Fundación y Tierra-V
Isaac Asimov
capitulos: XI-XXI
XI. BAJO TIERRA
Trevize quedó como petrificado. Tratando de respirar con normalidad, se volvió para mirar a Bliss.
Ésta rodeaba la cintura de Pelorat con un brazo protector y, a juzgar por su aspecto, estaba completamente tranquila. Sonrió un poco y asintió con la cabeza.
Trevize se volvió a Bander de nuevo. Habiendo interpretado las acciones de Bliss como muestras de confianza, y esperando ansiosamente no equivocarse, dijo:
- ¿Cómo has hecho eso, Bander?
Éste sonrió, con visible buen humor.
- Decidme, forasteritos, ¿creéis en la brujería? ¿En la magia?
- No, no creemos en ella, solarianito - saltó Trevize.
Bliss le tiró de la manga y murmuró:
- No le irrites. Es peligroso.
- Ya lo veo - dijo Trevize, haciendo un gran esfuerzo para no levantar la voz -. Haz algo.
- Todavía no - respondió Bliss, con voz casi inaudible -. Si se siente seguro, será menos peligroso.
Bander no prestó atención a los breves murmullos entre los dos forasteros. Se apartó descuidadamente de ellos y los dos robots le abrieron paso. Después, miró hacia atrás y dobló un dedo lánguidamente.
- Venid, seguidme. Los tres. os contaré una historia que tal vez no os interese, pero que me interesa a mi.
Y siguió andando con toda tranquilidad.
Trevize permaneció un momento en el mismo sitio, sin saber qué hacer. Pero Bliss echó a andar y la presión de su brazo obligó a Pelorat a seguirle. En definitiva, Trevize hizo lo propio; la única alternativa habría sido quedarse a solas con los robots.
- Si Bander es tan amable de contarnos la historia que tal vez no nos interese... - comento Bliss ligeramente.
Bander se volvió y la miró con fijeza, como si reparase en ella por primera vez.
- Tú eres la mitad humana femenina, ¿no? – dijo -. La mitad inferior.
- La mitad más pequeña, Bander. Si.
- Entonces, esos dos son mitades masculinas, ¿eh?
- En efecto.
- ¿Has tenido ya tu hijo, hembra? .
- Me llamo Bliss, Bander. Todavía no he tenido un hijo. Éste se llama Trevize. Y éste, Pel.
- ¿Y cuál de los dos masculinos te ayudará cuando llegue tu hora? ¿Lo harán los dos? ¿O ninguno de ellos?
- Pel me ayudará, Bander.
Bander miró a Pelorat.
- Veo que tienes los cabellos blancos.
- Si - dijo Pelorat.
- ¿Los has tenido siempre de este color?
- No, Bander; se volvieron así con la edad.
- ¿Y cuál es la tuya?
- Cincuenta y dos años, Bander - respondió Pelorat, y añadió rápidamente -: Quiero decir años según el patrón galáctico.
Bander siguió andando (en dirección a una mansión lejana, pensó Trevize, pero más despacio.
- No sé cuál es la duración del año según el patrón galáctico, pero puede ser muy diferente de la del nuestro. ¿Y cuántos tendrás cuando mueras, Pel?
- No lo sé. Puedo vivir treinta más.
de ochenta y dos. Una vida corta, y dividida en mitades. Increíble. Sin embargo, mis remotos antepasados eran como vosotros y vivieron en la Tierra. Pero algunos de ellos la abandonaron para fundar nuevos mundos alrededor de otras estrellas, mundos maravillosos, muchos y bien organizados.
- No muchos. Cincuenta - dijo Trevize en voz alta.
Bander lo miró con altivez. Su buen humor parecía haber menguado.
- Trevize. Ése es tu nombre, ¿no?
- Golan Trevize es mi nombre completo. Digo que eran cincuenta mundos Espaciales. Los nuestros se cuentan por millones.
- Entonces, ¿conoces la historia que quiero contaros? - dijo Bander con suavidad.
- Si ibas a decimos que antaño hubo cincuenta mundos Espaciales, ya lo sabemos.
- Pero nosotros no contamos sólo en números, pequeño medio-humano - dijo Bander -. También contamos la calidad. Fueron cincuenta, pero todos vuestros millones no valdrían lo que uno sólo de ellos. Y Solaria fue el quincuagésimo y, por tanto, el mejor. Solaria estuvo muy por encima de los otros mundos Espaciales, como estaban todos éstos por encima de la Tierra.
»Sólo los de Solaria aprendimos cómo había que vivir la vida. No lo hicimos en manadas. o rebollos, como en la Tierra y en otros planetas, incluso en los mundos Espaciales. Vivimos cada uno a solas, con robots para ayudarnos, viéndonos electrónicamente siempre que lo deseábamos, pero sólo raras veces de un modo natural. Hace muchos años que no he mirado a seres humanos como os estoy mirando ahora, aunque sois sólo medio humanos y, por consiguiente, vuestra presencia no limita mi libertad más de lo que la limitarían una vaca o un robot.
»Sin embargo, hubo un tiempo en que también nosotros fuimos medio-humanos. No importa cómo perfeccionamos nuestra libertad, ni cómo nos convertimos en amos solitarios de innumerables robots, la libertad nunca fue absoluta. Para producir pequeños, se necesitaba la colaboración de dos individuos. Desde luego, se podían aportar espermatozoides y óvulos, emplear procedimientos de fertilización y provocar artificialmente el crecimiento embriónico de manera automática. Era posible que un niño viviese de forma adecuada bajo el cuidado de los robots. Podía hacerse todo eso, pero los medio-humanos no querían renunciar al placer inherente a la fecundación biológica. Como consecuencia de ello, se establecerían lazos emocionales perversos y se perdería la libertad. ¿Comprendéis ahora que todo esto debía cambiar?
- No, Bander - dijo Trevize -, ya que nosotros no medimos la libertad por vuestro patrón.
- Porque no sabéis lo que es la libertad. Siempre habéis vivido en enjambres y no conocéis otro estilo de vida que el de sentiros obligados constantemente, incluso en las cosas más pequeñas, a doblegar vuestra voluntad a la de otros, lo que es igualmente vil, a pasaros la vida luchando por doblegar la voluntad de los otros a la vuestra. ¿Es eso libertad? ¡La libertad deja de serlo si uno no puede vivir como quiera ¡Exactamente como quiera!
»Entonces, llegó el tiempo en que los terrícolas empezaron a emigrar una vez más, y sus pegajosas multitudes se lanzaron de nuevo a través del espacio. Los otros Espaciales, que no eran tan gregarios como los terrícolas, sino en un grado menor, trataron de competir.
»Nosotros, los solarianos, no lo hicimos. Previmos el inevitable fracaso de aquel hervidero. Nos metimos bajo tierra y rompimos todo contacto con el resto de la galaxia. Estábamos resueltos a seguir siendo lo que éramos, a toda costa. Inventamos robots eficientes y armas para proteger nuestra superficie, aparentemente vacía, y actuaron de un modo admirable. Vinieron naves, fueron destruidas y dejaron de venir. El planeta fue considerado desierto y todos lo olvidaron, tal como nosotros queríamos.
»Y, mientras tanto, bajo tierra, trabajamos para resolver nuestros problemas. Reformamos cuidadosa y delicadamente nuestros genes. Sufrimos fracasos, pero también conseguimos algunos éxitos, y sacamos provecho de éstos. Tardamos muchos siglos, pero al fin nos convertimos en seres humanos totales, aunando en un cuerpo los principios masculino y femenino, obteniendo así un placer completo a voluntad y produciendo, cuando lo deseamos, óvulos fecundados para su desarrollo bajo un cuidado robótico especializado.
- ¿Hermafroditas? - preguntó Pelorat.
- ¿Es así como se llama en vuestro lenguaje? - preguntó Bander, con indiferencia -. Nunca había oído esa palabra.
- El hermafroditismo detiene la evolución en seco - dijo Trevize -. Cada hijo es la copia genética de su padre hermafrodita.
- Vamos - dijo Bander -, vosotros consideráis la evolución como un juego de azar. Nosotros podemos proyectar nuestros hijos, cuando queramos, y cambiar y ajustar los genes, algo que a veces lo hacemos. Pero casi hemos llegado a mi morada. Entremos. Se está haciendo tarde.
El sol empieza a dar poco calor y dentro estaremos más cómodos. Cruzaron una puerta que no tenía ninguna cerradura, pero que se abrió al acercarse ellos y volvió a cerrarse cuando hubieron pasado. No había ventanas, pero, al penetrar ellos en la cavernosa estancia, las paredes se iluminaron y brillaron. El suelo parecía desnudo, pero era blando y elástico al tacto. Había un robot inmóvil en cada uno de los cuatro rincones de la habitación.
- Esa pared - dijo Bander, señalando la que estaba frente a la puerta (una pared que no parecía en modo alguno diferente de las otras tres) - es mi pantalla visual. El mundo se despliega ante mí a través de esa pantalla, pero en modo alguno coarta mi libertad, puesto que no puedo ser obligado a usarla.
- Ni puedes obligar a que la use, si quieres verle a través de esa pantalla y él no lo desea - dijo Trevize.
- ¿Obligar? - preguntó Bander con altivez -. Que lo otro haga lo que quiera, si acepta que yo haga lo que me plazca. Por favor, observa que empleamos el género neutro cuando nos referimos los unos a los otros.
Había un sillón en la estancia, delante de la pantalla, y Bander se sentó en él.
Trevize miró a su alrededor, como si esperase que otros sillones brotasen del suelo.
- ¿Podemos sentarnos? - preguntó.
- Como queráis - respondió Bander.
Bliss se sentó en el suelo, sonriendo, y Pelorat lo hizo a su lado.
Trevize continuó en pie con expresión terca.
- Dime, Bander - preguntó Bliss -, ¿cuántos seres humanos viven en este planeta?
- No lo sé de fijo. No nos contamos. Tal vez mil doscientos.
- ¿Sólo mil doscientos en todo el planeta?
- Más o menos. Pero vosotros contáis por números, mientras que nosotros lo hacemos por calidad. Tampoco entendéis la libertad. Si existe otro solariano que pueda disputarme mi absoluto dominio sobre cualquier trozo de mi tierra, sobre cualquier robot o cosa viviente u objeto, mi libertad queda limitada. Y como existen otros solarianos, la limitación de la libertad debe ser eliminada todo lo posible separándoles hasta el punto de que el contacto sea virtualmente inexistente. Solaría puede tener mil doscientos solarianos en condiciones próximas al ideal. Añadió más, y la libertad quedará palpablemente limitada y el resultado será insoportable.
- Eso significa que los nacimientos deben equilibrar las defunciones - dijo Pelorat de pronto.
- Cierto. Debe ser así en cualquier mundo con una población estable..., tal vez incluso en el vuestro.
- Y como es probable que haya pocas defunciones, tiene que haber pocos niños.
- Así es.
Pelorat asintió con la cabeza y, guardó silencio.
- Lo que yo quisiera saber es cómo hiciste volar mis armas por el aire - dijo Trevize -. No lo has explicado.
- Os propuse la brujería o la magia como explicación. ¿Te niegas a aceptarlas?
- Claro que me niego. ¿Por quién me has tomado?
- Entonces, ¿crees en la conservación de la energía y en el necesario aumento de la entropía?
- Sí. Lo que no puedo creer es que, incluso en veinte mil años, hayáis cambiado estas leyes o las hayáis modificado un milímetro.
- Y no lo hemos hecho, media-persona. Pero, ahora, considera esto. Fuera, hay luz del sol - dijo, haciendo un extraño y gracioso ademán, como señalando aquella luz a su alrededor -. Y aquí hay sombra. Hace más calor bajo la luz del sol que a la sombra, y el calor fluye espontáneamente de la zona soleada a la que está en sombras.
- Eso ya lo sabía - dijo Trevize.
- Pero tal vez lo sabes tan bien que no piensas en ello. Por la noche, la superficie de Solaria está más caliente que los objetos situados más allá de su atmósfera, de manera que el calor fluye espontáneamente de la superficie del planeta al espacio exterior.
- Esto también lo sé.
- Y, sea de día o de noche, el exterior del planeta está más caliente que su superficie. Por consiguiente, el calor fluye espontáneamente del interior a la superficie. Supongo que también sabes esto.
- ¿Adónde quieres ir a parar, Bander?
- El flujo de calor de lo más caliente a lo más frío, que debe cumplirse por la segunda ley de la termodinámica, puede utilizarse para hacer un trabajo.
- En teoría, sí, pero la luz del sol es diluida, el calor de la superficie del planeta lo es todavía más, y el grado en que el calor escapa del interior hace que éste sea el más diluido de todos. La cantidad de calor aprovechable no bastaría, probablemente, ni para levantar un guijarro.
- Depende del aparato que emplees para ese fin - dijo Bander -. El instrumento usado por nosotros fue desarrollado en un período de miles de años, y es nada menos que una parte de nuestro cerebro.
Bander levantó los cabellos de ambos lados de su cabeza, descubriendo la porción de cráneo de detrás de las orejas. Volvió la cabeza a un lado y a otro, y detrás de cada oreja se podía percibir un bulto del tamaño y la forma del extremo más ancho de un huevo de gallina.
- Esta porción de mi cerebro y tu carencia de ella es lo que marca la diferencia entre un solariano y tú.
Trevize miraba de vez en cuando la cara de Bliss, cuya atención parecía concentrada por entero en Bander. Trevize estaba seguro ahora de saber a qué venía todo aquello. .
Bander, a pesar de su canto a la libertad, encontraba irresistible esa oportunidad única. No podía conversar con los robots sobre una base de igualdad intelectual, y, por supuesto, tampoco con los animales. Hablar a sus compañeros solarianos le resultaría desagradable, y cualquier comunicación que estableciese con ellos sería forzada y nunca espontánea.
En cuanto a Trevize, Bliss y Pelorat, podían ser medio humanos, para Bander y tan inofensivos para su libertad como un robot o una cabra; pero, intelectualmente, eran sus iguales (o casi iguales), y la oportunidad de hablarles era un lujo único del que nunca había disfrutado hasta ahora.
No era de extrañar, pensó Trevize, que se divirtiese de aquella manera. Y Bliss (Trevize estaba doblemente seguro de ello) le animaba, incitando a la mente de Bander con delicadeza para que hiciese precisamente lo que tanto deseaba.
Tal vez, Bliss partía de la suposición de que, si Bander seguía hablando, podía decirles algo de utilidad concerniente a la Tierra. Era tan lógico para Trevize que, aunque no hubiese sentido tanta curiosidad por el tema en discusión, se habría esforzado en continuar la conversación.
- ¿Qué hacen esos lóbulos cerebrales? - preguntó.
- Son transductores - explicó Bander -. Se activan merced al flujo de calor y convierten éste en energía mecánica.
- No puedo creerlo. El flujo de calor es insuficiente.
- Tú no piensas, pequeño medio-humano. Si hubiese aquí muchos solarianos juntos, cada uno de ellos tratando de utilizar el flujo de calor, entonces, sí, la cantidad de éste resultaría insuficiente. Sin embargo, yo tengo más de cuarenta mil kilómetros cuadrados que son míos, sólo míos. Puedo recoger el flujo del calor de cualquier número de esos kilómetros cuadrados, sin que nadie me lo dispute, y, gracias a ello, la cantidad es suficiente. ¿Comprendes?
- ¿Tan sencillo es recoger el flujo de calor de una zona extensa? El mero acto de la concentración requiere muchísima energía.
- Tal vez sí, pero yo no me doy cuenta. Mis lóbulos transductores están concentrando calor constantemente, de modo que éste actúa en el momento en que debe hacerlo. Cuando te arrebaté las armas, un volumen particular de la atmósfera iluminada por el sol perdió parte de su exceso de calor en favor de un volumen de la zona en sombra, de manera que utilicé energía solar para aquel fin. Sin embargo, en vez de utilizar ingenios mecánicos o electrónicos para llevarlo a cabo, empleé un aparato neurónico. - Tocó suavemente uno de los lóbulos transductores -. Actúa con rapidez, eficacia, constantemente..., y sin esfuerzo.
- Increíble - murmuró Pelorat.
- En absoluto - dijo Bander -. Considera la complejidad del ojo y del oído, y cómo pueden convertir pequeñas cantidades de fotones y de vibraciones del aire en información. Esto parecería increíble a quien lo experimentase por primera vez. Los lóbulos transductores no son más increíbles y no os lo parecerían si fuesen familiares para vosotros.
- ¿Y qué hacéis con esos lóbulos transductores operando constantemente? - preguntó Trevize.
- Regimos nuestro mundo - respondió Bander -. Cada robot de esta vasta finca obtiene su energía de mí, o, mejor dicho, del flujo de calor natural. Cuando un robot establece un contacto, o tala un árbol, la energía es derivada de la transducción mental, de mi transducción mental.
- ¿Y si estás dormido?
- El proceso de transducción persiste tanto si estás despierto como durmiendo, pequeño medio-humano - dijo Bander -. ¿Acaso dejas tú de respirar cuando duermes? ¿Deja de latir tu corazón? Por la noche, mis robots siguen trabajando a costa de enfriar un poco el interior de Solaria. El cambio es incalculablemente pequeño a escala global y nosotros sólo somos mil doscientos, de manera que toda la energía que empleamos no abrevia sensiblemente la vida de nuestro sol ni agota el calor interno de nuestro mundo.
- ¿Se te ha ocurrido pensar que podrías utilizarlo como arma?
Bander miró a Trevize con fijeza, como si éste fuese algo singularmente incomprensible.
- ¿Quieres decir con esto que Solaría podría enfrentarse con otros mundos con armas energéticas fundadas en la transducción? ¿Por qué tendríamos que hacerlo? Aunque consiguiésemos triunfar de sus armas energéticas basadas en otros principios, lo cual es casi seguro, ¿qué ganaríamos con ello? ¿El control de otros planetas? ¿Y qué nos importan los demás, si tenemos el nuestro que es ideal? ¿Por qué habríamos de querer establecer nuestro dominio sobre los medio-humanos y emplearlos en trabajos forzados, si poseemos nuestros robots que son mucho mejores que vosotros para este fin? Lo tenemos todo. No queremos nada, salvo que nos dejen en paz. Mira, te contaré otra historia.
- Adelante - dijo Trevize.
- Hace veinte mil años, cuando las medio-criaturas de la Tierra empezaron a invadir el espacio y nosotros nos retiramos bajo tierra, los otros mundos Espaciales resolvieron oponerse a los nuevos colonizadores terrícolas. Para ello, atacaron la Tierra.
- ¡La Tierra! - exclamó Trevize, tratando de disimular su satisfacción por el hecho de que por fin se hubiese suscitado el tema.
- Si, el centro. Una maniobra lógica, en cierto modo. Si se desea matar a una persona, no se la hiere en un dedo o en un talón, sino en el corazón. Y nuestros compañeros Espaciales, no muy diferentes de los propios seres humanos en pasiones, consiguieron inflamar de radiactividad la superficie de la Tierra, de modo que gran parte de aquel mundo se volvió inhabitable.
- ¡Conque eso fue lo que ocurrió! - dijo Pelorat, cerrando un puño y moviéndolo rápidamente, como para fijar una tesis -. Sabía que no podía tratarse de un fenómeno natural. ¿Cómo lo consiguieron?
- No lo sé - respondió, indiferente, Bander -; además, en todo caso, les sirvió de poco a los Espaciales. Ésta es la moraleja de la historia. Los colonizadores continuaron proliferando y los Espaciales... murieron. Habían tratado de competir y desaparecieron. Nosotros, los solarianos, nos retiramos, renunciando a competir, y aquí estamos todavía.
- También están los Colonizadores - dijo Trevize, frunciendo el ceño.
- Si, pero no para siempre. Los invasores tienen que luchar, que competir y, en definitiva, que morir. Esto quizá tarde decenas de millares de años en ocurrir, pero nosotros podemos esperar. Y cuando suceda, los solarianos, enteros, solitarios, liberados, poseeremos la galaxia. Entonces, podremos utilizar, o no, cualquier mundo fue deseemos además del nuestro.
- Pero hablando de la Tierra - insistió Pelorat, chascando los dedos con impaciencia -, ¿es leyenda o historia lo que nos has contado?
- ¿Y cómo saber la diferencia que hay, medio-Pelorat - dijo Bander -. Toda la Historia es leyenda, más o menos.
- Pero, ¿qué indican vuestros documentos? ¿Podría ver los que tratan de este tema, Bander? Debes comprender que los mitos, la leyendas y la Historia primitiva son mi especialidad. Soy un erudito que estudia estas materias, y en particular las que se refieren a la Tierra
- Yo sólo repito lo que he oído contar - replicó Bander -. No hay documentos sobre el tema. Los que tenemos tratan únicamente de los asuntos de Solaría, y sólo mencionan otros mundos cuando ésos chocan con nosotros.
- Desde luego, pero la Tierra os amenazó - dijo Pelorat.
- Es posible, pero, en tal caso, ocurrió hace mucho, muchísimo tiempo, y la Tierra es, entre todos los mundos, el que más nos repugna. Si alguna vez tuvimos documentos sobre ella, estoy seguro de que fueron destruidos por pura repulsión.
Trevize apretó los dientes, desolado.
- ¿Los destruisteis vosotros mismos? - preguntó.
Bander volvió su atención hacia él.
- No había nadie más que pudiese hacerlo.
Pelorat no estaba dispuesto a abandonar el asunto.
- ¿Qué, más oíste decir referente a la Tierra?
Bander pensó un rato y dijo:
- Cuando era joven, un robot me contó la historia de un terrícola que visitó Solaria, en una ocasión, y conoció a una mujer solariana que se fugó con él, convirtiéndose en un personaje importante de la Galaxia. Sin embargo, en mi opinión, es un cuento inventado.
Pelorat se mordió el labio.
- ¿Estás seguro?
- ¿Cómo se puede estar seguro de algo en estas cuestiones? – dijo Bander -. Sin embargo, parece inverosímil que un terrícola se atreviese a venir a Solaria, o que Solaria le permitiese la entrada. Y todavía es más improbable que una mujer solariana (aunque entonces éramos todavía medio-humanos) abandonase voluntariamente este mundo. Pero venid, os mostraré mi casa.
- ¿Tu casa? - preguntó Bliss, mirando a su alrededor -. ¿No estamos en ella?
- No - dijo Bander -. Esto es una antesala. Una especie de Salón de proyección. En él veo a mis compañeros solarianos cuando surge necesidad de ello. Sus imágenes aparecen en aquella pared o, tridimensionalmente, en el espacio de delante de la pared. Por consiguiente, esta habitación es, en cierto modo, lugar de reunión y no parte de mi hogar.
Venid conmigo.
Echó a andar sin volverse para ver si le seguíamos. Los cuatro robots salieron de sus rincones y Trevize comprendió que, si él y sus compañeros no seguían a Bander de manera espontánea, los robots les obligarían amablemente a hacerlo.
Los otros dos se pusieron en pie y Trevize murmuró al oído de Bliss:
- ¿Has sido tú quien ha conseguido que no parase de hablar?
Bliss le apretó la mano y asintió con la cabeza.
- De todos modos, quisiera saber cuáles son sus intenciones – dijo ella, con un tono de inquietud en - su voz.
Siguieron a Bander. Los robots se mantuvieron a cortés distancia, pero su presencia era sentida como una constante amenaza mientras andaban por un pasillo.
Trevize murmuró con desaliento:
- En este planeta no hallaremos nada útil sobre la Tierra. Estoy seguro de ello. Sólo otra variación sobre el tema de la radiactividad - murmuró Trevize con desaliento y encogiéndose después de hombros -. Tendremos que pasar a la tercera serie de coordenadas.
Una puerta se abrió ante ellos, revelando una pequeña habitación.
- Venid, medio-humanos - dijo Bander -, quiero mostraros cómo vivirnos.
- Disfruta como un niño con esta exhibición - comento Trevize en voz baja -. Me gustarla hundirlo.
- No quieras competir en infantilismo con él - dijo Bliss.
Bander les hizo pasar a los tres a la habitación. Uno de los robots los siguió también. Bander contuvo a los otros con un ademán y entró a su vez. La puerta se cerró a su espalda.
- Es un ascensor - exclamó Pelorat, satisfecho de su descubrimiento.
- Cierto - dijo Bander -. Desde que nos sumergimos bajo tierra, nunca volvimos a emerger en realidad. Ni tuvimos deseos de hacerlo, aunque a mí me agrada sentir, en ocasiones, la luz del sol. En cambio, aborrezco las nubes o la noche al aire libre. Todo esto da la sensación de encontrarse bajo tierra sin estarlo en realidad, si entendéis lo que quiero decir. Es, en cierto modo, una disonancia cognoscitiva, y la encuentro muy desagradable.
- La Tierra construyó en sus entrañas - dijo Pelorat -. Llamaban Cavernas de Acero a sus ciudades. Y Trantor lo hizo también en el subsuelo e incluso más extensamente en los viejos tiempos imperiales.
Y Comporellon construye en la actualidad bajo tierra. Pensándolo bien, es una tendencia común.
- Los medio-humanos proliferando bajo tierra y nosotros viviendo de igual manera, pero en aislado esplendor, son dos cosas muy diferentes - dijo Bander.
- En Terminus, las viviendas están en la superficie - indicó Trevize.
- Expuestas a las inclemencias del tiempo - se horrorizó Bander -. Muy primitivos.
El ascensor, después de la impresión inicial de una menor gravedad advertida por Pelorat, pareció no moverse en absoluto. Trevize se estaba preguntando a qué profundidad irían a bajar cuando hubo una breve sensación de aumento de gravedad y la puerta se abrió.
Ante ojos apareció una habitación grande y amueblada con sumo cuidado. Estaba muy poco iluminada, aunque no se veía de dónde procedía la luz. Daba la sensación de que el aire era ligeramente luminoso.
Bander señaló con un dedo y la luz se hizo un poco más intensa en el Sitio que había indicado. Señaló a otra parte y ocurrió lo mismo. Después, puso la mano izquierda sobre una vara nudosa que había junto a la puerta :mientras hacía un amplio ademán circular con la derecha, y toda la estancia se iluminó como si fuese luz solar la que les alumbraba, aunque Sin sensación de calor.
- Ese hombre es un charlatán - dijo Trevize a media voz.
- No «Ese hombre», sino «ese solariano» - le corrigió Bander airado -. No estoy seguro de lo que significa la palabra «charlatán», pero, si el tono de la voz no me ha engañado, encierra una ofensa.
- Se le aplica a una persona que no es sincera - explicó Trevize -, que dispone los efectos de lo que hace de manera que parezca más imponente de lo que es en realidad.
- Confieso que me gusta lo espectacular, pero lo que acabo de mostraros no es un efecto. Se trata de algo real.
Dio una palmadita a la vara sobre la que apoyaba la mano izquierda.
- Esta vara conductora de calor se extiende varios kilómetros hacia abajo, Y hay otras similares a ella en muchos lugares estratégicos de mi finca. Sé que también las tienen en otras propiedades, ya que aumentan la intensidad del calor que sube a la superficie de las regiones inferiores de Solaria y facilita su conversión en trabajo. Yo no necesito hacer ademanes con la mano para producir la luz, pero hace que la acción tenga un aire más espectacular, o tal vez, como tú observaste, un ligero toque de Artificio; pero yo disfruto con ello.
- Dispones de muchas ocasiones para experimentar el placer de estos toques de espectacularidad? - preguntó Bliss.
- No - reconoció Bander, moviendo la cabeza -. Estas cosas no impresionarían a mis robots, ni a mis compañeros solarianos. La oportunidad, desacostumbrada, de conocer a medio-humanos y actuar para ellos es sumamente... divertida.
- La luz de esta habitación era débil cuando entramos - dijo Pelorat -. ¿Está siempre tan baja?
- Sí, un pequeño gasto de energía..., como el de mantener los robots en funcionamiento. Toda mi finca la produce, y aquellas partes en que no se realiza un trabajo activo es desperdiciada.
- ¿Y suministras tú la energía constantemente a toda esta vasta hacienda?
- El sol y el núcleo del planeta suministran la energía. Yo sólo hago de conductor. Y no toda la finca es productiva. Conservo la mayor parte de ella en estado salvaje, albergando una gran variedad de animales; en primer lugar, porque protegen mis linderos, y, en segundo, porque encuentro en ellos un valor estético. En realidad, mis campos y mis fábricas son pequeños. Sólo tienen que cubrir mis propias necesidades, aparte de producir algunas especialidades para trocarlas por las de otros. Por ejemplo, yo tengo robots que pueden fabricar e instalar las varas conductoras de calor a quienes las necesiten. Muchos solarianos dependen de mí a este respecto.
- ¿Y tu casa? - preguntó Trevize -. ¿Cuáles son sus dimensiones?
Tuvo que ser la pregunta más adecuada, pues Bander resplandeció de orgullo.
- Es muy grande. Creo que una de las más grandes del planeta. Se extiende durante kilómetros en todas direcciones. Tengo tantos robots cuidando de mi casa subterránea como trabajando en los miles de kilómetros cuadrados de la superficie.
- Seguro que lo empleas toda para vivir - dijo Pelorat.
- Es posible que haya cámaras en las que no he entrado nunca, pero, ¿qué importa eso? - dijo Bander -. Los robots mantienen todas las habitaciones limpias, bien aireadas y en orden. Pero venid, salgamos por aquí.
Atravesaron una puerta, distinta de aquella por la que habían entrado y se encontraron en otro pasillo. Ante ellos, había un pequeño vehículo descubierto que se desplazaba sobre carriles.
Bander les indicó que subiesen a él, y lo hicieron de uno en uno.
No había bastante espacio para ellos cuatro y el robot, pero Pelorat y Bliss se apretujaron a fin de que Trevize pudiese subir. Bander se sentó delante, con un aire de cómoda naturalidad y el robot lo hizo a su lado.
El vehículo arrancó sin dar más señales de manipulación de controles que unos suaves movimientos de la mano de Bander.
- En realidad, es un robot en forma de vehículo - dijo Bander, con negligente indiferencia.
Avanzaron a marcha regular, cruzando puertas que se abrían al acercarse ellos y se cerraban a su espalda. Los adornos de cada una de ellas eran exclusivos, diferentes de los de las demás, como si se hubiese ordenado a los robots inventa. combinaciones al azar.
Tanto delante como detrás de ellos, el pasillo permanecía a oscuras.
Sin embargo, dondequiera que se encontrasen, les iluminaba algo parecido a una fría luz solar, también en las habitaciones se hacía la claridad al abrirse las puerta.. Y cada vez, Bander movía las manos, lenta y delicadamente.
Aquel viaje parecía no tener fin. De vez en cuando, describían curvas que ponían de manifiesto que la mansión subterránea se extendía en dos dimensiones. «No, en tres», pensó Trevize, al llegar a un punto en que descendieron por un suave declive.
En todas partes había robots, a docenas, a veintenas, a cientos, realizando un lento trabajo cuya naturaleza Trevize no podía adivinar.
Cruzaron la pueda abierta de una gran estancia donde hileras de robots se encontraban inclinados en silencio sobre sendos pupitres.
- ¿Qué están haciendo! - preguntó Pelorat.
- Teneduría de libros - repuso Bander -. Estadísticas, cuentas financieras y otras mil cosas que, celebro poder decirlo, no me preocupan en absoluto. Ésta no es una finca improductiva. Casi una cuarta parte de su zona de cultivo está dedicada a huertos. Una décima parte corresponde a campos de cereales, pero los huertos son mi mayor orgullo.
Producimos las mejores frutas del planeta, en el mayor número de variedades. Un «melocotón Bander» es el melocotón de Solaría. Casi nadie se preocupa de plantar melocotoneros. También cultivamos veintisiete variedades de manzanas. Los robots pueden daros plena información de todo esto.
- ¿Y qué haces con la fruta? - preguntó Trevize -. No puedes comerla toda tú solo.
- Ni soñarlo. Además, la fruta no me gusta mucho. Hacemos trueques con otras firmas.
- ¿A cambio de qué?
- De minerales sobre todo. En mis tierras no tengo minas dignas de mención. Además, cambio la fruta por otras cosas que necesito para mantener un buen equilibrio ecológico. Tengo una gran variedad de plantas y animales en mi hacienda.
- Supongo que los robots cuidan de todo ello - dijo Trevize.
- Lo hacen, y muy bien por cierto.
- Todo para un solariano.
- Todo para la finca y sus niveles ecológicos. Resulta que soy el único solariano que visita las diversas partes de su hacienda..., cuando me viene en gana... Pero esto es parte de mi absoluta libertad.
- Supongo que los otros..., los otros solarianos... - dijo Pelorat -, también mantienen un equilibrio ecológico local y tal vez posean marismas o zonas montañosas o fincas en la orilla del mar.
- Supongo que si - repuso Bander -. Tratamos de estas cosas en las conferencias que los asuntos de nuestro mundo nos exigen a veces.
- ¿Con qué frecuencia os reunís? - preguntó Trevize.
Ahora, rodaban por un pasadizo bastante estrecho, muy largo, sin habitaciones en ninguno de los lados. Trevize presumió que podía haber sido construido a través de un sector que no permitía una mayor anchura, y que debía servir de enlace entre dos alas capaces de extenderse mucho más.
- Demasiado a menudo - respondió Bander -. Es raro el mes que no me libro de pasar algún tiempo reunido en conferencia con uno de los comités de que soy miembro. Volviendo a lo que os decía, aunque puede no haber montañas ni marismas en mi finca, mis huertos, mis estanques con peces y mis jardines botánicos son los mejores del mundo.
- Pero, mi querido amigo... - dijo Pelorat -, quiero decir, Bander..., yo suponía que nunca salías de tu finca para visitar las de los demás...
- Claro que no - respondió Bander, con aire ofendido.
- He dicho que lo suponía - le corrigió Pelorat suavemente -. Pero, en este caso, ¿cómo puedes estar seguro de que la tuya es la mejor, si nunca has visitado, ni siquiera visto, las otras?
- Lo sé por la demanda de mis productos en el comercio entre las fincas - aseguró Bander.
- ¿Y qué me dices de la manufacturación? - preguntó Trevize.
- Hay propiedades donde fabrican herramientas y maquinaria. Como ya he dicho, en la mía hacemos varas conductoras de calor, pero éstas son bastante sencillas.
- ¿Y robots?
- Ellos son fabricados en muchos lugares. A lo largo de toda la Historia, Solaria ha ido a la cabeza de toda la Galaxia en el diseño más sutil e inteligente de los robots.
- Supongo que también hoy - dijo Trevize, cuidando muy bien de conseguir el tono de una afirmación y no el de una pregunta en su observación.
- ¿Hoy? - preguntó Bander -. ¿Con quién podríamos competir? Solaria es la única que construye robots en la actualidad. Vuestros mundos no los construyen, si interpreto correctamente lo que oigo por la hiperonda.
- ¿Y los otros mundos Espaciales?
- Ya te lo he dicho. Dejaron de existir.
- ¿Por completo?
- No creo que exista un Espacial viviente, si no es en Solaria.
- Entonces, ¿no hay nadie que sepa la situación de la Tierra?
- ¿Por qué habría alguien que quisiera hacerlo?
- Yo quiero saberlo - terció Pelorat -. Es mi campo de estudio.
- Entonces - dijo Bander -, tendrás que estudiar otra cosa. Yo no sé nada sobre la situación de la Tierra, ni he oído de nadie que la conozca, ni me importa una viruta de robot.
El Vehículo se detuvo y, por un instante, Trevize pensó que el solariano se había ofendido. Pero el frenazo fue suave, y Bander, al apearse, pareció tan divertido como de costumbre al indicar a los otros que se apeasen también.
La iluminación de la habitación en la que entraron era muy tenue, a pesar de que Bander la había aumentado con un ademán. Daba a un corredor lateral, en ambos lados del cual había otras habitaciones más pequeñas. En cada una de ellas aparecía una vasija adornada, a veces flanqueada de unos objetos que podían haber sido proyectores de película.
- ¿Qué es esto, Bander? - preguntó Trevize.
- Cámaras funerarias de los antepasados, Trevize - dijo Bander.
Pelorat miró a su alrededor con interés.
- Supongo que tienes las cenizas de tus antepasados enterradas aquí, ¿verdad?
- Sí por «enterradas; quieres decir sepultadas en el suelo, no estás enteramente en lo cierto - dijo Bander -. Podemos estar bajo tierra, Pero esto es mi mansión. Y las cenizas están en ella, como nosotros estamos ahora. En nuestro idioma decimos que las cenizas están «guardadas en casa». - Vaciló un momento y añadió -: «Casa» es una palabra arcaica que quiere decir «mansión».
Trevize lanzó una ligera mirada a su alrededor
- ¿Y son éstos todos sus antepasados? ¿Cuántos?
- Casi cien - respondió, sin disimular el tono orgulloso de su voz -. Noventa y cuatro, para ser exacto. Desde luego, los primeros no son verdaderos solarianos..., en el sentido actual de la palabra, Fueron medias-personas, varones y hembras. A estos medio-antepasados, sus descendientes inmediatos los colocaron en urnas contiguas. Yo no entro en esas habitaciones, desde luego. Es bastante «vergoncifero». Al menos, éste es el vocablo que se emplea en Solaria; pero no conozco su equivalente galáctico. Tal vez no lo tengáis.
- ¿Y las películas? - preguntó Bliss -. Yo diría que ésos son proyectores.
- Diarios - dijo Bander -, la historia de sus vidas. Escenas de ellos mismos en sus lugares predilectos de la finca. Quiere decir que no mueren en todos los sentidos. Parte de ellos permanece, y mi libertad me permite acompañarles cuando quiera; puedo ver cualquier trozo de película cuando me plazca.
- Pero no los «vergonciferos».
Bander desvió la mirada.
- No – contestó -, aunque todos tenemos que considerarlos como parte de nuestro linaje. Es una desgracia común.
- ¿Común? ¿También tienen los otros solaríamos estas cámaras de la muerte? - preguntó Trevize.
- Oh, sí; todos las tenemos, pero las mías son las mejores, las más adornadas, las mejor conservadas.
- ¿Tienes preparada tu cámara mortuoria ya? - dijo Trevize.
- Por supuesto. Está totalmente construida y dispuesta. Fue lo primero que hice al heredar la propiedad. Y cuando sea reducido a cenizas, para emplear un lenguaje poético, mi sucesor construirá la suya como su primer deber.
- ¿Tienes un sucesor?
- Lo tendré cuando llegue el momento. Todavía me queda mucho tiempo de vida. Cuando tenga que irme, habrá un sucesor adulto, lo bastante maduro para gozar de la finca y bien preparado para la transducción energética.
- Supongo que será hijo tuyo.
- ¡Oh, sí!
- Pero, ¿y si ocurre alguna adversidad? - dijo Trevize -. Supongo que, incluso en Solaria, se producen accidentes y desgracias. ¿Qué pasa sí un solaríano es reducido prematuramente a cenizas y no tiene un sucesor que ocupe su lugar, o que no esté lo bastante maduro para disfrutar de la propiedad?
- Eso no suele ocurrir. Entre mis antepasados, sólo sucedió una vez, pero si se da el caso, uno tiene que recordar que hay otros sucesores esperando para ser dueños de otras fincas. Algunos de ellos son lo bastante mayores para heredar y tienen padres, jóvenes todavía, que pueden producir un segundo descendiente y vivir hasta que éste sea lo bastante maduro para la sucesión. A uno de estos sucesores viejos-jóvenes, como son llamados, lo designarían como heredero de la hacienda.
- ¿Quién hace la designación? .
- Tenemos una junta de gobierno entre cuyas pocas funciones está la de designar el sucesor en caso de fallecimiento prematuro. Desde luego, todo se hace por holovisión.
- Pero, si los solarianos nunca se ven los unos a los otros – dijo Pelorat -, ¿cómo pueden saber que un solariano ha sido reducido a cenizas inesperadamente..., o aunque se esperase?
- Cuando uno de nosotros es reducido a cenizas - dijo Bander -, toda energía cesa en su finca. Si ningún sucesor se hace cargo de ésta enseguida, la situación anormal es advertida de inmediato y se toman las medidas pertinentes. Os aseguro que nuestro sistema social funciona a la perfección.
- ¿Podríamos ver alguna de las películas que tienes aquí? - preguntó Trevize.
Bander frunció el ceño.
- Sólo tu ignorancia te disculpa – dijo -. Lo que has preguntado es crudo, obsceno.
- Te pido perdón por ello. No quisiera mostrarme impertinente, peroya te hemos dicho que estamos muy interesados en obtener información sobre la Tierra. Y he pensado que las películas más antiguas que tienes deben remontarse a un tiempo en que ese planeta no era radiactivo todavía. Por consiguiente, podría ser mencionado. O quizás hubiese detalles sobre él. No queremos violar tu intimidad pero, ¿no sería posible que tú mismo examinases esas películas, o las hicieses examinar por un robot, y después nos dieses la información que pudiese interesarnos? Desde luego, si aprecias nuestros motivos y comprendes que haremos a nuestra vez todo lo que esté en nuestra mano para respetar tus sentimientos, quizá permitas que nosotros mismos veamos las películas.
- Supongo que no puedes darte cuenta de que cada vez eres más ofensivo - repuso Bander con frialdad -. Sin embargo, es inútil que insistas en ese tema: ninguna película acompaña a mis antepasados medio-humanos.
- ¿Ninguna? - preguntó Trevize, con sincero desaliento.
- Hubo un tiempo en que existieron. Pero incluso vosotros podéis imaginar lo que contenían. Dos medio-humanos mostrando recíproco interés, o incluso... - Bander carraspeó y terminó la frase haciendo un esfuerzo, interactuando. Naturalmente, todas las películas de los medio-humanos fueron destruidas hace muchas generaciones.
- ¿Y qué me dices de las películas de otros solarianos?
- Todas fueron destruidas.
- ¿Estás seguro?
- Habría sido una locura no hacerlo.
- Podría ocurrir que algunos solarianos estuviesen locos o fuesen sentimentales y olvidadizos. Esperamos que no te opongas a que investiguemos en las haciendas vecinas.
Bander miró a Trevize, sorprendido.
- ¿Presumes que otros serán tolerantes con vosotros como lo he sido yo?
- ¿Por qué no, Bander?
- Vosotros mismos lo veréis.
- Es un riesgo que no tenemos más remedio que correr.
- No, Trevize. No debéis hacerlo. Escuchadme.
Había robots en segundo término, y Bander tenía el entrecejo fruncido.
- ¿ De qué se trata? - preguntó Trevize, súbitamente inquieto.
- Me ha gustado mucho hablar con todos vosotros y observaros en toda vuestra..., digamos, rareza. Ha sido una experiencia única que me ha encantado, pero que no puedo registrar en mi Diario ni grabar en una película.
-¿Por qué?
- Hablaros, escucharos, traeros a mi mansión, mostraros las cámaras de la muerte ancestrales, han sido otros tantos actos «vergoncíferos».
- Nosotros no somos solarianos. Te importarnos menos que esos robots, ¿no es cierto?
- Esa es la excusa que trato de darme a mí mismo. Pero puede que los otros no la aceptasen como tal.
- ¿Y qué te importa? Tienes absoluta libertad para hacer lo que te plazca, ¿no?
- Incluso siendo como somos, la libertad no es realmente absoluta. Si yo fuese el único solariano en el mundo, podría hacer incluso cosas vergonzosas con absoluta libertad. Pero hay otros solarianos en el planeta y, debido a ello, la libertad ideal no se ha alcanzado del todo, aunque nos hemos acercado bastante. Hay mil doscientos solarianos en el planeta que me despreciarían si supiesen lo que he hecho.
- No tienen por qué saberlo.
- Eso es cierto. He estado pensándolo desde que llegasteis. Me he dado cuenta de algo durante todo el tiempo que me divertía con vosotros: los otros no deben saberlo.
- Si esto significa que temes complicaciones como resultado de nuestras visitas a otras haciendas en busca de información sobre la Tierra - dijo Pelorat -, naturalmente, no diremos que te hemos visitado a ti primero. La cosa está clara.
Bander sacudió la cabeza.
- Ya me he arriesgado bastante. Y, como es lógico, no hablaré de ello. Mis robots tampoco lo harán, e incluso se les ordenará olvidarlo. Vuestra nave será traída bajo tierra y explorada para sacar de ella toda la información posible...
- Espera - dijo Trevize -, ¿cuánto tiempo crees que podemos esperar aquí mientras inspeccionas nuestra nave? Eso no es posible.
- Claro que sí, porque nada podréis hacer para evitarlo. Lo siento. Me gustaría seguir hablando con vosotros y discutir sobre otras muchas cosas, pero ya veis que la situación se hace cada vez más peligrosa.
- No, no es así - dijo Trevize enfáticamente.
- Sí, pequeño medio-humano. Lamento que haya llegado el momento en que tengo que cumplir lo que mis antepasados habrían hecho enseguida. Debo mataros a los tres.
XII. A LA SUPERFICIE
Trevize volvió la cabeza al punto para mirar a Bliss. Su semblante permanecía inexpresivo pero tenso, y miraba a Bander con tal intensidad que hacía que pareciese estar ajena a todo lo demás.
