreja y los labios pintados de rojo.
» - Sí - gruñó ella.
» - CorazónDeManzana me necesita.
»La sonrisa de ella era tan enormemente fría como el helio líquido.
» - CorazónDeManzana necesita su dinero. El curso de hombre-vudú no es barato.
» - Puedo pagar.
» Vaya a ver a Chandu. Habitación mil nueve. Último ascensor a la izquierda.
»La puerta se cerró y el suelo se apretó contra sus pies. Luego lo hizo contra su cara
cuando la aceleración le aplastó. Mil plantas son un largo camino a recorrer. Cuando la
puerta se abrió él se deslizó sinuosamente al exterior. Se puso en pie con dificultad.
Chupó una perla octagonal llena de cafeína. Tenía un sabor repulsivo. Pero ahora podía
continuar su camino.
»Abrió estrepitosamente la puerta. Vio un brillo de maquinaria cromada y al hombre
que era el maestro.
» - Cierre la puerta. Rápido - ordenó Chandu en un tono tan imperativo como el del
último emperador. Su mano izquierda, postiza, rechinó al estilo latino. Era de manufactura
italiana, diseñada originalmente para abrir latas de espaguetis. Él la utilizaba para
hurgarse obscenamente la nariz.
» - ¿Cree que lo lleva dentro? Convertirse en un hombre-vudú. ¿En un asesino de
tableros de control?
» - Lo sé. No pienso. Corté mi primer diente masticando un ratón de computadora.
» - Difícil de hacer.
» - ¿Usted puede hacerlo?
» - Nadie puede hacer lo que puede hacer Chandu. Yo enseño.
»La mano postiza emitió un sonido como el de alguien que sorbe espaguetis cuando
señaló en dirección a la consola que sonreía malignamente y casi ocupaba toda la
habitación.
» - 80386 CPU. 2 megaRAM. Coprocesador matemático. Dedicada a la formación de
imágenes VDU.
» - Olvídese de lo básico - dijo, y acarició obscenamente el VDU -. Éste es mío. Mi
VDU. Yo seré un hombre-vudú. Pégueme los dermatrodos al cráneo. Engáncheme al
circuito.
» - ¿Al cráneo? ¿Qué se ha fumado? Las corrientes que salen del VDU le reducirían el
cerebro a gachas fritas. Se necesita el cuerpo para que absorba las corrientes. Lejos del
cerebro. Este es un supositrodo.
» - ¡Supositrodo! - dijo, mientras sus sentidos se tambaleaban -. ¿No va a aplicármelos
a las sienes? ¿Quiere decir que va a metérmelos por el culo?
» - Acertó a la primera.
»Ahora sabía por qué había un agujero en el asiento de la consola.
»Pero su cuerpo físico quedó olvidado cuando la corriente manó de forma sucinta. Él
era uno con el VDU, un hombre-vudú. Sintió que caía a través de las entrañas de la
computadora. Todo blanco, todo negro.
» - ¿Puede permitirse el color?
» - No creo en la publicidad - susurró su voz incorpórea desde el interior de su ser -.
Sólo en los holocarteles de publicidad del ferrocarril subterráneo. Contrate a primos. Todo
blanco y negro. Necesita menos RAM.
»El frío blanco del hielo y la cálida rojez del rojo resbalaron de su memoria y cayeron
en el vacío olvido. Algo surgió de las tinieblas y se acercó encumbrándose más allá de su
campo visual. Era un armario de archivos del tamaño de un rascacielos. Estaba hecho de
madera. Cubierto de telarañas.
» - ¿Qué me da? - gritó él en dirección a la negra oscuridad.
» - Le da un armario de archivos. No existe una forma mejor de representar las
funciones de una computadora. ¿Qué esperaba? ¿Infinito espacio azul? ¿Una red de
neones azul pálido? ¿Esferas codificadas por colores? Caca de la vaca. Mierda de
holopelículas para críos. ¿Cómo podría la mente humana que funciona a velocidad
química seguir las ciento treinta millones de operaciones por segundo de una
computadora? No puede. Así que el programa escrito sigue lo que está pasando. Este
programa genera esta imagen para que el cerebro humano pueda seguirla. Es el armario
de archivos. Se abre. Más armarios de archivos en el interior. Se abre un cajón. Se
encuentra el programa, la tarjeta. Se va al subprograma. Todo aburrido.
» - ¡Tan aburrido como las patatas fritas Buffalo! - rugió con arrogancia su alma errante
desde las susurrantes profundidades.
»No obtuvo respuesta. Chandu se había quedado dormido.
»Cy aprendió. Le llevó hasta el último talego que poseía. Y todavía más. Quería ser un
asesino de tableros de mando. Lo deseaba más que el sexo, la bebida o la letrina. Lo
deseaba tanto que podía saborearlo. Sabía asqueroso, pero aun así no le importó.
»Sin embargo necesitaba más dinero. Y sólo había un lugar donde conseguirlo.
Yessca. La subciudad que estaba debajo de la ciudad, en la que nunca entraban las
autoridades porque no querían caminar por el albañal que constituía la única entrada. Cy
caminó por él. Se libró de la última espiral de agua oleaginosa que se arremolinaba allí y
entró en El Mingatorio. La luz amarilla bañaba a la clientela con el color de la pesadilla de
un bebé, lo cual era una buena idea, ya que la mayoría eran bastante repulsivos. Cy los
apartó a golpes de hombro y dio un puñetazo sobre la barra de plástico microrrallada.
» - ¡Eh! - dijo.
»Se oyó el ruido de vasos rotos.
» - Nos hemos quedado sin Eh - se burló el camarero de la barra -. ¿Lo de siempre?
»Cy asintió. Distraído. Había olvidado qué era su «lo de siempre». La obscenidad de un
gordo inflado como una morsa que se extendía al otro lado de la barra a su izquierda
estaba bebiendo algo que humeaba con verde aldea. Eso no.
»El traficante de su derecha, con todos los lascivos pinchos de pelo púrpura terminados
en un pequeño preservativo, se atragantaba sobre un vaso que despedía humo púrpura.
Tampoco eso. Un vaso golpeó la barra frente a él. Desportillando el plástico.
» - Suyo - dijo el camarero, y no hubo compasión en sus labios cuando continuó -.
Ginger ale.
»La burla de Cy estuvo a la altura de la del otro cuando, tras llevárselo a la boca, beber
ansiosamente y sentir una profunda arcada, dijo:
» - ¿Me ha dado ginger ale de régimen?
»La única respuesta fue una risa obscena como un ánima agonizante que se deslizara
alejándose en la oscuridad.
»En Yessca todo estaba a la venta. Cy vendió. Era capaz de hacer cualquier cosa para
obtener los talegos que necesitaba. Vendió su sangre. Limpió cristales. Hizo de canguro a
un niño con dos cabezas. Nada era demasiado asqueroso, demasiado repugnante. Tenía
que hacerlo. Sería un hombre-vudú.
»El día de su graduación vinieron a buscarle.
»No pudo escapar. Las ventanas eran irrompibles. La puerta no les detuvo.
»La rompieron.
» Te tenemos - dijo el primero, con las luces de la calle que pasaban a través de las
persianas brillando en su cara como una impúdica proyección polar.
» - ¡No!
»¿Era aquélla su voz? ¿A quién más podía pertenecer?
» - Cójale.
»Le pusieron violentamente el papel en la reticente mano, como una serpiente de
cascabel venenosa de papiro que susurraba como los susodichos cascabeles.
»No había escapatoria posible. Estaba contratado.»
- Me contrataron. Acabé aquí. Un hombre-vudú sin VDU. Desperdiciando mi vida, mi
talento. Cableando circuitos de tableros.
Las lágrimas de autocompasión cayeron silenciosamente sobre las arenas del desierto.
Sólo hubo silencio cuando la voz de Cy se apagó. Pero su auditorio no lo advirtió debido a
que estaban entorpecidos por el cansancio, y arrullados por su voz habían caído en un
profundo sueño. Él tampoco advirtió esto último; había estado tomando píldoras de forma
regular mientras hablaba y ahora estaba absolutamente colocado. Cuando la última
palabra hubo levantado el vuelo de sus labios, cayó pesadamente sobre la arena y
comenzó a roncar.
Pero no era el único que interpretaba arias de nocturna armonía. Sonidos siseantes y
de aserradero resonaban en la quieta noche, pues aquél había sido un día largo y duro.
Pero ¡ay!, allí había algo más que ronquidos, más que suaves runruneos y murmullos.
Algo negro asomó por la cima de la duna y su volumen eclipsó las estrellas. Avanzó, dudó
y luego atacó súbitamente. Un repentino grito de dolor fue rápidamente silenciado.
Aquello negro se marchó y el runruneo había desaparecido.
Algo había despertado a Bill. Abrió los ojos, se sentó y miró en torno de sí. Nada.
Volvió a tumbarse y se tapó la cabeza con la manta para no oír los ronquidos, tras lo cual
se quedó dormido al instante.
7
- En pie - gritó el almirante Praktis, corriendo de un lado a otro y propinando patadas a
las formas durmientes.
Aguijoneados por la bota y la voz, levantaron uno a uno las reticentes cabezas y
parpadearon mirando el globo anaranjado del sol naciente.
- Se ha ido. Meta se ha ido, desaparecido, raptada, robada.
Lo cual era verdad. Todos miraron boquiabiertos hacia el hueco practicado en la arena
justo en el sitio en el que ella había dormido, y luego siguieron con los ojos fuera de las
órbitas las pistas dejadas sobre la arena que se alejaban hacia el desierto sin pistas.
- ¡Comida viva por algún odioso monstruo! - gimoteó Bill, abriendo nervioso zanjas en
la arena con sus afiladas uñas de pollo.
Praktis le miró con repugnancia.
- Si era un monstruo, subalférez, debía de tener carné de conducir. Porque si no estoy
equivocado, y no lo estoy, ésas son huellas de tractor, y no de pies, garras, tentáculos o lo
que sea.
- Desde luego que lo son - consintió Wurber, cuya nuez de Adán temblaba de emoción
-. Es bien cierto que son huellas de tractor. Se parecen muchísimo a las del viejo JCB que
yo conducía en la granja. Y digo... ¿creen que pueda haber una granja cerca de aquí...?
- Cállese, imbécil, o lo mato - insinuó Praktis -. Algo se llevó a Meta mientras ella
dormía. Tenemos que ir a buscarla.
- ¿Por qué? - refunfuñó el capitán Bly -. Ya estará más que muerta. No es asunto
nuestro.
- Subalférez, saque su arma. Dispare contra cualquiera que desobedezca mis órdenes.
Seguiremos las huellas. Recoged las cosas - dijo, clavando una mirada en el capitán Bly
cuyas protestas pasaron del murmullo al silencio -. Bien. Ahora, si miran la brújula
advertirán que las huellas se dirigen prácticamente en la misma dirección que llevamos
nosotros. Así que recójanlo todo y marchémonos. Y rápido.
Se marcharon, tras repartirse el contenido del cargamento de Meta y recogerlo todo.
Bill, con la pistola desintegradora aún desenfundada, tomó la delantera y abrió la marcha.
El sol se elevó en el cielo pero ellos no se detuvieron. Estaban tambaleándose de fatiga
cuando Bill ordenó un alto y se desplomaron sobre sus propias pisadas.
- Cinco minutos, ni uno más - dijo, y por toda respuesta obtuvo gemidos de
agotamiento.
Desde muy lejos les llegó el retumbar de una explosión.
- ¿Todos han oído eso? - preguntó Bill con el ceño fruncido, poniéndose en pie -.
Continuemos.
Cuando, después de caminar penosamente, consiguieron llegar a la cima de otra duna
de arena, vieron ante ellos una columna de humo negro. Bill les hizo señas de que
bajaran y dejó caer su carga sobre la arena.
- Mantengan las armas preparadas... y los ojos abiertos. Si dentro de cinco minutos no
estoy de vuelta... - abrió la boca y volvió a cerrarla, sin saber lo que venía a continuación.
- Mire - dijo Praktis -, simplemente salga ahí fuera y averigüe qué ha pasado. Si no
tenemos noticias suyas, iremos a buscarlas.
Había una resolución de acero en los pasos de Bill, mientras marchaba hacia la batalla,
duna abajo y duna arriba. Cuando el humo estuvo cerca, justo detrás de la siguiente duna,
se echó a tierra y reptó hasta la cima desde la que se asomó con infinita precisión.
- Ya era hora de que llegara - dijo Meta tan pronto la cabeza desapareció en su campo
visual -. ¿Tiene un poco de agua?
¿Se encuentra bien? - preguntó, manteniendo la pistola desintegradora preparada
mientras avanzaba deslizándose, con la vista fija en los ardientes restos metálicos.
- No gracias a su grupo. Dejar que me raptaran ante sus propias narices...
- ¿Qué ha ocurrido? ¿Qué es esa cosa?
- ¿Cómo voy a saberlo? Todo cuanto sé es que estaba profundamente dormida y que
al minuto siguiente estaba despierta, cubierta de arena y me zarandeaban por ahí. Me
senté y debí golpearme la cabeza porque quedé fuera de combate durante un rato.
Cuando recuperé el conocimiento todo estaba negro, podía oír un motor y sabía que nos
estábamos moviendo. Aún conservaba mi pistola desintegradora, así que me abrí camino
con ella. Ahora... ¿el agua?
- Con los demás - dijo, y efectuó tres disparos cortos con la pistola -. Oirán eso. ¿Mató
al conductor de esa cosa?
- No lo había... es lo primero que busqué. Es un robot, guiado por control remoto o algo
así. Una especie de máquina con orugas que lleva esa enorme pala al frente. Debe de
haberme cogido con la pala y haberse alejado rodando mientras todos ustedes dormían
tan profundamente.
- Lo siento... pero yo no oí nada...
Se oyó un agudo sonido metálico al otro lado del armatoste quemado, seguido del ruido
de un motor.
- Ahí vienen más... ¡baje! - gritó Bill, dejándose caer y enterrándose en la arena para
dar ejemplo.
- ¡Me cargaré a sus madres antes de que ellos se me carguen a mí! - gritó Meta
espumajeando de rabia y corriendo en dirección al ruido con la pistola desintegradora
preparada.
Bill la siguió con reticencia, apresurándose sólo cuando oyó el sonido del arma de la
joven.
Ella estaba de pie, esparrancada, despidiendo humo por la boca del cañón de su
pistola desintegradora.
- Erré - dijo ella con gesto de asco -. Se ha escapado.
Bill observó las huellas de oruga que se dirigían duna arriba y desaparecían en la cima.
Eran pistas pequeñas, de menos de un metro de ancho, y solamente un par de ellas. El
subalférez parpadeó confuso.
- ¿Se marchó por ahí? ¿Cómo llegó entonces hasta aquí abajo?
- Estuvo aquí durante todo el tiempo, dentro de ese otro - dijo Meta señalando la
portezuela practicable que ahora permanecía abierta de par en par en un flanco del
armatoste quemado -. Salió de aquí y se alejó rodando y, ¿sabe una cosa? No había
conductor del robot ni nada parecido. Tenía exactamente el mismo aspecto que esto, sólo
que más pequeño.
- He aquí un misterio - dijo Bill descendiendo de la duna a grandes zancadas y
guardándose el arma en la pistolera -. Ya he oído el final... Ahora cuénteme lo que ocurrió
antes.
- Después del agua - dijo Meta, y tosió -. Éste ha sido un trabajo muy seco.
Cuando se hubo zampado un vaso lleno de agua y repetido la historia a gusto de todos,
examinaron los restos quemados, patearon los flancos metálicos y admiraron las enormes
huellas de sus orugas. Curiosearon la cabina en forma de pala en la que ella había estado
cautiva, y acabaron sabiendo poco o nada.
- Usted, Cy - ordenó Praktis -, usted es el trasto tecnológico que tenemos. Déle un
repaso a esa cosa mientras yo planto el almuerzo. Le dejaremos un poco.
Estaban acabando de almorzar, chupándose los dedos grasientos y frontándolos contra
la arena para limpiarlos, cuando Cy BerPunk se reunió con ellos, apoderándose con
fruición de su porción de carne.
- Muyrr rintrlesante - dijo con la boca llena.
- Trague primero y hable después - le ordenó Praktis.,
- Muy interesante. Esta máquina parece haber sido hecha de una sola pieza. No se ven
soldaduras ni remaches ni nada parecido. Y es completamente autosuficiente. En ese
abombamiento de la parte frontal hay muchas cosas que parecen circuitos y memorias.
Hay entradas de radar, sonar y lo que podría ser un detector infrarrojo. No posee armas ni
nada parecido. Hasta donde puedo opinar, simplemente se limita a rodar por ahí y llenar
la pala en la que Meta se vio atrapada. El motor es la parte interesante. Energía solar,
placas en la parte superior, creo que he encontrado grandes baterías. Luego una bomba
hidráulica y lo que podría ser una red hidráulica...
- ¿Qué son todos esos podría ser y parece? Yo creía que usted era el niño prodigio de
la tecnología.
- Lo soy. Pero no podré realizar muchos prodigios hasta que tenga una sierra de
diamante. En lugar de una red hidráulica, eso parece una red de túneles abiertos en el
metal macizo para que corra el fluido. No es rentable en absoluto y yo nunca había visto
antes una cosa así. Y ésa no es la única cosa diferente...
- Ahórreme todo el rollo tecnológico - gruñó Praktis -. Ese pequeño misterio se quedará
así. Tenemos que seguir las huellas de ese otro que se escapó. También va en la misma
dirección que debemos seguir nosotros, hacia las luces. Puede que lleve un mensaje para
dar cuenta de nuestra posición...
- ¿Dar cuenta a quién? - preguntó Bill.
- ¡Yo no sé quién ni qué ni cuál ni nada más que nadie de este grupo! Lo único que sé
es que cuanto más rápido nos movamos más posibilidades tendremos de seguir
moviéndonos. Me gustaría encontrarlos, a los «quienes» o a los «qués», antes de que nos
encuentren a nosotros. Así que, arreando.
Por una vez, Praktis se había quedado sin argumentos. Comparó durante un rato las
huellas con la dirección de la aguja de la brújula, pero luego la guardó. Marchaban en la
dirección correcta. Era un día largo y caluroso; pero sin embargo, Praktis no ordenó un
alto hasta que ya era casi de noche. Se puso a observar con el ceño fruncido las huellas
que desaparecían en la oscuridad; Bill se le acercó y las observó con el ceño fruncido
junto a él.
- ¿Está pensando lo mismo que yo estoy pensando, Bill? - preguntó Praktis.
- Sólo si usted está pensando en que la cosa que perseguimos no tiene que pararse a
descansar y continúa huyendo.
- Es exactamente lo que estoy pensando.
- Será mejor que apueste vigías, esta noche. No queremos que nadie más sea paleado
en medio de la oscuridad.
Se turnaron para hacer guardia, aunque no lo hubieran necesitado realmente. El sonido
de los motores que se dirigían hacia ellos era suficientemente audible. Ya estaban bien
enterrados en la arena de la cima de una duna y con las pistolas a punto para disparar,
cuando el rugido se volvió ensordecedor. Provenía de todas direcciones.
- Estamos rodeados - gimió Wurber, y luego dejó escapar un grito cuando alguien le
propinó una patada.
Pero no ocurrió nada más. El sonido de los motores retumbó más y más y luego
disminuyó ociosamente hasta convertirse en un rumor de fondo. Ninguna se les acercó.
Después de un rato, la curiosidad de Bill pudo más que él y se arrastró fuera de su
escondite para hacer un reconocimiento. Había suficiente luz proveniente de las estrellas
como para que pudiera distinguir las formas que aguardaban al pie de la duna.
- Estamos rodeados - informó a su regreso -. Cantidades de máquinas enormes. No
pude distinguir detalles, pero están por todas partes, oruga con oruga. ¿Deberíamos
intentar pasar entre ellas?
- ¿Por qué? - preguntó Praktis con inexorable realismo -. Ellas saben que estamos aquí
y nos aventajan con mucho en número. Si tratamos de liar las cosas en medio de la
oscuridad, no sabemos lo que podría ocurrir. Sudémosla hasta que se haga de día.
- De esa forma, al menos podremos ver quién nos aniquila - se burló el capitán Bly
mientras se tragaba una píldora -. Prefiero colocarme. Quizá despierte muerto, pero al
menos no me enteraré.
Nadie discutió con él. Los que pudieron dormir, durmieron. Bill lo intentó con fuerza
pero con absoluta falta de éxito. Al final se sentó en la cima de la duna y clavó la vista en
sus invisibles perseguidores. Meta se reunió con él y le pasó un cordial brazo por encima
de los hombros.
- Se siente solo, preocupado, asustado y tiene miedo. Puedo sentirlo - dijo ella.
- No es demasiado difícil darse cuenta. ¿Y usted?
- Yo no. Soy demasiado dura para este tipo de cosas. Déme un beso y olvídese de
todos esos monstruos traviesos de ahí fuera.
- ¿Cómo puede siquiera pensar en el sexo en un momento como éste? - gimió Bill
apartándose recatadamente del cálido abrazo de ella -. Dentro de pocas horas podríamos
estar muertos, según lo que sabemos.
- ¿Qué mejor razón para olvidar tus problemas, tesorito? ¿O es que no te gustan las
chicas? - El ceño fruncido de ella atravesó, ardiente, la oscuridad.
- Me gustan las chicas. De veras que me gustan. Pero no ahora. ¡Mire! - Su voz
expresaba alivio mientras exclamaba -: ¿No se está aclarando el cielo? Será mejor que
despierte a los demás.
- Los demás están despiertos - dijo una voz desde la oscuridad -. Y nos estábamos
divirtiendo realmente con el diálogo.
- ¡Ustedes son un grupo de bastardos voyeurs! - gritó Meta y disparó salvajemente
hacia la oscuridad con su pistola desintegradora. Pero ya se habían puesto a cubierto y
nadie resultó herido. Ella murmuró sombríamente para sí y luego volvió su iracunda
atención hacia las máquinas que aguardaban -. Me cargaré al primero que se acerque; le
daré justo entre los ojos. No sé qué haréis vosotros, cobardes cerdos machistas, pero
esta chica no se someterá. ¡Me llevaré por delante a tantos como pueda!
- Podría tener la amabilidad de ser razonable en este caso - le sugirió Praktis desde la
protección de su madriguera -. Limítese a dejar su arma hasta que veamos lo que ocurre.
Nos quedará tiempo de sobras para disparar, más tarde, si fuera necesario.
Se oyó un runruneo en la distancia, y todos levantaron la vista hacia la máquina que
apareció en el cielo. Era un ornicóptero que agitaba las alas y revoloteaba. Cuando pasó
volando demasiado cerca, Meta se puso en pie de un salto y le disparó con su pistola. Le
saltaron trozos de la cola se ladeó bruscamente y luego se alejó volando a gran velocidad.
- Oh, muy bien - murmuró Praktis, pero no lo suficientemente alto como para que la
iracunda primer oficial ingeniero de primera clase pudiera oírlo -. Me hubiera gustado
mantener esto en paz.
Al otro lado de la duna un motor despertó a la vida. Meta giró en redondo y efectuó un
disparo antes de que Praktis pudiera agarrarla.
- ¡Ayúdenme! - gritó el almirante -. ¡Antes de que nos haga matar a todos!
Esta llamada a la cobardía funcionó, y todos los valientes hombres se echaron encima
de la chica y ayudaron a desarmarla, haciendo como que no oían los adjetivos que ella les
dedicaba. En cuanto tuvieron el arma en su poder, se apartaron e intentaron parecer
pacíficos y despreocupados mientras el vehículo rechinaba duna arriba y se dirigía hacia
ellos. Se acercó a corta distancia, giró de lado y se detuvo. Dieron un paso atrás cuando
se oyó un rechinar metálico, pero sólo se trataba de puertas que se abrían. Al no ocurrir
nada más, Bill, que sentía que su masculinidad había sido mancillada por la superioridad
de Meta, dio un paso adelante para demostrar que el buen macho viejo aún no estaba
muerto. Se detuvo y miró al interior. Se volvió e informó.
- No hay conductor, pero sí hay asientos en el interior. Son seis. Exactamente el mismo
número de personas que tenemos aquí.
- Brillante observación - dijo Praktis, poniéndose de puntillas para mirar al interior del
vehículo -. ¿Alguien quiere dar una vueltecita?
- ¿Tenemos elección? - preguntó Bill.
- Ninguna, que yo sepa - dijo, volviéndose a mirar, por encima del hombro, el inmenso
círculo de vehículos que les rodeaba.
- Aprovechemos la oportunidad - dijo Bill, arrojó su bulto en el interior y lo siguió -. Por
si acaso, el agua ya casi se ha terminado.
Los demás le siguieron con gran reticencia y suspicacia. Cuando todos estuvieron
sentados, la puerta se cerró de golpe, el motor aceleró y el vehículo sin conductor rugió
duna abajo. Una gran máquina con orugas de tanque se hizo a un lado retumbando, y
ellos pasaron a toda velocidad por el espacio que dejó libre. El movimiento de las orugas
levantó una enorme nube de polvo a través de la cual, apenas entrevistas, las otras
máquinas giraron y les siguieron.
8
- Este trasto tiene una suspensión de mierda - dijo Meta, rebotando en el asiento
metálico mientras iban lanzados por un barranco lleno de baches.
- Pero, señor, ¡esto es mejor que caminar! - dijo Bill con tono de simpatía, tratando de
abrirse nuevamente camino hasta la buena voluntad de ella.
La única respuesta de Meta fue un gruñido de labios torcidos.
- Ahí hay algo, justo delante de nosotros - anunció Cy cogiéndose al hombro de Wurber
para no caer, mientras se ponía de pie y bizqueaba hacia el vacío -. No puedo ver qué es,
salvo que parece cantidad de grande.
Mientras rodaban hacia él, el distante objeto, que era una pequeña mota no más
grande que una cagada de pájaro, aumentó de tamaño. Creció hasta ser tan grande como
la mano de un hombre, y siguió creciendo hasta que ya pudieron distinguir detalles,
detalles inexplicables al principio. Que continuaron siendo inexplicables al acercarse más.
Cuando pasaron la cima y comenzaron a rodar colina abajo en dirección al valle, vieron
que la confusión de torres, formas, estructuras y trastos por el estilo estaba rodeada por
una alta muralla. En aquel lugar las arenas estaban cortadas y marcadas por huellas de
orugas y ruedas que se cruzaban y enmarañaban, aunque todas convergían en el mismo
punto en el que la muralla se hinchaba formando un impresionante bulto.
El vehículo que los transportaba a ellos continuó rodando, pero los demás redujeron la
marcha, se detuvieron y se quedaron atrás, desapareciendo de la vista en medio de las
nubes de polvo que se levantaban en torno suyo. El transporte de placer no aminoró la
marcha mientras se dirigía hacia la muralla, que se abrió de golpe en el último momento.
Pasaron zumbando a través de la abertura y quedaron en medio de una oscuridad tan
negra como la brea cuando la muralla exterior se cerró tras ellos.
- Espero que esta cosa pueda ver en la oscuridad - murmuró Praktis para sí.
Entonces apareció luz ante ellos y el vehículo redujo la velocidad, ronroneó mientras
salía a la luz del sol y se detuvo.
- ¿Qué hemos ganado? - preguntó Meta -. Más arena, murallas sólidas y el mismo
cielo. Para esto podríamos habernos quedado en el desierto...
Se interrumpió cuando las puertas rechinaron y se abrieron de golpe.
- ¡Creo que tratan de decirnos algo! - dijo Wurber.
Se levantaron cautelosamente, no porque tuvieran muchas alternativas, y bajaran a
tierra. Excepto Bill, que tenía aún menos alternativas.
- Venid, compañeros. Tengo un problema. Esta cosa me ha cogido por los tobillos.
Se puso de pie y estiró, pero las bandas metálicas le sujetaban con fuerza. Y mientras
estaba haciendo esto y antes de que nadie pudiera volverse a ayudarle, las puertas
volvieron a cerrarse de golpe. Bill emitió un grito ronco cuando la máquina se puso en
movimiento haciéndole caer en el asiento. En la pared que tenían delante apareció una
abertura, y ellos dispararon en dirección a ella. Las iracundos gritos de sus compañeros
quedaron silenciados cuando la pared volvió a cerrarse.
- No estoy seguro de que esto me guste - gimoteó Bill en dirección a la oscuridad
mientras continuaban rodando.
Atravesaron una puerta y salieron a una cámara bañada por la luz solar. Las ligaduras
lo dejaron en libertad en cuanto el vehículo se detuvo, y las puertas se abrieron una vez
más. Mirando dubitativamente a su alrededor, Bill salió al exterior.
El sol se filtraba a través de unos paneles transparentes que estaban en lo alto,
alumbrando las complejas máquinas y extraños aparatos que cubrían las paredes. Todo
era muy misterioso pero, antes de que tuviera tiempo de examinarlo, una máquina
pequeña y bulbosa se acercó a él sobre sus rechinantes ruedas y se detuvo. Un brazo
metálico que tenía una protuberancia en la punta se disparó en dirección a él, y lo hubiera
golpeado en la cara si no se hubiese
agachado. Bill sacó su pistola desintegradora, dispuesto a destruir aquella cosa si
intentaba volver a atacarle. Pero la protuberancia tan sólo rotó hasta encararse con él y se
detuvo a unos treinta centímetros de su cabeza. Vibró ligeramente y emitió un sonido
ronco, entonó una nota aguda y luego habló con voz profunda.
- ¡Blep... bleep... bleep-b-blep... bleep! - dijo con electrónico entusiasmo, y luego se
inclinó hacia él como esperando una respuesta.
Bill sonrió y se aclaró la garganta.
- Sí, estoy bastante seguro de que tiene usted razón - dijo.
- 0101 1000 1000 1010 1110
- Mejor, tal vez.
La cosa vibró y volvió a hablar.
- Karsnitz, ipplesnitz, frrkle.
- No capto realmente el matiz...
- Su ogni parola della pronuncia é stato segnato l’accento fonico.
- No - dijo Bill -. Aún encuentro un poco de dificultad.
- Vous y trouverez plus million mots.
- Últimamente, no.
- Mi opinias ke vi komprenas nenion.
- Se va aproximando.
- Tiene que haber algún idioma, fea/viscosa criatura, que pueda hablar/comprender.
- ¡Blanco!
- ¿Significa la expresión «blanco» que puede comprender lo que le comunico?
- Talo creo. Su voz es vagamente cascajosa, pero por lo demás está bien. Ahora,
espero que no le importará, pero querría preguntarle si...
La cosa no se quedó a sostener una charla, sino que se marchó rodando y se detuvo
cerca de una máquina que parecía un cruce entre cámara de televisión y fuente de agua.
Bill suspiró, a la espera de lo que vendría a continuación. Cuando vino fue de lo más
impresionante.
Sonaron timbres y a lo lejos se oyó una sirena. Todo aquel ruido se hizo cada vez más
alto y la pared se dilató para formar una puerta de la que surgió un rayo de luz dorada. Un
estrado color oro entró rodando a través de la abertura y se detuvo delante de Bill. Estaba
cubierto de paños dorados y encima de los paños yacía una figura. Su forma era
prácticamente humana, a menos que se tomara en cuenta el hecho de que tenía cuatro
brazos, y aparentemente era de metal. La cabeza dorada, donde se veían unos
remaches, se volvió a mirarle, los ojos chasquearon al abrirse, y con una boca acabada
en auténticos dientes de oro, le habló.
- ¡Bienvenido, noble extranjero de un mundo lejano.
- ¡Arrea! Esto es fantástico. Realmente puede hablar mi idioma.
- Sí, acabo de aprenderlo en la computadora lingüística. Pero aún no manejo bien el
pluscuamperfecto y los gerundios. Tampoco los plurales irregulares.
- Yo nunca los utilizo - dijo Bill, con humildad.
- Parece una respuesta satisfactoria, aunque más que estúpida. Y ahora, ¿qué le trae
hasta nuestro amistoso mundo de Usa?
- ¿Es así como se llama este planeta?
- Obviamente... estúpido, o no lo hubiera dicho. Como pequeño paréntesis, ¿no tendrá,
por casualidad, algún consejo que darme respecto a las oraciones subjuntivas? Sí, ya
veo, sacude su estúpida cabeza, tampoco las usa. Volviendo al trabajo. ¿Sus razones
para venir aquí?
- Bueno, nuestra base, que tendría que haber sido segura en caso de ataque...
- Eso, para su información, es una de esas oraciones subjuntivas que nunca usa.
Bill, no hallando las palabras, hizo un pequeño esfuerzo y continuó.
- Pero fuimos atacados por dragones voladores gigantes...
- Perdone la interrupción, pero ¿no eran, por casualidad, dragones voladores gigantes
metálicos?
- Si... lo eran.
- ¡Así que era eso lo que se traían entre manos esos bastardos de lata! - Los párpados
dorados chasquearon repetidamente mientras la criatura emitía un profundo siseo.
Luego volvió su atención hacia Bill.
- Haga el favor de disculparme. Estoy olvidando mis buenos modales. Me llamo Zots-
Zits-Zhits-Glotz, pero puede llamarme por - Mi diminutivo, Zots, para sellar nuestra
creciente e íntima amistad. ¿Y usted es...?
- El recientemente ascendido subalférez Bill.
- ¿Debo utilizar el nombre completo?
- Mis amigos me llaman Bill.
- Qué amable de su parte, y de la de ellos, por supuesto. Pero me estoy comportando
como un mal anfitrión. ¿Puedo ofrecerle algún refresco? Quizás un poco de aceite
refinado. O un benceno bien filtrado, o una libación de fenol.
- Nada de eso, gracias. Sin embargo me iría bien un vaso de agua...
- ¿Que quiere qué? - bramó Zots con pulmones de acero -. O, ahá, quizá no le he oído
bien. Tal vez quiera alguna sustancia de la que nunca he oído hablar. ¿No habrá pedido
agua, la forma líquida de H2O a la temperatura ambiental, que contiene dos moléculas de
hidrógeno por una de oxígeno?
- Eso es, eso es lo que quiero, señor Zots. ¡Está realmente fuerte en química!
- ¡Guardias! ¡Destruyan a esta criatura! ¡Quiere asesinarme, envenenarme!
¡Desmantélenla! ¡Fúndanla! ¡Aflójenle las tuercas!
Bill se retiró chillando de miedo cuando una aterrorizadora selección de maquinaria se
lanzó hacia él. Las tenazas, garras metálicas, retorcidos tentáculos y abultadas pinzas
estaban a punto de agarrarle y deshacerle cuando la voz sonó una vez más.
- ¡Deteneos!
Todas se detuvieron a punto de atacar, excepto una máquina de brazos extensibles
que se habían extendido demasiado. Se inclinó hacia delante y se estrelló contra el suelo.
- Una sola pregunta, viscoso extranjero Bill, antes de que vuelva a lanzar sobre usted
las hordas. El agua que pidió... ¿qué planeaba hacer con ella?
- Pues bebérmela, por supuesto. Estoy realmente muerto de sed.
Un ligero temblor metálico conmocionó la dorada figura de Zots. Bill, por una de esas
escasas veces en su vida, tuvo una idea original. Con un esfuerzo aparentemente enorme
y durante un período de tiempo bastante largo, sus neuronas militarmente decadentes
habían sumado dos más dos y se las habían arreglado para obtener cuatro.
- A mí me gusta el agua. Porque el noventa y cinco por ciento de mi cuerpo - dijo
equivocadamente - está compuesto de agua.
- ¡Nunca cesarán los prodigios! - dijo Zots, tras lo cual se dejó caer sobre los paños
dorados y meditó tan profundamente que podía oírse cómo giraban sus engranajes -.
Guardias, retírense - ordenó y fue obedecido -. Supongo que teóricamente es posible que
exista vida basada en el agua, aunque suena repulsivo.
- No realmente en el agua - dijo Bill, rastreando en su cerebro las lecciones de ciencias
largamente olvidadas -, sino en el carbono, eso es. Y en la clorofila, ya conoce ese tipo de
cosa.
- Francamente, no. Pero aprendo rápido.
- ¿Ahora puedo yo hacer una pregunta? - inquirió, e interpretó el lánguido gesto de la
cabeza como un asentimiento -. Simplemente estaba conjeturando. Pero usted está
hecho de metal. No hecho, sino que usted es de metal.
- Eso parece bastante obvio.
- ¡Usted es una máquina viviente!
- Me siento injuriado por la palabra máquina utilizada en ese contexto. Vida basada en
el metal sería un término más preciso. Hemos de tener una buena charla acerca de eso,
de los dragones voladores y otros temas de gran interés. Pero ante todo, aquí tiene su
veneno... Le ruego que me disculpe... su bebida.
Se le acercó rodando una plataforma metálica que tendió un brazo extensible y
depositó ante él, en el suelo, un recipiente de vidrio; tras esta operación retrocedió
rápidamente. Bill lo recogió y vio que en el interior gorgoteaba un líquido transparente.
Encontró el cierre con alguna dificultad, y el recipiente se abrió repentinamente. Olió el
contenido, lleno de sospechas, pero no pudo oler nada. Hundió un dedo en él y no sintió
nada. Se chupó el dedo.
- Ésta es buena H2O, viejo camarada Zots. Un millón de gracias.
Gorgoteó, jadeó y agotó el contenido del recipiente, volviendo a dejarlo en el suelo con
un «Ahhh» de satisfacción.
- Ahora ya lo he visto todo... - suspiró Zots con pasmo reverencial en la voz -. Ya tengo
algo que contarles a los muchachos ahí abajo, en la tienda de máquinas - suspiró, tras lo
cual chasqueó los dedos y un aparato con ruedas y tentáculos se acercó y le dio una lata
de aceite. La cogió en el aire a modo de brindis y continuó -. Ésta es por usted, noble
extranjero bebedor de veneno. Vació la lata y la lanzó a un lado -. Ya hemos sociabilizado
lo suficiente. Al trabajo. Debe contarme más cosas acerca del ataque de los dragones
voladores. ¿Tiene idea de por qué querrían hacer eso?
- Ya lo creo. El ataque estaba dirigido por los viles y repugnantes chingers.
- Esta historia se pone cada vez mejor. ¿Qué es exactamente un chinger?
- Son el enemigo.
- ¿De quién?
- De la especie humana. Ésos son los míos, es decir los nuestros, los de la gente.
Estos chinger son una especie extraterrestre inteligente que quiere destruirnos. Por eso
nosotros, naturalmente, tenemos que destruirlos primero a ellos. La destrucción a gran
escala se llama guerra.
- El entendimiento penetra. Usted y el resto de su acuosa especie están en guerra con
esos chinger. Puedo preguntar... ¿su metabolismo está basado en el metal o en el
carbono?
- ¿Jesús! No estoy seguro. Tienen cuatro brazos igual que usted, y sé que no son de
metal. Pero conducían los dragones metálicos. Lo sé porque yo mismo vi uno. Esos
dragones, jo, jo - rió artificialmente tratando de parecer astuto -, ¿no serán suyos, por
casualidad?
- Ni por casualidad. Fueron criados por los malvados wankkers. Ya le hablaré de ellos,
pero primero... me estoy volviendo muy descuidado. Esas criaturas que trajimos con
usted, ¿son chingers, por casualidad? ¿O socios suyos?
- Son seres humanos como yo. Son amigos míos, o al menos algunos son mis amigos.
- En ese caso tenemos que atender a sus necesidades, porque me estoy comportando
como un anfitrión muy malo. Les haré traer aquí. Luego les contaré la repugnante historia
de los wankkers.
9
El resto de la expedición fue arreada al interior de la sala por máquinas de arreo.
Dirigieron en torno de la habitación miradas de sospecha, manoseando sus pistolas
desintegradoras.
- Está bien... están entre amigos - se apresuró a gritar Bill antes de que se produjera un
trágico accidente.
- Será mejor que amplíe su informe - dijo Praktis -. ¿Cuáles son exactamente esos
amigos de entre toda esta quincalla ambulante?
- El tipo dorado del canapé. Se llama Zots y parece estar al mando aquí.
- Más que parecer, amigo Bill. Yo soy el perro que manda, como tría usted en su
pintoresco idioma, a pesar de que la definición de perro es para mí un misterio.
Presénteme a sus colegas.
Una vez presentados y después de que todos hubieran bebido cantidades de agua, Bill
les puso al día.
