ACERO
Richard Matheson
1
Los
dos hombres salieron de la estación empujando un objeto cubierto, montado
sobre
ruedas. Lo llevaron a lo largo de la plataforma hasta alcanzar uno de los
vagones
centrales, y allí lo subieron, gruñendo, con los cuerpos empapados de
sudor.
Una de las ruedas cayó, rebotando sobre los escalones metálicos. La
recogió
un hombre que venía detrás, para entregársela al que llevaba un traje
pardo
arrugado.
—Gracias
— dijo el hombre del traje pardo, guardando la rueda en el bolsillo
lateral
de la chaqueta.
Ya
en el coche, ambos empujaron al objeto cubierto por el pasillo. La falta de una
rueda
lo hacía inclinarse hacia un lado; el hombre del traje pardo, cuyo nombre
era
Kelly, se veía forzado a sostenerlo con el hombro para evitar que tumbara.
Respiraba
jadeando, y de vez en cuando sacaba la lengua para lamer las
pequeñas
gotitas de sudor que se le formaban sobre el labio superior.
Al
llegar al medio, el que llevaba un traje azul arrugado volteó hacia atrás uno
de
los
respaldos, de modo que quedaran cuatro asientos enfrentados. Después
empujaron
el objeto hasta colocarlo entre los asientos; Kelly metió la mano por
una
abertura de la funda y tanteó hasta encontrar cierto botón. El objeto se sentó
pesadamente
junto a la ventana.
—
¡Oh, Dios!, Oye cómo chirría — dijo Kelly.
Pole,
el otro hombre, se encogió de hombros y se sentó.
—
¿Qué esperabas? — preguntó, suspirando.
Kelly
se estaba quitando la chaqueta. La dejó caer en el asiento de enfrente y se
sentó
junto al objeto cubierto.
—Bueno,
le vamos a comprar algunas cosas en cuanto cobremos — dijo,
preocupado.
—Si
lo conseguimos — dijo Pole.
Este
era muy delgado. Se recostó contra el asiento caliente, mientras Kelly se
enjugaba
las mejillas sudorosas.
—¿Por
qué? — preguntó, pasándose el pañuelo húmedo bajo el cuello de la
camisa.
2
—Porque
no fabrican más — respondió Pole, con la falsa paciencia de quien ha
repetido
lo mismo demasiadas veces.
—Es
una locura —protestó Kelly.
Se
quitó el sombrero para secarse la pequeña calva, circundada por pelo de color
herrumbre,
agregando:
—Todavía
hay muchos B-7 en funcionamiento.
—No
tantos — observó Pole, apoyando un pie sobre el objeto cubierto.
—
¡No! — exclamó Kelly.
Pole
dejó caer el pie, con una suave maldición. Kelly pasó el pañuelo por el forro
de
su sombrero. Iba a ponérselo otra vez, pero cambió de idea y lo dejó caer
encima
de su chaqueta.
—
¡Diablos, qué calor! — exclamó.
—Y
se pondrá peor — observó Pole.
Del
otro lado del pasillo un hombre colocó su maleta en el estante y se sentó,
bufando.
Kelly le echó un vistazo antes de volverse.
—Así
que hará más calor en Maynard, ¿eh? — preguntó.
Pole
asintió. Kelly tragó saliva, diciendo:
—Me
gustaría tomarme otra de esas cervezas.
Su
compañero perdió la mirada más allá de la ventanilla entre las ondas cálidas
que
se levantaban de la plataforma de cemento.
—Me
tomé tres cervezas — continuó Kelly —, y tengo tanta sed como antes.
—
¡Ajá! — dijo Pole.
—Como
si no hubiese tomado nada desde que salimos de Fila.
—
¡Ajá!
Por
un momento, Kelly fijó la vista en el otro. Pole era de cabellos oscuros y piel
blanca;
sus manos eran desproporcionadamente grandes en relación con el
cuerpo;
pero eran tan hábiles como grandes. "Pole es de los mejores", pensó
Kelly,
"de los mejores."
3
—¿Te
parece que le irá bien? — preguntó.
—Siempre
que no le peguen — gruñó Pole, sonriendo sin la menor alegría.
—No,
no, hablo en serio — protestó Kelly.
Los
ojos oscuros e inexpresivos de Pole se apartaron de la plataforma para mirar
a
Kelly.
—Yo
también — dijo.
—
¡Vamos!
—Steel,
lo sabes tan bien como yo. Lo mandarán al diablo.
—No
es cierto — afirmó Kelly, agitándose en el asiento, incómodo —. No necesita
más
que algunos arreglos. Un pequeño ajuste y quedará como nuevo.
—Sí
un ajuste de trescientos o cuatrocientos dólares — repuso Pole — y con
repuestos
que ya no se fabrican.
Y
volvió a mirar por la ventanilla.
—Vamos...,
no está tan mal — protestó Kelly —. ¡Dios mío!, el que te oiga
pensará
que sólo sirve para chatarra.
—¿Y
no es cierto?
—No
— retrucó Kelly, enojado —, no es cierto.
El
moreno se encogió de hombros; sus largos dedos blancos tamborilearon sobre
las
rodillas.
—Todo
porque está un poco viejo...
—Viejo...
— gruñó Pole —. Caduco, eso es lo que está.
—
¡Oh!
Kelly
aspiró una gran bocanada de aire caliente y exhaló por la nariz ancha. Posó
los
ojos sobre el objeto cubierto, con la expresión de un padre enojado por las
faltas
de su hijo, pero más enojado aún con quienes las mencionan.
—Todavía
le queda para rato — dijo.
Su
compañero contempló a la gente que caminaba por la plataforma. Un maletero
empujaba
un carro repleto de maletas apiladas.
4
—Bueno,
¿está bien o no? — preguntó Kelly finalmente, como si la pregunta le
resultara
desagradable.
—No
sé, Steel — respondió Pole, volviendo los ojos hacia él —. Necesita
reparaciones,
y tú lo sabes. El resorte impulsor del brazo izquierdo tiene ya tantas
composturas
que está casi arruinado. De ese lado no tiene protección. El lado
izquierdo
de la cara está todo golpeado; la lente del ojo se ha quebrado. Los
cables
de las piernas están gastados y flojos, y la tensión se ha ido al demonio.
¡Cielos,
si hasta el giroscopio anda mal!
Y
agregó, apartando otra vez la mirada:
—Para
qué hablar de la pasta lubricante que no tiene.
—Se
la pondremos— dijo Kelly.
—
¡Sí, después de la pelea, después de la pelea! — estalló Pole — ¿Y antes qué?
Andará
a los chirridos por todo el ring, como una... pala mecánica. Por milagro
puede
ser que aguante dos rounds. Nos van a emplumar.
Kelly
tragó saliva y encontró confianza para afirmar:
—No
creo que esté tan mal.
—¡Qué
me lleve el diablo si no! Está peor. ¡Ya verá cuando la gente se dé cuenta
de
lo que es este "Maxo el Luchador", de Filadelfia. ¡Oh, Dios!, nos van
a matar.
Tendremos
que darnos por muy conformes si logramos cobrar los quinientos
dólares.
—El
contrato está firmado — observó Kelly, en tono seguro —. Ahora no pueden
echarse
atrás. Aquí mismo tengo una copia, en el bolsillo.
Se
inclinó para palmear su chaqueta.
—El
contrato habla de "Maxo el Luchador" — indicó Pole —. No de esta...
pala
mecánica
que tenemos aquí.
—"Maxo"
se portará bien — dijo Kelly, como si tratara de convencerse a sí mismo
—.