Pelorat tenía los ojos muy abiertos, con expresión de incredulidad. Trevize, no sabiendo lo que Bliss querría (o podría) hacer, se esforzó en dominar su abrumadora impresión de fracaso (no tanto por la idea de la muerte, como por la de morir sin saber dónde estaba la Tierra, sin saber por qué había elegido Gaia como futuro de la Humanidad). Tenía que ganar tiempo.
Esforzándose en conservar firme la voz y pronunciar las palabras con claridad, dijo:
- Has demostrado ser un solariano amable y cortés, Bander, sin enojarte por nuestra intrusión en vuestro mundo. Has tenido la amabilidad de mostrarnos tu finca y tu mansión mientras contestabas nuestras preguntas. Sería más propio de tu carácter que ahora nos dejases marchar. Nadie sabría que hemos estado en este planeta y nosotros no tendríamos motivos para volver. Llegamos con las mejores intenciones, buscando información solamente.
- Lo creo - repuso Bander -, y hasta ahora he respetado vuestras vidas, que estuvieron condenadas desde el instante mismo en que entrasteis en nuestra atmósfera. Lo que yo podía y debía hacer, al establecer contacto con vosotros, era mataros en el acto. Entonces, habría ordenado al robot adecuado que disecase vuestros cuerpos en busca de la información que pudieran darme los forasteros.
»No lo hice. Satisfice mi curiosidad y cedí a mi propio carácter tolerante, pero eso se acabó. No puedo continuar haciéndolo. En realidad, ya he comprometido la seguridad de Solaria, pues si, por debilidad, me dejase convencer y permitiese que abandonaseis este planeta, otros de vuestra clase vendrían más adelante, aunque me prometieseis que no sería así.
»Sin embargo, puedo aseguraros una cosa al menos: vuestra muerte será indolora. Sólo calentaré vuestros cerebros suavemente y los desactivaré. No experimentaréis dolor. Sencillamente, dejaréis de vivir. Por último, terminados la disección y el estudio, os convertiré en cenizas con un fuerte chorro de calor y todo habrá acabado.
- Si debemos morir así - dijo Trevize -, nada puedo oponer a una muerte rápida e indolora; pero, ¿por qué tenemos que morir, si no hemos cometido ningún delito?
- Vuestra llegada lo fue.
- No lógicamente, puesto que no podíamos saber que nuestra acción era delictiva.
- La sociedad define lo que constituye delito. Para vosotros, esto puede parecer irracional y arbitrario, pero no lo es para nosotros, y éste es nuestro mundo, en el que tenemos pleno derecho a decir que lo que habéis hecho está mal y merece la muerte.
Bander sonrió, como si aquello fuese una agradable conversación, y prosiguió:
- Y vosotros no tenéis derecho a quejaros, en nombre de vuestra superior virtud. Tú mismo llevas un blaster que emplea un rayo de microondas para producir un intenso calor letal. Hace lo mismo que yo pretendo hacer, pero estoy seguro que de un modo mucho más brutal y doloroso. Tú no vacilarías en emplearlo contra mí en este instante si yo no hubiese descargado su energía y si fuese lo bastante estúpido para permitirte libertad de movimientos, serías capaz de sacar el arma de su funda.
Trevize dijo desesperadamente, temeroso de mirar de nuevo a Bliss y de que la atención de Bander se volviese a ella:
- Te pido, como un acto de misericordia, que no hagas esto.
- Ante todo - dijo Bander, súbitamente hosco -, debo ser misericordioso conmigo y con mi mundo, y, por consiguiente, tenéis que morir.
Levantó la mano y la oscuridad descendió al instante sobre Trevize.
Por un momento, Trevize sintió que la oscuridad le ahogaba, y pensó furiosamente: ¿Es esto la muerte?
Y como si sus pensamientos hubiesen provocado un eco, oyó un murmullo que decía:
- ¿Es esto la muerte?
Era la voz de Pelorat. Trevize trató de murmurar y vio que podía hacerlo,
- ¿Por qué lo preguntas? - dijo, sintiendo un enorme alivio -. El mero hecho de que puedas hacerlo demuestra que no estás muerto.
- Hay antiguas leyendas según las cuales hay vida después de la muerte.
- Tonterías - murmuró Trevize -. ¿Bliss? ¿Estás aquí, Bliss?
No hubo respuesta.
- Bliss. Bliss - repitió de nuevo Pelorat -. ¿Qué ha sucedido, Golan?
- Bander debe de estar muerto - dijo Trevize -. Por eso no ha podido seguir suministrando energía y las luces se han apagado.
- Pero, ¿cómo...? ¿Quieres decir que lo ha hecho Bliss?
- Supongo que sí, Espero que no le haya ocurrido nada malo durante su acción.
Se arrastró a gatas en la oscuridad total del subterráneo, a excepción del destello ocasional y casi invisible de un átomo radiactivo desintegrándose al chocar contra la pared.
Entonces, su mano tocó algo cálido y suave. Siguió palpando y, al reconocer una pierna, la agarró. Desde luego, era demasiado pequeña para pertenecer a Bander.
- ¿Bliss?
La pierna dio una sacudida, obligando a Trevize a soltarla.
- ¿Bliss? ¡Di algo!
- Estoy viva - repuso la voz de Bliss, curiosamente alterada.
- Pero, ¿estás bien? - dijo Trevize.
- No.
Y entonces volvió a hacerse la luz, aunque muy tenue. Las paredes brillaron débilmente, aumentando y disminuyendo, a desordenados intervalos, la intensidad de la luz.
Bander yacía acurrucado en un bulto oscuro. Bliss estaba a su lado, sosteniéndole la cabeza.
La joven miró a Trevize y a Pelorat.
- El solariano ha muerto - dijo, y la débil luz permitió ver un brillo de lágrimas en sus mejillas.
Trevize se quedó estupefacto.
- ¿Por qué estás llorando?
- ¿Cómo no voy a hacerlo después de haber matado a un ser vivo e inteligente? Ésa no era mi intención.
Trevize se inclinó para ayudarla a ponerse en pie, pero ella lo apartó de un empellón.
Pelorat se arrodilló a su vez.
- Por favor, Bliss - dijo con suavidad -, ni siquiera tú puedes devolverle la vida. Dinos lo que ha ocurrido.
Ella dejó que Pelorat la pusiese en pie, y dijo lentamente:
- Gaia puede hacer lo que Bander podía hacer. Gaia puede utilizar la energía desigualmente distribuida del universo y transferirla a una acción determinada sólo por la fuerza mental...
- Eso ya lo sabia - la interrumpió Trevize, pretendiendo mostrarse apaciguador pero sin saber muy bien cómo hacerlo -. Recuerdo muy bien nuestro encuentro en él espacio, cuando tú, o mejor dicho, Gaia, retuvo cautiva nuestra nave espacial. Pensé en ello mientras Bander me mantenía sujeto después de apoderarse de mis armas. También te sujetó a ti, pero yo confiaba en que podías liberarte si querías.
- No. Si lo hubiese intentado, habría fracasado. Cuando tu nave fue apresada por «mí-nosotros-Gaia» - dijo con tristeza -, Gaia y yo éramos realmente una. Ahora hay una separación hiperespacial que limita «mi-nuestra-de Gaia» eficacia. Además, lo que Gaia hace es por el mero poder de la masa de cerebros. Pero, aun así, todos aquellos cerebros juntos carecen de los lóbulos transductores que poseía este solariano individual. Nosotros no podemos emplear la energía tan delicada, eficiente e incansablemente como él hacía. Como puedes ver, me resulta imposible hacer que esas luces brillen más, y no sé cuánto tiempo podré conseguir que sigan brillando antes de cansarme. Él era capaz de suministrar energía a toda su vasta finca, incluso cuando estaba durmiendo.
- Pero tú la interrumpiste - dijo Trevize.
- Porque él no sospechaba mis poderes - dijo Bliss - y porque no hice nada que pudiese revelárselos. Por consiguiente, no sospechó de mí y no me prestó atención. La centró enteramente en ti, Trevize, tú eras quien tenía las armas (también hiciste bien esta vez en ir armado), y yo tenía que esperar la ocasión de frenar a Bander con un rápido e inesperado golpe. Cuando Bander estaba a punto de matarnos, cuando toda su mente la tenía concentrada en su propósito y en ti, pude descargar mi golpe.
- Y con magníficos resultados.
- ¿Cómo puedes decir una cosa tan cruel, Trevize? Yo sólo tenía la intención de frenarlo. Deseaba impedir que usase su transductor. En un momento de sorpresa, cuando tratase de fulminarnos y viese que no podía hacerlo, sino que la iluminación menguaba hasta convertirse en oscuridad total, yo apretaría mi presa y lo sumiría en un sueño normal y soltaría el transductor. Entonces, la energía permanecería podríamos salir de esta mansión, ir a nuestra nave y abandonar el planeta. También esperaba arreglar las cosas de manera que, cuando Bander despertase al fin, hubiese olvidado todo lo ocurrido desde el instante en que nos había visto. Gaia no quiere matar para realizar lo que pudiera hacerse sin causar la muerte a nadie.
- ¿Qué fue lo que falló, Bliss? - preguntó Pelorat con cariño.
- Nunca me había encontrado con algo parecido a esos lóbulos transductores y no tenía tiempo le estudiarlo. Me limité a realizar la maniobra de bloqueo, y por lo visto la cosa no funcionó como debía. No bloquee la entrada de energía en sus lóbulos, sino la salida. La energía pasa siempre a raudales en sus lóbulos, pero, por lo general, el cerebro se protege expulsando esa energía con la misma rapidez. En cambio, cuando yo hube bloqueado la salida, la energía se acumuló enseguida dentro de los lóbulos y, en una pequeña fracción de segundo, la temperatura se elevo hasta el punto en que las proteínas del cerebro se desactivaron fatalmente y murió. Las luces se apagaron y yo anule mi bloque inmediatamente, pero, desde luego, ya era demasiado tarde.
- No veo que hubieses podido hacer nada diferente de lo que hiciste, querida - dijo Pelorat.
- Eso no me sirve de consuelo, considerando que he matado.
- Bander estaba a punto de matarnos a nosotros - dijo Trevize.
- Ese era un motivo para impedírselo, no para matarlo.
Trevize vacilo. No quería mostrar la impaciencia que sentía, pues, no deseaba ofender ni trastornar mas a Bliss, la cual, a final de cuentas, era la única defensa de que disponía contra un mundo terriblemente hostil.
- Bliss – dijo - es hora de que pensemos en cosas distintas de la Bander, como ha muerto, toda la energía de la finca se habrá Extinguido. Esto será advertido, más pronto o más tarde, probablemente pronto por otros solarianos, los cuales se verán obligados a investigar. No creo que tu fuesen capaz de rechazar el ataque combinado de varios de ellos. Y, como tu misma has confesado, no podrías emplear la limitada energía de que dispones ahora por mucho tiempo. Por consiguiente, es necesario que volvamos a la superficie, y a nuestra nave lo antes posible.
- Pero Golan - dijo Pelorat -, ¿cómo lo haremos? Hemos recorrido muchos kilómetros por un camino ondulado. Me imagino que debe ser un laberinto, y, por lo que a mi atañe, no tengo la menor idea de por donde debemos ir para alcanzar la superficie. Mi sentido de la orientación ha sido malo siempre.
Trevize miró a su alrededor y, vio que Pelorat tenía razón.
- Supongo – dijo - que hay muchas salidas a la superficie y no hace falta que encontremos la misma por la que entramos.
- Pero no sabemos dónde se encuentra ninguna de ellas. ¿Cómo vamos a encontrarlas?
Trevize se volvió hacia Bliss de nuevo.
- ¿Puedes detectar mentalmente algo que nos ayude a salir?
- Todos los robots de esta finca están inactivos - dijo Bliss -. Detecto un débil murmullo de vida subinteligente por encima de nosotros, pero lo único que esto me dice es que la superficie se encuentra allá arriba, algo que ya sabemos.
- Entonces - dijo Trevize -, sólo nos queda buscar alguna abertura.
- ¡Un juego del escondite! - exclamó, horrorizado, Pelorat -. Jamás lo conseguiremos.
- Tal vez sí, Janov - le tranquilizó Trevize -. Si buscamos, tendremos una posibilidad, por pequeña que sea. La única alternativa que nos queda es permanecer aquí, y si lo hacemos, nunca lograremos nuestro objetivo. Vamos, una mínima posibilidad es mejor que ninguna.
- Esperad - dijo Bliss -. Percibo algo.
- ¿Qué? - dijo Trevize.
- Una mente.
- ¿Una inteligencia?
- Sí, pero limitada, según creo. Sin embargo, lo que percibo con más claridad es otra cosa.
- ¿Qué? - preguntó Trevize, luchando con su impaciencia una vez más.
- ¡Miedo! ¡Un miedo terrible! - dijo Bliss, en voz baja.
Trevize miró a su alrededor con tristeza. Sabía por dónde habían entrado, pero no se hacía ilusiones sobre su capacidad de regresar por el mismo camino. A fin de cuentas, había prestado poca atención a sus vueltas y revueltas. ¿Quién hubiese pensado que se verían obligados a volver solos, sin ninguna ayuda, y con sólo una débil y vacilante luz para guiarles?
- ¿Podrás activar el vehículo, Bliss? - preguntó.
- Estoy segura de que sí, Trevize - respondió Bliss -, lo cual no significa que sepa conducirlo.
- Creo que Bander lo hacía mentalmente - dijo Pelorat -. No vi que tocase nada cuando estaba en marcha.
- Así era, Pel - asintió Bliss -, pero, ¿cómo? Podrías decir que lo hizo usando los controles. Cierto, pero, si yo no conozco los detalles del manejo de los controles, eso no nos sirve de gran cosa, ¿verdad?
- Podrías intentarlo - dijo Trevize.
- Lo haré. Tendré que concentrar toda mi mente en ello aunque, si lo hago, dudo de que pueda mantener las luces encendidas. El vehículo nos servirá de poco en la oscuridad, a pesar de que consiga conducirlo.
- Entonces, supongo que tendremos que ir a pie.
- Temo que sí.
Trevize atisbó la espesa y amenazadora oscuridad que se extendía más allá del lugar débilmente iluminado en que se hallaban.
- Bliss, ¿sientes todavía esa mente asustada? - preguntó.
- Sí.
- ¿Sabes dónde se halla? ¿Puedes guiarnos hasta ella?
- El sentido mental forma una línea recta. No es refractado por la materia ordinaria; por consiguiente, puedo decir que viene de aquella dirección - dijo, señalando un punto en la pared oscura -. Pero no podemos atravesar la pared para llegar hasta ella. Lo que haremos será seguir los pasillos y tratar de orientamos en la dirección en que la sensación se haga más fuerte. En una palabra, tendremos que jugar a frío y caliente.
- Entonces, empecemos enseguida.
Pelorat se echó atrás.
- Espera, Golan. ¿Seguro que deseamos encontrar esa cosa, sea lo que fuere? Si está asustada, puede que nosotros tengamos motivos para asustarnos también.
Trevize sacudió la cabeza con impaciencia.
- No hay otra alternativa, Janov. Es una mente, asustada o no, y puede que esté dispuesta, o que la obliguemos a estarlo, a guiarnos a la superficie.
- ¿Y dejaremos a Bander tirado aquí? - preguntó Pelorat, con inquietud.
Trevize le agarró de un codo.
- Vamos, Janov. Tampoco en esto podemos elegir. Seguro que algún solariano reactivará el lugar y que un robot encontrará a Bander. Espero que eso no ocurra antes de que estemos a salvo lejos de aquí.
Dejó que Bliss marchase en cabeza. La luz era siempre más fuerte cerca de ella, y Bliss se detenía ante cada puerta y en cada encrucijada, tratando de captar la dirección de la que procedía aquel miedo. A veces, cruzaba una puerta o doblaba un recodo, y volvía atrás para seguir otro pasillo, mientras Trevize la observaba desesperadamente.
Cada vez que Bliss tomaba una decisión y avanzaba con resolución en una dirección determinada, se encendía la luz delante de ella. Trevize advirtió que ésta era un poco más brillante ahora, fuese porque sus ojos se iban adaptando a la oscuridad o porque Bliss aprendía a manejar la transducción con más eficacia. En una ocasión, al pasar cerca de una de las varas metálicas insertas en el suelo, Bliss apoyó una mano en ella y la luz aumentó de forma considerable, y ella asintió con la cabeza, como satisfecha de sí misma.
Nada les resultaba conocido; parecía seguro que andaban por lugares de la mansión subterránea por los que no habían pasado al entrar.
Trevize observaba sin descanso los pasillos que ascendían bruscamente y estudiaba los techos por si, en ellos, había señal de alguna trampilla. Pero no encontraba nada de eso, y aquella mente asustada seguía siendo su única oportunidad de salir de aquel lugar.
Siguieron avanzando en silencio, turbado, únicamente, por sus propios pasos; en medio de una oscuridad que sólo interrumpía aquella luz débil a su alrededor; a través de un mundo muerto, salvo por sus propias vidas. De vez en cuando, distinguían el bulto oscuro de un robot, sentado o de pie, en la penumbra, inmóvil por completo. En una ocasión, vieron a uno de ellos tumbado de costado, con las piernas y los brazos en extraña posición, como petrificado. Trevize pensó que la interrupción de la energía le habría pillado desequilibrado, y se había caído. Bander, vivo o muerto, no podía contrarrestar la fuerza de la gravedad.
Tal vez en toda su vasta hacienda, había robots en pie o yaciendo inactivos, y esa situación sería advertida rápidamente en los linderos.
O tal vez no, pensó de pronto. Los solarianos debían saber cuándo uno de ellos se estaba muriendo de viejo o de decadencia física. Y todo el mundo estaría alerta para cuando el óbito se produjese. Pero Bander había muerto de repente, en la flor de su existencia, sin que nadie hubiese podido preverlo. ¿Quién iba a saberlo? ¿Quién esperaría algo así? ¿Quién estaría observando, por si la desactivación se producía?
Pero no (y Trevize rechazó su optimismo como un señuelo peligroso que podía conducirles a un exceso de confianza), los solarianos observarían el cese de toda actividad en la finca de Bander y actuarían de inmediato. Todos tenían demasiado interés en las herencias para olvidarse de la muerte.
- La ventilación ha dejado de funcionar - murmuró Pelorat desalentado -. Un lugar como éste, bajo tierra, tiene que estar ventilado, y Bander suministraba la energía. Ahora no hay ventilación.
- No importa, Janov - dijo Trevize -. Tenemos suficiente aire en este lugar subterráneo vacío para que podamos respirar durante años.
- Es igual. Su efecto psicológico es muy malo.
- Por favor, Janov, domina tu claustrofobia. ¿Nos hemos acercado, Bliss?
- Mucho, Trevize - respondió ella -. La sensación ha aumentado y ahora percibo su dirección con más claridad.
Andaba segura, vacilando menos cuando tenía que elegir un camino.
- ¡Allí! ¡Allí! – exclamó -. Puedo percibirlo intensamente.
- Ahora, incluso yo puedo oírlo - dijo Trevize secamente.
Los tres se pararon y contuvieron el aliento. Percibieron un débil gimoteo, entrecortado de sollozos.
Entraron en una amplia habitación y, al encenderse las luces, vieron que, a diferencia de las que había visto hasta entonces, estaba rica y alegremente amueblada.
En el centro de la estancia se hallaba un robot, algo inclinado, con los brazos extendidos en una actitud casi afectuosa, y desde luego, completamente inmóvil.
Unas ropas se agitaron detrás del robot. Un ojo redondo y asustado asomó junto a un lado de aquél, y siguieron oyéndose aquellos sollozos de desconsuelo.
Trevize pasó al lado del robot y, entonces, una pequeña criatura salió corriendo y chillando. Tropezó, cayó al suelo y se quedó tumbada allí, tapándose los ojos, pataleando en todas direcciones, como defendiéndose sin saber de dónde vendría la amenaza, y chillando sin parar...
- ¡Es un niño! - exclamó Bliss innecesariamente.
Trevize dio un paso atrás, asombrado. ¿Qué hacia un niño allí? Bander se había jactado de su absoluta soledad, insistiendo en ello incluso.
Pelorat, menos apto para seguir un razonamiento sólido ante un suceso oscuro, encontró al punto la solución.
- Supongo que estamos ante el sucesor - dijo.
- El retoño de Bander - convino Bliss -, pero creo que es demasiado pequeño para sucederlo. Los solarianos tendrán que buscarlo en otra parte.
Estaba contemplando al niño, no con la mirada fija, sino de una manera suave e hipnotizadora, y, poco a poco, el ruido que aquél estaba haciendo menguó. Después, el pequeño abrió los ojos y miró a Bliss a su vez. El llanto se redujo a algún gemido ocasional.
También Bliss emitió algunos sonidos, apaciguadores, palabras inconexas que no significaban gran cosa, pero que tenían por objeto aumentar el efecto calmante de sus pensamientos. Era como si tratase de escudriñar la mente desconocida del niño y de tranquilizar sus excitadas emociones.
Muy despacio, sin apartar nunca la mirada de Bliss, el chiquillo se puso en pie, se tambaleó un momento y corrió hacia el silencioso e inmóvil robot, abrazándose a la gruesa pierna robótica, como buscando ávidamente la seguridad de su contacto.
- Supongo - dijo Trevize - que este robot es su ama..., o su niñera. Creo que un solariano no puede cuidar de otro solariano, ni tratándose de padre e hijo.
- Y yo supongo que el niño es hermafrodita - dijo Pelorat.
- Tendría que serlo - convino Trevize.
Bliss, todavía preocupada por aquella criatura, se acercó a ella lentamente, levantando un poco las manos pero con las palmas vueltas tracia dentro, como para demostrarle que no tenía intención de sujetarle. Ahora, el chiquillo se había callado, viéndole acercarse y agarrándose al robot con más fuerza.
- Aquí, pequeño... - dijo Bliss -, calor, pequeño..., blando, caliente, cómodo, seguro, pequeño..., seguro, seguro. - Se interrumpió y, sin volver la cabeza, dijo en voz baja -: Háblale en su lenguaje, Pel. Dile que somos robots que hemos venido para cuidar de él, ya que ha fallado la energía.
- ¡Robots! - exclamó, escandalizado, Pelorat.
- Debemos presentarnos a él como robots. No les tiene miedo. Y nunca ha visto un ser humano; tal vez no puede siquiera imaginárselos.
- No sé si podré dar con la expresión adecuada - dijo Pelorat -. No conozco ninguna palabra arcaica que designe un robot.
- Di «robot», Pel. Si no lo entiende, di «cosa de hierro». Di lo que te parezca mejor.
Poco a poco, deletreando las palabras, Pelorat habló en lengua arcaica. El chiquillo le miró, frunciendo intensamente el ceño, como tratando de comprender.
- Sería mejor que le preguntases cómo salir de aquí, ya que estás en ello - le aconsejó Trevize.
- No - dijo Bliss -. Todavía no. Primero, la confianza. Después, la información.
La criatura, mirando ahora a Pelorat, soltó despacio al robot y habló, con voz aguda y musical.
- Habla demasiado aprisa para mí - dijo ansiosamente Pelorat.
- Pídele que lo repita más despacio. Yo hago todo lo posible por calmarlo y quitarle el miedo.
Pelorat escuchó al niño de nuevo.
- Creo que pregunta por qué se ha parado Jemby. Jemby debe de ser el robot.
- Asegúrate de ello, Pel.
Pelorat habló, escuchó y dijo:
- Sí, Jemby es el robot. El niño se llama Fallom.
- ¡Bravo! - exclamó Bliss. Después, miró al pequeño y, con una sonrisa feliz y luminosa, lo señaló con un dedo -. Fallom. Fallom bueno.
Fallom valiente. - Luego se puso una mano sobre el pecho y añadió -: Bliss.
El chiquillo sonrió. Parecía muy atractivo al sonreír.
- Bliss - murmuró, pronunciando mal la «ese».
- Bliss - dijo Trevize -, si puedes activar el robot Jemby, quizás éste nos indicase lo que queremos saber. Pelorat podría hablarle tan fácilmente como al niño.
- No - replicó Bliss -. Eso constituiría un error. El primer deber del robot es proteger al niño. Si lo activamos, y se da cuenta de nuestra presencia, de la presencia de seres humanos extraños, puede atacarnos al instante. Si entonces me veo obligada a desactivarlo, no podrá darnos información, y el chiquillo, al hallarse con una segunda desactivación del único padre que conoce... Bueno, no quiero hacerlo.
- Pero nos dijeron que los robots no pueden dañar a los seres humanos - intervino Pelorat con voz suave.
- Es verdad - admitió Bliss -, pero no nos dijeron qué clase de robots han inventado los solarianos. Y aunque éste hubiese sido instruido para no hacer daño, tendría que elegir entre el pequeño, que es casi como un hijo para él, y tres intrusos a los que tal vez no reconocería siquiera como seres humanos. Como es natural, elegiría al niño y nos atacaría. - Se volvió de nuevo al chiquillo -. Fallom - dijo Bliss., señalando luego a los otros -. Pel, Trev.
- Pel. Trev - dijo, obediente, el niño.
Ella se le acercó más y alargó despacio las manos. Él la observó y dio un paso atrás.
- Calma, Fallom - susurró Bliss -. Fallom bueno. Toca, Fallom. Sé bueno, Fallom.
Éste dio un paso en su dirección y Bliss suspiró.
- Fallom bueno. .
Tocó el brazo desnudo de Fallom, que, lo mismo que su padre, sólo llevaba una bata larga, abierta por delante y con un taparrabo - debajo.
El contacto fue muy suave. Después, ella retiró el brazo, esperó e hizo un nuevo contacto, acariciando suavemente al pequeño.
Él entornó los párpados bajo el fuerte efecto calmante de la mente de Bliss.
Ésta movió las manos hacia arriba muy despacio, con suavidad, sin tocar apenas los hombros, el cuello y las orejas del niño, y después las deslizó debajo de los cabellos castaños hasta un punto situado exactamente encima y detrás de las orejas.
Por fin las apartó y dijo:
- Los lóbulos transductores son pequeños todavía. El hueso craneano no se ha desarrollado aún. Allí no hay más que una gruesa capa de piel, que con el tiempo crecerá hacia fuera y será cercada con hueso cuando los lóbulos se hayan desarrollado. Esto quiere decir que, de momento, no puede controlar la finca, ni siquiera activar su propio robot personal.
Pregúntale cuántos años tiene, Pel.
- Tiene catorce años, si no he entendido mal - dijo Pelorat después de una breve conversación.
- Más bien parece que tenga once - opinó Trevize.
- La duración de los años en este mundo puede no corresponder exactamente a la de los años galácticos - les recordó Bliss -. Además, se supone que los Espaciales tienen la vida muy larga y, si los solarianos se parecen a los otros Espaciales en esto, pueden tener también períodos de desarrollo más dilatados. No debemos guiarnos por los años.
Trevíze chascó la lengua con impaciencia.
- Basta de antropología – dijo -. Tenemos que salir a la superficie y, como estamos tratando con un niño, es posible que perdamos el tiempo inútilmente. Tal vez no sepa el camino. Quizá no ha estado nunca arriba.
- ¡Pel! - dijo Bliss.
Pelorat comprendió lo que ella le pedía y entabló ahora una larga conversación con Fallom.
- El niño sabe lo que es el sol - explicó después -. Dice que lo ha visto. Yo creo que ha visto árboles. He fingido no estar seguro de lo que aquel nombre quería decir, o al menos de lo que la palabra que empleé significaba.
- Sí, Janov - le interrumpió Trevize -, pero vayamos al grano.
- He dicho a Fallom que, si podía llevarnos a la superficie, nosotros quizás activásemos su robot. En realidad, le he prometido que lo activaríamos. ¿Creéis que podríamos hacerlo?
- Más tarde nos ocuparemos de ello - dijo Trevize -. ¿Ha dicho que nos guiaría?
- Sí. Pensé que lo haría de más buena gana si yo le prometía eso.
Aunque supongo que corremos el riesgo de defraudarle...
- Vamos - ordenó Trevize -, pongámonos en marcha. Todo esto será una discusión académica si nos pillan bajo tierra.
Pelorat dijo algo al niño, el cual echó a andar, se detuvo y se volvió a mirar a Bliss.
Ésta alargó un brazo, y los dos caminaron asidos de la mano.
- Soy el nuevo robot - dijo ella, sonriendo ligeramente.
- Y parece que le gustas - repuso Trevize.
Fallom siguió andando y Trevize se preguntó si estaría contento solamente porque Bliss había conseguido causarle esa impresión, o si, además, se debía a la excitación de visitar la superficie, tener tres nuevos robots y la idea de que recuperaría a Jemby, su padre adoptivo. Aunque aquello importaba poco, con tal de que el niño les guiase.
Éste parecía avanzar sin la menor vacilación. Ni siquiera se detenía cuando tenía que elegir entre dos caminos. ¿Sabía realmente adónde iba o sólo era cuestión de indiferencia infantil? ¿Jugaba simplemente a un juego, sin saber el resultado con claridad?
Pero Trevize se daba cuenta, por la ligera dificultad de su marcha, de que estaban caminando cuesta arriba, y el niño, que seguía avanzando con aires de importancia, señalaba hacia delante y no paraba de charlar.
Trevize miró a Pelorat, el cual carraspeó y tradujo.
- Creo que está hablando de una «puerta».
- Ojalá sea verdad - dijo Trevize.
El niño se desprendió de Bliss y corrió. Señaló una parte del suelo que parecía más oscura que lo que la rodeaba. El pequeño se puso sobre ella, saltó varias veces y, después, se volvió con clara expresión de desaliento y habló con estridente locuacidad.
- Tendré que suministrar la energía - dijo Bliss, con una mueca -. Esto me está agotando.
Su cara enrojeció un poco y las luces palidecieron, pero se abrió una puerta exactamente delante de Fallom, el cual se echó a reír, regocijado.
El niño salió corriendo por el hueco y los dos hombres le siguieron.
Bliss fue la última en hacerlo y miró atrás al apagarse las luces del interior y cerrarse la puerta. Entonces, se detuvo para recobrar aliento, pareciendo bastante fatigada.
- Bueno - dijo Pelorat -, ya hemos salido. ¿Dónde está la nave?
Se detuvieron todos bajo la luz del crepúsculo.
- Me parece que debe encontrarse en aquella dirección – murmuró Trevize.
- También a mí me da esa sensación - dijo Bliss -. Vayamos allá.
- Y tendió la mano a Fallom.
No se oía ningún ruido, salvo el producido por el viento y por los movimientos y llamadas de algunos animales. Pasaron por delante de un robot que permanecía inmóvil, en pie, cerca del tronco de un árbol, sosteniendo algún objeto de uso incierto.
Pelorat dio un paso en su dirección, llevado por su curiosidad, pero Trevize lo atajó.
- Eso no nos importa, Janov. Sigue andando.
Después, vieron otro robot que había caído al suelo.
- Supongo que esto está lleno de robots en muchos kilómetros a la redonda - dijo Trevize. Y después, con voz triunfal -: ¡Allí está la nave!
Aceleraron el paso, pero se detuvieron de pronto. Fallom alzó la voz y chilló muy excitado.
En el suelo, cerca de la nave, estaba lo que parecía ser un buque aéreo de modelo primitivo, con un rotor que parecía requerir mucha energía y ser frágil además. Cerca del mismo, y entre el grupito de forasteros y su nave hallábanse plantadas cuatro figuras humanas.
- Demasiado tarde - dijo Trevize -. Hemos perdido mucho tiempo. ¿Qué hacemos ahora? .
- ¿Cuatro solarianos? - preguntó Pelorat con incertidumbre -. No puede ser. No pueden haberse puesto en contacto físico de esta manera. ¿pensáis que son holoimágenes?
- Son materiales - dijo Bliss -. Estoy segura de ello. Tampoco son solarianos. Las mentes de éstos resultan inconfundibles. Son robots.
- Bueno - dijo Trevize con aire de cansancio -, ¡adelante!
Reanudó su marcha hacia la nave con paso tranquilo, y los otros le siguieron.
- ¿Qué pretendes saber? - preguntó Pelorat, jadeando un poco.
- Si son robots, tienen que obedecer las órdenes.
Los robots les estaban esperando, y Trevize los observó fijamente al acercarse a ellos.
Sí, tenían que ser robots. Sus caras, que parecían hechas de piel sobre carne, no reflejaban expresión alguna, y, además, llevaban unos uniformes que no dejaban al descubierto ni un centímetro cuadrado de piel, aparte de la de la cara. Incluso las manos iban cubiertas con finos guantes opacos.
Trevize hizo un ademán que equivalía inconfundiblemente a una severa orden de que se apartasen a un lado.
Los robots no se movieron. .
Trevize dijo en voz baja a Pelorat:
- Díselo con palabras, Janov. Muéstrate enérgico.
Pelorat carraspeó y, adoptando un desacostumbrado tono de barítono, habló lentamente y reprodujo el ademán de Trevize. Entonces, uno de los robots, que tal vez era un poco más alto que los demás, dijo algo con voz fría y cortante.
Pelorat se volvió a Trevize.
- Creo que ha dicho que somos forasteros.
- Comunícale que somos seres humanos y que deben obedecernos.
Entonces, el robot habló en un galáctico peculiar, pero comprensible.
- Te he entendido, forastero. Yo hablo galáctico. Nosotros somos robots guardianes.
- Entonces, sabes que he dicho que somos seres humanos y que tenéis que obedecernos.
- Nosotros estamos programados para obedecer únicamente a los gobernantes, forasteros. Vosotros no sois gobernantes ni solarianos. El jefe Bander no ha respondido en el momento del contacto normal y por eso hemos venido a investigar. Es nuestro deber hacerlo. Y nos encontramos aquí con una nave espacial no fabricada en Solaria, varios forasteros presentes y todos los robots desactivados. ¿Dónde está el jefe Bander?
Trevize sacudió la cabeza y dijo, pausada y claramente:
- No sabemos de qué estás hablando. El ordenador de nuestra nave no funciona bien. Nos encontrábamos cerca de este planeta extraño contra nuestra voluntad. Aterrizamos para averiguar nuestra situación.
Vimos que todos los robots estaban desactivados. Ni sabemos qué puede haber pasado.
- Tu relato es inverosímil. Si todos los robots de la finca están desactivados y toda la energía se ha cortado, el jefe Bander tiene que estar muerto. No es lógico suponer que muriese por pura coincidencia, en el momento de aterrizar vosotros. Tiene que haber alguna relación causal.
Entonces, Trevize habló, sin más objetivo que el de embrollar el problema aún más e indicar su ignorancia de extranjero, y, por tanto su inocencia.
- Pero la energía no ha sido cortada. Tú y lo otros permanecéis activos.
- Somos robots guardianes - repitió el robot -. No dependemos de ningún gobernante. Pertenecemos a todo el planeta. No somos controlados por ningún gobernante, sino que nuestra energía es nuclear. Pregunto de nuevo: ¿Dónde está el jefe Bander?
Trevize miró a su alrededor. Pelorat parecía ansioso, Bliss callaba, pero permanecía tranquila. Fallom temblaba, mas a mano de, Bliss, le tocó el hombro y el niño se irguió un poco y perdió su expresión facial. (¿Lo estaba calmando Bliss?)
- Repito, por última vez: ¿Dónde está el jefe Bander? – dijo el robot.
- No lo sé - respondió Trevize con acritud.
El robot movió la cabeza y dos de sus compañeros se alejaron rápidamente.
- Mis compañeros guardianes registrarán la mansión. Mientras tanto, quedaréis detenidos para ser interrogados. Dame esos objetos que llevas en tu costado.
Trevize dio un paso atrás.
- Son inofensivos.
- No vuelvas a moverte. Yo no pregunto su naturaleza, si son peligrosos o inofensivos. Digo que me los entregues.
- No.
El robot dio un rápido paso al frente y su brazo se alargo con demasiada rapidez para que Trevize se diese cuenta de lo que sucedía. Sintió la mano del robot sobre su hombro y como apretaba fuerte y hacia abajo. Trevize cayó de rodillas.
- Esos objetos - ordenó el robot, y alargó la otra mano.
- No – jadeó Trevize.
Bliss se acercó de un salto, sacó el blaster de su funda antes de que Trevize, sujeto por el robot, pudiese impedírselo, y la tendió al robot.
- Toma, guardián – dijo -, y si me das un poco de tiempo, ...aquí esta la otra. Ahora, suelta a mi compañero.
El robot, sosteniendo las dos armas, retrocedió, y Trevize se levantó lentamente, frotándose el hombro izquierdo con fuerza y haciendo muecas de dolor.
Fallom lloriqueó en voz baja y Pelorat lo levantó para distraerle y le sostuvo contra él.
- ¿Por qué quieres luchar contra él? - dijo Bliss a Trevize, murmurando furiosa -. Podría matarte con dos dedos.
- ¿Por qué no lo controlas tú? - preguntó Trevize entre dientes.
- Estoy tratando de hacerlo, pero necesito tiempo. Su mente está cerrada, intensamente programada, y no hay por donde entrar. Tengo que estudiarle. Procura ganar tiempo.
- No estudies su mente. Destrúyela - gruñó Trevize, con voz casi inaudible.
Bliss miró hacia el robot rápidamente. Estaba estudiando las armas, mientras los otros dos vigilaban a los forasteros. Ninguno de ellos parecía interesado en la conversación en voz baja entre Trevize y Bliss.
- No. Nada de destrucción - dijo ella -. Matamos un perro e hicimos daño a otro en el primer mundo. Sabes lo que ha ocurrido en éste.
- Otra rápida mirada a los robots guardianes -. Gaia no quita la vida o la inteligencia de forma innecesaria. Necesito tiempo para resolver el problema de un modo pacifico.
Se echó atrás y miró fijamente al robot.
- Esto son armas - dijo el androide.
- No - negó Trevize. energía
- Sí - dijo Bliss -, pero no sirven. Están descargadas de energía.
- ¿De veras? ¿Por qué llevaríais armas descargadas? Tal vez no lo están. - El robot empuñó una de las armas y apoyó el dedo pulgar en el lugar preciso -. ¿Es así como se activa?
- Sí - respondió Bliss -; si haces presión, se activa, siempre que contenga energía. Pero ésa no la contiene.
- ¿Seguro? - dijo el robot apuntando a Trevize con el arma -. ¿Sigues diciendo que, si la activase ahora, no funcionaria?
- No funcionaría - aseguró Bliss.
Trevize estaba como petrificado e incapaz de articular una palabra.
Había probado el blaster después de descargarlo Bander y era totalmente inoperante; pero el robot empuñaba el látigo neurónico, y Trevize no lo había comprobado.
Si el látigo contenía un pequeño residuo de energía, sería suficiente para la estimulación de los nervios, y lo que Trevize sentiría haría que la presa de la mano del robot pareciese una caricia.
Cuando estuvo en la Academia Naval, había tenido que recibir, como todos los cadetes, un ligero latigazo neurónico, para conocer sus efectos.
Ahora, pensaba que no necesitaba perfeccionar su conocimiento.
El robot activó el arma y, por un instante, Trevize se puso dolorosamente rígido; después, se relajó poco a poco. También el látigo estaba descargado.
El robot miró a Trevize fijamente y, después, arrojó ambas armas a un lado.
- ¿Cómo han sido descargadas de energía? – preguntó -. Si son inútiles, ¿por qué las llevan?
- Estoy acostumbrado a su peso y nunca me las quito aunque estén descargadas - explicó Trevize.
- Eso es absurdo - dijo el robot -. Todos estáis bajo custodia. Seguiréis detenidos para un interrogatorio ulterior y, si los gobernantes lo deciden, os desactivaremos. ¿Cómo se abre esta nave? Tenemos que registrarla.
- No os serviría de nada - dijo Trevize -. No la comprenderíais.
- Si no nosotros, los gobernantes la comprenderán.
- Tampoco ellos.
- Entonces, tú se lo explicarás para que lo entiendan.
- No lo haré.
- Serás desactivado.
- Mi desactivación no os dará ninguna explicación, y creo que seré desactivado aunque me explique.
- Continúa - murmuró Bliss -. Estoy empezando a descubrir el funcionamiento de su cerebro.
El robot hacía caso omiso de Bliss. ¿Sería obra de ella?, Pensó Trevize y esperó furiosamente que fuese así.
Fijando siempre su atención en Trevize, el, robot continuó:
- Si creas dificultades, te desactivaremos en parte. Te haremos daño y, entonces, nos dirás lo que deseemos saber.
- ¡Espera, no puedes hacer eso! - gritó Pelorat de pronto con voz entrecortada -. ¡No puedes hacer eso, guardián!
- Sigo instrucciones detalladas - replicó pausadamente el robot
Puedo hacerlo. Desde luego, procuraré dañaros lo menos posible para obtener la información.
_ Pero no puedes. En absoluto. Yo soy un forastero, y también lo son mis dos compañeros. Pero este niño – y Pelorat miró a Fallom, al cual todavía tenía en brazos – es un solariano. El os dirá lo que tenéis que hacer, y debéis obedecerle.
Fallom miró a Pelorat con unos ojos que estaban abiertos pero parecían vacíos.
Bliss sacudió vivamente la cabeza, pero Pelorat la miró sin dar señales de comprenderla.
El robot miró a Fallom unos instantes.
- El niño no tiene importancia. No posee lóbulos transductores.
- Todavía no los ha desarrollado del todo – dijo Pelorat jadeando - pero los tendrá con el tiempo. Es un solariano.
- Un niño, pero si no tiene desarrollados los lóbulos transductores del todo, no es solariano. No estoy obligado a cumplir sus ordenes, ni a librarle de todo mal.
- Pero se trata del hijo del jefe Bander.
- ¿Cómo lo sabes?
Pelorat tartamudeó, como hacía a veces cuando estaba sobreexcitado:
- ¿Qué... qué otra cosa po... podría ser en esta propiedad?
- ¿Cómo sabes que no hay una docena?
- ¿Has visto tú otros?
- Yo hago las preguntas.
En aquel momento, el robot desvió su atención al tocarle el brazo uno de sus acompañantes. Los dos que había enviado a la mansión regresaban corriendo, pero con zancadas un poco irregulares.
Hubo un silencio hasta que ambos llegaron y uno de ellos habló en lengua solariana. Los otros cuatro parecieron perder su elasticidad y, por un momento, dio la impresión de que se debilitaban, casi como si se estuviesen deshinchando.
- Han encontrado a Bander - dijo Pelorat antes de que Trevize pudiese imponerles silencio.
El robot se volvió lentamente.
- El jefe Bander ha muerto. - La voz del robot sonó estropajosa -. Por la observación que acabáis de hacer, habéis demostrado que conocíais el suceso. ¿Cómo lo supisteis?
- ¿Cómo podíamos saberlo? - pregunto Trevize, desafiante.
- Sabíais que estaba muerto. Sabíais que lo encontraríamos. ¿Cómo ibais a saberlo, a menos que hubieseis estado allí; a menos que fueseis vosotros los que pusisteis fin a su vida?
La pronunciación del robot estaba mejorando. Había soportado y estaba dominando la impresión.
Entonces dijo Trevize:
- ¿Cómo hubiésemos podido matar a Bander? Con sus lóbulos transductores podría habernos destruido en un instante.
- ¿Cómo es posible que sepáis lo que pueden o no pueden hacer los lóbulos transductores?
- Tú los has mencionado hace un momento.
- Sólo los mencioné; no describí sus propiedades ni sus poderes.
- Tuvimos ese conocimiento en sueños.
- No es una respuesta plausible.
- Tampoco lo es el que nosotros causásemos la muerte de Bander.
- Y en todo caso - añadió Pelorat -, si el jefe Bander ha muerto, el jefe Fallom gobierna en su finca ahora. Éste es el jefe, y tenéis que obedecerle.
- Ya he dicho que un niño con los lóbulos transductores subdesarrollados no es un solariano - replicó el robot -. Por consiguiente, no puede ser sucesor. Otro sucesor, de la edad adecuada, será enviado tan pronto como informemos de la triste noticia.
- ¿Qué será del jefe Fallom?
- No hay ningún jefe Fallom. Éste no es más que un niño, y tenemos exceso de niños. Será destruido.
- ¡No os atreveréis! - dijo Bliss enérgicamente -. ¡Es un niño!
- No soy yo - repuso el robot - quien lo hará necesariamente, y tampoco tomaré esa decisión. Esto corresponde al consenso de los gobernantes. Sin embargo, como la época tiene exceso de niños, sé muy bien qué decisión tomarán.
- No. No puede ser.
- La muerte será indolora. Pero otra nave está llegando. Es importante que entremos en la que fue mansión de Bander y montemos un consejo holovisado que designará un sucesor y decidirá lo que hay que hacer con vosotros. Dadme el niño.
Bliss arrancó el semicomatoso cuerpo de Fallom de los brazos de Pelorat. Sujetándolo con fuerza y tratando de equilibrar su peso sobre el hombro, dijo:
- No toquéis a este niño.
Una vez más, el robot extendió rápidamente un brazo y avanzó para agarrar a Fallom. Bliss se apartó a un lado, iniciando su movimiento mucho antes de que el robot empezase el suyo. Sin embargo, el robot continuó andando, como si Bliss estuviese todavía delante de él. Después, doblándose con rigidez hacia delante sobre las puntas de los pies, cayó de bruces. Los otros tres permanecieron inmóviles, con la mirada desenfocada.