- Parece que aquí, Zots y todo el resto de su pandilla son formas de vida basadas en el
metal.
Cuando oyó esto, Praktis abrió desmesuradamente los ojos que tole salían de las
órbitas, y de su boca manó un torrente de preguntas científicas. Bill se dio cuenta de que
corrían el riesgo de atarse en ese punto, por lo que continuó adelante rápidamente.
- Él le pegará el rollo científico más tarde, almirante. Pero en primer lugar, estaba a
punto de hablarnos acerca de los dragones que atacaron. Tienen algo que ver con algo
llamado wankkers.
- Una ligera corrección - corrigió Zots -. Han sido recientemente criados por los
wankkers. Nosotros mantuvimos una estrecha Vigilancia sobre sus monstruos, porque
ellos no son de fiar. Bill me ha informado que ustedes guerrean con los malvados chinger.
Podría decirse que nuestra relación con los wankkers es muy parecida. Y puesto que ellos
han criado y entrenado los dragones para los chinger, eso nos convierte en compañeros
de cama... ¿verdad?
- Aliados, sería una palabra más adecuada - dijo Praktis.
- Tomo nota, querido amigo. En cuanto a los wankkers, se proponen destruirnos, por lo
que nosotros debemos destruirlos primero.
- Igual que ocurre entre los humanos y los chinger - dijo Bill, alegremente.
- Parece existir realmente un paralelismo. Aquí en Usa hay muchas y variadas formas
de vida, como pueden ver si miran a su alrededor. Hace millones de años la vida
evolucionó en los polos cálidos de petróleo que adornan nuestro paisaje. Bañada por los
rayos de nuestro benévolo sol, la evolución pasó por diversos estados. A través de los
tiempos evolucionaron los sencillos mineralívoros que aún pastan en los ricos depósitos
de petróleo de las colinas y en las praderas arenosas. Pero la vida está roja de óxido en
dientes y colmillos. Los maquinívoros evolucionaron e hicieron presa, y aun la hacen, en
los mineralívoros. Ésta es la vida como la conocemos y, supongo, como también la
conocen ustedes.
- ¡Exactamente! - afirmó Praktis con gran entusiasmo -. Evolución paralela. Tenemos
que discutir este concepto en profundidad...
- Y lo haremos. Pero primero... los wankkers. Ellos evolucionaron casi como todas las
otras formas de vida pero... ¿cómo expresarlo?, son dementes tanto en el sentido clínico
como legal del término. Están majaras. Han perdido un tornillo. Se han combinado a partir
de una odiosa alianza de máquinas locas y han sido desterrados por todas las formas de
vida sensata. Hace mucho, mucho tiempo, intentamos destruirlos antes de que ellos nos
destruyeran a nosotros. Pero el hecho de que estén locos no significa que sean estúpidos.
Los sobrevivientes de la matanza escaparon y construyeron una fortaleza en las
montañas. En lugar de vivir en paz esclavizan a otros seres, los golpean y maltratan. Es
algo horrible. Y es más horrible aún averiguar que han formado una liga con esos
proscritos carnosos, los chinger. Al menos así me ha informado el amigo Bill.
- Muy cierto - dijo Praktis -. Ellos dirigieron el ataque aéreo.
- Eso encaja. últimamente hemos observado una furiosa actividad en la fortaleza
wankker. Nuestros espías han observado una gran cantidad de dragones aleteando por
las colinas. Temimos otro ataque y no nos dimos cuenta de que esas hordas
depredadoras estaban dirigidas contra otros. A pesar de que nos sentimos felices por
nuestra suerte, sentimos congoja al saber de la desdicha de ustedes.
- Nosotros también - dijo Praktis -. Me encantaría hablar con usted de evolución, pero
eso tendrá que esperar. Hablando en nombre de mi rango militar, no científico, ¿cómo
vamos a aliarnos en beneficio de ambos y para la mutua destrucción de nuestros
enemigos?
- Esa es la cuestión, ¿verdad? Requerirá alguna meditación. Yo sugiero que ahora les
enseñemos nuestro cuartel general y tomen algo ligero para reponer fuerzas. ¿Quizás
algunas gotas de aceite lubricante, quizás un poco de manganeso en polvo? ¡Oh, pero
qué estoy diciendo!
- Relájese, Zots - dijo Meta -. Tenemos nuestras propias provisiones de comida. Todo
lo que necesitamos es el material que traemos aquí... y una parcela de terreno vacía.
- Eso es la simplicidad misma, y ya he dado las órdenes para que así se haga. Por
señal de radio, por supuesto. Relájense y repongan fuerzas; en cuanto yo haya
conferenciado con mis consejeros, serán llamados nuevamente.
- Parece un lugar agradable - dijo Wurber mientras seguían al gula con ruedas por los
pasillos cuajados de remaches -. Jesús, hemos tenido suerte...
- Cállese, imbécil microcefálico - insinuó Praktis -. Va por ahí babeando sin una sola
gota de pensamiento inteligente, causándole molestias incluso a sus sinapsis retrasadas.
¿No ve usted las maravillas científicas que le rodean? No, evidentemente, no. ¡Pero yo sí!
¡Escribiré periódicos, publicaré libros, seré galácticamente famoso!
- Y será también promovido dentro de la armada - dijo Bill, adulándole -. Cuando
consiga que todas estas máquinas peleen contra los chingers, eso significará un avance
en su carrera militar.
- La única promoción que deseo es la vuelta a las calles como civil y, sí, eso podría
servir para conseguirlo.
- He aquí... su cuartel general... - dijo el guía con una voz más bien metálica, abriendo
de par en par una puerta que daba paso a una gran sala. Estaba totalmente desprovista
de mobiliario, exceptuando unos enormes ganchos sujetos a las paredes. El metálico
botones los señaló con uno de sus tentáculos -. Pueden colgarse de estos ganchos
durante la noche.
- Muchas gracias, simpático - dijo Meta con un suspiro -, pero tenemos mejores
maneras de pasar la noche. ¿Dónde está el trozo de terreno que pedimos?
- Suministrado. Por favor, vengan por aquí, así.
- Para ir caminando así necesitaré muletas.
Siguió a la máquina a través de otra puerta que conducía a un patio.
- Parece perfecto - dijo ella pisando el suelo desnudo. Se volvió y llamó a los otros -.
Traigan una de esas semillas de filete de melón. Mi estómago ya cree que me han
cortado la garganta. ¡Auuuh!
- ¿Auuuh? ¿Qué se supone que significa eso? - preguntó Praktis avanzando hacia la
puerta, justo a tiempo para ver la arena hirviendo en torno a las piernas de la joven.
- ¡Auuuh! - dijo él, con los ojos desorbitados mientras la veía hundirse en el suelo y
desaparecer de la vista.
- Pronto llegará ayuda - dijo la máquina guía, extendiendo un brazo con un ojo
electrónico en la punta para mirar dentro del agujero.
Eso también resultó ser cierto. La puerta se abrió brutalmente y Wurber fue derribado
por una máquina en forma de torpedo que pasó zumbando sobre hileras de pequeñas
ruedas. Se lanzó en picado de cabeza dentro del agujero y desapareció tan rápidamente
como lo había hecho Meta.
- ¿Qué le ha pasado a Meta? - preguntó Bill, al entrar corriendo en el patio.
- Me ha dejado de piedra. El suelo se abrió y ella fue engullida, gran hombre.
- Ahora comienzan a llegarme informes - dijo Zots, entrando en la habitación. Aún
estaba tendido sobre el pedestal de oro, pero ahora lo conducían seis pequeñas
máquinas transportadoras -. El túnel es bastante largo y se extiende por debajo de las
murallas. Hasta el pie de las colinas. Ah, sí. Sale a un agradable valle soleado en el que la
compañera de ustedes está siendo introducida en un dragón volador. Nuestra máquina ha
sido descubierta...
La garganta de Zots carraspeó mientras él repostaba aceite. Y eso es todo por el
momento. La máquina ha sido destruida. He enviado máquinas guerreras, pero me temo
que llegan demasiado tarde. Los vigías informan de un dragón que parte volando a gran
velocidad.
- No me lo diga... en dirección a las montañas - se burló Praktis -. ¿Su hospitalidad
siempre incluye el secuestro?
- Me siento desolado, querido huésped, créame. Me siento tan deshonrado que si
tuviera a mano un taladro electrónico me haría el seppuku. Pero quizá mi presencia sea
más provechosa si estoy vivo, así que voy a organizar la búsqueda y el rescate. La
máquina de combate está de camino hacia aquí incluso mientras hablo. ¿Puedo sugerir
que la acompañe uno de los miembros de su grupo para aconsejarla en los asuntos de la
carne con el fin de poder obtener la libertad de la cautiva? ¿Hay algún voluntario?
Se oyó un rápido arrastrar de pies cuando todos retrocedieron.
- Yo soy comandante de un transportador de basura.
- A mí acaban de alistarme. Vengo directamente de una granja.
- Sólo sé de aparatos electrónicos. Nunca he disparado un arma.
- Almirante por rango. Ocupación, científico. Lo cual sólo nos deja a nuestro veterano
de combate.
Todos los ojos se clavaron en Bill que se mordía el labio e intentaba calcular una forma
de zafarse de aquélla.
- Lo felicito, subalférez - dijo Praktis, adelantándose y palmeándole un hombro -.
Nuestros mejores deseos le acompañan. Para ayudarle en su tarea, y me lo agradecerá el
próximo día de pago, le nombro ahora alférez. Y aquí tiene una carga extra para su pistola
desintegradora, por si la necesita. Así pues... no vacile y avance con valor; porque si no lo
hace le pegaré un tiro entre los ojos.
Bill apreció la lógica del argumento y dio un paso al frente. Se oyó un tremendo ruido
de entrechocar metálico cuando entró una máquina rechoncha y fea de apariencia
peligrosa. Estaba erizada de ametralladoras, lanzadores de granadas y pistolas de rayos.
Incluso tenía, ¡horror de horrores!, una manguera para agua donde tendría que haber
estado su bippy.
- Es un diablo luchador Mark I - dijo orgulloso Zots -. Se le ha enseñado a hablar su
idioma y está a su entera disposición.
- Estoy a su disposición - dijo la máquina con voz profunda -.
- Sugiero entrar en la cámara para que todos evitemos inminente choque.
Arreó a los perplejos humanos al interior; las máquinas ya se habían deslizado fuera
del camino. El cielo se oscureció y hubo un gran aleteo mientras un ornicóptero bajaba al
patio. Golpeó el suelo con un chasquido, se aplastó sobre los amortiguadores y luego
rebotó y osciló hasta quedar inmóvil. Por uno de los lados descendió una escalerilla
plegable, produciendo un crujido.
Bill observó todo eso con profundo recelo.
- No puedo creerlo - murmuró -. Los pájaros vuelan batiendo las alas, pero las
máquinas no pueden hacerlo. Son demasiado pesadas como para volar batiendo las alas.
- No tendrá más remedio que creer lo que ven sus ojos - dijo Zots -. Es una forma de
vida basada en el aluminio, no en el hierro. En cualquier caso, buena suerte, mi
recientemente hallado compañero Bill. ¡Qué valiente salida carnal que se enfrenta con la
muerte para salvar a un camarada! Defiéndelo bien, Diablo Luchador.
- Hasta mi último ergio de energía, hasta mi última gota de aceite lubricante - respondió
la máquina con voz áspera.
En cuanto Bill vaciló, le subió amablemente a la escalerilla y le siguió.
Bill se sentía más que ligeramente molesto cuando montó en la silla que el ornicóptero
tenía sobre la espalda y puso los pies en los estribos. Detrás de él, Mark I se atornilló en
su sitio. Zots le gritó:
- Que las fuerzas nucleares débiles y fuertes te acompañen.
La montura metálica zumbó, las cuatro alas se elevaron lentamente y luego
comenzaron a batir más y más rápido. El aparato vibraba como loco y cuando ya parecía
que iba a deshacerse en sacudidas se conmocionó poderosamente y se elevó finalmente
del suelo. Bill se agarró para conservar su preciosa vida y apretó las mandíbulas para que
no entrechocaran sus dientes y se le salieran de la boca hechos astillas.
- ¡Esto es terrible! - berreó.
- Si conoce una manera mejor de volar, dígame cuál es - dijo el Diablo Luchador con
total indiferencia de máquina -. Ahora, si mira adelante verá aparecer ante su vista los
picos de la cordillera Prtzlkxyñdlp-69. Prtzlkxyñdlp-69 podría traducirse a su idioma como
las montañas donde la esperanza se pierde, triunfa la desesperación y nieva todo el
verano...
- Oye, Mark, puedo pasar sin la conferencia turística. ¿Te han comunicado algo más
acerca de lo que está pasando?
- Por supuesto. Estoy en constante comunicación radial con la base. Nuestros espías
informan que el dragón ha aterrizado y que su compañera ha desaparecido de la vista. Se
ha enviado una escuadra de combate para que destruya sus puestos de observación. Ya
han cumplido su misión, a costa de grandes pérdidas, por supuesto, pero ningún sacrificio
es demasiado grande por nuestros nuevos camaradas de armas. Ahora podremos
aterrizar muy cerca del enemigo sin que nos vea. ¡Agárrese fuerte! ¡Vamos a descender!
No fue el descenso lo que molestó a Bill. De hecho fue bastante divertido, ligeramente
parecido a montar en uno de los ingenios de un parque de atracciones. Cuando los pelos
de la nuca se le pusieron de punta fue en el momento en que se estabilizaron y
continuaron en vuelo rasante siguiendo el valle. La máquina revoloteó y aleteó rebotando
contra las paredes de roca y resbalando por las laderas para luego continuar en
tambaleante vuelo. Tras un último impacto que le dobló un ala por la mitad, se deslizó de
lado hacia un punto sin salida y aterrizó estrellándose entre las rocas. Y allí se quedó,
humeando, con el ala doblada hacia el cielo. Bill descendió con manos temblorosas y le
dio la bienvenida a la tierra firme.
- Gracias por este fantástico vuelo - murmuró con el sarcasmo brotándole de los labios.
- Oh, gracias - dijo el ornicóptero con voz rechinante. Sus ojos crujieron en las órbitas
cuando se volvieron a mirarle -. Sólo lamento tener una sola vida para entregarles a mis
camaradas... mis nuevos y mojados amigos... - graznó su voz y quedó en silencio, los
ojos se le volvieron opacos y se cerraron.
- De todo lo que ha hecho nunca, esto ha sido con mucho lo mejor... - entonó la
máquina de combate.
- Muy bien, ya conozco el resto de la cita. ¿Y ahora qué hacemos?
- Penetraremos en la fortaleza del enemigo.
- Lo haremos, ¿verdad? Así de fácil. ¿Se ha hecho alguna vez antes de ahora?
- No. Pero es que el diablo luchador Mark I no había visto nunca acción en este frente
antes de ahora.
- Fantástico. Si tus aptitudes de lucha son tan impresionantes como tu ego, no
podemos perder.
- No podemos. Este plan ha sido trazado por CFCTCC, el Consejo Fideicomisario y
Comité de Tácticas del Cerebro Central. La cosa es como sigue. Los puestos de
observación del enemigo han sido arrasados, por lo que puede llevarse un ataque que no
sea advertido. Y aquí llega ahora el ataque.
Apartó a Bill de un tirón justo antes de que pasaran a toda velocidad unas máquinas de
guerra con ruedas, orugas y piernas. Erizadas de armas ofensivas, robustas y
formidables, hacían temblar el suelo al avanzar. También cantaban una canción de batalla
que Bill no comprendió, lo que probablemente daba lo mismo. En cuanto hubieron
pasado, Bill y Mark I se apresuraron a seguirlas. El desfiladero por el que marchaban se
torcía y giraba, proporcionando un atisbo ocasional de la ciudadela wankker emplazada al
frente. De pronto el canto fue interrumpido por una gigantesca explosión y un ruido de
entrechocar de metales.
- La batalla ha comenzado - dijo Mark -. Los defensores han salido para golpear a los
atacantes. Debemos apresurarnos, pues este ataque está destinado a fracasar. Aquí está.
La máquina de guerra corrió hasta la pared rocosa del desfiladero, que aparentemente
no era en absoluto diferente del resto de las rocas; pero resultó ser muy diferente cuando
Mark I hundió un dedo metálico en una grieta y una losa de piedra se abrió como una
puerta dejando al descubierto una negra abertura. Antes de que Bill pudiera protestar, se
vio empujado al interior y la puerta volvió a cerrarse de golpe. Había espacio suficiente
para que ambos permanecieran de pie; y tenían vista al exterior ya que, debido a algún
método de la ciencia extraterrestre, aquella roca que parecía tan sólida desde el exterior
era transparente desde el interior.
Una vez más el suelo tembló bajo las pisadas metálicas del ejército atacante. La
diferencia era que en este caso se trataba de un ejército en retirada. El reducido número
pasó a toda velocidad por el exterior, perseguido por un grupo igualmente detestable de
máquinas de guerra enemigas. Las granadas silbaban y explotaban, y brillaban los rayos
destructores. Luego los atacantes desaparecieron de la vista a toda velocidad, aunque
muchos gallardos guerreros yacían desmembrados y humeantes en el camino. Los
defensores pisotearon y rodearon a las víctimas, y desaparecieron en persecución de los
prófugos.
- ¿Y ahora qué?
- Espere. Ya casi es el momento.
Comenzaron a aparecer los suministros de campamento que seguían al victorioso
ejército. Transportes de municiones, depósitos de combustible y recargadores de
baterías, así como transportes de salvamento. El último de éstos pasó retumbando por el
exterior, luego se detuvo para extender un largo brazo, cargar a bordo un guerrero
desmembrado y dejarlo caer con un ruido metálico sobre otros compañeros suyos que
yacían en la vagoneta que llevaba detrás. Cuando hubo terminado y comenzó a avanzar
nuevamente, sus camaradas de combate habían llevado el contraataque más allá de un
recodo y desaparecido de la vista.
El Diablo Luchador abrió la puerta dejando apenas una rendija, extendió un brazo
aislado y le disparó un rayo al vehículo, que crepitó bajo la descarga de voltios, se
estremeció y murió.
- Tiene los circuitos del control central asados - dijo Mark I con metálico placer -. Por lo
demás, es perfectamente funcional. Tenemos que subir rápidamente a bordo y
escondernos entre las víctimas. ¡Ahora!
Se precipitaron al exterior y Mark I apartó a un lado una parte de la chatarra y luego
volvió a colocarla encima de ambos. Se filtraba luz suficiente como para que Bill pudiera
ver que debajo de la axila de su camarada brotaba una varilla flexible y taladraba la chapa
de la máquina. Un momento después, la esclavizada máquina se estremeció y cobró vida,
tras lo cual giró sobre sus orugas y emprendió el camino de vuelta en la dirección de la
que había venido.
Bill no se sentía feliz; no se sentía feliz en absoluto.
10
- Tendremos que dejar de hablar cuando nos acerquemos a la muralla - dijo Mark I -.
Estas criaturas tienen un cerebro enormemente pequeño, y actuar de forma
extremadamente estúpida cuando los guardias de la entrada entren en contacto conmigo,
requerirá toda mi concentración. Nos acercamos.
La tensión dio paso rápidamente al aburrimiento, ya que Bill no tenía ni la más remota
idea de lo que ocurría. Avanzaron despacio se detuvieron, continuaron. La luz que se
filtraba al interior disminuyó, y volvió a hacerse brillante.
- ¿Qué está pasando? - susurró Bill.
- Estamos a salvo en el interior de la fortaleza enemiga. ¿Le gustaría ver lo que está
ocurriendo?
- Sería fantástico.
Se abrió un panel en un lado de la máquina, y una pantalla de televisión plana se
deslizó hacia fuera y se encendió. En la pantalla se veía un túnel de acabado rústico por
el que ellos transitaban. Seguidamente desembocó en una cámara de mayor tamaño y
paredes de piedra que estaba siendo ampliada por pequeñas máquinas que utilizaban
picos para ello. Para animarlos al trabajo se paseaba por detrás de ellos una máquina que
retumbaba y hacía sonar los látigos de que estaba erizada, hechos de alambre de púas.
El choque del alambre contra el metal desnudo arrancaba lamentos de metálico dolor.
- Robots esclavos - entonó ferozmente Mark I -. Qué agonías sufren. Cuán malvados
son los wankkers. Deben ser arrasados, destruidos hasta la última tuerca y perno.
Aparecieron más corredores, pero no había nada que ver que resultara tan interesante
como los robots esclavos; y Bill estaba comenzando a marearse a causa del movimiento,
el polvo, el petróleo derramado y demás. Trataba con todas sus fuerzas de no vomitar;
entonces se detuvieron y el suelo desapareció de debajo de él, lo cual casi provocó que
Bill perdiera su vomitiva batalla. Pero al instante siguiente olvidó su malestar, pues el
cargamento se deslizó y comenzó a caer sobre ellos. Sólo una rápida extensión de un
brazo dé Mark I le salvó de ser aplastado.
- Como puede ver, estamos en un montacargas - dijo roncamente la máquina -. Vamos
camino de la maternidad de los dragones voladores.
- ¿La qué? ¿Cómo lo sabes? Nunca antes has estado aquí.
- He preguntado el camino. Nadie sospecha de una máquina tan estúpida como ésta.
Silencio... ¡llegamos!
Tras lo que pareció ser un infinito retumbar y entrechocar de metales, y varios
corredores más, se tambalearon hasta detenerse. La carga de chatarra rechinó y aún se
filtró más luz al interior. Mark I volvió a la vida con un crujido y habló.
- Misión cumplida. Hemos penetrado en la fortaleza de los wankkers y descendido
hasta la madriguera de los dragones voladores. Aquí es donde nacen y viven. Y donde
comen. Se alimentan de chatarra, por supuesto. Le lanzan llamas encima para fundirla.
Estoy descargando en la cámara almacén. Ahora levantaré esta pieza... ¡Póngase
rápidamente a salvo!
Bill, una vez libre de los despojos que se elevaban, saltó al suelo de piedra de la
inmensa cámara. Mark I bajó detrás de él, aunque su varilla flexible estaba aún conectada
a la máquina y gobernaba los controles de ésta. Bajo sus órdenes, el transportador se
lanzó contra una esquina saliente que, al estrellarse, cortó el cable de alimentación. La
electricidad crepitó y chisporroteó y la máquina quedó una vez más en silencio. Mark I se
había desconectado a tiempo y se acercó trotando a Bill.
- Encontrarán su cerebro frito y no sospecharán nada. Nuestra presencia aquí es
desconocida. Ahora rescataremos a su camarada.
- ¿Sabes dónde está?
Tengo una poderosa sospecha. He determinado la posición de los chinger, que son sin
duda los que han planeado el rapto. Si los encontramos, la hallaremos a ella.
Recorrieron oscuros corredores ocultándose en los rincones, y pasaron
cautelosamente por delante de puertas abiertas, adentrándose cada vez más y más en la
cavernosa madriguera enemiga. - Nos rodean por todas partes - susurró Mark I,
arrastrando a Bill hacia un hueco oscuro -. Enviare por delante algunas chinches - espía.
En su pecho se abrió una compuerta y de ella salieron unas figuras pequeñas,
parecidas a cucarachas metálicas, que se escabulleron por sus piernas hasta el suelo y
desaparecieron en la oscuridad.
- Comienzan a llegarme informes. Una habitación llena de blandas criaturas verdes que
hacen cosas indescriptibles.
- ¡Chingers!
- La chinche espía continúa avanzando. Dragón en el interior... ¡huy! A ésa la han
pisado. La siguiente informa. Una habitación con la puerta cerrada y con barrotes. La
chinche - espía pasa a través de las barras. Las luces iluminan la silueta de su compañera
encadenada a la pared.
- ¡Esos demonios la están torturando!
- Eso no lo sé, pero está inmóvil. Dormida o muerta.
- ¡Vamos allá!
Y allá fueron, caminando con silenciosa aprensión, lo cual no está mal si luego te la
quitas de los zapatos.
- Ésa es la puerta. En lugar de echarla abajo utilizaré una silenciosa ganzúa para
abrirla.
- ¡Bien, fantástico, hazlo!
Se oyó un pequeño chasquido metálico y la puerta se abrió de par en par. Entraron
apresuradamente y Mark I la cerró y selló tras de sí. Bill jadeó al ver la silenciosa figura
laxa que colgaba de las cadenas.
- ¡Está muerta! - gimió Bill.
- No, no estoy muerta - dijo Meta, abriendo los ojos y bostezando -. Pero estoy
endiabladamente incómoda. Estoy encantada de verle, adorado Bill. ¿Puede hacer algo
respecto a estas cadenas?
Mientras ella hablaba, el Diablo Luchador se había deslizado hasta su lado y con unos
rápidos movimientos de un cortador de alambre la había puesto en libertad.
- Meta, éste es el diablo luchador Mark I.
- Es un placer conocerle, Mark. Gracias por conducir a mi compañero de tripulación
hasta aquí. ¿Y qué planes tienen para el futuro?
- Se ha organizado una maniobra de distracción y se ha abierto una ruta diferente para
la huida. Pero, silencio, esperad un momento.. ¡Mis sensores advierten movimiento en el
techo!
Se desplazó, miró hacia arriba... y fue golpeado por un rayo destructor de color naranja
disparado desde lo alto. El Diablo Luchador se puso incandescente y le crujieron todas las
articulaciones. Comenzó a manarle humo por todos los orificios. Luego se hundió sobre sí
mismo y quedó silencioso e inmóvil. Había librado su última batalla.
En la pared más alejada se abrió una puerta pequeña y entró por ella un chinger. Bill
sacó su pistola desintegradora.
- No lo intentes, Bill. ¡Por Cristo! Sería un suicidio. Hay cientos de armas apuntándote -
dijo, y para demostrar que aquellas palabras eran ciertas se abrieron más puertas
pequeñas y aparecieron chingers que portaban armas y apuntaban sus hocicos hacia él.
También apuntaban hacia él los hocicos de sus armas.
- Pónlo en el suelo, lenta y cuidadosamente, y nadie resultará herido.
- Hágalo, Bill - dijo Meta -. No tiene elección. Lamento haberle metido en este lío.
Dudó, pues quería caer luchando, pero también quería vivir. Mas aquél que duda está
perdido, según descubrió cuando el chinger más cercano saltó en el aire y le agarró la
pistola, tras lo cual se la lanzó a uno de sus compañeros, junto con una de sus uñas. Se
chupó el dedo y sintió lástima de sí mismo.
- ¡Dios! - dijo el chinger -. Ahora podemos relajarnos, sentarnos y conversar, igual que
en los viejos tiempos. ¿De acuerdo, Bill?
- Su voz me resulta familiar... - jadeó él -. ¿Pero cómo puede ser? Yo no conozco a
ningún chinger. O quizá conozca a uno... pero está muerto. ¡Eager Beager!
- ¡Por los clavos de Cristo! Ese soy yo, en verde carne y huesos, viejo compinche.
- ¡No puede ser! Yo vi cómo te devoraba una serpiente gigante en Veniola, el planeta
plagado de sapos que se arrastra en órbita alrededor de la malsana estrella Hernia...
- Ahórrate los detalles; he estado allí. Si tu memoria no ha sido destruida por años de
alcohol y servicio militar, recordarás que los chinger provenimos de un planeta denso y
pesado. Le provoqué una indigestión a la serpiente, le abrí las mandíbulas e incluso le
rompí un diente al salir.
Meta se alejaba cautelosamente, mirando a uno y a otro con el horror y el pasmo
reflejado en sus facciones.
- Bill... ¡usted conoce a un chinger! Usted tiene que ser forzosamente un espía...
- ¡Por los clavos de Cristo! Será mejor que se relaje, señora. Es una larga historia, así
que abreviaré. Hace muchos años, cuando nuestro mutuo amigo era un recluta, yo
también lo era. Era un espía. Bill lo descubrió y me entregó -
- ¡Usted no podía ser un espía! Le reconocerían.
- Aguda observación. Estaba oculto dentro de un estúpido robot de apariencia humana,
lo que los otros estúpidos nunca advirtieron. Y yo he estado deseando preguntarte, Bill:
¡por los clavos de Cristo!, ¿cómo lo descubriste tú?
- Oí el chasquido de tu reloj - cámara fotográfica.
Bill calculaba que después de todo el tiempo que había pasado, no tendría importancia
decírselo al chinger; y aquello haría al menos que pareciera dispuesto a cooperar.
- ¡Por Dios! Ya me imaginaba que se trataba de eso. Te alegrará saber que el nuevo
modelo de reloj - espía no chasquea. Ahora, retomemos la conversación donde la
dejamos aquel caluroso y húmedo día, hace tanto tiempo. En nuestra charla me dijiste
que a tu raza, el homo sapiens, le gustaba la guerra. ¿Sigues pensando lo mismo?
- Sí, sólo que con más convicción.
Y usted, miembro uniformado del sexo débil, ¿por qué pelea en esta guerra?
- Porque fui reclutada.
- De acuerdo. Pero si no hubiera sido reclutada... ¿se habría alistado?
Tal vez. Para hacer que la galaxia sea un lugar seguro para los humanos. Después de
todo, ustedes, los asquerosos chinger empezaron esta guerra y quieren matarnos y
comernos a todos.
- Eso último es una imposibilidad biológica... nuestros metabolismos son demasiado
diferentes. Pero lo cierto es que nosotros somos una raza pacífica que detesta la
violencia. Son realmente los seres humanos los que quieren hacernos la guerra.
- ¿Espera que me crea esa vieja patraña? - dijo ella sorbiendo por la nariz.
- Créala - aseguró Bill -. Es verdad. Toda esta guerra es una impostura para mantener
el poder militar y los engranajes de las fábricas en funcionamiento.
- ¡Por Dios...! Lo mismo podría decirse de todas las guerras de la historia de la
humanidad. Me he convertido en un asiduo estudiante de la humanidad desde que te vi
por última vez, Bill. Así pues... ¡Por todos los diablos!, ¿vais a ayudarme, vosotros dos?
- Muerte a los chinger - murmuró Meta.
- ¿Qué ayuda quieres?
- Ayuda para acabar con esta guerra. A ti te gustaría eso, ¿verdad?
- A estas alturas estoy bastante acostumbrado al trabajo...
- ¡Por favor...! Bill... ¡os comportáis como estúpidos! No me refiero a ti personalmente.
Quiero decir a tu sociedad. ¿No sería una buena cosa liberar a tus compañeros y
compañeras de armas del yugo de la guerra de una vez y para siempre? ¿Acabar con la
muerte, la mutilación, la destrucción? ¿Qué te parece?
- Mucha gente se quedaría sin trabajo.
- No puedo creer lo que estoy oyendo. ¿Y usted, Meta? Usted parece una chica
sensata. ¿Cree realmente que la guerra sin fin es el único futuro que le queda a la
humanidad?
- Nunca he pensado seriamente en ello. Pero de hecho tenemos que defendernos.
- ¿Contra quién o qué? Déjenme que les cuente la historia reciente, porque he estado
implicado en ella. Siéntense en el hermoso suelo de piedra y escuchen.
El chinger se inclinó hacia atrás apoyándose cómodamente en su cola, hundió los
pulgares en su bolsa de marsupial, y les contó...
LA HISTORIA DE CHINGER
«Pasé la juventud estudiando felizmente en la universidad, cuyo nombre no podríais
pronunciar, en el planeta originario de los chinger, que nunca encontraréis. En aquellos
apacibles días de antaño, AH (antes de los humanos), la vida era un placer idílico. Yo me
gradué como el primero de la clase, y mi familia se sentía muy orgullosa. Dieron una gran
fiesta a la que asistieron todos mis parientes, hermanos de bolsa los llamamos nosotros.
Todos ellos machos, por supuesto, ya que la nuestra era una familia de machos. Existen
familias de hembras, familias neutras y familias estupidizadas... pero me estoy apartando
de la cuestión. Este no es el momento de hablar de sexo.
»Después del banquete de patas de serpiente asada, se me hace la boca agua cuando
lo recuerdo, mi antiguo maestro me llevó aparte - ¡que sus escamas encanecidas por los
años sean por siempre benditas! - y me preguntó qué pensaba hacer de mi vida. Le dije
que estaba pensando en dedicarme a la enseñanza, pero él me disuadió de ello. «Sal al
mundo, joven lagarto - me dijo -. O mejor dicho, a los mundos.» Y tenia razón. En cuanto
abrí mi primer texto exopológico, supe que era aquello a lo que deseaba dedicar mi vida.
El estudio de las formas de vida de otros planetas. Me doctoré con un trabajo sobre las
marismas de Veniola y continué, con el fin de obtener el doctorado, estudiando los
escarabajos estercoleros de Cacabene.
La vida es realmente encantadora. Fue entonces cuando tuvimos el primer contacto
con el homo sapiens.
»Aquélla sería mi especialidad; pude sentirlo en los huesos. En el planeta Cacabene
teníamos un pequeño asentamiento construido alrededor de una mina de metal pesado.
Yo lo sabía muy bien debido a mis años de estudio de los pantanos circundantes. Cuando
llegó el primer mensaje MRL que decía que una nave espacial desconocida estaba
aterrizando en el planeta, nadé en dirección al ayuntamiento lo más rápido que pude. Me
ofrecí voluntario para dirigir el equipo de contacto exopológico, y me seleccionaron. Me
detuve sólo para recoger mi máquina traductora de rápido aprendizaje, a menudo
abreviada por MTRA, y cogí la primera nave que iba en esa dirección.
»Contaba con un buen equipo de chingers, altamente cualificado y activo. No se había
establecido contacto alguno con los viajeros del espacio. Las autoridades locales
esperaban nuestra llegada, pero los mantenían bajo estrecha vigilancia. Nos unimos al
equipo de observación en su campamento de la selva. Fue entonces cuando tuve el
primer indicio de que aquellos seres eran diferentes de todas las otras formas de vida con
las que había entrado en contacto hasta entonces.
» - Bgr, - me dijo el jefe del equipo de observación -, estos seres son algo muy
diferente.
»Me llamaba Bgr porque ése es mi nombre, y de ahí el porqué de que haya adoptado
el nombre de guerra Eager Beager por el que me conocéis. Pero me estoy apartando del
tema. Se me advirtió que tuviera cuidado en mi primer contacto debido a que, hasta al
momento, aquellos seres habían matado ochenta y una mil criaturas de cuarenta especies
diferentes. Aquello resultaba aún más interesante, porque los exopologistas sólo trabajan
con especímenes vivos y únicamente practican disecciones en aquellos que mueren por
causas naturales. Aquello era muerte en gran escala, y me estremecí ante la novedad de
aquellas nuevas especies de las que dispondría para estudiar.
»Tras haber sido advertido, me acerqué al campamento de los seres del espacio con
extremada precaución, nadando por debajo del agua a través del pantano con mi MTRA
metida en una bolsa de plástico sellada. Cuando estuve lo suficientemente cerca como
para oír voces, instalé la MTRA, la puse en funcionamiento y me largué de allí. Recobré
las grabaciones la noche siguiente, y descubrí que la máquina había funcionado a la
perfección. Había grabado un gran número de conversaciones. Se extrajo una crecida
lista de vocabulario y un análisis lingüístico preliminar. Lo memoricé todo, riendo ante
agudezas tales como «traerse algo en el macuto» y «tu madre lleva zapatos de hierro
galvanizado». Al cabo de un par de semanas la MTRA había hecho su trabajo y yo me
sentía preparado para sostener una conversación coherente con los viajeros espaciales.
A la mañana siguiente esperé con ansia la salida del sol, fuera de la barrera electrificada
que rodeaba el campamento. Cuando salieron me dirigí a ellos.
» - Os saludo, nobles extranjeros que habéis atravesado los yermos espacios sin
caminos, os saludo.
»Luego me oculté detrás del tronco de un enorme árbol, y alrededor de mí estallaron
balas, granadas y rayos desintegradores.
- Vengo en son de paz. Estoy desarmado. Soy representante de una raza inteligente
que espera contactar con otra raza inteligente.
»Esta vez hicieron menos fuego. Cuando repetí unas cuantas veces más las
aspiraciones de mi amistosa misión, el fuego cesó finalmente y una voz me habló.
» - Salga con las manos en alto... y no intente hacer nada raro.
» - No puedo levantar las manos porque no tengo manos, pero levantaré las patas en
su lugar. Levantaré las cuatro, ya que son cuatro las que tengo. Detened vuestro fuego,
queridos amigos del espacio, pues ahí voy.
»Como bien pueden imaginar, aquél fue un momento traumático para mí y no para
ellos, porque cabía la posibilidad de que hubiera un microcefálico de gatillo alegre que me
desintegrara. ¡Pero no hay ciencia sin riesgos! Por encima de mi seguridad personal se
hallaba la oportunidad de tomar parte en el primer contacto establecido entre dos razas
inteligentes. Salí orgullosamente a descubierto... y me eché a tierra mientras una bala
pasaba zumbando.
» - ¡Aparten a ese microcefálico de gatillo alegre! - gritó una voz -. Bien, lagartillo; ahora
ya está a salvo.
»Con los brazos en alto di orgullosamente un paso al frente, y lo demás es historia.
Cuando vieron lo pequeño que era, la curiosidad reemplazó al miedo ya que, y eso hay
que reconocérselo a la humanidad, la vuestra es una raza curiosa e inteligente. Todos
sacaron sus cámaras y me tomaron fotografías, y luego el jefe quiso que le hicieran una
fotografía conmigo, dándonos la mano; y así lo hicimos aunque, desafortunadamente, yo
apreté demasiado y le rompí tres dedos. Me disculpé profusamente, le expliqué que
provenía de un planeta de 10 G de gravedad, y me perdonó mientras le vendaban la
mano.
»Después de aquello las cosas estuvieron distendidas por algún tiempo. Les invitamos
a visitar nuestras instalaciones y les enseñamos nuestra tecnología y todo lo demás.
Tomaron muchas notas y fotografías, aunque a cambio nos dieron poco más que
diagramas de batidoras de huevos eléctricas, calzadores a pilas, sacapuntas para lápices
y cosas por el estilo. Todo lo demás era lo que ellos llamaban «secreto militar». Puesto
que ambos términos eran nuevos para nosotros, nos mostramos muy interesados en el
tema, como podréis imaginar. Poco después de esto nos invitaron a designar una
delegación para que regresara con ellos a su planeta de origen. Nos emocionamos ante la
idea, y yo más que nunca cuando fui designado oficialmente embajador. Seleccioné a mi
personal y nos reunimos con ellos en su nave espacial. A aquellas alturas ya sabíamos
que nuestros metabolismos eran completamente diferentes, por lo cual cargamos,
además de nuestro mensaje y equipo de grabación, una considerable cantidad de
escarabajos deshidratados y otras provisiones..
»¡Qué maravillosa experiencia! Descubrimos que una vez hubo comenzado el viaje, se
volvieron más extrovertidos. Respondían a todas nuestras preguntas, incluso las más
técnicas, y se alegraron cuando nuestro físico les sugirió maneras de mejorar su equipo
de comunicación MRL. Yo me sentía en el décimo cielo mientras tomaba notas para mi
libro, el primer texto exopológico que se escribirla acerca del homo sapiens. El
comandante de la nave, capitán Queeg, se ofreció a ayudarme en todo lo que pudiera. Yo
decidí que tenía que comenzar inmediatamente a entrevistarle en profundidad. Armado de
una grabadora, un cuaderno de notas y una estilográfica, me dirigí a su cuartel general.
» - Es un placer que reviste una gran importancia, capitán Queeg - le dije -. Apenas sé
cómo empezar.
» - ¿Por qué no empezar por llamarme Charley, que es mi nombre de pila. ¿Y el suyo?
» - Nosotros sólo tenemos un nombre, y el mío es Bgr.
» - ¿Bugger?
» - Beager es más parecido. Hay dos palabras que han utilizado a menudo y que aún
ahora me intrigan. ¿Qué es «secreto»?
» - Algo que usted no le dice a nadie. Lo mantiene en secreto.
» - Si algo se mantiene en secreto, ¿cómo se lleva a cabo entonces la comunicación y
la enseñanza?
» - Fácilmente... con otras cosas. Pero los secretos se mantienen secretos.
»Mi estilográfica volaba por el papel.
» - Fascinante. Ahora la otra palabra a menudo unida a «secreto»: «militar».
» - ¿Por qué quiere saber eso? - preguntó él frunciendo el entrecejo.