No es tan malo como tú crees.
—
¿Contra un B-siete?
—Es
un B-7 principiante. Todavía no tiene mañas.
—"Maxo
el Luchador" — dijo Pole, volviéndose hacia otra parte —. "Maxo"
el de
un
solo round. La pala mecánica luchadora.
5
—
¡Ah, cállate, diablos! — estalló Kelly, súbitamente enrojecido —. Siempre
quieres
echarlo abajo. Pero lleva doce años portándose bien y seguirá portándose
bien.
Necesita un poco de pasta lubricante. Necesita una reparación. ¿Y qué? Con
los
quinientos dólares podremos conseguirle toda la pasta que quiera. Y un
resorte
impulsor nuevo para el brazo y... ¡y cables nuevos para las piernas! Y todo
lo
que haga falta.
Se
dejó caer contra el respaldo, con el pecho agitado por la respiración, y se
frotó
las
mejillas con el pañuelo húmedo. Echó sobre "Maxo" una mirada de
soslayo.
De
pronto extendió una mano para palmear la rodilla cubierta de "Maxo";
el acero
resonó
a hueco bajo su palma.
—Vas
muy bien — dijo a su luchador.
El
tren avanzaba por una pradera recocida por el sol, con todas las ventanas
abiertas,
sin embargo, el viento que entraba parecía salido de un horno.
Kelly
leía el diario, con la camisa mojada adherida al pecho amplio. Pole también
se
había quitado la chaqueta; hosco y taciturno, contemplaba la pradera
empenachada
de pastos, que se prolongaba hasta el horizonte. "Maxo" seguía
inmóvil
bajo su funda, su pesada estructura metálica se mecía levemente al
compás
del tren.
—No
dicen ni palabra — comentó Kelly, bajando el periódico.
_¿Y
qué querías? No cubren la zona de Maynard.
—"Maxo"
no es cualquier desconocido de Maynard. En sus tiempos fue de los
grandes.
Y
se encogió de hombros, agregando:
—Tendrían
que acordarse de él.
—¿Por
qué? ¿Por un par de preliminares en el Garden, hace tres años?
—Todavía
no hace tres años, compinche — afirmó Kelly.
—Fue
en 1977, y ahora estamos en el ochenta.
—Fue
a fines del setenta y siete. Antes de Navidad, ¿no recuerdas? Antes de que
Marge
y yo...
Kelly
no terminó la frase. Sus ojos quedaron perdidos en el diario, como si allí
vieran
la fotografía de Marge, tal como era el día en que lo abandonó.
6
—¿Qué
diferencia hay? — preguntó Pole —. Nunca se acuerdan. ¿Cómo van a
acordarse,
si hay como dos mil de estos por ahí? No mencionan más que a los
campeones
y a los modelos nuevos.
Y
agregó, mirando a "Maxo":
—Me
han dicho que este año Mawling saca un B-9.
Kelly
levantó la vista.
—¿Ah,
sí? — comentó, sin interés.
—Hiperimpulsores
en los dos brazos... y en las piernas. Todo de aluminio
acerado.
Triple giro. Instalación eléctrica de triple retorcido. Por Dios, deben ser
lindísimos.
—Tendrían
que acordarse de él — murmuró Kelly, dejando el diario —. No hace
tanto
tiempo.
Su
rostro se aflojó en una sonrisa llena de recuerdos.
—Jamás
me voy a olvidar de esa noche: dijo —. Nadie nos pudo tumbar. No se
hablaba
más que de Dimsy el Duro, Dimsy el Duro; cuarto en el ranking de los
medio
pesados; estaba en pleno ascenso.
Y
rió entre dientes, con un gusto que le venía desde lo hondo del pecho.
—Y
con todo eso, nosotros lo desbancamos. ¡Ohhhh! —dijo, con un gruñido de
placer
salvaje —. Todavía puedo ver ese cross de izquierda. ¡Bang! Bien en la
trompa.
Y el viejo Dimsy el Duro allí en la lona... duro, ¡claro que sí! ¡Duro!
Y
rió, feliz:
—
¡Qué noche, compañero, qué noche! ¡Cómo podría olvidarme de esa noche!.
Pole
lo miró con expresión sombría. Después se volvió nuevamente hacia la
pradera
reseca por el sol.
—Eso
es lo que yo quisiera saber— murmuró.
Kelly
vio que el hombre del otro lado del pasillo observaba otra vez el bulto
cubierto
de "Maxo". Captó su mirada y sonrió, señalando a "Maxo" con
la cabeza.
—Ese
es mi luchador — dijo en voz alta.
El
hombre sonrió cortésmente, poniendo una mano tras la oreja, a modo de
pantalla.
7
—Mi
luchador — repitió Kelly — "Maxo el Luchador". ¿Lo oyó nombrar?
El
hombre lo miró fijamente un momento. Después meneó la cabeza Kelly explicó,
sonriente:
—Sí,
una vez estuvo a punto de salir campeón de los semipesados.
El
hombre asintió con amabilidad. Kelly, siguiendo un impulso, se levantó y fue a
voltear
el respaldo que estaba frente al hombre, para sentarse allí.
—Calor,
¿eh?—dijo.
—Sí
— respondió el hombre, sonriendo —. Así es.
—Aquí
todavía no hay trenes nuevos, ¿no?
—No
— dijo el otro —. Todavía no.
—Todos
los nuevos están allá en Fila. De allá venimos, mi amigo y yo. Y
"Maxo".
Al
decir eso los señaló con la cabeza. En seguida tendió la mano hacia el
desconocido.
—Yo
soy Kelly — se presentó —. Tim Kelly.
El
hombre pareció sorprendido: el apretón con que respondió a su gesto fue poco
firme.
—Maxwell
— dijo a su vez.
Al
retirar la mano, se la limpió disimuladamente en el pantalón
—A
mí me llaman "Steel" Kelly. Yo también estuve en este deporte. Antes
de la
guerra,
claro. Era semipesado.
—¿Sí?
—Sí.
Así es. Me llamaban Steel porque nunca lograron voltearme. Ni una sola
vez.
Llegué a estar en el noveno puesto del ranking. Sí.
—
¡Ajá! — musitó el hombre, paciente.
—Mi...
mi luchador —continuó Kelly, señalando a "Maxo" con la cabeza— él
también
es semipesado. Esta noche pelearemos en Maynard. ¿Va hasta allí?
—Ejem...,
no. No, me bajo en... Hayes.
8
—Lástima.
Va a ser un buen combate.
Dejó
escapar un fuerte suspiro y continuó:
—Sí,
"Maxo" estuvo... cuarto en el ranking, una vez. Y lo hará de nuevo. A
fines
del
77... eh,... noqueó a Dimsy el Duro. A lo mejor usted lo leyó en los diarios.
—Me
parece que no.
—
¡Oh, ajá! Bueno, salió en todos los diarios de la costa atlántica. Ya sabe:
Nueva
York,
Boston, Fila... Sí, tuvo... tuvo bastante fama La revelación del año.
Se
rasco la coronilla calva.
—Es
un B-2, ¿sabe?, pero...
Ante
la expresión del otro, explicó:
—Eso
quiere decir que es el segundo modelo de Mawling. Salió en... a ver..., en el
sesenta
y siete, creo que fue. Sí, en el sesenta y siete.
Hizo
chasquear los labios:
—Un
modelo buenísimo. El mejor que hay. "Maxo" es fuerte todavía.
Y
se encogió de hombros, agregando:
—No
me interesan los nuevos modelos, ¿sabe? Esos de aluminio acerado con
todos
los chirimbolos.