Bliss estaba sollozando, en parte de rabia.
- Casi había alcanzado el método adecuado de control, pero él no me dio tiempo. No tuve más remedio que atacar, y ahora los cuatro están desactivados. Subamos a la nave antes de que la otra aterrice. Me encuentro demasiado débil para enfrentarme a otros robots en estos momentos.
Quinta parte
Melpomenia
XIII. ALEJÁNDOSE DE SOLARÍA
Partieron de estampía. Trevize había recogido sus inservibles armas y abierto la puerta neumática, y todos se habían precipitado en el interior do la nave. Hasta que se hubieron elevado, Trevize no se dio cuenta de que también se habían llevado a Fallom.
Quizá no hubiesen podido escapar a tiempo si los solarianos no hubieran tenido unas aeronaves tan relativamente primitivas. La que se acercaba había empleado un tiempo excesivo en descender y aterrizar.
En cambio, el ordenador de la Far Star no tardó casi nada en hacer despegar verticalmente la nave gravítica.
Y aunque la eliminación de la interacción gravitatoria y, por ende, de la inercia, anuló los que en otro caso habrían sido insoportables efectos de la aceleración inherente a un despegue tan veloz, no anuló los de la resistencia del aire. La temperatura del casco se elevó con mucha más rapidez de lo que las normas de navegación habrían considerado aconsejable (y en realidad las condiciones de la nave).
Al elevarse, pudieron ver que la segunda nave solariana aterrizaba y que otras se estaban acercando. Trevize se preguntó cuántos robots habría sido Bliss capaz de dominar y decidió que nada hubiesen podido hacer de haberse quedado quince minutos más en la superficie.
Una vez en el espacio (o casi en el espacio, pues todavía les rodeaban débiles volutas de atmósfera planetaria), Trevize dirigió su nave al lado oscuro del planeta. No estaba lejos, pues habían abandonado la superficie cuando el crepúsculo se acercaba. En la oscuridad, la Far Star se enfriaría con más rapidez y continuaría elevándose en una lenta espiral.
Pelorat salió de la habitación que compartía con Bliss.
- El niño está ahora durmiendo normalmente. Le hemos enseñado a usar el retrete y lo ha entendido en seguida.
- No es extraño. Debía tener instalaciones parecidas en la mansión.
- Yo no vi ninguna, y la estuve buscando - dijo Pelorat -. Después, deseaba llegar a la nave cuanto antes.
- Como todos nosotros. Pero, ¿por qué trajimos al niño a bordo?
Pelorat se encogió de hombros, como disculpándose.
- Bliss no quiso dejarlo allí. Era como salvar una vida a cambio de la que había quitado. No puede soportar...
- Lo sé.
- La constitución de ese niño es muy rara - comentó Pelorat.
- Al ser hermafrodita, es, lógico - dijo Trevize.
- Tiene testículos, ¿sabes?
- Poco podría hacer sin ellos.
- Y algo que sólo puedo describir como una vagina muy pequeña.
Trevize hizo una mueca.
- ¡Qué asco!
- No, Golan - protestó Pelorat -. Está adaptado a sus necesidades.
Sólo produce un óvulo fecundado, o un pequeñísimo embrión, desarrollado después en laboratorio y cuidado, diría yo, por robots.
- ¿Y qué ocurre si falla el sistema robótico? En tal caso, dejarían de producirse jóvenes viables.
- Cualquier mundo se hallaría en graves dificultades si su estructura social se rompiese.
- Tratándose de los solarianos, no me causaría un gran pesar.
- Bueno - dijo Pelorat -, confieso que no parece un mundo muy atractivo, al menos para nosotros. Pero sólo por su gente y su estructura social, tan diferentes de las nuestras, mi buen amigo. Pero quítale su gente y sus robots, y tendrás un mundo que...
- Que se desintegraría como está empezando a desintegrarse Aurora. ¿Cómo está Bliss?
- Temo que agotada. Ahora duerme. Lo ha pasado muy mal, Golan.
- Tampoco yo me he divertido mucho.
Trevize cerró los ojos y decidió que no le vendría mal dormir también un poco y que lo haría en cuanto estuviese seguro de que los solarianos no tenían capacidad espacial, Hasta ese momento, el ordenador no había informado de objeto artificial alguno en el espacio.
Pensó con amargura en los dos planetas Espaciales que habían visitado, con perros hostiles en uno de ellos, hermafroditas solitarios y hostiles en el otro, y sin que en ninguno de los dos hubieran podido hallar el menor indicio sobre la situación de la Tierra. Fallom era lo único que habían sacado de la doble visita.
Abrió los ojos. Pelorat seguía sentado al otro lado del ordenador y le observaba solamente.
- Hubiésemos tenido que dejar allí a ese niño solariano - dijo Trevize con súbita convicción.
- ¡Pobrecillo! - exclamo Pelorat -. Lo habrían matado.
- Aun así - dijo Trevize -, pertenecía a aquel planeta. Forma parte de aquella sociedad. Si lo hubiesen ejecutado porque sobraba, es que había nacido para eso.
- Una opinión muy despiadada, querido amigo.
- Sólo racional. Nosotros no sabemos cómo hay que cuidarlo, y es posible que sufra más y muera de todos modos. ¿Qué come?
- Supongo que lo mismo que nosotros, viejo. En realidad, el problema es qué comeremos nosotros. ¿Cómo andamos de provisiones?
- Muy bien. Incluso teniendo en cuenta nuestro nuevo pasajero.
Pelorat no pareció muy entusiasmado.
- Es una dieta muy monótona – dijo -. Hubiésemos tenido que embarcar algunos artículos en Comporellon..., a pesar de que su cocina distaba mucho de ser excelente.
- No podíamos hacerlo. Recuerda que salimos de allí a toda prisa, lo mismo que de Aurora y, en particular, de Solaría. Pero, ¿qué importa un poco de monotonía? Estropea el placer, pero conserva la vida.
- ¿Podríamos conseguir provisiones frescas, si fuese necesario?
- Desde luego, Janov. Con una nave gravítica y motores hiperespaciales, la galaxia es un lugar pequeño. En pocos días, vamos a cualquier parte. Pero la mitad de los mundos de la Galaxia han sido alertados para que traten de descubrir nuestra nave; por eso, prefiero mantenerme alejado de ellos durante un tiempo.
- Supongo que tienes razón. Sin embargo, Bander no parecía interesado en la nave.
- Probablemente, no tuvo conciencia de ella siquiera. Supongo que hace mucho tiempo que los solarianos renunciaron a los vuelos espaciales. Su mayor deseo es que les dejen solos, y difícilmente podrían disfrutar de la seguridad del aislamiento si viajasen por el espacio y anunciasen su presencia.
- ¿Qué vamos a hacer ahora, Golan?
- Hemos de visitar un tercer mundo - dijo Trevize.
Pelorat sacudió la cabeza.
- A juzgar por los dos primeros, no espero gran cosa de éste.
- Tampoco yo, de momento; pero, en cuanto haya dormido un poco haré que el ordenador fije nuestra ruta hacia el tercer mundo.
Trevize durmió mucho más de lo que se habría propuesto, pero esto importaba poco. A bordo de la nave, jamás era de día ni de noche, en el sentido natural de estas palabras, y el ritmo circadiano nunca funcionaba a la perfección. Medían las horas a la manera convencional, y no era raro que Trevize y Pelorat (y Bliss en particular) estuviesen un poco descentrados en lo tocante a la regularidad natural de la comida y del sueño.
Trevize pensó incluso, mientras rascaba los platos (la necesidad de conservar el agua hacía aconsejable rascar los platos en vez de lavarlos), en dormir un par de horas más; pero cuando se volvió, vio a Fallom, desnudo como él.
No pudo evitar echarse hacia atrás, lo cual, en la zona angosta de Personal, significaba que parte de su cuerpo tendría que chocar con algo duro. Lanzó un gruñido.
Fallom le estaba mirando con curiosidad y señalando el pene de Trevize con el dedo. Dijo algo incomprensible, pero la actitud del niño revelaba un sentimiento de incredulidad. Para su propia tranquilidad, Trevize no tuvo más remedio que taparse el pene con las manos.
- Saludos - dijo Fallom entonces, con su voz aguda.
Trevize se sorprendió ligeramente al oír que el niño hablaba en galáctico, pero las palabras habían sonado como aprendidas de memoria.
Fallom siguió diciendo, trabajosamente y separando las palabras:
- Bliss. . . dice. . . tú... lavar. .. mi.
- ¿Sí? - dijo Trevize, y apoyó las manos en los hombros de Fallom -. Tú. . . quedar... aquí.
Señaló el suelo y Fallom miró de inmediato el lugar al que el dedo apuntaba. No dio muestras de haber comprendido la frase.
- No te muevas - dijo Trevize, agarrando los brazos del niño con fuerza y apretándolos contra el cuerpo para indicar que debía permanecer inmóvil. Se secó de prisa y se puso los calzoncillos y los pantalones.
- ¡Bliss! - gritó mientras salía.
Era difícil que cualquiera pudiese estar a más de cuatro metros de otro en la nave, y Bliss apareció de pronto en la puerta de su habitación.
- ¿Me llamabas, Trevize - dijo, sonriendo -, o fue el rumor de la suave brisa entre las hierbas oscilantes?
- No te hagas la graciosa, Bliss. ¿Qué es eso? - Y señaló por encima del hombro con el pulgar.
Bliss miró y dijo:
- Bueno, parece el joven solariano que ayer trajimos a bordo.
- Tu lo trajiste a bordo. ¿Por qué quieres que lo lave?
- Pensé que te gustaría hacerlo. Es una criatura muy inteligente.
Está aprendiendo rápidamente el vocabulario galáctico. Cuando le explico algo, no lo olvida. Desde luego, yo le ayudo a conseguirlo.
- Por supuesto.
- Sí. Le mantengo tranquilo. Hice que estuviese como aturdido durante casi todos los sucesos desagradables acaecidos en su planeta. Procuré que durmiese en la nave y estoy tratando de distraerle para que no se acuerde de su robot perdido, Jemby, al que por lo visto quería mucho.
- Y para que se encuentre a gusto aquí, supongo.
- Así lo espero. Se adapta muy bien porque es joven, y yo le ayudo influyendo en su mente con prudencia. Le enseñaré a hablar galáctico.
- Entonces, lo lavarás tu. ¿De acuerdo?
Bliss se encogió de hombros.
- Lo haré, si insistes, pero quisiera que se sintiese a gusto con cada uno de nosotros. Convendría que cada cual realizase funciones paternas.
Supongo que querrás colaborar en esto.
- No hasta ese punto. Y cuando acabes de lavarlo, procura librarte de ello. Tengo que hablar contigo.
- ¿Qué quieres decir con eso de librarme de ello? - preguntó Bliss con súbita hostilidad.
- No quiero decir que lo arrojes por la borda, sino que lo metas en tu habitación y hagas que se quede sentado en ella. Tenemos que hablar.
- A tus órdenes - dijo fríamente Bliss.
Trevize la vio alejarse encolerizado de momento. Después, entró en la cabina-piloto y activó la pantalla.
Solaria era un círculo oscuro, con el borde izquierdo iluminado como una media luna. Trevize puso las manos sobre el tablero para establecer contacto con el ordenador y sintió que su enojo se desvanecía en el acto. Había que estar tranquilo para conectar eficazmente el ordenador con la mente y, en definitiva, un reflejo condicionado producía serenidad al establecer contacto con las manos.
No había objetos fabricados alrededor de la nave en ninguna dirección, aparte de los que pudiese haber en el lejano planeta. Los solarianos (o más probablemente sus robots) no podían, o no querían, seguirles.
Era una buena señal. Ahora, le sería fácil salir de la sombra nocturna y si continuaba alejándose, la nave se perdería de vista al hacerse el disco de Solaria más pequeño que el del más distante pero más grande sol alrededor del cual giraba.
Hizo que el ordenador sacase la nave del plano planetario, ya que eso le permitiría acelerar con más seguridad. Entonces, alcanzarían más rápidamente una región en que la curvatura del espacio sería lo bastante baja para garantizar el Salto.
Y, como casi siempre en tales ocasiones, empezó a estudiar las estrellas. Había algo casi hipnótico en su tranquila inmutabilidad. Toda su turbulencia y su inestabilidad eran borradas por la distancia que las reducía a simples puntos de luz. Uno de aquellos puntos podía ser muy bien el sol alrededor del cual giraba la Tierra; el sol original bajo cuya radiación empezó la vida y bajo cuyos beneficiosos efectos evolucionó la Humanidad.
Si los mundos Espaciales circundaban estrellas que eran brillantes y prominentes miembros de la familia estelar y que, sin embargo, no figuraban en el mapa galáctico del ordenador, esto podía ocurrir también con el sol.
¿O era solamente los soles de los mundos Espaciales los que se habían omitido, debido a algún primitivo acuerdo que los hizo independientes? ¿Estaría el sol de la Tierra incluido en el mapa galáctico, pero sin distinguirlo de los millones de estrellas que parecían soles pero no tenían ningún planeta habitable en órbita a su alrededor?
A fin de cuentas, había unos treinta mil millones de soles en la Galaxia, y uno solo de cada mil tenía planetas habitables en órbita. Podía haber un millar de estos planetas habitables dentro de unos pocos cientos de pársecs de la posición actual de la nave. ¿Tenía que examinar una a una aquellas estrellas como soles, buscando los planetas?
¿O no se encontraba siquiera el sol original en esa región de la Galaxia? ¿Cuántas otras regiones estaban convencidas de que el sol era uno de sus vecinos, de que ellas eran los Colonizadores primigenios...?
Necesitaba información sobre la situación de la Tierra y, hasta ahora, no tenía ninguna.
Dudaba mucho de que un examen más atento de las ruinas milenarias de Aurora le diese información sobre ella. Y todavía dudaba más de que pudiese obligar a los solarianos a dársela.
Además, si toda información referente a la Tierra había desaparecido de la gran Biblioteca de Trantor, si ninguna información sobre la Tierra se conservaba en la gran Memoria Colectiva de Gaia, parecía muy improbable que se hubiese pasado por alto cualquier información que hubiese podido existir sobre los mundos perdidos Espaciales.
Y si encontrase el sol de la Tierra y después la misma Tierra, por pura casualidad, ¿habría algo que le obligase a no darse cuenta de ello? ¿Era absoluta la defensa de la Tierra? ¿Sería inquebrantable su resolución de permanecer oculta?
De todos modos, ¿qué estaba él buscando?
¿La Tierra? ¿o un fallo en el «Plan Seldon» que creía (por ninguna razón clara) que podría encontrar en la Tierra?
El «Plan Seldon» llevaba cinco siglos funcionando y, al fin, llevaría a la especie humana (según se decía) a puerto seguro en el seno de un Segundo Imperio Galáctico, más grande que el Primero, más noble y más libre... Y sin embargo él, Trevize, había votado en su contra y a favor de Galaxia.
Galaxia se convertiría en un gran organismo, mientras que el Segundo Imperio Galáctico, por grande que fuese en dimensiones y en variedad, no pasaría de ser una simple unión de organismos individuales, microscópicos en relación con su propio tamaño. El Segundo Imperio Galáctico sería otro ejemplo de la clase de unión de individuos que había montado la Humanidad desde que se había convertido en tal. El Segundo Imperio Galáctico sería el más grande y el mejor de la especie, pero nunca sería más que un miembro de aquella especie.
Para que Galaxia, miembro de una clase de organización completamente distinta, fuese mejor que el Segundo Imperio Galáctico, tenía que haber un fallo en el «Plan», algo que hubiese pasado inadvertido al propio Hari Seldon.
Pero, si algo había pasado inadvertido a Seldon, ¿cómo podía Trevize reparar en ello? Él no era matemático; no sabía nada, absolutamente nada, acerca de los detalles del «Plan», y, además, no comprendería nada aunque se lo explicasen.
Lo único que tenía eran presunciones de que un gran número de seres humanos estaban involucrados y de que desconocían las conclusiones alcanzadas. La primera presunción resultaba, evidentemente, cierta, considerando la enorme población de la galaxia, y la segunda tenía que serlo, ya que sólo los Segundos Fundadores conocían los detalles del Plan y los mantenían en secreto.
De todo eso se desprendía otra presunción no reconocida, una presunción que se daba por sabida hasta el punto de que nunca se mencionaba ni se pensaba en ella..., y que, sin embargo, podía ser falsa. Una presunción que, si fuese falsa, alteraría la gran conclusión del Plan y haría que Galaxia fuese preferible al Imperio.
Pero, si la presunción resultaba tan evidente y se daba hasta tal punto por sabida que nunca era expresada, ¿cómo podía ser falsa? Y si nadie la mencionaba nunca, ni pensaba en ella, ¿cómo podía Trevize saber que estaba allí o tener la menor idea de su naturaleza, aunque adivinase su existencia?
¿Era él, en realidad, el Trevize de intuición infalible que decía Gaia? ¿Sabía que era acertado lo que estaba haciendo, cuando ni siquiera conocía él por qué lo hacía?
Ahora estaba visitando todos los mundos Espaciales de los que tenía noticia. ¿Era lo que debía hacer? ¿Tenían los mundos Espaciales la respuesta? ¿O al menos el principio de una respuesta? ¿Qué había en Aurora, salvo ruinas y perros salvajes? (Y presumiblemente otras criaturas feroces. ¿Toros furiosos? ¿Ratas gigantescas? ¿Felinos de ojos verdes?) Solaria estaba viva, pero, ¿qué había en ella, salvo robots y unos seres humanos transductores de energía? ¿Qué tenían que ver aquellos mundos con el «Plan Seldon», a menos que poseyesen el secreto de la situación de la Tierra?
Y si lo poseían, ¿qué tenía que ver la Tierra con el «Plan Seldon»?
¿Era todo una locura? ¿Había escuchado durante demasiado tiempo y con excesiva seriedad la fantasía de su propia infalibilidad?
Un abrumador sentimiento de vergüenza lo invadió, algo que pareció aplastarle hasta el punto de dejarle casi sin respiración. Miró las estrellas, remotas, indiferentes, y pensó: «Debo ser el loco más grande de la galaxia.»
La voz de Bliss interrumpió sus pensamientos.
- Bueno, Trevize, ¿qué es lo que quieres? ¿Pasa algo malo? - preguntó ella, con súbita preocupación.
Trevize levantó la cabeza y, por un instante, le resultó difícil dominar su mal humor. Después, la miró fijamente.
- No, no; no pasa nada. Sólo estaba..., estaba sumido en mis pensamientos. A fin de cuentas, también suelo pensar de vez en cuando. Advertía con inquietud que Bliss podía leer sus emociones. Sólo tenía su palabra de que se abstendría voluntariamente de escudriñar su mente.
Sin embargo, ella pareció aceptar su explicación.
- Pelorat está con Fallom, enseñándole frases galácticas. El niño come lo mismo que nosotros, sin poner reparos. Pero, ¿de qué querías hablarme?
- Bueno, no aquí - dijo Trevize -. El ordenador no me necesita de momento. Si quieres venir a mi habitación, la cama está hecha y podrás sentarte en ella, y yo lo haré en la silla. O viceversa, si lo prefieres.
- Lo mismo da. .
Recorrieron la breve distancia que les separaba de la habitación de Trevize. Ella lo miró fijamente.
- Ya no pareces estar furioso - dijo.
- ¿Estás registrando mi mente?
- En absoluto. Sólo observo tu cara.
- Nunca estoy furioso. Puedo tener un poco de mal genio de vez en cuando, pero eso no es lo mismo que estar furioso. Y ahora, si no te importa, debo hacerte algunas preguntas.
Bliss se sentó en la cama de Trevize, manteniéndose erguida y con una expresión solemne en sus redondas mejillas y en sus oscuros ojos castaños. Los negros cabellos, que le llegaban hasta los hombros, habían sido peinados con gran cuidado, y tenía las delicadas manos cruzadas sobre la falda. Un ligero olor a perfume la envolvía. Trevize sonrió.
- Te has acicalado bien – dijo -. Supongo que piensas que no le gritaré tan fuerte a una muchacha joven y bonita.
- Puedes gritar y chillar todo lo que desees, si eso te hace sentir mejor. Pero, por favor, no le grites ni chilles a Fallom.
- No pienso hacerlo. En realidad, tampoco quiero gritarte ni chillarte a ti. ¿ No acordamos que seríamos amigos?
- Gaia sólo ha sentido amistad por ti, Trevize.
- No estoy hablando de Gaia. Sé que tú eres parte de Gaia y que eres Gaia. Sin embargo, una parte de ti es individual, al menos en cierto sentido. Ahora estoy hablando al individuo. Estoy hablando a una mujer llamada Bliss, sin que me importe, o importándome lo menos posible, Gaia. ¿No resolvimos ser amigos, Bliss?
- Sí, Trevize.
- Entonces, ¿cómo es que demoraste tu acción contra los robots de Solaria, cuando salimos de la mansión y llegamos a la nave? Fui humillado y maltratado físicamente y, sin embargo, no hiciste nada. Aunque en cualquier momento podían llegar más robots y superarnos por su fuerza numérica, no hiciste nada.
Bliss lo miró con seriedad y habló como si pretendiese explicar sus acciones más que defenderlas.
- No es cierto que no hiciese nada, Trevize. Estaba estudiando las mentes de los robots guardianes y tratando de averiguar cómo tenía que manipularlas.
- Sé lo que estabas haciendo. Al menos lo que tú dijiste entonces que hacías. Pero no veo la razón. ¿ Por qué manejar unas mentes cuando eres perfectamente capaz de destruirlas..., como hiciste al fin?
- ¿Crees que es fácil destruir un ser inteligente?
Trevize frunció los labios con expresión de disgusto.
- Vamos, Bliss. ¿Un ser inteligente? Sólo se trataba de un robot.
- ¿Nada más que un robot? - Su voz sonó un poco apasionada -. El argumento de siempre. Nada más. ¡Nada más! ¿ Por qué tenía que vacilar en matarnos el solariano Bander? No éramos más que unos seres humanos sin transductores. ¿Y por qué teníamos nosotros que vacilar en abandonar a Fallom a su destino? No era más que un solariano, e inmaduro por añadidura. Si empiezas a desdeñar a todos o a todo, porque no son más que esto o aquello, puedes destruir cualquier ser que se te antoje. Siempre encontrarás categorías para ellos.
- No lleves una observación perfectamente ,justa a extremos que la hagan parecer ridícula. El robot no era más que un robot. Debes admitirlo, No era un ser humano; ni siquiera inteligente, en el sentido que damos a esta palabra. Sólo se trataba de una máquina que aparentaba tener inteligencia.
- ¡Con qué facilidad hablas de cosas de las que no sabes nada! – dijo Bliss -. Sí, yo soy Bliss, pero también soy Gaia, un mundo que considera precioso y significativo cada uno de sus átomos, y todavía más preciosa y significativa toda organización de ellos. «Yo-nosotros-Gaia» no romperíamos a la ligera una organización, aunque la convertiríamos de buen grado en algo más complejo, siempre que no fuese perjudicial para el conjunto.
»La forma más alta de organización que conocemos produce inteligencia, y sólo una necesidad extrema puede justificar que esa inteligencia sea destruida. Importa poco que tenga origen mecánico o bioquímico. En realidad, el robot guardián representaba una clase de inteligencia que «yo-nosotros-Gaia» no habíamos encontrado nunca. Era maravilloso estudiarla; destruirla, inconcebible..., salvo en un momento de suprema necesidad.
- Había tres inteligencias más grandes en juego - adujo Trevize con sequedad -: la tuya, la de Pelorat, el ser humano a quien amas y, si no te importa que la mencione, la mía.
- ¡Cuatro! Sigues olvidándote de Fallom. Pero todavía no corrían peligro. Al menos, así lo pensé. Imagínate que te hallases delante de un cuadro, una excelsa obra maestra cuya existencia supusiera la muerte para ti. Te bastaría con coger brocha, embadurnar la tela al azar, y la pintura quedaría destruida para siempre y tú estarías a salvo. Pero piensa que, en vez de eso, pudieses añadir una pincelada aquí, hacer un retoque allí, rascar una pequeña porción en otra parte..., cambiando el cuadro lo bastante para evitar la muerte y conservando, empero, la obra de arte. Por supuesto que la modificación tendría que hacerse con el máximo cuidado. Requeriría tiempo, pero, si lo tuvieses, tratarías de salvar el cuadro además de tu vida.
- Tal vez sí - dijo Trevize -. Pero al fin destruiste el cuadro de un modo irreparable. Diste el brochazo definitivo y borraste todos los maravillosos toques de color y las sutilezas de la forma. Y lo hiciste en el instante en que estuvo en peligro la vida del pequeño hermafrodita, cuando nuestro peligro y el tuyo propio no te habían conmovido.
- Nosotros, los forasteros, no corríamos un peligro inmediato, mientras que Fallom me pareció que sí. Tenía que elegir entre los robots guardianes y Fallom, y como no había tiempo que perder, elegí a ello.
- ¿Fue eso en realidad, Bliss? ¿Un rápido cálculo comparando las mentes? ¿Un juicio precipitado entre la mayor complejidad y el mayor valor?
- Sí.
- Supón que te digo que no era más que un niño lo que tenías delante, un niño amenazado de muerte. El instinto maternal hizo que lo salvases enseguida, mientras que tenías que calcularlo bien cuando eran las vidas de tres adultos las que estaban en juego.
Bliss se sonrojó ligeramente.
- Puede que hubiese algo de eso, pero no justificaba el tono irónico de tus palabras. En el fondo, existía una idea racional.
- No lo sé. Si te hubieses dejado guiar por la razón, habrías considerado que el niño corría a un destino fatal, inevitable en su propia sociedad. ¡Quién sabe cuántos miles de niños habrán sido eliminados para mantener el bajo número de población que los solarianos consideran el más adecuado en su mundo!
- Había algo más, Trevize. El niño hubiese muerto porque era demasiado joven para ser un sucesor, y esto se debía a que su padre había muerto prematuramente, porque yo lo había matado.
- En unos momentos en que tenías que elegir entre matar o que te matasen.
- Eso no importa. Yo maté al padre. No podía dejar que matasen al niño a causa de mi acción. Además, así tendré ocasión de estudiar una clase de cerebro que jamás ha sido estudiado por Gaia.
- Un cerebro infantil.
- No lo será siempre, sino que, más adelante, se desarrollarán los dos lóbulos transductores a ambos lados del cráneo. Esos lóbulos dan facultades al solariano que toda Gaia no puede igualar. Yo me quedé agotada por el esfuerzo de mantener encendidas unas pocas luces y de activar un mecanismo para abrir una puerta. En cambio, Bander era capaz de transmitir toda la energía que necesitaba una hacienda de mayor complejidad y extensión que aquella ciudad que vimos en Comporellon..., y de hacerlo mientras dormía.
- Entonces - dijo Trevize -, ves, en ello, un objeto importante para la investigación del cerebro.
- En cierto modo, sí.
- No es ésta mi impresión. Yo creo que hemos traído el peligro a bordo. Un gran peligro.
- ¿De qué clase? Ello se adaptará a la perfección..., con mi ayuda. Es sumamente inteligente y da señales de sentir afecto por nosotros. Comerá lo que nosotros comamos, irá donde vayamos, y «yo-nosotros-Gaia» obtendremos inestimables conocimientos en lo tocante a su cerebro.
- ¿Qué pasará si tiene hijos? No necesita una pareja. Ello lo es de sí mismo.
- No estará en edad de tener hijos hasta dentro de muchos años.
Los Espaciales vivieron siglos y los solarianos no tenían el menor deseo de aumentar su número. Quizá, la reproducción tardía le haya sido inculcada a la población. Fallom no tendrá descendencia en mucho tiempo.
- ¿Cómo lo sabes? - preguntó Trevize.
- No lo sé. Es una simple deducción lógica.
- Te digo que Fallom resultará peligroso.
- Esto no lo sabes, y la tuya tampoco se trata de una deducción lógica.
- Es algo que presiento, Bliss, sin tener razones para ello..., de momento. Y eres tú, no yo, quien insiste sobre mi infalible intuición.
Bliss frunció el entrecejo y pareció inquieta.
Pelorat se detuvo en la puerta de la cabina-piloto y miró al interior con aire bastante indeciso. Daba la sensación de que intentaba saber si Trevize estaba o no trabajando de firme.
Trevize tenía las manos sobre el tablero, como siempre que conectaba con el ordenador, y los ojos fijos en la pantalla. Por consiguiente, Pelorat juzgó que estaba ocupado y esperó con paciencia, tratando de no moverse o, en cualquier caso, de no distraer a su compañero. Al cabo de un rato, Trevize miró hacia Pelorat, aunque hubiérase dicho que no tenía plena conciencia e ello. Sus ojos parecían un poco empañados y desenfocados siempre que estaba en comunión con el ordenador, como si mirase, pensase y viese de manera diferente a como cualquier persona solía hacer.
Pero saludó lentamente a Pelorat con la cabeza, dando la impresión de que la visión, penetrando con dificultad, llegaba a impresionar, al fin, los lóbulos ópticos. Al cabo de un rato, levantó las manos del tablero, sonrió y volvió a ser el de siempre.
- Temo haberte interrumpido, Golan - dijo Pelorat, disculpándose.
- No importa, Janov. Sólo comprobaba si estábamos listos para el Salto. Creo que sí, pero prefiero esperar unas pocas horas más, por mor de la suerte.
- ¿Tiene la suerte, o los factores aleatorios, algo que ver con esto?
- Ha sido una expresión como otra cualquiera - dijo Trevize, sonriendo -, pero los factores aleatorios sí que tienen que ver algo con ella, en teoría. ¿Qué tienes metido entre ceja y ceja? .
- ¿Puedo sentarme?
- Claro, pero vayamos a mi habitación. ¿Cómo está Bliss?
- Muy bien - respondió Pelorat con un carraspeo -. Ahora, duerme. Tiene que dormir, ¿comprendes?
- Perfectamente. Es la separación hiperespacial.
- Exacto, viejo amigo. .
- ¿Y Fallom?
Trevize se reclinó en la cama, dejando la silla para Pelorat.
- ¿Recuerdas aquellos libros de mi biblioteca que hiciste que tu ordenador imprimiese para mí? ¿Los cuentos populares? Los está leyendo.
Desde luego, comprende muy poco el galáctico, pero parece disfrutar repitiendo las palabras. Él... Siempre tiendo a emplear el pronombre masculino en vez del neutro. ¿Por qué supones que será?
Trevize se encogió de hombros.
- Tal vez porque tú eres masculino.
- Tal vez sí. Es terriblemente inteligente, ¿sabes?
- Estoy seguro.
Pelorat vaciló y dijo:
- Me parece que no aprecias mucho a Fallom.
- No tengo nada personal contra ello, Janov. Nunca he tenido hijos ni he apreciado a los niños en general. Creo recordar que tú sí que has tenido.
- Un hijo. Recuerdo la satisfacción que me producía mi hijo cuando era pequeño. Tal vez por eso me gusta emplear el pronombre masculino al referirme a Fallom. Es como si volviese un cuarto de siglo atrás.
- No te censuro que tú lo aprecies, Janov.
- También a ti te gustaría, si te lo propusieses.
- Seguro que sí, Janov, y tal vez algún día me lo proponga.
Pelorat vaciló de nuevo.
- También sé que debes estar cansado de discutir con Bliss.
- En realidad, no creo que discutamos mucho, Janov. Ella y yo nos llevamos muy bien ahora. El otro día, incluso tuvimos una discusión razonable, sin gritos ni recriminaciones, sobre su retraso en desactivar los robots guardianes. A fin de cuentas, Bliss sigue salvando nuestras vidas, de modo que lo menos que puedo hacer es ofrecerle mi amistad, ¿no crees?
- Sí, lo creo, pero no me refiero a discutir en el sentido de pelearos. Quiero decir esta constante discusión sobre Galaxia como opuesta a individualidad.
- ¡Oh, eso? Supongo que continuará..., aunque con toda cortesía.
- ¿Te importaría, Golan, que me pusiese de parte de Bliss en la discusión?
- Tienes perfecto derecho a hacerlo. ¿Aceptas la idea de Galaxia por tu propia cuenta, o es que te sientes más dichoso cuando estás de acuerdo con Bliss?
- Sinceramente, lo hago por mi cuenta. Creo que el futuro está en Galaxia. Tú mismo elegiste ese curso de acción y cada vez estoy más convencido de que es el correcto.
- ¿Porque lo elegí yo? Éste no es un argumento. Diga Gaia lo que diga, puedo estar equivocado, ¿sabes? Por consiguiente, no te dejes persuadir por Bliss en lo de Galaxia partiendo de aquella base.
- No creo que estés equivocado. Solaria me lo demostró, no Bliss.
- ¿Cómo?
- Bueno, en primer lugar, tú y yo somos Aislados.
- Ese término es de ella, Janov. Yo prefiero pensar en nosotros como individuos.
- Todo es cuestión de semántica, viejo amigo. Llámalo como quieras, pero estamos encerrados en nuestras pieles particulares que envuelven nuestras ideas particulares, y pensamos primero y por encima de todo en nosotros mismos. La autodefensa es nuestra primera ley natural, aunque signifique perjudicar a todos los demás seres existentes.
- Ha habido gente que ha dado su vida por los demás.
- Un fenómeno raro. Son muchos más los que han sacrificado las necesidades más importantes de otros por satisfacer algún tonto capricho suyo propio.
- ¿Y qué tiene esto que ver con Solaria?
- Bueno, en Solaria vimos en qué pueden convertirse los Aislados... o los individuos, si lo prefieres. Los solarianos, a duras penas, pueden soportar la división de todo un mundo entre ellos. Consideran que la libertad perfecta consiste en vivir en completo aislamiento. Ni siquiera aprecian a sus propios hijos, ya que los matan si son demasiados. Se rodean de esclavos robots a los que suministran energía, de manera que, cuando ellos mueren, todas sus enormes posesiones mueren también de manera simbólica. ¿Te parece esto admirable. Golan? ¿Es posible compararlo con Gaia, en honradez, amabilidad y preocupación de los unos por los otros? Bliss no ha comenta o nada de esto conmigo, en absoluto. Lo digo porque lo siento así.
- Y es un sentimiento muy propio de ti, Janov. Yo lo comparto. Creo que la sociedad solariana es horrible, pero no siempre ha ocurrido eso, son descendientes de los hombres de la Tierra y, más inmediatamente, de unos Espaciales que vivieron una vida mucho más normal. Los solarianos eligieron, por la razón que fuese, un camino que los condujo a un extremo, pero no podemos juzgar un asunto basándonos en los casos extremos. En toda la Galaxia, con sus millones de planetas habitados, ¿conoces alguno que ahora, o en el pasado, haya tenido una sociedad como la de Solaria, o incluso que se parezca remotamente a ella? E incluso salaria, ¿tendría una sociedad semejante si no estuviese plagada de robots? ¿Es concebible que una sociedad compuesta de individuos hubiese podido evolucionar de un modo tan horrible como en Solaria, sin los robots?
A Pelorat se le nubló un poco el semblante.
- Tú encuentras defectos en todo, Golan..., o al menos quiero decir que no parece que te importe defender el tipo de Galaxia contra el que votaste.
- Yo no voy a combatirlo todo. Hay una razón para Galaxia, y cuando la encuentre, la conoceré y me daré por vencido. O, quizás habría podido decir más exactamente, si la encuentro.
- ¿Crees que podrías no encontrarla?
Trevize se encogió de hombros.
- ¿Cómo puedo saberlo? ¿Sabes por qué estoy esperando unas pocas horas para dar el Salto, y por qué estoy corriendo el peligro de tomarme unos pocos días de espera?
- Dijiste que sería más seguro si lo hacíamos así.
- Sí, eso fue lo que dije, pero ahora estaríamos bastante seguros. Lo que temo, en realidad, es que esos mundos Espaciales, de cuyas coordenadas disponemos, nos defrauden por completo. Sólo tenemos tres y ya hemos examinado dos, librándonos ambas veces de la muerte por los pelos. Con todo esto, todavía no hemos conseguido el menor indicio sobre la situación de la Tierra, ni siquiera, si hemos de ser sinceros, sobre su existencia. Ahora me enfrento con la tercera y última oportunidad, ¿y qué pasará, si también ésta fracasa?
Pelorat suspiró.
- Sabes que hay antiguos cuentos populares (por cierto, que uno de ellos se lo he dejado a Fallom para hacer prácticas) en los que se permite a alguien formular tres deseos, pero sólo tres. El tres parece ser un número significativo, tal vez porque es el primer número impar, de modo qué es el número decisivo más pequeño. Ya sabes, dos ganan a uno. La moraleja de estos cuentos es que los deseos resultan inútiles. Nadie desea nunca correctamente, lo cual, según he supuesto siempre, es la antigua manera sabia de decir que la satisfacción de los propios deseos tiene que ganarse a pulso y no... - Calló de pronto, como avergonzado -. Lo siento, viejo, pero te estoy haciendo perder el tiempo. Hablo demasiado cuando comento algo referido a mi hobby.
- Lo que dices me parece interesante siempre, Janov. Comprendo la analogía. Hemos formulado tres deseos, se han cumplido y no han dado resultado. Ahora sólo queda uno. Sin saber por qué, estoy seguro de fracasar de nuevo, y por eso quiero demorarlo. Por eso estoy aplazando el Salto el mayor tiempo posible.
- ¿Qué harás si fracasas de nuevo? ¿Volver a Gaia? ¿A Terminus?
- ¡Oh, no! - dijo Trevize en voz baja y negando con la cabeza -. La búsqueda tiene que continuar..., aunque yo no sepa cómo.
XIV. EL PLANETA MUERTO
Trevize se sentía deprimido. Las pocas victorias alcanzadas desde que habían empezado la búsqueda nunca podían considerarlas definitivas; sólo habían servido para evitar la derrota temporalmente. Ahora, había retrasado el Salto al tercero de los mundos Espaciales hasta que había contagiado su inquietud a los otros. Cuando, al fin, decidió que debía decir al ordenador que condujese la nave a través del hiperespacio, Pelorat se hallaba de pie, en el umbral de la puerta de la cabina-piloto, con aire solemne, y Bliss estaba exactamente detrás de él y hacia un lado. Incluso Fallom se encontraba allí, mirando a Trevize con fijeza, mientras asía con fuerza una mano de Bliss.
Trevize había levantado la mirada y dicho con bastante brusquedad:
- ¡Un buen grupo familiar! ,
Pero sólo había sido fruto de su propio malestar.
Pasó las instrucciones al ordenador para que diese el Salto de manera que volviese a entrar en el espacio a la mayor distancia posible de la estrella en cuestión. Se dijo a sí mismo que eso se debía a que estaba aprendiendo a ser precavido como resultado de lo ocurrido en los dos primeros mundos Espaciales, pero, en realidad, no lo creía. En el fondo, sabía que esperaba llegar al espacio a una distancia de la estrella lo bastante grande para no estar seguro de sí tenía o no un planeta habitable en su sistema. Eso le daría unos días más de viaje en el espacio antes de poder averiguarlo, y (tal vez) tener que soportar la derrota más amarga.
Y así, observado por el «grupo familiar», respiró hondo, contuvo el aliento y lo exhaló en un silbido, mientras daba la instrucción final. El campo de estrellas cambió silenciosamente y la pantalla pareció vaciarse, porque habían pasado a una región en que los astros estaban algo más desperdigados. Y allí, casi en el centro, estaba la estrella más resplandeciente.
Trevize esbozó una amplia sonrisa, pues aquello era, sin duda, una victoria. A fin de cuentas, la tercera serie de coordenadas podía contener algún error y no haber aparecido la correspondiente estrella de tipo G. Miró a los otros tres.
- Allí está – dijo -. La estrella número tres.
- ¿Estás seguro? - preguntó Bliss a media voz.
- ¡Observad! - exclamó Trevize -. Proyectaré la vista equicentrada sobre el mapa galáctico del ordenador y, si aquella estrella brillante desaparece, si no figura en el mapa, será la que buscamos.
El ordenador respondió a su mandato y la estrella se apagó sin haber menguado previamente de intensidad. Fue como si nunca hubiese existido, mientras que el resto del campo estrellado permanecía inmutable con sublime indiferencia.
- La tenemos - dijo Trevize.
Sin embargo, hizo que la Far Star avanzase a poco más de la mitad de la velocidad que hubiese podido alcanzar con facilidad. Subsistía la cuestión de la presencia, o la ausencia, de un planeta habitable, y no tenía prisa en solventarla. Incluso después de tres días de aproximación, nada podía decirse acerca de aquello, en cualquier sentido.
O tal vez sí. Girando alrededor de la estrella había un gran gigante gaseoso. Estaba muy lejos de aquélla y brillaba con un palidísimo fulgor amarillo en el lado iluminado, el cual podía ver, desde su posición, como una gruesa media luna.
A Trevize no le gustó su aspecto, pero trató de disimularlo.
- Allí hay un gigante gaseoso - dijo, en el tono práctico de un guía -. Es bastante espectacular. Tiene un par de finos anillos y dos satélites de buen tamaño que pueden distinguirse de momento.
- La mayoría de los sistemas tienen gigantes gaseosos, ¿no es cierto?
- Sí, pero ése es bastante grande. A ,juzgar por la distancia de sus satélites y por sus períodos de revolución, el gigante gaseoso tiene casi dos mil veces la masa de un planeta habitable.
- ;Qué importa eso? - dijo Bliss -. Los gigantes gaseosos son gigantes gaseosos, y no importa el tamaño que tengan, ¿verdad? Siempre están presentes a grandes distancias de la estrella alrededor de la cual giran, y ninguno de ellos es habitable, gracias a su tamaño y su distancia. Tenemos que mirar más cerca de la estrella si queremos encontrar un planeta habitable.
Trevize vaciló; después, decidió poner las cartas sobre la mesa.
- La cuestión es que los gigantes gaseosos tienden a barrer un volumen de espacio planetario – dijo -. El material que no absorben en sus propias estructuras se junta en cuerpos bastante grandes que constituyen su sistema de satélites. Éstos evitan otras concentraciones incluso a distancias considerables, de manera que cuanto más grande sea el gigante gaseoso, mayor es la probabilidad de que sea el único planeta importante de una estrella particular. Entonces, sólo quedan el gigante gaseoso y los asteroides.
- ¿Quieres decir que ahí no hay ningún planeta habitable?
- Cuanto más grande es el gigante gaseoso, menor es la probabilidad de que exista un planeta habitable, y ese gigante es tan enorme que casi parece una estrella enana.
- ¿Podemos verlo? - dijo Pelorat.
Los tres contemplaron ahora la pantalla (Fallom se encontraba en la habitación de Bliss con los libros).
La panorámica fue ampliada hasta que la media luna llenó la pantalla. Cruzando aquella media luna, a cierta distancia sobre el centro, podía observarse una fina raya oscura, la sombra del sistema de anillos que se veía, a poca distancia más allá de la superficie planetaria, como una curva brillante que se extendía un poco en el lado oscuro antes de sumergirse en la sombra.
- El eje de rotación del planeta - dijo Trevize - está inclinado unos treinta y cinco grados con respecto a su plano de revolución, y su anillo se encuentra, naturalmente, en el plano ecuatorial planetario, de manera que la luz de la estrella llega desde abajo en este punto de su órbita y proyecta la sombra del anillo muy por encima del ecuador.
Pelorat observaba absorto.
- Son unos anillos muy finos.
- En realidad, de un tamaño superior al normal - dijo Trevize.
- Según la leyenda, los anillos que circundan un gigante gaseoso en el sistema planetario de la Tierra son mucho más anchos, más brillantes y más complicados que éste. Los anillos hacen, en comparación con aquéllos, que el gigante gaseoso parezca más pequeño.
- No me sorprende - dijo Trevize -. Cuándo un cuento se transmite de una persona a otra durante miles de años, ¿supones que se reduce?
- Es un bello espectáculo - murmuró Bliss -. Si observáis la media luna, parece que oscile y se retuerza ante los ojos.
- Tormentas atmosféricas - dijo Trevize -. Generalmente, se ven con más claridad si se elige una longitud de onda de luz adecuada. Dejad que haga la prueba.
Puso las manos sobre el tablero y mandó al ordenador que recorriese el espectro y se detuviese en la longitud de onda apropiada.
La débilmente iluminada media luna pasó por un torbellino de colores que, al cambiar con tanta rapidez, casi deslumbraba a quienes trataban de seguirlo. Por último, se estabilizó en un rojo anaranjado y, dentro de la media luna, aparecieron unas claras espirales que se enroscaban y desenroscaban al moverse.
- Increíble - murmuró Pelorat.
- Estupendo - dijo Bliss.
Completamente creíble, pensó Trevize con amargura, y nada estupendo. Ni Pelorat ni Bliss, atónitos por tanta belleza, pensaron que el planeta que tanto admiraban reducía las probabilidades de resolver el misterio que él trataba de aclarar. Pero, ¿por qué habían de preocuparse? Ambos estaban convencidos de que la decisión de Trevize había sido la correcta y lo acompañaban en su búsqueda de la certidumbre sin que interviniese ningún factor emocional. No podía culparles por ello:
- El lado en sombra parece oscuro – dijo -, pero si nuestros ojos fuesen sensibles un poco más allá del límite acostumbrado de la onda larga, lo veríamos de un rojo mate y fuerte. El planeta emite radiación infrarroja al espacio en grandes cantidades, porque tiene la masa suficiente para estar casi en un color al rojo. Es más que un gigante gaseoso; es una subestrella. - Hizo una larga pausa y prosiguió -: Y ahora, apartemos ese objeto de nuestra mente y busquemos el planeta habitable que pueda existir.