» - ¿Por qué? ¿Y por qué no? A muchas cosas por las que preguntamos se nos
respondió que eran «secreto militar». Ambos conceptos son desconocidos para nosotros.
» - ¿Ustedes no tienen secretos?
» - No vemos la razón para ello. El conocimiento es público y destinado a ser
compartido por todos.
» - Pero ustedes tienen ejércitos y armadas, ¿no?
»¡Oh, cómo volaba mi estilográfica!
» - Negativo, negativo. Desconocido el significado de los términos.
» - Entonces, déjeme que se lo explique. Los ejércitos y las armadas son un gran
número de personas armadas que defienden a aquellos más cercanos y queridos del
malvado enemigo.
» - Pero... ¿qué es enemigo? - pregunté yo, sumergiéndome cada vez en aguas más
profundas.
» - Los enemigos son otros grupos, países, personas que quieren arrebatarle a uno su
país, tierras y libertad; y matarlo.
» - Pero, ¿quién iba a querer hacer eso?
» - El enemigo - dijo él con ferocidad.
»Me quedé sin palabras, una cosa rara en un chinger que ha tenido educación.
Finalmente conseguí controlar el torbellino de mis pensamientos y hablar.
» - Pero nosotros no tenemos enemigos. Todos los chinger, por supuesto, viven en paz
con los otros chinger, ya que considerar la idea de dañar a otro significaría que otros
podrían considerar la idea de dañarle a uno, y eso no es viable. Y en nuestros viajes a
otros mundos, nunca hemos conocido a otra especie inteligente hasta ahora. Estudiamos
las especies que encontramos, las ayudamos si podemos, pero hasta ahora no hemos
encontrado enemigos. - En aquel punto me sentí asolado por un repentino pensamiento y
a duras penas pude hablar, apenas pude proferir unas palabras ahogadas -. Vosotros los
humanos no sois nuestros enemigos, ¿verdad?
» - Por supuesto que no - rió sonoramente el capitán ante la idea -. A nosotros nos
gustáis, pequeños tíos verdes, de verdad que nos gustáis.
» - Y, por supuesto, nosotros no somos vuestros enemigos - le aseguré yo -. No
podemos serlo ya que, hasta este mismo momento, el término nos era desconocido.
»Decidí abandonar en aquel punto ese asunto inquietante, y continué con otros temas
de interés. Cuando regresé y les comenté a mis compañeros lo que había averiguado
acerca de secretos y de militar, así como de enemigos, se quedaron tan desconcertados
como yo. Los conceptos de aquellos extraños eran realmente raros. Fue nuestro médico
quien sugirió que podría haber una enfermedad que afectara a la humanidad, una especie
de afección mental que hiciera ver enemigos donde no había ninguno. Aquél era un
concepto que podíamos manejar. Incluso nos animó ya que, si eso era cierto, podríamos
ayudarles a encontrar una cura para tal enfermedad. Fue en este estado de entusiasmo
que aterrizamos en el planeta humano llamado Spirovente.
»Todo lo que os cuento puede sonarle increíblemente cándido a un auditorio
sofisticado, pero es la verdad. Estábamos manejando conceptos que nuestra mente no
puede tragar, por lo que sufríamos de perturbaciones gastricomentales. De todas formas,
nuestros estudios terminaron de forma bastante inesperada. Uno de los miembros de
nuestro grupo resultó tener krdln. Este es un término de naturaleza sexual que tiene que
ver con nuestra estructura física única, y demasiado complicado de explicar. Pero
requiere que el chinger afectado regrese a nuestro mundo, nuestra sociedad, dentro de un
período de tiempo limitado. Cuando se les explicó esto a nuestros anfitriones, se pusieron
inquietos y se retiraron.
»Mis compañeros no se sintieron perturbados por aquel hecho, pero yo sí. Ya me
estaba formando una idea del patrón mental que regia a los homo sapiens... y no me
gustaba. En aquel momento sólo tenía sospechas, y no fui capaz de poner a los demás al
corriente de ellas porque eran demasiado atroces. De hecho disponía de poco tiempo
para hacerlo, ya que en aquel momento fuimos convocados a la sala de reuniones del
tercer piso del edificio donde se estaban llevando a cabo los estudios. El capitán Queeg
era el único humano presente allí y parecía bastante incómodo.
» - Lo que tiene que ser, tiene que ser - dijo de forma críptica -. Lo siento.
» - ¿Qué es lo que siente? - pregunté yo.
» - Simplemente lo siento. A mí me gustáis de verdad, pequeños compañeros verdes.
Me gustáis de verdad...
»Cuando dijo eso supe que mis peores sospechas se habían confirmado. Les grité a
mis compañeros que huyeran de inmediato, pero estaban demasiado perplejos como para
comprender. Así que sólo yo sobreviví. Me lancé a través de una ventana en el mismo
momento que las puertas se abrían y comenzaban los disparos.
»Incluso para un miope era obvio que cuando decidimos acompañar a los humanos, ya
nunca nos permitirían regresar. Nos
habían desvelado secretos, y algunos de ellos eran de naturaleza mi litar, por lo que
debían permanecer en secreto. Y sólo había una manera de conseguirlo: matándonos.
»Yo recapacité acerca de todo eso y me afligí por mis compañeros muertos; busqué
una forma de salir de aquel planeta y advertir a mis congéneres chinger. Era muy difícil,
ya que todas las naves espaciales pasaban una completa y minuciosa inspección antes
de que se les permitiera partir. Fue entonces cuando concebí la idea del disfraz humano.
Mi primer robot trucado no era tan sofisticado como el último Eager Beager persona, pero
bastó para pasar inadvertido en medio de una multitud en una noche de lluvia. La multitud
resultó ser un grupo de reclutas que marchaba a la guerra; estaban tan ensimismados en
sus propios problemas que no notaron que mi apariencia era bastante insólita.
»Después de aquello comenzó la guerra. Una vez en el espacio entré en la sala de
comunicaciones caminando a través de la pared de acero (provenir de un mundo de 10 G
tiene sus ventajas), y envié un mensaje MRL de advertencia. Me creyeron debido a que
los humanos habían estado atacando nuestras instalaciones dondequiera que las
encontraban. Para hacer la guerra hacen falta dos bandos. Teníamos que someternos o
luchar.
»A regañadientes, tomamos una decisión.»
11
- ¿Y se supone que tenemos que creer eso? - se burlo Meta.
- No es más que la verdad.
- ¡No creo que ustedes, pequeños bastardos de cuatro brazos, puedan siquiera
deletrear la palabra verdad!
- Ve, e, erre, de, a, de.
- No se haga el listo conmigo, compañero. ¿Y se supone que tengo que creerme ese
rollo de superioridad moral? Su grupo es honrado, leal, recto, mientras que nosotros los
humanos somos unos mentirosos incendiarios de guerras.
- Ésa es su interpretación, no la mía. Sin embargo la encuentro bastante descriptiva y
tomaré nota de ella. Yo no he dicho que los chinger seamos modelos de perfección. No lo
somos. Pero no mentimos y no comenzamos guerras.
- Me mentiste a mí - dijo Bill -, cuando todavía eras un espía.
- Corrección humildemente aceptada. Hasta que os conocimos a vosotros, los
humanos, nosotros no mentíamos. Ahora, naturalmente, sí lo hacemos, como una de las
exigencias de la guerra. Pero aun así no comenzamos guerras.
- Me gusta el cuento - dijo Meta aspirando por la nariz -. ¿Espera que me crea que si
nosotros detenemos la guerra mañana mismo, ustedes se marcharán así de fácil?
- Con total certeza.
- ¿No atacarían quizá de repente? ¿Un golpe de ventaja? Cargársenos antes de que
nos los cargáramos a ustedes?
- Le aseguro que no. Ese concepto que usted acepta con tanta complacencia, es ajeno
a nosotros. Luchamos, cuando nos vemos forzados a ello, en defensa de nuestra
supervivencia. Somos incapaces de llevar a cabo una guerra ofensiva.
- La guerra es la guerra - dijo Bill haciendo lo que él creía que era una observación
inteligente.
- Ciertamente no lo es - dijo Beager con ardor -. La guerra es una cuestión de poder.
Existe por amor a éste. El objeto del poder es el poder. ¿Recuerdas nuestro
entrenamiento militar, Bill, cuando éramos ambos reclutas? El poder está haciendo
pedazos la mente humana y volviendo a unir las piezas en formas diferentes según
vuestras propias elecciones.
- Ya está bien de teoría - dijo Meta -. ¿Qué va a ocurrir con nosotros?
- Quiero conseguir la colaboración de ambos, como ya les dije antes. Me gustaría que
me ayudaran a acabar con esta guerra.
- ¿Por qué? - preguntó Bill.
El chinger saltó de furor e hizo agujeros con los pies en el suelo de piedra.
- ¿Por qué? ¿No has oído ni una puñetera palabra de todo lo que he dicho?
- No pierda la calma, chaval - le advirtió Meta -. Bill es un buen tipo, pero tantos años
en el ejército le han entumecido el cerebro. Yo sé de qué está hablando usted. Lo que
quiere es lavarnos el cerebro para que estemos de acuerdo con usted, volvamos y
detengamos la guerra para que ustedes puedan atacarnos secretamente y matarnos a
todos. ¿No es eso?
El chinger retrocedió, pasmado, sus ojos fueron de uno a otro y se retorció las cuatro
patas con incredulidad.
- ¿Y os hacéis pasar por una especie inteligente? ¡No sé qué hacer con vosotros!
- Déjanos marchar - dijo Bill con espíritu práctico.
- No hasta que consiga que entréis aunque sea un poco en razón. Si no puedo sembrar
ni siquiera la más mínima semilla de duda en vuestros impermeables cerebros... ¿qué
posibilidades tendremos con el resto de vuestra raza? ¿Es que la guerra está destinada a
continuar durante toda la eternidad?
- Si los militares se salen con la suya, así será - dijo Bill, y Meta asintió mostrando su
acuerdo.
- Necesito un trago de agua - dijo Beager - o algo más fuerte.
Se volvió y salió tambaleándose por la pequeña puerta. En cuanto ésta se cerró tras él,
Bill y Meta se volvieron y corrieron hacia el túnel que salía de la habitación. Pero a pesar
de que Beager el chinger había sufrido una conmoción, no había perdido todos sus
reflejos, como pudieron comprobar cuando una puerta de acero cayó desde el techo
produciendo un inmenso chasquido y bloqueando la salida.
- Estamos atrapados, perdidos, olvidados, igual que si estuviéramos muertos - sugirió
Bill.
Meta asintió de mala gana.
- Poco más o menos, ésa es la conclusión.
- No desesperen - dijo una voz metálica, y ellos se volvieron para ver que el diablo
luchador Mark I se movía y agitaba.
- ¡Estás vivo! - dijo Bill -. Pero si te habían electrocutado. Te mataron de un disparo.
- Eso es lo que se suponía que debían pensar. Pero no resulta tan fácil acabar con un
diablo luchador. Mi cerebro está encerrado en una caja de plomo emplazada donde
debería estar mi culo. La cabeza la tengo sólo de adorno. Sólo les hice creer que me
habían achicharrado, con la esperanza de que se olvidaran de mí, cosa que habían
hecho. Estaba aguardando un movimiento oportuno...
- ¡El cual se ha producido ahora!
- Correcto. Por aquí, hacia el redil de los dragones, donde llevaremos el plan a la
práctica.
- ¿Qué plan?
- El plan que tracé mientras escuchaba a ese baboso pacifista nauseabundo. Si no
hubiera guerra no habría lugar para los diablos luchadores. ¿Qué haría yo si estallara la
paz? Acabaría oxidándome en alguna cocina sin aceite junto con el resto de las máquinas
en paro. ¡Mantengamos la guerra! Por aquí.
Se lanzó en dirección a la boca del túnel más cercano mientras Bill y Meta, trotando, lo
seguían expectantes. Allí había también una reja metálica que se rompió en mil pedazos
al ser golpeada por una descarga de energía bien dirigida.
- Ahora movámonos rápido antes de que los verdosos se queden con la copla.
Mark I aceleró y los dos humanos tuvieron que correr para mantener el paso,
resollando y tambaleándose. El sudor pronto les perló la frente, se les metió en los ojos y
les cegó hasta tal punto que cuando el Diablo Luchador se detuvo de repente, chocaron
con él.
- Esperad aquí, fuera de la vista - ordenó Mark I -, mientras busco algún medio de
transporte. - Luego metió la cabeza por la puerta más próxima -. ¿Hay algún dragón aquí?
Ah, ya veo... eh, ¡muchachos! ¿Hay algún voluntario que pueda encenderme un fuego?
Tú, muchachote, tú tienes aspecto de caliente.
Una ola de grasiento fuego bañó al Diablo Luchador, que asintió contento.
- Eso servirá. ¿Podrías venir por aquí? Gracias.
Mark I volvió a entrar en el túnel seguido del brillante, alado y largo dragón. El Diablo
Luchador lo dejó pasar contoneándose por su lado y luego cerró la puerta.
- ¿Dónde es el fuego? - preguntó el dragón -. Dime... ¿no son esos enseres humanos,
ésos contra los que estamos luchando?
- ¡Ya lo creo!
- ¿Quieres que los fría? - Inspiró rápidamente y preparó las llamas; sus ojos brillaron
con entusiasmo de pirómano.
- En realidad no. Lo que quiero que hagas es que te metas el cañón del arma en la
oreja izquierda. ¿Hecho? Asiente con la cabeza. Bien. Así que ahora harás lo que yo te
diga o te volaré la cabeza. ¿De acuerdo?
- Vale, vale. ¿Pero qué significa todo esto?
- Simplemente que te has cambiado de bando. Vas a sacarnos de aquí volando a los
tres y vas a llevarnos con mi gente, donde se te recompensará ampliamente. ¿De
acuerdo?
- Los rumores de pasillo dicen que no han quedado sobrevivientes de la última
incursión llevada a cabo por los chinger. Por este motivo tenéis ante vosotros un converso
complaciente. Subid a bordo. Nos marcharemos por el pasaje trasero... nadie lo utiliza a
esta hora del día.
Mark I subió a la espalda del dragón y se encaramó sobre la hilera de púas. No fue
hasta que hubo hecho con el taladro algunos agujeros para atornillarse en su sitio cuando
llamó a los otros dos.
- Allá vamos. Será un viaje duro, así que os sujetaré a ambos con mi abrazo de acero
irrompible.
Alguien, o algo, profirió un grito ronco desde el fondo del túnel, y un proyectil de alguna
clase pasó silbando por encima del dragón y estalló contra la pared. Bill y Meta batieron la
marca interestelar de escalada de dragones con una diferencia de varios segundos. Con
microsegundos de sobra, Mark I les agarró en el momento en que el dragón se deslizaba
por un grasiento declive y se lanzaba al aire. Luego se alejó batiendo las alas.
- He enviado un mensaje radial - gritó Mark I por encima del rugido del viento -, para
que nos dispensen una correcta acogida. Hemos tenido un día muy ajetreado, sin duda.
Y todavía lo fue más. La huida no había pasado inadvertida. De hecho había sido muy
destacada y se había dado la alarma. Lenguas de fuego lengüeteaban tras ellos y oleadas
de fuerzas militares ondeaban en su persecución. El dragón cerró las alas y se precipitó
como una roca. El aire, por encima de ellos, crepitaba y humeaba con destellantes
descargas de energía, tan cercanas que comenzó a cocinárseles la cabeza y el pelo de
Meta empezó a humear. Pero luego quedaron fuera del alcance de los disparos, en el
valle, y la única preocupación que les quedó fue la de morir estrellados en el rocoso suelo
que se acercaba a ellos a toda velocidad. No, aquello no era todo lo que debía
preocuparles. En dirección a ellos se lanzaron los misiles dirigidos por calor, orientados
por sonar y controlados por radar.
Pero el Diablo Luchador era realmente un diablo luchador y estaba más que a la altura
de este nuevo asalto. La helada ráfaga de un rayo frío desvió el misil, mientras un radar
cancelador canceló el radar. Con aquello sólo quedaron intactos los detectores de sonar,
pues no resultaba tan fácil engañarlos. Sin embargo, Mark estaba también a la altura de
este reto. Su tórax se abrió y de él surgió un altavoz amplificador que emitió un inmenso
estallido, como un pedo colosal. Los restantes misiles se vinieron abajo girando sobre la
cabeza y la cola, y se estrellaron en el valle. El dragón y sus jinetes casi se estrellaron
también, pero el aleteante horno extendió sus alas en el último momento y salió del
picado con un giro de 11G de fuerza. Tan cerca estuvieron del suelo que las uñas de sus
patas sacaron chispas de la roca.
Luego voló enérgicamente recorriendo el valle mientras Mark I tarareaba una
sanguinaria canción de guerra y sus compañeros intentaban recobrarse del vuelo, el
estrujamiento y la sordera.
- Tenemos compañía - dijo el Diablo Luchador, señalando en dirección a la retaguardia.
El dragón sacó un ojo fuera y lo hizo girar hacia atrás; sorbió por la nariz.
- Sólo es una manada de dragones voladores - dijo, sorbiendo desdeñosamente por la
nariz y arrojando una nube de humo al aclararse la garganta.
Bill tostó y despidió una gran cantidad de humo, tras lo cual volvió a mirar al cielo lleno
de dragones de ataque.
- ¡Se nos cargarán! ¡Nos asarán vivos!
El dragón volvió a arrojar humo.
- De ninguna manera. Son mis compañeros de nido, camaradas de huevo de la misma
camada. No saben volar como yo. Todos los auténticos dragones voladores murieron en
el ataque chinger.
- Si tú eres tan bueno, ¿cómo es que no te mataron junto con ellos?
- Yo no fui en esa misión. Aquel día estaba enfermo con ardor de estómago.
- ¿Y también puedes volar mejor que esos dragones que vienen por el valle en
dirección contraria?
El noble corcel metálico echó una mirada y se lanzó al interior de un valle lateral.
- De ninguna manera. Ésa es la patrulla de la Aurora que regresa de una incursión.
Ésos tienen quemadores traseros. Sujétense... Trataré de perderlos en este lío de
laberínticos valles que se interceptan.
Se sujetaron... y Bill cerró los ojos y profirió un gemido. El dragón pasó a toda velocidad
por debajo de los repechos colgantes, gritó al coger curvas muy cerradas y casi se
zambulló en un lago de petróleo. Jadeaba como un motor de vapor cuando salieron
disparados del último valle a una vasta planicie abierta.
- Me quedo sin... combustible... - jadeó el dragón y exhaló una estela de humo de
carbón.
Mark I extendió un telescopio electrónico hacia la parte de atrás y luego lo hizo girar
para mirar el terreno que tenían debajo.
- Todo en orden - dijo -. Te los quitaste de encima en el desfiladero. Aterriza allí, a proa,
tres cuartas a estribor. Hay una fuente de petróleo que mana a través de las capas de
carbón.
- ¡Niam...! - gruñó el dragón -. Decididamente necesito... un repaso.
No fue un aterrizaje muy elegante. El dragón golpeó primero con la nariz y se arrastró
arando el suelo, dando vueltas de campana sobre la cola y la cabeza. Pero Mark I tenía
nervios de acero y aguantó hasta el último instante; luego se soltó y lanzó, llevando
consigo su carga humana. Dio un par de elegantes volteretas y cayó de pie.
- Ya... puedes soltarnos, ahora - dijo Meta luchando dentro del abrazo de acero.
- Muy cierto. Perdón.
Bill cayó al suelo, rodó un trecho y se puso a vomitar al instante.
- Límpialo todo cuando acabes - le sugirió Meta con gran sensatez -. Y ahora, ¿dónde
estamos?
- No tengo ni idea - respondió Mark I, haciendo girar su telescopio en todas direcciones
-. Con tantas vueltas perdí el sentido de la orientación. Aunque eso no importa, ya que
parece que nos hemos sacudido de encima a nuestros perseguidores. Alimentemos a
este caído dragón, y luego veré si puedo localizar un faro de ondas radiales.
El Diablo Luchador, todavía en forma, trotó hasta el afloramiento de carbón más
cercano y lo hizo saltar con una descarga explosiva de cañón. Cuando el polvo se hubo
posado, se llenó los brazos con los trozos rotos y los trajo hasta donde estaban los otros.
El dragón yacía inerte con el cuello tendido tan largo era sobre el suelo. Tenía los ojos
cerrados y de sus narices no manaba más que un fino hilillo de humo.
- Ábranle la boca con una palanca para que pueda empujarle todo esto al interior - dijo
Mark I.
Bill se puso a tirar de un lado, Meta del otro y, tras grandes esfuerzos, la mandíbula se
abrió con un crujido. Mark I le echó dentro de la boca la carga, empujándola hasta donde
le fue posible, tras lo cual se inclinó dentro de la boca del dragón y disparó un rayo
garganta abajo. Cuando el carbón se puso a crepitar agradablemente sacó la cabeza de
dentro y le dejaron caer la mandíbula de golpe. Muy poco después comenzó a filtrarse
humo por entre los dientes del animal, que gimió, se estremeció y respiró profundamente.
- Justo a tiempo - presumió el Diablo Luchador, orgulloso de si mismo.
- Maravilloso - consintió Bill, Pero aunque te estés dando palmaditas en la espalda a ti
mismo, podrías encontrar un punto alto y captar esos faros que mencionaste.
Se sentaron, exhaustos, sobre una duna de arena anaranjada mientras Mark I escalaba
una aguja de roca cercana. Meta fue la primera en recuperarse, y pasó un brazo
alrededor de Bill para darle un tierno apretón.
- ¿No es romántica esta verde salida de sol, esta duna anaranjada...?
- Y este dragón rojo incandescente muriéndose a nuestros pies. Vamos, primer oficial
ingeniero de primera clase, usted sabe que no le conviene liarse con un oficial.
- Resulta más que ofensivo que sea inmune a los atractivos de una mujer guapa. Mire
esto.
Meta se bajó la cremallera del cuello del uniforme con tanta lentitud como se revelaba a
la vista la carne rosada. Bill, incandescente ahora de lujuria, tan rojo como el dragón, se
inclinó hacia adelante con las manos tendidas justo cuando el Diablo Luchador
reaparecía.
- Qué interesante ritual de apareamiento. Continúen. Lo encuentro fascinante.
- Macho mirón metálico - dijo Meta sorbiendo por la nariz, mientras se ponía en pie y
volvía a subirse la cremallera -. ¿Por qué no está ahí fuera buscando faros radiales?
- Porque he encontrado uno. Muy débil, en aquella dirección. Debemos de estar en el
Malpaís, una tierra inexplorada, de erupciones volcánicas, terremotos, deslizamientos de
terreno y arenas movedizas.
- Encantador. Despertemos a esta bella durmiente y salgamos volando de aquí.
El dragón se agitó al oír las palabras de la joven y gruñó:
- Petróleo...
- La ayuda está en camino - dijo Mark I deslizándose hasta el charco más cercano, tras
lo cual extendió un tubo y sorbió una cierta cantidad que almacenó en un tanque que
debía de tener en el interior. Cuando regresó, el dragón abrió débilmente la boca y el
Diablo Luchador le bombeó todo el contenido garganta abajo. Se sintió el retumbar
amortiguado de una explosión interior, y de las fosas nasales de la criatura salió un chorro
de llamas.
- Eso está mejor - dijo el dragón, hipando y lanzando pequeñas nubecillas de humo -.
Mantened siempre ardiendo el fuego del hogar, es lo que siempre digo. ¿Qué hacemos
ahora?
- Volamos en esa dirección - dijo Mark I señalándola -. Tan pronto como te sea posible.
- No tardaré mucho. Esto sabe a antracita primaria y petróleo 30-60. Vuelvo enseguida.
El dragón se dirigió pesadamente hacia el afloramiento y engulló grandes bocados de
carbón que bajó con enormes tragos de petróleo. Muy pronto el afloramiento de carbón
pasó a su buche y el charco se secó. Batió las alas para comprobar su funcionamiento y
lanzó por la boca una larga lengua de fuego.
Todos los sistemas funcionan, la presión de la caldera aumenta y yo estoy tan caliente
como un gato en celo e igual de excitado. Menos mal que no hay por aquí ninguna
dragona. ¡Sin embargo tú tienes un cierto encanto, herrumbrosillo!
Mark I retrocedió con vivacidad y ligereza y puso todas sus armas a punto.
- ¡No practicamos ninguno de esos enredos sexuales de otras especies, recalentada
máquina voladora! Y, en todo caso, los diablos luchadores nos reproducimos por
propagación vegetativa, así que déjate de rollos.
El dragón arrojó de mal humor una lengua de llamas y, de mala gana, les ordenó subir
a bordo. Tenía la piel demasiado caliente como para tocarla, pero se enfrió en cuanto
estuvieron en el aire. Lleno a reventar de energía orgón recalentada, aleteó para
acelerarse y despegó en dirección al horizonte.
- ¿Qué es eso de ahí delante? - preguntó Bill parpadeando a causa de la corriente de
aire producida por el movimiento.
- Ni idea - dijo Mark I encogiéndose de hombros -. Nunca antes había estado aquí.
Pero parece una inmensa meseta que se eleva en el desierto que hay ahí abajo.
Al acercarse más vieron que era una inmensa meseta que se elevaba en el desierto de
allí abajo. El dragón se encumbró gracias a una corriente térmica cercana al borde del
barranco y describió círculos para ganar altura. Cuando pasaron por encima del borde,
vieron que la meseta estaba cubierta de una misteriosa vegetación verde.
- Eso no tiene buen aspecto - dijo Mark I.
- ¡No lo tiene en absoluto! - chilló el dragón, y luego gimió de dolor mientras los
proyectiles rugían en dirección a ellos desde la meseta, haciendo impacto y estallando
sobre su pellejo.
- ¡Me han dado! - gritó mientras un proyectil le volaba el ala interior -. ¡Estoy cayendo!
INTERMEDIO
Tras todos esos excitantes sucesos y antes de que otros hagan su aparición en la
segunda parte de esta obra, tal vez a ustedes les iría bien un descanso. Levántense,
estiren las piernas y bajen al mostrador de refrescos donde podrán disponer de una gran
variedad de bebidas frescas y tentempiés a un precio razonable. Pueden visitar el puesto
de reclutamiento de las fuerzas armadas instalado en el vestíbulo, u hojear catálogos de
esclavos robot del planeta Usa.
Cada esclavo robot ha sido cuidadosamente entrenado para recibir órdenes sólo del
ser oficialmente designado como su amo, y las más refinadas técnicas han sido
empleadas para dotarlos de la más alta inteligencia artificial.
Las unidades militares, por supuesto, han sido dotadas tanto con la inteligencia natural
como artificial, disminuidas. Los últimos modelos son positivamente estúpidos. Son
soldados perfectos.
Los esclavos robot de Usa son los mejores esclavos robot de la galaxia. Infinitamente
versátiles, son capaces de manejar cualquier tarea que usted les eche (manejarla, cogerla
al vuelo, y echársela de vuelta a usted). Algunos de ellos incluso la harán.
Recuerde si usted está buscando esclavos robot, busque el sello que es sinónimo de
calidad y servilismo: MADE IN USA.
12
- ¿Es el fin? - grazno Bill mientras el suelo verde se acercaba a ellos a toda velocidad.
- ¡Los diablos luchadores mueren riendo, con una canción en sus altavoces! ¡You-hou
Tii-tii Hou-hou!
- Bésame, Bill, tesoro.
Produciendo unos increíbles crujidos y golpeteos, el dragón se estrelló en la jungla, ya
que ésa era la vegetación verde. Bajo su peso se rompieron ramas verdes y se separaron
y chasquearon espesas enredaderas. Cayeron más y más abajo, más y más lentamente a
través de la verde vegetación que cedía poco a poco y amortiguaba la caída
desacelerándola. Finalmente se produjo un último chasquido de una liana gigantesca y
cayeron sobre blando en un campo de altas hierbas.
- Eso estuvo bien - dijo Meta, bajando suavemente del lomo del dragón y pisando tierra
firme.
Los otros se reunieron con ella y todos miraron con compasión al dragón que estaba
tocándose sombríamente con una garra los restos del ala destrozada.
- No resulta fácil... - dijo el dragón tragando sordamente -, volar con una sola ala -
continuó, y se puso a gimotear de autocompasión; una negra lágrima de aceite se formó
en uno de sus ojos y rodó por su rostro cayendo al suelo.
- Tómatelo con calma, viejo penco - dijo Mark I con sádica conmiseración, sacando un
cañón de calibre largo -. El fin de un dragón temerario es siempre trágico. Cierra los ojos y
no sentirás nada. Salvarnos fue, con muchísimo, lo mejor que has hecho jamás en toda tu
vida. El descanso hacia el que vas ahora es, con muchísimo, el mejor que...
- ¡Guarda ese arma, afectado bastardo metálico! - gritó el dragón retrocediendo -. Eres
demasiado rápido sacando la pistola - dijo, tras lo cual comenzó a comerse el ala rota
mientras miraba a Mark I con ferocidad -. Me crecerá otra en un par de días. Mientras
tanto, estoy condenado a permanecer en tierra.
- Y nosotros también - dijo Meta mirando a su alrededor el follaje verde -. Al menos
todo esto tiene un aspecto más familiar que toda esa arena, carbón, metal y petróleo...
- ¡Puaj! - chilló el Diablo Luchador mientras retiraba un pincho analizados de una rama
de árbol rota -. ¡Esto es terrible! ¡Toda esta porquería blanda y asquerosa contiene agua!
¡Ésta es una meseta venenosa! Nos herrumbraremos, corroeremos, moriremos en medio
de una terrible agonía...
- Oh, cállate - sugirió el dragón, asqueado, mordiendo un trozo de madera y
tragándosela -. Esto quema de maravilla. Simplemente mantén bien aceitadas tus
extremidades y fíjate dónde re sientas.
El estómago de Bill gruñó y él asintió.
- Si vamos a quedarnos aquí durante un par de semanas, tendremos que encontrar
comida y agua.
- Toda esta porquería blanda y repelente contiene agua - dijo Mark I pateando la hierba
y estremeciéndose -. Si se comen eso...
- Cuando quiera consejos dietéticos para imbéciles metálicos, se los pediré - dijo Meta,
girando sobre sus talones -. Vamos, Bill, busquemos algo. Frutas, verduras...
- Encontrarán porquerías que nos tumbarán - dijo el Diablo Luchador, rencorosamente -
. Los imbéciles metálicos se quedarán aquí vegetando mientras ustedes deambulan por
ahí sin objeto a través de toda esa porquería repugnante. Y no se den prisa en volver.
Meta le sacó la lengua a Mark I, cogió a Bill por un brazo y se internó en lo que parecía
un camino.
- Ese Diablo Luchador tiene razón - dijo Bill sombríamente -. Quién sabe qué
monstruosos horrores nos acechan tras la muralla de la jungla.
- Tiene su pistola desintegradora, así que desintégrelos - dijo Meta haciendo alarde de
un gran sentido práctico.
- Los chinger me la quitaron. ¿Y la suya?
- Lo mismo. Espere aquí; tengo una idea.
Ella regresó por el sendero mientras Bill escuchaba los ruidos de la selva y se mordía
las uñas. Ya iba por la última de sus rosáceas uñas cuando ella regresó y le entregó un
arma de extraño aspecto.
- Yo tenia razón. El Diablo Luchador está tan cargado de artillería que podría
arrancarse un par sin echarlas en falta. Ese es un lanzador de rayos destructores.
Simplemente apunte y apriete el botón rojo de la parte superior.
- Bonito - dijo él, volándole la copa a un inocente árbol -. ¿Y usted qué tiene?
- Rayos de gravedad. Triplica la masa de cualquier cosa a la que se le dispara. La
inmoviliza hasta que la carga se libera.
- Eso es algo de peso. Vamos a estar bien defendidos.
- Bueno, si hay que decir la verdad, no van a estarlo - dijo el hombre rojo que salió de
entre la maleza apuntándoles con un arma larga y fea -. Les agradecería que los dos me
entregaran la chatarra, garantizando así la seguridad de ambos. Tienen mi palabra, como
caballero del sur, que no sufrirán daño alguno.
Meta no iba a rendirse sin luchar. Saltó a un lado y apuntó su arma... y se encontró con
la punta de una espada presionándole ligeramente la garganta.
- Haga el más ligero movimiento con el delicado y rosáceo dedo que tiene en el gatillo,
señora, y se la carga. Tírela.
El arma que tenía en la otra mano estaba aún apuntando firmemente a Bill. No tenían
elección. En cuanto hubo alejado de una patada ambas armas, el hombre rojo volvió a
envainar la espada, bajó el arma y se inclinó amablemente.
- Bienvenidos a Cuartodebaño - dijo con un suave acento del sur -. Los extraños no son
bienvenidos aquí, por lo que permítanme felicitarles por la buena suerte que han tenido de
encontrarse conmigo a su llegada. Me llamo Mayor Jonkarta, antiguo miembro de las
fuerzas confederadas, y afirmo que Virginia es mi hogar. Aunque pueda parecer un nativo
de este mundo, no lo soy. Provengo de un planeta lejano. Fui perseguido por aborígenes
y busqué refugio en una cueva en la que me quedé dormido. Había en ella brujería,
creedme, mi espíritu abandonó mi cuerpo, vino aquí...
- Lo que sea que ha fumado, le ha pegado fuerte - dijo Meta -. La galaxia está llena de
psicóticos con problemas de identidad, madres preñadas de los dioses, niños
intercambiados secretamente, infantes nobles robados al nacer...
- Qué es usted, ¿una loquera o algo parecido? - dijo Jonkarta de mal talante. Luego se
le iluminó la cara de placer -. Pero, mi querida, si es usted realmente una especialista en
problemas de adaptación, doctora, he estado teniendo unos sueños tremendamente
extraños...
- Me llamo primer oficial ingeniero de primera clase Meta Tarsi. Meta para mis amigos...
y usted puede también ser uno de ellos si se deja de rollos místicos.
- ¿Por qué lo consideras un rollo, Meta, cariño? Adoro tu fuerza
- Puedo hablar yo también? Soy el alférez Bill de la armada espacial.
- Qué bien para usted, con rango militar y todo. De acuerdo, sean todos bienvenidos.
Una vez hechas las presentaciones, tuvieron oportunidad de examinarse mutuamente.
Jonkarta examinó a Meta, que era mucho más agradable de mirar que Bill, que ya estaba
poniéndose decididamente sucio a aquellas alturas. Meta pensó lo mismo y comenzó a
sentirse más y más interesada en el recién llegado. Era alto y ancho de hombros, con
mucha carne roja a la vista debido a la ropa que llevaba. No llevaba ropa en absoluto,
sino unos arreos en su lugar, una especie de arreos para caballo modificados, de los que
colgaban hebillas, piedras preciosas, dagas y otras cosas. Lo único que de por si se
parecía a ropa era un suspensorio peculiarmente adornado con remaches. Y con un buen
relleno, advirtió ella con los ojos brillantes. Botas de cuero, abultados músculos, contoneo
elegante, era realmente algo acerca de lo cual merecía la pena escribirle a la madre de
uno. Sin embargo ella no iba a hacerlo, porque podía ocurrir que la madre también
quisiera uno.
- Bueno, cuando acabe todo este baile de ojos, espero que me contéis qué estáis
haciendo aquí - dijo Jonkarta.
- Nos echaron abajo a tiros - dijo Bill -. ¿Ha tenido usted algo que ver con eso?
- No vas muy despistado, amigo. Lo hice yo con mi propio riflecillo de radio. Esta
meseta es poco más que unos palmos de material crudo, así que cuando pasa volando
cualquiera de esas máquinas le disparamos. Usamos el metal para hacer espadas,
revólveres, cuchillos, bombas, ya sabéis, ese tipo de cosas.
- Ya lo creo que lo sabemos - dijo Meta -. Pero utilizáis una parte del metal para hacer
ralladores de queso, escurridores, barreños o sonajeros para bebés?
- Admiro tu rapidez mental, Meta, cariño. Seguramente tú podrías hacer la guerra con
escurridores.
- ¿Te importaría decirnos, herrumbroso, con quién o con qué estáis en guerra?
- Será un placer. Hay dos especies inteligentes que habitan esta meseta. Una más
inteligente que la otra, no hace falta decirlo. Existen los hombres rojos de Cuartodebaño, y
los repulsivos, monstruosos y apestosos hombres verdes de Cuartodebaño. Estas
criaturas repugnantes son fáciles de identificar, incluso en la oscuridad, no sólo por su olor
sino porque además tienen cuatro brazos y colmillos, igual que usted, Bill. Lo que me
pone muy receloso.
- ¡Cuénteme los brazos! - dijo Bill, iracundo -. De todas formas, cuatro brazos y verdes
me suena a chinger. Tal vez están relacionados con esto.
- ¿Podría preguntar... quiénes son los chinger?
- El enemigo con el que nosotros estamos en guerra.
- ¿Guerra? ¡Dios mío! ¡Ahora no me digan que luchan contra ellos con escurridores y
sonajeros! - Le hizo un guiño a Meta mientras decía esto.
Ella sorbió por la nariz.
- También estamos en guerra, pero no significa que tenga que gustarnos.
- Bueno, a mí si que me gusta la mía. Desciendo de una larga línea de guerreros...
- Escuche - dijo Bill alzando la voz para hacerse oír por encima de los borborigmos de
su estómago vacío -. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que comimos.
Podríamos tener esta charla ante la cena... si es que usted sabe dónde encontrarla.
- Ningún problema. Habrá montones de comida... en cuanto se hayan alistado.
- Siempre se pesca algo.
- No como éste. Miren este trozo de hermosa carne - dijo, desenganchando una bolsa
de cuero de sus arreos, de la que extrajo un trozo de jamón de peroanda ahumado -.
¿Puedo sugerir un nombramiento para un servicio breve? Sólo una incursión y tendré un
licenciamiento honorable. Además, ésta será una misión de misericordia.
- Me alisto - dijo Meta mientras intentaba coger la carne Déme.
- ¡Yo también!
Jonkana retrocedió mientras ellos tendían las manos para apoderarse del jamón, y
desenfundó a medias la espada.
- Sólo un momento más, se lo ruego. Primero el juramento. Pónganse la mano derecha
sobre el corazón... ¿tienen corazón ustedes? Bien. Y repitan conmigo: juro por la Gran
Embolia, regidora del sol y las estrellas, que todo lo ve en Cuartodebaño, protectora de
los hombres rojos, enemiga de los hombres verdes, segura mueve de los monos blancos,
dadora de dones, protectora de todo, que yo seré leal a Jonkana de Cuartodebaño y a
todos los que prestan servicio bajo su mando, obedeceré todas las órdenes y apareceré al
menos una vez a la semana.
Lo repitieron, ahogándose con la saliva que les llenaba la boca al oler la suculenta
carne de peroanda, y luego cogieron ansiosamente los gruesos trozos que él cortó con la
espada.
- Víveres muy buenos, ¿verdad? Lo ahumé yo mismo. Y mientras ronzan, les diré lo
que tenemos que hacer. Parece que la princesa Dejah Vue, de la que estoy
apasionadamente enamorado, volvía de la planta de aire en la que se fabrica todo el aire
de este planeta, cuando su grupo fue atacado por un destacamento de guerra de crueles
hombres verdes, que merodeaba por allí, liderada por el más cruel de todos ellos, Tars
Tookus. Los que la acompañaban fueron todos horriblemente asesinados, el peroanda
que montaba fue sacrificado (acaban de comerse un trozo de él; no quise que se
desperdiciara), y ella fue raptada por Tars Tookus y su repelente horda.
- ¿Estaba usted allí? - preguntó Bill de mal talante.
- No. Para mi eterno pesar, yo llegué al escenario demasiado tarde... o ninguno de
esos demonios habría sobrevivido. Leí todo lo que transpiraba su rastro en el musgo sin
rastros porque soy un gran cazador y rastreador. Nadie más podría encontrar una pista en
el musgo. Sólo yo, entrenado por los guerreros apaches...
- ¿Podríamos dejar el viaje por su ego para más tarde? - imploró Meta.
- Está usted en lo cieno, señora, pido disculpas. ¿Dónde estaba?
- Rastreando a los verdes raptores de la joven a través de los yermos verdores.
- Si, por supuesto. No podía atacar su campamento sin ayuda, así que iba de regreso a
la ciudad de Metano en busca de refuerzos, cuando oí sus voces. Con la ayuda de
ustedes me ahorraré muchos días de marcha y podremos cogerles por sorpresa.