El
hombre seguía mirando a Kelly inexpresivo:
—Demasiado...
ostentosos, pero débiles. Nada...
Agitó
el puño cerrado contra el pecho, para dar énfasis a sus palabras.
—Nada
sólido, ¿me entiende? No, Nawling ya no fabrica más modelos como
"Maxo".
—Comprendo
— dijo el hombre.
—Sí
— prosiguió Kelly, sonriendo —. Yo también estaba en este deporte. Cuando
sobraban
hombres, claro está. Antes de las prohibiciones.
Meneó
la cabeza y esbozó una sonrisa fugaz.
9
—Bueno,
ya nos haremos cargo de ese B-7. Ni siquiera sé cómo se llama.
Rió
con ganas, pero enseguida se puso serio y tragó saliva.
—Nos
haremos cargo de él — repitió.
Más
tarde, cuando el hombre se hubo bajado, Kelly volvió a su asiento. Apoyó los
pies
en el asiento opuesto y reclinó la cabeza hacia atrás, cubriéndose la cara con
el
periódico.
—Voy
a dormir un ratito — dijo.
Pole
gruñó
Kelly
permaneció inmóvil, con la vista fija en el diario que tenía ante los ojos.
"Maxo"
le golpeaba levemente el costado; se podía oír el chirrido de sus
articulaciones.
—Se
portará bien — murmuró para sí.
—¿Qué?
— preguntó Pole.
—No
dije nada — respondió Kelly, tragando saliva.
Esa
tarde, a las seis y media, bajaron del tren y llevaron a "Maxo" por
la estación,
hasta
la acera. Desde el otro lado de la calle, un hombre sentado al volante de un
taxi
les ofreció sus servicios.
—No
tenemos plata para taxis— dijo Pole.
—Pero
no podemos llevarlo por la calle — afirmó Kelly —. Además ni siquiera
sabemos
dónde está el Estadio Kruger.
—
¿Y con qué vamos a comer?
—Después
de la pelea estaremos bien provistos— prometió Kelly —. Te pagaré
un
bistec bien grande.
Pole,
con un suspiro, ayudó a Kelly, y ambos cruzaron la calle empujando la
pesada
mole de "Maxo", el pavimento estaba aún tan caliente que se lo podía
sentir
a través de las suelas. Kelly volvió a sudar y a lamerse el labio superior.
—
¡Dios!, ¿cómo hacen para vivir aquí? — preguntó. Mientras sentaban a
"Maxo"
en
el coche, la rueda de la base volvió a desprenderse. Pole, con una exclamación
de
cólera, la apartó de un puntapié.
—¿Qué
haces? — exclamó Kelly.
10
—
¡Oh m...!
Pole
subió al taxi y se dejó caer contra el cuero caliente del tapizado, mientras
Kelly
corría por el alquitrán blando del pavimento para recoger la rueda.
—Por
el amor de Dios — murmuró al subir—, ¿Qué?
—¿Adónde
jefe? — preguntó el conductor.
—Al
Estadio Kruger — respondió Kelly.
—Enseguida.
El
taxista oprimió el botón del rotor, y el coche se deslizó suavemente,
alejándose
de
la acera.
—¿Qué
diablos te pasa? — preguntó Kelly a su compañero, en voz baja —. Hace
más
de seis meses que tratamos de conseguir una pelea, y ahora que la tenemos
te
pones más fastidioso que un dolor de barriga.
—Vaya
pelea — respondió Pole —. En Maynard, Kansas: el centro nacional de
lucha.
—Buen
comienzo, ¿no? Nos mantendrá la panza llena por un tiempo, ¿eh? Y
servirá
para que "Maxo" recupere la forma. Y si ganamos podría llevarnos a...
Pole
levantó la vista, disgustado.
—No
te entiendo — dijo Kelly, sin levantar la voz —. "Maxo" es nuestro
luchador.
¿Por
qué lo desprecias así? ¿No quieres que gane?
—Soy
mecánico de clase A. Steel — dijo Pole, con su falso tono de paciencia —.
No
soy un muchachito soñador. Esto es un pedazo de hierro viejo, no un B-7.
Mecánica
elemental Steel, nada más: sería bastante suerte que "Maxo" volviera
del
ring con la cabeza puesta.
Kelly
miró hacia otro lado, furioso.
—Ese
B-7 es un principiante — murmuró —. Lleno de defectos.
—Claro,
claro.
Por
un rato guardaron silencio, y se limitaron a mirar por la ventanilla. Entre
ambos,
"Maxo" se balanceaba ligeramente, golpeándolos con sus anchos
hombros
de acero. Kelly contemplaba los edificios, cerrando y abriendo las manos
en
el regazo, como si se preparara para luchar quince rounds.
11
—¿Eso
que llevan es un luchador B? — preguntó el conductor, por sobre el
hombro.
Kelly,
sorprendido, miró hacia adelante y se las compuso para sonreír.
—Así
es, — respondió.
—¿Va
a pelear esta noche?
—¡Ajá!
"Maxo el Luchador". A lo mejor usted lo oyó nombrar .
—No
.
—Llegó
a ser casi campeón de los semipesados.
—¿De
veras?
—Sí,
señor. Sabe quién era Dimsy el Duro, ¿no?
—Creo
que no.
—Bueno,
Dimsy el Dur...
Kelly
se interrumpió para echar una mirada a Pole, quien se agitaba en el asiento,
irritado.
—Dimsy
el Duro tenía el tercer puesto en el ranking de los semipesados. Todos
decían
que se iba para arriba. Y mi muchacho lo volteó en el cuarto round. Un
cross
de izquierda, ¡bang! Dimsy casi va a parar a las sogas. Fue magnífico.
—¿De
veras? — preguntó el conductor.
—Sí
señor. Si tiene oportunidad, pase esta noche por el estadio. Verá una buena
pelea.
De
pronto, Pole intervino para preguntar:
—¿Ha
visto a ese Rayo de Maynard?
—¿Al
Rayo? ¡Por supuesto! Ese sí que es un luchador. Ha ganado siete como si
nada
y pronto estará primero, apostaría cualquier cosa. A propósito, pelea esta
noche.
Con un montón de hierro viejo que mandan del este, un modelo B-2, según
me
han dicho.
Y
el conductor soltó una risita burlona.
—El
Rayo lo hará pedazos — dijo.
12
Kelly
clavó la vista en la nuca del conductor; la piel de sus pómulos se había
puesto
muy tensa.
—¿Sí?
— dijo inexpresivamente.
—Por
supuesto, hombre, si...
De
pronto, el taxista se interrumpió para mirar hacia atrás.
—Oiga,
¿usted no será?...
Volvió
a mirar hacia adelante, agregando:
—Disculpe,
yo no sabía. Hablaba en broma.
—Está
bien — dijo Pole —. De cualquier modo, tiene razón.
Kelly
envió una mirada fulminante a la cara sombría de Pole.
—Cállate
— dijo, en voz baja..
Se
recostó contra el asiento para contemplar la ciudad a través de la ventanilla.
—Le
voy a comprar un poco de pasta lubricante — dijo— una manzana más allá.
—Muy
bien — exclamó Pole —. Nos comeremos las herramientas.
—
¡Vete al diablo! — respondió Kelly.
El
coche se detuvo frente a la fachada de ladrillos del estadio, y ambos pusieron
a
"Maxo"
en la acera. Mientras Pole lo sostenía inclinado, Kelly se agachó para
colocar
la rueda en su sitio. Por último, Kelly pagó lo que marcaba el taxímetro, ni
un
centavo más, y avanzaron hacia el callejón, empujando a "Maxo".