- Tal vez existe - dijo, sonriendo, Pelorat -. No te rindas, viejo amigo.
- No lo he hecho - repuso él, aunque sin demasiada convicción -. La formación de los planetas es demasiado complicada para someterla a reglas exactas. Sólo hablamos de probabilidades. Con ese monstruo en el espacio, las probabilidades descienden, pero no hasta cero.
- ¿Por qué no lo miras de otra manera? - dijo Bliss -. Si las dos primeras series de coordenadas te dieron, cada una de ellas, un planeta Espacial habitable, la tercera serie, que te ha dado ya una estrella adecuada, también debería darte un planeta habitable. ¿Por qué hablar de probabilidades?
- Espero que tengas razón - respondió Trevize, sin sentirse en modo alguno consolado -. Ahora, saldremos del plano planetario y nos dirigiremos hacia la estrella.
El ordenador inició la maniobra casi en cuanto Trevize hubo anunciado su intención. Éste se retrepó en la silla del piloto y pensó, una vez más, que el único inconveniente de pilotar una nave gravítica con un ordenador tan perfeccionado era que nunca, nunca, seria capaz de pilotar cualquier otro tipo de nave.
¿Acaso podría volver a hacer él mismo los cálculos? ¿Acaso podría prestar atención a la aceleración y limitarla a un nivel razonable? Lo más probable sería que soltase toda la energía y que todos los que estuviesen a bordo se estrellasen contra alguna pared interior.
Entonces, seguiría pilotando esa nave siempre, u otra exactamente igual, si podía soportar el cambio.
Y como no quería pensar en la cuestión del planeta habitable, de si existiría o no, reflexionó sobre el hecho de que había ordenado a la nave que se moviese por encima del plano, en vez de por debajo. Si no existía alguna razón concreta que aconsejase ir por debajo de un plano, los pilotos preferían siempre hacerlo por arriba. ¿Por qué?
Y a propósito, ¿por qué tanto empeño en considerar que una dirección era por arriba y la otra por abajo? En la simetría del espacio, tal aspecto era puro convencionalismo.
De todos modos, siempre estaba seguro, al observar un planeta, de la dirección en que giraba sobre su eje y de aquella en la que se trasladaba alrededor de su estrella. Cuando ambas eran las de las agujas del reloj, los brazos levantados señalaban hacia el Norte, y los pies, hacia el Sur. Y en toda la Galaxia, se consideraba que el Norte estaba arriba y el Sur abajo.
Era un puro convencionalismo que se remontaba a los oscuros tiempos primitivos, pero que todos seguían rajatabla. Si uno miraba un mapa conocido en el que el Sur estuviese arriba, no lo reconocía. Tenía que volverlo del revés para que tuviese sentido. Y como siempre ocurría igual, cuando uno se dirigía al Norte, iba hacia «arriba».
Trevize pensó en una batalla entablada por Bel Riose, el general imperial que, tres siglos atrás, había dirigido su escuadra por debajo del plano planetario en un momento crucial y sorprendido a la escuadra enemiga, que no esperaba aquel ataque. Hubo quejas en el sentido de que había sido una maniobra min..., quejas - de los vencidos, desde luego.
Un convencionalismo tan observado y tan antiguo tuvo que tener su origen en la Tierra..., y esa idea hizo que la mente de Trevize volvióse de repente a la cuestión del planeta habitable.
Pelorat y Bliss seguían observando el gigante gaseoso que giraba despacio en la pantalla, como en un lento salto mortal hacia atrás. La porción iluminada por el sol fue aumentando y, como Trevize mantenía el espectro fijo en la longitud de onda roja anaranjada, la tormenta de la superficie se hizo todavía más violenta y más hipnótica.
Entonces, Fallom entró tambaleándose y Bliss decidió que le convenía dormir un poco, lo mismo que a ella.
Pelorat se quedó.
- Tengo que prescindir del gigante gaseoso, Janov - dijo Trevize -. Quiero que el ordenador se concentre en la búsqueda de un objeto gravitatorio de las dimensiones adecuadas.
- Desde luego, viejo amigo.
Pero la cosa era más complicada. El ordenador no sólo tenía que buscar un objeto de las dimensiones adecuadas, sino que se hallase también a la distancia adecuada. Tenían que pasar varios días aún antes de que pudiese estar seguro.
Trevize entró en su habitación, grave y solemne, mejor diríamos sombrío, y se sobresaltó de modo perceptible.
Bliss le estaba esperando y Fallom se encontraba junto a ella, vestido con su taparrabos y su bata oliendo inconfundiblemente a lavado y a planchado. La criatura tenía mucho mejor aspecto que con las acortadas camisas de dormir de Bliss.
- No quise molestarte mientras trabajabas con el ordenador, pero ahora escucha - dijo Bliss -. Adelante, Fallom.
Fallom dijo, con su voz aguda y musical:
- Te saludo, protector Trevize. Me satisface mucho acompañarte en este viaje a través del espacio. También agradezco la amabilidad de mis amigos, Bliss y Pel.
Fallom terminó y esbozó una agradable sonrisa, y, una vez más, Trevize pensó: «¿Creo que es un chico o una chica, o ambas cosas a la vez, o ninguna de ellas?» Después, asintió con la cabeza.
- Lo has aprendido muy bien. Y lo has pronunciado casi a la perfección.
- No lo ha aprendido - dijo Bliss con entusiasmo -. Fallom compuso estas frases a solas y me preguntó si podría recitártelas. Yo no sabía siquiera lo que diría hasta que lo oí de sus labios.
Trevize sonrió forzadamente.
- Si es así, está mucho mejor.
Advirtió que Bliss evitaba los pronombres siempre que podía. Ella se volvió a Fallom.
- Ya te dije que a Trevize le gustaría. Ahora, ve con Pel y podréis leer un poco más, si os apetece.
Fallom salió corriendo.
- Es realmente asombrosa la rapidez con que Fallom aprende el galáctico – dijo ella -. Los solarianos tienen una facilidad especial para los idiomas. Recuerda cómo hablaba Bander el galáctico, sólo por haberlo oído en las comunicaciones hiperespaciales. Sus cerebros deben ser notables por algo más que la transducción de energía.
Trevize gruñó.
- ¡No me digas que todavía no te gusta Fallom! - le espetó Bliss.
- Ni me gusta ni me disgusta. Esa criatura me pone nervioso, eso es todo. En primer lugar, me produce muy mala impresión tratar con un hermafrodita.
- Vamos, Trevize, eso es ridículo - dijo Bliss -. Fallom es una criatura perfectamente aceptable. Piensa en lo desagradables que resultaríamos tú y yo, o cualquier hombre o mujer en general, en una sociedad de hermafroditas. Cada persona es la mitad de un conjunto y, en orden a la reproducción, tiene que haber una unión grosera y temporal.
- ¿Pones reparos a esto, Bliss?
- No finjas interpretarlo mal. Estoy tratando de mirarnos desde el punto de vista de los hermafroditas. A ellos debe parecerles sumamente repelente, cuando para nosotros es algo natural. De la misma manera, Fallom te parece repelente, pero ésta es una reacción miope y provinciana.
- Francamente - dijo Trevize -, es una lata no saber qué pronombre hay que emplear con esa criatura. Esto hace que vaciles siempre al pensar o al conversar con ella.
- Pero eso ocurre por culpa de nuestro lenguaje y no de Fallom - repuso Bliss -. Ningún idioma humano ha tenido en cuenta el hermafroditismo. Y me alegro de que hayas suscitado esta cuestión, porque también he pensado mucho al respecto. Decírmelo, como se empeña en hacer Bander, no es ninguna solución. Es un pronombre empleado para designar objetos para los cuales el sexo es irrelevante, y no existe ningún pronombre para objetos que son sexualmente activos en ambos sentidos. Entonces, ¿por qué no elegir arbitrariamente uno de los pronombres? Yo veo a Fallom como una niña. Tiene la voz aguda de las hembras y es capaz de tener hijos, característica vital de la femineidad. Pelorat está de acuerdo. ¿Por qué no lo estás tú también? Dejemos que sea «ella».
Trevize se encogió de hombros.
- Muy bien. Parecerá un poco raro que ella tenga testículos, pero sea como tú quieres.
Bliss suspiró.
- La mala costumbre de tomarlo todo en son de broma es clásica en ti mas como sé que te hallas bajo una fuerte tensión, te lo perdono. Pero emplea el pronombre femenino para Fallom, por favor.
- Lo haré. - Trevize vaciló; pero no pudo contenerse y dijo -: Cada día pareces más la madre adoptiva de Fallom. ¿Es que quieres tener un hijo y crees que Janov no puede dártelo?
Bliss abrió mucho los ojos.
- ¡Él no está aquí para eso! ¿Has pensado que le empleo como medio para tener un hijo? En todo caso, ahora no estoy para tener hijos. Y cuando llegue el momento, tendrá que ser un gaiano, algo que Pel no podría proporcionarme.
- ¿Quieres decir que tendrás que rechazar a Janov?
- En absoluto, sólo será una separación temporal. Incluso podría tener a mi hijo por inseminación artificial.
- Presumo que sólo lo tendrás cuando Gaia decida que es necesario, cuando se produzca un vacío por la muerte de un fragmento humano gaiano ya existente.
- Es una manera muy cruda de decirlo, pero bastante acertada. Gaia tiene que estar bien proporcionada en todas sus partes y relaciones.
- Lo mismo que los solarianos.
Bliss apretó los labios y su semblante palideció un poco.
- De ninguna manera. Los solarianos producen más de lo que necesitan y destruyen el excedente. Nosotros producimos sólo lo que necesitamos y nunca tenemos que destruir nada. Es como cuando tú sustituyes las capas externas de tu piel, que se están gastando, elaborando otras nuevas sin una célula de más.
- Sé lo que quieres decir - dijo Trevize -. Pero espero que tengas en cuenta los sentimientos de Janov.
- ¿ En relación con un posible hijo? Nunca hemos discutido ese tema, ni lo discutiremos.
- No, no me refiero a eso. Me choca que cada vez te muestres más interesada por Fallom. Janov puede sentirse postergado.
- No está postergado, y Fallom le interesa tanto como a mí. Ella es otro punto de mutuo compromiso que nos une todavía más. ¿No serás tú el que se siente postergado?
- ¿Yo? - dijo él, sinceramente sorprendido.
- Sí, tú. Yo no comprendo a los Aislados más de lo que tú comprendes a Gaia, pero tengo la impresión de que te gusta ser el punto central de atención en esta nave, y puedes sentirte desplazado por Fallom.
- Acabas de decir una tontería.
- No más que tu sugerencia de que estoy descuidando a Pel.
- Entonces, firmemos una tregua. Yo trataré de ver a Fallom como una niña y no me preocupare demasiado de cómo corresponder a los sentimientos de Janov.
Bliss sonrió.
- Gracias. Entonces, todo está bien.
Trevize se volvió, pero Bliss dijo:
- ¡Espera!
Trevize la miró y dijo, en tono un poco cansado:
- ¿Qué?
- Veo claramente, Trevize, que estás triste y deprimido. No voy a sondear tu mente, pero tal vez quieras explicarme qué es lo que anda mal. Ayer dijiste que había un planeta apropiado en este sistema solar y parecías muy satisfecho. Supongo que todavía está allí. El descubrimiento no fue una equivocación, ¿verdad?
- Hay un planeta adecuado en el sistema y sigue estando allí – dijo Trevize.
- ¿Tiene las dimensiones debidas?
Trevize asintió con la cabeza.
- Si es adecuado, es que las tiene. Y también está a la distancia conveniente de la estrella.
- Entonces, ¿qué es lo que anda mal?
- Ahora estamos lo bastante cerca para analizar la atmósfera. Resulta que no tiene ninguna digna de tal nombre.
- ¿No tiene atmósfera? .
- Ninguna digna de darle ese nombre. Es un planeta inhabitable, y no hay otro alrededor del Sol que tenga las condiciones mínimas de habitabilidad. El resultado de nuestro tercer intento es igual a cero.
Pelorat, con aire grave, no quería interrumpir el desconsolado silencio de Trevize. Observaba a éste desde la puerta de la cabina-piloto, esperando, por lo visto, que Trevize iniciase una conversación. Pero éste no lo hacía. Parecía haberse encerrado en un obstinado silencio.
Por fin, Pelorat no pudo soportarlo más y dijo, con voz bastante tímida:
- ¿Qué hacemos ahora?
Trevize levantó la cabeza, miró a Pelorat un momento, se volvió y dijo:
- Estamos apuntando hacia el planeta.
- Pero si no hay atmósfera...
- El ordenador dice que no hay atmósfera. Hasta ahora siempre me había dicho lo que yo quería oír y yo lo había aceptado. Ahora me ha dicho algo que yo no quiero oír, y voy a comprobarlo. Si el ordenador puede equivocarse alguna vez, espero que sea ésta.
- ¿Crees que se equivoca?
- No, no lo creo.
- ¿Puedes imaginarte alguna razón de que esté equivocado?
- No, no puedo.
- Entonces, ¿por qué te preocupas, Golan?
Y Trevize se volvió al fin de cara a Pelorat, contraído el rostro casi desesperadamente.
- ¿No ves, Janov, que es lo único que puedo hacer? Nos llevamos un chasco en los dos primeros mundos, en lo tocante a la situación de la Tierra, y lo propio parece que va a ocurrir en el tercero. ¿Qué puedo hacer ahora? Acaso ir de un mundo a otro, echarle un vistazo y decir: «Discúlpenme, ¿dónde está la Tierra?» La Tierra ha borrado su pista demasiado bien. No ha dejado huellas en parte alguna. Empiezo a creer que lo ha dispuesto de manera que seamos incapaces de seguir una pista aunque ésta exista.
Pelorat asintió con la cabeza y dijo:
- También yo he estado pensando en eso. ¿Te importa que lo discutamos? Sé que te sientes desgraciado, viejo amigo, y que no tienes ganas de hablar; por consiguiente, si quieres que te deje solo, lo haré.
- Adelante, habla - contestó Trevize, con una voz que parecía un gruñido -. Te escucharé. ¿Acaso puedo hacer algo mejor?
- Realmente, no parece que tengas ganas de que hable, pero quizá nos haga bien a los dos - dijo Pelorat -. Por favor, interrúmpeme cuando creas que no puedes aguantarlo más. A mí me parece, Golan, que la Tierra no tiene que tomar sólo medidas pasivas y negativas para ocultarse. No tiene que borrar simplemente sus huellas. ¿No podría establecer pistas falsas y trabajar activamente para esconderse de esa manera?
- ¿Qué quieres decir?
- Bueno, en varios lugares nos han hablado de la radiactividad de la Tierra, y ese aspecto podría estar encaminado a hacer que se desista de todo intento de localizarla. Si fuese realmente radiactiva, sería inabordable por completo. Ni siquiera seríamos capaces de poner el pie en ella. Ni los robots exploradores, si los tuviésemos, podrían sobrevivir a la radiación. Entonces, ¿por qué buscarla? Y si no es radiactiva, permanece inviolada, salvo en el caso de algún acercamiento accidental, e incluso entonces, podría tener otros medios de ocultarse.
Trevize sonrió forzadamente.
- Aunque parezca extraño, Janov, también yo he pensado así. Incluso se me ocurrió que aquel improbable satélite gigante hubiese sido inventado e incorporado a las leyendas del planeta. En cuanto al gigante gaseoso, con su monstruoso sistema de anillos, es igualmente improbable y puede ser también simulado. Tal vez todo haya sido planeado para que busquemos algo que no existe, de manera que si cruzásemos el sistema planetario correcto y viésemos la Tierra, prescindiésemos de ella porque carece de un satélite grande o de un pariente con tres anillos o de una corteza radiactiva. Al no reconocerla, no soñaríamos siquiera en examinarla. Y todavía me imagino algo peor.
Pelorat pareció abrumado.
- ¿Puede haber algo peor?
- Sí, cuando tu mente desvaría en medio de la noche y empieza a registrar el vasto reino de la fantasía buscando algo que puede hacer más profunda tu desesperación. ¿Y si la capacidad de la Tierra para ocultarse es definitiva? ¿Y si nuestras mentes pueden ser cegadas? ¿Y si podemos pasar junto a la Tierra, con su satélite gigante y con su lejano gigante gaseoso con anillos, y no ver nada de ello? ¿Y si lo hemos hecho ya?
- Pero si tú crees esto, ¿por qué vamos a...?
- No digo que lo crea. Estoy hablando de fantasías locas. Seguiremos mirando.
Pelorat vaciló y después dijo:
- ¿Durante cuánto tiempo, Trevize? Llegará un momento en que tendremos que renunciar.
- ¡Nunca! - repuso enérgicamente Trevize -. Si tengo que pasar el resto de mi vida yendo de un planeta a otro y preguntando: «Por favor, señor, ¿dónde está la Tierra?», lo haré. En cualquier momento, si lo deseáis, puedo llevaros a Bliss y a ti, e incluso a Fallom, a Gaia, y continuar yo solo.
- ¡Oh, no! Sabes que yo no te dejaré, Golan, y tampoco lo hará Bliss. Saltaremos contigo de un planeta a otro, si hemos de hacerlo. Pero, ¿por qué?
- Porque yo debo encontrar la Tierra, y porque la encontraré. No sé cómo, pero la encontraré. Ahora, mira, estoy tratando de alcanzar una posición desde la que pueda estudiar el lado iluminado del planeta sin que su Sol esté demasiado cerca; por consiguiente, déjame tranquilo un rato.
Pelorat calló, pero no se marchó. Siguió observando mientras Trevize estudiaba la imagen del planeta, iluminado en más de la mitad, en la pantalla. Pelorat no veía gran cosa, pero sabía que Trevize, en conexión con el ordenador, lo observaba en mejores condiciones.
- Hay una neblina - murmuró Trevize.
- Entonces tiene que haber una atmósfera - exclamó Pelorat.
- Pero puede no ser importante. No lo bastante para que haya vida en él, pero sí para que sople un débil viento que levante polvo. Es una característica muy conocida de planetas con atmósferas tenues. Incluso puede haber pequeños casquetes polares. Ya sabes, un poco de agua convertida en hielo en los polos. Este mundo es demasiado cálido para que haya bióxido de carbono en estado sólido. Tendré que pasar el mapa por el radar. Si lo hago así, podré trabajar con más facilidad en el lado oscuro.
- ¿De veras?
- Sí. Hubiese debido probarlo primero, pero con un planeta virtualmente sin aire y, por ende, sin nubes, parecía natural hacer el intento con luz visible.
Trevize guardó silencio durante largo rato, mientras la pantalla se poblaba de reflejos de radar que producían casi la abstracción de un planeta, algo que un artista del período cleoniano habría podido producir. Después, dijo enfáticamente, prolongando el sonido:
- Bien...
Y calló de nuevo.
- ¿Qué significa este «bien»? - estalló Pelorat al fin.
Trevize lo miró brevemente.
- No puedo ver ningún cráter.
- ¿Ningún cráter? ¿Es eso bueno?
- Inesperado por completo - dijo Trevize, sonriendo -. Y muy bueno. En realidad, puede ser magnífico.
Fallom se hablaba con la nariz pegada al ojo de buey de la nave, desde la cual podía ver un pequeño segmento del universo tal como aparecía a simple vista, sin ser ampliado por el ordenador.
Bliss, que había estado tratando de explicarle qué era aquello, suspiró y dijo a Pelorat en voz baja:
- No sé hasta qué punto lo comprende, querido Pel. Para ella, la mansión de su padre y una pequeña parte de la finca en que se levantaba aquélla era todo el universo. No creo que hubiese salido nunca de noche y visto las estrellas.
- ¿De veras lo crees así?
- Si. No me atreví a mostrarle ninguna parte del universo hasta que conoció el vocabulario suficiente para comprenderme un poco, y ha sido un acierto que tú puedas hablar con ella en su propia lengua.
- Lo malo es que no la domino - dijo Pelorat en son de disculpa -. Y el universo es bastante difícil de comprender cuando se ve de pronto por primera vez. Ella me dijo que, si esas pequeñas luces son mundos gigantescos, como Solaria (desde luego, son mucho mayores), no pueden estar flotando en la nada. Dice que deberían caer.
- Y tiene razón, juzgando por sus conocimientos. Las preguntas que
hace son sensatas, y, poco a poco, irá comprendiendo. Al menos, tiene curiosidad y no se espanta.
- El caso es, Bliss, que yo también siento curiosidad. Fíjate en cómo cambió Golan al descubrir que no hay cráteres en el mundo al que nos dirigimos. Yo no tengo la menor idea de lo que eso significa. ¿Y tú?
- Ninguna. Sin embargo, él entiende mucho más que nosotros de planetologia. Sólo podemos presumir que sabe lo que está haciendo.
- Ojalá yo lo supiese.
- Bueno, pregúntaselo.
Pelorat hizo una mueca.
- Siempre tengo miedo de importunarle. Estoy seguro de que piensa que yo debería saber todas estas cosas sin necesidad de que él me las diga. .
- Eso es una tontería, Pel - dijo Bliss -. Él no vacila en preguntarte acerca de cualquier aspecto de las leyendas y mitos de la Galaxia que considera que pueden serle de utilidad. Siempre estás dispuesto a contestarle y explicárselo; ¿por qué no habría de estarlo él? Ve y pregúntaselo. Si le molesta, tendrá una ocasión de practicar la sociabilidad y ese acto será bueno para él.
- ¿Quieres venir conmigo?
- No, por supuesto que no. Voy a quedarme con Fallom y seguir tratando de meterle en la cabeza el concepto del universo. Ya me contarás después lo que él te haya contestado.
Pelorat entró tímidamente en la cabina-piloto . Le encantó observar que Trevize estaba silbando y se hallaba de un claro buen humor.
- ¡Golan! - dijo, lo más animadamente que pudo.
Trevize levantó la cabeza.
- ¡Janov! Siempre entras de puntillas como si pensaras que es un delito distraerme. Cierra la puerta y siéntate. ¡Siéntate! Mira esto. Señaló el planeta en la pantalla y prosiguió:
- Sólo he encontrado dos o tres cráteres, todos ellos pequeñísimos.
- ¿Importa eso mucho, Golan?
- ¿Si importa? ¡Claro que importa! ¿Cómo puedes preguntar algo así?
Pelorat hizo un ademán de impotencia.
- Todo esto es un misterio para mí. Yo me especialicé en Historia en la Universidad. También estudié sociología y psicología, y lenguas y literatura, sobre todo antiguas, y mitología en los cursos para graduados. Nunca supe nada de planetología, ni de ciencias físicas.
- Eso no es ningún crimen, Janov. Ya quisiera yo saber todo lo que tú sabes. El dominio que tienes de las lenguas antiguas y de la mitología nos ha servido de mucho. Lo sabes muy bien. Cuando se trate de planetología, yo me encargaré de ello. Mira, Janov – prosiguió -, los planetas se forman al juntarse masas más pequeñas. Los últimos objetos que caen sobre ellos producen cráteres. Es decir, pueden producirlos. Si el planeta es lo bastante grande para ser un gigante gaseoso, es esencialmente líquido bajo una atmósfera gaseosa, y aquellas colisiones finales no dejan huellas.
»Los planetas más pequeños, que son sólidos, bien de hielo o de rocas, tienen cráteres visibles, y éstos continúan indefinidamente así, a menos que exista algún factor que los elimine. Hay tres tipos de factores.
»Primero, un mundo puede tener una superficie helada cubriendo un océano líquido. En ese caso, cualquier objeto que caiga rompe la capa de hielo y hace saltar el agua. Después de pasar el objeto, aquélla vuelve a helarse y cierra la herida, por así decirlo. Semejante planeta o satélite tendría que ser muy frío y, por tanto, no lo que nosotros consideramos un mundo habitable.
»Segundo, si un planeta es intensamente activo, en sentido volcánico, el perpetuo flujo de lava o de cenizas llena y borra todos los cráteres que se forman. Sin embargo, también es muy improbable que un planeta o satélite sea habitable en estas condiciones.
»Esto nos lleva a los mundos habitables, como tercer caso posible. Estos mundos pueden tener casquetes polares de hielo, pero la mayor parte del océano ha de ser líquida. Puede haber volcanes activos en ellos, pero tienen que ser pocos y alejados los unos de los otros. Estos planetas no pueden cicatrizar los cráteres ni llenarlos. Sin embargo, hay efectos de erosión. El viento y la lluvia erosionan los cráteres, y si hay vida en el planeta, las acciones de los seres vivos son fuertemente erosivas. ¿Comprendes?
Pelorat reflexionó.
- Es a ti a quien no comprendo, Golan. El planeta al que nos estamos acercando. ..
- Mañana aterrizaremos en él - dijo alegremente Trevize.
- Ese planeta no tiene un océano.
- Sólo unos pequeños casquetes polares.
- Ni mucha atmósfera.
- Una centésima parte de la densidad de la atmósfera de Terminus.
- Ni vida.
- Nada que yo pueda detectar.
- Entonces, ¿qué pudo erosionar y borrar los cráteres?
- Un océano, una atmósfera, y la vida - dijo Trevize -. Mira, si ese planeta hubiese estado sin aire y sin agua desde el principio, todos los cráteres que se formaron existirían todavía y toda la superficie estaría llena de ellos. La ausencia de cráteres demuestra que tuvo que haber aire y agua al principio, y puede que incluso una atmósfera y un océano importantes en un pasado próximo. Además, hay grandes cuencas visibles de ese mundo, donde un día debieron estar los mares y los océanos, por no hablar de las señales de ríos que ahora aparecen secos. Vemos pues que hubo erosión y que ésta cesó hace tan poco tiempo que desde entonces se han producido muy pocos nuevos cráteres.
Pelorat pareció dudarlo.
- Yo no soy planetólogo, pero me parece que, si un planeta es lo bastante grande para tener una atmósfera densa durante miles de millones de años, quizá no va a perderla de súbito, ¿verdad?
- Supongo que no - dijo Trevize -. Pero en ese mundo es indudable que hubo vida antes de que su atmósfera se desvaneciese, y vida humana probablemente. Sospecho que fue un mundo formado al estilo de la Tierra, como casi todos los planetas habitados de la Galaxia. Lo malo es que no sabernos, en realidad, cuál era su condición antes de que la vida humana apareciese, ni qué se hizo para acomodarlo a los seres humanos, ni en qué condiciones desapareció la vida. Pudo haber una catástrofe que absorbiese la atmósfera y pusiese fin a la vida humana.
O tal vez se produjo algún extraño desequilibrio en el planeta controlado por los seres humanos mientras estuvieron en él, que le hizo entrar en un ciclo vicioso de reducción atmosférica cuando aquéllos se hubieron marchado. Quizás encontremos la respuesta cuando aterricemos, o tal vez no la encontraremos nunca. Eso no importa.
- Sin duda tampoco importa que hubiese vida en él en otro tiempo, si ahora ya no la hay. ¿Qué diferencia existe entre un planeta que siempre ha sido inhabitable y otro que es inhabitable ahora?
- Si sólo es inhabitable ahora, habrá ruinas de los habitantes de otros tiempos.
- En Aurora había ruinas.
- Exacto, pero Aurora había pasado por veinte mil años de lluvias y nieve, de heladas y deshielos, de vientos y de cambios de temperatura.
Y también había vida, no lo olvides. Podía no haber allí seres humanos, pero el planeta estaba lleno de vida. Las ruinas pueden erosionarse lo mismo que los cráteres. Incluso más deprisa. Y en veinte mil años, no quedó nada que pudiese resultarnos de utilidad. Sin embargo, en este planeta ha habido un período de tiempo, tal vez veinte mil años, tal vez menos, sin viento ni tormentas ni vida. Confieso que ha habido cambios de temperatura, pero esto es todo. Las ruinas estarán bien conservadas.
- A menos - murmuró Pelorat con aire de duda - que no haya minas. ¿Es posible que nunca hubiese vida en el planeta, o vida humana al menos, y que la pérdida de la atmósfera se debiese a algún fenómeno con el que los seres humanos nada tuviesen que ver?
- No, no - dijo Trevize -. No te muestres pesimista, porque no te servirá de nada. Incluso desde aquí, he descubierto los restos de lo que estoy seguro debió ser una ciudad. Por consiguiente, aterrizaremos mañana.
- Fallom está convencida de que vamos a llevarla de nuevo con Jemby, su robot - dijo Bliss con acento de preocupación.
- ¡Hum! - murmuró Trevize, estudiando la superficie del mundo que se deslizaba debajo de la nave. Entonces, levantó la cabeza, como si hubiese tardado un poco en oír la observación - Bueno, era el único padre a quien conocía, ¿no?
- Sí, desde luego; pero ella piensa que hemos vuelto a Solaria.
- ¿Se parece eso a Solaria?
- ¿Cómo puede ella saberlo?
- Dile que no es Solaria. Mira, te daré uno o dos libros de películas de consulta, con ilustraciones gráficas. Primero, le muestras planos de varios mundos habitados diferentes y le explicas que hay millones de ellos. Tendrás tiempo para hacerlo. No sé cuánto estaremos Janov y yo rondando por ahí, después de que elijamos un lugar adecuado y aterricemos.
- ¿Janov y tú?
- Si. Fallom no puede venir con nosotros, aunque yo quisiera que lo hiciese, cosa que sólo desearía si estuviese loco. Este mundo requiere trajes espaciales, Bliss. No hay aire respirable. Y no tenemos ningún traje espacial de la talla de Fallom. Por consiguiente, tú y ella os quedaréis en la nave.
- ¿Por qué yo?
Trevize esbozó una fría sonrisa.
- Confieso que me sentiría más seguro si vinieses con nosotros – dijo él -, pero no vamos a dejar a Fallom sola en la nave. Podría causar algún daño sin proponérselo. Janov tiene que acompañarme porque le necesito para descifrar las inscripciones arcaicas que tal vez encontremos. Esto significa que tendrás que quedarte con Fallom. Pensaba que no te importaría.
Bliss pareció insegura.
- Mira - continuó Trevize -, tú quisiste que Fallom viniese, en contra de mis deseos. Estoy convencido que sólo nos traerá dificultades. Su presencia originará molestias, y tendrás que adaptarte a eso. A ella la tenemos aquí, luego tú también debes quedarte aquí. Así están las cosas.
Bliss suspiró.
- Supongo que sí.
- Bien. ¿Dónde está Janov?
- Con Fallom.
- Muy bien. Ve y encárgate de ella. Quiero hablar con él.
Trevize estaba estudiando la superficie del planeta cuando Pelorat entró, carraspeando para anunciar su presencia.
- ¿Anda algo mal, Golan? - preguntó.
- No exactamente, Janov. Sólo me siento inseguro. Ése es un mundo muy peculiar, y no sé lo que debió pasar en él. Los mares tuvieron que ser extensos, a juzgar por las cuencas que dejaron, pero eran poco profundos. Si nos basamos en las huellas que quedaron, fue un mundo de desalinización y de canales..., o tal vez el agua de los mares no era muy salada. En este último caso, ello explicaría la ausencia de extensas capas de sal en las cuencas. O también podría ser que, cuando el océano desapareció, el contenido salino se perdió con él..., lo cual hace que parezca una obra humana.
- Disculpa mi ignorancia de estas cosas, Golan - dijo Pelorat en tono vacilante -, pero, ¿tiene esto mucha importancia para lo que andamos buscando?
- Supongo que no, mas me es imposible dominar mi curiosidad. Si supiese cómo se reformó este planeta para hacerlo habitable a los humanos, y cómo era antes de eso, tal vez comprendería qué le ocurrió después de ser abandonado..., o quizás un poco antes. Y si supiésemos lo que le ocurrió, podríamos prepararnos contra sorpresas desagradables.
- ¿Qué clase de sorpresas? Es un mundo muerto, ¿no?
- Bastante muerto. Hay muy poca agua, una atmósfera tenue e irrespirable, y Bliss no detecta señales de actividad mental.
- Creo que eso resuelve la cuestión.
- La ausencia de actividad mental no implica, necesariamente, falta de vida.
- Puede que implique falta de vida peligrosa.
- No lo sé. Pero no era esto lo que quería consultarte. Hay dos ciudades que podrían ser objeto de nuestra primera inspección. Parecen muy bien conservadas; todas las ciudades lo están. Lo que destruyó el aire y los océanos no afectó a las ciudades, al menos da esa sensación. De todos modos, ésas dos son particularmente grandes. Sin embargo, en la más grande parece haber pocos espacios vacíos. Hay puertos espaciales en las afueras, pero nada en la propia ciudad. La otra tiene un espacio vacío, por lo que será más fácil aterrizar en su centro, aunque no hay ningún puerto espacial propiamente dicho... Pero, ¿qué importa eso?
Pelorat hizo una mueca.
- ¿Quieres que tome yo la decisión, Golan?
- No; yo lo haré; sólo quiero que me des tu opinión.
- Valgan lo que valieren, es probable que la ciudad grande fuese un centro comercial o fabril. La más pequeña y con un espacio despejado fue, quizás, un centro administrativo. Esta última es la que nos interesa. ¿Tiene edificios monumentales?
- ¿Qué quieres decir con edificios monumentales?
Pelorat sonrió apretando los labios.
- No sé. Las modas cambian de un planeta a otro y de una época a otra. Pero siempre parecen grandes, inútiles y caras. Como la mansión donde estuvimos en Comporellon.
Trevize sonrió a su vez.
- Es difícil decirlo cuando se mira directamente hacia abajo, y cuando podemos verlo de lado, al acercamos o alejarlos, la visión resulta confusa. Pero, ¿por qué prefieres el centro administrativo?
- Porque ahí es más probable que encontremos el museo planetario, la biblioteca, los archivos, la Universidad...
- Está bien. Iremos allí, a la ciudad más pequeña. Y tal vez encontraremos algo. Hemos fallado dos veces, pero quizás encontremos algo esta vez.
- A lo mejor seremos triplemente afortunados.
Trevize arqueó las cejas.
- ¿De dónde sacaste esa frase?
- Es muy antigua - contestó Pelorat -. La encontré en una vieja leyenda. Supongo que significa el triunfo al tercer intento.
- Esto suena bien - dijo Trevize -. Muy bien..., triplemente afortunados, Janov.
XV. MUSGO
Trevize parecía grotesco metido en su traje espacial. Lo único que permanecía fuera de éste eran las fundas de sus armas, no las que se sujetaba siempre sobre las caderas, sino otras que eran mucho más grandes y formaban parte del traje. Con mucho cuidado, insertó el blaster en la funda de la derecha y el látigo neurónico en la izquierda. Los había cargado de nuevo y, esta vez, pensó fríamente, nada podría quitárselos.
Bliss sonrió.
- ¿Vas a llevar armas incluso en un mundo que no tiene aire,..? ¡olvídalo! No quiero discutir tus decisiones.
- ¡Así me gusta! - dijo Trevize, y se volvió para ayudar a Pelorat a ponerse el casco, antes de calarse el suyo.
- ¿Podremos realmente respirar dentro de esto, Golan? - dijo Pelorat en tono quejumbroso, ya que era la primera vez que se ponía un traje espacial.
- Te lo prometo - repuso Trevize.
Bliss, que rodeaba los hombros de Fallom con un brazo, observó cómo cerraban las últimas junturas. La joven solariana miraba las dos figuras en trajes espaciales con visible alarma. Estaba temblando, y Bliss la estrechó contra ella cariñosamente para tranquilizarle.
La puerta de la cámara neumática se abrió y los dos entraron en ella, agitando los brazos en ademán de despedida. La puerta volvió a cerrarse. Después, se abrió la de la salida y ambos pisaron torpemente el suelo del mundo muerto.
Amanecía. El cielo estaba naturalmente despejado y era de color púrpura, pero el sol no había salido aún. Una ligera neblina se extendía a lo largo del horizonte, más claro por donde salía el sol.
- Hace frío - dijo Pelorat.
- ¿Sientes frío? - preguntó Trevize, sorprendido.
Los trajes, termoaislantes, el único problema que presentaban era cuando había que dar salida al calor del cuerpo.
- En absoluto - dijo Pelorat -, pero mira...
Su voz radiada sonaba clara al oído de Trevize, y éste vio que Pelorat señalaba con un dedo.
Bajo la enrojecida luz del amanecer, la ruinosa fachada de piedra del edificio al que se acercaban aparecía cubierta de blanca escarcha.
- Con una atmósfera tan tenue - dijo Trevize -, las noches tienen que ser más frías de lo que cabría esperar, y los días, más calurosos.
Ahora, estamos en la parte más fría del día, y sin duda pasarán varias horas antes de que el calor nos obligue a resguardarnos del sol.
Como si esas palabras hubiesen sido un conjuro cabalístico, el borde del sol apareció sobre el horizonte.
- No lo mires - aconsejó Trevize, con naturalidad -. Aunque el cristal del casco es reflectante y opaco a las radiaciones ultravioleta, podría ser peligroso.
Se volvió de espaldas al sol naciente y su larga sombra se proyectó sobre el edificio. Durante unos momentos, la pared pareció oscura debido a la humedad, pero ésta desapareció también rápidamente.
- Los edificios no parecen tan sólidos, vistos desde aquí, como desde el cielo. Están llenos de grietas y a punto de derrumbarse. Supongo que es el resultado de los cambios de temperatura y de que la poco agua que hay se hiela y se funde cada noche y cada día desde hace veinte mil años quizá.
- Hay letras grabadas en la piedra de encima de la entrada – dijo Pelorat -, pero el deterioro de aquélla hace difícil su lectura.
- ¿No puedes descifrarlas, Janov?
- Se refieren a una institución financiera de alguna clase. Al menos distingo una palabra que podría ser «Banco».
- ¿Y qué era eso?
- Un edificio en el que se depositaba, retiraba, cambiaba, invertía y prestaba dinero..., si es lo que parece.
- ¿Un edificio entero dedicado a eso? ¿Sin ordenadores?
- Sin ordenadores que se encargasen de todo.
Trevize se encogió de hombros. No encontraba interesantes los detalles de la Historia antigua.
Siguieron andando, cada vez más deprisa, perdiendo menos tiempo en cada edificio. Aquel silencio, aquella ausencia de vida, eran terriblemente deprimentes. El lento colapso milenario del lugar hacía que éste pareciese el esqueleto de una ciudad; una ciudad que sólo conservaba los huesos.
Se hallaban en la zona templada, pero Trevize pensó que podía sentir el calor del. sol en su espalda.
- ¡Mira! - exclamó Pelorat, a un centenar de metros a su derecha.
Los tímpanos de Trevize retemblaron.
- No grites, Janov – dijo -. Puedo oír tus murmullos a la perfección por muy lejos que estés. ¿De qué se trata?
Pelorat, bajando inmediatamente la voz, respondió:
- Este edificio es el «Palacio de los Mundos». Al menos, eso es lo que me parece que pone en la inscripción.
Trevize se reunió con él. Ante ellos se alzaba una estructura de tres plantas, con el borde del terrado muy irregular y cargado de grandes fragmentos de piedra, como si allí hubiese habido objetos esculpidos que se hubiesen caído a pedazos.
- ¿Estás seguro? - dijo Trevize.
- Si entramos, lo averiguaremos.
Subieron cinco bajos y anchos escalones y cruzaron un atrio muy amplio. En el aire tenue, las pisadas de su calzado metálico producían, más que ruido, una sorda vibración.
- Ahora veo lo que querías decir con «grande, inútil y caro, - murmuró Trevize.
Entraron en un ancho y alto vestíbulo, donde la luz del sol penetraba por los altos ventanales e iluminaba el interior con tal intensidad que deslumbraba donde daba de lleno pero dejaba en sombra todo lo demás. La fina atmósfera difundía muy poco la luz.
En el centro había una figura humana de más que tamaño natural esculpida en lo que parecía ser piedra sintética. Uno de los brazos se había desprendido. El otro aparecía rajado a la altura del hombro y Trevize pensó que también se rompería si lo golpeaba. Retrocedió, como temiendo que, si se acercaba demasiado, se vería tentado a cometer aquel acto de vandalismo.
- Me pregunto quién será – dijo -. No hay ninguna indicación. Supongo que los que lo pusieron aquí pensaron que su fama era tan evidente que no necesitaba ser identificado; pero ahora...
Se sintió en peligro de volverse filosófico y desvió su atención.
Pelorat estaba mirando hacia arriba y Trevize siguió la dirección de su mirada. En la pared había signos esculpidos que no podía leer.
- Sorprende - dijo Pelorat -. Esas inscripciones tienen tal vez veinte mil años, pero, de algún modo, han estado resguardadas del sol y de la humedad, y todavía son legibles.
- No para mí - dijo Trevize.
- Es una vieja escritura y, por si esto fuera poco, adornada. Veamos: siete. .., una..., dos... - Su voz se extinguió en un murmullo. Después, prosiguió -: Aquí hay cincuenta nombres que presumo deben corresponder a cincuenta mundos Espaciales, y éste es «El Palacio de los Mundos». Supongo que los cincuenta nombres se inscribieron por el orden en que fueron fundados los respectivos mundos. Aurora es el primero y Solaria el último. Si te fijas, verás que hay siete columnas, con siete nombres en cada una de las seis primeras y ocho en la última.
Es como si hubiesen proyectado un gráfico de siete por siete, añadiendo Solaria con posterioridad. De ello deduzco, viejo amigo, que esta lista data de antes de que Solaria fuese transformada y poblada.
- ¿Y cuál es el planeta en el que nos hallamos? ¿Puedes saberlo?
- Verás que el quinto de la tercera columna - respondió Pelorat -, el decimonono por orden numérico, aparece inscrito en letras un poco más grandes que los otros. Parece ser que los autores de la lista eran lo bastante ególatras como para envanecerse del lugar. Además...
- ¿Cuál es ese nombre?
- Por lo que puedo descifrar, creo que ahí dice Melpomenia. Es un nombre que desconozco en absoluto.
- ¿Podría representar la Tierra?
Pelorat sacudió la cabeza enérgicamente, pero ese gesto pasó inadvertido a causa del casco.
- Las viejas leyendas – dijo - emplean docenas de palabras para designar la Tierra. Como ya sabes, Gaia es una de ellas. También lo son Terra y Erda. Todas son cortas. No conozco ningún nombre largo que se refiera a ella, ni nada que se parezca a una abreviatura de Melpomenia.
- Entonces, estamos en Melpomenia, y no es la Tierra.
- Sí. Y además, como iba a decirte antes, hay una indicación todavía más significativa que el tamaño mayor de las - letras, y es que las coordenadas de Melpomenia se consignan como 0, 0, 0, y cabe esperar que se refieran al planeta propio.
- ¿Coordenadas? - preguntó Trevize con expresión de asombro -. ¿Da esa lista las coordenadas también?
- Bueno, hay tres cifras para cada nombre y supongo que deben ser las coordenadas. ¿A qué otra cosa podrían referirse?
Trevize no respondió. Abrió una especie de bolsillo en la parte del traje espacial que cubría su muslo derecho y sacó un pequeño aparato conectado con unos hilos al traje. Lo puso delante de sus ojos y enfocó cuidadosamente la inscripción de la pared, moviendo los enguantados dedos con dificultad para hacer algo que, en circunstancias normales, habría requerido un breve instante.
- ¿Una cámara? - preguntó Pelorat.
- Transmitirá la imagen directamente al ordenador de la nave – le explicó Trevize.
Tomó varias fotografías desde diferentes ángulos y después dijo:
- ¡Espera! Tengo que elevarme más. Ayúdame, Janov.
Pelorat cruzó las manos, a manera de estribo, pero Trevize negó con la cabeza.
- Eso no soportaría mi peso. Ponte de rodillas y apoya las manos en el suelo.
Pelorat lo hizo así, con bastante trabajo, y Trevize, después de meter la cámara de nuevo en su compartimento, subió con igual dificultad sobre los hombros de Pelorat y, desde allí, al pedestal de la estatua.
Sacudió cuidadosamente ésta para juzgar su firmeza y puso un pie sobre la rodilla doblada y empleó ésta como punto de apoyo para encaramarse y agarrar el hombro sin brazo. Colocando los dedos de los pies en algunos relieves del pecho de la estatua, fue subiendo y, por último, después de varios gruñidos, consiguió sentarse sobre el hombro de aquélla.
Para los antiguos que habían venerado la estatua y lo que ésta representaba, la acción de Trevize les hubiese parecido una blasfemia, y él, que se sintió lo bastante influido por esa idea, trató de sentarse con delicadeza.
- Te caerás y te harás daño - gritó Pelorat, con ansiedad.
- No voy a caerme ni a hacerme daño, pero tú puedes dejarme sordo.
Trevize sacó su cámara, enfocándola después una vez más. Tomó otras fotografías, luego, la guardó de nuevo en su bolsillo y descendió cuidadosamente hasta que sus pies tocaron el pedestal. Saltó al suelo y la vibración de su contacto fue, por lo visto, lo único que faltaba, pues el brazo todavía intacto se desprendió, convirtiéndose en un pequeño montón de cascotes al pie de la estatua. Virtualmente, no hizo ruido al caer.