Meta tragó el último bocado y se limpió las manos en las altas hierbas.
- ¿Tiene algo con lo que bajar la comida?
- Ciertamente, señora - dijo entregándole una cantimplora de cuero de la que ella bebió
en abundancia -. Es kvetch, hecha de leche de peroanda fermentada.
- Y así sabe - dijo ella, presa de náuseas, escupiendo borujos -. ¿Contra cuántos
verdosos de esos tenemos que luchar?
- Uno, dos, más. No soy muy bueno con los números. Sólo matando.
- Uno o dos, está bien - dijo Bill, atragantándose con el kvetch -. Con eso podemos
arreglárnoslas. Si va a ser un número mayor, necesitaremos ayuda. Será mejor que aliste
al amigo nuestro que está ahí detrás, el Diablo Luchador Mark I.
- Ésa es verdaderamente una criatura fea y peligrosa, y es el motivo de que no me
acercara. ¿Es el esclavo metálico de ustedes?
- Difícilmente. Pero obedecerá órdenes. Espere aquí, que iré a buscarlo.
El dragón, que ya se había comido todas las ramas rotas y estaba contento, echando
por la boca humo verde, estaba ahora dedicándose a las enredaderas colgantes; una de
ellas colgaba de su boca como un espagueti. Saludó a Bill con una pata lánguida y
arrancó otra enredadera.
El Diablo Luchador no estaba disfrutando tanto de su estancia. Sentado sobre una roca
seca, tenía las piernas plegadas debajo del cuerpo.
- Tengo trabajo para ti - dijo Bill.
Pero el otro ni se movió.
- ¿Está muerto? - le preguntó Bill al dragón.
- No exactamente. Ha cortado la alimentación para que no se Y le descarguen las
baterías.
- Fantástico. ¿Y cómo consigo hablar con él?
- Parece bastante obvio. Use el teléfono.
Bill rodeó la roca y vio que Mark I tenía una caja metálica en la espalda con signos
extraños y cabalísticos estampados en ella.
- ¿Es esto? Parece AT&T.
- Lo ha descubierto a la primera.
Bill se rompió la uña que le quedaba al hacer palanca para abrir la caja.
- Hola... ¿hay alguien en casa? - Hasta su oído llegaron crujidos y chasquidos.
«Este es un mensaje grabado. El Diablo Luchador está desconectado en este
momento. Si desea dejar un mensaje, me pondré en contacto con usted tan pronto como
me sea posible...»
- Da alguna señal de vida, ¿quieres? Tenemos trabajo que hacer - dijo, pero la única
respuesta fue el silencio.
Bill maldijo, volvió a colgar el teléfono en su sitio y cerró la tapa de la caja de golpe.
Entonces advirtió que la tapa abierta había estado ocultando un botón etiquetado «SÓLO
EN CASO DE EMERGENCIA».
- Esto está mejor - dijo, y lo presionó con fuerza.
Los resultados fueron bastante dramáticos. Las piernas del Diablo Luchador empujaron
con fuerza y dispararon a la criatura a. bastante altura por el aire. Mientas descendía
oscilaron, crujiendo, en el aire, lenguas de energía pura y estallaron granadas en el
bosque circundante, a la vez que una sirena ululaba enloquecida.
Bill se lanzó a ocultarse detrás del dragón en el momento en que las balas chocaban
contra su metálico pellejo.
- Traté de advertírselo - dijo el dragón -. Pero usted fue demasiado impetuoso.
- ¿Cuál es la emergencia? - gritó el Diablo Luchador haciendo girar sus ópticas en
todas direcciones.
- No hay ninguna emergencia - dijo Bill, abandonando, no sin vacilación, su refugio -.
Quiero hablar contigo...
- Para eso está el teléfono. Constituye una violación apretar el, botón de emergencia si
no hay ninguna...
- ¡Quieres callarte y escucharme! Tenemos trabajo que hacer.
- ¿Desde cuándo? Lo único que yo tengo que hacer es sentarme dentro de mi lata y
esperar durante un par de semanas hasta que al dragón sé le regenere el ala. ¿Cómo va
eso?
El Diablo Luchador extendió un brazo al final del cual había una cámara con micrófono,
y se la acercó al dragón que señaló con una de sus garras el bulto que tenía en el flanco.
- Va de maravilla.
Bill comenzaba a enfadarse.
- Escúchame, Diablo Luchador, es hora de que te pongas a la altura de tu nombre.
Tenemos algo más que hacer que sentarnos por aquí y observar cómo crece el ala del
dragón. Ahí fuera hay guerra.
- Eres bienvenido a ella. Desconectando en este momento. Todos los sistemas
inoperantes. Diez... nueve...
- ¡Espera! ¡Se te ordenó que obedecieras mis órdenes!
- De ninguna manera, viscoso. El gran Zots me ordenó rescatar a la otra viscosa y
llevarles a ambos de vuelta con vida. Ahí acaba toda mi responsabilidad. Buenas
noches...
- ¡No! Detente de inmediato. Tienes que llevarnos a ambos de vuelta, ¿correcto? Y
tenemos que esperar aquí durante dos semanas. Pero si Meta y yo no comemos,
moriremos. Ahora hemos conseguido hacer un trato que nos proporcionará comida a
cambio de un poco de lucha. Pero necesitamos tu ayuda, ¿comprendes eso? Así que
tienes que venir con nosotros.
- Diría que es una cadena lógica impecable - dijo el dragón -. Estaré aquí cuando
regresen.
Podía oírse el ruido de los engranajes mientras Mark I intentaba pensar una forma de
zafarse de aquello. No había escapatoria. Se encendieron las luces y los motores
zumbaron cuando el Diablo Luchador volvió a encenderse para arrancar.
- Bueno - dijo Mark I con filosófica resignación -. Para un Diablo Luchador es mejor
luchar que permanecer en estado de estivación... Así pues, vamos al trabajo. Dónde es
esa guerra?
13
Jonkarta se mostró muy receloso con el compañero de Bill. Se erguía detrás de Meta,
con la espada en una mano y el arma de fuego en la otra.
- ¡No se acerquen más a mí! - ordenó -. Este rifle dispara balas de radio que
atravesarían la lata de su amigo.
Meta se quitó de delante de él.
- ¿Está usted loco o algo por el estilo? ¿Radio? ¡Debe brillar en la oscuridad... y tener
las mismas esperanzas de vida que un gerbo prehistórico!
- Admito que las nuevas balas de radio brillan en la oscuridad... y también explotan en
la oscuridad. Así que, ¡cuidado! Las antiguas, disparadas durante la noche, no estallaban
hasta que el sol las hería a la mañana siguiente. Pero, ya está bien. ¿Se pueden fiar de
esa criatura?
- Obedece órdenes, y eso es suficiente. Ahora baje el arma. Y manténgase tan lejos de
nosotros como le sea posible.
- Si esta criatura metálica va a unirse a la causa, debo tomarle el juramento de
fidelidad...
- ¡Nunca! - resonó la acerada voz del Diablo Luchador -. La lealtad no puede dividirse, y
yo he prestado juramento de lealtad sobre el petróleo al dorado Zots, mi señor feudal.
Pero les seguiré y obedeceré las órdenes con el fin de mantener a mis pupilos, estos dos
viscosos, con vida... así que tendrá que obrar en consecuencia, pequeño.
- No estoy muy seguro...
- Bueno, yo sí lo estoy - dijo Bill, cansado de toda aquella discusión estúpida -. Y esta
cosa no es humana, en todo caso; es sólo una máquina...
- ¡Yo no soy «sólo una máquina! - chirrió el Diablo Luchador.
- ¡Basta ya! - gritó Meta, pero nadie la escuchó -. Sólo hay una forma de arreglar esto -
murmuró, y luego levantó el arma y les disparó a los tres.
El griterío acabó de repente. Bill y Jonkarta cayeron instantáneamente al suelo atraídos
por la triple gravedad proyectada por el arma. Incluso el Diablo Luchador se quedó con los
engranajes inmovilizados e inútiles. Meta se sentó en un tronco caído y se puso a tararear
tranquilamente mientras entretejía una corona de flores. Cuando el efecto de la carga fue
desvaneciéndose, ellos comenzaron a agitarse y a gemir. La joven se ajustó la corona
sobre la cabeza, se puso de pie y se desperezó.
- Ahora que la discusión ha acabado... quizá podríamos también terminar con esta
guerra.
- En marcha - ordenó Jonkarta, haciendo ligeros pucheros por haber sido puesto fuera
de combate por una simple mujer -. Encontraremos su campamento a tan sólo un día de
aquí, en los suburbios de la ciudad de Sulfuro, muerta hace mucho tiempo. Ocuparemos
nuestras posiciones en la oscuridad. La batalla se librará al amanecer.
- Usted es el jefe - dijo Bill -. Vaya en cabeza. ¿Podría tomar otro trago de esa leche de
peroanda fermentada para el camino?
Jonkarta conocía cada sendero; siguió la pista por la jungla y a través de la pradera
musgosa caminando silenciosamente a paso de lobo. (Había matado un lobo pequeño, lo
había desollado y había utilizado la piel de las patas para ponerle suelas a sus
mocasines. Era una antigua costumbre cuartodebañina que traía buena suerte, aunque no
para el lobo.) En aquel lugar les acechaban peligros desconocidos, pero en cuanto se
daban a conocer eran desintegrados por el Diablo Luchador que ahora estaba
divirtiéndose. Muy pronto el suelo quedó cubierto de fragmentos de pitones gigantes,
comadrejas didelfas, así como de trocitos de monstruosos comedores de pastel de
patatas.
- Tengo que decir que realmente eres un Diablo Luchador - dijo Jonkarta.
- Epónimo, ése soy yo - concedió y sonaron disparos al hacer estallara un nenitesk que
cargaba contra ellos.
Debido a que su explosivo paso dejaba expedito el camino a través del bosque,
llegaron al borde de los enormes campos yermos musgosos justo cuando el sol estaba
poniéndose demás del distante borde de la meseta.
- Están allí - dijo Jonkarta, señalando ferozmente, cosa que no es fácil de hacer -.
Pueden distinguir las siluetas oscuras de sus tiendas, y las siluetas aún más oscuras de
los peroandas que están pastando...
- Hablando de peroandas - interrumpió Meta -, voy a comerme otro trozo de ese jamón.
- ¡Piensa más en su estómago que en mi adorada Dejah Vue!
Vale, sí, tío rojo. Comer primero, luchar después.
Dado que el Diablo Luchador no necesitaba dormir, se encargó de la primera guardia
de aquella noche. Luego de la segunda y de la tercera, y despertó a los otros justo antes
del alba.
- ¿Qué plan tienes, Jonkarta? - preguntó Bill, tras desayunar con el resto del jamón y
escabullirse tras los árboles para hacer pipí.
- No hay más que un plan. ¡Luchar y vencer!
- Brillante - dijo el Diablo Luchador, que no estaba impresionado -. Pero si quiere un
consejo guerrero de un Diablo Luchador experimentado, tendrá que organizar las cosas
un poco más que eso. ¿Cuántos enemigos hay allí?
- ¡Innumerables hordas!
- ¿No podría ser un poco más preciso?
- No te molestes - dijo Bill -. Ya intenté antes ese rollo. Este chaval cuenta uno, dos,
más.
- Yo soy mejor tirador que tú, cara pálida - dijo Jonkarta con resentimiento -. ¡Yo no
necesito contar; sólo luchar!
- Luchará, luchará - se lamentó el Diablo Luchador, harto de todos aquellos extraños
blandos y mojados -. Pongámoslo de manera simple. ¿Qué le parece si entro ahí y los
hago volar a todos por los aires?
- ¡Mataría a mi adorada princesa!
- De acuerdo, modifiquemos el plan. Usted se escabulle ahora hasta allí bajo el cobijo
de la oscuridad y averigua dónde está ella. Luego llegamos nosotros al alba, usted me
señala la tienda en la que está, y yo hago volar por los aires todo lo demás.
- Pero ¿cómo voy a encontrarla en medio de esta gran oscuridad?
- Utilice la nariz - dijo Meta, aburrida de aquel altercado -. Si ella no apesta, podrá
identificarla, por no oler, entre todos esos apestosos.
- ¡Apestar! Si no fuera usted una mujer, la mataría. Mi adorada tiene el aroma de las
dulces rosas, de los delicados perfumes, todas las fragantes flores...
- Fabuloso. Identifique con la nariz a ese ramo de flores e indíquele a gatillo feliz en qué
tienda está. ¿Podemos ahora poner en marcha esta guerra?
- Ahora iré a buscar a mi adorada. Silencio es la palabra, así que no me atrevo a
llevarme a mi vieja Betsy, mi fiel rifle de radio. Lo dejo a su cuidado, señora...
- ¡De ninguna manera! Cuélguelo de un árbol y estará allí cuando regrese.
Jonkarta no tenía elección. Sujetó el arma en la parte alta de un árbol finja y luego se
deslizó, desierto adentro, tan silencioso como un fantasma.
El Diablo Luchador tarareó bajito mientras el cielo se iluminaba por el oeste (el planeta
Usa rotaba hacia atrás), mientras recargaba sus armas y proyectores de rayos. Bill se
desperezó y se dispuso a decapitar un sueño breve (había sido una noche muy larga),
pero Meta tenía ideas mejores. Se arrastró debajo de los arbustos que le ocultaban, se
puso a su lado y la noche se llenó con la música de cremalleras que bajaban. Y que
volvieron a subir cuando vieron que un detector de infrarrojos penetraba a través del
arbusto.
Meta intentó cogerlo, pero se le escapó y desapareció.
- Si lo tuyo es la reproducción vegetativa - gritó Meta -, ¿a qué viene este gran interés
por la heterosexualidad?
- Quizá me sienta frustrado. Está saliendo el sol. La alondra está en el cielo, en los
prados el peroanda. ¡Allá voy!
En el campamento ya se veía actividad, y más actividad pudo observarse cuando sus
ocupantes vieron al Diablo Luchador que se les echaba encima, tronando. Una horda de
hambrientos, piojosos y cariados marcianos verdes salieron de las tiendas rugiendo
horribles blasfemias y disparando contra su atacante metálico. El Diablo Luchador levantó
sus armas y los apuntó, pero se abstuvo de disparar.
- ¿Dónde estás, blando rojo viscoso?
- Aquí - dijo Jonkarta, sacando la cabeza de un foso y volviéndola a meter cuando los
proyectiles de radio pasaron silbando -. Mata a tu gusto, pero no toques la que tiene la
marca de la bestia escrita encima.
- Me temo que no estoy familiarizado con el término.
Jonkarta escribió rápidamente 666 en la arena.
- Tiene este aspecto.
- Recibido -. El Diablo Luchador enfocó su telescopio electrónico haciendo caso omiso
de las balas que rebotaban contra su flanco, y recorrió la hilera de tiendas -. La he
encontrado... ¡y allá voy!
Fue realmente dramático. Los grotescos hombres verdes no tuvieron ni la más mínima
oportunidad de defenderse ante la lluvia de fuego y proyectiles. Enfurecidos por los
disparos y granadas, estallaron por los aires. Pedazos de carne verde saltaron en todas
direcciones y cayeron con ruido sordo entre los restos de las tiendas rotas, las mantas de
piel, sedosos paños, ajorcas de oro, anticonceptivos, pistolas y espadas, orinales
portátiles, todo aquello que hacía posible la vida en el duro desierto. Meta y Bill, cogidos
de la mano, se acercaron a observar la ruidosa demostración de invencible poder
armamentístico. En cuestión de unos instantes el orgulloso campamento era una ruina
humeante, del que se alzaba una sola tienda. Estaba intacta, aunque bien salpicada de
sangre verde.
- ¿Está a salvo mi adorada Dejah Vue?
- Puede apostarlo - fanfarroneó el Diablo Luchador -. Nunca erro el tiro.
Sacó una manguera de aire comprimido y sopló el humo de la humeante boca de un
arma.
- ¡Aquí estoy, adorada mía, ansiando tu abrazo! - gritó Jonkarta dando un salto hacia la
tienda y abriendo la puerta de par en par.
Luego gritó agónicamente cuando un marciano verde gigantesco saltó al exterior y lo
derribó pasándole por encima.
- ¡Has destruido a toda mi tribu! - bramó dándose puñetazos en el enorme pecho -.
¡Estoy sediento de venganza y de tu sangre!
- Tars Tookus... estabas en la tienda, solo... ¡con ella! ¿Qué has hecho con mi amada?
- ¡Imagínatelo! - dijo regocijado el gigante verde con una sonrisa impúdica, enseñando
los colmillos, y saltó a un lado -. ¡Desenfunda y defiéndete!
La espada de Jonkarta saltó a sus manos, lo cual resulta más fácil que desenfundarla,
y él rugió y atacó. Pero Tars Tookus había sacado su espada. Espadas. Las cuatro, lo
cual está bien si se tienen cuatro brazos. Impávido, Jonkarta se tiró a fondo con tal furia
que la espada se convirtió en un círculo de metal que daba vueltas y que obligó al
marciano verde a retroceder a pesar de su ventaja de cuatro a uno. Cuando estuvieron
lejos de la tienda, Jonkarta pidió ayuda.
- ¡Bill, a la tienda! ¡Mira si a mi amada le ha acontecido algún daño!
Bill rodeó a los guerreros, metió la cabeza en la tienda y se quedó allí de pie,
paralizado.
- ¿Cómo está... ella? - jadeó Jonkarta entre dos ruidosos golpes.
- Ella, ella tiene un aspecto realmente magnifico, para mi.
Y así era. Repantigada sobre los cojines de seda, Dejah Vue era la suprema perfección
de belleza femenina. Su delicada piel roja, de la que había mucha a la vista, brillaba de
salud y era enormemente deseable. Los jirones de tela transparente y diáfana revelaban,
más que ocultar, los redondeados encantos de la joven. Los pechos como melones
luchaban por liberarse.
- ¿Está... está usted buena? - dijo Bill con voz ronca.
- Venga a averiguarlo - dijo ella con voz ronca a modo de respuesta.
Cuando la puerta de tela de la tienda cayó detrás de él, la batalla estaba llegando a su
fin. Ni siquiera las cuatro espadas de Tars Tookus estaban a la altura de la superior
destreza de espadachín de Jonkarta. El brazo superior derecho estaba comenzando a
cansársele, y su oponente lo advirtió; se lanzó a fondo desviando a un lado la espada y,
con un tremendo golpe, le cortó la cabeza al hombre verde. Jonkarta rugió victorioso
mientras la gigantesca figura se colapsaba cayendo laxa, y la sangre verde le manaba a
borbotones del cuello cercenado.
- ¡Así mueren todos aquellos que se atreven a interponerse entre mi amada y yo! -
alardeó victorioso, giró en redondo y abrió la puerta de tela de la tienda. Y rugió iracundo
al ver lo que estaba ocurriendo en el interior.
- ¡Así mueren todos aquellos que se atreven a interponerse entre mi amada y yo! - gritó
una vez más y entró precipitadamente.
- ¡Sólo estaba examinándola para ver si estaba herida! - gritó Bill deslizándose tras la
princesa roja antes de ser traspasado una y otra vez.
- ¡Sal, cobarde! ¡Sal de la tienda y pelea como un hombre!
Meta y el Diablo Luchador miraron con gran interés cómo Bill salía disparado de la
tienda con Jonkarta que echaba espuma por la boca pisándole los talones. Cuando el
hombre rojo pasaba por su lado, Meta le puso un pie delante y el furibundo guerrero se
fue de morros al suelo.
- La ignonimia caerá sobre usted, si ataca a un hombre desarmado. Si quiere un duelo,
hágalo según las reglas. Bill escoge las armas.
- Por supuesto, tiene usted razón - dijo Jonkarta poniéndose de pie y sacudiéndose
algunos pedazos de carne verde. Se cruzó de brazos y miró a Bill con el ceño fruncido -.
Escoja. Rifles de radio a veinte pasos. Dagas, pistolas, espadas, mazas... usted elige.
Pero decídase de una vez porque no puedo contener mi ira por mucho tiempo.
Dejah Vue se reunió con los otros espectadores, cubriéndose los encantos que
inflamaban la mente de los hombres con un jirón de diáfana tela. Meta la miró ferozmente
por encima del hombro, sorbió despectivamente por la nariz y luego se volvió de
espaldas. Está gorda - pensó -, necesitará una faja antes de llegar a los treinta.
- ¡Armas; usted elige! - rugió Jonkarta, iracundo. Pateó una espada caída en dirección
a su oponente -. Y acaba de terminársele el tiempo. Recoja eso y defiéndase, o diga una
rápida y última oración antes de que le atraviese.
- Ayúdame, Diablo Luchador - suplicó Bill -. Evita que este loco me mate.
- No es mi pelea, tío. A mí me enviaron para traer a Meta de vuelta con vida... y eso
haré. Si usted se mete en problemas liándose con las muchachas locales, es su
problema.
- ¿Meta...?
- Si quieres esta cosa regordeta... pelea por ella. Yo miraré.
- Se ha acabado el tiempo - dijo Jonkarta con placer feroz y apuntó la espada al
ombligo de Bill -. ¿Es allí donde tiene usted el corazón?
- No, aquí - dijo Bill dándose palmaditas en el pecho y luego retiró rápidamente la mano
-. Quiero decir que no, que usted no puede hacer este...
Los bíceps de hierro se tensaron. La espada comenzó a avanzar hacia él.
Dejah Vue profirió un grito penetrante y todos se volvieron como uno solo para ver que
estaba entre las repulsivas garras de Tars Tookus.
- Pero, pero... - tartamudeó Jonkarta -, yo te había cortado la cabeza.
- ¡Ahá! Así lo hiciste - dijo el marciano verde sonriendo impúdicamente y señalando con
una de sus manos libres el muñón del cuello -. Pero lo que no sabías es que yo tengo dos
cabezas. La otra la tenía atada a la espalda para que no pudieras verla. Cuando tu
atención se distrajo, até un torniquete alrededor de este muñón, dejé en libertad mi
segunda cabeza y capturé a esta mozuela -. Profirió un agudo silbido y un enorme
peroanda vino galopando sobre sus seis patas.
- No os atreveréis a disparar por miedo a herir a mi cautiva - gritó victorioso y saltó a la
silla, con la princesa que gritaba, apretada fuertemente contra su apestoso cuerpo -. ¡Y
ahora me marcho! ¡No te mato para que veas cuál será su destino!
Su risa de maníaco fue ahogada por el sordo golpeteo de los cascos del peroanda
sobre el musgo, mientras desaparecían en el horizonte.
14
- ¡Vamos tras mi adorada: - bramó Jonkarta -. Tienen que salvarla.
- Ya lo hemos hecho - le respondió Meta -. Si usted le hubiera cortado las dos cabezas
a Tars Tookus, no tendríamos ahora este problema.
- ¿Cómo iba yo a saber que tenía dos cabezas? Yo no soy ningún «prevertido»...
¡Nunca le miré la espalda! ¡Tenemos que perseguirles, después de que destripe a este
tenorio!
Su espada silbó una tonada de muerte cuando destelló bajo el sol cuartodebañino. Bill
levantó su pistola y apretó el gatillo. Un rayo desintegrador salió disparado del cañón y le
arrancó la espada de la mano al hombre rojo.
- ¡Eso no es juego limpio! - aulló Jonkarta y se vertió un poco de kvetch sobre la palma
quemada -. Usted no es un caballero.
- Malditamente cierto. Soy un recluta, aunque temporalmente ascendido a oficial.
- Mi espada ansía beber su sangre...
Una vez más, Meta tuvo que recurrir a su pistola de gravedad para detener la
discusión. Mientras los dos hombres yacían jadeando sobre el musgo, ella miró al interior
de la tienda. Estaba atestada de pieles mohosas, sedas manchadas y apestaba a hombre
verde. Había una botella que tenía el sello intacto; primero olió el contenido y luego bebió
y se relamió los labios. La sacó al exterior y vio que Bill estaba incorporándose con
dificultad.
- Prueba un poco de esto. Es mejor que el kvetch.
Bebió, feliz, mientras Jonkarta se aproximaba. Olió el aroma y gritó.
- ¿Y ese olor? ¿Qué están bebiendo? - Meta le tendió la botella y él gritó, y no por
primera vez -: El perfume increíblemente raro de la uva de shtungkox que florece sólo una
vez cada siglo, tan preciosa que...
- ¿Quiere un trago o prefiere sentar cátedra? - preguntó Meta con conmovedora
compasión -. Contiene alcohol. Así es, increíblemente raro, échese un trago. Y no vuelva
a hablar de pulirse a Bill. Ya he tenido bastante de esa mierda de machos. Puede batirse
en duelo y luego marcharse solo, u olvidarse de todo el asunto y contar con un pequeño
ejército, a saber, nosotros y el Diablo Luchador. ¿Qué decide?
- La vida de mi adorada está por encima de mi honor...
- Ése es un razonamiento rápido. Así que, ¿qué hacemos primero? - preguntó ella,
tomando el mando, harta de los hombres por el momento.
- Usaremos sus peroandas para perseguirlos. Esas criaturas carecen de silla y de
riendas y son conducidas por telepatía.
- Es un cuento inverosímil.
- Si se vuelven ingobernables hay que golpearles la cabeza con la culata de la pistola.
- Eso suena peligroso, pero siempre lo pruebo todo una vez. Diablo Luchador, rodea a
los caballos y hazlos venir en esta dirección.
El espectáculo que ofrecen un cuartodebañino rojo, dos rosáceos humanos y un Diablo
Luchador metálico rodeando a una manada de peroandas hipersexuados, de seis metros
y con seis patas, es de esos que vale más no describir. Baste con decir que, mucho más
tarde, cuatro peroandas con el cerebro dañado a fuerza de los excesivos golpes que se
les propinó en la cabeza se tambaleaban por la llanura sin caminos llevando encima unos
jinetes fatigados y cubiertos de musgo.
- No vuelvas a hacer eso... pronto... - jadeó Meta. Luego señaló algo con el dedo y
profirió un alarido -. ¡Nos están atacando!
Una criatura monstruosa, de diez patas, pálida, corría hacia ellos vertiginosamente,
salivando mientras cargaba. Tenía tres hileras de largos y afilados colmillos, lo que le
obligaba a mantener la boca abierta como si tuviera vegetaciones, pues no había manera
de que pudiera cerrarla con toda aquella dentición deforme por el medio.
Saltó hacia delante, se elevó alto en el aire y fue a estrellarse contra Jonkarta, que se
rascó la cabeza mientras la bestia jadeabha incansablemente y le babeaba la parte frontal
de los arreos.
- Éste es mi fiel sabueso, Rayana. Tiene que haber corrido día y noche durante dos
semanas para llegar aquí. Estas criaturas son inagotables.
Rayana cayó puntualmente inconsciente y se puso a roncar colgado de través sobre el
lomo del peroanda.
- En marcha - jadeó Jonkarta mientras se quitaba de encima aquel peso muerto que le
estaba aplastando las piernas -. Por allí, hacia la ciudad muerta de Sulfuro, a orillas del
mar Muerto. Rezad a vuestros dioses galácticos que no lleguemos demasiado tarde.
Se alejaron galopando y mientras corrían el Diablo Luchador acercó su peroanda al de
Meta. El animal obedecía todos los deseos de su jinete - no tenía otra alternativa, con un
cañón en cada oreja. El Diablo Luchador se sentía bastante en su salsa y se erguía
hermosamente como un poste.
- Es una experiencia insólita. Tendré una historia más que buena para contársela a mis
compañeros durante el rancho de los diablos luchadores. ¿De qué hablaba ese viscoso
rojo? ¿Hablaba de dioses galácticos o algo por el estilo? Como tiene un acento tan raro, a
veces me cuesta seguirle.
- Ahora... no, Diablo Luchador. Si te crees que voy a explicarle religiones comparadas a
una forma de vida metálica, mientras atravieso a toda velocidad el fondo verde de un mar
muerto encima de un peroanda de seis patas, es que estás pirado.
Galoparon durante casi todo el día, ya que Jonkarta no dedicó ni la más mínima
atención a sus gritos pidiendo un descanso. Ordenó un alto sólo cuando aparecieron a la
vista las ruinosas torres de Sulfuro. Todos ellos, a excepción de Diablo Luchador, por
supuesto, se echaron rodando sobre el musgo blando y jadeando de alivio. Los
peroandas se pusieron a pastar y el fiel sabueso, Royaxia, se despertó y se dedicó a
soltar ventosidades.
Todos olvidaron entonces la fatiga y corrieron para ponerse a salvo, todos excepto el
Diablo Luchador que no tenía sentido del olfato.
- Éste es mi plan - dijo Jonkarta en cuanto el aire se hubo despejado y él le hubo
pateado el culo al fiel sabueso alrededor del musgo durante un rato -. Debemos cogerles
por sorpresa ya que nos aventajan en número. Conozco una entrada secreta...
- ¿Por qué por sorpresa? - preguntó Meta, sorprendida -. ¿Por qué no enviamos al
Diablo Luchador como la vez anterior y que les haga saltar a todos por los aires?
- Porque ahora están sobre aviso. Al primer disparo matarán a mi adorada. ¡Eso no
debe ocurrir! Yo me deslizaré por los pisos superiores de los edificios abandonados,
movimiento que ellos no sospecharían siquiera.
- ¿Por qué no? - preguntó Bill, sintiéndose cada vez más confuso.
- Porque esos pisos superiores están habitados por los monstruosos monos blancos,
gigantescas criaturas temibles que gozan matando.
- ¿Y no gozarán matándonos a nosotros? - preguntó Meta.
- Supongo que sí - dijo Jonkarta haciendo pucheros -. No había pensado en eso. ¡Ya lo
sé! Si nos atacan, su guerrero metálico les matará a ellos.
- Inteligente. Explosiones y pum-pum en los pisos de arriba. Los horripilantes verdosos
no lo advertirán.
- Puedo hacerlo - dijo el Diablo Luchador -. Tengo rayos mortales silenciosos, rayos
coaguladores que dejan el cuerpo tan duro como los huevos duros, rayos venenosos, ese
tipo de cosas. ¿Quieren una demostración?
- Demuéstralo con los monos blancos - dijo Bill -. ¿Lo hacemos antes de que sea
demasiado tarde?
Jonkarta abrió la marcha. Entraron en un edificio en ruinas, subieron por una enorme
escalera y continuaron subiendo hasta alcanzar los cubos llenos de basura del piso más
alto. Atravesaron una habitación, luego otra... y hallaron su némesis en la tercera
habitación en la que penetraron.
- ¡Allí! - gritó Jonkarta, temeroso -. El monstruoso mono blanco. ¡Mátalo!
- ¡Mono blanco en verdad! - rugió en respuesta la criatura -. Y tú lo has dicho, bastardo
comunista. ¡Te meteré fuego del mejor donde mejor te siente!
- Espera - dijo Bill, poniendo una mano sobre el cañón del arma del Diablo Luchador
para contenerlo cuando se lanzaba malévolamente hacia delante -. No dispares aún. Esa
criatura parece capaz de hablar.
- ¡Criatura en verdad! ¿Y quién es usted para irrumpir en el saloncito de un hombre,
junto a una máquina con aspecto de asesina y ese rojo idiota? Y una bonita muchacha,
debo admitirlo, para completar la partida.
- ¡Mata! - ordenó Jonkarta, y la silueta asesina del sabueso de diez patas se lanzó
hacia delante.
- Abajo - ordenó el mono blanco -. Siéntate. Buen perrito. Aquí tienes un hueso para ti.
Tiró al suelo una calavera de peroanda que fue instantáneamente cogida por Royana, tras
lo cual se sintieron los crujidos de sus dientes.
- Me llamo Meta - dijo la joven dando un paso al frente -. Espero que no le importe que
hayamos entrado así.
- ¡En absoluto, en absoluto! Me llamo Un Lar. La mujer y los críos han salido de
compras. Esta noche vamos a cenar pierna de cuartodebañino verde, y si quieren pueden
compartirla con nosotros.
- Pues, gracias. Lo consultaré con mis amigos. - Se giró de espaldas y miró ferozmente
al Diablo Luchador, el cual guardó sus armas, mohíno -. Como pueden ver a simple vista,
estos monos blancos son humanos... o casi.
- Humanos somos, sin duda, y que Samedi me fulmine si eso no es cierto.
- ¿Samedi? - dijo Bill, mientras surgían frágiles recuerdos a través de sus sinapsis
herrumbrosas -. Me suena familiar. Un amigo mío solía hablar de Samedi. Era un recluta
llamado Tembo.
- Se llamaba así por san Tembo, uno de los sagrados santos de la Primera Iglesia
Reformada Vudú. ¿Y dónde está su amigo, ahora?
- Aquí. O al menos parte de él. Murió en una acción. Yo perdí un brazo en la misma
batalla. Éste es su brazo, que fue todo lo que quedó de él. A veces me lo recuerda.
- ¡Muy cierto, y eso lo demuestra! - el brazo izquierdo de Bill se disparó hacia arriba por
propia voluntad -. La fe y yo nos preguntábamos por qué tenía usted un brazo negro y otro
blanco, ambos brazos derechos, por otra parte, pero no creí educado preguntarlo. Pasad
todos. Es raro en estos tiempos ver una cara amiga. Seguro que fue un día negro aquél
en que la nave se estrelló en este condenado planeta.
- ¿Nave? ¿Estrelló? - dijo Bill como un eco.
- Oh, sí. Una gran nave espacial llena de refugiados del planeta Tierra, si han de
creerse los antiguos relatos. Se dice que la gran conversión tuvo lugar en esa nave. A
pesar de que los que subieron a bordo eran de muchas religiones, cuando
desembarcaron su religión no era sino una. Y todo debido a la entusiasta labor misionera
de san Tembo, santificado sea su nombre.
- Eso es lo que Tembo decía siempre - dijo Bill -. La Tierra fue destruida por una guerra
atómica, o al menos lo fue el hemisferio norte.
- Cierto, y es bonito obtener una pequeña verificación de las antiguas historias. Mitos,
los llaman los jóvenes... y se burlan. Pero no es ningún mito el hecho de que estamos
varados en este árido planeta. Plantamos unas pocas patatas en las huertas de las
azoteas, y nos comemos uno o dos cuartodebañinos verdes cuando tenemos hambre.
¡Señor!, es una vida dura... ¡y la hacen aún más dura los que, como éste, nos llaman
monos blancos!
- Perdone. Como caballero del sur, me disculpo. Tan sólo repito lo que oigo.
- Eso sólo demuestra lo malignos que pueden ser los rumores. Pero, díganme, ¿qué
les trae a nuestra hermosa ciudad?
- Mi novia, la adorable princesa Dejah Vue, ha sido capturada por las puercas criaturas
que pululan allí abajo. ¡Tenemos que liberarla!
- Bueno, usted ha venido al lugar idóneo, chiquillo; si lo que quiere es liberar a alguien y
vapulear un poco a los cuartodebañinos verdes. Y además, la despensa de carne está
vacía. Esperen aquí, le daré otro hueso a ese sabueso hambriento y volveré en tres
sacudidas de cola de peroanda.
- Ese hombre es agradable - dijo Meta después de que su anfitrión saltara por la
ventana al exterior.
Fiel a su palabra, volvió casi tan rápido como se había marchado, pero su gran frente
blanca estaba fruncida por la preocupación.
- ¡Señor!, no va a resultar tan fácil. Creo que saben que ustedes van a venir.
- ¿Qué le hace decir eso?
- Las indicaciones que rezan: «Hacia la princesa raptada» que hay por toda la ciudad.
Tengo la absoluta convicción de que les estarán esperando.
- Así es como lo quiero - dijo Jonkarta, ferozmente, empuñando resueltamente su
espada -. Si piensan que pueden capturarme a mi, no le harán ningún daño a ella. Así
pues, debemos atacar ya.
Meta estaba anonadada.
- ¿Quiere decir que nos metamos directamente en la trampa?
- No tenemos otra alternativa.
- Él tiene razón. No tenemos otra alternativa - entonaron a la vez Bill y Un Lar.
- Eso es lo que dicen ustedes, machos imbéciles - dijo Meta con y los labios fruncidos
de asco bien justificado -. Pero hablando desde el punto de vista femenino, yo digo que
primero deberíamos hacer un reconocimiento. Siempre habrá tiempo para morir, después.
- No - retumbó el Diablo Luchador -. Lucha primero y piensa después. Puede que yo no
sea un macho, pues la reproducción vegetativa es asexuada, pero por Zots que me gusta
este habla de macho. ¡Vamos allá!
- Todo gónadas y nada de cerebro - dijo Meta con repugnancia mientras salían. Les
siguió a la distancia mínima necesaria para no perderlos de vista y se quedó en lo alto del
edificio mientras marchaban pesadamente hasta entrar en la plaza principal.
- ¡Está vacía! ¡Han huido porque nos tienen miedo! - gritó Jonkarta, y los demás
aplaudieron.
Luego el suelo se abrió y cayeron en un pozo mientras de los edificios circundantes
salían, como cascadas, innumerables cuartodebañinos verdes profiriendo gritos de
victoria, riendo y haciendo gestos obscenos lo que, con cuatro brazos trabajando en ello a
un tiempo, resultaba bastante obsceno.
- Yo se lo advertí - suspiró Meta -, pero ninguno me escuchó.
Luego su corazón se entristeció y juntó las manos.
- ¿Es éste el fin de todo? ¿Es así como acaba la vida? ¿Y no con un estallido y una
matanza de cuartodebañinos verdes y una barbacoa?
Suspiró trémulamente y el único sonido que llenó la habitación fue el crujir de los
monstruosos colmillos que roían el hueso de peroanda, seguido de un monstruoso eructo
de satisfacción.
15
Entretanto, en la ciudad de metal, Zots estaba comenzando a preocuparse.
Ya deberían estar de vuelta. Temo por sus compañeros -. Bebió un gran trago de
petróleo rico en octano para calmar sus nervios y miró al almirante que estaba atareado
en su trabajo.
- Relájate, Aureo - murmuró Praktis mientras desenroscaba un tornillo de la desdichada
máquina que había clavado al suelo. El altavoz chasqueó, agónico. Praktis le tendió la
mano a Wurber, que le dio una llave inglesa. El capitán Bly también estaba allí
observándole, sin verle y meneando la cabeza. A pesar de que ya habían sacado la
mayor parte de las piezas, no habían encontrado el depósito secreto de grasa emplazado
en el tacón hueco de la bota. Así pues, había reventado uno superior, uno inferior y uno
lateral, y había hecho realmente espacio en el interior.
- Me gustaría relajarme, gracias - se lamentó Zots -, pero estoy muy avergonzado por
mi falta de hospitalidad. Primero era uno, pero ahora son dos los compañeros suyos
desaparecidos.
- Dos, doscientos. Yo he perdido mucha más gente que eso, haciendo investigaciones
ilegales en los fiambres. ¡Ahá!
La máquina chilló al arrancarle una pierna. Praktis se inclinó y enfocó su ojo
microscópico sobre la articulación. Zots parecía molesto.
- Desearía que parara cuando estoy hablando con usted. A petición suya le he
suministrado máquinas para disección... quiero decir para examinar. Pero le agradecería
que esperara a que me haya marchado.
- Lo siento - dijo Praktis enderezándose y volviendo a ponerse el monóculo negro en su
lugar -. Tengo tendencia a dejarme arrastrar por mi trabajo. ¿Dónde está Cy?
- Aquí - dijo el otro, que traía unos humeantes filetes en una bandeja -. Comida. Tengo
hambre. ¿Usted?
- Bueno, quizás un poco. - Praktis comió un bocado y rechazó el resto -. Me gusta
comer carne como a cualquier hijo de vecino, pero esto empieza a resultar aburrido.
Tendría que haber trabajado en alcachofas de crecimiento rápido, o tal vez remolachas...
Fue interrumpido por el sonido estridente producido por la máquina que había estado
examinando, cuando se arrancó los clavos que la sujetaban al suelo y se alejó saltando
frenéticamente sobre una pierna.
- ¡Detente! - gritó Praktis.
- Déjela marchar - dijo Zots -. Hay un montón en el sitio del que vino ésa. Bien, ahora
volvamos al tema en discusión. Sus compañeros desaparecidos. Nuestros detectores
radiales han recogido una señal débil emitida desde algún lugar del Malpaís. Parece ser la
frecuencia correspondiente al Diablo Luchador Mark I. Por ese motivo he enviado un
modelo mejorado, el Mark II que, si no me equivoco, está ahora aquí.