—Mira
— dijo Kelly, señalando con la cabeza la cartelera del frente. La tercera
pelea
de la noche era:
EL
RAYO DE MAYNARD
vs.
MAXO
EL LUCHADOR
—Qué
negocio — dijo Pole.
La
sonrisa de Kelly desapareció. Iba a decir algo, pero apretó lo labios,
sacudiendo
la cabeza. En su irritación, grandes gotas de sudor cayeron sobre la
acera.
13
"Maxo"
chirriaba; lo llevaron por el callejón, lo subieron por los escalones de la
puerta.
La rueda de la base volvió a salirse y cayó rebotando por los peldaños de
cemento,
ninguno de ellos dijo una palabra.
Adentro
hacía más calor aún. No soplaba una brisa.
—Esto
es fresco como una alacena — comentó Pole.
—Busca
la rueda — dijo Kelly.
Se
alejó por el angosto vestíbulo, dejando a su compañero a cargo de
"Maxo".
Pole
apoyó al robot contra la pared y se volvió hacia la puerta.
Kelly
llegó a una oficina y llamó con los nudillos en el vidrio de la puerta.
—Sí
— dijo una voz desde adentro.
Kelly
entró, quitándose el sombrero. Un hombre gordo y calvo, sentado ante el
secretario,
levantó los ojos. El cráneo le brillaba de sudor.
—Soy
el dueño de "Maxo el Luchador" — dijo Kelly, sonriente .
Alargó
su enorme mano, pero el otro la ignoró.
—Me
preguntaba si llegaría a tiempo — dijo el hombre que se llamaba Waddow —
.
¿Su luchador está en buenas condiciones?
—Óptimas
— respondió Kelly, alegremente —. Óptimas. Mi mecánico, que es de
primera
clase, lo desarmó y volvió a armarlo en Fila, antes de venir aquí
El
hombre no parecía muy convencido, por lo que Kelly agregó:
—Está
en buen estado.
—Ha
tenido suerte al conseguir una pelea para un B-2 — observó el señor
Waddow
—. Aquí, hace dos años que no aceptamos ningún modelo anterior al B4.
Pero
el luchador que teníamos en vista se arruinó en un accidente automovilístico.
—Bueno,
no se preocupe — dijo Kelly —. Mi luchador esta en condiciones
óptimas.
Es el que noqueó a Dimsy el Duro en Madison Square, hace cosa de un
año.
—Quiero
una buena pelea — dijo el gordo.
—La
tendrá — respondió Kelly, sintiendo una dolorosa contracción en los
músculos
del estómago —. "Maxo" está en buena forma. Ya verá. Óptimo.
14
—Quiero
una buena pelea, eso es todo. Kelly lo miró fijamente por un instante,
antes
de preguntar.
—¿Tiene
algún vestuario que podamos usar? El mecánico y yo quisiéramos
comer
algo.
—La
tercera puerta del vestíbulo, a la derecha — dijo el señor Waddow —. Su
pelea
va a las ocho y media.
—Okey
— asintió Kelly.
—No
se retrase — recomendó Waddow, volviendo a su trabajo.
—Este...
¿y qué pasa con...?
—Se
cobra después de la pelea — le interrumpió el hombre.
La
sonrisa de Kelly se hizo vacilante.
—Okey
— dijo —. Hasta luego.
Y
como Waddow no respondiera, se dirigió hacia la puerta.
—Nada
de portazos — indicó Waddow.
Kelly
salió sin golpear la puerta.
Ya
en el vestíbulo, indicó a Pole:
—Vamos.
Ambos
empujaron a "Maxo" hacia el vestuario.
—¿Y
si lo revisáramos? — propuso Kelly.
¿Y
si comemos? — saltó Pole —. Llevo seis horas sin probar bocado.
Kelly
suspiró ruidosamente.
—Está
bien — aceptó —, vamos.
Mientras
situaba a "Maxo" en un rincón del cuarto, Kelly dijo:
—Preferiría
dejar el cuarto cerrado.
—¿Para
qué? ¿Crees que te lo van a robar?
15
—Es
valioso.
—Sí
— replicó Pole — todas las antigüedades son valiosas.
Kelly
cerró la puerta tres veces antes de que el pestillo funcionara, y se marchó
meneando
la cabeza con aire de preocupación. Mientras cruzaban el vestíbulo
echó
una mirada a su muñeca y se encontró, por centésima vez, con la banda
blanca
dejada por el reloj empeñado.
—¿Qué
hora es? — preguntó.
—Las
seis y veinticinco.
—Tendremos
que volver pronto — dijo Kelly —. Quiero que lo revisemos bien
antes
de la pelea.
—¿Para
qué?
—¿No
me oíste? —preguntó Kelly furioso.
—Claro,
claro.
—Ya
verá ese B-7 hijo de perra — dijo Kelly, entre dientes.
—Por
supuesto. Lo derribará de un soplido.
—Apresúrate
— indicó Kelly, ignorando la indirecta —. No podemos perder toda la
tarde.
¿Tienes la rueda?
Pole
se la alcanzó.
Cuando
volvían al estadio por la puerta lateral, Kelly comentó, disgustado:
—¡Qué
ciudad...!
—Te
dije que no encontraríamos pasta lubricante — observó su compañero —. No
hay
por ninguna parte, porque los B-2 han desaparecido. "Maxo" debe ser
el único
en
mil kilómetros a la redonda.
Kelly
cruzó rápidamente el vestíbulo, abrió la puerta del vestuario y entró. Una vez
junto
a "Maxo", le quitó la funda.
—Manos
a la obra — dijo —. No tenemos mucho tiempo.
16
Con
un suspiro lento y fatigado, Pole se quitó la chaqueta arrugada y la arrojó
sobre
el banco que estaba contra la pared. Acercó una pequeña mesa y se
arremangó.
Kelly también se quitó la chaqueta y el sombrero, y se dedicó a
contemplar
el trabajo de Pole, con las grandes manos apoyadas en las caderas. El
mecánico
abrió el compartimiento de las herramientas y las sacó una a una,
colocándolas
sobre la mesa.
—Herrumbre
— murmuró.
Pasó
su dedo por el interior del compartimiento y mostró el resultado: una mancha
de
color cobrizo destacada sobre la punta del índice.
—Anda
— urgió Kelly, irritable.
Se
sentó en el banco, mientras Pole retiraba las chapas pectorales de
"Maxo", y
contempló
la cabellera leonada del robot. Una vez más, se dijo: "Si yo no supiera
que
es sintética, juraría que es real "Sólo los mecánicos podían distinguir a
un
luchador
modelo B de un verdadero ser humano. A veces los espectadores se
engañaban,
y enviaban cartas de protesta afirmando que en esas luchas se
estaban
utilizando a hombres de carne y hueso. Aun desde el ring, la superficie
tenía
tonos de piel humana. Los modelos de Mawling se destacaban precisamente
por
eso.
Kelly
sonrió a su luchador con cariño, aflojando los músculos del rostro.
—Buen
muchacho — murmuró.
Pole
no escuchaba. Kelly contempló aquella mano firme, que investigaba cada
conexión
cada centro de energía.
—¿Está
bien? — preguntó el irlandés, sin pensar.
—Por
supuesto, está magnífico — respondió Pole, retirando un diminuto tubo
acerado
—. Espero que no estalle.
—¿Y
por qué va a estallar?
—Está
bajo presión — respondió Pole, con tono de cansancio —. Te lo dije
después
de la última pelea, hace ocho meses.