Trevize permaneció inmóvil, aunque su primer impulso había sido el de buscar un lugar donde esconderse antes de que el vigilante llegase y lo detuviese. Era sorprendente, pensó después, con qué rapidez se reviven los días de la infancia en situaciones como aquélla cuando, por accidente, se ha roto algo que parece importante. Sólo había sido un momento, pero se sentía profundamente impresionado.
Pelorat tenía la voz cascada, como correspondía a quien había presenciado e incluso sido cómplice de un acto de vandalismo, pero consiguió encontrar unas palabras de consuelo.
- No pasa nada, Golan. Estaba a punto de desprenderse por sí solo.
Se acercó a los fragmentos que estaban repartidos sobre el pedestal y en el suelo, como si fuese a hacer una demostración, y cogió uno de los trozos más grandes.
- Golan, ven aquí.
Trevize se aproximó y Pelorat le señaló un pedazo de piedra que correspondía claramente a la porción del brazo contigua al hombro.
- ¿Qué es esto? - preguntó.
Trevize miró. Era una pelusa de color verde brillante. La frotó suavemente con un dedo enguantado. Aquello se desprendió sin dificultad.
- Parece musgo - dijo.
- ¿La vida sin mente a la que te referiste?
- No estoy completamente seguro de su carencia total de inteligencia. Supongo que Bliss insistiría en que también esto es consciente..., pero, asimismo diría que esta piedra lo es.
- ¿Crees que el musgo está dañando la piedra?
- No me sorprendería que contribuyese a ello - respondió Trevize -. Este mundo tiene mucha luz de sol y un poco de agua. La mitad de su atmósfera es vapor de agua. La otra mitad, nitrógeno y gases inertes.
Sólo una pizca de bióxido de carbono, lo cual induciría a creer que no hay vida vegetal; pero puede suceder que la escasez de bióxido de carbono se deba a que todo él esté virtualmente incorporado a la corteza rocosa. Ahora bien, si esta piedra tiene algún carbonato, quizás este musgo lo descomponga segregando ácido y aproveche después el bióxido de carbono producido. Ésa puede ser la forma dominante de vida que queda en el planeta.
- Fascinante - dijo Pelorat.
- Lo es - repuso Trevize -, pero sólo en un grado limitado. Las coordenadas de los mundos Espaciales son bastante más interesantes, pero lo que realmente queremos saber son las coordenadas de la Tierra. Si no están aquí, deben encontrarse en alguna otra parte del edificio..., o en otro edificio. Vamos, Janov.
- Pero tú sabes... - empezó a decir Pelorat.
- No, no - le interrumpió Trevize, con impaciencia -. Más tarde hablaremos. Ahora, tenemos que ver si hay algo más en este edificio. El calor empieza a apretar. - Miró el pequeño termómetro en el dorso de su guante izquierdo -. Vamos, Janov.
Recorrieron las habitaciones, caminando con el mayor cuidado posible, no porque hiciesen ruido, en el sentido normal de la palabra, ni porque pudiese oírles alguien, sino porque temían causar más daños con las vibraciones.
Levantaron un poco de polvo, que volvió a posarse rápidamente a través del tenue aire, y dejaron huellas de pisadas detrás de ellos.
De vez en cuando, en algún rincón oscuro, veían nuevas manchas de musgo que allí crecía. Parecían hallar cierto consuelo en la presencia de vida, por rudimentaria que fuese, pues mitigaba la horrible y sofocante impresión de caminar por un mundo muerto, sobre todo habida cuenta de que abundaban en él artefactos que demostraban que antaño, mucho tiempo atrás, había estado lleno de vida.
- Creo que esto debe ser una biblioteca - dijo Pelorat.
Trevize miró a su alrededor con curiosidad. Había estanterías y, al observar con más atención, pensó que lo que primero había considerado como meros adornos podía muy bien ser volúmenes de películas, gruesos y pesados. Alargó un brazo para asir uno de ellos y, entonces, se dio cuenta de que eran estuches. Abrió con torpes dedos el que había cogido y vio varios discos en su interior. También eran gruesos y daban sensación de fragilidad, aunque se abstuvo de comprobarlo.
- Increíblemente primitivos - dijo.
- Tienen miles de años - repuso Pelorat, corno defendiendo a los antiguos melpomenianos de la acusación de tecnología atrasada.
Trevize señaló el lomo del estuche donde se veía una vaga inscripción en la adornada caligrafía empleada por los antiguos.
- ¿Es el título? ¿Qué dice?
Pelorat lo estudió.
- No estoy muy seguro, viejo. Creo que una de las palabras se refiere a la vida microscópica. Tal vez significa «microorganismo». Sospecho que son términos técnicos microbiológicos que no comprendería aunque estuviesen escritos en galáctico corriente.
- Probablemente - dijo Trevize, malhumorado -. También es probable que no nos sirviese de nada aunque pudiésemos leerlo. No nos interesan los gérmenes. Hazme un favor, Janov. Echa un vistazo á los otros volúmenes y mira si encuentras algún título interesante. Mientras tanto, yo examinaré estos aparatos de proyección.
- ¿Son proyectores? - preguntó Pelorat extrañado.
Eran unas estructuras macizas y cúbicas, rematadas por una pantalla inclinada y una prolongación curva en la parte de encima que podía servir para apoyar el codo o para insertar un electrobloc en ella, si es que los había habido en Melpomenia.
- Si esto es una biblioteca - dijo Trevize -, debían tener proyectores de alguna clase, y esto puede ser uno de ellos.
Quitó el polvo de la pantalla, poniendo mucho cuidado en ello, y se sintió aliviado al ver que ésta, fuese cual fuere su material, no se rompía a su contacto. Manipuló los controles ligeramente, uno tras otro. No ocurrió nada. Probó otro proyector, y después otro, pero sólo obtuvo el mismo resultado negativo.
No le sorprendió. Aunque el aparato se hubiese conservado bien durante veinte milenios en una atmósfera tenue, y fuese resistente al vapor de agua, todavía quedaba la cuestión de la energía. La energía acumulada tenía filtraciones siempre, por mucho que se hiciese para impedirlas. Ése era otro aspecto de la universal e irresistible segunda ley de Termodinámica.
Pelorat estaba ahora detrás de él.
- ¿Golan?
- Sí.
- Aquí tengo un volumen...
- ¿De qué clase?
- Creo que es una Historia del vuelo espacial.
- Perfecto, pero de nada nos servirá si no puedo hacer que el proyector funcione.
Cerró los puños, desalentado.
- ¿Y si llevásemos la película a la nave?
- Yo no sabría cómo adaptarla a nuestro proyector. Estoy seguro de que es incompatible con nuestro sistema.
- Pero, ¿es todo esto realmente necesario, Golan? Si nosotros...
- Sin duda, Janov - repuso Trevize -. No me interrumpas. Estoy tratando de pensar lo que hay que hacer. Podría intentar dar nueva fuerza al proyector. Tal vez sea lo único que le haga falta.
- ¿De dónde sacarás la fuerza?
- Bueno...
Trevize sacó sus armas, las miró un instante y volvió a guardar el blaster en su funda. Abrió el látigo neurónico y observó el nivel de energía. Estaba al máximo.
Trevize se tumbó de bruces en el suelo, introdujo una mano detrás del proyector (seguía presumiendo que se trataba de eso e intentó empujarlo hacia delante). Se movió un poco y Trevize estudia lo que había descubierto.
Había varios cables, y uno de ellos, seguramente el que salía de la pared, debía ser el que suministraba la energía. No vio ningún enchufe o conexión por allí. (¿Cómo se puede actuar en presencia de una cultura antigua y desconocida en la cual las materias más simples han llegado a ser irreconocibles?)
Tiró del cable con suavidad y, después, algo más fuerte. Lo dobló en una dirección y luego en la otra. Palpó la pared en las cercanías del cable, y éste en su parte cercana a la pared. Volvió su atención, lo mejor que pudo, al dorso medio oculto del protector, con el mismo resultado negativo.
Apoyó una mano en el suelo para levantarse y, al ponerte en pie, el cable cedió. No tenía la menor idea de cómo lo había alojado.
No parecía roto ni arrancado. La punta se hallaba en perfecto estado y había dejado una ligera mancha en la pared donde había estado sujeta.
- Golan, ¿puedo...? - preguntó Pelorat en voz baja.
Trevize le hizo un perentorio ademán.
- Ahora no, Janov. ¡Por favor!
De pronto, se dio cuenta de que había algo verde en las arrugas de su guante izquierdo. Sin duda, un poco de musgo arrancado de detrás del proyector. Su guante estaba un poco húmedo, pero se secó mientras él lo observaba, y la mancha verde se volvió parda.
De nuevo, centró su atención en el cable, estudiando el extremo desprendido. Tenía que haber dos pequeños agujeros por allí, en los que introducir el alambre.
Se sentó en el suelo y abrió la unidad de energía de su látigo neurónico. Despolarizó uno de los alambres con cuidado y lo soltó. Después, lenta y delicadamente, lo insertó en el agujero, empujándolo hasta que se detuvo. Cuando trató de sacarlo de nuevo, permaneció fijo, como si algo lo hubiese sujetado. Dominó el primer impulso de arrancarlo por la fuerza. Despolarizó el otro alambre y lo introdujo en la otra abertura. Era concebible que con aquello el circuito se cerrase y suministrase energía al proyector.
- Janov – dijo -, tú has manejado volúmenes .de películas de todas clases. Mira si encuentras la manera de insertar éste en el proyector.
- ¿ Es realmente preci. . . ?
- Por favor, Janov, no hagas más preguntas innecesarias. Disponemos de poco tiempo. No quiero tener que esperar a la noche para que el edificio se enfríe y podamos volver.
- Tiene que meterse por aquí - dijo Janov, pero...
- Bien - repuso Trevize -. Si es una Historia del vuelo espacial, tendrá que empezar con la Tierra, puesto que en ella se inventaron los vuelos espaciales. Veamos si esto funciona ahora.
Con cierta dificultad, Pelorat colocó el libro-película en lo que, evidentemente, era el receptáculo y empezó a estudiar las señales de los diferentes controles.
Mientras esperaba, Trevize habló en voz baja, en parte para aliviar su propia tensión.
- Supongo que también habrá robots en este mundo, en alguna parte, en razonable buen estado, resplandecientes en este casi vacío total. Lástima que su fuente de energía debió agotarse hace tiempo también.
Y, aunque hubiese sido renovado, ¿qué decir de sus cerebros? Las palancas y los engranajes pueden resistir miles de años pero, ¿y los microinterruptores o resortes subatómicos que había en el cerebro? Tendrían que haberse deteriorado, y aunque no fuese así, ¿qué sabrían ellos de la Tierra? ¿Qué podrían...?
- El proyector funciona, viejo - dijo Pelorat -. Mira aquí.
En la penumbra, la pantalla del proyector empezó a iluminarse. Sólo débilmente, pero Trevize aumentó un poco la fuerza de su látigo neurónico y el brillo aumentó. El tenue aire que los rodeaba mantenía relativamente oscura la zona no alcanzada por los rayos del sol, de modo que la pantalla parecía más brillante en contraste con la sombra de la estancia.
La iluminación de la pantalla seguía oscilando, pero algunas sombras ocasionales pasaban por ella.
- Hay que enfocarlo - dijo Trevize.
- Lo sé, pero creo que esto es lo único que puedo hacer. Es probable que la película se haya deteriorado.
Las sombras aparecían y desaparecían ahora rápidamente, y, de vez en cuando, parecían remedar caracteres impresos. Entonces, durante un momento, la imagen se hizo más clara y se desvaneció de nuevo.
- Vuelve atrás y retén eso, Janov - pidió Trevize.
Pelorat lo estaba intentando ya, Rebobinó la cinta, repitió la proyección y, al llegar a la imagen deseada, la retuvo.
Trevize trató ansiosamente de leer aquello. Pero fracasó.
- ¿Puedes tú descifrarlo, Janov?
- No del todo - dijo Pelorat, mirando fijamente la pantalla -. Se refiere a Aurora. De eso estoy seguro. Creo que trata de la primera expedición hiperespacial; la «efusión originada», dice.
Siguió adelante, hasta que la imagen se volvió confusa de nuevo.
- Todo lo que he podido descifrar se refiere a los mundos Espaciales. Golan - dijo por último -, no encuentro nada acerca de la Tierra.
- No, no lo encontrarás - repuso Trevize con amargura -. Todo ha sido borrado en este mundo, como en Trantor. Apaga eso.
- Pero no importa.., - empezó a decir Pelorat, apagando el proyector.
- ¿Porque podemos probar en otras bibliotecas? También en ellas estará borrado. En todas partes. Escucha... - Había mirado a Pelorat mientras hablaba, y ahora lo miró más fijamente, con una mezcla de horror y de repugnancia -. ¿Qué le pasa al cristal de tu casco? – preguntó.
Pelorat llevó automáticamente su mano enguantada al cristal del casco; después la apartó y la miró.
- ¿Qué es? - dijo, intrigado. Después, miró a Trevize y prosiguió, con voz un poco chillona -: Hay algo extraño en el cristal de tu casco, Golan.
Trevize buscó, de manera automática, un espejo a su alrededor. No había ninguno y hubiese necesitado una luz de haberlo encontrado.
- Ven a la luz del sol, ¿quieres? - murmuró.
Casi tirando de él, condujo a Pelorat bajo los rayos de sol que entraban por la ventana más próxima. Pudo sentir su calor en la espalda, a pesar del efecto aislante del traje espacial.
- Mira hacia el sol, Janov, y cierra los ojos - dijo.
Enseguida vio lo que pasaba. El musgo crecía exuberante en el sitio donde el cristal se juntaba al tejido metalizado del traje espacial, ribeteando aquél de verde, y Trevize supo que al suyo le ocurría lo mismo.
Pasó un dedo enguantado por el musgo del cristal de Pelorat. Parte de él se desprendió, manchando de verde el guante. Sin embargo, mientras observaba su brillo a la luz del sol, pareció que el musgo se ponía rígido y se secaba. Probó de nuevo, y, esta vez, el musgo se desprendió crujiendo. Se iba volviendo pardo. Frotó los bordes del cristal de Pelorat otra vez, ahora, con fuerza.
- Haz lo mismo con el mío, Janov - dijo. Después añadió -: ¿He quedado limpio? Bueno, el tuyo también. Sigamos nuestro camino. Creo que nada más podemos hacer aquí.
El calor del sol resultaba incómodo en la ciudad desierta y sin aire.
Los edificios de piedra resplandecían con un brillo casi doloroso. Trevize entornaba los párpados al mirarlos y, siempre que podía, caminaba por el lado sombreado de las calles. Se detuvo ante una grieta de una de las fachadas; una grieta lo bastante ancha para poder meter el dedo meñique en ella, a pesar del guante. Esto fue lo que hizo; después, se miró el dedo.
- Musgo - murmuró. Caminó deliberadamente hasta el final de la sombra y sostuvo un rato el dedo a la luz del sol -. El secreto está en el bióxido de carbono – dijo -. El musgo crece donde puede obtenerlo; en las piedras que se desintegran, en cualquier otra parte. Nosotros somos una buena fuente de bióxido de carbono, probablemente más rica que todas las de este planeta casi muerto, y supongo que hay ligeras filtraciones del gas en los bordes de la placa de cristal.
- Por eso crece el musgo en ellos.
- Sí.
El trayecto de vuelta a la nave pareció largo, mucho más largo y, desde luego, más caluroso que el que habían hecho al amanecer. Pero la nave permanecía todavía en la sombra cuando llegaron a ella; su posición la había calculado Trevize correctamente.
- ¡Mira! - dijo Pelorat.
Trevize levantó la vista. Los bordes de la puerta principal estaban ribeteados de musgo verde.
- ¿Más filtraciones? - dijo Pelorat.
- Desde luego. Estoy seguro de que en cantidades insignificantes, pero este musgo parece ser el mejor indicador de la existencia de pequeñas cantidades de bióxido de carbono. Sus esporas deben encontrarse en todas partes, y se desarrollan dondequiera que pueden hallar unas pocas moléculas de ese gas. - Ajustó su radio a la longitud de onda de la nave -. Bliss, ¿puedes oírme?
La voz de Bliss sonó en los dos pares de oídos.
- Sí. ¿Vais a entrar? ¿Habéis tenido suerte?
- Estamos aquí - dijo Trevize -, pero no abras la puerta. Lo haremos nosotros desde fuera. Repito, no abras la puerta.
- ¿Por qué?
- ¿Quieres hacer lo que te digo, Bliss? Más tarde tendremos tiempo para discutir.
Trevize sacó su blaster y redujo cuidadosamente su intensidad al mínimo. Después, lo miró, vacilando. Nunca lo había usado al mínimo. Miró a su alrededor. No había nada lo bastante frágil para hacer una prueba.
A falta de otra cosa, apuntó a la rocosa falda de la colina a cuya sombra reposaba la Far Star. El lugar del impacto no se volvió rojo.
Trevize lo tocó casi sin darse cuenta. ¿Estaba caliente? No podía saberlo con certeza a través del tejido aislante de su traje.
Vaciló de nuevo, y, entonces, pensó que el casco de la nave debía ser tan resistente, al menos dentro del orden de magnitud, como la vertiente de la colina. Apuntó con el blaster al borde de la puerta y pulsó brevemente el contacto, conteniendo la respiración.
Varios centímetros de musgo se volvieron pardos al momento. Agitó la mano cerca del musgo que se estaba secando y bastó la débil corriente producida de este modo en el aire tenue para que los ligeros restos esqueléticos de aquel pardo material se desprendiesen.
- ¿Ha dado resultado? - preguntó Pelorat preocupado.
- Sí - dijo Trevize -. Convertí el blaster en un débil rayo de calor.
Después, proyectó el calor alrededor del borde de la puerta y el verde se desvaneció enseguida. Completamente. Entonces, sacudió la cerradura para crear una vibración que expulsase los residuos y un polvo pardo cayó al suelo; un polvo tan fino que los restos que permanecían en la tenue atmósfera se alzaban en remolinos por los débiles escapes de gas.
- Creo que ahora podemos abrirla - dijo Trevize, y empleando sus controles de muñeca, emitió la combinación de ondas de radio que activaban el mecanismo de la cerradura desde el interior. La puerta se abrió y, antes de que acabase de hacerlo, Trevize dijo -: No te entretengas, Janov; métete dentro. No esperes que salgan los peldaños; salta.
Trevize le siguió y roció el borde de la puerta con su blaster en baja potencia. También roció los escalones cuando éstos bajaron. Después, dio la señal para que la puerta se cerrase y siguió rociando hasta que se hallaron encerrados dentro.
- Estamos en la cámara cerrada, Bliss - dijo Trevize -. Permaneceremos aquí unos minutos. ¡No hagas nada!
- Dime qué pasa. - dijo la voz de Bliss -. ¿Estáis bien? ¿Cómo se encuentra Pel?
- Estoy aquí y bien, Bliss - respondió Pelorat -. No debes preocuparte.
- Si tú lo dices, Pel... Pero tendréis que explicármelo todo más tarde. Espero que lo comprendáis.
- Prometido - repuso Trevize, y encendió la luz.
Los dos hombres vestidos con trajes espaciales se hallaron frente a frente.
- Estamos expulsando todo el aire planetario que podemos – dijo Trevize -; hemos de esperar a expulsarlo del todo.
- ¿Y el aire de la nave? ¿Vamos a dejarlo entrar?
- No hasta dentro de un rato. Estoy tan impaciente como tú por quitarme el traje espacial, Janov. Pero quiero asegurarme de que nos hemos librado de todas las esporas que pueden haber entrado con nosotros..., o encima de nosotros.
Bajo la escasa luz de la cámara, Trevize volvió su blaster contra la juntura interior de la puerta y el casco de la nave, esparciendo metódicamente el calor sobre el suelo, hacia arriba y a su alrededor, y de nuevo hacia el suelo.
- Ahora tú, Janov.
Pelorat se agitó inquieto.
- Quizá sientas calor. Es lo peor que puede pasarte. Si te molesta demasiado, dilo.
Proyectó el rayo invisible sobre la placa de cristal y sobre los bordes en particular, y después, poco a poco, sobre todo el resto del traje espacial.
- Levanta los brazos, Janov – murmuró -. Apoya los brazos en mi hombro y levanta un pie. Tengo que rociar la suela. Ahora, el otro. ¿Sientes demasiado calor?
- No es, precisamente, la caricia de una brisa fresca - dijo Pelorat.
- Entonces, dame a probar mi propia medicina. Adelante.
- Nunca he manejado un blaster.
- Tienes que agarrarlo así y apretar este pequeño botón con el pulgar..., y sujeta la funda con fuerza. Muy bien. Ahora, resigue el cristal del casco. Despacio, Janov, pero sin detenerte demasiado rato en el mismo sitio. Después, el resto del casco, la cara y el cuello.
Siguió dándole instrucciones y, cuando sintió calor en todo el cuerpo y notó un desagradable sudor como consecuencia de ello, recuperó el blaster y observó el nivel de energía.
- Hemos gastado más de la mitad - dijo, y roció metódicamente el interior de la cámara, resiguíendo las paredes, hasta que se hubo agotado la carga, no sin calentarse mucho él mismo con los rápidos y continuos disparos. Después, volvió a guardar el blaster en su funda.
Sólo entonces dio la señal para entrar en la nave. Le gustó el silbido del aire al entrar en la cámara cuando se abrió la puerta interior. Su frescura y sus fuerzas convectivas se llevarían el calor del traje espacial mucho más deprisa que habría podido hacerlo la radiación solar. Tal vez fue pura autosugestión, pero sintió el efecto refrescante de inmediato. Imaginario o no, también esto le gustó.
- Quítate el traje, Janov, y déjalo ahí fuera, en la cámara – indicó Trevize.
- Si no te importa - dijo Pelorat -, lo primero que querría hacer sería darme una ducha.
- Lo primero, no - se opuso Pelorat -. Antes de eso, e incluso antes de que puedas vaciar tu vejiga, creo que tendrás que hablar con Bliss.
Desde luego, ella les estaba esperando con la preocupación reflejada en el semblante. A su espalda, atisbando, se hallaba Fallom, agarrada con ambas manos al brazo izquierdo de Bliss.
- ¿Qué ha pasado? - preguntó, seria, Bliss -. ¿Qué habéis estado haciendo?
- Protegernos contra la infección - respondió Trevize secamente -. Por eso, encenderé la radiación ultravioleta ahora. Trae las gafas oscuras. Deprisa, por favor.
Con los rayos ultravioleta añadidos a la luz de la pared, Trevize se quitó una a una las húmedas prendas y las sacudió, volviéndolas del revés y del derecho.
- Es una mera precaución – dijo -. Hazlo tú también, Janov. Y, Bliss tendré que desnudarme del todo. Si esto te incomoda, pasa a la habitación contigua.
- Ni me incomoda ni me importa - respondió Bliss -. Tengo una buena idea de tu aspecto y, seguramente, no me enseñarás nada nuevo. ¿A qué infección te referías?
- Una insignificancia que, si pudiese campar por sus respetos – dijo Trevize, con afectada indiferencia -, creo que podría causar graves daños a la Humanidad.
La operación concluyó. La luz ultravioleta había cumplido su misión. Oficialmente, según las complicadas películas de información e instrucciones que la Far Star llevaba consigo cuando Trevize embarcó en ella por primera vez, en Terminus, aquella luz servía sólo como medio de desinfección, Sin embargo, Trevize pensaba que era una tentación y a veces caía en ella, para adquirir un tono tostado cuando había qué desembarcar en algún mundo donde el moreno estaba de moda. A pesar de ello, la luz servía siempre como desinfectante.
La nave se elevó en el espacio y Trevize la acercó cuanto pudo al sol de Melpomenia sin que la proximidad resultase demasiado incómoda, haciendo que diese vueltas en todas direcciones, para asegurarse de que toda su superficie quedaba bañada en radiaciones ultravioleta.
Por último, recogieron los dos trajes espaciales que habían quedado en la cámara y los examinaron hasta que Trevize quedó satisfecho.
- Todo este jaleo por un poco de musgo - dijo Bliss al fin -, ¿No has dicho que era musgo, Trevize?
- Yo lo llamo musgo - respondió Trevize - porque me lo recordó.
Sin embargo, no soy botánico. Lo único que puedo decir es que tiene un color verde intenso y qué, probablemente, puede vivir con muy poca energía-luz.
- ¿Por qué muy poca?
- Este musgo es sensible a la radiación ultravioleta y no puede crecer, ni siquiera sobrevivir, bajo una iluminación directa. Sus esporas se esparcen por todas partes, y crece en los rincones escondidos, en las grietas de las estatuas, en la superficie inferior de las estructuras, alimentándose con la energía de los fotones dispersos donde haya algo de bióxido de carbono.
- Deduzco que piensas que es peligroso - dijo Bliss.
- Podría serlo. Si algunas esporas hubiesen quedado adheridas a nosotros cuando entramos, o penetrado con el aire, hubiesen encontrado mucha iluminación sin las letales radiaciones ultravioleta, así como mucha agua y una provisión inagotable de bióxido de carbono.
- Sólo el 0,03 de nuestra atmósfera - dijo Bliss.
- Eso es mucho para él, sin contar con el 4 por ciento del aliento que exhalamos. ¿Qué pasaría si las esporas se desarrollasen en nuestras fosas nasales y sobre nuestra piel? ¿Qué pasaría si descompusiesen y destruyesen nuestra comida? ¿Y si produjesen toxinas mortales para nosotros? Aunque lográsemos destruir todo el musgo, si dejásemos algunas esporas vivas, éstas serían suficientes para contagiar cualquier otro planeta al que las llevásemos, y de allí podrían pasar a otros mundos. ¡Quién sabe los daños que causarían!
Bliss sacudió la cabeza.
- La vida no es necesariamente peligrosa por el hecho de que sea diferente. Tú lo matas todo enseguida.
- Gaia está hablando - dijo Trevize.
- Claro que sí, pero espero que lo que digo sea lógico. El musgo está adaptado a las condiciones de este planeta. Así como utiliza la luz en pequeñas cantidades, y una gran cantidad es mortal para él; utiliza pequeñas ráfagas de bióxido de carbono, y una cantidad mayor puede matarlo, también es posible que no sea capaz de sobrevivir en cualquier mundo que no sea Melpomenia.
- ¿Quisieras que me hubiese arriesgado fundándome en eso? - preguntó Trevize.
Ella se encogió de hombros.
- Está bien. No te pongas a la defensiva. Comprendo tu punto de vista. Como eres un Aislado, probablemente sólo podías hacer lo que hiciste.
Trevize iba a replicar, pero la clara y aguda voz de Fallom se dejó oír, en su propia lengua.
- ¿Qué dice? - preguntó Trevize a Pelorat.
- Fallom dice... - empezó Pelorat.
Pero Fallom, como recordando demasiado tarde que su idioma no era comprendido con facilidad, empezó de nuevo:
- ¿Estaba Jemby en el sitio donde habéis estado?
Había pronunciado las palabras meticulosamente, y Bliss sonrió satisfecha.
- ¿Verdad que habla bien el galáctico? - dijo ella -. Y casi lo ha aprendido de la noche a la mañana.
Trevize dijo en voz baja:
- Yo armaría un lío si lo explicara. Hazlo tú, Bliss; dile que no encontramos robots en el planeta.
- Se lo explicaré yo - dijo Pelorat -. Vamos, Fallom. - Apoyó un brazo cariñoso sobre los hombros de la criatura -. Ven a nuestra habitación y te daré otro libro para que lo leas.
- ¿Un libro? ¿Sobre Jemby?
- No exactamente...
Y la puerta se cerró a sus espaldas.
- ¿Sabes una cosa? - habló Trevize, con impaciencia -. Estamos perdiendo el tiempo haciendo de niñeras de esa chiquilla.
- ¿Perdiendo el tiempo? ¿En qué entorpece ella tu búsqueda de la Tierra, Trevize? En nada. En cambio, haciendo de niñera se establece una comunicación, se disipan temores, se da amor. ¿Acaso esto no es nada?
- Ha vuelto a hablar Gaia.
- Sí - dijo Bliss -. Y ahora vayamos a lo práctico. Hemos visitado tres de los viejos mundos Espaciales sin haber conseguido nada.
Trevize asintió con la cabeza.
- Es verdad.
- En realidad, nos hemos encontrado con que todos nos eran hostiles, ¿no? En Aurora había perros fieros; en Solaria, seres humanos extraños y asesinos; en Melpomenia, un musgo amenazador. Por lo visto, cuando un mundo se desenvuelve por sí solo, haya o no seres humanos en él, se convierte en amenazador para la comunidad interestelar.
- No puedes considerarlo como una regla general.
- Tres de tres parece una proporción imponente.
- ¿Y cómo te impresiona a ti, Bliss?
- Te lo diré. Por favor, escúchame con mentalidad abierta. Si tenéis millones de mundos relacionados entre sí en la Galaxia, como es el caso en realidad, y si cada uno de ellos está compuesto enteramente de Aislados, también como ocurre en realidad, en todos ellos dominan los seres humanos y pueden imponer su voluntad a las formas de vida no humanas, al inanimado fondo geológico e incluso los unos a los otros. La Galaxia es, pues, algo muy primitivo, torpe y que funciona mal. Los principios de una unidad. ¿Entiendes lo que quiero decir?
- Entiendo lo que tratas de decir, pero eso no significa que deba estar de acuerdo contigo cuando acabes de decirlo.
- Entonces escúchame. Puedes estar o no de acuerdo, pero escucha.
La única manera en que la galaxia puede funcionar es como una protogalaxia, y cuanto menos proto y más galaxia sea, tanto mejor. El Imperio Galáctico fue un intento de una proto-galaxia fuerte, y cuando se desintegró, todo empeoró rápidamente y hubo la tendencia constante a fortalecer el concepto de proto-galaxia. La Confederación de la Fundación es un intento de esa clase. También lo fue el Imperio del Mulo.
Así como lo es el Imperio que está proyectando la Segunda Fundación.
Pero aunque no existiesen tales Imperios o Confederaciones; aunque toda la Galaxia se hallase en plena confusión, sería una confusión conectada, con cada uno de los mundos actuando sobre otro, aunque sólo fuese de un modo hostil. Esto sería, en sí mismo, una clase de unión y no sería lo peor.
- Entonces, ¿qué sería le peor, según tú?
- Ya sabes la respuesta, Trevize. Lo has visto. Si un mundo habitado por seres humanos se descompone completamente, queda aislado del todo y pierde su interacción con otros mundos humanos, evoluciona hacia el mal.
- ¿Cómo un cáncer?
- Sí. ¿No es Solaria eso? Levanta la mano contra todos los mundos.
Y en ella, cada individuo levanta la mano contra todos los demás. Tú lo has visto. Y si los seres humanos desaparecen del todo, se pierde el último vestigio de disciplina. La agresión se vuelve irracional, como sucedió con los perros, o se convierte en una fuerza elemental, como en el caso del musgo. Supongo que verás que, cuanto más cerca estamos de Galaxia, mejor es la sociedad. Entonces, ¿por qué pararnos en algo por debajo de Galaxia?
Trevize miró a Bliss en silencio durante un rato.
- Estoy pensando en ello - dijo al fin -. Pero, ¿por qué presumes que la dosificación es un camino de una sola dirección, que si un poco es bueno, un mucho es mejor y una totalidad es lo mejor? ¿ No has dicho tú misma que es posible que el musgo esté adaptado para desarrollarse con muy poco bióxido de carbono y que una gran cantidad de éste podría matarlo? Un ser humano de dos metros de estatura está en mejores condiciones que el que sólo mide un metro, pero también en mejores condiciones que el que midiese tres. Un ratón no estaría mejor si adquiriese la masa de un elefante. No podría sobrevivir. Y lo propio puede decirse de un elefante que se viese reducido al tamaño de un ratón.
»Hay un tamaño natural, una complejidad natural, una cualidad óptima para todo, ya se trate de una estrella o de un átomo, y también esto es cierto en los seres vivos y en las sociedades vivas. No digo que el viejo Imperio Galáctico fuese ideal, y ciertamente veo defectos en la Confederación de la Fundación, pero tampoco digo que, si el aislamiento total es malo, la unificación total sea buena. Ambos extremos pueden ser igualmente horribles, y un anticuado Imperio Galáctico, por imperfecto que sea, puede convertirse en lo mejor para nosotros.
Bliss negó con la cabeza.
- Dudo de que tú mismo creas lo que dices, Trevize. ¿Vas a sostener que un virus y un ser humano son igualmente insatisfactorios, y que lo mejor sería algo intermedio, como un hongo?
- No. Pero podría argüir que un virus y un ser sobrehumano son igualmente insatisfactorios y que lo mejor es algo intermedio, como una persona ordinaria. Sin embargo, es inútil discutir. Tendré la solución cuando halle la Tierra. En Melpomenia, encontramos las coordenadas de otros cuarenta y siete mundos Espaciales.
- ¿Y quieres visitarlos todos?
- Todos, si tengo que hacerlo.
- Exponiéndote a peligros en cada uno de ellos.
- Sí, si es preciso hacerlo para encontrar la Tierra.
Pelorat acababa de salir de la habitación en la que había dejado a Fallom y parecía querer decir algo cuando lo impidió la rápida discusión entre Bliss y Trevize. Les miró sucesivamente mientras hablaban.
- ¿Cuánto tiempo necesitarás? - preguntó Bliss.
- Todo el que sea necesario - respondió Trevize -, aunque puede que encontremos lo que buscamos en el primero que visitemos.
- O en ninguno de ellos.
- Eso no podemos saberlo hasta el final.
Y ahora, por fin, consiguió Pelorat meter baza en la conversación.
- Pero, ¿por qué buscar, Golan? Tenemos la respuesta.
Trevize agitó una mano con impaciencia en dirección a Pelorat, pero interrumpió este movimiento, volvió la cabeza y dijo, sin comprender:
- ¿Qué?
- He dicho que tengo la respuesta. Traté de decírtelo en Melpomenia al menos cinco veces, pero tú estabas tan abstraído en lo que hacías...
- ¿Qué respuesta tenemos? ¿De qué estás hablando?
- De la Tierra. Creo que sabemos dónde se encuentra.
Sexta parte
Alfa
XVI. EL CENTRO DE LOS MUNDOS
Trevize miró fijamente a Pelorat durante un largo instante y con expresión de claro desagrado.
- ¿Viste algo que yo no vi y de lo que no me hablaste? - preguntó.
- No - respondió Pelorat suavemente -. Tú lo viste lo mismo que yo. Traté de explicártelo, pero no estabas de humor para escucharme.
- Bueno, inténtalo de nuevo.
- No le atosigues, Trevize - pidió Bliss.
- No le atosigo. Le estoy pidiendo información. Y tú no le mimes tanto.
- Por favor - dijo Pelorat -, escuchadme y dejad de discutir. ¿Recuerdas, Golan, que hablamos de los primeros intentos de descubrir el origen de la especie humana? ¿Del proyecto de Yariff? Ya sabes, el intento de fijar los tiempos de colonización de los diversos mundos basándose en el supuesto de que los planetas habían sido colonizados desde el mundo de origen, en un orden progresivo hacia fuera y en todas direcciones. En tal caso, al pasar de planetas más nuevos a otros más viejos, nos acercaríamos al mundo de origen desde cualquier dirección.
Trevize asintió con un impaciente movimiento de cabeza.
- Recuerdo que eso no nos sirvió, porque las fechas de colonización no eran de fiar.
- Es verdad, viejo amigo. Pero los mundos que estudiaba Yariff formaban parte de la segunda expansión de la raza humana. Entonces, el viaje hiperespacial no estaba muy adelantado y las colonizaciones debieron hacerse de un modo muy irregular. Los saltos a grandes distancias eran muy sencillos y la colonización no se extendió, necesariamente, hacia fuera, en una simetría radial. Esto complicaba el problema de las fechas inciertas de colonización.
»Pero piensa un momento, Golan, en los mundos Espaciales. Éstos corresponden a la primera ola de colonización. Entonces, el viaje hiperespacial estaba menos adelantado, y es probable que se produjeran pocos o ningún Salto a larga distancia. Mientras se colonizaron millones de mundos, los, tal vez de un modo caótico, durante la segunda expansión, sólo cincuenta lo fueron en la primera, probablemente de un modo ordenado.
Mientras la colonización de los millones de mundos de la segunda expansión duró un período de veinte mil años, la de los cincuenta de la primera tardó unos pocos siglos, casi simultáneamente en comparación con aquéllos. Estos cincuenta, tomados en su conjunto, debieron hallarse en simetría casi esférica alrededor del mundo de origen.
»Tenemos las coordenadas de los cincuenta mundos. Tú las fotografiaste desde la estatua, ¿te acuerdas? Lo que sea que está destruyendo la información referente a la Tierra, o se olvidó de esas coordenadas o no pensó que podían darnos la información que necesitamos. Lo único que debes hacer, Golan, es ajustar las coordenadas a los movimientos estelares de los últimos veinte mil años, y encontrar después el centro de la esfera. Esto te llevará muy cerca del sol de la Tierra, o al menos de donde éste estaba hace veinte mil años.
Trevize había entreabierto la boca durante la disertación y tardó unos segundos en cerrarla cuando Pelorat hubo terminado.
- Ahora, ¿por qué no pensé yo en eso?
- Traté de decírtelo cuando todavía estábamos en Melpomenia.
- Sin duda lo hiciste. Te pido disculpas, Janov, por no querer escucharte. Lo cierto es que no se me ocurrió que...
Se interrumpió confuso. Pelorat rió entre dientes y terminó la frase por él:
- .., que yo pudiese tener algo tan importante que decir. Supongo que así habría sido en circunstancias normales, pero esto correspondía a mi especialidad, Estoy seguro de que, como regla general, estaba perfectamente justificado que no quisieras escucharme.
- No - dijo Trevize -, No es así, Janov. Me siento como un imbécil, y este sentimiento sí que está justificado. Te pido perdón de nuevo. .., Y, ahora, debo ir al ordenador.
Él y Pelorat entraron en la cabina-piloto, y este último, como siempre, observó, con una mezcla de asombro e incredulidad, cómo Trevize ponía las manos sobre el tablero y se convertía en lo que casi era un único organismo hombre-ordenador.
- Tendré que hacer ciertas suposiciones, Janov – dijo Trevize que había palidecido bastante debido a la absorción del ordenador -. Tengo que dar por supuesto que el primer numero es una distancia en pársecs y que los otros dos son ángulos radiales, el primero de ellos de arriba abajo, por así decirlo, y el otro de derecha a izquierda. Y debo presumir que el empleo de los signos más y menos es, en el caso de los ángulos el galáctico corriente, y que la marca “cero-cero-cero” es el sol de Melpomenia.
- Parece bastante lógico - dijo Pelorat
- ¿Si? Hay seis maneras posibles de combinar los números, cuatro maneras posibles de ordenar los signos; las distancias pueden medirse en años luz y no en pársecs y los ángulos en grados y no en radios. Sólo aquí tenemos 96 variaciones. Añade a esto que, si las distancias se representan en anos luz, no se de cierto la duración del año que se empleo. Y añade también el hecho de que desconozco las verdaderas convenciones empleadas para medir los ángulos, supongo que desde el ecuador melpomeniano en un caso; pero, ¿cuál es su meridiano cero?
Pelorat frunció el entrecejo.
- Esto suena a empresa sin esperanza.
No, Aurora y Solaria están incluidas en la lista, y yo sé dónde se hallan situadas en el espacio. Usare las coordenadas e intentaré localizar los dos planetas. Si obtengo una situación errónea, ajustaré las coordenadas hasta que me den la localización justa, y esto me dirá cuales son los supuestos equivocados de los que he partido en lo tocante a las reglas que rigen las coordenadas. En cuanto los haya corregido, podré buscar el centro de la esfera.
- Con todas las posibilidades de cambio ¿no será difícil decidir lo que hay que hacer?
- ¿Como? - dijo Trevize. Estaba cada vez más absorto. Después, al repetir Pelorat su pregunta dijo - Bueno, lo más probable es que las coordenadas sigan el sistema galáctico y ajustarlas a un meridiano cero desconocido no será difícil. Los sistemas para localizar puntos en el espacio fueron inventados hace muchísimo tiempo y la mayoría de los astrónomos están casi seguros de que se usaron incluso antes del viaje interestelar. Los seres humanos son muy conservadores en algunos asuntos y virtualmente nunca cambian las convenciones numéricas cuando se han acostumbrado a ellas. Creo que incluso las confunden con las leyes naturales. Lo cual me parece perfecto pues si todos los mundos tuviesen patrones propios de medición y los cambiasen cada siglo creo, con sinceridad, que la labor científica se estancaría de modo permanente.
Saltaba a la vista que estaba trabajando mientras hablaba, pues sus frases eran entrecortadas.
- Ahora no digas nada - murmuró.
Después, arrugó el entrecejo Y se concentró, hasta que, tras varios minutos, se incorporó y lanzó un largo suspiro.
- Las convenciones se mantienen - dijo a media voz -. He localizado Aurora. Es indiscutible. ¿Lo ves?
Pelorat miró el campo de estrellas, en particular una que brillaba cerca del centro.
- ¿Estás seguro?
- Mi opinión no importa - dijo Trevize -. El ordenador lo está. Nosotros hemos visitado Aurora. Tenemos sus características: diámetro, masa, luminosidad, temperatura, detalles espectrales, por no hablar de la situación de los astros vecinos. El ordenador dice que es Aurora.
- Entonces, supongo que debemos aceptar su palabra.
- Tenemos que hacerlo. Voy a reajustar la pantalla y el ordenador pondrá manos a la obra. Tiene las cincuenta series de coordenadas y las empleará una a una. Trevize se movía ante la pantalla mientras hablaba. El ordenador trabajaba por rutina en las cuatro dimensiones del espacio-tiempo, pero, para la inspección humana, raras veces se necesitaban más de dos dimensiones en la pantalla. Ahora, ésta pareció desplegarse en un oscuro volumen tan profundo como alto y ancho. Trevize apagó las luces de la cabina casi del todo para facilitar la observación del campo estrellado.
- Ahora empezará - murmuró.
Un momento más tarde, un astro apareció; después, otro; después, otro. La vista de la pantalla cambiaba con cada adición de modo que pudiese incluirse todo en ella. Era como si el espacio se moviese hacia atrás para tomar una panorámica más y más amplia. Y eso, combinado con movimientos hacia arriba o hacia abajo, hacia la derecha o hacia la izquierda.. .
Por fin, aparecieron cinco puntos de luz, flotando en el espacio tridimensional.
- Me habría gustado encontrar una bella ordenación esférica, pero eso se parece a la silueta de una bola de nieve demasiado dura y quebradiza a la que se hubiese intentado dar forma precipitadamente.
- ¿Crees que es un obstáculo insalvable?
- Plantea algunas dificultades, pero supongo que eso no se podía evitar, Las propias estrellas no están uniformemente repartidas, y los planetas habitables tampoco lo están; por consiguiente, tiene que haber desigualdades en la colonización de nuevos mundos. El ordenador ajustará cada uno de esos puntos a su posición actual, teniendo en cuenta sus movimientos probables en los últimos veinte mil años (ni siquiera este período de tiempo requerirá mucho reajuste) y después los fijará todos en la «esfera mejor». Dicho en otras palabras, encontrará una superficie esférica a la mínima distancia de todos los puntos. Entonces, buscaremos el centro de la esfera, y la Tierra tendría que estar bastante cerca de aquel centro. Al menos, así lo espero. No será cuestión de mucho tiempo.
Y no lo fue. Trevize, que estaba acostumbrado a aceptar milagros del ordenador, esta vez se sorprendió de su rapidez.
Le había ordenado que emitiese un sonido suave y vibrante al decidir las coordenadas del centro mejor. No había motivo para ello, salvo la satisfacción de oírlo y de saber que tal vez la búsqueda había terminado.
Aquel sonido se produjo a los pocos minutos, y fue como el débil tañido de un gong melodioso. Aumentó el volumen, hasta que pudieron sentir la vibración físicamente después, se extinguió poco a poco.
Bliss apareció casi en la puerta de inmediato.
- ¿Qué ha sido eso? - pregunto, abriendo mucho los ojos -. ¿Una emergencia?
- En absoluto - respondió Trevize.
- Hemos localizado la Tierra, Bliss - añadió Pelorat ansiosamente -. Así nos lo ha comunicado el ordenador con ese sonido.
Ella entró en la cabina.
- Podíais haberme avisado.
- Lo siento, Bliss - dijo Trevize -. No creía que sonase tan pronto.
Fallom había seguido a Bliss, y preguntó:
- ¿Qué ha sido ese ruido, Bliss?
- Veo que también es curiosa - dijo Trevize.
Se echó hacia atrás, sintiéndose agotado. El paso siguiente sería probar el descubrimiento en la Galaxia real, enfocar las coordenadas del centro de los mundos Espaciales y ver si realmente estaba presente un astro de tipo G, Una vez más, se sentía reacio a dar el paso definitivo, incapaz de poner a prueba, realmente, la posible solución.