La puerta se abrió de golpe produciendo un gran estampido y el Diablo Luchador se
abalanzó al interior de la habitación, describió dos vueltas alrededor de ella y abrió un
agujero en la pared; luego se calmó jadeando de placer. Zots asintió con aprobación.
- Muy mejorado, mediante la crianza selectiva. Cogimos esquejes, les metimos algunos
genes dentro, ya conoce usted ese tipo de cosas. Ahora son más agresivos, mejor
blindados, tienen más potencia de disparo, mayores baterías y cerebros más pequeños.
- ¡Ése soy yo! - gritó, contento, el Diablo Luchador y voló la mitad del techo.
Praktis le miró asqueado y no advirtió que Wurber le robaba el resto del filete.
- ¿Qué se supone que vamos a hacer con eso? - preguntó.
- Organizar una misión de rescate, por supuesto. Si tiene la bondad de seguirme, le
llevaré al ornicóptero.
- Yo no... Yo soy el almirante. - Miró a su alrededor y fijó una mirada despreciativa en el
capitán Bly que se mantenía aparte -. Parece que nos estamos quedando sin tropas.
Usted, cabo Cy BerPunk, acaba de presentarse voluntario para la misión de rescate.
- Negativo. No soporto las alturas. Tome a Wurber. Lo siento.
Wurber es demasiado estúpido. Y usted me tiene más miedo. ¡Vaya!
Cy manoseó la pistola desintegradora y se preguntó si no sería mejor hacer saltar por
los aires a Praktis que ir en aquella misión suicida. Pero el almirante tenía mucha más
experiencia con reclutas mal dispuestos, voluntarios y pacientes, y tomó una decisión con
mucha más rapidez que su adversario.
- Ojo, ojo - canturreó sonriendo mientras apuntaba su arma entre los ojos del voluntario
mal dispuesto -. Siga al Diablo Luchador y vuelva con sus compañeros de tripulación.
Márchese.
De mala gana, el otro se marchó. El Diablo Luchador II abrió la marcha al trote,
tendiendo un ojo al final de un tallo para mirar a su nuevo compañero.
- Estoy muy emocionado; ésta es mi primera misión.
- Cállate.
- No le hable mal al Diablo Luchador o le hará saltar por los aires.
- Lo siento. Nervios. Soy afable. Muéstrame el camino.
En el patio les esperaba un ornicóptero. Unas pequeñas máquinas de mantenimiento le
estaban engrasando las articulaciones de las alas y cepillándole los dientes.
- Nos marchamos ahora - rechinó el Diablo Luchador y despidió a las máquinas de
mantenimiento.
- Tal vez - dijo el ornicóptero con voz profunda -. Ese hato de locos vuestros salió
volando con mi hermana y no ha vuelto. ¿Adónde se supone que vamos?
- Vamos al Malpaís.
- ¡Olvídalo! Yo no hago ninguna misión suicida.
De la entrepierna salió un rayo destructor y le quemó unos buenos treinta centímetros
de la cola.
El ornicóptero se la miró y sonrió con falsedad.
- Sabes, ahora que lo pienso, siempre he abrigado un deseo secreto de ver el Malpaís.
Salten a bordo.
- Más voluntarios a la fuerza - dijo Cy, sombríamente -. Esta misión me transmite malas
vibraciones.
- Alegra el corazón, mojado compañero - dijo el Diablo Luchador, empujándole hacia
arriba para encaramarle al lomo de la criatura voladora -. ¡Volamos a la batalla! ¡Matar,
destruir! - acabó abriendo agujeros en el suelo mientras despegaban con una sacudida.
Aquel vuelo no fue diferente de cualquier otro. El Diablo Luchador tarareaba para sí
alegres canciones guerreras, disparando ocasionalmente de forma animada, y localizando
la señal distante.
- Recibo más alto y más claro. Apunta nariz hacia punto negro en horizonte - ordenó.
El ornicóptero se escoró al girar y descendió más y más a medida que el punto de
destino se hacía más visible.
- Lo sabía - gimió suavemente -. La meseta de la Muerte.
- No hay ninguna meseta de la Muerte en mis mapas, y yo tengo mapas buenos.
- Ningún mapa osa representar su repelente forma inconcebible, es un nombre que
está prohibido escribir.
- ¿Y cómo lo sabes entonces?
- Ocurrió de la siguiente forma. Imagínate la escena. Los ancianos están sentados en
torno a la fuente de petróleo un atardecer, hablando frívolamente de esto o aquello,
cuando se hace un silencio repentino. Todos se quedan inmóviles y el más viejo de los
ornicópteros habla. Con las alas caídas y los tornillos crujiéndole, regala los oídos de la
silenciosa asamblea con las antiguas historias que pasan de generación en generación. Y
al final, siempre habla de la meseta de la Muerte.
Mientras hablaba, el ornicóptero había estado volando a la deriva desviándose del
rumbo. Cy se dio cuenta, pero abrigó la esperanza de que no lo advirtiera la atontada
máquina a la que se agarraba, pues sentía tanto entusiasmo como el corcel mecánico
respecto a aquella meseta que tenía delante.
- ¡Nos desviamos! - gritó el Diablo Luchador -. Vuela en esa dirección, no en ésta.
- ¡Es la muerte segura!
- ¡Más lo será si te hacemos reventar en el cielo!
Los cañones de las armas resplandecieron y las puntas de las alas se volatilizaron en
el olvido.
- ¡No puedes hacer eso! - chilló el ornicóptero -. ¡Si me derribas de un disparo también
morirás tú!
Resplandecieron más armas y saltaron más trozos de metal. El Diablo Luchador hizo
un rápido y mecánico encogimiento de hombros.
- Ya lo sé pero, ¿qué puedo hacer? Después de todo, en eso consiste la guerra.
Llorando lágrimas de aceite, el ornicóptero aleteó nuevamente en la dirección original.
Cy se preguntó si no podría empujar al imbécil metálico y tirarlo por la borda, pero vio que
aquella cosa estaba firmemente atornillada.
- ¿Por qué vuelas tan alto? - preguntó.
- Cuanto más alto volemos, más a salvo estaremos de los terrores de ahí abajo.
- No veo muy bien desde aquí arriba.
- Utiliza tus objetivos telescópicos... ¿o es que los habías olvidado?
- ¡Es verdad! Yo olvidar.
Los objetivos emergieron y Cy comenzó a creer que la reducción de inteligencia, que
era normalmente una buena cosa para la mente militar, no funcionaba en aquella criatura.
- Ir hacia allí. Hacia ciudad en ruinas. Señal fuerte. Envío mensaje. Eh, querido pariente
de propagación vegetativa. ¡Ayuda en camino!
- ¿Alguna respuesta? - preguntó Cy.
- Llega ahora. PRISIONERO EN AGUJERO STOP... Diría, ese mensaje es bastante
raro. ¿Por qué en agujero stop?
- Es un telegrama, lata vacía. Significa que está en un agujero. Luego stop. Stop
significa punto.
- ¿Y por qué no dice punto?
- ¿Hay alguien ahí? - dijo Cy tratando de dominar su ira, miedo, asco y un montón de
otras cosas.
- Oh, Sí. VISCOSOS EN AGUJERO CONMIGO STOP ATACA ATACA ATACA
RÁPIDO ATACA.
- Creo que quiere que ataques.
- ¡En eso soy muy bueno! - Los cañones estallaron ferozmente y Cy tuvo que gritar
para hacerse oír.
- ¡Deja de disparar! Les pondrás sobre aviso... y necesitas las municiones.
- Aterriza allí, criatura transportadora. La señal viene de la plaza principal. - El
ornicóptero descendió en picado detrás de los edificios en ruinas y cayó violentamente
sobre el suelo.
- Tú aterrizar en sitio equivocado. Plaza allí.
- Yo aterrizar en sitio correcto. Salvar vida de mí y de viscoso. - ¡Adelante, diablo
luchador! ¡Ataca!
- ¿Atacar? ¿Atacar qué?
- ¡El agujero de la plaza con los cautivos! - gritó Cy, exasperado.
- Oh, claro... ¡El agujero!
Se lanzó en aquella dirección y un instante después el aire se llenaba de explosivos,
gritos, lamentos de dolor, atronar de rayos destructores y cosas por el estilo, todo lo cual
se desvaneció con bastante rapidez.
- ¿Ha ganado? - susurró Cy.
- Vaya a mirar - susurró a su vez el ornicóptero.
- Echémoslo a cara o cruz. El perdedor va a mirar.
- No se molesten - susurró Meta desde un balcón que estaba por encima de sus
cabezas -. Desde aquí puedo ver bien. Ese diablo luchador ha librado su última batalla.
Ha causado bastante daño, pero se metió ante la boca de un millar de rifles de radio y
ahora es un montón de chatarra radiactiva. Suba. Por esa puerta y escaleras arriba.
Cy subió las escaleras y penetró en una sala amplia llena de una multitud de miles de
mujeres pálidas. Meta estaba sentada a una mesa en el otro extremo de la habitación y
daba golpes con un martillo para poner orden. Cuando su voz pudo ser oída, volvió a
hablarles.
- Ya hemos discutido el mismo tema durante un buen rato. Un ataque frontal no
funcionaría en absoluto. Acaban de ver lo que le ha ocurrido al diablo luchador que lo ha
intentado.
- Esperemos hasta la noche, y luego aplastemos a esas verdes criaturas viles con
nuestras cachiporras de piedra.
- ¡Por nada del mundo! - gritó otra voz -. Los cautivos llevarán ya mucho rato muertos
cuando lleguemos. ¡Debemos atacar ahora!
Meta le hizo a Cy un gesto para que se acercara.
- ¡Aquí tenemos refuerzos! El nos ayudará.
- Complacido... si me ponen al corriente de lo que está ocurriendo.
- Es bastante simple. Jonkarta, un nativo de Virginia que ahora vive en este planeta,
estaba cruzando el desierto con su prometida, una muchacha roja llamada princesa Dejah
Vue, cuando fueron atacados por cuartodebañinos verdes que raptaron a la princesa,
pero nosotros llegamos poco después, perseguimos a los verdosos y les tendimos una
emboscada, el Diablo Luchador se los cargó a todos excepto a uno que raptó a la
princesa y huyó con ella. Nosotros, por supuesto, los perseguimos y atacamos pero
nuestras fuerzas, ayudadas por el esposo de esta señora, fueron derrotadas y
capturadas, todos excepto yo, dado que yo no iba con ellos, y ahora están todos a punto
de ser torturados y ejecutados.
- No le pediré que repita eso - dijo Cy, a quien todavía le zumbaba la cabeza -. Ya he
oído lo suficiente como para saber que la causa está perdida. ¿Por qué usted y yo no nos
subimos al ornicóptero y nos largamos?
- Muchas gracias, cobarde lloran - se burló Meta mientras las demás mujeres agitaban
los puños profiriendo aullidos de mofa y odio.
- Sólo trato de ayudar - dijo Cy encogiéndose de hombros.
- ¡No podemos dejarles morir cruzadas de brazos!
- La joven pálida tiene razón. Prepárense a disparar, compañeros. Respeten su vida
pero maten a todos esos grandes y monstruosos monos blancos - dijo una voz extraña.
Todos se volvieron y jadearon ante la visión de una horda de guerreros rojos armados
hasta los dientes que avanzaban a través de la puerta, liderados por el que hablaba,
también rojo pero con la cabeza gris. Levantaron sus armas para disparar... pero, antes
de que pudieran hacerlo, todas las mujeres de la habitación dejaron caer sus cachiporras
de piedra, y de lugares ocultos sacaron de repente rifles de radio con los que apuntaron a
los intrusos.
Cy lanzó un grito agudo y breve en el silencio que siguió, atrapado entre las dos
fuerzas enemigas. Si se movía podía precipitar la matanza. Sin embargo, parecía que
todas las armas le apuntaban a él. Presa de la desesperación, habló.
- ¡Deténganse! Si se dispara un solo tiro, todos moriremos. Y yo el primero, razón por la
que estoy negociando este encuentro. Si ustedes, rudos recién llegados, disparan,
matarán a los cautivos que aguardan la muerte en la plaza de ahí abajo...
- Y uno de ellos es la princesa Dejah Vue - agregó Meta, ya que los recién llegados
tenían el color de piel correcto y podían ser correligionarios o compatriotas de la regordeta
prisionera. Su cálculo resultó acertado porque el líder profirió un grito, retrocedió
tambaleándose y se golpeó la frente con el reverso de la mano. Meta esbozó una sonrisa
-. Tengo la sensación de que usted conoce a la muchacha.
- ¿Conocerla? ¡Es mi hija! ¡Descansen armas! - gritó por encima del hombro -. Yo soy
Mars Omenos Jeddak de Metano. Se retrasó al volver de un recorrido a Peroanda y yo
comencé a preocuparme. Luego fue interceptado un telegrama enviado desde esta ciudad
y mi corazón se llenó de temores. Reuní inmediatamente un ejército y me dirigí hacia
aquí. Dígame, pálida, ¿qué ha ocurrido?
- Es bastante simple. Jonkarta, un nativo de Virginia que ahora vive en este planeta,
estaba cruzando el desierto con su prometida, una muchacha roja llamada princesa Dejah
Vue, cuando fueron atacados por cuartodebañinos verdes que raptaron a la princesa,
pero nosotros llegamos poco después, perseguimos a los verdosos y les tendimos una
emboscada; el Diablo Luchador se los cargó a todos excepto a uno que raptó a la
princesa y huyó con ella Nosotros, por supuesto, los perseguimos y atacamos pero
nuestras fuerzas, ayudadas por el esposo de esta señora, fueron derrotadas y
capturadas, todos excepto yo dado que yo no iba con ellos, y ahora están todos a punto
de ser torturados y ejecutados.
- ¡Los salvaremos! ¡A las armas, bravos metanianos, a las armas!
- ¡Deténgase! - gritó Meta cuando comenzaban a salir de la habitación a toda velocidad
-. El asalto directo ya ha acabado con la vida de un diablo luchador, cosa que resulta
bastante difícil. Necesitamos un plan mejor que ése.
- Y seguro que yo tengo el mejor plan para usted - dijo la esposa de Un Lar
adelantándose unos pasos con los brazos en jarras y la luz del hado en los ojos -.
Haremoh esto. Hemoh mantenido una competencia antropofágica con loh verdeh durante
incontableh generaciones Porque a elloh leh guhta comernoh a nosotroh igual que a
nosotroh noh gusta comérnosloh a elloh. Así que yo y lah demáh señorah saldremoh
desarmadah y con aspecto comestible e imploraremoh su misericordia. Por supuesto,
elloh no tienen misericordia alguna, pero haremoh ver que no lo sabemoh. Entonceh elloh
no dispararán sino que noh atacarán con entusiasmo, aullando de hambre...
- ¡Y será cuando nosotros - interrumpió Mars Omenos con una sonrisa malévola y una
sacudida de su cabeza gris -, que estaremos escondidos tras todas las ventanas que
rodean la plaza, dispararemos una barrera de fuego desde todas partes y barreremos a
cada uno de esos hijos de puta verdes!
- ¡Para ser un viejo con el impropio color de piel, usteh no eh tan estúpido! ¿Lo
hacemoh?
Gritando gritos de desenfrenado gozo, salieron como un torrente de la habitación, los
hombres rojos en dirección a sus ventanas y las mujeres blancas a la plaza. Las nubes de
polvo se asentaron y Cy se arrastró cansinamente y se dejó caer en una silla opuesta a la
de Meta.
- ¿Esto le ocurre muy a menudo a usted?
- No, y una vez es suficiente.
A través de las ventanas les llegó el eco de los gritos femeninos de sumisión, seguidos
de roncos bramidos de alegría y apetito, que pronto fueron sustituidos por el ruido de los
disparos y los alaridos de los heridos de muerte. Cuando esto murió a su vez, fue
sustituido por feroces gritos de alegría. Cuando la alegría se aplacó a su vez, pudieron
oírse dos voces llamando en el silencio que siguió.
- ¿Ton?
- ¡Dejah!
- ¿Jon?
- ¡Dejah!
- ¡Jon!
- ¡Dejah!
Sonaban más y más fuerte acompañadas de pies que corrían, hasta que acabaron con
el sonido de la carne que entrechocaba.
- El plan tiene que haber funcionado - dijo Cy.
Poco después oyeron pasos cansados que se arrastraban escaleras arriba, y un diablo
luchador muy magullado entró arrastrándose y sujetando a medias el cuerpo igualmente
magullado de Bill.
Tenemos un ornicóptero esperándonos - dijo Meta tratando de no bostezar -. ¿Qué os
parece si nos largamos de este maldito lugar?
16
- Estás desviándote del rumbo - dijo el Diablo Luchador, pateando al ornicóptero para
llamar su atención. El dragón sacó un ojo al final de una varilla y lo hizo girar para ver
quién le hablaba.
- ¿Cómo lo sabes?
- Porque tengo un orientador integrado.
- Tienes razón, estamos fuera de rumbo. Pero es que hay un poderoso campo de
fuerza que me está atrayendo hacia esas montañas. Ya no puedo resistirle más. Es más
fuerte que yo...
- Vale, ahórrate el histrionismo - dijo, tras lo cual surgió de su pecho un gran cañón con
forma de tonel -. Limítate a volar en dirección a ese campo de fuerza misterioso, y dejará
de ser un misterio. Lo reventaré. ¿Todos cómodos aquí atrás?
- ¡No! - dijeron todos a coro, aferrados a las agarraderas, sacudidos y vibrando
mortalmente.
- Pobres cosas viscosas - se lamentó el Diablo Luchador con conmiseración
obviamente falsa -. Cuán superiores somos las criaturas basadas en el metal... ¿Por qué
estamos aterrizando?
- Porque ha aumentado el campo de fuerza y no me queda otro remedio.
Estaban siendo arrastrados hacia abajo en dirección a una repisa rocosa,
aparentemente desierta de vida. El Diablo Luchador la hizo saltar por los aires, pero la
fuerza continuó arrastrándoles. Ni siquiera batiendo las alas a toda velocidad pudo el
ornicóptero zafarse. Al final fue arrastrado hacia la superficie rocosa mientras batía
furiosamente las alas sin poder ir a ninguna parte.
- ¡Apaga... el... motor! - gorjeó Bill y gritó; finalmente las alas aminoraron su velocidad y
se detuvieron.
Mientras el Diablo Luchador se desatornillaba, los pasajeros humanos se deslizaron al
suelo profiriendo gemidos de dolor y se pusieron a cojear, torcidos y desmadejados,
muertos de cansancio. - ¡Nunca más! - dijo Meta, quejumbrosa -. Aunque tenga que pasar
en estas montañas el resto de mis días, no volveré a subir a bordo de ese monstruo
vibrante.
- Lo mismo digo - suspiró Cy.
- Me apunto - fue la exclamación con la que se descolgó Bill.
- Sean bienvenidos si quieren quedarse.
- ¿Quién ha dicho eso? - gritó el Diablo Luchador, girándose, con todos los sistemas
alerta y cañones asomando por todos sus orificios.
- Ninguno de nosotros - aclaró Bill -. Parece haber venido de ese túnel de ahí.
El Diablo Luchador lanzó inmediatamente una lluvia de granadas que voló un enorme
trozo del risco e hizo saltar fragmentos de piedra en todas direcciones.
- ¡Detente! - gritó Bill mientras se lanzaba a ponerse a cubierto.
Cuando el fuego cesó, la voz volvió a hablar.
- ¡Debería darles vergüenza! Yo les ofrezco hospitalidad y ustedes me responden con
disparos.
- Salga y podremos hablar - dijo el Diablo Luchador untuosamente con las armas
preparadas.
- ¡De ninguna manera! Ya conozco a los de tu clase. Antes de aparecer tengo que
garantizar mi propia seguridad.
- ¿Cómo? - preguntó Bill.
- ¡Socorro! - protestó el ornicóptero -. Estoy atrapado por el campo de gravedad y no
puedo moverme.
- Así es cómo. Sin ese volador que está inmovilizado contra el suelo, ustedes están
atrapados en estas montañas. Y no tengo conmigo el mando para apagar el campo y
dejarlo libre. Eso lo controlan otros que están escuchando cada palabra que hablamos
nosotros. Dáñenme a mí y se dañarán si mismos, se condenarán por toda la eternidad a
permanecer en estas áridas montañas. ¿Dispuestos a hablar?
- De acuerdo, entendido - murmuró el Diablo Luchador mientras sus armas se
deslizaban fuera de la vista.
Un enorme canto rodado se deslizó produciendo un tremendo crujido retumbante, y de
detrás salió una máquina increíblemente vapuleada. En uno de los lados tenía la chapa
hundida por un golpe y oxidada; cojeaba debido a que tenía una pata metálica
toscamente tallada y rígida en el lugar en que le faltaba la suya. Le habían soldado un
parche negro sobre la cuenca de un ojo vaciado, y se apoyaba en una muleta hecha de
trozos de tubería torcidos.
- Bienvenidos, visitantes - les saludó -, a las Fincas de Felicidad. Yo soy su anfitrión,
Felicidad, y éstas son mis fincas.
A Meta se le salieron los ojos de las órbitas ante aquella declaración.
- ¿Felices? ¡No quiero ni pensar cómo serán las fincas de infelicidad!
- Sí, felices, como pronto les demostraré. Iremos abajo y se les proporcionará alimentos
tan pronto como depongan las armas. Las criaturas viscosas primero, es decir, pongan las
desintegradoras en el suelo.
- ¡Imbécil! - dijo el Diablo Luchador con algo de tacto -. ¿Cómo puedo yo deponer las
armas si las tengo integradas?
- Ya nos hemos enfrentado con ese problema anteriormente, y tenemos muchos
tapones de corcho y obturadores, así como alambres de seguridad. Te imposibilitaremos
su uso. Ya podéis salir, camaradas.
Con una cacofonía de crujidos, chirridos, chasquidos y golpeteos, apareció a la vista
todo un grupo de más criaturas vapuleadas. Aquello era como la pesadilla de un robot... el
sueño de un chatarrero. A algunos les faltaban las llantas de las orugas, miembros que
habían sido reemplazados por postizos oxidados, ombligos sustituidos por hueveras, ojos
por bombillas de luz; en un sentido mecánico era bastante repugnante.
- Muchachos, no se os ve un aspecto muy saludable - observó Cy -. ¿Qué problema
tenéis?
- Todo será explicado... pero antes... - Felicidad les hizo a sus ayudantes señal de que
se acercaran, y éstos se echaron encima del infeliz Diablo Luchador. Tuvieron que
obligarlo a sacar sus armas, lo cual llevó a cabo, de mala gana, una por una. A medida
que iban apareciendo, ponían tapones de corcho en los cañones de las armas a
martillazos, obturaban las cámaras, conectaban a tierra los rayos destructores y quitaban
los fusibles. Luego le ataron juntos los tentáculos y brazos extensibles para que no
pudiera deshacer lo que ellos habían llevado a cabo.
- Las bombas también - ordenó Felicidad.
En la región inferior del Diablo Luchador se dilató un orificio y las bombas cayeron al
suelo. Felicidad profirió un oxidado suspiro de alivio.
- Siempre es delicado tratar con diablos luchadores. Algunos de ellos prefieren morir
luchando antes que dejarse desarmar...
- Yo prefiero morir luchando - rugió con fuerza el Diablo Luchador, pero ya era
demasiado tarde. Las bobinas chasquearon y zumbaron mientras las armas apuntaban
inútilmente. Sea como fuere, la rota brigada conocía su trabajo y no ocurrió ninguna
desgracia. Tan sólo una bomba de humo salió de su rótula y estalló.
- Síganme, queridos huéspedes - dijo Felicidad, feliz, y abrió la marcha en dirección al
túnel. Puertas herrumbrosas y torcidas se abrían a su paso, retumbaban de mala gana y
se cerraban tras ellos. El último portón dio paso a una cámara de techo alto débilmente
iluminada por mortecinas bombillas festoneadas con telas de araña. En el centro de la
sala había una gran mesa. Sentadas tras ella había más máquinas vapuleadas.
- Bien venidos a la LPDP - entonó Felicidad -. Es la sigla de nuestra feliz hermandad.
LPDP significa Liga Planetaria de Desertores y Pacifistas.
- ¡Si la convierten en interplanetaria, me uno a ustedes! - dijo Bill rápidamente.
- Esa es una idea interesante que podría valer la pena tomar en consideración. ¡Qué
alegre pensamiento! Nuestro movimiento podría extenderse por toda la galaxia, y
podríamos tener una sucursal especial para vosotros los viscosos...
- ¡Traidores! ¡Rebeldes! - espumajeó el Diablo Luchador y todas sus armas salieron al
exterior, se retorció y tembló con reprimida rabia, pero todo lo que pudo hacer fue tirar
otra granada de humo.
- Basta, ¿quieres? - tosió Bill aventando el humo con la mano -. Eso no sirve para
nada.
- ¡Déjenme libre de inmediato! - tronó el Diablo Luchador -. No me quedaré tan
tranquilo oyendo semejantes villanías. No es éste el sitio para un Diablo Luchador.
- Eso es lo que dices ahora - exclamó una antigua y aplastada máquina desde detrás
de la mesa -. Pero contamos con más de un Diablo Luchador en nuestras filas. Ahora
hablas con descaro, poseído por tu poder, tu virilidad y tus fálicas armas... Pero hablarás
por el otro lado de tus altavoces cuando tus armas sean inutilizadas, tus baterías
descargadas, los tubos rellenados. ¡Piensa! Una vez todos nosotros fuimos como tú... y
mira en qué estado nos hallamos ahora. Este compañero mío, Majadero, fue en otra
época comandante de una legión de lanzadores de llamas. Ahora no podría reunir chispa
suficiente para encender siquiera un tronco. O el querido Dormilón, el que dormita sobre
la mesa, un sueño permanente me temo, porque hace un mes que no se mueve de allí.
Una vez fue un tanque destructor. Ahora él mismo está destruido y su tanque vacío. Así
es el tránsito por la gloria de las máquinas. Para muchos de nosotros ya es demasiado
tarde. Llegamos a la LPDP cuando se nos desechó. Fuimos rescatados del cementerio de
chatarra por recogedores de cuerpos y traídos aquí secretamente antes de que nos
reciclaran. Pero... estoy hablando demasiado. Ustedes deben de estar hambrientos
después de su arduo viaje. Cojan una lata de aceite hidráulico y zámpensela. Se le llevará
una ración al amigo volador que está inmovilizado ahí fuera.
A pesar de todo su desprecio, el Diablo Luchador no tuvo ningún reparo en meter su
hocico en una lata de aceite.
- ¿Ustedes no tendrán nada que podamos comer... o beber? - preguntó Bill.
- Por fortuna, sí tenemos - dijo Felicidad señalando un grifo que había en una pared -.
Antes de que nosotros ocupáramos este local, era utilizado como cámara de tortura. Ese
grifo va hasta, y me estremezco al decirlo, una reserva de agua. Sean mis invitados. En
cuanto a comida, los recogedores de basura que recogen la basura del desierto
encontraron unos objetos de otro planeta adornados con una escritura indescifrable.
Quizás ustedes puedan interpretarla - dijo, entregándoles uno de los objetos de otro
planeta.
Bill leyó la etiqueta y se estremeció.
- Raciones de Deliciosa Papilla. Las que nosotros tiramos. Muchas gracias, viejo
camarada, pero no. Aunque sí me tomaré un trago de su jugo de torturas.
- Puede que aún comamos - aventuró Cy revolviéndose los bolsillos -. Creo que tengo
aquí algunas semillas de ésas - concluyó, sacando una cápsula de plástico rosada.
- El color es diferente de las otras - dijo Meta.
- Así que quizá la carne sea diferente. Probemos.
Los anfitriones les complacieron señalándoles un túnel que conducía a una hendidura
iluminada por el sol en la parte alta de la montaña. La arena arrastrada por el viento se
había depositado en el lugar, y una solitaria mala hierba metálica había echado raíces en
aquel suelo inhóspito. Mojaron el suelo con agua, metieron la semilla y retrocedieron.
Pocos instantes después la crujiente planta había crecido y el crepitante melón se había
abierto.
- Huele a jamón - dijo Bill.
- Células de cerdo, sin duda - dijo Meta mientras cortaba una loncha -. Si tuviéramos un
poco de mostaza esto sería un paraíso.
Bill, repleto, se echó hacia atrás, se recostó contra una roca calentada por el sol y
eructó.
- Esto no está tan mal, ¿saben? Tal vez deberíamos unirnos a la LPDP y quedarnos
aquí.
- Nos moriríamos de hambre, dado que no hay comida - dijo Meta con gran sentido
práctico.
- Y usted pasaría el resto de su vida con un gran pie amarillo de pollo al final del tobillo
- observó Cy con un sadismo intencionado.
- Eso no me molesta - dijo Bill estirando la pierna para que le quedara delante y
curvando los dedos -. No es tan malo cuando uno se acostumbra.
- ¡Y es fantástico para escarbar y buscar gusanos!
- Cállate, Cy erijo Meta -. Ésta es una conversación seria. Hay algunas cosas que
tenemos que considerar. Si desertamos ahora, nuestra misión fracasará y esta base
planetaria secreta de los chinger no será jamás descubierta.
- ¿Y qué? - observó Bill con lógica impecable -. ¿Qué diferencia habrá? Nadie ganará
nunca esta guerra... ni la perderá. Simplemente continuará durante toda la eternidad. Yo
no tengo nada en contra de desertar y arañar por ahí para llevar una condición de vida
precaria con mi pie de pollo. ¿Pero podremos conseguirlo? En la meseta hay muchísima
comida. Quizá podríamos volar hasta allí, comerciar con ellos. Podríamos enviarles
máquinas muertas para que así no tengan que derribarlas a tiros.
- Te estás olvidando de una cosa - le recordó Meta -. Quedaremos atrapados aquí por
el resto de nuestras vidas. Se habrán acabado las rutilantes luces de las ciudades, el
teatro y los restaurantes elegantes...
- ¡Ni soplarán los repelentes vientos de la bahía cargados de olores de decadencia y
desechos industriales a través de las asquerosas calles de Yessca! - soltó Cy con
nostálgico anhelo -. No más tiroteos comunales ni orgías ni reuniones alcohólicas ni
porros de marihuana ni más pantallas electrónicas, supositrodos ni gallos cantores...
- Los dos están locos - dijo Bill de mal humor -. ¿Cuándo fue la última vez que alguno
de los dos disfrutó de esos civilizados placeres? Estamos en la armada y para toda la
vida. Pero podríamos construir aquí nuestro hogar, volver la espalda al mundanal ruido,
construir cabañas de troncos, criar a nuestros hijos...
- ¡Corta esa mierda de rollo machista! Lo siguiente que harás será ponerme a cocinar,
fregar y llevar un delantal. ¡De ninguna manera! Ya que soy la única persona del sexo
femenino por aquí, y dado que veo que quieres esclavizarme en la domesticidad, yo voto
en contra. El sexo para divertirse, ése es mi lema, y dispongo de mucho.
- ¿Puedo tomar notas? - preguntó el Diablo Luchador saliendo del túnel -. Para
reunirlas con mis otras notas acerca de este nido de comunistas traidores. He anotado
cuidadosamente su conversación acerca de desertar, que transmitiré a su jefe, el cual les
hará fusilar o algo peor, por contemplar tan sólo la posibilidad.
- ¿Vas a denunciar a tus camaradas? - preguntó Bill.
- ¡Por supuesto! No me llaman Diablo Luchador por nada, ¿sabe? ¡Los dioses de la
guerra son mis dioses! ¡La interminable guerra se prolonga en el futuro y yo marcho hacia
él, triunfante!
Sacó fuera sus altavoces y comenzó a hacer sonar una monstruosa tonada de marcha;
dio grandes zancadas golpeando fuerte con los pies sobre la repisa rocosa y profirió gritos
de guerra para acompañarla.
Tenemos que librarnos de este pastel de frutas antes de volver a hablar de deserción -
susurro Bill.
- Has dado en el blanco - respondió Cy, también con un susurro, se puso en pie de un
salto y gritó -: ¡Tienes toda la razón, Diablo Luchador repelentemente belicoso! ¡Tus
implacables argumentos lógicos me han convencido! ¡Realistado! ¡Continuemos
luchando! ¡Muerte a los chinger!
- ¡Muerte a los chinger! - corearon Bill y Meta, y todos siguieron al Diablo Luchador
dando vueltas y más vueltas en una marcha triunfal hasta que cayeron rendidos.
- Débiles carnosos - dijo el Diablo Luchador, exultante -. Pero al menos ahora lucharán
y ya no habrá más lloriconas charlas de deserción. Marcharemos juntos hacia el futuro,
hacia el ocaso de la guerra eterna. ¡Sieg heil!
Se volvió para mirar la puesta de sol con todas las armas y demás apéndices
levantados a modo de saludo, siegeando y heileando a gritos como un loco. Bill vio que
los dedos de los pies del Diablo Luchador sobresalían del borde del barranco. Les tocó el
hombro a sus compañeros, señaló lo que había advertido y ambos asintieron
instantáneamente. Los tres se pusieron en pie de un salto levantando los brazos en
victorioso saludo y avanzaron marchando con precisión militar para reunirse con Mark I.
Luego le empujaron barranco abajo.
17
Tras un rato, se silenciaron los ruidos de chasquidos y choques en el valle que tenían
debajo.
- Encestado un diablo luchador - reflexionó Bill.
- ¿Quién va a echarlo de menos? - dijo Meta mientras comenzaba a desvestirse -. Es
hora de hacer una orgía solar, muchachos.
- ¿Con el estómago lleno? - protestó Bill.
- ¿Sobre la roca dura? ¡De ninguna manera! - gimoteó Cy.
La joven suspiró y volvió a subirse la cremallera.
- No sólo el romance ha muerto, sino también las libidos. Tengo que encontrar una que
esté viva.
- Tengo sed - observó Bill.
- Mensaje claro, estúpido loco - dijo ella asqueada -. Volvamos.
Cuando volvieron a entrar en la sala principal, la reunión estaba acabando. Al final se
oyeron herrumbrosos gritos de alegría y chirriantes saludos. Felicidad se adelantó
crujiendo y les dispensó una efusiva bienvenida.
- Queridos compañeros blandos, no metálicos, ya se ha llevado a cabo la votación. Les
ofrecemos refugio y haremos inmediatamente planes para abrir una sección viscosa de la
LPDP La idea nos llena de regocijo. Nuestro sencillo movimiento se desparramará ahora
por las estrellas. Llevaremos la palabra a todos los planetas... hablaremos, convertiremos
y convenceremos. Todos los ejércitos desertarán a nuestras órdenes, las grandes flotas
quedarán en silencio y sus tripulaciones se unirán a nuestra noble causa. El brillante
futuro comienza. ¡Paz en nuestra época! ¡Tenemos el futuro en nuestras metálicas
manos! El fin de todas las guerras...
Interrumpió el inspirado discurso cuando una rechinante puerta rechinó y por ella entró
un pelotón de máquinas que tenían una cruz roja soldada al pecho. Se tambaleaban bajo
el peso de una camilla en la que yacía el bulto de un diablo luchador seriamente
vapuleado. Pero aquel pobre diablo ya no volvería a luchar. La pierna derecha había
resultado arrancada y había sido sustituida por uno de sus cañones. La mayor parte de su
armamento estaba roto o había desaparecido, y llevaba gafas oscuras sobre sus ópticas
magulladas.
- Otra víctima de la interminable guerra - observó Felicidad -. Qué trágico. Bienvenido a
la LPDP, Diablo Luchador no beligerante. Tus afanes han terminado y por fin has hallado
un puerto seguro. ¿Hay algo que quieras decir a modo de presentación?
El fracturado Diablo Luchador levantó un tembloroso brazo y señaló con un dedo
doblado a los humanos allí presentes.
- ¡J’accuse! - chirrió.
- Ya me parecía que su aspecto me era familiar - reflexionó Bill, y luego continuó
alegremente -. Pero ¿no es ése nuestro viejo amigo el Diablo Luchador en persona? ¿Has
tenido un pequeño problema? No, no hables de ello, que nos sentiremos todos demasiado
deprimidos. Sólo déjame que sea el primero en darte la bienvenida a las filas de la LPDP
y a un largo y feliz retiro.
- Déjame ser la segunda - dijo Meta, sonriendo.
- Tercero. Bienvenido...
- ¡Ustedes lo hicieron! - chilló mecánicamente el Diablo Luchador, y luego volvió a
dejarse caer en la camilla -. Derribado en plena juventud. Empujado barranco abajo por
viscosos. Qué innoble fin para un Diablo Luchador en la flor de la vida. Acabar mis días
aquí, entre todas estas ruinas. Una ruina yo mismo... Es demasiado horroroso de
contemplar. Si tuviera un arma que funcionara, me dispararía a mí mismo. ¡No, aún no!
Primero tiene que hacerse justicia. ¡Ellos lo hicieron! Esos blandos encharcados que se
yerguen culpables ante vosotros. Ellos me empujaron barranco abajo y deben morir para
pagar por sus crímenes. ¡Fusiladlos! Matadlos mientras yo me río, ja - ja, de su merecida
suerte...
Goteaba aceite de forma incontinente mientras Felicidad, que ya no se sentía feliz, se
volvía para encararse con sus huéspedes humanos.
- ¿Es que el cerebro de esta pobre criatura se ha trastornado por la caída de un
kilómetro y medio... o hay algo de verdad en lo que dice?
- Alucinaciones traumáticas - observó Cy -. Tropezó y comenzó a caer. Intentamos
salvarlo, pero no pudimos. El final de un Diablo Luchador es siempre una tragedia.
Debemos compadecerlo...
- Tengo... grabaciones dentro de mi blindaje. Puedo probar lo que... hicieron.
La untuosa sonrisa de Cy fue reemplazada por un gruñido que cortó su rostro como
una cuchillada en la barriga de un cadáver.
- ¿Van a creer a este vapuleado bastardo metálico... o a nosotros?
- A él... si tiene pruebas - decidió Felicidad -. Comienza o cállate, Diablo Luchador
recientemente magullado.
- ¿Qué tal... eso? - roncó, exultante, mientras de la cadera le salía, produciendo un
estruendo, un proyector con el objetivo rajado. La imagen que proyectó en la pared
saltaba y estaba fuera de foco, pero bastaba para ver que los humanos le habían
empujado barranco abajo. Luego, el proyector vibró violentamente y cayó al suelo,
aunque el daño ya estaba hecho. Todos los ojos, los que eran capaces de funcionar,
estaban clavados en los humanos.
Bill se lanzó a la defensa.
- Háganle decir por qué lo hicimos. Teníamos una buena razón... iba a denunciarnos, a
hacer que nos procesaran y fusilaran por deserción. Actuamos meramente en defensa
propia. Es el tipo de golpe de ventaja con el que se llenan la boca los militares. ¿Qué más
podíamos hacer?
- Muchas cosas. Pero lo que está hecho, hecho está - afirmó Felicidad -. Son culpables
de los cargos.
- ¡Fusiladlos! - rechinó obscenamente el Diablo Luchador.
Los humanos retrocedieron ante las hordas metálicas que avanzaban, barriendo la
habitación con ojos de animales enjaulados. (Fue muy penoso para los animales
enjaulados.) Pero no había escapatoria. Se acercaban más y más tendiendo las garras
oxidadas, con las torcidas mandíbulas entrechocando en un clamor de justicia. Estaban
ya con la espalda contra la pared. Las primeras vengativas manos metálicas se cerraron
sobre ellos. Una bajó la cremallera de la bragueta de Bill...
- ¡Deteneos! - gritó Felicidad con sus pulmones de acero -. Atrás, atrás os digo. Dos
yerros no hacen un acierto. ¿Os habéis olvidado todos del nombre de nuestra
organización? LPDP ¿Y qué quiere decir eso?
El coro de voces de las máquinas resonó:
- Liga Planetaria de Desertores y Pacifistas.
- ¿Y cuál es nuestro himno?
- ¡Aquellos que luchan y consiguen escapar, otra batalla no volverán a librar!
- Segunda estrofa.
- ¡Nosotros volveremos la otra mejilla, lo juramos por nuestros filtros de rejilla!