—Después
de este encuentro le compraremos otro — prometió Kelly, tragando
saliva.
—Setenta
y cinco dólares — murmuró Pole, como si el dinero volara ante sus ojos
al
impulso de alas verdes.
—Aguantará
— aseguró Kelly, más para sí que para su amigo.
17
Pole
se encogió de hombros y volvió a colocar el tubo en su lugar. En seguida
oprimió
la hilera de botones del tablero automático principal. "Maxo" se
estremeció.
—No
abuses del brazo izquierdo — advirtió Kelly —. Resérvalo para la pelea.
—Si
no funciona aquí, tampoco funcionará en el ring —observó Pole.
Operó
un botón, y el brazo izquierdo de "Maxo" comenzó a describir lentos
movimientos
circulares. Pole conecto el seguro que anulaba el contraataque y dio
un
paso atrás. Lanzó un derechazo a la mandíbula de "Maxo", y el brazo
del robot
saltó
hacia arriba, con un movimiento brusco, para protegerse el rostro. El ojo
izquierdo
centelleaba como un rubí bajo el sol.
—Si
llega a fallar el acumulador del ojo... — observó Pole.
—No
fallará — aseguró Kelly, con voz tensa.
El
mecánico lanzó otro golpe hacia la cabeza del robot, por el lado izquierdo el
acolchado
flexible de la mejilla se arrugó levemente antes de que el brazo se
levantará,
chirriante .
—Ya
basta — dijo Kelly —. Funciona. Prueba el resto.
—Mira
que le pegarán más de una vez en la cabeza — dijo Pole.
—El
brazo funciona bien. Prueba otra cosa.
Pole
metió la mano dentro del robot y activó los centros de las piernas.
"Maxo"
comenzó
a girar sobre si mismo. Levantó la pierna izquierda, y en un movimiento
automático,
echó a un lado la rueda. Quedó de pie, tanteando el suelo con el
calzado
negro, como un lisiado que, recuperado el uso de sus piernas, buscara la
postura
adecuada.
Pole
alargó la mano y oprimió el botón de funcionamiento completo y saltó hacia
atrás.
Los rayos visuales de "Maxo" se centraron en él; el robot avanzó,
meciendo
lentamente
los hombros anchos, con los brazos levantados en un gesto defensivo.
—Por
Dios — murmuró Pole —, esos chirridos se van a oír hasta en la última fila.
Kelly
apretó los dientes e hizo una mueca. Su compañero lanzó otro derechazo y
el
brazo de "Maxo'' se alzó torpemente. El ex-boxeador tragó saliva
convulsivamente;
era como si no pudiera respirar el aire viciado del cuartito.
Pole
saltó rápidamente a un lado y a otro. "Maxo" lo siguió con pesadez;
al
cambiar
de dirección, sus movimientos eran casi espasmódicos
18
—¡Oh,
qué bien está! — exclamó Pole, deteniéndose —. Magnífico.
Al
acercarse "Maxo" con los brazos aún levantados, lanzó un golpe rápido
al
pecho,
contra el botón de encendido, y el robot se detuvo.
—Mira,
Steel — dijo —, tendremos que ponerlo a la defensa. No hay otro remedio.
Si
lo hacemos avanzar, lo harán pedazos.
Kelly
se aclaró la garganta.
—No
— dijo —.
—¡Oh,
por qué no piensas un poco! Es un B-7, ¡diablos! De cualquier modo, lo van
a
destrozar. Por lo menos salvemos las piezas.
—Quiere
que ataque — dijo Kelly —. Está en el contrato.
Pole
se volvió, con un bufido, murmurando:
—Mejor
callarse.
—Pruébalo
otro poco.
—¿Para
qué? Con eso no va a mejorar.
—¡Haz
lo que te digo! — gritó Kelly, dejando al fin aflorar toda su tensión.
Pole
oprimió entonces un botón. El brazo izquierdo del robot saltó hacia adelante,
pero
hubo en su interior el ruido de una rueda que se quiebra, y cayó a lo largo del
cuerpo
con un tañido fúnebre.
Kelly
se levantó de un salto, presa de pánico.
—¡Dios
mío, qué hiciste! — gritó, corriendo hacia ellos.
Pole
volvió a operar el botón, pero el brazo no se movió.
—¡Te
dije que no jugaras con ese brazo! — chilló Kelly — ¿Qué diablos te pasa?
Pero
la voz se le quebró en medio de la frase.
Pole
no respondió. Tomó una palanquita y comenzó a retirar la chapa del hombro
izquierdo.
—Si
has roto ese brazo, que Dios me ayude — le previno Kelly, en voz baja y
amenazadora.
19
—¡Que
yo lo rompí! — estalló Pole — ¡Oye, pedazo de imbécil! Hace tres años
que
esta ruina está funcionando por milagro. ¡Y ahora vienes a decirme que yo lo
he
roto! Te parece bonito ¿no?
Kelly
apretó los dientes. En sus ojos entornados había un brillo fulminante.
—Ábrelo
— dijo.
—Hijo
de... — murmuró Pole, mientras retiraba la chapa —. A ver si encuentras
otro
mecánico que sea capaz de mantenerte esta pala mecánica como yo lo he
hecho.
A ver si lo encuentras.
Kelly
no respondió. Rígidamente erguido sobre los pies, observaba a su
compañero;
éste quitó la chapa curvada y miró en el interior.
El
resorte impulsor se quebró por la mitad al primer toque, una parte saltó hasta
la
otra
punta de la habitación. Kelly clavó en el hueco sus ojos horrorizados.
—¡Oh,
Dios mío! — dijo, con voz temblorosa — ¡Oh, Dios mío!
Pole
iba a decir algo, pero se interrumpió. Mudo, inmóvil, contempló el rostro
ceniciento
de su amigo.
—Arréglalo
— dijo Kelly en tono áspero.
—Steel,
no...
—
¡Arréglalo!
—¡No
puedo! Ese resorte estaba a punto de romperse desde...
—¡Tú
lo rompiste! ¡Ahora arréglalo!
Kelly
aferró el brazo de Pole con dedos rígidos. El mecánico saltó hacia atrás,
exclamando:
—¡Suéltame!
—¿Qué
pasa? ¿Estás loco? Hay que arreglarlo. ¡Hay que arreglarlo!
—Haría
falta otro resorte, Steel.
—¡Bueno,
consíguelo!
—Aquí
no hay, Steel, ya te lo he dicho. Y aunque hubiera, no tenemos dinero para
pagarlo;
cuesta dieciséis dólares con cincuenta.
20
—¡Oh,
Dios mío! —exclamó Kelly.
Dejó
caer la mano y cruzó el cuarto, tambaleándose, hasta el banco, allí se dejó
caer,
con los ojos fijos en la mole inmóvil de "Maxo". Y así permaneció
largo rato,
mientras
Pole, con la palanca aún en la mano, observaba su rostro demudado y
los
espasmódicos movimientos de su pecho al respirar.
—Si
él no sale a ver... — murmuró Kelly, finalmente.
Kelly
levantó la vista. Sus labios formaban una línea recta.
—Si
él no sale a mirar, todo saldrá bien — dijo.
—¿De
qué hablas?
Kelly
se levantó y comenzó a desabrocharse la camisa.
—¿Qué
estas...?
Pole
se interrumpió, boquiabierto
—¿Estás
loco? — preguntó
Kelly,
sin responder, arrojó la camisa sobre el banco.
—¡Steel,
has perdido la chaveta! — exclamó Pole — ¡No puedes hacer una cosa
así!