- Sí - dijo Bliss -. ¿Por qué no había de serlo? Es tan humana como nosotros.
- Su padre no lo habría creído así - dijo Trevize abstraído -. Me preocupa esta criatura. Es de mal augurio.
- ¿En qué lo ha demostrado? - preguntó Bliss.
Trevize extendió los brazos.
- No es más que una impresión.
Bliss le dirigió una mirada desdeñosa y se volvió a Fallom.
- Estamos tratando de localizar la Tierra, Fallom.
- ¿Qué es la Tierra?
- Otro mundo, pero muy especial. Es el planeta del que nuestros antepasados vinieron. ¿Sabes lo que significa la palabra «antepasados» Fallom?
- Significa... - Y dijo una palabra que no era de galáctico.
- Ése es un término arcaico equivalente a «antepasados», Bliss – dijo Pelorat -. Nuestra palabra «ascendientes» se le parece más.
- Muy bien - dijo Bliss, con una súbita y brillante sonrisa -. La Tierra es el mundo del que nuestros ascendientes salieron, Fallom. Los tuyos, los míos, los de Pel y los de Trevize.
- ¿Los tuyos, Bliss, y también los míos? - preguntó Fallom, que parecía confusa -. ¿Los dos?
- Sólo hay unos antepasados - dijo Bliss -. Todos nosotros tuvimos los mismos.
- A mi me parece que la niña sabe muy bien que es diferente de nosotros - dijo Trevize.
- No digas eso - murmuró Bliss a Trevize en voz baja -. Debemos hacerle ver que no lo es; no en lo esencial.
- Yo diría que el hermafroditismo es esencial.
- Estoy hablando de la mente.
- Los lóbulos transductores son esenciales también.
- No compliques las cosas, Trevize. Ella es inteligente y humana con independencia de los detalles.
Se volvió a Fallom y levantó la voz a su nivel normal.
- Piensa con tranquilidad en esto, Fallom, y ve lo que significa para ti. Tus ascendientes y los míos fueron los mismos. Todos los habitantes de todos los mundos, de los muchos, muchísimos mundos, tuvieron los mismos ascendientes, los cuales, al principio, vivieron en el mundo llamado Tierra. Eso significa que todos somos parientes, ¿no? Ahora, vuelve a nuestra habitación y piensa sobre ello.
Fallom, después de dirigir una pensativa mirada a Trevize, dio media vuelta y echó a correr, espoleada por una afectuosa palmada de Bliss en el trasero.
Bliss se volvió a Trevize.
- Por favor, Trevize, prométeme que, cuando ella pueda oírlo, no harás comentarios que le induzcan a pensar que es diferente de nosotros.
- Lo prometo - dijo Trevize -. No quiero impedir ni trastornar su sistema educativo, pero ella es diferente de nosotros, ¿Sabes?
- En ciertas cosas. Como yo soy diferente de ti y también de Pel.
- Rezumas ingenuidad, Bliss. Las diferencias se agrandan en el caso de Fallom.
- Sólo un poco. Las similitudes importan mucho más. Ella y su pueblo serán parte de Galaxia algún día, y una parte muy útil, estoy convencida de ello.
- Está bien, No discutamos - dijo él, volviéndose de mala gana hacia el ordenador -. Mientras tanto, me temo que debo comprobar la presunta situación de la Tierra en el espacio real.
- ¿Tienes miedo?
- Bueno - respondió Trevize haciendo un encogimiento de hombros en lo que esperaba que fuese un ademán medio humorístico -, ¿qué pasará si no hay ninguna estrella adecuada cerca del lugar?
- Entonces, no la habrá - dijo Bliss.
- Me estoy preguntando si merece la pena comprobarlo ahora. No estaremos en condiciones de dar el Salto hasta dentro de varios días.
- Y pasarás todo el tiempo angustiándote sobre las posibilidades.
Averígualo ahora. La espera no cambiará las cosas.
Trevize permaneció sentado, y con los labios apretados, durante un momento.
- Tienes razón. Está bien..., vamos allá.
Se volvió hacia el ordenador, puso las manos sobre las marcas del tablero y la pantalla se oscureció.
- Te dejo - dijo Bliss -. Te pondría nervioso si me quedase.
Agitó una mano y se marchó.
- La cuestión es - murmuró él - que si comprobamos el mapa galáctico del ordenador en primer lugar y, aunque el sol de la Tierra esté en la posición calculada, el mapa podría no incluirlo. Pero entonces...
El asombro hizo que su voz se extinguiese al aparecer un telón de fondo estrellado en la pantalla. Los astros eran numerosos y opacos, con alguno ocasionalmente más brillante aquí y allá, bien repartidos sobre la cara de la pantalla. Pero, muy cerca del centro, había una estrella más brillante que todas las demás.
- ¡La tenemos! - exclamó, entusiasmado, Pelorat -. La tenemos, viejo amigo. Mira cómo brilla.
- Cualquier estrella en coordenadas centradas parecería brillante - dijo Trevize, tratando claramente de evitar un júbilo inicial que pudiese resultar infundado -. A fin de cuentas, la vista es ofrecida desde la distancia de un pársec de las coordenadas centradas. Sin embargo, la estrella centrada no es una enana roja, ni una gigante roja, ni una azul-blanca en ignición. Esperemos la información; el ordenador está comprobando en sus bancos de datos.
- Clase espectral G-2 - dijo Trevize, después de unos segundos de silencio -; diámetro, 1,4 millones de kilómetros; masa, 1,02 veces la del sol de Terminus; temperatura en la superficie, 6.000 grados absolutos; rotación lenta, de un poco menos de treinta días; ninguna actividad o irregularidad desacostumbradas.
- ¿No es eso típico de la clase de estrellas alrededor de las cuales pueden encontrarse planetas habitables? - preguntó Pelorat.
- Típico - dijo Trevize, asintiendo con la cabeza en la penumbra -. Y, por consiguiente, como esperamos que sea el sol de la Tierra. Si la vida surgió en ella, su sol debió marcar la pauta original.
- Entonces, existe una probabilidad razonable de que haya un planeta habitable girando a su alrededor.
- No tenemos que especular sobre eso - dijo Trevize, que, empero, parecía muy intrigado -. El mapa galáctico la incluye como una estrella poseedora de un planeta con vida humana..., pero con un interrogante.
El entusiasmo de Pelorat se hizo más intenso.
- Esto es exactamente lo que debíamos esperar, Golan. El planeta portador de vida está allí, pero el intento de ocultar ese hecho oscurece los datos concernientes a él y hace que los que realizaron el mapa que el ordenador emplea se muestren inseguros.
- No, y me preocupa - dijo Trevize -. No debíamos esperar eso. Había que esperar mucho más. Considerando la eficacia con que han sido borrados los datos concernientes a la Tierra, los que confeccionaron el mapa hubiesen debido ignorar que existe vida en el sistema, y más vida humana. Ni siquiera hubiesen debido saber que existe el sol de la Tierra. Los mundos Espaciales no se hallan en el mapa. ¿Por qué había de estar el sol de la Tierra precisamente?
- Bueno, la cuestión es que se encuentra allí. ¿Para qué vamos a discutir sobre ello? ¿Y qué otra información nos da sobre la estrella?
- Un nombre.
- ¡Oh! ¿Cuál es?
- Alfa.
Hubo una breve pausa y Pelorat dijo ansiosamente:
- Claro, viejo. Es la prueba que nos faltaba. Considera el significado.
- ¿Tiene un significado? - preguntó Trevize -. Para mí no es más que un nombre, y extraño por cierto. No parece galáctico.
- No es galáctico. Corresponde a una lengua prehistórica de la Tierra, la misma que nos dio Gaia como nombre del planeta de Bliss.
- ¿Y qué significa?
- Alfa es la primera letra del alfabeto de aquella lengua antigua. Y una de las cosas que con mayor certidumbre sabemos de ella. En los tiempos antiguos, «alfa» era a veces empleada para significar lo primero de algo. Llamar «Alfa» a un sol, implica que es el primero. ¿Y no sería el primer sol aquél alrededor del cual girase el primer planeta donde hubiese vida humana..., la Tierra?
- ¿Estás seguro?
- Por completo - dijo Pelorat.
- ¿Hay algo en las leyendas primitivas (tú debes saberlo, ya que eres mitólogo) que dé al sol de la Tierra algún atributo desacostumbrado?
- No, ¿por qué habría de tenerlo? Por definición, ha de ser normal, y las características que nos ha dado el ordenador son, supongo, absolutamente normales. ¿Verdad?
- Presumo que el sol de la Tierra es una sola estrella, ¿no?
- ¡Por supuesto! - exclamó Pelorat -. Que yo sepa, todos los mundos habitados giran alrededor de una sola estrella.
- Lo que yo suponía - dijo Trevize -. Resulta que la estrella que aparece en el centro de la pantalla no es una estrella individual, sino una binaria. La más grande de las dos que componen la binaria aparece normal, y a ella se refieren los datos que el ordenador nos dio. Sin embargo, otra estrella de una masa equivalente a cuatro quintos de la más brillante gira alrededor de ésta, en un tiempo aproximado de ochenta años. No podemos ver las dos estrellas separadas a simple vista, pero, si ampliásemos la imagen, estoy seguro de que sería posible contemplarlas.
- ¿De verdad estás seguro, Golan? - preguntó, estupefacto, Pelorat.
- Es lo que el ordenador me dice. Y si hemos estado mirando una estrella binaria, no se trata del sol de la Tierra. No puede serlo.
Trevize rompió el contacto con el ordenador y se encendieron las luces.
Por lo visto, fue la señal para que Bliss volviese, seguida de Fallom.
- Bueno, ¿qué resultados hay? - preguntó.
- Bastante desalentadores - respondió Trevize, con voz apagada -. Donde esperaba encontrar el sol de la Tierra, ha aparecido una estrella binaria. El sol de la Tierra es una sola estrella; por consiguiente, no lo hemos encontrado. .
- ¿Y ahora qué, Golan? - dijo Pelorat.
Trevize se encogió de hombros.
- En realidad, no esperaba ver centrado el sol de la Tierra. Ni siquiera las Espaciales habrían colonizado mundos que formasen una esfera perfecta. Además, Aurora, que es el mundo Espacial más viejo, pudo enviar colonizadores por su cuenta y, de este modo, deformar la esfera. También es posible que el sol de la Tierra no se haya movido exactamente a la velocidad media de los mundo Espaciales.
- Así, ¿quieres significar que la Tierra puede estar en cualquier parte? - dijo Pelorat. .
- No. No precisamente en «cualquier parte». Todas aquellas posibles causas de error no tienen por qué significar gran cosa. El sol de la Tierra puede estar cerca de las coordenadas. La estrella que encontramos casi en las coordenadas exactas debe ser una vecina del sol de la Tierra. Es sorprendente que haya una vecina que se parezca tanto al sol de la Tierra, aparte de ser binaria, mas éste tiene que ser el caso.
- Pero, entonces, deberíamos ver el sol de la Tierra en el mapa, ¿no? Quiero decir, cerca de Alfa.
- No, pues estoy seguro de que el sol de la Tierra no figura en absoluto en el mapa. Eso fue lo que me hizo desconfiar cuando observamos Alfa. Por mucho que ésta se parezca al sol de la Tierra, el mero hecho de que estuviese en el mapa me hizo sospechar que no era la verdadera.
- En ese caso - dijo Bliss -, ¿por qué no te concentras en las mismas coordenadas en el espacio real? Si hubiese una estrella brillante cerca del centro, una estrella inexistente en el mapa del ordenador, de características parecidas a las de Alfa, pero sin ser binaria, ¿no podría tratarse del sol de la Tierra?
Trevize suspiró.
- Si fuese así, apostaría la mitad de mi fortuna a que el planeta Tierra estaría dando vueltas alrededor de la estrella de que hablas. Pero, una vez más, vacilo en hacer la prueba.
- ¿Porque puedes fracasar?
Trevize asintió con la cabeza.
- Sin embargo – dijo -, dame un momento para que recobre el aliento, y me esforzaré en hacerlo.
Mientras los tres adultos se miraban, Fallom se acercó al ordenador y, con curiosidad, miró las marcas de manos que había sobre el tablero. Alargó una de las suyas hacia aquéllas, pero Trevize atajó su movimiento alargando un brazo rápidamente.
- No debes tocar eso, Fallom - dijo con aspereza.
La joven solariana pareció sobresaltarse y se refugió en los brazos acogedores de Bliss.
- Debemos enfrentarnos con la situación, Golan - dijo Pelorat -. ¿Qué pasará si no encuentras nada en el espacio real?
- Entonces tendré que volver al plan primitivo - respondió Trevize - e ir visitando, sucesivamente, cada uno de los cuarenta y siete mundos Espaciales.
- ¿Y si tampoco da resultado, Golan?
Trevize sacudió la cabeza con enojo, como para evitar que aquella idea arraigase demasiado en su mente. Fijando la mirada en sus rodillas, dijo bruscamente:
- Pensaré en otra cosa.
- Pero, ¿y si no existe el mundo de los ascendientes?
Trevize levantó la cabeza y elevó el tono de su voz.
- ¿Quién ha dicho eso? - preguntó.
Era una pregunta inútil. Pasado el momento de incredulidad, supo muy bien quién era el interpelante.
- He sido yo - dijo Fallom.
Trevize la miró frunciendo el entrecejo ligeramente.
- ¿Has comprendido la conversación?
- Estáis buscando el mundo de los ascendientes - respondió Fallom -, pero todavía no lo habéis encontrado. Tal vez tal mundo no existe.
- Ese mundo - dijo Bliss en tono suave.
- No, Fallom - repuso Trevize seriamente -. Se han hecho grandes esfuerzos para ocultarlo. Y esforzarse tanto en ocultar algo quiere decir que ese algo existe. ¿Entiendes lo que estoy diciendo?
- Si - dijo Fallom -. Tú no me dejas tocar las manos del tablero. Y eso quiere decir que sería interesante tocarlas.
- Pero no para ti, Fallom. Bliss, estás creando un monstruo que nos destruirá a todos. No la dejes entrar aquí si yo no estoy. E incluso entonces, piénsalo dos veces, ¿quieres?
Sin embargo, aquella pequeña distracción pareció sacarle de sus vacilaciones.
- Desde luego, será mejor que ponga manos a la obra. Si sigo sentado aquí, sin saber lo que he de hacer, ese pequeño espantajo se apoderará de la nave.
Las luces menguaron y Bliss murmuró en voz baja:
- Lo prometiste, Trevíze. No le llames monstruo o espantajo cuando ella Pueda oírlo.
- Entonces, no la pierdas de vista y enséñale buenos modales. Dile que los niños no deben oír nada, ni ver nada.
Bliss frunció el ceño.
- Tu actitud para con los niños es sencillamente espantosa, Trevize.
- Tal vez, pero ahora no es el momento adecuado para discutir ese tema.
- Ahí está Alfa de nuevo, en el espacio real - dijo en un tono que revelase tanto satisfacción como alivio -. Y a su izquierda, un poco hacia arriba, hay otra estrella casi tan brillante como ella y que no figura en el mapa galáctico del ordenador. Ése es el sol de la Tierra. Me apuesto toda mi fortuna.
- Bueno - dijo Bliss -, no te quitaremos tu fortuna si pierdes. Entonces, ¿ por qué no resolvemos el asunto de una vez? Visitemos la estrella en cuanto puedas dar el Salto.
Trevize sacudió la cabeza.
- No. Y ahora no se trata de vacilación o de miedo, sino de ser prudentes. Hemos visitado tres veces otros tantos mundos desconocidos, y en cada una de ellas nos hemos encontrado con algo inesperado y peligroso. Y además, las tres veces tuvimos que huir a toda prisa Ahora, el asunto es crucial, y no jugaré mis cartas a ciegas, o al menos las jugaré lo menos a ciegas posible. Hasta ahora, sólo hemos oídos vagas historias sobre radiactividad, y no es suficiente. Por alguna rara circunstancia que nadie podía prever, hay un planeta con vida humana a casi un pársec de la Tierra.
- ¿Sabes realmente que hay vida humana en el planeta Alfa? - preguntó Pelorat -. Habías dicho que el ordenador ponía un interrogante detrás de todo esto.
- Aun así vale la pena probarlo - dijo Trevize -. ¿Por qué no echarle un vistazo? Si hay seres humanos en Alfa, tal vez sepan decirnos algo acerca de la Tierra. A fin de cuentas, la Tierra no es un remoto planeta legendario para ellos; hablamos de un mundo vecino, brillante y destacado en su cielo.
- No es mala idea - reflexionó Bliss -. Pienso que si Alfa está habitado y sus moradores no son Aislados típicos como vosotros, tal vez se muestren amistosos y podamos comer algo sabroso para cambiar.
- Y conocer a algunas personas agradables - añadió Trevíze -, no lo olvides. ¿Te parece bien, Janov?
- Tú decides, viejo amigo - dijo Pelorat -. Donde quiera que vayas, allá iré yo también.
- ¿Encontraremos a Jemby? - preguntó Fallom de pronto.
- Lo buscaremos, Fallom - se apresuró a decir Bliss, antes de que Trevize pudiese responder.
- Caso resuelto - dijo Trevize entonces -. Iremos a Alfa.
- Dos estrellas grandes - indicó Fallom, señalando la pantalla.
- Es verdad - dijo Trevize -. Dos de ellas. Y ahora, Bliss, no la pierdas de vista. No quiero que juegue con esto.
- Le fascina la maquinaria - adujo Bliss.
- Sí, ya lo sé - repuso Trevize -, pero a mí no me fascina su fascinación. Si he de decirte la verdad, yo me siento tan fascinado como ella al ver juntas dos estrellas tan brillantes en la pantalla.
Las dos estrellas tenían el suficiente brillo para que pareciesen a punto de mostrarse como un disco..., cada una de ellas. La pantalla había aumentado automáticamente la densidad de filtración con el fin de eliminar la fuerte radiación y amortiguar la luz de las estrellas brillantes para evitar las lesiones de retina. Como resultado de ello, pocas estrellas más tenían el brillo necesario para que pudiesen percibirse, y las dos que lo eran imperaban en un soberbio aislamiento.
- Lo cierto es que nunca había estado tan cerca de un sistema binario - dijo Trevize.
- ¿No? ¿Cómo es posible? - preguntó .Pelorat, con voz de asombro.
Trevize se echó a reír.
- He rodado bastante, Janov p«o no soy el trotamundos galáctico que te imaginas.
- Yo nunca había estado en el espacio hasta que te conocí, Golan - dijo Pelorat -, pero siempre pensé que todos los que conseguían viajar por el espacio...
- .., irían a todas partes. Lo sé Es una idea bastante normal. Lo malo de la gente que permanece atada a un planeta es que, por mucho que su mente les diga P contrario, su imaginación es incapaz de captar la verdadera dimensión de la Galaxia. Podríamos pasarnos toda la vida viajando y dejar sin explorar la mayor parte de la Galaxia. Además, nadie va nunca a estrellas binarias
- ¿Por qué? - preguntó Bliss, frunciendo el entrecejo -. En Gaia sabemos poco de astronomía en comparación con los Aislados viajeros de la Galaxia, pero tengo la impresión de que las binarias no son raras.
- Y no lo son - dijo Trevize -. en realidad, hay bastantes más binarias que estrellas solitarias. Sin embargo, la formación de dos estrellas en intima relación trastorna el proceso ordinario de la formación planetaria. Las binarias tienen menos material planetario que las estrellas solitarias. Los planetas que se forman a su alrededor tienen muchas veces órbitas relativamente inestables y en muy raras ocasiones son de tipo lógicamente habitable.
»Me imagino que los Primitivos exploradores estudiaron muchas binarias de cerca, pero al cabo de un tiempo, sólo buscaron estrellas solitarias con fines de colonización, y, naturalmente, una vez la galaxia colonizada densamente todos los viajes tienen casi como único objetivo el comercio y las comunicaciones y, se realizan entre mundos habitados que giran alrededor de estrellas solitarias. Supongo que, en períodos de actividad militar, se establecerían, a veces, bases en mundos pequeños y deshabitados correspondientes aun sistema binario estratégicamente situado, pero, al perfeccionarse el viaje hiperespacial, tales bases se hicieron innecesarias.
- Es asombroso lo mucho que sabes - dijo Pelorat con humildad.
Trevize sonrió.
- No te dejes impresionar por mí, Janov. Cuando yo estaba en la Armada, escuchamos un número increíble de conferencias sobre tácticas militares anticuadas que nadie usaba ni pretendía usar, y de las que sólo se hablaba por inercia. Ahora, no he hecho más que recordar un poco de alguna de ellas. Considera todo lo que sabes tú sobre mitología, folklore y lenguas arcaicas que yo ignoro y que sólo tú y unos pocos conocéis.
- Sí, pero estas dos estrellas constituyen un sistema binario y una de ellas tiene un planeta habitado girando a su alrededor - dijo Bliss.
- Eso espero, Bliss - repuso Trevize -. Todo tiene sus excepciones. Y este caso es todavía más intrigante por el signo oficial de interrogación que lo acompaña. No, Fallom, estos botones no son para jugar.
Bliss, si no le pones unas esposas, llévatela de aquí.
- No estropeará nada - protestó Bliss, defendiéndola, pero atrajo a la criatura solariana junto a ella -. Si estás tan interesado en ese planeta habitable, ¿por qué no nos encontramos ya en él?
- Desde luego - dijo Trevize -, soy lo bastante humano para querer ver de cerca un sistema binario. Pero también soy lo bastante humano para tomar precauciones. Como ya te he explicado, no ha ocurrido nada desde que salimos de Gaia que me induzca a no ser precavido.
- ¿Cuál de esas dos estrellas es Alfa, Golan? - preguntó Pelorat.
- No nos perderemos, Janov. El ordenador sabe con exactitud cuál es Alfa y, dicho sea de pasada, nosotros lo sabemos también: la más caliente y más amarilla de las dos, porque es la más grande. En cambio, la de la derecha tiene una luz de un claro color anaranjado, bastante parecida a la del sol de Aurora, si lo recuerdas bien. ¿Lo ves?
- Sí, ahora que me lo has hecho observar.
- Muy bien. Ésta es la más pequeña. ¿Cuál es la segunda letra de aquel alfabeto antiguo que mencionaste?
Pelorat pensó un momento y dijo:
- Beta.
- Entonces llamaremos Beta a la de color anaranjado y Alfa a la de un blanco amarillento, y Alfa es aquella a la que nos dirigimos ahora mismo.
XVII. LÁ NUEVA TIERRA
- Cuatro planetas - murmuró Trevize -, todos ellos pequeños, más un séquito de asteroides. Ningún gigante gaseoso.
- ¿Te contraría que sea así? - dijo Pelorat.
- En realidad, no. Cabría esperarlo. Las binarias que giran una alrededor de la otra a corta distancia no pueden tener planetas alrededor de cada una de ellas. Los planetas pueden hacerlo alrededor del centro de gravedad de ambas, pero es muy improbable que sean habitables; están demasiado lejos para ello.
»Por otra parte, si las binarias tienen una separación razonable, puede haber planetas en órbitas estables alrededor de cada una de ellas, si están lo bastante cerca de una de las estrellas. Según el banco de datos del ordenador, estas dos mantienen una separación media de 3,5 mil millones de kilómetros e incluso en su periastro, que es cuando están más cerca la una de la otra, la separación es de unos 1,7 mil millones de kilómetros. Un planeta, en una órbita de menos de 200 millones de kilómetros de cualquiera de las estrellas, estaría situado de manera estable, pero no puede haber ninguno con una órbita más grande. Esto significa que es imposible que haya gigantes gaseosos, ya que éstos tendrían que estar más lejos de la estrella. Pero, ¿qué importa esto? Los gigantes gaseosos no son habitables.
- Uno de esos cuatro planetas podría serlo.
- El segundo planeta es el único posible, ya que es el único lo bastante grande para tener una atmósfera.
Se acercaron rápidamente al segundo planeta y, en un período de dos días, su imagen se agrandó; al principio, con un majestuoso y moderado aumento de tamaño, y después, cuando no hubo señales de ninguna nave espacial dispuesta a interceptarles, con creciente y casi espantosa rapidez.
La Far Star se movía a enorme velocidad en una órbita temporal, a mil kilómetros por encima de la capa de nubes, cuando Trevize dijo, malhumorado:
- Ahora veo por qué los bancos de datos del, ordenador pusieron un interrogante detrás de la nota de que se trataba de un mundo habitado. No hay señales claras de radiación, ni luces en el hemisferio nocturno, ni ondas de radio en parte alguna.
- La capa de nubes parece muy espesa - dijo Pelorat,
- Pero no debería impedir el paso a nuestras ondas de radio.
Observaron el planeta que giraba debajo de ellos, una sinfonía de arremolinadas nubes blancas, con huecos ocasionales en los que un color azul indicaba el océano.
- La capa de nubes es excesiva para un planeta habitado - dijo Trevize -. Seria un mundo bastante sombrío. Pero lo que más me preocupa - añadió, al sumirse de nuevo en la sombra de la noche - es que ninguna estación espacial nos haya saludado.
- ¿Quieres decir de la manera en que lo hicieron en Comporellon? - dijo Pelorat.
- De la manera en que lo harían en cualquier mundo habitado. Tendríamos que detenernos para la acostumbrada comprobación de documentos, carga, duración de la estancia, etcétera.
- Tal vez no recibimos la señal por alguna razón - indicó Bliss.
- Nuestro ordenador la habría recibido en cualquier longitud de onda que hubiesen podido emplear. Y hemos estado enviando nuestras propias señales, sin obtener respuesta. Descender a través de la capa de nubes sin comunicarlo a los funcionarios de la estación va en contra de la cortesía espacial, pero no veo que tengamos otra alternativa.
La Far Star redujo su velocidad y, en consecuencia, reforzó su antigravedad, a fin de mantener la altura. Salió de nuevo a la luz del sol y frenó todavía más. Trevize, en coordinación con el ordenador, encontró una brecha apreciable entre las nubes. La nave descendió y pasó por ella. Debajo, el océano aparecía agitado por lo que debía ser una fresca brisa. Se extendía, ondulado, a varios kilómetros a sus pies, débilmente rayado por franjas de espuma.
Entonces, volaron bajo la capa de nubes. El agua que se extendía debajo de ellos adquirió un tono gris de pizarra, y la temperatura descendió sensiblemente.
Fallom, que contemplaba la pantalla con fijeza, habló unos instantes en su lengua rica en consonantes y, después, pasó al galáctico. La voz le temblaba.
- ¿Qué es lo que veo allá abajo?
- Un océano - la tranquilizó Bliss -. Es una gran masa de agua.
- ¿Por qué no se seca?
Bliss miró a Trevize, el cual dijo:
- Hay demasiada agua para que eso ocurra.
- No me gusta tanta agua - dijo Fallom con voz entrecortada -. Vayámonos de aquí.
Y entonces empezó a chillar débilmente, cuando la Far Star pasó a través de unas nubes de tormenta, de manera que la pantalla se volvió lechosa y rayada por las gotas de lluvia.
Las luces de la cabina-piloto casi se apagaron y la nave empezó a saltar ligeramente.
Trevize levantó la cabeza, sorprendido.
- Bliss – gritó -, tu Fallom es ya lo bastante mayor para transducir. Está empleando energía eléctrica para tratar de manipular los controles. ¡Impídeselo!
Bliss abrazó a Fallom y la estrechó con fuerza contra fila.
- Todo va bien, Fallom, todo va bien. No hay nada que temer. No es más que otro mundo. Hay muchos como éste.
Fallom se relajó un poco, pero siguió temblando. Bliss Se volvió hacia Trevize.
- La niña nunca había visto un océano y, que yo sepa, nunca tuvo experiencia de la niebla o de la lluvia. ¿No puedes mostrarte un poco comprensivo?
- No, si ella juega con la nave. Es un peligro para todos nosotros.
Llévala a tu habitación y tranquilízala.
Bliss asintió brevemente con la cabeza.
- Iré contigo, Bliss - dijo Pelorat.
- No, no, Pel - respondió ella -. Quédate aquí. Yo tranquilizaré a Fallom y tú apaciguarás a Trevize.
No necesito que nadie me apacigüe - gruñó Trevize a Pelorat.
Lamento haber perdido los estribos, pero no podemos tener a una niña jugando con los controles, ¿verdad?
- Claro que no - dijo Pelorat -, pero Bliss fue cogida por sorpresa.
Ella puede controlar a Fallom, que se porta muy bien, teniendo en cuenta que se trata de una niña apartada de su país y de su... de su robot y lanzada de grado o. por fuerza a una vida que no comprende.
- Lo sé... Recuerda que yo no quería que viniese con nosotros. Fue idea de Bliss.
- Sí, pero habrían matado a la niña si no nos la hubiésemos llevado.
- Bueno, más tarde pediré perdón a Bliss. Y también a la pequeña. Pero permaneció ceñudo, y Pelorat le dijo amablemente:
- Golan, viejo amigo, ¿hay algo más que te preocupa?
- El océano - respondió Trevize.
Hacía rato que habían salido de la tormenta, mas las nubes persistían.
- ¿Qué tiene de malo? - preguntó Pelorat.
- Demasiado grande; eso es todo.
Pelorat pareció no comprender y Trevize le dijo vivamente:
- No hay tierra. No hemos visto tierra. La atmósfera es normal, con oxígeno y nitrógeno en buenas proporciones, lo cual indica que el planeta tiene que haber sido modificado, y que debe haber vida vegetal en él para mantener su nivel de oxígeno. Estas atmósferas no se presentan en estado natural, salvo, quizás, en la Tierra, donde se desarrolló quién sabe cómo. Pero en los planetas transformados, siempre hay extensiones razonables de tierra emergida, que pueden llegar a un tercio del total y nunca a menos de un quinto. Por consiguiente, ¿cómo puede haber sido transformado este planeta, y carecer de tierra emergida?
- Tal vez por el hecho de formar parte de un sistema binario, es completamente atípico. Quizá no fue modificado, sino que su atmósfera evolucionó de una manera que nunca se da en los planetas que giran alrededor de una estrella solitaria. Y puede que la vida se desarrollase aquí de un modo independiente, como lo hiciera en la Tierra, pero sólo en lo referente a la vida marina.
- Aunque admitiésemos esto - dijo Trevize -, nos serviría de poco.
Es inverosímil que una vida en el mar pueda crear una tecnología. Ésta se basa siempre en el fuego, y no puede haberlo en el mar. Nosotros no buscamos un planeta en el que haya vida pero no tecnología.
- Lo sé. Sólo estoy considerando ideas. Después de todo, que nosotros sepamos, la tecnología fue inventada una sola vez..., en la Tierra. En todos los demás planetas, los colonizadores la llevaron consigo. No se puede decir que la tecnología sea «siempre» la misma, si sólo se tiene oportunidad de estudiar un caso.
- El viaje por mar requiere formas peculiares. Y la vida marina no puede tener perfiles irregulares y apéndices como las manos.
- Los calamares poseen tentáculos.
- Confieso que podemos especular - dijo Trevize -, pero si estás pensando en criaturas inteligentes parecidas a los calamares que hayan evolucionado independientemente en algún lugar de la Galaxia y creado una tecnología no basada en el fuego, presumes algo que, en mi opinión, es bastante improbable.
- En tu opinión - dijo amablemente Pelorat.
De pronto, Trevize se echó a reír.
- Bravo, Janov. Apelas a la lógica para ajustarme las cuentas por haberme mostrado duro con Bliss, y lo haces muy bien. Te prometo que, si no encontramos tierra, examinaremos el mar lo mejor que podamos, para ver si es posible encontrar tus calamares civilizados.
Mientras hablaba, la nave entró de nuevo en la zona de sombra y la pantalla quedó negra.
Pelorat se estremeció.
- Sigo preguntándome si esto es seguro - dijo.
- ¿Qué, Janov?
- Volar así, a oscuras. Podríamos caer, sumergimos en el océano y ser destruidos inmediatamente.
- Es imposible, Janov. ¡De veras! El ordenador nos mantiene en la línea gravitatoria de fuerza. Dicho en otras palabras, siempre permanece en una intensidad constante de la fuerza gravitatoria planetaria, lo cual significa que nos mantiene a una altura casi constante sobre el nivel del mar.
- Pero, ¿a qué altura?
- A cinco kilómetros, más o menos.
- Esto no es un consuelo, Golan. ¿No podríamos llegar a un trozo de tierra y estrellarnos contra una montaña que no vemos?
- Nosotros no, pero el radar de la nave sí que la vería, y el ordenador haría que ésta rodease la montaña, o la sobrevolase.
- ¿Y si hay una tierra llana? No la veríamos en la oscuridad.
- No nos pasaría inadvertida, Janov. El radar reflejado desde el agua no se parece en absoluto al reflejado desde tierra. El agua es lisa; la tierra, rugosa. Por esta razón, el reflejo desde tierra es sustancialmente más caótico que el que se recibe desde el agua. El ordenador apreciará la diferencia y, si hay tierra a la vista, me lo hará saber. Aunque fuese de día y el planeta estuviese iluminado por el sol, el ordenador detectaría la tierra antes que nosotros.
Guardaron silencio y, al cabo de un par de horas, volvieron a la luz del día, con un océano vacío deslizándose con monotonía debajo de ellos, aunque ocasionalmente invisible. cuando cruzaban alguna de las numerosas tormentas. En una de éstas, el viento hizo que la Far Star se desviase de su rumbo. Trevize explicó que el ordenador había cedido para evitar un gasto innecesario de energía y reducir al mínimo la posibilidad de un daño físico. Después, cuando la turbulencia hubo pasado, el ordenador hizo que la nave recobrase su rumbo.
- Probablemente, el borde de un huracán - dijo Trevize.
- Mira, viejo amigo, vamos viajando de Oeste a Este..., o de Este a Oeste. Sólo estamos viendo el ecuador.
- Eso sería una tontería, ¿no? - dijo Trevize -. Seguimos una ruta circular de Noroeste a Sudeste, la cual nos lleva a cruzar los trópicos y ambas zonas templadas, y cada vez que repetimos el círculo, la ruta se mueve hacia el Oeste al girar el planeta sobre su eje debajo de nosotros. Estamos entrecruzando el mundo. Ahora, como no hemos encontrado
tierra las probabilidades de que haya un continente extenso son menos de una a diez, según el ordenador, y las de que haya una isla importante, son de una a cuatro, probabilidades que se reducen aun mas a cada circulo que describimos.
- ¿Sabes que habría hecho yo? – preguntó Pelorat pausadamente cuando entraron de nuevo en el hemisferio sumido en la noche -. Me hubiese mantenido lejos del planeta y barrido todo el hemisferio con el radar. Las nubes no habrían sido obstáculos, ¿verdad?
- Y después habría pasado al otro lado y hecho lo mismo – dijo Trevize – O dejado que el planeta diese un giro. Esto es una visión retrospectiva, Janov ¿quién hubiese esperado que podríamos acercarnos a un planeta sin detenernos en una estación para que nos fijasen el rumbo..., o nos prohibiesen la entrada? Y si hemos pasado debajo de las capas de nubes sin detenernos en una estación, ¿quién habría esperado no encontrar tierra casi inmediatamente? Los planetas habitables son ... ¡Tierra!.
- Aunque no en su totalidad – dijo Pelorat.
- No estoy hablando de esto – repuso Trevize excitado de pronto - ¡digo que hemos encontrado tierra! ¡Cállate!
Entonces con un aplomo que no logro disimular su excitación, coloco las manos sobre el tablero para convertirse en parte del ordenador.
- Es una isla de unos doscientos cincuenta kilómetros de longitud por setenta y cinco de anchura, mas o menos. Tal vez una extensión de unos quince mil kilómetros cuadrados. No muy grande, pero si bastante. Mas que un punto en el mapa. Espera...
Las luces de la cabina-piloto menguaron su intensidad y se apagaron.
- ¿Qué estamos haciendo? – dijo Pelorat bajando la voz, como si la oscuridad fuese algo frágil que no se debiera romper.
- Esperar que nuestros ojos se adapten a la oscuridad. La nave se halla ahora sobre la isla. Observa bien. ¿Ves algo?
- No... tal vez unos puntos de luz, no estoy seguro.
- Yo también los veo, pondré las lentes telescópicas.
¡Y había luz! Claramente visible. Destellos irregulares de luz.
- Esta habitada – dijo Trevize – puede ser la única parte habitada del planeta.
- ¿Qué haremos?
- Esperar a que sea de día. Así podremos descansar unas pocas horas.
- ¿No nos atracaran?
- ¿Con que? Casi no detecto radiación, salvo la de la luz visible y la infrarroja. La isla esta habitada y sus moradores son sin duda inteligentes. Tienen una tecnología, pero es evidentemente preelectrónica; por consiguiente creo que no tenemos nada que temer. Y si estuviese equivocado, el ordenador me avisaría con tiempo de sobra.
- ¿Y cuando se haga de día?
- Aterrizaremos, por supuesto.
Descendieron cuando los primeros rayos del sol mañanero se filtraron a través de un hueco entre las nubes y revelaron parte de la isla, de un verde fresco, con su interior marcado por una hilera de bajas y onduladas colinas que se extendían hacia el enrojecido horizonte.
Al acercarse más, pudieron ver bosquecillos aislados y huertos ocasionales, pero casi todo eran campos bien cultivados. Inmediatamente debajo de ellos, en la costa sudeste de la isla, había una playa plateada resguardada por una línea quebrada de rocas, y más allá, veíanse unos prados. Percibieron algunas casas desperdigadas, pero ninguna agrupación que pareciese una ciudad.
Después, distinguieron una red de caminos, flanqueados a trechos por viviendas, y entonces, en el aire fresco de la mañana, vieron un vehículo aéreo en la lejanía. Sólo podían decir que se trataba de un vehículo aéreo, y no un pájaro, por la forma en que se movía. Era el primer signo indudable de vida inteligente en acción que percibían en el planeta.
- Podría ser un vehículo automático si fuese dirigido sin medios electrónicos - comento Trevize.
- Quizá - dijo Bliss -. Me parece que, de estar manejado por un ser humano, vendría hacia nosotros. Debemos ser un espectáculo muy singular, un vehículo que desciende sin emplear cohetes de frenado.
- Una visión extraña en cualquier planeta - dijo reflexivamente Trevize -. No puede haber muchos mundos que hayan presenciado el descenso de una nave espacial gravítica. La playa sería un buen lugar de aterrizaje, pero no quiero que, si sopla el viento, se inunde la nave. Me dirigiré al prado que hay al otro lado de las rocas.
- Al menos, una nave gravítica no chamuscará terrenos de propiedad privada al descender - dijo Pelorat.
Aterrizaron con suavidad sobre los cuatro anchos soportes que habían salido lentamente del casco de la nave durante la última fase. El peso del vehículo espacial hizo que se hundiesen un poco en el suelo.
- Pero me temo que dejaremos huellas - dijo Pelorat.
- Al menos - intervino Bliss, en un tono indicativo de que no se hallaba satisfecha del todo -, el clima es evidentemente normal, yo diría que cálido incluso.
Un ser humano se encontraba en el prado, observando el descenso de la nave y sin dar la menor muestra de miedo o de sorpresa. La expresión de su semblante reflejaba un concentrado interés.
Era una mujer y llevaba muy poca ropa, lo cual confirmaba la presunción de Bliss en lo tocante al clima. Sus sandalias parecían ser de lona, y una falda corta y floreada ceñía sus caderas. Llevaba las piernas al descubierto y estaba desnuda de cintura para arriba.
Sus cabellos eran negros, largos y brillantes, y le llegaban casi hasta la cintura. Tenía la piel de un moreno pálido, y los ojos, sesgados.
Trevize observó los alrededores y vio que no había ningún otro ser humano por allí. Se encogió de hombros.
- Bueno – dijo -, es muy temprano y la mayoría de los moradores deben de estar en casa o durmiendo todavía. Sin embargo, me parece que no es ésta una zona muy poblada. - Después se volvió a los otros -. Saldré y hablaré con ella, si es que se expresa en alguna lengua comprensible. Los demás...
- Creo - le interrumpió Bliss, con firmeza - que también podemos salir. Esa mujer parece inofensiva por completo y, en todo caso, deseo estirar las piernas y respirar aire planetario, y tal vez conseguir comida planetaria. También quiero que Fallom se sienta de nuevo en un mundo, y creo que a Pel le gustaría examinar a la mujer más de cerca.
- ¿Quién? ¿Yo? - preguntó Pelorat, ruborizándose un poco -. En absoluto, Bliss; pero soy el lingüista de nuestro pequeño grupo.
Trevize se encogió de hombros.
- Bueno, venid todos. Sin embargo, aunque esa mujer parezca inofensiva, llevaré mis armas.
- Dudo mucho de que te sientas tentado a emplearlas contra esa joven - dijo Bliss.
Trevize hizo un guiño.
- Es atractiva, ¿eh?
Trevize salió el primero de la nave; después lo hizo Bliss, asiendo de una mano a Fallom, la cual bajó cuidadosamente la rampa detrás de aquélla. Pelorat fue el último.
La joven de negros cabellos siguió observándoles con interés. No retrocedió ni un paso.
- Bueno, hagamos la prueba - murmuró Trevize, apartando las manos de las armas y dirigiéndose a la joven -. Te saludo.
- Os saludo, a ti y a tus compañeros - respondió ella tras pensarlo un momento.
- ¡Maravilloso! - exclamó Pelorat gozoso -. Habla galáctico clásico, y con muy buen acento.
- Yo también la comprendo - dijo Trevize, pero hizo un movimiento oscilatorio con la mano indicativo de que su comprensión no era perfecta -. Espero que ella me entienda a mí.
Después sonrió y adoptó una expresión amistosa.
- Hemos viajado a través del espacio. Venimos de otro mundo.
- Está bien - repuso la joven, con clara voz de soprano -. ¿Viene tu nave del Imperio?
- Se llama Far Star y viene de un astro muy lejano.
La joven miró la inscripción de la nave.
- ¿Es esto lo que pone? Si es así, y si la primera letra es una efe, está escrita al revés.
Trevize iba a contradecirla, pero Pelorat dijo, entusiasmado:
- Tiene razón. La letra efe cambió de forma hace dos mil años. ¡Qué maravillosa ocasión de estudiar con detalle el galáctico clásico como lengua viva!
Trevize observó a la joven con atención. No mediría más de un metro y medio de estatura, y sus senos, aunque bien formados, eran pequeños. Sin embargo, parecía madura. Los pezones se veían grandes y con una oscura areola, aunque esto podía ser por el color de la piel.
- Me llamo Golan Trevize – dijo -. Mi amigo es Janov Pelorat; la mujer es Bliss, y la niña, Fallom.
- ¿Es costumbre, en el astro lejano del que venís, poner dos nombres a los varones? Yo soy Hiroko, hija de Hiroko.
- ¿Y tu padre? - preguntó Pelorat de súbito.
A lo cual respondió Hiroko, encogiendo los hombros con indiferencia:
- Mi madre dice que su nombre es Smool, pero eso no tiene importancia. Yo no lo conozco.
- ¿Y dónde están los demás? - preguntó Trevize -. Parece que sólo tú has venido a recibirnos.
- Muchos hombres se encuentran en las barcas de pesca – explicó Hiroko -, y muchas mujeres están en los campos. Yo tengo dos días de asueto y he tenido la suerte de ver este gran acontecimiento. Sin embargo, la gente es curiosa y habrá observado desde lejos el descenso de la nave. Algunos no tardarán en llegar.
- ¿Hay muchos otros en esta isla?
- Más de cinco mil - respondió Hiroko, con orgullo evidente.
- ¿Y hay otras islas en el océano?
- ¿Otras islas, buen señor?
Parecía no comprender. Y esto le bastó a Trevize para saber que ése era el único lugar habitado por seres humanos en todo el planeta.
- ¿Cómo llamáis a vuestro mundo? - preguntó.
- Es Alfa, buen señor. Nos enseñaron que el nombre completo es Alfa de Centauro, si esto significa algo para ti; pero nosotros lo llamamos Alfa nada más, y es un mundo de bello rostro.
- Un mundo, ¿qué? - preguntó Trevize, volviéndose a Pelorat.
- Quiere decir un mundo hermoso - aclaró Pelorat.
- Desde luego - dijo Trevize -, al menos aquí y en este momento.
- Miró el pálido cielo azul de la mañana, surcado de nubes ocasionales -. Tenéis un día hermoso y soleado, Hiroko, pero me imagino que no habrá muchos como éste en Alfa.
Hiroko se puso tiesa.
- Todos los que queremos, señor. Pueden venir nubes cuando necesitamos que llueva, pero la mayoría de los días preferimos tener el cielo despejado. Y cuando las barcas de pesca se hacen a la mar, conviene que el cielo esté claro y que sople un viento suave.
- Entonces, ¿controláis el tiempo, Hiroko? .
- Si no lo hiciésemos, señor Golan Trevize, estaríamos siempre empapados por la lluvia.
- Pero, ¿cómo lo conseguís?
- Como no soy ingeniero, me resulta imposible decírtelo, señor.
- ¿Y cuál es el nombre de la isla donde vivís tú y tu gente? - preguntó Trevize, viéndose atrapado en la sonoridad del galáctico clásico y preguntándose desesperadamente si habría conjugado bien el verbo.