- Así es como lima la lima - dijo sombríamente Felicidad -. Nos gustaría tanto como nos
resulta imposible hacerles pedazos, separarles los engranajes de las ruedas y las tuercas
de los tornillos. Serán expulsados de este santuario, devueltos a la vida militar de la que
huyeron, lo que debería ser suficiente castigo.
- ¿Le llevarían de vuelta una inofensiva grabación a mi querido comandante Zots? -
preguntó el Diablo Luchador con falsedad.
Todos le hicieron un gesto ofensivo con un dedo de la mano plegada estirado en
sentido vertical ascendente, pues sabían perfectamente qué tipo de grabación quería
enviar.
- ¡Márchense! - ordenó Felicidad -. Quedan desterrados, depurados, rechazados. Vivan
y llévense con ustedes nuestros peores deseos.
- ¿Podríamos llevarnos también las pistolas desintegradoras? - sugirió Cy.
Los engranajes chirriaron iracundos en el fondo de las tripas de Felicidad.
- Están poniendo seriamente a prueba mi paciencia. Si no veo sus envases fuera de
aquí en los próximos diez segundos, reconsideraré mi decisión.
- Esta vez hemos andado muy cerca - dijo Bill mientras subían por el túnel hacia la
libertad.
- ¡Bastante! - dijo engañosamente Cy -. Ni una palabra de esto al ornicóptero. Le
diremos que el Diablo Luchador decidió quedarse aquí, o alguna gran mentira por el
estilo. Si sospecha algo, estamos perdidos.
El ornicóptero escupió un bocado de metal herrumbroso que estaba masticando y
volvió un ojo en dirección a ellos, escrutándoles.
- Acabo de recibir por radio un mensaje del Diablo Luchador. Dice que les denuncie
cuando volvamos por arrojarle barranco abajo.
- No podemos mentir al respecto, a pesar de que nos gustaría hacerlo - dijo Meta -.
¿Vas a denunciarnos?
- Demonios, no. A mí, esta guerra no me gusta más que a ustedes. Ellos han acabado
con mi hermana y la mayoría de mis familiares. No nos apartaremos de nuestra historia,
cada uno dice lo bien que los otros hicieron su trabajo, y luego pedimos un permiso.
- ¿Y qué decimos del Diablo Luchador? - preguntó Bill.
- ¡Ese intrépido y leal Diablo Luchador! - dijo el ornicóptero, girando apasionadamente
los ojos en las órbitas -. A pesar dé que los cuartodebañinos atacaron por miles, por
millones, él continuó luchando. Luchando hasta que se descargó el último voltio de sus
baterías para permitirnos escapar. Entregando su vida para que pudiéramos salvar la
nuestra.
- No vuelas muy bien - dijo admirativamente Meta -, pero eres un fantástico escritor de
ficción.
- Se lo agradezco. He conseguido publicar algunas cosas, pero sólo en revistas de
poca importancia. Y volaría condenadamente mejor si dispusiera de un propulsor; el batir
de alas consume demasiada energía como para proporcionar estabilidad. Una vez dicho
esto, volemos de aquí antes de que ocurra algo más. Tengo una cita con una ornicóptera
con intención de anidar.
Sufrieron en silencio el traqueteado viaje. No querían volver, pero no veían otra
alternativa. El ornicóptero, repuesto por el descanso y la comida, viajó a buena velocidad.
Muy pronto la ciudad metálica asomó por el horizonte, cosa difícil de hacer, y se elevaron
por encima de las altas torres. El almirante y Wurber salieron a recibirles mientras ellos
gateaban débilmente hasta la plataforma.
- Ya era hora de que volvieran - fue la graciosa bienvenida que les dispensó Praktis -.
Quiero que redacten informes completos y quiero tenerlos sobre mi escritorio antes de las
0700. Además, necesito un voluntario - dijo, y gruñó cuando todos ellos retrocedieron
arrastrando los pies, deteniéndose sólo con la espalda contra la pared (en más de un
sentido).
- ¡Cobardes! Y todavía no saben de qué se trata.
- Nada bueno... o usted no hubiera pensado en ello - dijo Cy, hablando por todos.
Tonto del culo. Necesito un voluntario para penetrar en la fortaleza enemiga y encontrar
luego la nave de los chinger. Entonces, penetrar en ella y utilizar el comunicador MRL
para enviar un mensaje a la armada espacial para que nos rescate.
- ¿Eso es todo? - preguntó Meta con su voz rezumando sarcasmo. Se secó lo que le
caía por la barbilla.
- Si, eso es todo. Y será mejor que alguien piense en la manera de hacerlo rápido.
Ayer, Wurber y yo nos comimos el último filete de melón. Así pues, prepárense para morir
de hambre... o márchense. Mis investigaciones han acabado, así que no tengo razón
alguna para permanecer aquí. De hecho estoy deseando volver a los lujos y comodidades
de la vida militar.
- Sólo para los oficiales - gruñó Cy.
- ¡Por supuesto! Y ahora... ¡oigamos esas sugerencias!
El silencio que siguió fue roto por una voz que no habían oído en mucho tiempo.
- Yo sé cómo puede hacerse.
Era el capitán Bly. Con los ojos rojos, temblando... pero sobrio de alcohol y drogas.
- ¿Desde cuándo ofrece usted ayuda? - preguntó Praktis con tenebroso recelo.
- Desde que me he quedado sin drogas. Necesito un nuevo suministro.
- Ahora le creo, ¿cuál es su plan?
- Simple. Los matamos a todos. A cada traidor metálico, a cada chinger. Reventados.
Muertos.
- Es simple, de acuerdo - se burló Praktis -. Casi la idea más simple y estúpida que
jamás haya yo escuchado.
- ¡Continúe burlándose! Hace años que todos se burlan de mí. Sí, y ríase también.
Ridiculizado y rechazado, incluso me han vaciado orinales en la cabeza. Oh, si al menos
no hubiera tenido en la cama también al perro...
- Capitán, su plan. ¿Cuál es?
La voz de Meta penetró de tal manera en la niebla de sus gimoteos y autocompasión,
que él parpadeó y miró a su alrededor.
- ¿Plan? ¿Qué plan? Ah, sí. Matarlos a todos en su fortaleza de las montañas. Les
lanzamos encima una bomba de neutrones. Es del dominio público que mata todas las
formas de vida... pero no daña los edificios. Entonces podremos entrar y apoderarnos de
su nave espacial.
- La simplicidad misma - dijo Praktis, frunciendo los labios -. Y espero que advierta que
aún me estoy burlando. Nosotros no tenemos una bomba de neutrones, cabeza hueca,
¿verdad?
- No, no la tenemos. Pero antes de convertirme en un capitán de transportador de
basura, yo era físico nuclear. Todo eso antes del incidente del perro, por supuesto. Y hay
mucho neutronium en los motores del transportador de basura destruido.
- Todo quemado a estas alturas - dijo Bill.
- Solamente por el hecho de que parezcas estúpido, no actúes como un estúpido. El
neutronium se halla encerrado dentro del blindado. Aún sigue allí.
- Creo, capitán, que tiene usted entre manos algo bueno - dijo Praktis con los ojos
brillándole de asesinas intenciones -. Vamos a la nave, extraemos el neutronium,
construimos una bomba, la tiramos y nos apoderamos de la nave. ¡Maravilloso!
- No vayan - dijo Zots moviendo un dorado brazo lánguido. Los porteadores le dieron
unas cuantas vueltas alrededor de la plataforma y posaron suavemente el palanquín en el
suelo -. El asunto de la bomba está cerrado.
- ¿Por qué? - preguntó Praktis, asombrado.
- ¿Por qué? Porque, en primer lugar, acabaría con la interminable guerra.
- ¿Y ustedes no quieren que suceda eso?
- Yo no. Ni tampoco lo quiere mi hermano Plotz, que está a cargo de las máquinas
dementes. Pero somos nosotros a quienes ellas tienen por máquinas dementes.
- Hablando de máquinas dementes... - Meta no acabó la frase y se limitó a señalar con
el pulgar en dirección a Zots.
- Mírenla, a ella - rechinó Zots, frunciendo el entrecejo -. Todo el asunto es una cosa
preparada y proyectada de antemano, si quieren saberlo. Plotz y yo codiciamos el poder,
y lo tenemos a montones desde que comenzamos esta guerra. Mantiene la economía en
funcionamiento, nos proporciona cantidades de chatarra metálica gracias a la cual nunca
pasamos hambre. De ella resultan muchas cosas buenas.
- De ella resulta mucha destrucción, mutilación y muerte - dijo Bill.
- Eso también. ¿Y qué tiene eso de nuevo? Ustedes, los humanos, están llevando a
cabo el mismo juego, ¿verdad, almirante?
- Más o menos. Así que mantengan su guerra, ése es su problema. Nuestro problema
es largarnos de este planeta antes de morirnos de hambre. ¿Qué le parece eso?
- Usted acaba de decirlo... es su problema.
- Usted es todo corazón. ¿Espera que nos limitemos a quedarnos aquí hasta morirnos
de hambre?
- Eso es. Lo ha comprendido sin ayuda de ningún tipo.
- ¡Traidor juguete de lata! - aulló Praktis con furia. Se lanzó al ataque al igual que todos
los demás.
El ataque se detuvo instantáneamente cuando diez diablos destructores salieron
corriendo del túnel y formaron una pantalla protectora.
- No se saldrá con la suya - espumajeó Praktis -. Les hablaremos a todas las máquinas
de esta guerra falsa. ¿Oís eso, diablos luchadores, porteadores? Toda esta guerra es un
engaño. Morís para nada.
- Usted habla para nadie - bostezó Zots, aburrido -. He enviado una orden por radio a
todas mis tropas para que olviden su idioma. Ya no pueden entenderle.
Bill levantó los ojos para mirar a su fiel montura, el viril ornicóptero, que volvió un ojo
hacia él cuando le habló.
- No es verdad lo que dice él. Tú me entiendes, ¿verdad?
- ¿Comment?
- ¡No puedes haberte olvidado de cómo hablar con nosotros... no con esa rapidez!
- Enfin; des tables de monnaies et de mesures rendront de réels services.
- Lo has olvidado con esa rapidez.
Luego se volvió y vio que Zots y su séquito se habían marchado, al igual que los
diablos luchadores. Sonó un tremendo aleteo y fue desvaneciéndose a medida que el
ornicóptero se alejaba por el aire.
Se contemplaron unos a otros con miradas de horror.
Solos.
Atrapados en aquel árido planeta.
Hasta morir de hambre. ¿Sería ése su destino?
18
- No puedo creer que esto esté ocurriéndome a mí - gimió lloriqueando, Cy.
- ¡Bueno, no está ocurriéndole al hombre de la Luna! - gruñó Meta -. Ya nos
autocompadeceremos todos más tarde. Ahora lo que tenemos que hacer es trazar un
plan.
- Hágalo así - dijo Praktis, sombrío -. Estoy abierto a todas las sugerencias, no importa
lo descabelladas que sean.
Por respuesta obtuvo tan sólo silencio. Tras un largo rato, Bill tosió.
- Tengo sed. Voy a buscar un trago de agua. ¿Alguien quiere que le traiga agua? Una
cosa es segura, y es que hay mucha agua; no nos moriremos de sed.
Retrocedió ante el fuego cerrado de los insultos de los demás, deteniéndose a la
entrada del túnel para recuperar el aliento. Antes de que pudiera marcharse, Meta le
llamó.
- Bill, espera. Aquí hay un dragón que quiere hablar contigo.
Realizó un aterrizaje impecable y se sentó pacíficamente, expulsando ocasionalmente
algún anillo de humo.
- Hola, Bill, y todos ustedes, sus compañeros. He tenido un vuelo agradable. Como
pueden ver, he venido a reunirme con ustedes tan pronto como volvió a crecerme el ala.
No podía regresar a la fortaleza de los dragones; no después de haberme convertido en
un traidor. Así que pensé que ustedes podrían tener un trabajo para mí en este paraje de
los bosques.
- ¡Ya lo creo! - dijeron todos, exultantes -. Vas a sacarnos de aquí.
- No hay problema. Pero primero tengo que llenar el tanque. Uno o dos barriles de
petróleo tendrían que bastar.
- Eso podría constituir un problema - dijo Praktis -. Acabamos de tener una diferencia
de opiniones con los habitantes locales.
- Así que no nos hablamos con ellos - dijo el capitán Bly -. Hay una sala de
abastecimiento al final de ese pasillo. Sugiero que usted y usted se presenten voluntarios
para sacar el barril.
- Siempre son los reclutas los que hacen el trabajo sucio - murmuró Bill con petulancia.
- Y las reclutas mujeres - dijo Meta -. Así que en lugar de sentir autocompasión,
¿podríamos ir y hacer el trabajo?
La puerta de la sala de suministros estaba abierta, pero un pequeño inventariador
estaba haciendo inventario. Tomaba notas en una tablilla de cera con un punzón de
metal. Pasaron al lado de él, cogieron dos barriles y comenzaron a hacerlos rodar en
dirección a la puerta. El inventariador les bloqueó la salida y sacudió furiosamente sus
catorce brazos.
- ¡XII, II, XVI, VIX! - dijo.
- Seguro, seguro - concedió Bill -. Pero tienes una sala llena. No vas a notar la falta de
dos tan pequeñitos.
- ¡XXIXIIXXX! - les gritó.
Crujió cuando le pasaron por encima con los barriles. Pero debió de haber enviado una
señal de radio porque antes de que pudieran volver a la pista de aterrizaje, Zots llegó
precipitadamente en su palanquín.
- ¡Han aplastado a mi inventariador!
- Fue un accidente. Tropezó justo delante del barril.
- ¿Se supone que tengo que creerme esa vieja patraña?
- No es más que la verdad - dijo Bill, poniéndose la mano sobre el corazón con aspecto
de santidad.
- Miles le creerían... pero yo no. Y, de todas formas, ¿qué estaban haciendo con el
petróleo?
Bill se hundió pero Meta se levantó en aquel momento.
- Usted quiere que muramos - sollozó Meta -. Sin comida. Moriremos de hambre. Así
que pensamos que podríamos beber un poquito de petróleo, acostumbrarnos a él...
después de todo está lleno en ricos hidrocarbonos y nosotros somos una forma de vida
basada en el carbono. ¿Sería capaz de negarles un último traguito de petróleo a unas
moribundas criaturas de otro planeta?
- Está bien, está bien. Ya es suficiente. Tengo cosas más importantes que hacer que
parlotear con viscosos. Estamos en guerra, ¿sabe?
El palanquín se desvaneció por el pasillo y Bill dejó escapar un tremendo suspiro de
alivio.
- ¡Has estado maravillosa! - dijo, mirando a Meta con perrunos ojos brillantes de
humedad.
- ¿Lo he hecho bien? Tengo un auténtico talento para actuar. Yo soy algo más que una
cara bonita, ¿sabes? ¿Sabes? Me parece que comienzo a obtener pequeñas respuestas
de ti. Estás interesado, ¿verdad? ¿O es que eres diferente o desviado? Dímelo para que
así no continúe perdiendo el tiempo. ¿A quién encuentras más atractivo..:? ¿A Cy o a mí?
- ¡A ti, por supuesto! ¿Qué piensas que soy?
- Simplemente lo estaba comprobando. ¡Ahora pon la boca donde está la comida!
Ella le envolvió en un cálido abrazo y se besaron. La boca de ella era un apasionado
tigre que ansiaba consumirle...
- ¡Auh! ¡Me has mordido!
- Juegos amorosos, mi vida... y se ponen aún mejor...
- Ustedes dos. Dejen la heterosexualidad cuando estén de servicio. Hagan rodar esos
barriles.
Praktis les observó con recelo mientras pasaban por su lado rodando, y luego les siguió
hasta la pista de aterrizaje.
- ¡Qué delicia! - llameó el dragón con agradecimiento -. Pennzoil añejo. Delicioso.
Agujereó el barril con una rápida punzada de una de sus garras de acero, la abrió y
vació de un gran trago «dragonino». Luego llameó agradecido y les cubrió a todos con
una nube de hollín.
- Pido disculpas por mis modales en la mesa - masculló el dragón cuya voz se
transformó en líquido murmullo mientras bebía el segundo barril. El aire se llenó de
fuertes crujidos y chasquidos cuando se comió los barriles.
- ¿Podemos hablar ahora? - preguntó Praktis cuando hubo desaparecido de la vista el
último bocado de acero.
- Claro. ¿Necesitan un medio de transporte?
- Correcto.
- ¿Hasta dónde?
- Buena pregunta - reflexionó Praktis -. Podría llevarnos de vuelta a la meseta de cuya
visita tanto disfrutaron todos ustedes. Han dicho que allí la comida era aceptable.
- ¡Pero los autóctonos, no! - protestó Cy, y los otros asintieron, totalmente de acuerdo -.
Un nido de locos. Y no hay futuro ninguno, con todo el mundo persiguiéndose por ahí,
matándose unos a otros.
- Una bien expresada opinión. ¿Adónde más podemos ir? No podemos rendirnos a los
chinger.
- ¿Por qué no? Todos se volvieron a mirar a Bill con diversas expresiones de repulsión;
Cy se inclinó y cogió una roca grande -. ¡Espere un momento! No estamos más que
considerando todas las posibilidades. No tenemos tantas alternativas, ¿sabe? Los chinger
dicen que son pacíficos y que no les gusta matar ni hacer la guerra. Así que hagamos que
lo demuestren. Vamos allí. Tendrán que darnos de comer o estiraremos la pata. Si no
tienen alimentos que nosotros podamos comer... entonces tendrán que sacarnos del
planeta lo antes posible.
- Ese plan es tan estúpido que podría funcionar - dijo el capitán Bly, roncamente a
través de su boca pastosa.
- Yo digo que no... y yo soy el almirante. Nada de rendirse. Excepto como último
recurso. ¿Existe algún otro sitio al que podamos ir en este planeta desierto?
- Bueno - dijo el dragón. Todos los ojos se posaron en él; se los sacudió de encima -.
Recuerdo una historia que nos contaba el viejo dragón cuando nos sentábamos en torno
a una hoguera para asar tuercas y tornillos. Nos hablaba de la verde meseta que
visitamos recientemente, y de las repulsivas formas de vida que la infestaban. Pero
también nos hablaba de otra meseta, del mismo monstruoso tono de verde, que está a
casi un día de viaje más allá de la primera. Pero allí acechan Tremendos Peligros; y
también el Mal.
- ¿Dijo eso? ¿Tremendos Peligros y el Mal?
- Pseh. Exactamente así. Y si creen que es fácil hablar con mayúsculas, inténtenlo
alguna vez.
- No, gracias - dijo Praktis -. Sólo quiero asegurarme de un detalle. ¿Dijo que era
verde?
Verde como el ojo de un dragón en celo.
- Interesante comparación. Fantástico. Vamos allá.
- ¿Y qué hay de los Tremendos Peligros y el Mal? - protestó Bill -. No suena demasiado
bien.
- ¿Y qué es lo que suena bien? Limítese a acatar órdenes, soldado. La primera orden
es que se calle. Bien, nos marchamos ya. Será un viaje movidito, así que el que no haya
ido, que vaya ahora. No quiero tener que hacer ninguna parada de necesidad. ¡Ale-hop!
Mientras estaban subiendo a bordo, una voz repulsivamente familiar, dijo:
- ¡Ese dragón! Quiero hablar contigo.
Los porteadores del palanquín habían sacado al exterior, trotando, el palanquín con
Zots a bordo.
- Si, señor - dijo el dragón, mirando hacia atrás para comprobar que todos los pasajeros
estuvieran a salvo.
- Sacúdete inmediatamente de encima a esos viscosos de otro planeta... es una orden.
Todo esto no me gusta nada.
- Oh, señor, espero que esto le guste más.
Y diciendo esto, el dragón expulsó una lengua de fuego que fundió instantáneamente a
los porteadores y el palanquín. Sólo Zots, al ser chapado en oro, sobrevivió; chilló con
ardor y corrió a ponerse a salvo mientras el dragón encendía sus calderas.
- ¡Arriba y fuera de aquí! - canturreó a la tirolesa y se lanzó al aire.
Te estamos profundamente agradecidos por el auxilio que nos has prestado - dijo Meta.
- No lo tengan en cuenta. Desde que salí del huevo se me enseñó a odiar a Zots y
«compañía». Puede que sea un buen tipo...
- ¡Es un cabeza de fiambre metálico!
- Mejor. Uno disfruta cuando sus prejuicios resultan ser correctos. Bueno... hermoso día
para volar. Próxima parada, la meseta del misterio.
- Y describe un amplio rodeo cuando pasemos por la otra meseta - dijo Bill -. Recuerda
lo que ocurrió en la otra ocasión.
- ¿Cómo podría olvidarlo? El ala nueva aún no está del todo en forma.
Alimentado por el petróleo rico en octano, el dragón voló durante toda la noche. Nadie
durmió, especialmente el dragón, por razones obvias, y fue un legañoso grupo el que
saludó al sol naciente. Parpadearon a la luz del astro, y al fondo, mortalmente lejos,
asomó una meseta en la aridez del desierto.
- Lo hemos conseguido - dijo Bill con ronquera.
- No del todo - replicó el dragón bostezando y soplando una pequeña bola de fuego -.
Voy a ganar un poco de altura por si acaso allí también hay gatillos alegres.
Subieron describiendo círculos cada vez más elevados antes de que el dragón se
aventurara al interior de la meseta.
- Volcanes humeantes - dijo Praktis -. Mantente lejos de ellos.
- De momento, si usted insiste. ¡Pero me encanta la lava! Vacilantes llamas, humeantes
fumarolas. Eso es lo mío. Y eso de ahí abajo parece ser lo vuestro. ¿Es eso una guerra
en plena actividad?
Praktis se levantó el parche del ojo y la lente de su ojo telescópico salió produciendo un
chirrido.
- Muy interesante. Parece haber una estructura de algún tipo, tiene aspecto de castillo,
fuertemente defendido porque está siendo fuertemente atacado. Los detalles no se ven
muy claros desde esta altura, pero parece que van empatados. Llévanos ahí abajo,
dragón.
- A la guerra, no - gimió Bill.
- No, cabeza vacía, no a la guerra; pero cerca de ella. Allí, poderoso corcel. ¿Ves esa
colina cubierta de árboles? Desciende al otro lado, fuera de la vista de los atacantes.
Desde allí podremos hacer un reconocimiento.
Con los miembros paralizados a causa del largo vuelo, tan sólo pudieron deslizarse al
suelo y yacer sobre éste, pataleando débilmente como escarabajos panza arriba.
- Espero que hayan disfrutado del viaje - dijo el dragón.
- Fantástico. Maravilloso. Guau - jadearon todos.
- Qué bien. Voy a dejarles aquí, porque guerrear con viscosos no me enrolla. Hasta
luego.
Saludaron débilmente con la mano cuando las alas lanzaron al aire su fiera carga.
Rugió un saludo de despedida y sobre las laxas figuras humanas cayó una fina lluvia de
hollín.
Bill fue el primero en moverse, poniéndose en pie y gimiendo a causa del esfuerzo.
Estaban en un herboso calvero al otro lado del cual discurría un alegre arroyuelo.
- Voy a echar un trago al alegre arroyuelo - dijo, y se alejó tambaleándose.
En cuanto fueron capaces de moverse, los otros se reunieron con él y todos se
tendieron en la orilla, sorbiendo ruidosamente y tragando como locos. Una vez repuestos,
se sentaron y comenzaron a examinar su nuevo hogar. Los pájaros cantaban, las abejas
zumbaban, las flores abrían sus frescas corolas a la brisa y el almirante ladraba órdenes.
- Usted, teniente, eche un vistazo al otro lado de la colina e informe lo antes posible. El
resto de ustedes explore los alrededores en busca de frutas, bayas y cosas comestibles.
Y recuerden que comérselas será una ofensa digna de un tribunal militar. Toda la comida
tiene que serme traída para analizarla.
- Puede que lo hagamos - murmuró malignamente Meta, y el resto asintió.
Se dispersaron por los alrededores mientras Bill se abría camino a través de la maleza,
colina arriba, hasta poder ver lo que ocurría al otro lado. Se refugió bajo un arbusto que
resultó ser una zarzamora, por lo que se lo pasó muy bien, observando y ronzando.
Cuando hubo comido hasta reventar, cogió otra mora para el almirante y descendió por la
colina.
Los otros habían regresado antes que él y el almirante estaba echándoles una bronca.
- ¡Han traído sólo una pieza de fruta cada uno! ¿Me toman por un idiota? No respondan
a eso. Y usted, teniente, ¿qué tiene para mí?
- ¡Una mora! - Se la entregó a Praktis, el cual espumajeó de ira.
- ¡Una mora! Y una cara enguarrada de azul - dijo, mirándole con ferocidad pero, aun
así, echándose la mora a la boca y masticándola -. Informe. ¿Qué pasa en el otro lado?
- La cosa es así, señor - dijo Bill, eructando púrpura; la feroz mirada del capitán se
convirtió en un par de agujeros -. El castillo que vimos cuando bajábamos está
completamente rodeado por los atacantes, según pude ver. El puente levadizo está
levantado, y de vez en cuando le tiran aceite hirviendo al ejército situado al pie de la
muralla. Hay muchos gritos y precipitación, pero no parecen tener ninguna prisa.
- ¿Qué tipo de arma de fuego utilizan?
- Esa es la parte divertida. No tienen arma de fuego alguna. Hay grandes máquinas de
madera que lanzan rocas y otras que arrojan largas lanzas. Al principio pensé que los
atacantes eran todos mujeres porque llevaban faldas. Luego, cuando me acerqué más,
pude ver que tenían piernas realmente peludas y que todos eran hombres...
- Guárdese las observaciones sexuales pervertidas para sus compañeros de barracón.
¿Ha visto algo de comida?
- ¡Ya lo creo! - Los ojos de Bill brillaron apasionadamente -. Habían hecho un fuego en
el que se asaba una res. Yo pude oler la carne que se estaba cocinando, y el aroma era
realmente bueno.
Todos tragaron, escupieron y tosieron a causa que la saliva que les inundó la boca.
Tenemos que establecer contacto - dijo Praktis -. Y para ello necesitamos un voluntario.
19
- Almirante Praktis - dijo Meta dulcemente -. Creo que es hora de que pongamos en
claro una cosa.
Ella cerró un puño, caminó hasta él a grandes zancadas, y le dio un golpe en un ojo.
Cayó tendido sobre la verdura con el ojo negro comenzando ya a ennegrecerse
suavemente.
- ¡Me ha golpeado!
- ¿Lo ha advertido?
- ¡Soldados! - espumajeó, escupiendo perlas de saliva en todas direcciones -. ¡Motín!
¡Maten inmediatamente a esa traidora!
Nadie perdió el culo por defender la justicia. De hecho, Cy fue el único que se movió,
bostezando mientras caminaba hasta Praktis y le propinaba un puntapié en las costillas.
- ¿Ha recibido el mensaje? - preguntó grotescamente el capitán Bly -. Veo que la
incomprensión acecha tras sus brillantes ojos, así que será mejor que se lo detalle mejor.
Estamos a incontables años luz de nuestra base más cercana, que ni siquiera sabe dónde
estamos. Nuestras probabilidades de supervivencia en este planeta son realmente flacas.
Así que por lo que parece, mientras permanezcamos aquí, todos los rangos quedan
suprimidos. Nos dirigiremos unos a otros por nuestros nombres de pila. El mío es
Archibaldo.
- Capitán me gusta más - dijo Meta -. ¿Cuál es su nombre de pila, almirante?
- Almirante - se burló él amargamente.
- De acuerdo, si es así como lo quiere. Pero aquí tienen que acabarse las órdenes y el
hacer valer el rango o cualquiera de esas imbecilidades militares.
- ¡Nunca me someteré a las reglas del proletariado! Todos comenzaron a patearle las
costillas hasta que gritó -: ¡Viva la República Socialista Popular de Usa!
- Eso está mejor - dijo Cy -. Bueno, ¿qué hacemos ahora?
- Trazar un plan - dijo Bill, animadamente.
- Cállese - insinuó Praktis -. ¿Se me permite hablar, verdad, ahora que soy uno más del
grupo?
- Un hombre, un voto. Hable.
- Aquí hay una guerra, y ahí fuera hay un ejército. Durante una guerra, cuando el
ejército está presente, son los civiles los que sufren. ¿De acuerdo hasta aquí?
- Sus encadenamientos lógicos son impecables.
- Entonces no actuemos como civiles. Nos hacemos pasar por militares y nos
enrolamos en el ejército. Y comemos. Sugiero que organicemos una unidad militar,
elijamos un oficial comandante, y luego nos presentamos voluntarios.
- ¿Alguna idea de quién debería ser el jefe? - preguntó Bill.
- Probablemente el ex almirante - dijo Meta -. Con el monóculo negro, la calva y sus
modales detestables, tiene el aspecto de carne de oficial. Además, tiene experiencia de
mando en su vida anterior. ¿Quiere el puesto, Praktis?
- Nunca pensé que me lo pediría - dijo él, adulador, en tono dulce. Su voz cambió y
gruñó una orden -. ¡Formación! - luego dulcemente -. Por favor. Ésa es una actitud muy
cooperativa por parte de ustedes. Tenemos que hacer que esto tenga buena apariencia.
Espaldas rectas, mentones hacia adentro, pechos afuera... ¡adelante! ¡Maaarchen!
Se prendió al hombro un pequeño altavoz y puso a sonar una inspiradora marcha:
«Retumbar de cohetes, rugir de cañones, gritos de moribundos», que tiene un golpe de
tambor bajo tan potente, que incluso el más tonto de los tontos sabe cuándo tiene que
bajar el pie izquierdo.
Marcharon a través de los prados y alrededor de la colina en dirección al ejército
atacante. Cuando aparecieron marchando a la vista de todos, la batalla aminoró su fragor
y se detuvo, mientras se volvían en dirección a ellos ojos salidos de sus órbitas y
mandíbulas jadeantes de asombro. El oficial que aparentemente dirigía la operación,
vestido con una armadura de cuero y latón, también se volvió hacia ellos. El sonido de sus
cantos ahogó incluso el chup-chup del aceite que hervía en lo alto de las murallas. Ellos
rugían las palabras hacia el cielo que les devolvía los ecos.
¡Cuando oigas retumbar los cohetes,
y rugir los cañones con estruendo,
podrás apostar a que todos los soldados
han perdido su pellejo!
Aquél era un despliegue muy militar, siempre que el observador no supiera mucho de
despliegues militares. Sus pasos sonaron sordos y marcharon hasta llegar donde estaba
el oficial, tras lo cual Praktis gritó una última orden.
- ¡Compañía, aaalto!
Se detuvieron antes de que el oficial y Praktis se espetaran un saludo mucho más
espetado de lo que era la práctica habitual de este último.
Todos presentes y disponibles, señor. El almirante Praktis y su compañía se presentan
al servicio, señor.
El oficial pareció desbordado, aunque luego volvió a su lecho, por aquella repentina
aparición. Volvió la cabeza y ladró una ronca orden por encima del hombro. Hasta ellos se
acercó trotando un anciano vestido con una túnica mugrienta y que lucía una barba
blanca igualmente mugrienta.
- ¿Ave atque vale? - dijo la anciana criatura con cansina voz cascada.
- Me superas, abuelo - respondió Praktis -. Hablo una o dos lenguas extranjeras, pero
nunca he oído ésa.
El anciano se puso una mano detrás de una oreja, escuchó y sacudió la cabeza. Luego
se volvió hacia el oficial.
- Una mezcla bárbara de lenguas célticas, centurión. Un poco de anglo, un poco de
sajón, una o dos gotas guturales de godo... más una pizca de latín estrambótico. Bastante
aburrido, y hasta ahora sin declinaciones.
- Basta de cátedra, Stercus. Aquí no eres más que un esclavo. Vuelve a tu trabajo de
cocinar el buey, y yo me encargaré de esta operación - ordenó. Miró a Praktis y a su
grupo de arriba abajo y frunció cruelmente el entrecejo -. Y, en nombre del gran Júpiter,
¿qué tenemos aquí?
- Voluntarios, noble centurión. Soldados mercenarios que quieren prestar servicio en
vuestras filas.
- ¿Y dónde están vuestras armas?
- Tuvimos una pequeña dificultad...
- ¿Cuál fue?
El almirante no tenía ninguna mentira disponible, pero Meta, que estaba adquiriendo
mucha práctica, aprovechó la ocasión.
- Se trata de una cuestión de honor y nuestro buen comandante no quiere hablar de
ello. Pero hace poco tiempo fuimos sorprendidos por una repentina crecida mientras
atravesábamos un arroyo. Para no ahogarnos tuvimos que deshacernos de las armas y
nadar para salvar nuestras vidas. Por supuesto, para un o una soldado, perder sus armas
representa un gran deshonor, y nuestro comandante intentó arrojarse sobre su espada,
pero su espada se había perdido en el agua. Así que nos trajo hasta aquí para recuperar
nuestro perdido honor en el fragor de la batalla...
- ¡Está bien, ya basta, ya basta! - gritó el centurión mientras se preguntaba si la sangre
no le estaría saliendo por las orejas -. Lo adecuado es una explicación corta y sucinta. De
todas formas no creo una palabra de todo eso. - Entonces vio que Meta iba a hablar
nuevamente, y gritó -: ¡Desisto! Os creo, os creo. Y ocurre que puedo emplear más
soldados. La paga es un sestercio por día. Se os entregará una espada y un escudo a
cada uno, y se os retendrá la paga hasta que los hayáis pagado, lo que llevará alrededor
de un año, o hasta que os maten, lo que ocurra primero. Si esto ocurriera, vuestras
armas, al ser propiedad del Estado, volverán al Estado...
- Estamos de acuerdo con los términos del alistamiento - gritó Praktis cortando la
palabrería militar del otro -. Estamos a vuestro servicio, ¿y cuándo comemos?
- ¡El buey está saliendo del fuego! - gritó el anciano y los recién llegados casi murieron
pisoteados por la avalancha humana.
Sin embargo, no ocurrió debido a que ya habían estado antes en muchas líneas de
masticación. Un rápido trabajo de codos y uno o dos golpes de karate aseguraron que su
pequeño grupo estuviera en cabeza cuando se sirvió la comida. Huyeron de la hambrienta
estampida y se llevaron sus crepitantes presas hasta unos árboles cercanos donde las
deglutieron.
- Eso - dijo Cy - estaba grasiento, crudo, demasiado hecho y era repulsivo en general,
pero bueno. Todos asintieron y se limpiaron los dedos grasientos en la hierba -. ¿Con qué
podemos bajarlo?
- Allí hay un barril - dijo Bill señalando con el dedo -, y los soldados hacen cola con sus
jarras en la mano.
Se pusieron en la cola y cogieron jarras de una pila. Eran de cuero y parecían estar
recubiertas de alquitrán. Por privilegio de rango, Praktis fue el primero que tendió su jarra
para que le escanciaran un cucharón de aquel líquido. Bebió ávidamente y escupió un
trago.
- ¡Puajjj! Este vino sabe a vinagre con agua.
- Eso se debe a que es vinagre con agua - dijo el pinche -. El vino es sólo para los
oficiales. Siguiente.
- ¡Pero yo soy un oficial!
- Plantéelo en el sindicato. No es problema mío. Siguiente. A pesar de ser asqueroso,
aquello hizo bajar la aún más asquerosa carne. Vaciaron las jarras y se tiraron en la
hierba para echar un sueñecito de sobremesa. Praktis se agitó en sueños cuando el sol
abandonó su rostro y una sombra se cernió sobre él. Abrió un ojo y vio una silueta oscura
que estaba allí, de pie.
- ¡A las armas! - gritó el almirante y buscó a tientas su espada. - Sólo soy yo, Stercus el
esclavo dijo Stercus el esclavo -. ¿Sois vos el almirante a cargo de esta unidad?
Praktis se sentó, receloso.
- Sí. ¿Quién quiere saberlo?
- Stercus el esclavo...
- Ya hemos hecho las presentaciones. ¿Qué ocurre?
- ¿Un almirante es un oficial?
- El más alto de la armada.
- ¿Qué es una armada?
- ¿Tiene todo esto alguna motivación?
- Sí, señor.
- En la armada debes decir sí, sí, señor.
- Sí, sí, señor.
- Eso está mejor. ¿Qué ocurre?
- Ésta es la conversación más aburrida y estúpida que he oído en toda mi vida - dijo
Meta, volviendo a echarse, y se subió la chaqueta hasta taparse la cabeza.
- El vino es para los oficiales - dijo Stercus sacando de algún sitio a sus espaldas una
botella de piel, combada -. Debido a que vos sois un oficial, os he traído un poco.
- Este ejército comienza a gustarme - dijo Praktis muy entusiasmado, levantando la
botella de vino y echándose un chorro del oscuro líquido garganta abajo.
Después de estarse alrededor de cinco minutos convulsionándose, tendido sobre la
espalda, paró de toser. Para entonces ya todos estaban despiertos, y Bill probó un poco
de vino, apenas una pequeña cantidad, que le hizo salir los ojos de las órbitas.
- Sabe peor. Creo - dijo con voz ronca.
- Pero contiene alcohol - dijo Praktis con voz aún más ronca -. Devuélvamela.
- ¿Puede un pobre esclavo preguntar qué os trae, guerreros, a estos parajes? -
preguntó tímidamente Stercus, al ver que todos iban por el buen camino de
emborracharse del todo.
- Así que ése es el motivo de que estéis aquí - dijo Cy -. Enviado por vuestro oficial
para espiarnos. ¿Lo negáis?
- ¿Por qué iba a hacerlo? - cacareó el viejo -. Es la verdad. Él quiere saber de dónde
venís y qué estáis haciendo aquí.
Todos se volvieron a mirar a Meta que parecía haber sido nombrada oficial mentirosa
de primera clase.
- Venimos de tierras muy lejanas...
- No pueden estar tan lejanas, ya que esta meseta no es tan grande.
Ella sonrió y cambió de marcha la máquina de mentir.
- Yo no he dicho que fuéramos de esta meseta. Somos de la otra meseta y huimos
hasta aquí por las intransitables arenas del desierto, escapando de la guerra que hay allí.
- No sois los primeros que buscan escapar de los locos cuartodebañinos. Pero dado
que vosotros no sois cuartodebañinos rojos ni verdes, tenéis que ser monstruosos monos
blancos gigantes.
- ¿Se ha extendido ese rumor hasta tan lejos? Olvidaos de esa mierda de los monos.
Allí pasan muchas cosas que no conocéis.
- Ni me importan. Sólo estoy tratando de emborracharos para averiguar dónde habéis
escondido vuestros rifles de radio.
- No hemos traído ninguno.
- ¿Estáis seguros? Última oportunidad.
- Estamos seguros. Ahora nos tomaremos el vino, por lo que vale, Stercus. Así que
desapareced. Si tuviéramos alguna otra arma, ¿creéis que nos alistaríamos en este
ejército de tres al cuarto?
El viejo esclavo se acarició la barba y meneó la cabeza.
- Eso, almirante, tiene el sonido de la verdad. Así que, sin ninguna otra arma, están
dispuestos a luchar pertrechados tan sólo con una espada y un escudo, primitivos
utensilios de guerra.
- Eso es.
- Eso es cuanto quería saber. Que disfruten del vino - dijo, inclinando la cabeza con
esclava humildad, y ellos le hicieron con las manos condescendientes gestos.
Stercus se llevó a la boca el silbato que había tenido escondido en la palma de la mano
y le arrancó un penetrante pitido. Salieron soldados de todos los árboles y en un instante
tuvieron una miríada de lanzas afiladas apuntándoles a la garganta.
- Traedles - dijo Stercus -. Tenemos seis nuevos voluntarios para el circo.
- ¿Osos bailarines, payasos y elefantes? - preguntó Bill, rebosante de alegría.
- ¡Lanzas, espadas, redes, tridentes, leones, tigres... y muerte segura! - graznó el
anciano esclavo, sin rodeos.
20
A punta de lanza, el pequeño y valiente grupo fue conducido a través del campamento
mientras sonaban las befas y rudos gritos de los duros soldados.
- ¡Lo lamentaréis!
- ¡Morituori te salutant!
- ¡Extranjeros!
- ¡Bárbaros!
- ¡Maricones!