Kelly
siguió sin responder.
—¡Pero...!
¡Estás loco, Steel!
—Si
no peleamos, no nos pagarán — dijo Kelly.
—¡
Pero, por Dios, te va a matar !
Kelly
se quitó la camisa. El pecho, carnoso, estaba cubierto de vello rojizo y
enrulado
—Tendré
que afeitarme esto —dijo.
—¡Vamos,
Steel! Tienes que...
Con
ojos dilatados, vio que su amigo se sentaba en el banco y empezaba a
quitarse
los zapatos.
21
—No
te dejarán — insistió —. No puedes hacerte pasar por...
Se
interrumpió y avanzó un paso.
—¡Steel,
por el amor de Dios!
Kelly
levantó hacia él sus ojos inexpresivos.
—¡Tú
me ayudarás! — dijo.
—Pero...
—Nadie
sabe cómo es "Maxo" — explicó Kelly —, en cuanto a mí, Waddow es el
único
que me ha visto. Si él no presencia los encuentros, todo saldrá bien
—Pero...
—Nadie
se dará cuenta. Los B sangran y se amoratan como los hombres.
—Vamos,
Steel — insistió Pole, estremecido.
Tomó
aliento, tratando de calmarse, y se dejó caer en el banco, junto al fornido
irlandés
—Oye
— dijo —. Allá en el este tengo una hermana, en Maryland. Le despacharé
un
telegrama, y ella nos enviará dinero para que podamos volver.
Kelly
se levantó, desprendiéndose el cinturón.
—Steel,
en Fila conozco un tipo que quiere vender un B-5 barato — insistió Pole,
desesperado
—. Podríamos conseguir un poco de efectivo y... ¡Steel!, por el amor
de
Dios, vas a hacer que te mate! ¡Es un B-7! ¿No comprendes? ¡Un B-7! ¡Te
hará
picadillo!
Kelly
estaba quitando ya los pantaloncitos oscuros a "Maxo ".
—No
te lo permitiré, Steel. Iré a decírselo a...
Pero
Kelly giró sobre sus talones y lo levantó en vilo, haciéndole ahogar un grito.
Sus
manos eran como las fauces de una trampa, y en sus ojos se reflejaba una
expresión
distinta.
—Me
vas a ayudar — dijo, en voz baja y estremecida —. Me vas a ayudar, si no te
haré
saltar los sesos contra la pared.
—Te
va a matar — murmuró Pole.
22
—Que
me mate.
Cuando
Pole llevaba a Kelly hacia el ring, cubierto por una funda, el señor
Waddow
salió de su oficina.
—Vamos,
vamos —urgió Waddow —. Ya lo están esperando.
Pole
asintió, con un ademán nervioso, y condujo a Kelly por el vestíbulo.
—¿Y
el propietario? — preguntó Waddow a sus espaldas.
Pole
tragó saliva.
—Está
en la platea — explicó.
El
gordo gruñó. Pole oyó, al alejarse, el ruido de la puerta de su oficina al
cerrarse,
y
dejó escapar el aliento contenido.
—Tendría
que haberle contado todo — murmuró.
—Ya
estarías muerto — repuso la voz de Kelly, ahogada por la funda.
Al
tomar un recodo del vestíbulo les llegaron los ruidos de la multitud. Kelly,
bajo la
lona,
sintió que una gota de sudor le corría por la sien.
—Oye
— dijo —, tendrás que secarme con la toalla entre un round y otro.
—¿Qué
otro? — preguntó Pole, nervioso —. No durarás ni uno, siquiera.
—Cállate.
—¿Crees
que vas a pelear contra un boxeador común? ¡No! ¡Es contra una
máquina!
¿No ves que...?
—Te
dije que te callaras.
—
¡Oh, grandísimo idiota! Si te seco, se darán cuenta.
Hace
años que nadie ve un B-2 — le interrumpió Kelly —. Si alguien pregunta, di
que
es una pérdida de aceite.
—Claro
— respondió Pole, con disgusto, mordiéndose los labios —. No puede
salirte
bien, Steel.
La
última parte de la frase no se escuchó: se encontraron súbitamente en medio
de
la multitud, en el empinado pasillo que conducía hacia el ring. Kelly caminaba
con
cierta rigidez, manteniendo las rodillas tiesas; aspiró una bocanada larga y
23
profunda,
y la dejó escapar lentamente. Una vez en el ring, se vería forzado a
respirar
por la nariz y en pequeñas cantidades, para que la gente no viera los
movimientos
de su pecho.
El
calor, en torno a él, era como una pesa colgada de sus hombros. Tenía la
sensación
de estar caminando por el suelo empinado de un océano caliente y
ruidoso.
Al pasar, oyó las voces de la muchedumbre:
—¡Tendrán
que levantarlo a pedacitos!
—
¡Aquí va "Maxo"!
Y
lo inevitable:
—
¡Chatarra!
Kelly
tragó saliva; algo le tironeaba en la espalda. "Tengo sed", pensó.
Recordó
por
un instante el bar cercano a la estación de Kansas: el local a media luz, la
fresca
brisa del ventilador contra la nuca, la botella helada, perlada de gotas frías
refrescándole
la mano. Volvió a tragar saliva. No se había permitido un solo trago
durante
la última hora. Sabía que, cuanto menos bebiera, menos sudaría.
—Cuidado.
Sintió
que la mano de Pole se deslizaba por la abertura trasera de la funda para
tomarlo
por el brazo.
—Los
escalones del ring — farfulló el mecánico, hablando entre dientes.
Kelly
avanzó el pie derecho hasta que la punta del zapato tocó el último escalón.
Luego
alzó el pie y empezó a subir.
Una
vez arriba, los dedos de Pole volvieron a oprimir su brazo .
—Las
sogas — indicó éste, cauteloso.
Fue
difícil franquear las sogas con la funda puesta. Kelly estuvo a punto de caer.
Sobre
él llovieron como flechas las burlas y los abucheos de la multitud. Sintió que
la
lona cedía ligeramente bajo sus pies. Pole le arrimó el banquito contra las
piernas,
y él tomó asiento, con un movimiento demasiado tieso.
—¡Eh,
saquen de aquí esa grúa! — gritó un hombre en la segunda fila.
Risas
y más abucheos.
—¡Chatarra!
— chillaban algunos.
24
Entonces
Pole retiró la funda y la dejó a un lado, mientras Kelly miraba fijamente
al
Rayo de Maynard.
El
B-7 estaba inmóvil, con las manos enguantadas colgándole sobre las piernas.
El
cabello artificial era rubio y corto, y la curvatura del cuerpo y de las
piernas
imitaba
la de los músculos con exactitud casi perfecta. Por un momento, Kelly
sintió
que el tiempo retrocedía, que era otra vez un boxeador frente a un joven
contrincante.
Tragó saliva con mucho disimulo. Pole, agachado a sus espaldas,
fingía
trabajar con una de las chapas del brazo.
—Steel,
no vayas — volvió a murmurar.
Kelly
no respondió. Sentía la desesperada necesidad de hinchar el pecho en una
respiración
profunda, pero siguió respirando imperceptiblemente por la nariz.
Mientras
tanto, no dejaba de contemplar el Rayo de Maynard, pensando en los
dispositivos
de reacción instantánea que albergaba la suave curva de aquel
pecho.
La tensión le llegó al estómago. Era como si una mano muy helada
tironeara
de sus músculos y tendones.
Un
hombre de cara rojiza, vestido de blanco, trepó al ring y tomó el micrófono que
colgaba
sobre él.