- Llamamos Nueva Tierra a nuestra isla celestial situada en medio de las vastas aguas del mar - respondió Hiroko.
Oyendo lo cual, Trevize y Pelorat se miraron, sorprendidos y entusiasmados.
No hubo tiempo de continuar con el tema. Otras personas iban llegando. A docenas. Debían ser, pensó Trevize, los que no estaban pescando o en los campos, ni se hallaban demasiado lejos. Iban a pie en su mayoría, aunque había dos vehículos terrestres..., bastante viejos y en mal estado.
Estaba claro que se encontraban ante una sociedad de baja tecnología, pero que, sin embargo, controlaba el tiempo atmosférico.
Él sabía bien que la tecnología no era necesariamente toda de una pieza; que la falta de avance en ciertas direcciones no excluía importantes progresos en otras; pero, ciertamente, ese ejemplo de desarrollo desigual resultaba bastante extraño.
La mitad al menos de los que estaban observando la nave eran viejos y mujeres; también había tres o cuatro niños. Aparte de éstos, el número de mujeres era superior al de los hombres. Nadie mostraba temor o incertidumbre.
- ¿Los estás manipulando? - preguntó Trevize a Bliss en voz baja -. Parecen. .. tranquilos.
- En absoluto - respondió ella -. Nunca toco las mentes, a menos que sea necesario. La que me preocupa es Fallom.
Aunque los recién llegados eran pocos para quienes estuviesen acostumbrados a las multitudes de mirones de cualquier mundo normal de la Galaxia, representaban una muchedumbre para Fallom, que, en cierto modo, se había habituado a los tres adultos de la Far Star. Fallom tenía una respiración acelerada, y los ojos medio cerrados. Parecía a punto de desmayarse.
Bliss le daba suaves y rítmicas palmaditas, y murmuraba para apaciguarla. Trevize estaba seguro de que acompañaba todo esto con una delicadísima influencia sobre las fibras mentales.
De pronto, Fallom lanzó un hondo suspiro, casi como un jadeo, y se sacudió, en lo que tal vez era un estremecimiento involuntario. Levantó la cabeza, miró a los presentes casi con normalidad y, después, enterró la cabeza en el hueco entre el brazo y el cuerpo de Bliss.
Ésta dejó que permaneciese así, rodeando los hombros de Fallom con el brazo, estrechándola de vez en cuando contra ella, como para indicarle, una y otra vez, su presencia protectora.
Pelorat parecía atónito, mientras sus ojos iban de uno a otro de los alfanos.
- Golan - dijo mirándoles con atención -, son muy diferentes entre ellos.
Trevize también lo había advertido. Había pieles de tonos diferentes y cabellos de colores distintos, incluido un pelirrojo de ojos azules y tez pecosa. Al menos tres adultos eran más bajos que Hiroko, y uno o dos más altos que Trevize. Bastantes personas de ambos sexos tenían los ojos parecidos a los de Hiroko, y Trevize recordó que en los populosos planetas comerciales del sector Fili tales ojos eran característicos de la población, pero nunca había visitado aquel sector.
Todos los alfanos iban desnudos de cintura para arriba y todas las mujeres parecían tener los senos pequeños. Ésa era la característica más común de todas las que podían observar.
- Miss Hiroko - dijo Bliss de pronto -, mi pequeña no está acostumbrada a viajar por el espacio y le cuesta asimilar tantas cosas nuevas. ¿Podría sentarse, y podríais ofrecerle algo de comer y de beber?
Hiroko pareció confusa y Pelorat repitió lo que Bliss había dicho en el galáctico más florido del período imperial medio.
Hiroko se llevó una mano a la boca y se hincó graciosamente de rodillas.
- Te pido perdón, respetable señora – dijo -. No había pensado en las necesidades de la niña, ni en las tuyas. La extrañeza de este acontecimiento me ha abrumado sobremanera. ¿Querrías..., querríais todos, como visitantes e invitados, pasar al refectorio para el yantar de la mañana? ¿Podríamos unirnos a vosotros y serviros como anfitriones?
- Es muy amable de tu parte - agradeció Bliss la invitación, hablando despacio y pronunciando las palabras con sumo cuidado para hacerlas más fáciles de comprender -. Sin embargo, sería mejor que fueses tú sola la anfitriona; la niña no está acostumbrada a encontrarse con tanta gente a la vez.
Hiroko se puso en pie.
- Se hará como tú dices.
Les condujo, con naturalidad, a través del prado. Otros alfanos se acercaron más. Parecían particularmente interesados en los trajes de los recién llegados. Trevize se quitó la ligera chaqueta y la tendió a un hombre que se había aproximado a él y la había señalado con el dedo.
- Toma – dijo -, mírala, pero devuélvemela. - Después, se dirigió a Hiroko -. Cuida de que me la devuelva, Miss Hiroko.
- Desde luego que te la devolverá, respetable señor - dijo ella, asintiendo gravemente con la cabeza.
Trevize sonrió y siguió andando. Se sentía más cómodo sin la chaqueta, bajo la ligera y suave brisa.
No había observado armas visibles en ninguna de las personas que lo rodeaban, y encontraba interesante que nadie pareciese mostrar miedo o preocupación por las que él llevaba. Ni siquiera daban muestras de curiosidad. Tal vez, incluso no sabían que eran armas. Por lo que había visto hasta ese momento, Alfa podía ser un mundo totalmente desconocedor de la violencia.
Una mujer que había avanzado, adelantándose un poco a Bliss, se volvió para examinar atentamente su blusa con atención. .
- ¿Tienes pechos, respetable señora? - preguntó.
Y, como incapaz de esperar la respuesta, apoyó ligeramente una mano sobre el pecho de Bliss.
- Como has podido comprobar, los tengo - contestó Bliss sonriendo -. Tal vez no estén tan bien formados como los tuyos, pero no los cubro por esta razón. En mi mundo, no es correcto llevarlos descubiertos. - Se volvió a Pelorat y le preguntó en voz baja -: ¿Qué te parece mi manera de expresarme en galáctico clásico?
- Lo has hecho muy bien, Bliss - dijo Pelorat.
El comedor era muy grande y había en él largas mesas con bancos adosados a ambos lados. Por lo visto, los alfanos comían en comunidad. Trevize sintió que le remordía la conciencia. La petición de Bliss había hecho que todo aquel espacio quedase reservado a sólo cinco personas y obligado a los alfanos a permanecer exiliados en el exterior. Sin embargo, algunos de ellos se colocaron a respetuosa distancia de las ventanas (que no eran más que aberturas en la pared, desprovistas incluso de cortinas), presumiblemente para ver comer a los forasteros.
Se preguntó qué ocurriría si lloviese. Seguramente, la lluvia caería sólo cuando fuese necesaria, ligera y suave, y continuaría sin fuertes vientos hasta que hubiese llovido con abundancia. Además, los alfanos sabrían cuándo habría de producirse y estarían preparados, pensó Trevize.
Estaba delante de una ventana que daba al mar, y Trevize tuvo la impresión de que distinguía un banco de nubes en el horizonte parecidas a las que casi llenaban el cielo en todas partes, salvo sobre ese pequeño Edén.
El control del tiempo atmosférico tenía sus ventajas. Al cabo de un rato, una joven que andaba de puntillas les sirvió la comida. No les preguntaron qué deseaban comer, sino que se lo sirvieron simplemente.
Para beber, un pequeño vaso de leche, otro más grande de mosto y otro aún mayor de agua. Para comer, dos grandes huevos escalfados, con unos pedacitos de queso blanco, y también un plato de pescado a la parrilla y patatitas asadas, sobre frescas y verdes hojas de lechuga.
Bliss miró la cantidad de comida que tenía delante con espanto y estaba claro que no sabía por dónde empezar. Fallom no tuvo este problema. Bebió el mosto ansiosamente, con claras muestras de aprobación, y después mascó el pescado y las patatas. Iba a utilizar los dedos para llevarse la comida a la boca, pero Bliss le tendió una cuchara que tenía dientes en el extremo opuesto y podía servir de tenedor también, y Fallom la aceptó.
Pelorat sonrió satisfecho y atacó los huevos de inmediato. Trevize le imitó.
- Ya era hora de que nos recordasen a qué saben los auténticos huevos - dijo.
Hiroko, olvidándose de su propio desayuno, encantada por el apetito que demostraban los otros (pues incluso Bliss empezó al fin a comer con visible satisfacción), preguntó:
- ¿Está bien?
- Muy bien - contestó Trevize con la voz un poco amortiguada -. Por lo visto, la comida no escasea en esta isla. ¿O acaso nos habéis servido más de lo acostumbrado, por cortesía?
Hiroko le escuchó con atención y pareció captar el significado.
- No, no, respetable señor – dijo -. Nuestra tierra es generosa y nuestro mar todavía más. Nuestras patas ponen huevos y nuestras cabras nos dan queso y leche. Y tenemos cereales. Pero, sobre todo, nuestro mar está lleno de incontables variedades de peces en cantidades extraordinarias. Aunque todo el Imperio comiese en nuestras mesas, no podría consumir todo el pescado que nos da el mar.
Trevize esbozó una discreta sonrisa. Estaba claro que la joven alfana no tenía la menor idea de las verdaderas dimensiones de la Galaxia.
- Llamáis Nueva Tierra a esta isla, Hiroko. Entonces, ¿dónde está la Vieja Tierra?
Ella lo miró asombrada.
- ¿Dices la Vieja Tierra? - Te pido perdón, respetable señor. No comprendo el significado de tus palabras.
- Antes de que hubiese una Nueva Tierra, tu pueblo tuvo que haber vivido en otra parte. ¿Dónde se encuentra esa otra parte de la que vinieron?
- No sé nada de esto, respetable señor - respondió ella, con turbada gravedad -. Ésta ha sido siempre mi tierra, y lo fue de mi madre y de mi abuela, y sin duda también de sus abuelas y bisabuelas. No sé nada de otras tierras.
- Pero – dijo Trevize iniciando una amable discusión -, has dicho que este país es la Nueva Tierra. ¿Por qué lo llamáis así?
- Porque, respetable señor - respondió ella, en tono igualmente amable -, es así como ha sido llamada durante todos los tiempos que la mujer puede recordar.
- Pero es una Nueva Tierra, y, por consiguiente, tiene que haber una Tierra anterior, una Vieja Tierra que le dio su nombre. Cada mañana amanece un nuevo día, y esto implica que antes existió otro día. ¿Comprendes ahora por qué tuvo que haber otra Tierra?
- No, respetable señor. Yo sólo sé cómo se llama este país. No sé nada más, ni sigo tu razonamiento que suena mucho a lo que nosotros llamamos lógica de pacotilla. Sin ánimo de ofender.
Trevize movió la cabeza y se dio por vencido.
Trevize se inclinó hacia Pelorat y murmuró:
- Donde quiera que vayamos, por mucho que hagamos, no conseguimos información.
- ¿Qué importa eso, si sabemos dónde se encuentra la Tierra? – dijo Pelorat, sin mover apenas los labios.
- Quiero saber algo acerca de ella.
- Esta muchacha es muy joven. Difícilmente puede ser una buena fuente de información.
Trevize reflexionó sobre ello y asintió con la cabeza.
- Tienes razón, Janov. - Se volvió a Hiroko y dijo -: Miss Hiroko, no nos has preguntado qué hemos venido a hacer a tu país.
Hiroko bajó la mirada.
- Hubiese sido una descortesía hacerlo antes de que hayáis comido y descansado, respetable señor.
- Pero casi hemos acabado, y también descansado; por consiguiente, te diré por qué estamos aquí. Mi amigo, el doctor Pelorat, es un erudito de nuestro mundo, un hombre sabio. Un mitólogo. ¿Sabes lo que significa esta palabra?
- No, respetable señor, no lo sé.
- Estudia viejos cuentos tal como son relatados en los diferentes mundos. Los viejos cuentos reciben el nombre de mitos o leyendas, y todos ellos interesan al doctor Pelorat. ¿Hay gente erudita en la Nueva Tierra que conozca los cuentos viejos de este planeta?
Hiroko frunció ligeramente la frente en un gesto reflexivo.
- No soy entendida en esta materia - dijo poco después -. Pero hay un anciano en este lugar a quien le gusta hablar de los tiempos antiguos.
No sé dónde puede haber aprendido tantas cosas y pienso que habrá urdido sus nociones en el aire, o las habrá oído a otros que las urdieron de esta suerte. Tal vez ése es el material que tu sabio compañero quisiera oír; sin embargo, no me gustaría engañarte. Yo tengo el convencimiento - y miró a derecha e izquierda, como temerosa de que otros la oyesen - de que el anciano no es más que un charlatán, aunque muchos lo escuchan de buen grado.
Trevize asintió con la cabeza.
- También nosotros quisiéramos escucharle. ¿Sería posible que llevases a mi amigo a visitar a ese anciano?
- Se llama Monolee.
- Entonces, a visitar a Monolee. ¿Y crees que estará dispuesto a hablar con mi amigo?
- ¿Él? ¿Si estará dispuesto a hablar? - preguntó desdeñosa Hiroko -. Más bien deberías preguntar si estará dispuesto a callar. No es más que un hombre y, como tal, hablaría una semana seguida si se lo permitiesen. No lo tomes a ofensa, respetable señor.
- No lo tomo a ofensa. ¿Querrías llevar a mi amigo a ver a Monolee ahora?
- Eso puede hacerlo cualquiera en cualquier momento. El viejo está siempre en casa y siempre dispuesto a regalar los oídos a los demás - y tal vez una mujer mayor tendría la bondad de venir a hacer compañía a la dama Bliss. Ésta debe cuidar de la niña y no puede ir de un lado a otro. Le gustaría tener compañía, pues las mujeres, como sabes, son muy aficionadas...
- ¿A charlar? - preguntó Hiroko, claramente divertida -. Bueno, eso es lo que los hombres dicen, aunque yo he observado que los más grandes parlanchines son ellos. Espera a que vuelvan de la pesca y verás cómo rivalizan entre ellos contando las mayores fantasías sobre sus capturas. Nadie les cree ni les hace caso, pero eso no hace que se callen. Mas yo estoy charlando también en demasía. Haré que una amiga de mi madre, a la que puedo ver a través de la ventana, se quede con la dama Bliss y la niña, pero antes conducirá a tu amigo, el respetable doctor, hasta el viejo Monolee. Si tu amigo está tan ávido de escuchar como lo está Monolee de hablar, te costará separarlos. ¿Querrás disculparme un momento?
Cuando la joven se hubo marchado, Trevize se volvió a Pelorat.
- Escucha, sácale todo lo que puedas al viejo, y tú, Bliss, averigua lo que puedas de quienes se queden contigo. Cualquier cosa acerca de la Tierra.
- ¿Y tú? - preguntó ella -. ¿ Qué harás tú?
- Me quedaré con Hiroko, trataré de encontrar una tercera fuente de información.
Bliss sonrió.
- ¡Oh, sí! Pel estará con aquel viejo; yo, con una vieja, y tú te Sacrificarás permaneciendo con esa joven tan ligera de ropa. Parece razonable una división del trabajo.
- En realidad, Bliss, es razonable.
- Pero no te sientes deprimido porque la razonable división del trabajo se haga de esta manera, ¿eh?
- No. ¿Por qué habría de ser así?
- ¿Verdad que no?
Hiroko volvió y se sentó de nuevo.
- Todo está arreglado – dijo -. El respetable doctor Pelorat será llevado a Monolee, y la respetable dama Bliss y la niña tendrán compañía. Entonces, ¿tendré yo el privilegio, respetable señor, de seguir hablando contigo, tal vez sobre esa Vieja Tierra de la que...?
- ¿. . . charlaba ? - preguntó Trevize.
- No - dijo Hiroko, echándose a reír -. Pero haces bien en burlarte de mí. Me mostré descortés al responder a tu pregunta sobre esa materia. Estoy en ascuas por reparar mi falta.
Trevize se volvió a Pelorat.
- ¿En ascuas?
- Quiere decir ansiosa - le aclaró Pelorat en voz baja.
- Señorita - dijo Trevize -, no considero que hayas sido descortés, pero si esto te complace, con mucho gusto hablaré contigo.
- Eres muy amable. Te doy las gracias - repuso Hiroko, levantándose.
Trevize lo hizo a su vez.
- Bliss, asegúrate de que Janov no corra peligro.
- Cuidaré de ello. En cuanto a ti, tienes tus... - y señaló con la cabeza las fundas de las armas.
- No creo que las necesite - dijo Trevize, un poco incomodo.
Siguió a Hiroko y ambos salieron del comedor. El Sol estaba más alto en el cielo y la temperatura había aumentado. Un olor exótico flotaba como siempre en el aire. Trevize recordó que había sido un olor débil en Comporellon, como a moho en Aurora y bastante agradable en Solaria. (En Melpomenia, habían llevado trajes espaciales que Solo permitían percibir el olor del propio cuerpo.) En todo caso, desaparecía en pocas horas al saturarse los centros ósmicos de la nariz.
En Alfa, era un agradable aroma a hierbas calentadas por el Sol, y Trevize se sintió un poco contrariado al pensar que también esa fragancia desaparecería pronto.
Se acercaron a una pequeña estructura que parecía construida con yeso de un rosa pálido.
- Esta es mi casa - dijo Hiroko -. Perteneció a la hermana menor
de mi madre.
Entro e hizo señas a Trevize para que la siguiera. La puerta estaba abierta, aunque, según Trevize advirtió al cruzarla, sería más exacto decir que no había puerta.
- ¿Qué hacéis cuando llueve? - preguntó él.
- Estamos preparados. Lloverá dentro de dos días, durante tres horas antes del amanecer, que es cuando hace más fresco y el agua empapa mejor el suelo. Entonces, lo único que haré será correr esta cortina, que es gruesa e impermeable, - Y así lo hizo mientras hablaba.
La cortina parecía de un material resistente similar a la lona.
- La dejaré corrida - siguió diciendo -. Así todos sabrán que me encuentro en casa pero no deben molestarme, pues estoy durmiendo u ocupada en algún menester importante.
- No parece una protección muy segura de tu intimidad.
- ¿Por qué? Mira, la entrada está cerrada.
- Pero cualquiera podría apartar la cortina.
- ¿Contrariando los deseos del ocupante? - Hiroko pareció impresionada -. ¿Hacen estas cosas en tu mundo? Sería una barbaridad.
- Sólo ha sido una pregunta - dijo Trevize sonriendo.
Ella le condujo a la segunda de dos habitaciones y le invitó a sentarse en una silla de asiento acolchonado. Producía algo parecido a la claustrofobia el ver la pequeñez de las habitaciones, desnudas por completo; pero la casa parecía estar destinada, casi exclusivamente, al retiro y al descanso. Las ventanas eran pequeñas y se abrían cerca del techo, pero, en las paredes, había franjas de espejo mate cuidadosamente distribuidas y que reflejaban una luz difusa. Unas grietas del suelo dejaban salir aire fresco. Trevize no vio señales de iluminación artificial y se preguntó si los alfanos tenían que levantarse con el sol y acostarse al anochecer. Iba a preguntárselo a Hiroko, pero ésta habló primero.
- ¿ Es la dama Bliss tu compañera?
- ¿Quieres decir con esto si es mi compañera sexual? – respondió prudentemente Trevize.
Hiroko enrojeció.
- Te lo ruego, observa las normas de una conversación cortés. Pero sí, me refiero al goce privado.
- No; ella es la compañera de mi sabio amigo.
- Pero tú eres más joven y apuesto.
- Bueno, gracias por el cumplido, pero Bliss no es de la misma opinión. El doctor Pelorat le gusta mucho más que yo.
- Eso me sorprende mucho. ¿No la compartiría contigo?
- Jamás se lo he preguntado, pero estoy seguro de que no. Ni a mí me gustaría que lo hiciese.
Hiroko asintió sabiamente con la cabeza.
- Ya lo sé. Es su fundamento.
- ¿Su fundamento?
- Ya sabes esto - dijo, y se dio una palmada en el delicado trasero.
- ¡oh, eso! Ahora te entiendo. Sí, Bliss está muy desarrollada en su anatomía pelviana. - Y describió unas curvas con las manos e hizo un guiño que arrancó la sonrisa de Hiroko -. Sin embargo – continuó Trevize -, a la inmensa mayoría de los hombres les gustan esas figuras ampulosas.
- No puedo creerlo. Sin duda es una especie de gula desear un exceso de lo que resulta agradable cuando es moderado. ¿Te gustaría yo más si mis pechos fueran grandes y colgantes, con los pezones apuntando a los dedos de los pies? Si he de ser franca, te diré que los hay de esa clase, pero no he visto que los hombres los apetezcan. Las pobres mujeres aquejadas de este defecto tienen que cubrir sus monstruosidades..., como hace la dama Bliss.
- Tampoco a mí me atrae el tamaño excesivo, aunque estoy seguro de que Bliss no se cubre los senos debido a alguna imperfección de ellos.
- Entonces, ¿no te disgustan mi cara y mis formas?
- Estaría loco si me disgustasen. Eres hermosa.
- ¿Y qué haces tú para divertirte en tu nave, cuando vuelas de un mundo a otro, si la dama Bliss te está prohibida?
- Nada, Hiroko. No hay nada que hacer. A veces pienso en los placeres y eso resulta bastante desagradable, pero los que viajamos por el espacio sabemos muy bien que hay veces en que uno tiene que abstenerse. Lo compensamos en otras ocasiones.
- Si es desagradable, ¿qué puedes hacer para remediarlos?
- Ahora me desagrada mucho más que hayas suscitado el tema. No sería cortés indicarte cómo lo remediaría.
- ¿Sería descortés que yo te sugiriese una manera?
- Sólo dependería de la naturaleza de tu sugerencia.
- Que fuésemos complacientes el uno para con el otro.
- ¿Me has traído aquí, Hiroko, para que llegásemos a esto?
Hiroko sonrió satisfecha:
- Si, sería un deber de cortesía de anfitriona para mí, y también un deseo.
- En tal caso confieso que también es mi deseo. En realidad, me gustaría muchísimo complacerte en esto. Estoy.., en ascuas por complacerte.
XVIII. EL FESTIVAL DE MÚSICA
El almuerzo se sirvió en el mismo comedor en que habían desayunado. Ahora estaba lleno de alfanos, y con ellos se encontraban Trevize y Pelorat, que habían sido muy bien recibidos por todos. Bliss y Fallom comían en un pequeño anexo, más o menos en privado.
Había varias clases de pescado, además de sopa con trocitos de lo que parecía ser cabrito hervido. Sobre la mesa, hogazas de pan para ser cortado, y mantequilla y mermelada para untar las rebanadas. Después, una ensalada, copiosa y variada, y se notó la falta de postre, aunque se sirvieron zumos de fruta en jarras, inagotables al parecer.
Los dos hombres de la Fundación tuvieron que comer poco después del abundante desayuno, pero todos los demás parecieron hacerlo a dos carrillos.
- ¿Cómo se las arreglarán para no engordar? - preguntó Pelorat en voz baja.
Trevize se encogió de hombros.
- Tal vez gracias a mucho trabajo físico.
Saltaba a la vista que era una sociedad en la que el decoro en las comidas no se apreciaba mucho. Había una algarabía de gritos, risas y golpes dados en la mesa con los gruesos y, evidentemente, irrompibles vasos. Las mujeres eran tan vocingleras como los hombres, aunque en un tono más agudo.
Pelorat ponía mala cara, pero Trevize, que ahora (al menos temporalmente) no sentía en absoluto la incomodidad de que había hablado a Hiroko, estaba relajado y de buen humor.
- En realidad – dijo -, esto tiene su lado agradable. Esa gente parece disfrutar de la vida y tener pocas preocupaciones, suponiendo que tengan alguna. El tiempo atmosférico es como ellos lo desean y disfrutan de una comida extraordinariamente abundante. Para ellos, ésta es una edad de oro que se prolonga y se prolonga sin más.
Tenía que gritar para hacerse oír, y Pelorat gritó también al replicar:
- Pero hay demasiado ruido.
- Están acostumbrados.
- No sé cómo pueden entenderse con todo este bullicio.
En verdad, los de la Fundación no comprendían nada. El extraño acento, la gramática arcaica y la sintaxis del idioma alfano hacían imposible la comprensión a unos niveles tan altos de los sonidos. Para ellos, era como escuchar el ruido de un zoo presa de pánico.
Sólo después del almuerzo se reunieron con Bliss en una pequeña estructura que Trevize encontró bastante diferente de la casita de Hiroko y que les había sido destinada como su vivienda temporal. Fallom estaba en la segunda habitación, muy aliviada al encontrarse sola, según declaró Bliss, y tratando de dormir la siesta.
Pelorat miró por la abertura de la pared que hacía las veces de puerta y dijo, vacilando:
- Aquí hay muy poca intimidad. ¿Cómo podemos hablar libremente?
- Te aseguro que en cuanto corramos la cortina nadie nos molestará - dijo Trevize -. La lona hace que esto sea impenetrable por la fuerza de la costumbre social.
Pelorat miró las altas ventanas abiertas.
- Pueden oírnos.
- No tenemos que gritar. Y los alfanos no tratarán de escuchar lo que digamos. Recuerda que cuando estaban fuera del comedor a la hora del desayuno, se mantuvieron a respetuosa distancia de las ventanas.
- Has aprendido mucho sobre las costumbres de Alfa durante el rato que has pasado a solas con la gentil y pequeña Hiroko, y por eso confías tanto en su discreción. ¿Qué sucedió? - Bliss sonrió.
- Si has notado que las fibras de mi mente han experimentado un cambio favorable y puedes adivinar la razón - dijo Trevize -, sólo te pido que dejes a mi mente en paz.
- Sabes muy bien que Gaia no tocará tu mente bajo ninguna circunstancia, salvo de crisis vital, y también sabes la razón. Sin embargo, no estoy mentalmente ciega. Puedo percibir lo que ocurre a un kilómetro de distancia. ¿Es ésta tu costumbre invariable en los viajes espaciales, mi erotómano amigo?
- ¿Erotómano? Vamos, Bliss; dos veces en todo el viaje. ¡Dos veces!
- Sólo estuvimos en dos mundos donde hubiese hembras humanas. Dos de dos, y permanecimos unas pocas horas en cada uno de ellos.
- Sabes que era lo único que podía hacer en Comporellon.
- Eso es lógico. Recuerdo la complexión de aquella hembra. - Durante unos momentos, Bliss se destornilló de risa. Después dijo -: En cambio, no creo que Hiroko te redujese a la impotencia con una presa o impusiese su irresistible voluntad a tu cuerpo desvalido.
- Claro que no. Me sometí de buen grado. Pero la idea fue suya.
- ¿Siempre te ocurre lo mismo, Golan? - preguntó Pelorat, con un matiz de envidia en su voz.
- No puede ser de otra manera, Pel - dijo Bliss -. Las mujeres se sienten irremisiblemente atraídas por él.
- Ojalá fuese así - repuso Trevize -, pero estás equivocada. Y me alegro. Tengo otras cosas que hacer en mi vida. Pero, en este caso, fue irresistible. A fin de cuentas, éramos las primeras personas de otro mundo que Hiroko veía..., o que veía cualquiera de los que viven en Alfa. Supongo, por algo que se le escapó, y por algunas observaciones casuales, que tenía la excitante idea de que yo sería diferente de los alfanós, bien por mi anatomía, bien por mi técnica. ¡Pobrecilla! Temo haberla defraudado.
- ¡Oh! - exclamó Bliss -. ¿Te defraudó ella a ti?
- No - dijo Trevize -. He estado en muchos mundos y tengo cierta experiencia. Y he descubierto que las personas son personas y que el sexo es sexo. Si existe alguna diferencia ostensible, suele ser trivial y desagradable. ¡Las cosas que vi en mis buenos tiempos! Recuerdo una joven que no podía animarse a menos que fuese al son de una música fuerte, una música que era como un chillido desesperado. Por consiguiente, tocó la música y entonces fui yo el que no se pudo animar. Te aseguro que..., si esta vez no pasó lo mismo, me doy por satisfecho.
- A propósito de música - dijo Bliss -, estamos invitados a una velada musical después de la cena. Por lo visto, una ceremonia muy formal, a celebrar en nuestro honor. Creo que los alfanos se sienten muy orgullosos de su música.
Trevize hizo una mueca.
- Su orgullo no hará que la música suene mejor a nuestros oídos.
- Escúchame - dijo Bliss -. Creo que se enorgullecen, sobre todo, porque tocan instrumentos muy antiguos con gran habilidad. Muy antiguos, Tal vez, por medio de ellos, podamos obtener alguna información sobre la Tierra.
Trevize arqueó las cejas.
- Una idea interesante. Y esto me recuerda que los dos podéis haber obtenido alguna información. Janov, ¿viste a ese Monolee de que nos habló Hiroko?
- En efecto - dijo Pelorat -. Estuve tres horas con él y te aseguro que Hiroko no exageró. Nuestra charla se convirtió en un monólogo por su parte y, cuando le dejé para venir a almorzar, se aferró a mí y no me dejó marchar hasta que le prometí volver en cuanto pudiese, para seguir escuchándole.
- ¿Te dijo algo de interés?
- Bueno, él... ., como todos los demás..., insistió en que la Tierra tenía una radiactividad mortífera y total; también en que los antepasados de los alfanos fueron los últimos en salir de allí, porque, si no lo hubiesen hecho, habrían muerto. Y lo dijo con tal convicción, Golan, que no pude dejar de creerle. Estoy convencido de que la Tierra es un planeta muerto y, por tanto, de que estamos empeñados en una búsqueda inútil.
Trevize se retrepó en su silla, mirando fijamente a Pelorat, que se había acomodado en un estrecho catre. Bliss, que había estado sentada junto a Pelorat y se había levantado, les miró a los dos.
Por último, dijo Trevize:
- Deja que sea yo quien juzgue si nuestra búsqueda es o no inútil. Cuéntame lo que te dijo el viejo parlanchín..., en pocas palabras, desde luego.
- Tomé notas mientras Monolee hablaba - dijo Pelorat -. Con esto reforzaba mi papel de erudito, pero no tengo que referirme a ellas. Sus palabras fluían a raudales. Cada cosa que decía le recordaba otra, pero desde luego, me he pasado toda la vida tratando de organizar la información para entresacar de ella lo importante y significativo, por lo que ahora me resulta natural condensar un discurso largo e incoherente...
- ¿En algo igualmente largo e incoherente? - le interrumpió amablemente Trevize -. Ve al grano, querido Janov.
Pelorat carraspeó, confuso.
- Sí, viejo amigo. Trataré de hacer un relato coherente y cronológico. La Tierra fue la cuna de la Humanidad y de millones de especies de plantas y de animales. Y continuó siendo su morada durante innumerables años, hasta que se inventó el viaje hiperespacial. Entonces, se fundaron los mundos Espaciales, Éstos rompieron con la Tierra, desarrollaron sus propias culturas y llegaron a despreciar y oprimir al planeta madre.
»Al cabo de un par de siglos, la Tierra consiguió recobrar su libertad, aunque Monolee no me explicó la manera exacta en que eso se había producido, y yo no me habría atrevido a preguntárselo aunque me hubiese dado ocasión de interrumpirle, porque con ello habría hecho que se subiese por las ramas. Mencionó un héroe de la cultura llamado Elijah Baley, pero la referencia era tan característica de la costumbre de atribuir a un personaje los logros de varias generaciones que habría servido de poco intentar...
- Sí, querido Pel - dijo Bliss -, comprendemos esta parte.
Pelorat hizo una nueva pausa y volvió al grano.
- Desde luego. Disculpadme. La Tierra lanzó una segunda ola colonizadora y fundó muchos nuevos mundos de una manera nueva. El nuevo grupo de colonizadores resultó ser más poderoso que los Espaciales, los adelantó, los derrotó, sobrevivió a ellos y, en definitiva, fundó el Imperio Galáctico. Durante las guerras entre los Colonizadores y los Espaciales..., no, no fueron guerras, pues él cuidó muy bien de emplear la palabra «conflicto»..., la Tierra se volvió radiactiva.
- Esto es ridículo, Janov - dijo Trevize con clara impaciencia -. ¿Cómo puede un mundo volverse radiactivo? Todos los mundos son ligeramente radiactivos, en mayor o menor grado, desde el momento de su formación, y esta radiactividad va decreciendo poco a poco. No pueden volverse radiactivos.
Pelorat se encogió de hombros.
- Yo sólo repito lo que él dijo. Y sólo me contaba lo que les había oído de otros, que a su vez lo habían oído de otros, y así sucesivamente.
Es Historia popular, contada y vuelta a contar durante generaciones, y quién sabe las alteraciones que se producirían a cada repetición.
- Lo comprendo, pero, ¿no hay libros, documentos, narraciones antiguas que hayan permanecido inmutables y puedan darnos datos más concretos que ese relato actual?
- En realidad, pude hacerle esta pregunta y él me respondió que no.
Dijo vagamente que había habido libros sobre eso en épocas remotas, y que se habían perdido hacía tiempo, pero que él contaba lo que se decía en tales libros.
- Sí, pero deformado. La historia de siempre. En todos los mundos que visitamos, los datos sobre la Tierra han desaparecido de alguna manera. Bueno, ¿cómo te ha dicho que empezó la radiactividad en la Tierra?
- No me lo ha contado con detalle. Lo único que dijo fue que los Espaciales fueron los responsables, pero deduje que los Espaciales eran los demonios a quienes culpaba la Tierra de todas sus desdichas. La radiactividad. ..
Una voz clara le interrumpió:
- Bliss, ¿soy yo un espacial?
Fallom estaba plantada en la estrecha puerta entre las dos habitaciones, con los cabellos revueltos y en camisón (más indicado para la talla de Bliss) dejando al descubierto un seno subdesarrollado.
- Nos preocupamos de los curiosos de fuera - dijo Bliss - y nos olvidamos de la de dentro. Bueno, Fallom, ¿por qué has dicho eso?
Se levantó y se acercó a la jovencita. Fallom dijo:
- Yo no tengo lo mismo que ellos - y señaló a los dos hombres -, ni lo que tú tienes, Bliss. Soy diferente. ¿Es porque soy un Espacial?
- Lo eres, Fallom - dijo Bliss, en tono tranquilizador -, pero las pequeñas diferencias no tienen importancia. Vuelve a la cama.
Fallom se mostró sumisa, como siempre que Bliss quería que lo fuese. Se volvió.
- ¿Soy yo un demonio? – preguntó -. ¿Qué es un demonio?
- Esperadme un momento - dijo Bliss por encima del hombro -. Volveré enseguida.
Al cabo de cinco minutos se reunió con ellos. Meneó la cabeza.
- Estará durmiendo hasta que la despierte. Supongo que yo hubiese debido hacer eso antes, pero toda modificación de la mente debe ser resultado de una necesidad. - Y añadió, en son de excusa -: No puedo permitir que se preocupe por las diferencias entre sus órganos sexuales y los nuestros.
- Algún día tendrá que saber que es hermafrodita - dijo Pelorat.
- Algún día - repitió Bliss -, pero no ahora. Sigue con tu relato, Pel.
- Sí - dijo Trevize -, antes de que cualquier otra cosa nos interrumpa.
- Bueno, la Tierra, o su corteza al menos, se hizo radiactiva. En aquellos tiempos, la Tierra tenía una cantidad de población enorme, concentrada en grandes ciudades, la mayoría de ellas subterráneas...
- Bueno - le interrumpió Trevize -, esto no tiene por qué ser cierto necesariamente. Quizás el patriotismo local ensalzó la edad de oro del planeta, y los detalles son una simple deformación de Trantor en su edad de oro, cuando era la capital imperial de todo un sistema de mundos de la galaxia.
Pelorat meditó un momento y después dijo:
- Creo, Golan, que no deberías tratar de enseñarme mi oficio. Los mitólogos sabemos muy bien que los mitos y las leyendas contienen plagios, moralejas, ciclos naturales y otras mil influencias deformantes, y nos esforzamos en eliminarlas y llegar a lo que puede ser el meollo de la verdad. En realidad, estas mismas técnicas pueden aplicarse a los relatos más serios, pues nadie escribe la verdad pura y simple ., si es que puede decirse que existió alguna vez. Ahora, te estoy explicando, más o menos, lo que Monolee me ha contado, aunque supongo que debo de estar añadiendo deformaciones de mi propia cosecha a pesar de que me esfuerzo en no hacerlo.
- Bueno, bueno - dijo Trevize -. Prosigue, Janov. No quise ofenderte.
- No me has ofendido. Las grandes ciudades, presumiendo que existiesen, decayeron y se encogieron al ir aumentando la radiactividad, hasta que la población no fue más que un resto de lo que había sido, aferrándose a regiones que aún estaban relativamente libres de radiación. La población se mantuvo baja por el control de la natalidad y la eutanasia de los mayores de sesenta años.
- ¡Horrible! - exclamó Bliss indignada.
- Desde luego - dijo Pelorat -, pero eso fue lo que hicieron, según Monolee, y podría ser verdad, pues no es probable que se inventase una mentira tan denigrante para la gente de la Tierra. Los terrícolas, después de haber sido despreciados y oprimidos por los espaciales, lo fueron por el Imperio, aunque aquí puede haber alguna exageración nacida de la compasión por uno mismo, que es una emoción muy seductora. Existe el caso...
- Sí, sí, Pelorat, otro día nos lo contarás. Continúa con la Tierra.
- Disculpadme. El Imperio, en un arranque de benevolencia, accedió a llevarse de allí el suelo contaminado y sustituirlo por otro importado y que estuviese limpio de radiación. Inútil decir que suponía una tarea enorme y que el imperio se cansó pronto de ella, sobre todo porque aquel período (si mi presunción es acertada) coincidió con la caída de Kandar V, después de la cual el Imperio hubo de preocuparse de otras muchas cosas que le importaban más que la Tierra.
»La radiactividad siguió intensificándose, la población continuó decayendo y, por último, el Imperio, en otro arranque de benevolencia, ofreció trasladar el resto de la población a un. nuevo mundo propio, en una palabra, a este mundo.
»Parece ser que, en un período anterior, una expedición había poblado el océano de peces, de manera que, cuando los planes para el traslado de los terrícolas se hicieron, había una atmósfera rica en oxígeno y unas abundantes reservas de comida en Alfa. Además, ningún otro mundo del Imperio Galáctico ambicionó hacerse con ella, pues existe cierta antipatía natural hacia los planetas que giran alrededor de estrellas de un sistema binario. Supongo que en tales sistemas hay tan pocos planetas habitables que incluso éstos son rechazados, porque se presume que algo debe andar mal en ellos. Es una idea muy corriente. Por ejemplo, existe el caso conocido de...
- Más tarde nos explicarás ese caso conocido, Janov - dijo Trevize -. Sigue con el traslado
- Lo único que faltaba - continuó Pelorat, ahora un poco precipitadamente - era preparar una base de tierra firme. Se buscó la parte en que el océano era menos profundo y se trajeron sedimentos de otras partes para elevar el fondo marino y producir, en definitiva, la isla de Nueva Tierra. Ésta se reforzó con piedras y corales sacados también del fondo del mar. Se sembraron plantas terrestres para que los sistemas de raíces contribuyesen a afirmar el nuevo suelo. Una vez más, el Imperio había emprendido una inmensa tarea. Tal vez se habrían proyectado continentes, pero cuando la isla quedó terminada, también la benevolencia del Imperio acabó.
»Lo que quedaba de la población de la Tierra fue traído aquí. Las flotas del Imperio se llevaron los hombres y la maquinaria que habían traído, y jamás volvieron. Los terrícolas instalados en la Nueva Tierra se encontraron aislados por completo.
- ¿Por completo? - preguntó Trevize -. ¿Te dijo Monolee que nadie más de la galaxia estuvo nunca aquí hasta que nosotros llegamos?
- Casi por completo - respondió Pelorat -. Supongo que nada tenían que venir a buscar aquí, incluso dejando aparte la supersticiosa repugnancia por los sistemas binarios. De forma esporádica, a largos intervalos, llegaría alguna nave, como lo ha hecho la nuestra, pero después se marcharía para no regresar jamás. Y es todo.
- ¿Preguntaste a Monolee dónde está situada la Tierra?
- Claro que se lo pregunté. Pero lo ignora.
- ¿Cómo puede conocer tanto acerca de la Historia de la Tierra sin saber dónde está situada?
- Le pregunté concretamente si la estrella que se halla sólo a un pársec de Alfa podía ser el sol alrededor del cual gira la Tierra. Él no sabia lo que era un pársec, y le expliqué que es una distancia corta en términos astronómicos. Él me respondió que fuese corta o larga la distancia, no sabía dónde estaba la Tierra, que no conocía a nadie que lo supiese, y que, en su opinión, era un error tratar de encontrarla. Había que dejar, dijo, que girase para siempre en paz en el espacio.
- ¿Estás de acuerdo con él? - preguntó Trevize.
Pelorat sacudió la cabeza con expresión triste.
- No del todo. pero él dijo que, en vista de cómo siguió aumentando la radiactividad, el planeta debió volverse inhabitable por completo poco después de realizarse el traslado de sus moradores y que ahora tiene que estar ardiendo con tal intensidad que nadie podría acercarse a él.
- Tonterías - dijo Trevize, con firmeza -. Es imposible que un planeta que se haya hecho radiactivo siga aumentando en radiactividad. Ésta sólo tiende a decrecer.
- Pero Monolee está seguro de ello. Y muchos de aquellos con quienes hemos hablado en diversos mundos dicen lo mismo que en la Tierra es radiactiva. Seguramente es inútil que sigamos adelante.
Trevize respiró hondo y, después, habló, dominando el tono de su voz:
- Tonterías, Janov. Eso no es verdad.
- Bueno, viejo amigo - dijo Pelorat -, no se debe creer algo sólo porque se desee creerlo.
- Mis deseos no tienen nada que ver con esto. En todos los mundos que hemos visitado nos hemos encontrado con que todos los datos sobre la Tierra han sido borrados. ¿Por qué habrían tenido que hacer algo así si no hubiese nada que ocultar, si la Tierra fuese un planeta muerto y radiactivo al que nadie pudiese acercarse?
- No lo sé, Golan.
- Sí, lo sabes. Cuando nos acercábamos a Melpomenia, dijiste que la radiactividad podía ser la otra cara de la moneda. De una parte, destruir los documentos para eliminar toda información exacta; de otra, difundir el cuento de la radiactividad, para dar una información errónea. Ambas cosas servirían para disuadir de todo intento de encontrar la Tierra, y nosotros no debemos dejarnos engañar por estos métodos de disuasión.
- Parecéis pensar que aquella estrella próxima es el sol de la Tierra - dijo Bliss -. Entonces, ¿por qué seguir discutiendo sobre la cuestión de la radiactividad? ¿Qué importa eso? ¿Por qué no ir, simplemente, al astro vecino y ver si se trata de la Tierra, y, en tal caso, cómo es?
- Porque los que habitan la Tierra deben ser, a su manera, extraordinariamente poderosos - respondió Trevize -, y yo preferiría acercarme allí teniendo algún conocimiento del planeta y de sus habitantes. Mientras siga ignorando las condiciones de la Tierra, acercarse a ella es peligroso. Creo que lo mejor es que vosotros os quedéis en Alfa y prosiga yo solo hacia ella. Arriesgar una vida ya es bastante.
- No, Golan - repuso Pelorat con enorme seriedad -. Bliss y la niña pueden esperar aquí, pero yo debo ir contigo. He estado buscando la Tierra desde antes de que tú lo hicieses y no puedo quedarme atrás cuando la meta está tan próxima, sean cuales fueren los peligros que puedan amenazarnos.
- Bliss y la niña no esperarán aquí - protestó ella -. Yo soy Gaia, y Gaia puede protegernos incluso contra la Tierra.
- Espero que tengas razón - dijo Trevize, con pesimismo -, pero Gaia no pudo impedir la eliminación de los antiguos datos del papel representado por la Tierra en su fundación.
- Esto ocurrió en los tiempos primitivos de Gaia, cuando todavía no estaba bien organizada, ni había avanzado en sus conocimientos. Ahora, la cosa cambia.
- Ojalá sea así. ¿O es que esta mañana has conseguido alguna información sobre la Tierra que nosotros desconocemos? Te pedí que hablases con alguna de las viejas con quienes estarías en contacto.
- Y lo hice.
- ¿Y qué descubriste? - dijo Trevize.
- Nada acerca de la Tierra. Parece una página en blanco.
- Ya.
- En cambio descubrí que tienen una biotecnología muy avanzada.
- ¿Sí?
- En esta pequeña isla, han criado y ensayado innumerables especies de plantas y de animales y conseguido un adecuado equilibrio ecológico, estable y duradero, a pesar de que empezaron con muy pocas especies. Han mejorado la vida oceánica que encontraron cuando llegaron aquí hace unos pocos miles de años, aumentado su valor nutritivo y mejorado su sabor. Ha sido su biotecnología la que ha hecho de este mundo un modelo de abundancia. Y también tienen planes para las personas.
- ¿Qué clase de planes?
- Saben perfectamente - dijo Bliss - que no pueden esperar aumentar su población en las presentes circunstancias, confinados como están en el pequeño pedazo de tierra que existe en su mundo, pero sueñan en convertirse en anfibios.
- ¿Convertirse en qué?