Haciendo caso omiso de los insultos, muchos de los cuales, de todas formas, no
comprendían, marcharon en dirección a la tienda del centurión.
- ¡Ave, centurión Pediculus, ave! - «aveó» el anciano esclavo con un jadeo cacareante -
. Los prisioneros están aquí.
Pediculus hizo a un lado la puerta de la tienda y salió. Se había despojado de la
armadura y envuelto en una túnica suelta para mejor revelar sus masculinas formas.
Tenía una barriga prominente, rodillas escuálidas y ojos bizcos.
- Hacedles formar ante mí - ordenó mirándoles a todos y a la vez a ninguno.
Las espadas y las lanzas convencieron a los prisioneros para que formaran mientras
Pediculus les inspeccionaba.
- Un guapo muchacho fornido y colmilludo - dijo, mirando a Bill.
- Oh, gracias, señor - dijo él, adulador.
- Comenzad con él. Aguantará unos cuantos asaltos antes de que le maten.
- Antes te mataré a ti, gordinflón.
Gruñó Bill y saltó hacia delante... pero las espadas desenvainadas le mantuvieron lejos
de su presa. Pediculus sonrió sádicamente, lo cual provocó que su prótesis dental le
asomara por la boca; la volvió a colocar en su sitio produciendo un sonido de succión.
Posó seguidamente sus ojos en el almirante, Cy, Wurber y Bly, con expresión desdeñosa
al pasar delante de ellos; hasta que llegó a Meta y sus ojos temblaron al enfocar sus
formas exuberantes.
- Llevaos a los demás a la arena - ordenó -. ¡Excepto a ésta! Desnudadla y untadla con
bálsamo y mirra y líquido detergente de esencia de limón. Luego ataviadla con las más
finas sedas, pues será mi esclava de amor.
- ¡Oh, gracias, amable comandante! - suspiró Meta, cogiéndole la mano e inclinándose
a besársela -. Usted es una especie de monada en el sentido paleonihilista. Y ésa es la
oferta más romántica que me han hecho en años. Me desvanecería en esta ocasión si los
dientes le encajaran mejor.
Mientras hablaba le sujetó fuertemente la mano y con un diestro movimiento le agarró
también el codo, se lo torció y estiró. Pediculus profirió un agónico grito, y luego uno de
terror cuando ella le hizo girar en el aire para luego lanzarle contra la tienda, que se vino
abajo y le envolvió. Los soldados se precipitaron a ayudarle en respuesta a sus
amortiguados gritos de dolor. Ni Meta ni los demás se movieron, dado que afiladas lanzas
temblaban cerca de sus gargantas.
- Bonito - dijo Bill -. ¡Eres única entre un millón!
- Gracias, tesoro. Siempre se agradecen unas palabras amables. También fui
campeona de judo durante tres años seguidos de la AABSYTB.
- ¿La «a ver si te ve»?
- No, cretino, AABSYTB. Es decir, la Asociación Atlética de Botes Salvavidas y
Transportadores de Basura.
- ¡A la arena! - chilló Pediculus, mientras le ayudaban a levantarse de los despojos de
la tienda. Había perdido la dentadura y la peluca le caía encima de los ojos -. Muerte,
sangre, destrucción. ¡Apenas puedo esperar! Y esa ramera llena de músculos será la
primera.
Obligados a avanzar a punta de lanza, seguidos de los improperios de los rugientes
soldados, fueron llevados a la arena. Era un calvero natural en torno al cual habían
levantado un terraplén en semicírculo para que desde allí pudiera verse el trozo de suelo
allanado, amurallado y manchado de sangre que quedaba más abajo. El lugar estaba
flanqueado por jaulas, y los prisioneros fueron empujados al interior de la primera. En la
jaula adyacente se oyó un fiero aullido, y todos retrocedieron por miedo a ser destrozados
a través de los barrotes. Todos excepto Meta, que pasó la mano entre los barrotes antes
de que pudieran detenerla.
- Hola, gatito - gatito - dijo.
Un gato de aspecto siniestro maulló de felicidad al rascarle ella la cabeza. Era un gato
tuerto y lleno de cicatrices y, por tanto, un luchador aliado de ellos.
- Pero si sólo tiene medio metro de largo - dijo Bill.
- Y es el único animal a la vista - agregó Cy, señalando las otras jaulas -. Todas vacías.
¿Qué ha pasado con los tigres y los leones?
- No es la estación para ellos - dijo el esclavo domador acercándose con pasos
majestuosos y haciendo chasquear su látigo -. Sólo tenemos leones y tigres cuando hay
una X en el mes.
- No hay ninguno que tenga una X - dijo Praktis con pedantería.
- ¿A no? ¿Qué os parece XII y XII, tío listo? Muy bien, la diversión comienza. Necesito
un voluntario para salir el primero.
Para cuando el polvo se posó, todos estaban apretándose contra el fondo de la jaula.
Praktis y el capitán Bly fueron los últimos, ya que no tenían los instantáneos reflejos de los
reclutas ante la palabra voluntario. El esclavo domador rió entre dientes.
- ¿No hay voluntarios? Entonces escogeré uno yo mismo. Vos, muchachote. El
centurión quiere que deis comienzo al prelium. Reserva a la ramera para el número
principal.
- Buena suerte, Bill - le gritaron todos empujándole hacia delante -. Mueres luchando
por una noble causa.
- Ha sido hermoso conocerte, gran compañero. Feliz viaje.
- Puede que estés durante una hora en el cielo antes de que el diablo se entere de que
has muerto.
- Vaya, gracias, chicos. Es un gran consuelo.
Bill se sentía terriblemente deprimido por todo el asunto. La guerra y todos sus terrores
eran una cosa. Pero ¿un estrafalario y mortífero circo en aquella meseta? No podía creer
que aquello estuviera ocurriéndole a él.
- Os está ocurriendo a vos, sin duda - gorjeó el esclavo domador, con antipatía -. Ahora
coged esta espada y esta red, salid ahí fuera y ofreced un buen espectáculo. O si no...
- ¿O si no, qué? ¿Qué puede ser peor que esto? - Sopesó la espada y la tomó con
fuerza mientras sus músculos se tensaban.
- ¿Qué puede ser peor? Podéis ser arrastrado, descuartizado, desollado, hervido en
aceite, pueden levantaros las uñas con abridores.
Rugiendo de rabia, Bill se lanzó hacia adelante. Y se detuvo cuando vio a los arqueros
alineados, con los arcos preparados y todas las flechas apuntándole.
- ¿Mensaje recibido? - preguntó el esclavo domador -. Ahora avanzad y recordad
vuestras órdenes.
Bill levantó los ojos hacia la muchedumbre de soldados que gritaban, el palco real
ocupado por las prostitutas y la forma barrigona y sádica de Pediculus. No parecía haber
muchas alternativas. Se volvió y entró en la arena arrastrando los pies, balanceando la
espada y balanceando la red, preguntándose cómo demonios había llegado a meterse en
aquel lío. Estaba solo en la arena... pero estaba abriéndose una jaula al otro extremo, y
de ella surgió un hombre alto y rubio que llevaba un tridente en la mano. Sus finas
prendas estaban desgarradas y sus finas botas, gastadas. Pero a pesar de ello el hombre
avanzó como un rey, aparentemente sordo a los gritos de la rugiente chusma. Pisó
firmemente con los pies y se detuvo delante de Bill, a quien miró de arriba abajo.
- Bien, lacayo - dijo -. ¿Cuánto medís?
- Alrededor de un metro ochenta con calcetines.
- Temo no comprenderos. ¿Cuáles son vuestro nombre y condición?
- Bill, soldado, temporalmente desempeñando el cargo de teniente.
- Yo soy Arturo de Avalon, aunque estos lacayos lo ignoran. Podéis llamarme Art, para
conservar el secreto.
- Vale, Art. Mis amigos me llaman Bill.
Aquel intercambio conversacional en lugar de asesino, había enfurecido a la
soldadesca que arrojaba epítetos y botellas vacías a la arena.
- Debemos combatir, amigo Bill, o al menos aparentarlo. ¡Defendeos!
El tridente salió disparado a modo de estocada, la multitud rugió sádicamente y Bill
paró el golpe y se hizo a un lado. Art saltó a un lado y esquivó la red que su oponente le
arrojaba.
- Correcto. De eso se trata. Debemos continuar con esta farsa hasta llegar bajo el palco
real. ¡Parad ésta, bellaco!
La estocada rozó un flanco de Bill y su chaqueta se desgarró cuando él dio un salto
para ponerse a salvo del frío acero.
- Podéis apostar a que esto le ha gustado a la chusma.
- ¡Calma! ¿Quiere herirme?
- Nada más lejos de mi pensamiento. Pero como se diría vulgarmente, debemos
conseguir que esta farsa parezca real. ¡Atacad! ¡Atacad!
El acero chocó contra el acero y la chusma se volvió loca de entusiasmo. Aullaron de
felicidad cuando la red atrapó una pierna del rey. Aullaron de infelicidad cuando éste
escapó. El fragor de la batalla continuó hasta que los luchadores llegaron justo bajo el
palco real.
- ¡Esto... es! - jadeó Art -. Hay una salida de emergencia de la arena, justo debajo del
palco. Guardada por un centinela. Escaparemos por ahí... después de que me hayáis
matado.
Choque de aceros, rugidos de la multitud, susurros de confesión.
- Si le mato... ¿cómo vamos a escapar?
- ¡Haced como si me matarais, mentecato! Atrapadme con vuestra red, y luego clavad
vuestra espada entre el brazo y el pecho, como en cualquier mala farsa.
- Entiendo. Allá va.
Tan rápida como una cobra, la red voló para atrapar y engullir al oponente, pero Bill no
era muy bueno arrojando redes y Art tuvo que avanzar para quedar dentro de ella, y
levantar el borde para que le envolviera.
- ¡Adelante, bellaco! - le siseó a Bill que estaba allí, de pie, parpadeando -. Saltad sobre
mí y pedid el veredicto de la muchedumbre.
Un poco de ensayo podría haber ayudado a que la representación saliera mejor, pero
con aquel público no importaba demasiado. Bill saltó hacia delante y Art se tiró al suelo
antes de su acometida, con el tridente enredado en la red ya que él mismo lo había
metido bajo ella. Bill cogió la floja muñeca de su oponente y la presionó contra el suelo,
tras lo cual se arrodilló sobre el pecho del caído. Sintiéndose ligeramente ridículo, levantó
la espada dispuesta a golpear, y se volvió hacia la multitud.
Realmente se habían creído su estúpida actuación. Se pusieron en pie de un salto y
gritaron pidiendo la muerte, con todos los pulgares apuntando hacia el suelo. Bill miró
hacia todas partes y todos los dedos apuntaban al suelo. Luego se volvió hacia Pediculus
y éste apuntó hacia el suelo con el pulgar más cruel de todos.
- Acabad con él - gritó -. Tenemos un montón de actuaciones a continuación de ésta.
Bill hundió la espada tal y como le habían indicado que hiciera; el cuerpo de Art se
arqueó con los estertores de la muerte, tras lo cual se quedó inmóvil. La multitud
enloqueció. Bill arrancó la espada y marchó hasta detenerse ante el palco real. Todos los
ojos estaban posados sobre él, lo cual era una buena cosa, porque el rey estaba
realmente trabado en la red y tenía auténticas dificultades para librarse de ella. De reojo,
Bill captó lo que ocurría y saltó hacia delante blandiendo su arma y gritando. Una
maniobra de distracción sería muy adecuada.
- ¡Ave, centurión Pediculus, ave a todos! ¡Ave!
- Ave, ave, está bien - murmuró el centurión mirando su programa, y volviendo a fijar
luego la vista en Bill -. Decidme... ¿cómo es que no hay sangre en vuestra espada?
- Porque la he limpiado en las ropas del cadáver.
- Yo no os vi limpiarla - dijo, y se inclinó hacia delante con los ojos girando en todas
direcciones -. ¡De hecho, ni tan siquiera veo el cadáver!
- ¡Por aquí! - gritó Art, haciendo a un lado al guardia que había herido, y abriendo de
una patada la puerta sobre la cual había un letrero rojo con la palabra SALIDA.
Bill no necesitó que se lo dijeran dos veces. Art se lanzó por la abertura con Bill
pisándole los talones. Corrieron por el largo túnel curvo y débilmente iluminado por el sol
que se filtraba a través de las aberturas que había en las gradas por debajo de las cuales
pasaba. Bajo sus pies crujían cáscaras de nueces rotas y huesos de aceitunas. Ahora se
oía el retumbar de pies, los iracundos gritos de frustración y rabia. A sus espaldas se oyó
un estruendo cuando la puerta de salida fue destrozada y los soldados armados
irrumpieron en el túnel.
- ¡Corred, lacayo, corred! ¡Corred como si los mismísimos perros del infierno os pisaran
los talones!
- ¡Es lo que están haciendo! - jadeó Bill, al resonar a sus espaldas los feroces aullidos.
Ante ellos apareció un trémulo resplandor, y Bill vio la luz al final del túnel. La puerta de
madera estaba abierta de par en par y un hombre armado les cerraba el paso.
- ¡Estamos perdidos! - gimió Bill.
- ¡Estamos salvados! ¡Este guerrero es de los míos!
- Ave, Arturo - gritó el guerrero levantando su brillante espada.
- Salve, Mordred. ¿Habéis traído los caballos?
- Así es, en verdad.
- Éste es un buen caballero. ¡Adelante, vámonos!
Un grupo de soldados armados daba vueltas con impaciencia bajo los árboles. Arturo
saltó atléticamente a la silla de su caballo, mientras Bill era levantado hasta la suya, no sin
esfuerzo, por Mordred, que luego montó detrás de él. Ya se habían alejado a galope
tendido a través de la pradera, cuando el primero de sus perseguidores irrumpió por la
puerta.
No obstante, la huida no había pasado inadvertida y todo el ejército les seguía de
cerca, gritando y maldiciendo, lanzando flechas y lanzas. Sin embargo, dos hombres que
llevaban pesadas armaduras cabalgaban en retaguardia y las flechas y lanzas rebotaban
inofensivamente en aquella protección metálica y, debemos agregar, también en las de
los caballos, que llevaban protectores de acero en ancas y flancos, además de cotas de
mallas para las patas y, dado que eran sementales, suspensorios de acero remachados.
Todo había sido planeado hasta el último detalle.
Galoparon por el camino en dirección al castillo, ¡y el puente levadizo comenzó a
descender! Golpeó el suelo en el preciso momento en que el primer caballo levantaba su
primer casco. El casco bajó sobre sólida madera y, tras aquél, bajaron los demás cascos.
Un atronador estruendo atronó mientras los caballos galopaban por encima del puente,
que volvió a ser instantáneamente levantado cuando la última cola desapareció tras la
seguridad de las murallas. A los atacantes sólo les quedó enfurecerse al borde del foso
mientras los defensores se meaban de risa en las almenas de la fortificación.
Los jinetes se detuvieron en el patio en medio del ruido de los cascos y los resoplidos
de los caballos. Bill se deslizó hasta el suelo y Art, más conocido allí como el rey Arturo,
se acercó a él a grandes zancadas y le estrechó amistosamente la mano.
- Bienvenido, extranjero, bien venido a Avalon.
- Eso está muy bien - dijo Bill -. Se lo agradezco. ¿Pero qué pasará con mis amigos?
No podemos dejarles allí para que mueran. - Entonces tuvo una sensación horriblemente
descorazonadora -. O... ¡quizá ya estén muertos!
21
- Desechad vuestros temores, nuevo camarada Bill. En sabiendo muy bien yo que la
barahúnda de la arena y nuestra huida y persecución crearía distracción enorme y alejaría
a las tropas, mis más valientes caballeros penetraron por un secreto túnel no conocido por
el enemigo. Desde un lugar oculto, observaban los acontecimientos, para caer sobre los
debilitados guerreros y liberar a vuestros amigos. ¡Adelante! Debemos subir y determinar
los resultados de lo ocurrido.
Arturo, que estaba en muy buena forma, subió los escalones de la torre de dos en dos,
con Bill pisándole los talones. Cuando salieron al exterior se hallaron ante un vejestorio
con un gorro en forma de cono, que los estaba esperando.
- ¡Salve, rey Arturo! ¡Salve, salve! - «salveó».
- Y salve a vos, mi buen Merlín. ¿De qué podéis informarme?
- Puedo informaros de que miré en este mágico espejo y he observado vuestros
progresos y todo cuanto acontecía ahí abajo.
Bill examinó el espejo mágico y asintió con aprobación.
- No es un mal telescopio reflex. ¿Ha azogado usted mismo el espejo del interior?
- Merlín levantó una peluda ceja, se peinó la larga barba con los dedos y habló.
- Mi señor, decidme, en verdad, ¿quién es este listillo?
- Se le conoce por Bill y es el prisionero que salvé de las arenas del circo. ¿Qué ha
pasado con los demás cautivos?
- En verdad que percibo acontecimientos con... - miro ferozmente a Bill - mi espejo
mágico. Vuestros fuertes caballeros se lanzaron al ataque, arrojaron sus lanzas sobre los
zafios defensores que huyeron presas del pánico, y liberaron así a los prisioneros.
- ¡Ah, mis valientes! Así pues, venid, queridos amigos. Bajemos a compartir los confites
y el buen vino, para así celebrar este día. El buen vino le pareció a Bill una buena idea, y
a causa de la prisa le pisó la túnica a Merlín. Cuando llegaron al salón, lo hallaron lleno de
tipos con armaduras metálicas, que crujían y chirriaban mientras se jactaban a todo
pulmón.
- ¿Visteis cómo le abrí la piojera con mi lanza?
- ¡Ensarté a tres de esos mamarrachos de una vez!
- No es que yo sea el mejor, pero...
- ¡Bill! - llamó una amistosa voz familiar, y Meta se abrió paso entre los soldados.
Se oyeron gritos de protesta cuando ella le pisó las espuelas a alguien, y cuando
empujó a un lado a un corpulento caballero que llevaba puesta una cota de malla. Unos
cálidos brazos musculosos envolvieron a Bill, unos ardientes labios sensuales se unieron
a los suyos, y su presión sanguínea aumentó hasta quedar a la altura de la creciente
temperatura de su cuerpo.
- ¿Cuál es el nombre de esta hermosa doncella? - dijo la voz de Arturo, muy distante, y
Bill emergió para hacer las presentaciones.
- Meta, Arturo. Arturo, Meta. Arturo es el rey de por aquí.
- Chócala, Arturo. Me gusta tu pinta. Y gracias por enviar tropas para rescatarnos. Si
hay algo que pueda hacer para devolverte el favor, no tienes más que pedirlo.
Los ojos del rey se pusieron rojos de lujuria mientras estrechaba la mano de la joven y
empujaba a Bill a un lado con el hombro.
- Hay una cosa - dijo con voz ronca.
- Arturo, tienes que presentarme a estas personas.
Las palabras eran normales, aunque cargadas de sombría amenaza. El rey soltó la
mano de Meta como si se tratara de un hierro al rojo, se volvió e hizo una reverencia.
- Ginebra, mi reina, ¿qué hacéis aquí, tan lejos de vuestros aposentos privados?
- Mantener mis ojos sobre vos. - Mantuvo también los ojos sobre Bill, mirándole de
arriba abajo y sonriendo.
- Yo soy Bill y ésta es Meta - le dijo a la encantadora pelirroja.
- Es un placer, reina - dijo Meta, falsamente -. Cuando nos conozcamos mejor tiene que
decirme quién le tiñe el cabello...
- ¡Escuchadme, todos los aquí presentes! - dijo en voz alta Arturo, a toda velocidad,
antes de que las cosas se desmandaran más -.
- Estamos reunidos aquí para dar la bienvenida a nuestros huéspedes, salvados
recientemente de las manos paganas. Bienvenidos sean también sir Lancelot, sir Gawain,
sir Mordred... - y así continuó durante mucho rato.
Para no ser menos, Bill presentó a su grupo con nombres, rangos, números de serie y
todo. Después de aquello tuvo lugar una gran profusión de apretones de manos, y Bill se
sintió más que contento de coger el vaso de vino que le trajo un camarero. Seguidamente
se hicieron una serie de brindis, y para aguantar el vino se sirvieron dulces, que resultaron
ser gorriones escarchados con azúcar; aquello no habría sido del todo malo si antes se
hubiesen tomado el trabajo de quitarles las plumas. Luego los caballeros se marcharon
pesadamente a quitarse las armaduras, y las damas se retiraron a empolvarse la nariz.
Los prisioneros liberados se dejaron caer en las sillas que rodeaban la enorme mesa
redonda y que había sido puesta contra la pared durante la celebración. Arturo golpeó la
mesa con el puño de su daga.
- La reunión dará comienzo. Nuevos amigos de armas, no por casualidad nos reunimos
aquí, hoy. Merlín os hablará de lo que ha acontecido, de lo que acontece y de lo que
acontecerá en el futuro. Merlín.
El sonido de los aplausos se desvaneció cuando Merlín se puso de pie.
- Poned atención - dijo Merlín, con un ligero acento galés -. El buen rey Arturo se las ha
arreglado bien, y más que eso, con las pestilentes legiones romanas. Este reino funciona
bien, los impuestos afluyen a nuestras arcas y algunas cabezas de servidores ruedan
cuando los impuestos se retrasan... pero así es el feudalismo, ¿o no? Aunque me estoy
apartando del tema. Si no tuviéramos la interferencia exterior, podríamos cultivar el maíz,
partir algunos cráneos en los torneos, los campesinos se mesarían de los cabellos y todo
estaría en armonía con el Universo. Pero no ocurre así. Cada vez que las cosas parecen
funcionar bien, vuelven a aparecer las legiones. Disparan sus catapultas y ballestas y en
general hacen el imbécil hasta que se cansan y se vuelven a casa. Todo lo cual está bien
para ellos. Supongo que mantiene su economía simplista en funcionamiento, pan y circo y
toda esa porquería. ¿Pero qué ocurre con nosotros? Los impuestos suben y tenemos que
comprar más aceite para hervir. Las obras de puentes y conventos tienen que detenerse
cuando transportamos los bloques de piedra hasta aquí para reparar la muralla. ¿Y sabéis
cuánto tiempo hace que esto está ocurriendo? Desde los albores de la historia, desde
entonces.
- Y pronto acabará, pues así lo he jurado.
- Bien, Arturo, acabará, seguro... ¿donde estaba?
La interrupción había apartado a Merlín del melifluo ritmo de su discurso. Se echó un
buen trago de aguamiel, tarareó unos cuantos compases de Hombres de Harlech para
aclararse la garganta, y consiguió reunir renovado entusiasmo. Su voz bramó hasta hacer
temblar las repisas.
- ¡Pero no más! Arturo, el rey, como acaban de oír, está hasta la coronilla de esta
situación. Han sido enviados espías. Los que no han sido descubiertos y crucificados, han
vuelto. He aquí lo que descubrieron.
El silencio se hizo más profundo, todos los ojos estaban ahora sobre él, incluso los de
Arturo; este último ya había oído antes la historia, pero aún estaba hipnotizado por las
mágicas palabras de Merlín. Meta, con la nariz bien empolvada, se deslizó a través de la
puerta y se reunió con los otros. Tras otro trago de aguamiel, Merlín arrancó nuevamente.
- Son todos ellos unos paganos, pero esto siempre lo hemos sabido. Leen el futuro en
las entrañas de las cabras, queman incienso para complacer a Mercurio y Saturno,
buscan la fertilidad mediante sacrificios a Minerva, rinden honores a Júpiter y al resto de
esos bodrios del Panteón. Pero, jóvenes, yo os pregunto, ¿cuál es el dios que falta? En
vuestros ojos no veo más que desconcierto, lo cual indica o mala memoria o una pésima
educación clásica. Yo os lo diré. ¡Marte es el que falta!
Todos aplaudieron sonoramente al oír aquello, sin saber muy bien por qué, excepto
que parecía ser de suma importancia para Merlín. Luego se echaron rápidamente al
coleto unos tragos de vino, mientras el mago continuaba.
- Marte, dios de la guerra. Ciertamente de gran importancia para esa tribu guerrera. Mis
espías fueron demasiado gallinas como para penetrar más profundamente en su país,
como para seguir al centurión cuando tomaron el camino secreto a través de las
montañas. Pero yo mismo les seguí, pues ¡no hay ningún secreto demasiado oculto para
Merlín! Disfrazado de viejo con una gran barba gris, corrí tras ellos hasta que lo descubrí,
pasada la colina más lejana, hasta el borde del barranco donde acaba la meseta... ¡allí lo
encontré!
- Lo mejor viene ahora - dijo el rey Arturo, con los ojos brillantes y los dedos apretando
el puño de su espada a causa del entusiasmo.
- ¿Sabéis qué fue lo que descubrí? Oslo diré. ¡El templo de Marte! Tallado en la roca
sólida, con columnas de mármol, con un dintel adornado con figuras y un altar emplazado
ante él, donde depositar los sacrificios y ofrendas. Y los oficiales mismos llevaron las
ofrendas, mientras que no se veía legionario alguno a la vista, lo cual os dará una idea de
cuán secreto e importante era todo aquello. Una vez hechos los sacrificios, retrocedieron
casi con miedo... y tenían condenadas buenas razones para hacerlo desta guisa.
»Cayó la noche a pesar de que aún era de día. El trueno retumbó y el rayo restalló.
Luego, un resplandor extraño llenó el aire y pudo verse que las ofrendas habían
desaparecido. Luego, con un eco muy impresionante Marte habló. Y os aseguro que
aquello ponía de punta los cabellos de la nuca y vaciaba las vejigas. Pero Marte no se
contentó con un par de profecías o con dar el parte meteorológico. ¡Ese imbécil celestial
les ordenó volver a comenzar la guerra! Es de allí de donde provienen todos nuestros
problemas. Esos legionarios haraganes y corpulentos centuriones son más que felices
sentándose en el circo, arrojando esclavos a los leones y emborrachándose con vino
barato. Pero, ¡ah, no!, eso no es lo bastante bueno para Marte. Haced la guerra, dice él;
construid catapultas, aumentad las tropas, invadid...
Merlín estaba tan arrebatado que comenzó a espumajear y temblar. Meta se lanzó a
auxiliarlo y, con la ayuda de Bill, le instalaron nuevamente en la silla y le echaron en la
boca un trago de aguamiel. Arturo asintió con feroz comprensión.
- Así es, en resumidas cuentas. Debemos combatir con los dioses paganos si
queremos vernos libres de esta interminable guerra.
- No es mala idea - asintió Praktis -. Y usted cuenta con las tropas necesarias para ello.
Caballería acorazada, ataque repentino, se rodea al ejército enemigo. ¡Bum! Misión
cumplida.
- Ojalá fuera así, poderoso almirante. Pero no es el caso. Mis intrépidos caballeros se
acobardan ante los dioses y buscan refugio bajo sus lechos.
Merlín se había recuperado y asintió con furia.
- Mentecatos supersticiosos, eso es lo que son. Llenos de nobles palabras:
«¡Entregaría, sin dudarlo, mi vida por mi señor!». ¡Sí, sí, culos flojos! Un solo rayo del
templo bastaría para hacerles correr un estadio. ¡No busquéis ayuda por ese lado, pues
sólo cobardía y temblores hallaréis, a pesar de que les ofrecí también absoluta protección
religiosa!
Merlín cogió un saco de piel y vació su contenido en la mesa redonda.
- ¡Mirad esto! Ajos por toneladas. Más cruces de las que podrían hallarse en una
docena de monasterios. Crucifijos llenos de agua bendita. Reliquias a carretadas, huesos
de santos por sacos, un trozo de la Santa Cruz, agua achicada del Arca... de todo. ¿Y qué
responden ellos cuando les muestro todo esto? Creo que tendría que haberles hecho
firmar un juramento previamente. Ninguno de ellos quiere ir... ni siquiera el rey.
- De buen grado marcharía a la gesta de no retenerme la pesada responsabilidad del
oficio de reinar. Mucho pesa la testa que lleva la corona.
- Sí, claro - murmuró Merlín, lejos de dejarse convencer por la farsa pero teniendo
sumo cuidado de no cometer un delito de lesa majestad -. Bien, ¿dónde estamos?
Tenemos delante una amenaza para el reino, identificada, localizada y preparada para ser
destruida. ¿A manos de un anciano? Debéis de estar de broma. Tengo poderes, sin duda,
pero necesito músculos y algunas hachas de batalla detrás de mí.
- Que es donde intervenimos nosotros - dijo Bill, consciente ahora de que su rescate no
había sido una acción tan altruista.
- Vos habéis estado espiando mis cartas. Os vi aterrizar a través de mi telescopio... es
decir, mi espejo mágico. Os trajo un dragón volador y, al ser yo galés, aprecio
grandemente eso. Yo dije, mi rey, ésos son los hombres duros que necesitamos.
Extranjeros que no teman a los dioses. - Se detuvo y les miró penetrantemente -.
Vosotros no sois supersticiosos, ¿verdad?
- Yo soy un fundamentalista de la religión de Zaratustra - dijo Bill, humildemente.
- Continuemos con esto - gruñó Praktis -. Escuchemos la propuesta y zafémonos
después.
- No hay más qué decir. El buen rey Arturo os libró de las legiones. Seréis armados y
me seguiréis hasta el templo de Marte donde le sobornaremos con una o dos ofrendas.
- Suena bastante simple - se burló Cy -. ¿Pero qué ocurrirá si no vamos?
- Fácil. Iréis... de vuelta al circo. Y nosotros donaremos algunos leones hambrientos
para los festejos.
- Alegrad los ánimos - aconsejó el rey Arturo, animándose -. Y se os hace saber que
vuestra lista de honores crecerá muy pronto. De hecho habrá uno o dos nombramientos
de caballero, y quizá un galón y un nombramiento de CBE os aguardan en el futuro.
Ellos se sintieron menos que impresionados por la generosidad de la oferta.
- Nos gustaría discutir este tema entre nosotros - dijo Meta.
- Por supuesto. Tomaos vuestro tiempo. Tomaos toda una hora - Merlín puso sobre la
mesa un reloj de arena y le dio la vuelta -. La elección es vuestra. Una excursión al
templo, o la vuelta al espectáculo.
22
- Siempre es la semana de joder al compañero - dijo patéticamente Bill sorbiendo por la
nariz.
- Fue por el perro... Si tan sólo no le hubiera silbado al perro - gimoteó el capitán Bly.
- Me apetece un poco de droga - susurró Cy.
- En la granja es época de cosecha - lloriqueó Wurber.
Meta torció los labios de asco y Praktis asintió.
- Si aún estuviera al mando sacaría a este grupo miserable muy rápidamente de su
depresión. Pero al ser ahora uno más de ustedes, todo cuanto puedo hacer es sugerir que
dejemos de llorar sobre la leche derramada y busquemos una forma de salir de ésta.
Miró por la ventana en busca de socorro, pero allí sólo vio una caída en picado hasta
las rocas de abajo. Meta lo intentó con la puerta, pero Arturo le había echado llave tras de
sí al salir.
- ¿Y por qué no hacer lo que acaban de pedirnos? - dijo animadamente Bill, y luego se
agachó atemorizado bajo la barrera de iracundas miradas de furor -. Escuchen... déjenme
terminar antes de matarme con la mirada. Iba a decir que no hay una forma fácil de salir
del castillo; y si la hubiera, tendríamos todavía el problema de las legiones. Así pues,
llevamos adelante este plan estrafalario. Tomamos las armas y todo eso y nos deslizamos
fuera de aquí... junto con el anciano galés.
- Le escucho alto y claro - canturreó Praktis -. A partir de este momento usted será
conocido como teniente Bill. Nos alejamos bien del castillo y las legiones, le damos un
buen golpe en la cabeza al viejo... ¡y luego nos alejamos, armados y libres!
Se oyó un ruido sordo cuando el último grano de arena cayó en el interior del reloj de
arena y, en ese mismo instante, la puerta chirrió al abrirse. El rey Arturo entró.
- ¿Qué habéis decidido?
- Hemos decidido que sí - dijeron.
- Si morís, habrá sido por la más noble de las causas. ¡Lleváoslos a la armería!
Les pusieron armaduras, cotas de malla, yelmos, alabardas, puñales, ballestas,
espadas, escudos y tubos de desahogo.
- No puedo moverme - dijo Bill con voz amortiguada dentro de su yelmo.
- Siempre que el brazo vuestro que maneja la espada esté libre, no importa - dijo el
armero, martilleando un remache suelto en el yelmo de Praktis.
- ¡Me he quedado sordo... deje eso! - aulló el almirante, dando un paso atrás y cayendo
pesadamente al suelo -. No puedo levantarme.
- Siendo que no estáis acostumbrados a la armadura, sería apropiado aligeraron un
poco - dijo el armero, haciéndole una señal a su ayudante -. Quítales algo de peso para
que puedan moverse.
Después de que les hubieron quitado alrededor de una tonelada de armadura de
encima, pudieron caminar con facilidad, aunque chirriaban. El viejo aceite de siempre
solucionó aquello, y estaban bebiendo un poco de vino para el viaje cuando Merlín,
armado de forma similar, entró a lomos de un burro.
- ¿Nosotros también tenemos que montar? - preguntó Bill.
- Iréis en el coche de San Fernando, muchacho; es bueno para el tono muscular.
Saldremos por el túnel secreto que da a las colinas que están más allá de las legiones
atacantes.
- Suena fantástico - dijo Praktis y todos se dirigieron frenéticos guiños y rieron entre
dientes tapándose la boca con la mano cuando Merlín volvió la espalda.
Les entregaron antorchas encendidas, se abrió una puerta barrada, y todos siguieron al
mago por el húmedo túnel en el que goteaba agua. Era un túnel largo. Les pareció que
estarían caminando a trompicones por el resto de la eternidad en aquel aire viciado que
cada vez olía más a humedad, mientras las antorchas iban apagándose una tras otra.
Cuando la última antorcha se puso a parpadear, a punto de apagarse, Praktis se dirigió a
Merlín.
- Es una pregunta tonta la que voy a hacerle, ya lo sé... pero cuando esta antorcha se
extinga, ¿cómo vamos a hallar el camino?
- No temáis... pues Merlín es un mago. La antorcha se extingue, pero yo tengo esta
bola mágica de cristal para iluminar las tinieblas. ¡Abracadabra!
Sacó una esfera de la bolsa que llevaba delante de sí, y la sostuvo en alto. Se iluminó
débilmente, para encenderse luego, cuando él la sacudió. Bill la miró de cerca, y luego le
susurró a Meta:
- Un poco de magia. Tiene un viejo y gastado globo para peces lleno de luciérnagas.
- ¡Lo he oído! - gritó Merlín -. Pero es más de lo que tenéis vos, fisgón, y nos sacará de
aquí.
Finalmente apareció el extremo del túnel, y salieron a un umbroso claro, lleno de tropas
del rey Arturo.
- Una guardia de honor - dijo Merlín sonriendo de forma afectada -. Para asegurarse
que todos vosotros hacéis lo que es honorable y no intentáis ausentaros antes de que
lleguemos al templo de Marte.
La respuesta que le dieron fue sólo silencio y sombrías miradas. Él cacareó con seniles
carcajadas y marchó en cabeza. Los reticentes voluntarios siguieron al mago y los
soldados siguieron a estos últimos. Caminaron durante todo el día a través de bosques,
cañones boscosos, lechos de ríos secos, a lo largo de arroyos borboteantes y a través de
pies de montañas erosionados por los glaciares. Fue una marcha larga y calurosa, al final
de la cual se dejaron caer, agradecidos, sobre la blanda hierba de un prado mientras el
sol desaparecía de la vista.
- Tengo sed - dijo Cy.
- El agua está en aquel arroyuelo - dijo Merlín señalando en la dirección del mismo -.
Cinco guardias irán con vos.
- ¿Cuándo comemos? - preguntó Bill.
- Ahora. Sargento, pasadnos las galletas.
Cada galleta tenía grabado ABC en la parte superior; la sigla significaba Avalon Bread
Company y debía de haber sido estampada antes de que la hornearan, recocieran,
petrificaran o lo que fuese; porque aún no había crecido el diente en la mandíbula no
nacida que pudiera morder aquellas galletas avalonianas. Tenían que ser machacadas
entre dos rocas, rocas duras porque las que no lo eran se rompían antes que las galletas.
Todos los pedazos que saltaban hechos astillas podían convertirse en comestibles si se
los remojaba en agua. Murmuraron, machacaron y le echaron furiosas miradas a Merlín
que comía cisne asado frío y lo remojaba con vino de Madeira dulce.
Marcharon de esta guisa durante dos días hasta entrar en un valle oscuro y ominoso.
En la roca había una grieta gigantesca que parecía abierta por un hacha enorme. El valle
goteaba agua proveniente de fuentes escondidas y las paredes de piedra estaban
cubiertas por fétidos líquenes.
- Este valle recibe el pintoresco nombre local de Descensus Avernus, que puede ser
aproximadamente traducido por «irás y no volverás».
- ¡Compañía... aaaltó! - ordenó el comandante de los guardias -. ¿Adónde conduce
este valle, noble mago?
- Hasta el templo de Marte va.
- ¡Por todos los dioses! En tal caso, aquí permaneceremos y vuestra retaguardia
guardaremos. ¡Marchad con nuestras bendiciones!
- Gracias. Me sorprende haber podido traeros hasta tan lejos. Esperad aquí, entonces,
nuestro regreso. Y, post scriptum, si yo no regreso con éstos y vuelven solos, podéis
usarlos como blanco para vuestros arqueros.
- ¡Ciertamente, se hará como decís!
Merlín bizqueó mirando al cielo.
- Un par de horas aún, antes de que se haga de noche. Acabemos con esto. Tomad.
Entregó a los de abajo un pesado saco que había estado atado a la parte trasera de la
silla de montar.
- ¿Qué es esto? - preguntó Meta, mientras lo sopesaba.
- Las protecciones religiosas que os mostré.
- Déjeselas a estos acobardados reclutas - dijo Praktis, a quien la superioridad le
goteaba de las puntas de los dedos -. Puede ayudarlos a mantener alta la moral.
- Si vos lo decís. Pero antes... - Merlín rebuscó en el saco y extrajo una cruz, una
estrella de seis puntas, una media luna y un diente de ajo -. Yo no soy supersticioso, pero
no hace ningún daño hacer apuestas compensatorias. Adelante.
Le siguieron lentamente en un sombrío silencio hasta que un recodo del cañón los llevó
fuera del campo visual de los soldados.
- Detengámonos aquí - dijo Praktis y todos pararon.
- Yo no he ordenado un alto - dijo Merlín.
- Pero yo sí. Si vamos a continuar con usted, y mirando lo abrupto de las paredes de
roca yo diría que tenemos pocas alternativas, dígame, ¿cuál es su plan de acción?
- Ir al templo.
- ¿Y luego?
- Llamaremos a Marte para que aparezca y acepte nuestros regalos y ofrendas.
- ¿Qué regalos y qué ofrendas?
- Todas esas galletas que ustedes han estado aporreando. No sirven para nada más.
Entonces, cuando recoja nuestros regalos, le pondremos de nuestra parte, tras lo cual
dejará de emitir órdenes de guerra. Simple.
- Estúpido - dijo Bill -. ¿Por qué iba a hacer eso Marte?
- ¿Y por qué no? Los dioses siempre están interfiriendo en los asuntos de los hombres.
Todo depende de quién los soborna primero.
- No estoy interesada en esta conferencia de teología comparativa - dijo Meta -. La
humedad se está metiendo en mi cota de malla y me voy a quedar tiesa de herrumbre si
no nos movemos. Toda esta charlatanería no está consiguiendo absolutamente nada.
Encontremos el templo y toquemos luego de oído. Movámonos rápido.
Se movieron. Y cuando lo estaban haciendo les llegó, desde la grieta que continuaba
montaña adentro delante de ellos, el resonar de tambores y el toque de cornetas.
- ¡Escuchen! - dijo Bill -. ¿Qué es eso?
- El templo de Marte - entonó Merlín -. ¡Preparaos a cumplir con vuestro destino!
Continuaron adelante, cada vez más lentamente, con las manos en los puños de las
espadas, los dedos aferrando las dagas y las mazas de pinchos. ¿Pero de qué servirían
las armas físicas contra el poder de los dioses?