—Señoras
y señores — anunció —, la primera pelea de la noche. Un encuentro a
diez
rounds entre semipesados. Por Filadelfia, el B-2 "Maxo el Luchador".
La
multitud silbó, entre exclamaciones de repudio. Muchos lanzaban avioncitos de
papel;
otros gritaban: " ¡Chatarra! ".
—En
este rincón, su adversario, nuestro B—7, El Rayo de
Maynard.
Hubo
un aplauso ensordecedor, acompañado por gritos de aliento. El mecánico a
cargo
del B—7 tocó algún botón situado bajo el sobaco izquierdo, y el robot se
levantó
de un salto, alzando los brazos por sobre la cabeza en el gesto de la
victoria.
La multitud rió, feliz.
—¡Dios
mío! — murmuró Pole —. Nunca vi nada como eso. Debe ser una
novedad.
Kelly
parpadeó para aliviar la irritación de sus ojos.
—Habrá
otras cuatro peleas — anunció el hombre de la cara rojiza, antes de dejar
el
micrófono para retirarse.
No
había árbitro alguno: los luchadores B nunca atacaban contra los reglamentos,
pues
la maquinaria estaba preparada para impedirlo, y tampoco hacia falta contar
cuando
uno de ellos caía. Una vez que un robot caía a la lona, allí quedaba.
25
Según
decía la propaganda de Mawling, el nuevo B-9 sería capaz de levantarse,
ofreciendo
de ese modo peleas más prolongadas e interesantes.
Pole
fingía verificar los circuitos de Kelly.
—Steel
— suplicó —, es tu última oportunidad.
—Vete
— dijo Kelly, sin mover los labios.
El
mecánico contempló por un momento los ojos inmóviles de Kelly; después dejó
escapar
un suspiro largo y entrecortado, y se enderezó.
—Mantente
lejos de él — aconsejó, mientras pasaba entre las sogas.
El
Rayo, de pie en la esquina opuesta del ring, golpeaba un puño contra el otro,
como
si fuera un verdadero boxeador joven, ansioso por comenzar. Kelly se
levantó
y Pole retiró el banquito. El irlandés observó al B-7, que centraba los ojos
en
él, y sintió un súbito vacío en el estómago.
Sonó
la campana.
El
B—7 avanzó sin esfuerzo desde su rincón, no carente de cierta gracia
mecánica;
llevaba los brazos levantados en la postura tradicional, y las manos
enguantadas
se movían frente a él en pequeños círculos. Se dirigió hacia Kelly sin
pérdida
de tiempo, y éste avanzó a su vez desde su rincón, con un ademán
automático;
era como si la mente se le hubiera petrificado súbitamente. Sintió que
las
manos se le alzaban como si alguien se las moviera sin intervención suya; sus
piernas
eran como postes de madera. Mantuvo la primera fija en los ojos brillantes
e
inmóviles del Rayo de Maynard.
Se
aproximaron el uno al otro. El B-7 lanzó un golpe rápido con la izquierda. Al
pararlo,
Kelly sintió aquella dureza de hierro a pesar del guante. El robot volvió a
avanzar.
Kelly echó la cabeza atrás, y una brisa cálida le rozó la boca. Lanzó un
golpe
de izquierda contra la nariz del Rayo. Fue como golpear el pomo de una
puerta.
El dolor le perforó el brazo; apretó los dientes con toda su fuerza, luchando
por
mantener la cara inmóvil e inexpresiva.
El
B-7 atacó con la izquierda y Kelly desvió el golpe. Pero no pudo detener la
derecha
que llegó detrás, como un borrón lanzado contra su sien izquierda. Torció
la
cabeza hacia un lado, y el B-7 lanzó un nuevo golpe de izquierda, alcanzándolo
en
la oreja. Kelly dio un salto hacia atrás y adelantó una izquierda que el B-7
hizo
a
un lado. En cuanto recuperó el equilibrio, golpeó violentamente la mandíbula
del
Rayo
con un uppercut de derecha. Una punzada de dolor le recorrió el brazo. En
cambio,
la cabeza del Rayo ni siquiera vaciló. La izquierda del adversario alcanzó
a
Kelly en el hombro derecho.
26
Kelly
retrocedió por instinto. Al hacerlo oyó que alguien gritaba:
—
¡Qué le den una bicicleta!
Recordó
entonces lo que el señor Waddow había dicho y avanzó otra vez, con los
labios
tan apretados que le dolió.
Una
izquierda lo golpeó bajo el corazón, y el impacto le sacudió las costillas, el
dolor
fue como una estocada en el corazón. Adelantó espasmódicamente la
derecha,
que fue a dar otra vez contra la nariz del B-7. El dolor, sólo el dolor. Otro
golpe
fuerte del B-7 en el tórax le hizo perder el equilibrio. Dio varios pasos hacia
atrás,
rápidamente, para no caer. La multitud lo abucheó, mientras el B-7
avanzaba
sin el menor ruido de metal.
Kelly
recobró el equilibrio y se detuvo. Su derecha, lanzada con toda la fuerza de
que
disponía, no dio en el blanco y el envión lo descentró. La izquierda del Rayo
se
estrelló contra el brazo derecho, dejándolo entumecido. En el preciso momento
en
que el irlandés ahogaba un grito entre los dientes apretados El B-7 lanzó una
derecha
bajo su guardia, alcanzando de lleno el blando estómago. Kelly sintió que
perdía
el aliento. Su derecha golpeó sin fuerza contra la mejilla del Rayo,
haciéndolo
parpadear.
El
robot volvió a avanzar; Kelly se hizo a un lado, y por un momento los rayos
visuales
se descentraron, perdiéndolo. El ex-boxeador se alejó, mareado, tratando
de
aspirar por la nariz.
—
¡Saquen de aquí esa basura! — gritó un hombre.
—
¡Chatarra, chatarra!
El
aire le entró hasta la garganta. Tragó saliva y avanzó precisamente cuando el
Rayo
volvía a situarlo. Decidió correr el riesgo de respirar por la boca, confiado
en
que
los movimientos distraerían al público lo bastante como para que no reparara
en
ello. Inmediatamente se vio frente al B-7. Dio un paso hacia adelante, con la
esperanza
de restar tiempo al impulso eléctrico, y lanzó un fuerte derechazo hacia
el
cuerpo del Rayo.
La
izquierda del B-7 saltó hacia arriba, y el golpe de Kelly fue detenido por la
muñeca
de hierro. El robot desvió también el impulso de su izquierda, y
contraatacó
a su vez volviendo a cortarle la respiración. La izquierda del irlandés
tocó
apenas el pétreo pecho del Rayo. Retrocedió, tambaleándose, con el B-7
pegado
a él. El robot detuvo todos sus golpes contraatacando con un movimiento
de
pistón. La cabeza de Kelly rebotaba hacia atrás, sin cesar. Se inclinó aún más.
Vio
la derecha que venía en línea recta, pero no pudo detenerla.
El
golpe fue como el ataque de un carnero enardecido. Agudas espadas de dolor
se
clavaron tras los ojos de Kelly, a través de su cabeza, y una nube negra
27
pareció
caer sobre el ring. Su grito ahogado se perdió entre el aullar de la
muchedumbre
al verlo caer hacia atrás, con la nariz y la boca cubiertas de sangre
brillante,
de aspecto tan impresionante como la tintura que soltaban los luchadores
B.
La
soga se apretó, áspera y fuerte, contra su espalda, deteniendo su caída.
Quedó
colgado allí, con el brazo derecho inerte y el izquierdo levantado en gesto
defensivo.