¡La música marcial sonó más fuerte... y allí estaba! Una última curva del valle les
descubrió el blanco mármol del templo. Ante él estaba el altar de las ofrendas y tras éste,
los escalones del altar que conducían a la tenebrosa abertura del sancta - sanctorum.
Caminaron en silencio, sobre las puntas de los pies, como si temieran molestar al dios
que habitaba el templo, acercándose lentamente al altar de mármol. Este último estaba
vacío, a excepción de los excrementos de los pájaros y un corazón de manzana viejo.
- Las ofrendas - susurró Merlín mientras descendía crujiendo de la silla de montar -.
Sobre el altar.
Cuando las galletas cayeron sobre el manchado mármol, la música se detuvo
instantáneamente. Y ellos también, congelados por la aprensión cuando la oscuridad de la
entrada del templo cambió, retorciéndose a causa de algún movimiento, y una nube negra
avanzó bullendo. Se oyó el ruido de unos cascos y el burro se alejó corriendo. ¡Entonces
les llegó la voz! No hablaba, sino que tronaba como una tormenta que estallara y saliera
del templo.
- ¿QUIÉN VIVE? ¿QUÉ MORTALES SON ÉSOS QUE SE ENFRENTAN A LA IRA DEL
GRAN MARTE?
- Merlín, el mundialmente famoso mago de Avalon.
- TE CONOZCO, MERLÍN. ERES AFICIONADO A LAS ARTES ARCANAS Y CREES
CONTROLAR LOS PODERES DE LAS TINIEBLAS.
- Es mi pasatiempo, gran Marte. También voy a la iglesia cada domingo. Ahora, yo y
mis camaradas hemos venido a rendiros honores, traeros magníficos regalos y suplicar
vuestro divino auxilio para nuestro empeño...
- ¡MAGNÍFICOS REGALOS! - aulló la imponente voz -. ¡ESTAS GALLETAS
INCOMESTIBLES TE ATREVES A PONER ANTE MARTE!
Una gran ráfaga de viento sopló desde el interior del templo, haciendo volar las galletas
que golpearon contra el suelo.
¡Y eso no fue todo! La nube y la oscuridad ondearon y tronaron, inyectadas ahora por
los fuegos del infierno, y en su lóbrego centro un rostro adquirió forma. Feo y ceñudo,
llevaba un casco con un pincho en la parte superior y calaveras por toda su superficie.
Cuando Marte abrió la boca para gritarles, pudieron apreciar que los dientes tenían el
tamaño y forma de lápidas.
- RECHAZO VUESTROS INSIGNIFICANTES E INCOMESTIBLES REGALOS. OS
ARRIESGÁIS A MORIR POR VUESTRA TEMERIDAD...
- ¿Qué os parece esto, entonces?
Merlín sostuvo en alto un lingote de oro que acababa de sacar de su bolsa y que
destelleaba con los estallidos de los relámpagos.
- ¡ESO ESTÁ UN POCO MEJOR! - retumbó Marte -. PONLO EN EL ALTAR. ¿HAY
MÁS EN EL SITIO DEL QUE VIENE ÉSTE?
- Ciertamente. He aquí un broche de plata y perlas para la capa de un caballero, un
portaligas de diamante para una dama que lo tenga todo, una elegante aguja de corbata
engarzada con rubíes y adularias.
- ADULARIAS, BIEN. A DIANA LE GUSTARÁN.
- Me alegro de que el gran Marte se alegre. Por este motivo, os pido una merced.
- HABLAD. ¿QUÉ ES LO QUE DESEÁIS?
- Es simple, una cosa pequeña. Detened la guerra. Enviad a las legiones de vuelta a
sus cuarteles.
- ¿QUÉ ES ESTO, MORTAL? ¿PEDIRLE A MARTE, DIOS DE LA GUERRA, QUE
DETENGA LA GUERRA? ¡NUNCA!
Un rayo salió disparado de la boca de Marte y estalló a los pies del grupo, abriendo un
humeante agujero en el suelo. Se tiraron hacia los lados mientras Marte hacía estallar su
ira por encima de ellos.
- DEBERÍA DESTRUIROS TAMBIÉN A VOSOTROS CON MIS DIVINOS RAYOS. LA
GUERRA CONTINUARÁ. MARCHAOS... O MORIRÉIS. COMO PAGO POR VUESTROS
REGALOS OS CONCEDO LA VIDA. NADA MÁS. ¡ALEJAOS!
Cuando el rayo golpeó, Bill ya se había lanzado en busca de refugio y se había pegado
contra la pared del templo. La entrada estaba obstruida por la turbulenta niebla que no era
tan espesa en el interior. Bill avanzó arrastrándose, asomó la cabeza por el otro lado de la
columna, y miró. Luego miró mucho más. Tan sólo cuando se sintió él mismo mirado, se
arrastró para reunirse con los otros.
- Gran Marte - imploró Merlín -. Si no ponéis fin a la guerra... ¿qué tal un alto al fuego
hasta que la cosecha haya sido recogida?
- ¡NUNCA! - Un relámpago llameó y estalló alrededor de él -. ¡ALEJAOS AHORA O
MORIRÉIS! LA CUENTA ATRÁS PARA LA DESTRUCCIÓN HA COMENZADO. NUEVE...
OCHO... SIETE...
- ¡Te hemos oído, Marte, no hay problema! - gritó Bill -. Nos volvemos valle abajo. Me
alegro de haberte conocido. Adiós.
Merlín vaciló pero los demás se alegraron de marcharse. Hasta que Bill les hizo señas
de que se echaran al suelo, se puso un dedo en los labios para indicar silencio, y regresó
reptando a lo largo de las paredes del templo.
- Está chiflado - dijo Praktis.
- ¡Cállese y mire! - dijo Meta reforzando sus palabras con un afilado codo en las
costillas del almirante.
¡Ahora Bill estaba en la entrada del templo... donde se puso de pie y la atravesó
andando! Les hizo señas de que le siguieran. En silenciosa reptación recorrieron el
reptante camino; mientras, Marte tronaba y aullaba.
- ¡CUATRO... TRES... ¡Y YA OS HABÉIS MARCHADO! Y NO VUELVAS, MISERABLE
MERLÍN, NI NINGUNO DE VOSOTROS, SUS SECUACES. ¡SÓLO LA MUERTE, A
MANOS DEL GRAN MARTE, OS AGUARDA AQUÍ!
Bill caminó hacia el interior del templo y los demás le siguieron.
- Mirad - dijo -. ¿Queréis tan sólo mirar eso?
23
El interior del templo había sido toscamente vallado en la roca, en la que aún se veían
las marcas de los martillos picadores y los cinceles. Los ángulos estaban llenos de telas
de araña y el suelo lleno de hojas muertas. Elegante, no lo era. Justo al lado de la puerta
había un generador de humo que bombeaba humo, el cual se elevaba en el aire formando
una densa nube. La imagen del rostro de Marte era proyectada en la nube por un
proyector de cine que estaba detrás de ella. Su voz resonaba y reía desde unos altavoces
gemelos marea Wharfdale, a los que completaban dos altavoces de baja frecuencia y dos
de alta frecuencia.
- ¿Jo, jo, jo! - tronaban los altavoces.
- ¿Qué demonios está ocurriendo aquí? - preguntó Praktis, mirando asombrado aquel
equipo.
- Una farsa es lo que está ocurriendo aquí - dijo Cy -. El gran dios Marte no es más que
un saco de trucos electrónicos. ¿Pero quién aprieta los botones?
Bill señaló una alcoba cubierta por una cortina en la parte de atrás del templo, y todos
sonrieron malévolamente, sacaron las espadas y caminaron de puntillas hasta ella.
- ¿Preparados? - susurró Bill, y todos asintieron con rencor -. ¡Entonces... allá vamos!
La cortina oscura estaba montada sobre un riel, igual que una cortina de ducha. De
hecho, era una cortina de ducha según advirtió Bill cuando la corrió a un lado. Se
quedaron mirando el interior con ojos saltones... y las espadas cayeron lentamente a los
lados de cada uno.
Porque detrás de la cortina había un tablero de mandos con cuadrantes, una pantalla
de televisión, y palancas metálicas que se proyectaban en el aire.
- ¿Jo, jo, jo! - dijo por el micrófono el hombrecillo calvo, y detrás de ellos tronó la voz
amplificada de Marte.
- Jo, Jo, Jo!
- También tenemos para usted un poco del viejo jo, jo, jo, - dijo Bill.
- En un momento estoy con ustedes - murmuró el hombre mientras manejaba
febrilmente las palancas -. El maldito generador de humo no quiere apagarse... ¡Arrrrgh!
El hombre arrrrgheó con sorprendido horror al darse cuenta de que ya no estaba solo.
Se volvió sobre sí mismo, cayó hacia atrás sobre el tablero de control, con los ojos
desorbitados, jadeó de susto y se agarró el pecho.
- ¿Quiénes... - gorgoteó -, son ustedes?
- Eso es divertido, abuelo - dijo Praktis -. Nosotros estábamos a punto de hacerle la
misma pregunta.
- Pedazo de brutos - dijo Meta pasando junto a ellos y cogiendo al anciano por un brazo
-. ¿No se dan cuenta del mal aspecto que tiene? ¿Quieren provocarle un ataque al
corazón? Tranquilo, tranquilo, tómeselo con calma. - Acercó una silla de madera que
estaba junto al tablero de control y le acomodó en ella -. Siéntese. Nadie va a hacerle
daño.
- Eso es discutible - dijo Merlín, adelantándose a zancadas con la espada en alto -. ¡Si
él es la voz de Marte, es él el estúpido que ha estado causando tantos problemas a
Avalon!
Bill tendió una mano y le pellizcó a Merlín el hueso de la risa. El mago chilló y la espada
calló de sus dedos entumecidos.
- Obtengamos unas cuantas respuestas a unas cuantas preguntas antes de que las
espadas comiencen a silbar - dijo, y luego se volvió hacia el hombre que estaba en la silla
-. Explíquese. ¿Quién es usted y qué está haciendo aquí?
Tenía que llegar, algún día, yo estaba seguro - murmuró el hombre -. De alguna forma,
me alegro de que al fin haya acabado. El subir esos escalones me estaba matando. -
Levantó unos ojos húmedos hacia Meta -. Sobre el tablero de control, querida, si no le
importa. Brandy. Sólo un poco en el vaso.
Al beber, el color volvió a su rostro. Luego tuvo un momento de respiro antes de volver
a encararse con sus captores, porque los captores estaban pasándose la botella de uno a
otro y echándose el contenido al coleto. Para cuando llegó a Merlín, había
aproximadamente un solo trago en su interior; el mago frunció el ceño y la vació, tras lo
cual la arrojó a un lado.
- ¡Explicaos, lacayo!
- Mi nombre no es lacayo. Soy el mago de Zog.
- Ah, sí, muchacho, y yo soy el mago de Avalon. Continuad. - Es una larga, larga
historia.
Tenemos todo el tiempo del mundo. ¡Hablad!
Él habló:
LA HISTORIA DEL MAGO DE ZOG
«Todo esto aconteció hace mucho, mucho tiempo. Por lo menos, siglos. Encontré el
libro de navegación, pero las entradas eran todas muy antiguas; al no disponer aquí de un
calendario ni de cambios estacionales dignos de mención, es difícil mantener la noción del
tiempo. Pero me las he arreglado para reunir los trozos de la historia a través de lo que
me contó mi padre y lo que leí en el libro de navegación de la nave espacial. Una nave de
emigrantes, según puedo colegir, la SS Zog que llevaba colonos a mundos distantes.
Hubo problemas a bordo, aunque los detalles no están claros, alguna tragedia. Quizás
hubo un motín, o se acabó la cerveza, o reventaron los lavabos, o todo a un tiempo. Hay
oscuras pistas de extraños acontecimientos. En cualquier caso, la Zog fue desviada y
aterrizó en este planeta. Estaba destinada a no partir jamás, y, como pueden ver, los
colonos permanecieron aquí hasta el día de hoy.
»Hubo problemas desde el principio. El capitán de la nave se llamaba Gibbons, y yo
soy descendiente suyo pues también me llamo Gibbons. El capitán quiso organizar a los
colonos a su manera, pero el primer oficial, un tipo malvado de nombre Mallory, no quiso
que así fuese. Él tenía sus propias ideas acerca de cómo debía organizarse una sociedad
civilizada. Reunió a sus seguidores y se marchó al otro lado de la meseta, donde fundó
Avalon.
»Mi abuelo se alegró de verlos marchar, según lo que está escrito en el libro de a
bordo. Basura medieval, denominaba a aquella cultura, muy lejana de las glorias de
Roma. Los seguidores suyos se asentaron en este lado de la meseta y medraron en un
clima saludable. También hay algo escrito en el libro, apenas legible ahora, acerca de un
tercer grupo que se fue más allá de la meseta. No querían tener nada que ver con
ninguno de los dos grupos y se fueron a la meseta cuartodebañina; no se ha vuelto a
saber de ellos desde entonces.
»Y así han continuado las cosas a través de los siglos. El capitán Gibbons sabía que
las complicaciones de la ciencia y la tecnología no eran necesarias para una sencilla
sociedad agraria, por lo que se retiro a este lugar para desempeñar sus cargos. Se
construyó el templo de Marte, se instaló secretamente todo el equipo, y así han
funcionado las cosas a través de las edades. Las legiones romanas se dedican a sus
cosas, los avalonianos a las suyas, y el omnipresente Marte observa y mantiene el
orden.»
Cuando Zog Gibbons acabó de hablar, se hizo un profundo silencio mientras los otros
digerían sus palabras... y el brandy. Luego fue Merlín el primero en romper el silencio.
- Aprecio la clase de historia. Pero no aprecio en lo más mínimo que mantuvierais la
guerra en activo. ¿Por qué?
- ¿Por qué? ¿Usted me pregunta por qué?
- Sí - dijeron todos a coro.
Zog comenzó a levantarse de la silla pero le empujaron de vuelta al asiento. No había
escapatoria posible. Suspiró profundamente y habló.
- Por supervivencia supongo, y por la vida fácil. Y por jugar al dios. Es un rollo fácil éste
de lanzar rayos y darle órdenes a todo el mundo que te rodea. Es mejor que trabajar para
vivir. Los sacrificios incluyen los mejores vinos, costillares de cordero asados, ratones en
miel, de todo. Me gusta eso. También me gusta hacer que la guerra continúe. Si no lo
hubiera hecho así, alguien se habría dado cuenta de lo que estaba ocurriendo. Hubiera
habido paz y prosperidad para todos; y progreso. ¡Ah, cómo odio esa palabra! El progreso
es lo que causó todos los problemas de la humanidad. Mi ancestro, el capitán Gibbons, se
mostraba inflexible al respecto. He leído su obra y estoy de acuerdo con cada una de sus
palabras. Con el progreso vienen los políticos el aumento gradual de los impuestos sobre
la renta, las agencias de publicidad, la liberación de la mujer, la contaminación, todas las
cosas que hacen de la vida moderna algo tan horrible. Es mejor la edad dorada de Roma.
¡Aquí no habrá declinación ni caída!
- Estoy comenzando a pensar que este tío está chiflado - dijo Praktis.
- No le menosprecie... es un buen farsante - dijo Cy, y señaló un grueso cable que
corría a lo largo de la pared -. ¿Es éste su cable de alimentación?
Zog asintió.
- Y enormemente precioso, también, a pesar de que el voltaje baja constantemente. Me
llevará un mes entero recargar las baterías después de haber disparado todos esos rayos.
Y todo por culpa de ustedes, que se mezclan insensatamente en los asuntos de otras
personas.
- Antes de que nos pongamos demasiado sensibleros - gruñó Merlín -, recordemos
quién es el principal elemento de por aquí que se mezcla en los asuntos de otras
personas.
- Lo que a mí me interesa, más que los asuntos de otras personas - dijo Bill -, son los
asuntos eléctricos. ¿De dónde viene la electricidad, y hasta dónde va ese cable eléctrico?
- Acaba de quitarme las palabras de la boca - dijo Cy.
Zog se puso trabajosamente en pie.
- Síganme - dijo -, y todo será revelado.
Salió del templo arrastrando los pies, y Praktis los arrastró justo detrás de él,
manteniéndole firmemente agarrado por el cuello para asegurarse de que no arrastrase
los pies hacia Búfalo o algo parecido. El cable subía por la pared hasta unos gruesos
aisladores instalados en la sólida roca. Después salía del templo y describía una curva
para subir por el valle. Le siguieron hasta que el valle acababa abruptamente en un
barranco. El cable pasaba por encima del borde y desaparecía de la vista. Todos se
acercaron a él y se asomaron. Habían llegado al borde mismo de la meseta. La pétrea
pared descendía hasta el desierto que había abajo, las yermas arenas sin caminos, en las
que ahora había caminos. Junto a ellos se veía una escalera tallada en la roca que
descendía hasta el desierto, desde el pie de la cual un sendero se abría camino a través
del yermo territorio sin caminos; conducía directamente a la compuerta de una nave
espacial.
- ¡La SS Zog... aún está aquí! - jadeó Bill.
- Por supuesto que aún está aquí - gruñó Praktis -. ¿Dónde esperaba usted que
estuviera...?
- El primero que se mueva la recibirá entre los ojos - amenazó una voz detrás de ellos -
. Arrojen las espadas y vuélvanse, muy lentamente.
24
Arrojaron las espadas y se volvieron lentamente; vieron a un hombre joven que estaba
de pie en lo alto, sobre unas rocas, con la burla en los labios y una pistola en la mano.
- Esta es una pistola de iones - dijo -, y dispara un rayo de iones, mortal. Y hasta que
os hayan ionizado no sabréis lo realmente doloroso que puede resultar; uno se retuerce y
grita y desea estar muerto - terminó, haciendo una mueca de sádica expectación, y se
lamió los labios.
- ¿Quién demonios es usted? - preguntó Praktis.
- ¡Yo soy el tío que tiene la pistola de iones! - rió él, cruelmente.
- Ese es mi hijo, joven Zog - dijo el viejo Zog -. El heredero del templo, el Marte en
preparación - concluyó, aunque no sonaba muy entusiasmado acerca de ello.
- ¡Heredero, mi culo! - gritó joven Zog -. Estaré muerto a fuerza de esperar, para
cuando te jubiles. Y, post scriptum, papi, supongo que ya habrás advertido que la pistola
te apunta a ti también. ¡Te has dejado capturar, y ya no estás en forma para ser Marte! El
viejo Marte ha muerto. ¡Viva el nuevo Marte!
Escupió saliva al decir aquello, y el viejo Zog sacudió la cabeza que tenía baja.
- No eres adecuado para el trabajo, hijo mío. Ahora puedo admitirlo. Ése es el motivo
de que continuara después de pasada ya mi edad de jubilación. Eres demasiado
impetuoso e imprudente...
- ¡Puedes apostarlo! - gritó Joven Zog y apretó el gatillo, con lo que arrancó un trozo de
roca del borde del barranco -. ¡Se acabó, tíos! Aquellos de entre vosotros que sean
religiosos, pueden entonar una rápida plegaria al dios o dioses de su elección. ¡Luego,
comenzará la ionización!
- ¡Oh, siento que me desmayare de horror! - dijo Meta, cerrando los ojos y
desmayándose de horror, lo que produjo un fuerte chasquido cuando cayó al suelo.
- ¡Hijo mío, no digas esas cosas! Tú no matarás a estas personas inocentes.
- ¡Si lo haré, papá! Y a ti también. ¡Así que dime adiós y prepárate para reunirte con tus
ancestros!
Avanzó, levantó la pistola y apuntó. Pero antes de que pudiera apretar el gatillo, Meta,
campeona de judo de la AABSYTB durante tres años consecutivos, demostró sus artes de
judoca al hacerle una llave en un tobillo cuando él pasó por su lado. Él emitió un solo
chillido al sentir que le quitaban sus propias piernas de debajo del cuerpo, la pistola cayó
cuando le propinó un golpe en el brazo con el filo de la mano, y él cayó cuando le propinó
otro parecido en la mandíbula.
- Gracias, Meta - dijo Bill con gran sinceridad.
- Alguien tenía que hacer algo; vosotros, inútiles, os quedabais ahí, de pie, mientras
este maníaco estaba a punto de llevar a cabo la ionización.
- Es un pobre muchacho incomprendido - dijo Zog, que se adelantó y arrodilló junto a
su hijo.
- Ese chico está loco - declaró Praktis -. Átenlo antes de que vuelva en sí e intente
hacerse cargo otra vez de la situación. Yo guardaré esto. - Recogió la pistola de iones -.
¿Hay por aquí alguien más con los tornillos flojos, Zog? Ahora quiero la verdad.
- Mi hijo, mi único hijo, la niña de mis ojos - lloraba, mientras doblaba su capa y la
colocaba debajo de la cabeza de joven Zog, a modo de almohada -. Es culpa mía... lo
malcrié horrorosamente. Se le subió a la cabeza todo el poder que un día sería suyo; que
no lo será, no lo será...
- Oh, sí lo será - dijo una voz -. Todos ustedes, apártense de él. Contra la pared de
roca.
Mientras ellos no estaban atentos, la mujer de cabellos grises había subido los
escalones que tenían a la espalda, y ahora los apuntaba con un rifle de aspecto terrible.
- ¿Es eso un rifle de iones, señora? - preguntó Bill, amablemente.
- Puedes apostar tus dulces cuerdas vocales, hijito. Un solo roce en el gatillo y sale
disparada una voraz corriente de iones que lo destruye todo a su paso.
- Qué bonito - dijo Bill bajando la visera de su yelmo y avanzando hacia la mujer -. ¿Le
importaría dármelo antes de que alguien resulte lastimado?
- ¡Ése será precisamente usted, chaval, si da un paso más!
Bill dio el otro paso y los voraces iones salieron vorazmente. Meta gritó cuando el
cuerpo de él fue silueteado por el fuego por los iones, realmente voraces.
Dio otro paso, cogió el rifle de iones de manos de la mujer y lo lanzó por encima del
borde del barranco.
- ¡Estás vivo! - jadeó Meta.
- Debería estarlo - dijo Cy -, porque conoce la física mejor que usted. Los iones son
partículas con carga eléctrica. Golpea la armadura, y nosotros estamos conectados a
tierra. Simple.
Tan simple que no te vi dar un solo paso adelante.
- Soy un gallina - dijo el otro encogiéndose de hombros -. ¡Clooc!
- Mi esposa, Electra - dijo Zog.
- ¿Hay alguien más? - preguntó Praktis, mirando con ojos de miope en todas
direcciones, con la pistola preparada.
- Nadie más - sollozó Zog -. Habíamos deseado una familia numerosa, el sonido de
pequeños piececillos por la nave espacial. Pero no estaba del destino que así fuera. Si la
familia hubiera sido más numerosa, esto jamás habría ocurrido. La niña de sus ojos, su
único hijo, ahora puedo verlo con claridad, malcriado hasta el colmo por la madre...
- ¡Cúlpame a mí, viejo bastardo impotente! - chilló Electra -. Cuánto lamento el día en
que fui sacrificada a Marte. Si hubiera intentado convertirme en virgen vestal, sé que lo
habría conseguido. Pero no, dijo mi madre. Un mejor destino te aguarda, porque eres de
noble cuna...
- Basta ya - sugirió Praktis -. Continúen con sus odios familiares cuando yo no esté
aquí. Vayamos a la nave espacial, porque tengo hambre y sed, y estoy cansado de todo
este disparate. Ha sido un día largo.
- Y las armaduras lo han convertido en más agotador aún - dijo Meta quitándosela y
tirándola por el barranco.
Todos estuvieron instantáneamente de acuerdo y siguieron una serie de entrechocares
metálicos. Luego, con Zog a la cabeza, dejaron a joven Zog confiado a los tiernos
cuidados de su madre, y descendieron al desierto.
- Lamento decirles que todo lo que tengo para beber, por el momento - se disculpó Zog
-, es vino de sacrificio frío. Me traen muchísimo.
- Haré el sacrificio - dijo Bill, lamiéndose los labios con expectación.
La cocina de la nave estaba adornada con cortinas colgadas sobre el mamparo,
mecedoras, flores metálicas frescas y muchos vasos. Cy vació tres veces su vaso y
eructó, lleno de felicidad, mientras señalaba el pesado cable que descendía por la roca,
atravesaba de la arena, entraba por la compuerta y se desvanecía en la nave.
- ¿Hasta dónde va eso? - preguntó.
- Hasta las regiones inferiores de la nave - dijo Zog -. No sé hasta dónde ni por qué, ni
siquiera sé cómo funciona. Todo el equipo fue instalado por mis ancestros. Yo sólo lo
manejo. Hay alarmas en el valle que me permiten saber cuándo se acerca alguien. Subo
los escalones, manejo las palancas e interruptores y traigo aquí los sacrificios. Y hablando
de ello... ¿alguien quiere más vino?
Le hicieron el favor, y le permitieron que escanciara otra ronda, excepto Cy que sentía
gran curiosidad respecto al cable. Cuando los otros se emborracharon, él lo siguió a
través de la habitación hasta el interior de un pasillo que estaba más allá. Estuvo ausente
durante un rato, pero nadie le echó en falta porque el vino de sacrificio continuaba
corriendo. Cuando regresó les dirigió una mueca de desprecio a sus colocados
compañeros de tripulación.
- Realmente fantástico. A la primera oportunidad que se les presenta, se ponen como
una moto.
- ¿Y qué? - dijo alguien -. ¿Por qué no? Lo hemos pasado fatal en este planeta, y un
poco de relajación parece lo más adecuado.
- ¡Cuéntenmelo! ¡No, no lo hagan! - gritó cuando todos se pusieron a chapurrear a un
tiempo -. Era sólo una frase metafórica que denotaba absoluto acuerdo. ¿Puede alguno
de ustedes, lozanos compañeros, oírme? ¿Y comprender lo que digo? Asientan con la
cabeza. Bien, bien. Quiero poner en el conocimiento de ustedes que he seguido el cable
hasta la pila atómica de la nave. Aún está en perfecto funcionamiento después de, oh,
todos estos años. Pero creo que está a medio camino de la mitad de su vida. Una
auténtica antigüedad. Las barras radiactivas se introducen y se retiran mediante una
rueda de manejo manual. Y los moderadores de carbón también tienen que ser echados
dentro a mano. Introduje las barras y eché un poco de carbón y ahora tenemos
electricidad que fluye realmente bien.
- Ushtez esh un genio téshnico - dijo Praktis, espesamente y todos los demás
asintieron con espeso acuerdo excepto Zog, ya que, debido a su edad y su tristeza, se
había emborrachado hasta la inconsciencia y ahora yacía sobre el suelo.
- Bien, gracias, sabía que lo aprobarían. Oigan lo que viene ahora. He hallado el puente
de mando de esta antigüedad. Tiene volante y candiles. Encendí la luz, las bombillas se
encendieron y todo adquirió un agradable aspecto. La sala de radio tenía la puerta
soldada, pero la he echado abajo. Allí hay un transmisor MRL en perfectas condiciones de
funcionamiento.
Espero pacientemente mientras las ondas de su voz hacían impacto en el adormecido
tímpano de los oídos de los otros, el cual a su vez accionó el martillo que despertó de un
puntapié al yunque y al estribo del oído interno, envió un mensaje neuronal que pasó
lentamente por las sinapsis cargadas de alcohol, surcó los tejidos óseos y finalmente se
hundió en la poca inteligencia que aún quedaba en sus cerebros...
- ¿Usted ha hecho QUÉ? - gritaron al unísono, poniéndose en pie mientras los vasos
se rompían alrededor de ellos, sobrios en un microsegundo.
- Chico, si eso se pudiera embotellar, tendría un remedio de gran calidad contra la
borrachera. Y, sí, me han oído bien. El transmisor MRL está allí, en perfectas condiciones
de funcionamiento.
- Tiene sentido - dijo Praktis, dejándose caer nuevamente en la mecedora, con los ojos
rojos y temblando -. El chalado del capitán que comenzó todo este absurdo romano debió
sellar la puerta con soldadura para que ninguna de las víctimas de su sociedad pudiera
enviar un mensaje radial de socorro. Pero no lo inutilizó por si acaso él mismo necesitaba
ayuda. Y ahí ha estado desde entonces.
- ¿Enviamos una llamada? - sugirió Bill, y todos ellos asintieron con la cabeza como
tontos y salieron corriendo de la habitación sobre las huellas de Cy.
Electra Zog, que llevaba a su errado hijo por una oreja, entró y olió profundamente el
aire.
Justo lo que debería de haber esperado. Vuelvo la espalda durante un segundo y él se
emborracha con vino de sacrificio. ¡Y mira qué desorden!
25
En cuanto el mensaje MRL fue enviado, se apresuraron a volver al vino de sacrificio,
para celebrarlo. Pero en el mismo momento en que los vasos se levantaban en un brindis
por el éxito, oyeron el ruido.
- ¡Una nave espacial! - jadeó Wurber.
- ¡Ya están aquí!
Los vasos se estrellaron en el suelo y ellos salieron corriendo de la cabina. Se oyó el
retumbar de una enorme nave espacial que pasaba por encima de sus cabezas, y fueron
a la carrera hasta la compuerta de la nave y se abalanzaron sobre la arena del desierto.
La nave espacial descendió sobre ellos y Meta gritó:
- ¡Es una nave chinger! ¡Van a arrojarnos una bomba!
Todos intentaron abalanzarse por la compuerta al interior de la nave, mientras la
compuerta de las bombas se abría y de ella caía un objeto.
- Demasiado tarde - suspiró Meta, abriéndose paso a empujones entre el grupo que
luchaba -. No se puede huir de una bomba atómica. Me alegro de haberte conocido, Bill,
aunque no puedo decir lo mismo de algunos de tus amigos.
- Lo mismo digo, Meta, pero no ha acabado todo aún. Si no me equivoco, eso no es
una bomba sino un tubo con un mensaje que cuelga de un paracaídas.
Corrió y cogió el paracaídas en el momento en que tocaba tierra. La tapa saltó y una
hoja de papel cayó en su mano.
- Es una carta - dijo -. De mi viejo amigo Eager Beager, que resultó ser un espía
chinger llamado Bgr.
- Yo le conocí - dijo Meta -. ¿Qué puede tener que decir el espía, que nosotros
queramos escuchar?
- Es muy interesante. Escuchen: «Querido Bill y compañeros. Nos largamos de este
planeta, es todo vuestro. Hemos interceptado la transmisión MRL, en la que pedíais
ayuda y dabais las coordenadas planetarias. Así que el soldado que lucha y huye, etc.
Nuestros exploradores nos informan que una considerable flota está ya en camino, así
que pronto seréis rescatados. Firmado, sinceramente tuyo, Bgr». Y hay una posdata.
Continúa diciendo: «Bill, no olvidéis tú y tus compañeros lo que he dicho acerca de la paz.
Nosotros buscamos la paz eterna y vosotros deberíais hacer lo mismo. Acabad con esta
guerra eterna, buscad la paz y la prosperidad. ¡Podéis hacerlo! Ayudadnos, os lo
rogamos. ¡Paz, prosperidad y libertad para todos!».
- Mierda pacifista - dijo Praktis, arrebatándole a Bill la carta de las manos y rompiéndola
en pedacitos -. Así que ha estado hablando de sedición con el enemigo, ¿eh?
- ¡Nos capturaron! No había escapatoria, hasta que conseguimos escaparnos, pero
antes de eso tuvimos que escucharle.
- ¡Oh, no, no tenían que hacerlo! Podrían haberse puesto las manos sobre las orejas.
En la historia de la guerra han habido muchos consejos de guerra, teniente. Alégrese por
el hecho de que usted será el primero que no será sometido a un consejo de guerra.
Soldado. Queda degradado. ¡Se le acabaron la comida decente, el club de oficiales, los
permisos para ir de compras!
- ¡De todas formas, nunca tuve oportunidad de disfrutar de esas cosas!
- Entonces usted no las echará en falta - cacareó malvadamente Praktis -. La guerra es
el infierno, no lo olvide.
- Para los soldados rasos, lo es - dijo Meta, volviéndose y entrando en la SS Zog,
donde cogió otra botella de vino de sacrificio del refrigerador -. Tengo que pensar en la
forma de obtener un ascenso.
Cy y Praktis, seguidos de un Wurber que daba traspiés, entraron a reunirse con ella,
que les escanció un vaso a cada uno. El capitán Bly no tuvo que unirse a ellos, porque no
había salido previamente. En cuanto el mensaje MRL había sido enviado, él había vuelto
a zambullirse en la botella y no había asomado desde entonces. Los otros apoyaron los
pies en su cuerpo yacente y se dedicaron a escuchar los sonidos domésticos de la
querella que resonaba en las entrañas de la nave.
- Brindo por la paz - dijo Meta levantando su vaso.
- ¡De ninguna manera! - le contradijo Praktis -. Por la guerra, interminable guerra.
- Usted suena un poco como ese falso Marte, dios de la guerra.
- No se engañe. Decía muchas cosas sensatas. Me gustaría hacerlo funcionar con mis
propias manos; arma un bonito escándalo. Lo haría si Merlín no se hubiera escapado
cuando estábamos borrachos. Hará correr la noticia y la paz descenderá sobre esta tierra
feliz. - Frunció el ceño y torció la boca como si sintiera un mal sabor.
- Pero sólo en esta meseta - le recordó Meta -. No muy lejos, los cuartodebañinos están
trabados en una interminable guerra. Exactamente igual que nosotros.
- ¡Tiene razón! Lo había olvidado... es muy amable al recordármelo. ¿Ve?, también
ocurren cosas buenas.
Ella vació el vaso y no se molestó en responderle.
En el exterior, con los ojos clavados en las arenas sin caminos, rascando ociosamente
con sus garras, Bill se enfrentaba al futuro que le esperaba de vuelta a filas. Fácilmente
había llegado y fácilmente se había ido; habla sido demasiado bueno como para durar. De
todas formas, en el fondo de su corazón, él siempre sería un soldado raso. En el fondo de
su corazón, muy en el fondo, él quería realmente ser un civil, pero aquello era pedir
demasiado. Sin embargo, todos aquellos pensamientos eran bastante opresivos, por no
decir depresivos. Lo que él debía hacer era buscar la tradicional solución de los soldados,
volver al interior de la nave y emborracharse con los demás. Ponerse como una moto,
cantar canciones sucias caerse de borracho, vomitar. ¡Aquello sonaba divertido de
verdad! Se volvió hacia la nave, cuando oyó el distante retumbar de una nave espacial.
¿Llegaba ya la ayuda? Hubiera sido mejor emborracharse antes de que le obligaran a
volver a la sobria vida militar. Sin embargo, la nave espacial llegó a velocidad
supersónica, y la explosión de sonido le retumbó dentro de la cabeza mientras la máquina
pasaba por encima del sitio en el que él estaba, y desaparecía a lo lejos. Miró hacia
arriba, parpadeando, y vio a la nave chinger desaparecer por segunda vez. Pero esta vez,
en lugar de lanzar un paracaídas por la compuerta de bombas, había dejado caer una
pequeña nave espacial. Giró describiendo pequeños círculos y aterrizó casi encima de
sus pies. Luego, la parte superior crujió al abrirse, y un chinger asomó la cabeza.
- Hola, Bill. Vi que estabas solo y pensé en hablar contigo por última vez. Además de
eso, tengo un regalo para ti. Capturamos una nave de suministros de las vuestras, que
estaba llena de trasplantes médicos. Tenía algunos bonitos pies congelados y yo he
escogido el mejor para ti. Está aquí, dentro del hospital de campaña automático
miniaturizado.
- ¡Para mí, Beager! ¡Qué amable por tu parte! - Bill se puso a babear de entusiasmo, y
avanzó tambaleándose con los brazos tendidos y una lágrima de gratitud en un ojo; que
se convirtió en una lágrima de dolor cuando Beager dio un salto, le propinó un puñetazo
en la nariz y le hizo caer sobre la arena.
- Notan rápido, soldado. Si quieres el pie, trabaja por él. Hace tiempo que se acabaron
los días de la comida gratuita. Jesús! Estamos aprendiendo mucho de vosotros, tontos
humanos.
- ¿Trabajar? ¿Hacer qué?
- Sembrar el desacuerdo, hacer propaganda pacifista, espiar para nosotros. Trabajar
duro para acabar con la guerra.
- No podría hacer eso... es inmoral... - Beager emitió un rasposo sonido de desprecio.
Bill tuvo la cortesía de ruborizarse -. Pero no tan inmoral como la guerra misma. Pero,
realmente, no podría ser un traidor. ¿Qué me pagaréis por el trabajo?
- Un pie nuevo.
- Eso está bien para empezar. Pero ¿y más tarde?, quiero decir.
- Para ser un soldado leal, haces un buen trato, por no decir un traidor. Luego estarás
en la nómina. Mil talegos al mes y una caja de bebida alcohólica. ¿Trato hecho?
Trato...
Sus palabras fueron ahogadas por el rugido de un ionizador. Los iones chisporrotearon
en la arena donde Beager había estado de pie. Pero en un mundo de 10 G tienes que
moverte rápido. El chinger ya había vuelto a la nave y cerrado la compuerta de la parte
superior antes de que el segundo disparo rugiera; envolvió la nave en abrasadoras
llamas, pero la nave debía de estar recubierta de un aislante o algún misterio parecido de
la ciencia alienígena, porque no le causó daño alguno. Los reactores se encendieron, la
nave se encumbró en el cielo y desapareció en la distancia.
- ¿Qué le estabas diciendo, Bill? - preguntó Meta con la voz cargada de lóbrega
amenaza. La pistola de iones le apuntaba ahora a él -. No entendí la última parte de la
frase.
- ¡Trato insultante! Eso es lo que dije. Es insultante pensar que un soldado leal
traicionará a sus sádicos superiores.
- Eso es lo que creí que ibas a decir. - Meta le sonrió cálidamente y deslizó el arma en
la pistolera -. Y ahora, mientras los demás se emborrachan y antes de que llegue la flota,
tenemos una buena oportunidad para quitarnos la ropa y hacerlo aquí mismo, sobre esta
hermosa arena tibia.
- ¡Eso es lo mío! - gritó él con gran entusiasmo, y luego abrió grandes surcos en la
arena con su pie de pollo. Bill se lo miró y frunció el entrecejo -. ¿Te importa si antes me
cambio de pie? No quisiera arañarte ni nada parecido.
- Bueno, he esperado mucho tiempo - suspiró ella -. Un poco más no supondrá una
gran diferencia. ¡Pero date prisa, ¿quieres?!
- ¡Puedes apostarlo! - Bill le dio la vuelta a la caja y leyó las instrucciones impresas al
dorso:
Querido Bill: aprieta el botón rojo para que comience a calentarse. Cuando se encienda
la luz verde, pon tu gallináceo pie en la parte superior. Con los mejores deseos, tu amigo
chinger.
- Esto ha sido realmente amable por su parte - dijo Bill, apretando el botón rojo -. Para
ser un enemigo chinger, no es un mal tipillo. Mucho mejor que algunos oficiales que
conozco. Mucho mejor que todos los oficiales que conozco. - La luz verde se encendió y
Bill le propinó una última rascada con sus garras y metió el pie en el interior de la caja.
Le dio al pie amarillo digna sepultura en el desierto, y luego meneó y admiró sus
nuevos dedos rosáceos. Los siete dedos, pero él no iba a protestar, pues a pie regalado
no le mires los dedos. Volvió sus ojos hacia el cielo en el que había desaparecido la nave
chinger.
- Realmente me gustaría ayudarte en ese asunto de la paz, pequeño compañero verde.
Pero no es fácil. En fin, ahora tengo que encontrar un zapato. Ya pensaré en la paz en
otro momento.
- ¿Estás pensando en la paz o en una pieza? Y ya podrás ocuparte del zapato más
tarde. Ven aquí. - Meta susurró aquellas palabras de una forma altamente osculatoria,
mientras le hacía rodar y le besaba tan apasionadamente que su reserva de esperma
aumentó un ciento por ciento.
En honor a la decencia, y del acuciante deseo de obtener el doctorado, debemos, a
nuestro pesar, correr un tupido velo sobre esta delicada escena de intimidad
heterosexual. Observaremos simplemente que el sol, tal y como acostumbraba a hacer,
se puso lentamente por el este y la oscuridad descendió sobre las arenas sin caminos del
desierto sin caminos, y este mundo, al menos por el momento, y sólo en aquel lugar
concreto, estaba positivamente en paz.
FIN
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