Parpadeó por instinto, tratando de enfocar los ojos. "Soy un robot"
pensó,
"soy un robot".
El
Rayo avanzó, lanzando una violenta derecha contra el pecho de Kelly y una
izquierda
contra su estómago. El irlandés se dobló en dos. Una derecha se
estrelló
contra su cráneo como un martillo, arrojándolo otra vez contra las sogas.
La
multitud rugió.
Kelly
vio el borroso perfil del Rayo de Maynard, y sintió que otro golpe se le hundía
en
el pecho como una cachiporra. Con un sollozo, soltó una furibunda trompada
de
izquierda; el robot lo apartó. Otro golpe agudo cayó contra su hombro. Levantó
la
derecha y logró amortiguar lo peor de una izquierda lanzada contra su
mandíbula
otra derecha le ahuecó el estómago; volvió a doblarse en dos. Una
especie
de maza lo lanzó contra las cuerdas. La sangre cálida y salobre le llenó la
boca,
y el rugido de la multitud pareció tragarlo entero. "Levántate", se
gritó: '—
¡Levántate,
maldito!". El ring ondulaba ante él como un lago oscuro.
Con
un desesperado renacer de energías, lanzó el puño derecho, con toda su
fuerza,
a la hermosa silueta que se erguía ante él. La mano, la muñeca, crujieron;
una
oleada de dolor punzante castigó su brazo. Un grito estalló, inaudible en su
garganta
sellada. El brazo cayó y la izquierda bajó la guardia, mientras el público
chillaba,
azuzando al Rayo para que acabara con él.
Los
separaba una distancia de pocos centímetros. El B-7 lanzó una lluvia de
golpes
que no fallaron. Kelly se tambaleó, vacilante, bajo tales impactos. La
cabeza
le rodaba de un lado a otro, la sangre corría por su rostro en cintas de
color
escarlata. El brazo era como una rama seca a su costado. Una y otra vez
cayó
contra las cuerdas, rebotando para volver a caer. Ya no podía ver nada. Sólo
oía
el grito de la multitud y el interminable silbido de los guantes enemigos,
seguidos
por el golpe seco. "Mantente en pie", pensaba. "Tienes que
mantenerte
en
pie". Agachó la cabeza y alzó los hombros para protegerse.
Siete
segundos antes de que la campana sonara, un violento golpe de derecha en
el
costado de la cabeza lo envió a la lona.
Allí
quedó, luchando por recobrar el aliento. Súbitamente inició un movimiento
para
levantarse. Con la misma prontitud, recordó que no podía hacerlo. Volvió a
caer
sobre el estómago contra la lona caliente, con la cabeza comprimida por
dolorosas
palpitaciones. Hasta él llegaron los silbidos y los abucheos de la
muchedumbre
insatisfecha.
28
Cuando
Pole logró finalmente levantarlo y deslizarle la funda por la cabeza, su voz
se
perdió entre las fuertes mofas del público. Kelly sintió que su manaza lo
guiaba,
pero
cayó al pasar las cuerdas, y estuvo a punto de volver a rodar por los
escalones.
Sus piernas eran meros caños de goma. "Mantente en pie". La mente
aún
seguía enviando la orden.
Al
llegar al pequeño vestuario cayó desmayado. Pole intentó subirlo al banco, pero
no
pudo. Finalmente le puso la chaqueta azul como almohada y se arrodilló junto
a
él para limpiarle con el pañuelo los surcos de sangre.
—Grandísimo
imbécil —murmuraba sin cesar, con un hilo de voz estremecida—.
Grandísimo
imbécil.
Kelly
levantó la mano izquierda para apartar la de Pole.
—Ve...
a buscar... el dinero — jadeó con voz áspera.
—¿Qué?
—
¡El dinero! — jadeó Kelly, entre dientes.
—Pero
. . .
—
¡Ahora mismo!
Su
voz era apenas audible. Pole se irguió. Tras mirar por un momento a su
compañero,
se volvió para salir del cuarto.
Kelly
permaneció allí echado, respirando con un sonido sibilante. No podía mover
la
mano derecha, y comprendió que estaba quebrada. La sangre le chorreaba por
la
nariz y la boca. El cuerpo entero le palpitaba de dolor.
Unos
segundos después logró erguirse sobre el codo izquierdo y volver la cabeza,
aunque
el dolor le desgarraba los músculos del cuello. Cuando hubo comprobado
que
"Maxo" estaba bien, volvió a acostarse; una sonrisa le torció una
comisura de
la
boca.
En
cuanto Pole abrió la puerta, Kelly levantó penosamente la cabeza. El mecánico
se
arrodilló a su lado y volvió a limpiarle la sangre.
—¿Cobraste?
— preguntó Kelly, en un susurro malhumorado.
Pole
dejó escapar un lento suspiro.
—¿Y?
29
—La
mitad — respondió el mecánico, tragando saliva.
Kelly
le clavó una mirada opaca, con la boca abierta, como si no le creyera.
—Dijo
que no pagaría quinientos por una pelea de un solo round.
—¿De
qué me estás hablando? — estalló Kelly.
Trató
de levantarse, e inadvertidamente se apoyó sobre la mano derecha. Soltó un
grito
ahogado y volvió a caer, con el rostro totalmente blanco.
—No
— gimió —. No. No. No. No.
Pole,
con los ojos fijos en su mano quebrada, susurró:
—
¡Santo cielo!
—No
puede... no puede hacer eso — exclamó Kelly, tratando de centrar en el
mecánico
su mirada vacilante.
Pole
se humedeció los labios con la lengua.
—Mira,
Steel, no... no se puede hacer nada. Tiene un batallón de forzudos en la
oficina.
No puedo..
Y
agregó, bajando la cabeza:
—Si...
si fueras tú, se daría cuenta de lo que has hecho. Y... tal vez nos quitaría
los
doscientos cincuenta.
Kelly
permaneció de espaldas, mirando sin parpadear la bombilla desnuda del
cielorraso.
Su pecho trabajaba penosamente, estremecido.
—No
— murmuró — no.
Así
se detuvo largo rato, sin hablar. Pole trajo un poco de agua para limpiarle la
cara
y le dio un trago. Buscó en su pequeña maleta con qué cubrirle las heridas y
armar
un cabestrillo para el brazo.
Quince
minutos después, Kelly volvió a hablar.
—Volveremos
en ómnibus — dijo.
—¿Qué?
—Volveremos
en ómnibus — repitió Kelly, lentamente —. Eso costará... cincuenta
y
seis dólares.
30
Tragó
saliva y cambió de posición.
—Así
nos quedarán casi doscientos. Podremos comprarle un... un nuevo resorte
impulsor
y... y un lente para el ojo y...
Parpadeó;
por un instante mantuvo los ojos cerrados, pues el cuarto volvía a
emborronarse
ante ellos.
—Y
pasta lubricante — dijo después —. En grandes cantidades. Quedará... como
nuevo
Levantó
la vista hacia Pole, y agregó:
—Así
tendremos todo solucionado. "Maxo" estará otra vez bien preparado, y
conseguiremos
algunas peleas decentes.
Volvió
a tragar saliva mientras respiraba con esfuerzo.
—No
necesita más que un pequeño ajuste. Un resorte nuevo, un lente nuevo para
el
ojo, y estará listo. Ya les mostraremos a esos cretinos lo que es un B-2. El
viejo
"Maxo"
les enseñará, ¿verdad?
Pole
contempló al corpulento irlandés, y dejó escapar un suspiro:
—Claro,
Steel, claro.
FIN
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