- En anfibios. Proyectan desarrollar branquias, además de los pulmones. Sueñan en poder pasar largos períodos de tiempo bajo el agua, en encontrar regiones poco profundas y construir estructuras en el fondo del océano. Mi informadora estaba muy entusiasmada con la idea, pero, me confesó que era una meta que los alfanos se habían fijado hace algunos siglos y que se habían hecho muy pocos progresos, o acaso ninguno.
- Así pues - dijo Trevize -, hay dos campos en los que podrían estar más avanzados que nosotros: el control del tiempo atmosférico y la biotecnología. Me pregunto cuáles serán sus técnicas.
- Tenemos que encontrar especialistas – indicó Bliss -, y es posible que éstos no quieran hablar de ello.
- A nosotros no nos interesa en particular - repuso Trevize -, pero está claro que podría convenir a la Fundación aprender algo de este mundo en miniatura.
- En Terminus controlamos bastante bien el tiempo - insinuó Pelorat.
- El control es bueno en muchos mundos - dijo Trevize -, Pero siempre se refiere al mundo como totalidad. Aquí, los alfanas Controlan el tiempo de una pequeña porción de su mundo y deben poseer técnicas que nosotros ignoramos. ¿Algo más, Bliss?
- Invitaciones sociales. Parece que este pueblo es muy aficionado a las fiestas y que las celebran siempre que la pesca y el cultivo de los campos se lo permiten. Esta noche, después de la cena, habrá un festival de música. Ya os lo había dicho. Mañana, durante el día, habrá una fiesta en la playa. Tengo entendido que todos los que puedan abandonar los campos se reunirán en la orilla de la isla para disfrutar del agua y del sol, ya que lloverá al día siguiente. Por la mañana, la flota pesquera volverá, anticipándose a la lluvia, y por la noche se celebrará un banquete para probar el producto de la pesca.
- Las comidas corrientes son bastante copiosas - gruñó Pelorat -. Me pregunto cómo será un banquete.
- Supongo que no se distinguirá por la cantidad, sino por la variedad.
En todo caso, los cuatro estamos invitados a participar en todas las fiestas y, en especial, al festival de música de esta noche.
- ¿A base de instrumentos antiguos? - preguntó Trevize.
- Así es.
- ¿Y en qué consiste su antigüedad? ¿Tienen acaso ordenadores primitivos?
- No, no, y eso es lo curioso. No se trata de música electrónica, sino mecánica. Me la describieron. Rascan cuerdas, soplan en tubos y golpean superficies. .
- Espero que esto sea un invento tuyo - dijo Trevize, horrorizado.
- Yo no me estoy inventando nada. Y tengo entendido que tu Hiroko soplará en uno de los tubos, he olvidado su nombre, y tendrás que ser capaz de soportarlo.
- A mí me gustará ir - dijo Pelorat -. Sé muy poco de música primitiva y tengo ganas de oírla.
- Ella no es «mi Hiroko» - advirtió Trevize con frialdad -. Pero, ¿supones que son instrumentos del tipo que antaño usaron en la Tierra?
- Creo que sí - respondió Bliss -. Al menos, las mujeres me dijeron que habían sido inventados mucho antes de que sus antepasados viniesen aquí.
- En tal caso - dijo Trevize -, valdrá la pena escuchar todas esas rascaduras, bufidos y golpeteos, pues tal vez puedan proporcionarnos alguna información sobre la Tierra.
Aunque pareciese extraño, Fallom fue la que más se entusiasmó ante la perspectiva de una velada musical. Ella y Bliss se habían bañado en el cuarto exterior de detrás de la vivienda en que se alojaban. Había en él un baño con agua corriente, caliente y fría (o más bien, tibia y fresca), un lavabo y un inodoro. Estaba perfectamente limpio y, a la luz del sol de la tarde, incluso bien iluminado y alegre.
Como siempre, Fallom se sintió fascinada por los senos de Bliss y ésta tuvo que decirle (ahora que Fallom comprendía el galáctico) que la gente era así en su mundo. A lo cual, Fallom, replicó inevitablemente: - ¿Por qué?
Y Bliss, después de pensarlo un poco, decidió que no había una respuesta lógica, así que, volvió a la contestación universal:- ¡Porque sí!
Cuando hubieron terminado de bañarse, Bliss ayudó a Fallom a ponerse la prenda interior que las alfanas les habían proporcionado y descubrió la manera en que se ceñía la falda sobre aquélla. Dejar a Fallom desnuda de cintura para arriba parecía bastante razonable. En cuanto a ella, si bien empleó las prendas alfanas de cintura para abajo (le apretaban bastante las caderas), se puso su propia blusa. Parecía tonto resistirse a exhibir los senos en una sociedad en que todas las mujeres lo hacían, sobre todo cuando los suyos no eran muy grandes y estaban tan bien formados como los mejores que había visto, pero ella era así.
Los dos hombres entraron después y por turno, en el lavabo, murmurando Trevize la acostumbrada queja masculina sobre el tiempo empleado por las mujeres.
Bliss hizo que Fallom se diese la vuelta para asegurarse de que la falda se adaptaba bien a sus caderas y nalgas de muchacho.
- Es una falda muy bonita, Fallom – dijo -. ¿Te gusta?
Fallom se miró a un espejo.
- Sí, me gusta – respondió -. Pero, ¿no tendré frío en el cuerpo? - añadió, pasándose las manos por el pecho desnudo. - No lo creo, Fallom. En este planeta hace mucho calor.
- Pero tú te has puesto algo.
- Sí, es verdad. En nuestro mundo lo hacemos así. Y ahora, Fallom, vamos a estar con muchos alfanos durante la cena y después de ésta. ¿Crees que podrás soportarlo?
Fallom pareció contrariada al oír aquello.
- Yo me sentaré a tu derecha - siguió Bliss -. Pel lo hará a tu izquierda, y Trevize al otro lado de la mesa, delante de ti. No dejaremos que nadie te hable, y tú no tendrás que hablar a nadie.
- Lo intentaré, Bliss - dijo Fallom, con su voz más aguda.
- Después - continuó Bliss -, algunos alfanos tocarán música para nosotros a su manera especial. ¿Sabes lo que es la música?
Tarareó un poco, imitando lo mejor posible la armonía electrónica.
El semblante de Fallom se alegró.
- Quieres decir. . .
Pronunció la última palabra en su propio idioma y después empezó a cantar.
Bliss abrió mucho los ojos; era una bella tonada, aunque un poco salvaje y rica en trinos.
- Sí - dijo Bliss -. Esto es música.
Fallom dijo con entusiasmo:
- Jemby hacía... - Vaciló y después decidió emplear la palabra galáctica - ... música todo el tiempo. Hacía música con un...
De nuevo dijo una palabra en su propio idioma. Bliss trató de repetirla. Fallom se echó a reír.
- No es así - dijo. Ahora pronunció las dos palabras seguidas, para que Bliss pudiese observar la diferencia, pero ésta renunció a reproducir la segunda.
- ¿Cómo es ? - dijo.
Como el limitado vocabulario galáctico de Fallom no le permitía hacer una descripción adecuada todavía, trató de realizarla con ademanes que no resultaron claros para Bliss.
- Me mostró la manera de tocarlo - dijo Fallom con orgullo -. Empleé mis dedos como lo hacía Jemby, pero éste dijo que pronto no tendría que hacerlo.
- Eso es maravilloso, querida. Después de la cena veremos si los alfanos son tan buenos como tu Jemby.
Los ojos de Fallom brillaron, y los agradables pensamientos de lo que vendría después hicieron que aguantase bien la copiosa cena, a pesar de la multitud, las risas y el ruido. Sólo una vez, cuando un plato fue volcado accidentalmente, provocando chillidos muy cerca de ellos, pareció que Fallom se asustaba, y Bliss tuvo que tranquilizarle con un cálido y protector abrazo.
- Me pregunto si podríamos arreglarnos para comer solos – dijo Bliss en voz baja a Pelorat -. De otra manera, tendremos que marcharnos de este planeta. Ya es bastante malo tener que comer las proteínas animales que nos ponen los Aislados, pero al menos tendríamos que poder hacerlo en paz.
- Es porque están contentos - dijo Pelorat, que era capaz de soportar cualquier cosa que no fuese irracional y que pudiese calificarse de comportamiento primitivo.
Entonces, la cena terminó y se anunció que el festival de música no tardaría en empezar.
La sala en que iba a celebrarse el festival de música era tan espaciosa como el comedor y en ella había sillas plegables (bastante incómodas, pensó Trevize) para unas ciento cincuenta personas. Como invitados de honor, los visitantes fueron conducidos a la primera fila, y varios alfanos comentaron cortés y favorablemente su indumentaria. Los dos hombres iban desnudos de cintura para arriba, y Trevize contraía los músculos abdominales siempre que pensaba en ello y, en ocasiones, se miraba con satisfecha admiración el pecho poblado de vello oscuro. A Pelorat, con su afanosa observación de cuanto le rodeaba, le tenía sin cuidado su propio aspecto. La blusa de Bliss provocaba disimuladas miradas de asombro, pero nadie hizo alusión a ella.
Trevize observó que la sala estaba sólo a medio llenar y que la inmensa mayoría del público era femenino, ya que, era de: suponer, que tantos hombres estaban en la mar.
Pelorat dio un codazo a Trevize.
- Tienen electricidad - murmuró.
Trevize miró los tubos verticales en las paredes, y otros fijados en el techo. Eran suavemente luminosos.
- Fluorescentes – dijo -. Muy primitivos.
- Sí, pero útiles, y nosotros los tenemos en nuestras habitaciones y en el lavabo. Pensaba que sólo eran objetos decorativos. Si podemos encontrar la manera de encenderlos, no tendremos que permanecer a oscuras.
- Podrían habérnoslo dicho - exclamó Bliss, con irritación.
- Debieron pensar que lo sabíamos - dijo Pelorat -, que todo el mundo tenía que saberlo.
Entonces salieron cuatro mujeres de detrás de unas cortinas y se sentaron en grupo en el espacio vacío delante de ellos. Cada una de ellas llevaba un instrumento de madera barnizada y forma parecida, pero que no era fácil de describir. Todos eran de tamaño diferente: uno, muy pequeño; dos, algo más grandes, y el cuarto, bastante más luminoso. Cada mujer sostenía una varilla larga en la otra mano también.
El público lanzó suaves silbidos al entrar ellas, y las cuatro mujeres hicieron una reverencia. Las cuatro llevaban una gasa envolviendo sus senos como para evitar que éstos estorbasen el manejo del instrumento.
Trevize, interpretando los silbidos como señales de aprobación, o de satisfecha anticipación, creyó que era cortés silbar también. Fallom añadió a esto un trino que era mucho más que un silbido y empezaba a llamar la atención cuando la presión de la mano de Bliss hizo que se callase.
Tres de las mujeres, sin preparación alguna, apoyaron los instrumentos debajo de sus barbillas, mientras el más grande de ellos permanecía entre las piernas de la cuarta mujer y se apoyaba en el suelo. La larga varilla que cada una de ellas sostenía en la mano derecha rozaba las cuerdas tensas casi a todo lo largo del instrumento, mientras los dedos de la mano izquierda pasaban rápidamente sobre los extremos superiores de aquellas cuerdas.
Esto, pensó Trevize, era la «rascadura» que había esperado, pero no sonaba como tal. Había una suave y melodiosa sucesión de notas; cada instrumento tocaba algo por su cuenta, pero el conjunto armonizaba agradablemente.
Aquello carecía de la infinita complejidad de la música electrónica (la «verdadera música», como no podía dejar de pensar Trevize) y todo resultaba parecido. Sin embargo, con el paso del tiempo y al irse acostumbrando su oído a aquel sistema extraño de sonidos, empezó a captar sus sutilezas. Era fatigoso tener que prestar tanta atención, y rememoró aun añoranza en el clamor, en la precisión matemática y en la rareza de la música real, pero pensó que si escuchaba los acordes de aquellos sencillos aparatos de madera durante el tiempo suficiente, acabarían por gustarle.
Hiroko apareció cuando el concierto llevaba unos cuarenta y cinco minutos de duración. Vio a Trevize en la primera fila y le sonrió. Él se sumó de todo corazón a los suaves silbidos de bienvenida del público.
Estaba muy bella con su larga falda, primorosa, una flor grande en los cabellos, y nada sobre los senos, ya que (por lo visto) no había peligro de que dificultasen el manejo del instrumento.
Éste resultó ser un tubo de madera oscura, de unos dos metros de largo y casi dos centímetros de grueso. Lo llevó a sus labios y sopló por una abertura próxima a un extremo, produciendo una nota fina y dulce que osciló al manipular los dedos unos objetos de metal colocados a lo largo del tubo.
Al oír el primer sonido, Fallom apretó el brazo de Bliss y dijo:
- Bliss, esto es...
Bliss creyó oír la misma palabra que antes no había comprendido.
Entonces, sacudió enérgicamente la cabeza, mirando a Fallom.
- ¡Pero lo es! - exclamó la niña en voz más baja.
Otras personas miraban en la dilección de Fallom. Bliss le tapó la boca con la mano y se inclinó para murmurar a su oído un casi imperioso «¡Silencio!».
A partir de entonces, Fallom escuchó la interpretación de Hiroko sin decir nada, pero movía los dedos espasmódicamente, como si tocase aquellos objetos a lo largo del instrumento.
El último concertista fue un viejo que llevó un instrumento de lados Arrugados suspendido de los hombros delante de él. Lo estiraba y lo encogía, mientras pasaba la mano sobre una serie de objetos blancos y negros situados en un extremo, apretándolos por grupos.
Trevize encontró aquella música particularmente fatigosa, bastante bárbara y tan desagradable como el recuerdo de los ladridos de los perros de Aurora..., y no es que el sonido se pareciese al de los ladridos, pero le provocaba emociones similares. Bliss parecía como si desease taparse los oídos con las manos, y Pelorat tenía fruncido el entrecejo, sólo Fallom daba la sensación de disfrutar con aquello, pues golpeaba ligeramente el suelo con un pie, y Trevize, que lo advirtió. se dio cuenta, Sorprendido de que la música seguía el compás marcado por el pie de Fallom.
Por fin todo terminó y hubo una verdadera tormenta de silbidos, entre los que sobresalía, claramente, el trino de Fallom.
Entonces, el público se dividió en pequeños grupos que empezaron a charlar con la fuerza y la estridencia a que parecían tan aficionados los alfanos en las ocasiones públicas. Los que habían participado en el concierto permanecían en la parte delantera de la sala y hablaban con los que se acercaban a felicitarles.
Fallom se desprendió del brazo de Bliss y corrió hacia Hiroko.
- ¡Hiroko! - gritó, jadeando -. Déjame ver el...
- ¿Qué, querida?
- La cosa con que hiciste la música.
- ¡Oh! - Hiroko se echó a reír -. Es una flauta, pequeña.
- ¿Puedo verla?
- Claro. - Hiroko abrió un estuche y sacó el instrumento. Se componía de tres partes, que ella juntó rápidamente, y acercó la boquilla de la flauta a los labios de Fallom y le dijo -: Ahora, sopla con todas tus fuerzas.
- Ya sé, ya sé - dijo Fallom ansiosa, alargando una mano para coger la flauta.
Hiroko, de forma automática, la retiró y la agarró con fuerza.
- Sopla, niña, pero no la toques.
Fallom pareció contrariada.
- Entonces, ¿puedo mirarla? – dijo -. No la tocaré.
- Claro que sí, querida.
Tendió de nuevo la flauta y Fallom la miró con anhelo.
Y en ese momento, la luz fluorescente de la sala se redujo un poco y sé oyó, inseguro y tembloroso, el sonido de una nota que brotaba de la flauta.
Hiroko, sorprendida, casi dejó caer el instrumento.
- ¡Lo he conseguido! - exclamó Fallom -. ¡Lo he conseguido! Jemby dijo que algún día podría hacerlo.
- ¿Has sido tú quien ha producido ese sonido? - preguntó Hiroko.
- Sí, he sido yo. He sido yo.
- Pero, ¿cómo lo has conseguido, pequeña?
Bliss, con el rostro enrojecido por la confusión dijo:
- Lo siento, Hiroko. Me la llevaré.
- No - dijo Hiroko -. Deseo que lo haga otra vez.
Los alfanos que estaban más próximos se arrimaron para observar.
Fallom frunció el entrecejo, como esforzándose. Las lámparas fluorescentes se atenuaron más que antes y la nota sonó de nuevo en la flauta, esa vez pura y sostenida. Entonces el sonido se hizo desigual, al moverse los objetos metálicos a lo largo de la flauta por sí solos.
- Es un poco diferente del... - dijo Fallom, con voz un poco entrecortada, como si la flauta hubiese sido activada por su aliento y no por el aire.
- Debe sacar la energía de la corriente eléctrica que alimenta las lámparas fluorescentes - dijo Pelorat a Trevize.
- Prueba otra vez - indicó Hiroko, con voz ahogada.
Fallom cerró los ojos. Ahora la nota brotó más suave y más controlada. La flauta tocaba sola, sin que los dedos interviniesen, accionada por una energía remota transducida por los todavía inmaduros lóbulos del cerebro de Fallom. Las notas que habían empezado casi al azar se ordenaron en una sucesión musical y, ahora, todos los que estaban en la sala se agruparon alrededor de Hiroko y de Fallom, mientras aquélla sostenía la flauta entre los dedos índice y pulgar en cada extremo y Fallom, con los ojos cerrados, dirigía la corriente de aire y el movimiento de las llaves.
- Es la misma pieza que yo toqué - murmuró Hiroko.
- La recuerdo - dijo Fallom, asintiendo ligeramente con la cabeza y procurando no romper su concentración.
- No has fallado una sola nota - dijo Hiroko, cuando hubo terminado.
- Pero no está bien, Hiroko. Tú no la tocaste bien.
- ¡Fallom! - dijo Bliss -. Eso es una impertinencia. No debes...
- Por favor, no intervengas - dijo Hiroko autoritaria -. ¿Por qué no está bien, pequeña?
- Porque yo la tocarla de un modo diferente.
- Entonces, muéstrame cómo lo harías.
Y la flauta tocó de nuevo, pero de una manera más complicada, pues las fuerzas que impulsaban las llaves lo hacían con más rapidez, con una sucesión más veloz y con combinaciones más difíciles que antes. La música era más compleja e infinitamente más emocional y conmovedora.
Hiroko permanecía tensa, y ya no se oían otros ruidos en la sala. Cuando Fallom hubo terminado, prosiguió el silencio hasta que Hiroko suspiró profundamente.
- ¿Habías tocado esto antes, pequeña? - preguntó.
- No - respondió Fallom -. Antes sólo podía usar mis dedos, y no puedo hacer que mis dedos toquen así. - Y con acento sencillo, sin la menor jactancia, añadió -: Nadie puede hacerlo.
- ¿Sabes tocar otras cosas?
- Puedo inventarlas.
- ¿Quieres decir..., improvisar?
Fallom arrugó la frente al oír aquella palabra y miró a Bliss. Ésta asintió con la cabeza.
- Sí - dijo Fallom.
- Entonces, hazlo, por favor - dijo Hiroko.
Fallom hizo una pausa y pensó durante un minuto o dos. Después empezó lentamente, en una sencilla sucesión de notas que formaban un conjunto que dijérase de ensueño. Las lámparas fluorescentes rebajaban su luz o brillaban según aumentase o disminuyese la cantidad de energía empleada. Nadie dio muestras de advertirlo, pues aquello parecía ser efecto más que causa de la música, como si un fantasma eléctrico obedeciese los dictados de las ondas sonoras.
Entonces, la combinación de notas se repitió un poco más fuerte, y después con variaciones que, sin perder la clara combinación básica, se hizo más excitante y más conmovedora, hasta el punto de casi cortar la respiración a los oyentes. Por último, descendió con mucha más rapidez de lo que había ascendido, produciendo el efecto de una caída en picado que hizo que el auditorio se encontrase a nivel del suelo cuando todavía tenía la impresión de estar flotando en el aire.
Aquello fue un pandemónium, e incluso Trevize, que estaba acostumbrado a una clase de música muy diferente, pensó con tristeza: «Y ya no volveré a oír esto.»
Cuándo el silencio se hizo de nuevo, ahora forzado, Hiroko tendió su flauta.
- Tómala, Fallom, ¡es tuya!
Fallom iba a asirla ansiosamente, pero Bliss sujetó el brazo estirado y dijo:
- No podemos aceptarla, Hiroko. Es un instrumento tan valioso.
- Tengo otra, Bliss. No tan buena, pero esto es lo que debe ser. Este instrumento perteneció a la persona que lo tocaba mejor, yo no había oído nunca una música igual, y no tengo derecho a usar un instrumento del que no puedo sacar todo su ritmo. Ojalá supiese cómo se puede tocar sin tocarlo.
Fallom tomó la flauta y, con una expresión de profundo contento, la estrechó contra su pecho.
Había una lámpara fluorescente en cada una de las dos habitaciones de la vivienda que tenían asignadas, y una tercera en el lavabo exterior.
La luz era débil y resultaba incómoda para leer, pero al menos las habitaciones no estaban a oscuras.
Sin embargo, se entretuvieron fuera de la casa. En el cielo las estrellas brillaban, algo siempre fascinante para un nativo de Terminus donde casi no había estrellas en el cielo nocturno, en el que sólo destacaba la reducida nebulosa de la Galaxia.
Hiroko les había acompañado a sus habitaciones, por miedo de que se perdiesen o tropezasen en la oscuridad. Durante todo el camino, llevó a Fallom de la mano, y cuando hubo encendido las lámparas fluorescentes, permaneció con ellos en el exterior, sin soltar a la niña.
Bliss insistió de nuevo, pues le parecía claro que Hiroko se hallaba en un estado de difícil conflicto emocional:
- Realmente, Hiroko, no podemos aceptar tu flauta.
- Fallom debe tenerla - insistió la joven, pero dio la sensación de continuar con los nervios de punta.
Trevize no dejaba de mirar el cielo. La noche era muy oscura, con una oscuridad que apenas se veía afectada por la poca luz que salía de sus habitaciones, y mucho menos por los pequeños destellos de otras casas más lejanas.
- Hiroko – dijo -, ¿ves aquella estrella tan brillante? ¿Cómo se llama?
Hiroko levantó la mirada y dijo, sin visible interés:
- Es la Compañera.
- ¿Por qué la llamáis así?
- Da la vuelta a nuestro sol cada ochenta años. En esta época es una estrella de la tarde. Se puede ver con luz de día cuando está sobre el horizonte.
«Bien - pensó Trevize -. Sabe algo de astronomía.»
- ¿Sabes que Alfa tiene otra compañera, muy pequeña, opaca y que está mucho más lejos que la estrella brillante? No puede verse sin telescopio - dijo él. Nunca la había visto, ni se había preocupado en buscarla, pero el ordenador de la nave tenía la información en sus bancos de memoria.
- Así nos lo dijeron en el colegio - asintió ella, con indiferencia.
- Y ahora, ¿qué me dices de aquéllas? Las seis estrellas alineadas en zigzag.
- Es Casiopea - respondió Hiroko.
- ¿De veras? - dijo Trevize, sorprendido -. ¿Cuál de ellas?
- Todas. Su conjunto. Es Casiopea.
- ¿Por qué la llamáis así?
- Lo ignoro, yo no sé nada de astronomía, respetable Trevíze.
- ¿Ves la estrella más baja de la línea en zigzag, la que brilla más que las otras? ¿Qué es ?
- Es una estrella. No sé su nombre.
- Pero a excepción de las dos estrellas compañeras, es la más próxima a Alfa. Sólo está a un pársec de distancia.
- Tú lo dices - repuso Hiroko -. Yo no lo sé.
- ¿No podría ser la estrella alrededor de la cual gira la Tierra?
Hiroko miró la estrella, ahora con un poco de interés.
- No lo sé, No lo he oído decir a nadie.
- ¿Crees que podría serlo?
- ¿Cómo puedo saberlo? Nadie sabe dónde puede estar la Tierra. Ahora debo dejarte. Mañana por la mañana tengo que hacer mi turno en el campo antes de la fiesta de la playa. Os veré a todos allí, después del almuerzo. ¿Si?
- Claro que si, Hiroko.
Ella se marchó de pronto, medio corriendo en la oscuridad. Trevize la miró alejarse y después siguió a los otros al interior de la casita débilmente iluminada.
- ¿Puedes decirme si mintió acerca de la Tierra, Bliss? – preguntó a ésta.
Ella movió la cabeza en un gesto negativo.
- No creo que mintiese. Se encuentra bajo una enorme tensión, algo que no advertí hasta después del concierto. Ya lo estaba antes de que tú le preguntases acerca de las estrellas.
- ¿Será porque se desprendió de su flauta?
- Tal vez. No lo sé. - Se volvió a Fallom -. Ahora, Fallom, quiero que vayas a tu habitación. Cuando estés lista para ir a la cama, ve al lavabo, usa el orinal, y, después, lávate las manos, la cara y los dientes.
- Me gustaría tocar la flauta, Bliss.
- Sólo un ratito, y muy bajo. ¿Lo has entendido, Fallom? Y debes parar cuando yo te lo diga.
- Si, Bliss.
Quedaron los tres solos; Bliss en la única silla y los hombres sentados cada cual en su catre.
- ¿Es de alguna utilidad que permanezcamos más tiempo en este planeta? - preguntó ella.
Trevize se encogió de hombros.
- Nunca hemos hablado de la Tierra en relación con los instrumentos antiguos y tal vez esto podría darnos alguna pista. Y quizá también fuese útil que esperásemos el regreso de la flota pesquera. Los pescadores podrían saber algo que los que se quedan en casa ignoran.
- Muy improbable, creo yo - dijo Bliss -. ¿Estás seguro de que no son los negros ojos de Hiroko los que te retienen?
- No lo entiendo, Bliss - dijo Trevize con impaciencia -. ¿Qué te importa lo que yo haga? ¿por qué pareces atribuirte el derecho a juzgar mi moral?
- No me interesa tu moral. El asunto afecta a nuestra expedición. Tú deseas encontrar la Tierra para convencerte de que estás en lo justo al elegir Galaxia sobre los mundos Aislados. Y yo quiero que lo decidas. Dices que necesitas visitar la Tierra para tomar esa decisión y pareces convencido de que la Tierra gira alrededor de aquella estrella brillante, vayamos, pues, allá. Reconozco que sería útil tener alguna información antes de ir, pero está claro que no la encontraremos aquí. No deseo quedarme por el mero hecho de que a ti te guste Hiroko.
- Tal vez nos marchemos - dijo Trevize -. Deja que lo piense, Y está segura de que Hiroko no influirá en mi decisión.
- Yo creo que deberíamos acercarnos a la Tierra - dijo Pelorat -, aunque sólo fuese para ver si es o no radiactiva. No veo por qué hemos de esperar más tiempo.
- ¿Estás seguro de que no son los ojos negros de Bliss los que te impulsan? - preguntó Trevize, con cierta ironía. Pero enseguida rectificó -: No, lo retiro, Janov. Ha sido una chiquilinada de mi parte. Sin embargo, éste es un mundo encantador, dejando aparte a Hiroko, y debo decir que, en otras circunstancias, me sentiría tentado a quedarme aquí indefinidamente. ¿No crees, B1iss, que Alfa destruye tu teoría sobre los mundos Aislados?
- ¿En que sentido? - pregunto ella.
- Has estado sosteniendo que todo mundo realmente aislado se vuelve peligroso y hostil.
- Incluso Comporellon – dijo Bliss imparcial -, que esta bastante afuera de la corriente principal de actividad galáctica, ya que solamente es, en teoría, una Potencia Asociada a la Federación de la Fundación.
- Pero no Alfa, Este mundo sí que es totalmente aislado, sin embargo, ¿podemos quejarnos de su amabilidad y de su hospitalidad? Nos alimentan, nos visten, nos dan albergue, celebran fiestas en nuestro honor, insisten en que nos quedemos, ¿Qué defectos podemos achacarles?
- Por lo visto, ninguno, Hiroko incluso te da su cuerpo.
- ¿Por qué te preocupas de eso, Bliss – inquirió enojado Trevize – Ella no me dio su cuerpo. Los dos nos dimos nuestros cuerpos mutuamente. Fue una acción reciproca y muy agradable. Y no puedes decir que tu vaciles en dar tu cuerpo si te apetece.
- Por favor, Bliss – dijo Pelorat – Golan tiene toda la razón. No hay motivo para que pongas reparos a sus placeres privados.
- Con tal de que no nos afecten a todos nosotros – insistió terca Bliss.
- No nos afectan. Nos iremos de aquí, te lo aseguro, - prometio Trevize -. La demora para buscar mas información no será larga.
- Sin embargo, yo no confío en los Aislados - dijo Bliss – aunque nos llenen de obsequios.
Trevize levanto los brazos.
- Sientas una conclusión y después retuerces las pruebas para que se adapten a ella. Muy propio de una...
- No lo digas – dijo Bliss – en un tono amenazador – Yo no soy una mujer. Yo soy Gaia. Es Gaia, no yo, quien está inquieta.
- No hay razón para ...
En aquel momento se oyeron unos golpecitos en la puerta. Trevize se interrumpió.
- ¿Qué es eso? - dijo en voz baja.
Bliss se encogió ligeramente de hombros.
- Abre la puerta y lo veras. Eres tu quien dice que este es un mundo amable y que no ofrece peligro.
Sin embargo, Trevize vaciló, hasta que una voz suave les llegó desde el otro lado de la puerta.
- Por favor. ¡Soy yo!
Era la voz de Hiroko. Trevize abrió.
Hiroko entró rápidamente. Tenía húmedas las mejillas.
Cerrad la puerta - jadeó.
- ¿Qué pasa? - preguntó Bliss.
Hiroko se agarró a Trevize.
- No he podido evitar el venir. Lo he intentado, pero me ha sido imposible. Márchate, marchaos todos. Y llevaos a la niña, sin perder un momento. Llevaos la nave lejos..., lejos de Alfa..., mientras aún es de noche.
- Pero, ¿por qué? - preguntó Trevize. .
- Porque si no lo haces, morirás; moriréis todos vosotros.
Los tres forasteros miraron a Hiroko fijamente durante un largo momento.
- ¿Quieres decir que tu gente nos matará? - preguntó Trevize.
Hiroko respondió, mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas.
- Tú estás ya camino de la muerte, respetable Trevize. Y los otros también. Hace mucho tiempo, nuestros sabios inventaron un virus, inofensivo para nosotros, pues estamos inmunizados, pero mortal para los forasteros. - Sacudió el brazo de Trevize -. Tú estás contagiado.
- ¿Cómo?
- Cuando gozamos los dos juntos. Es una de las maneras de contagiar el virus.
- Pero me encuentro muy bien - dijo Trevize.
- El virus es inactivo todavía. Se activará cuando la flota pesquera regrese. Según nuestras leyes, la decisión corresponde a todos, incluso a los hombres. Pero seguro que decidirán que debemos hacerlo, y os retendremos aquí hasta que llegue el momento, dentro de dos mañanas. Marchaos mientras es de noche todavía y nadie sospecha nada.
- ¿ Por qué hacéis esto? - preguntó vivamente Bliss.
- Por nuestra seguridad. Somos pocos y poseemos mucho. No queremos que los forasteros nos invadan. Si uno viene y después cuenta por ahí lo que ha visto, vendrán otros. Por eso, cuando una nave llega, de tarde en tarde, debemos aseguramos de que no se marche.
- Entonces - dijo Trevize -, ¿por qué nos avisas a nosotros?
- No me preguntes la razón... Pero si, te la diré, ya que vuelvo a oír aquello. Escuchad...
Pudieron oír que Fallom tocaba suavemente, con infinita dulzura, en la habitación contigua.
- No puedo consentir la destrucción de esa música, pues la niña moriría también.
- ¿Fue por esto que diste la flauta a Fallom? - inquirió Trevize con severidad -. ¿Porque sabías que la recobrarías cuando ella hubiese muerto?
Hiroko pareció horrorizada.
- No, no lo pensé. Y cuando al fin lo hice, comprendí que estaba mal. Marchaos con la niña, y que ella se lleve la flauta que nunca volveré a ver. Tú estarás a salvo en el espacio, y el virus que hay en tu cuerpo, al no ser activado, morirá al cabo de un tiempo. Sólo os pido, a cambio, que ninguno de vosotros habléis jamás de este mundo, para que nadie más se entere de su existencia.
- No hablaremos de él - prometió Trevize.
Hiroko levantó la cabeza y dijo, bajando la voz:
- ¿No puedo besarte una vez antes de que te marches?
- No - dijo Trevize -. Me has contagiado una vez y creo que ya es bastante. - Después, suavizando un poco la voz añadió -: No llores.
La gente te preguntaría por qué lo haces y no podrías responder. Te perdono lo que me has hecho, en vista de que ahora te esfuerzas en salvarnos.
Hiroko se irguió, se enjugó cuidadosamente lar mejillas con el dorso de las manos y respiró hondo.
- Gracias por esto - dijo, saliendo después rápidamente.
- Apagaremos la luz, esperaremos un rato y después nos marcharemos - urgió Trevize -. Bliss, dile a Fallom que deje de tocar su instrumento. Acuérdate de que se lleve la flauta, desde luego. Nos dirigiremos a la nave, si podemos encontrarla en la oscuridad.
- Yo la encontraré - dijo Bliss -. Hay ropa mía a bordo y, aunque en ínfima proporción, también ella es Gaia. Gaia no tendrá dificultad en encontrar a Gaia.
Y pasó a su habitación para recoger a Fallom
- ¿Crees que habrán averiado nuestra nave para impedir que salgamos del planeta? - preguntó Pelorat.
- Carecen de tecnología para ello - dijo, hosco, Trevize.
Cuando Bliss salió de la habitación llevando a Fallom de la mano, Trevize apagó las luces.
Permanecieron sentados en silencio en la oscuridad durante lo que les pareció la mitad de la noche aunque quizá no hubiese transcurrido más que media hora. Entonces, Trevize abrió la puerta, poco a poco y sin ruido. El cielo parecía un poco más nublado, pero brillaban estrellas aún. En lo alto estaba Casiopea, con lo que podía ser el Sol de la Tierra resplandeciendo en su punta inferior. El aire permanecía en calma y no se oía ningún ruido.
Trevize salió cauteloso e hizo señas a los otros para que lo siguiesen. Casi sin pensarlo, llevó una mano a la culata de su látigo neurónico. Estaba seguro de que no tendría que usarlo, pero...
Bliss se puso en cabeza, asiendo a Pelorat de la mano, el cual asía a su vez la de Trevize. Bliss llevaba a Fallom de la otra mano, y ésta llevaba la flauta en la que tenía libre. Tanteando el suelo con los pies en aquella oscuridad casi total, Bliss guió a los otros hacia la Far Star, cuya situación le era débilmente indicada por su ropa.
Séptima parte
La Tierra
XIX. ¿RADIACTIVA?
La Far Star despegó en silencio, elevándose en la atmósfera, dejando abajo la oscura isla. Los pocos puntos de luz que había debajo de ellos perdieron intensidad y se desvanecieron. Al hacerse la atmósfera más tenue con la altura, la nave aumentó su velocidad, y los puntos de luz que había en el cielo se hicieron más numerosos y brillantes.
Cuando miraron el planeta Alfa al cabo de un rato, sólo vieron como una media luna iluminada y cubierta, en gran parte, por las nubes.
- Supongo que no tienen una tecnología espacial activa - dijo Pelorat -. No pueden seguimos.
- No creo que esto me anime mucho - repuso Trevize, hosco el semblante y con voz afligida - Estoy contagiado.
- Pero el virus es inactivo - dijo Bliss.
- Sin embargo, puede ser activado. Ellos tienen un método. ¿Cuál será?
Bliss se encogió de hombros.
- Hiroko dijo que el virus, permaneciendo inactivo, acabaría muriendo en un cuerpo inadaptado a él..., un cuerpo como el tuyo.
- ¿Sí? - dijo furiosamente Trevize -. ¿Cómo lo sabía? Y a propósito, ¿cómo sé yo que la declaración de Hiroko no fue una mentira para consolarse ella misma? ¿Y no es posible que el método de activación, sea cual fuere, se produzca de un modo natural? Por un producto químico particular, por un tipo de radiación, por..., ¿quién sabe qué? Puedo enfermar de pronto y, en tal caso, vosotros tres moriréis también. O si ocurre algo de eso después de que hayamos llegado a un mundo poblado, podemos dar origen a una temible pandemia que los refugiados llevarían a otros mundos. - Miró a Bliss -. ¿Puedes hacer algo a ese respecto?
Bliss movió la cabeza lentamente.
- No es fácil. Hay parásitos integrados en Gaia: microorganismos, gusanos. Son una parte benigna del equilibrio ecológico. Viven y contribuyen a la conciencia del mundo, pero nunca proliferan en exceso. Viven sin causar daños importantes. Lo malo es, Trevize, que el virus que te afecta a ti no forma parte de Gaia.
- Has dicho «no es fácil» - murmuró Trevize, arrugando la frente -. Dadas las circunstancias, ¿podrías tomarte el trabajo, aunque te resulte difícil, de localizar el virus que llevo dentro y destruirlo? Y si eso no es posible, ¿puedes, al menos, fortalecer mis defensas?
- ¿Te das cuenta de lo que me pides, Trevize? Yo no conozco la flora microscópica de tu cuerpo. No me sería fácil distinguir un virus en las células de tu cuerpo de los genes normales que habitan en ellas. Y todavía me resultaría más difícil distinguir entre los virus a que tu cuerpo está acostumbrado de aquellos que Hiroko te contagió. Lo intentaré, Trevize, pero requerirá tiempo y quizá no lo consiga.
- Tómate todo el tiempo necesario - dijo Trevize -, pero inténtalo.
- Lo haré - prometió Bliss.
- Si Hiroko dijo la verdad - murmuró Pelorat -, quizá seas capaz de descubrir virus que parezcan estar perdiendo ya vitalidad y acelerar su muerte.
- Podría hacerlo - dijo Bliss -. Es una buena idea.
- ¿No flaquearás? - inquirió Trevize -. Tendrás que destruir unas pequeñas vidas preciosas cuando mates esos virus, ¿sabes?
- Quieres mostrarte sarcástico, Trevize - dijo fríamente Bliss -, pero, con sarcasmo o sin él, estás planteando una verdadera dificultad. Sin embargo, no puedo dejar de preferirte a los virus. Los mataré si puedo, no temas. A fin de cuentas, aunque no te prefiriese a ti - y su boca se contrajo como si reprimiese una sonrisa -, Pelorat y Fallom están en peligro también, y tal vez confíes más en lo que siento por ellos que en lo que siento por ti. Y no olvides que también yo como peligro.
- No tengo fe en tu amor por ti misma - murmuró Trevize -. Estás dispuesta siempre a entregar tu vida por un motivo altruista. Pero aceptaré tu interés por Pelorat. - Después dijo -: No oigo la flauta de Fallom. ¿Se encuentra mal?
- No - repuso Bliss -. Está durmiendo. Un sueño perfectamente natural en el que nada tengo que ver. Y sugiero que, cuando hayas preparado el Salto a la estrella que creemos que es el sol de la Tierra, nosotros hagamos lo mismo. Yo me estoy cayendo de sueño y supongo que tú también, Trevize.
- Sí. ¿Sabes una cosa, Bliss? Tenias razón.
- ¿ En qué, Trevize?
- En lo de los Aislados. La Nueva Tierra no es un paraíso, por mucho que lo parezca. Aquella hospitalidad, todas esas pruebas de amistad, eran para que nos confiásemos, a fin de poder contagiar a uno de nosotros con facilidad. Y las fiestas que celebraron después en nuestro honor iban encaminadas a retenernos allí hasta que regresase la flota pesquera y pudiese realizarse la activación. Así habría acabado todo, de no haber sido por Fallom y su música. Es posible que también en eso tengas razón.
- ¿En lo tocante a Fallom?
- Sí. Yo no quería llevarla y nunca me encontré a gusto con ella a bordo. Gracias a ti, Bliss, la tenemos con nosotros, y fue ella quien, sin saberlo, nos salvó. Aunque, sin embargo...
- Y sin embargo, ¿qué?
- A pesar de todo, todavía me inquieta la presencia de Fallom. No sé por qué.
- Por si hace que te sientas mejor, Trevize, debo decirte que no creo que debamos otorgar todo el mérito a la niña. Hiroko aprovechó la música de Fallom como excusa para cometer lo que los otros alfanos considerarían, con toda seguridad, un acto de traición. Incluso es posible que ella lo creyese también, pero había algo más en su mente, algo que tal vez le avergonzaba que aflorase a su consciente. Tengo la impresión de que sentía afecto por ti y no quería verte morir, con independencia de Fallom y de su música.
- ¿De veras lo crees así? - preguntó Trevize, sonriendo ligeramente por primera vez desde que habían salido de Alfa.
- Creo que sí. Debes tener cierta pericia en tu trato con las mujeres, persuadiste a la ministra Lizalor de que nos dejase embarcar y salir de Comporellon e influiste en Hiroko para que salvase nuestras vidas. Cada uno debe recibir el crédito que se merece.
Trevize sonrió más ampliamente.
- Bueno, si tú lo dices... Vayamos, pues; a la Tierra.
Desapareció en la cabina-piloto con un movimiento casi jactancioso.
Pelorat, que se había quedado atrás, dijo:
- A fin de cuentas, lo has amansado, ¿verdad, Bliss?
- No, Pelorat; nunca he tocado su mente.
- Lo has hecho cuando has halagado su vanidad de varón con tanto descaro.
- Indirectamente - dijo sonriendo Bliss.
- Aun así, te doy las gracias.
Después del Salto, la estrella que podía ser el sol de la Tierra estaba todavía a un décimo de pársec de distancia. Era, con mucho, el cuerpo más brillante del cielo, pero todavía seguía siendo sólo una estrella.
Trevize filtró la luz para verla mejor, y la estudió frunciendo el ceño.
- Parece indudable – dijo - que es la gemela virtual de Alfa, la estrella alrededor de la cual gira la Nueva Tierra. Sin embargo, Alfa está en el mapa del ordenador y esta estrella no aparece en él. No sabemos su nombre, no conocemos sus estadísticas, carecemos de toda información concerniente a su sistema planetario si es que lo tiene.
- ¿No era eso lo que debíamos esperar, si la Tierra gira alrededor de ese sol? - dijo Pelorat -. Esta falta de información concordaría con el hecho de que toda información sobre la Tierra parece haber sido eliminada.
- Sí, pero también significaría que es un mundo Espacial que no fue incluido en la lista de la pared de aquel edificio de Melpomenia. No podemos estar seguros del todo de que aquella lista fuese completa.
O podría ser que esta estrella no tuviese planetas y que, por consiguiente, se hubiese creído que no merecía la pena incluirla en un mapa de ordenador empleado, sobre todo, con fines militares y comerciales. ¿Hay alguna leyenda, Janov, según la cual el sol de la Tierra esté a un pársec, más ó menos, de una estrella gemela?
Pelorat sacudió la cabeza.
- Lo siento, Golan, pero no recuerdo ninguna en ese sentido. Aunque pueda haberla, pues mi memoria no es infalible. La buscaré.
- No es importante. ¿Se da algún nombre al sol de la Tierra?
- Se le dan varios nombres diferentes. Me imagino que debe haber uno en cada idioma.
- Siempre me olvido de que había muchos idiomas en la Tierra.
- Debió de haberlos. Es lo único que da sentido a muchas de las leyendas.
- Entonces, ¿qué hacemos? - dijo Trevize con mal humor -. No podemos saber nada del sistema planetario desde lejos; tenemos que acercarnos. Quisiera ser prudente, pero a veces la precaución es excesiva e ilógica, y no veo indicios de un posible peligro. Probablemente, lo que es bastante poderoso para borrar de la galaxia toda información sobre la Tierra, debería serlo también para borrarnos a nosotros, incluso a esta distancia, si quisiera de veras que no fuese localizada; sin embargo, nada nos ha ocurrido. No sería racional quedarnos aquí eternamente, sólo por la mera posibilidad de que pueda ocurrirnos algo si nos acercamos más, ¿no crees?
- Esto me da a entender - dijo Bliss - que el ordenador no detecta nada que deba ser interpretado como peligroso.
- Cuando digo que no veo indicios de peligro, es porque confío en el ordenador. Desde luego, no puedo ver nada a simple vista. Ni lo esperaría tampoco.
- Entonces, deduzco que sólo estás buscando un apoyo para tomar lo que consideras una decisión arriesgada. Está bien, cuenta conmigo. No hemos llegado tan lejos para volvernos atrás sin un motivo sólido, ¿verdad?
- No - dijo Trevize -. ¿Qué opinas tú, Pelorat?
- Estoy dispuesto a seguir adelante - respondió Pelorat -, aunque sólo sea por curiosidad. Me resultaría insoportable volver sin saber si hemos encontrado la Tierra.
- Entonces - dijo Trevize -, todos estamos de acuerdo.
- No todos - observó Pelorat -. Queda Fallom.
Trevize pareció asombrado.
- ¿Sugieres que consultemos a la niña? ¿Qué puede valer su opinión, suponiendo que la tenga? Además, lo único que ella querría sería volver a su mundo.
- ¿Vas a censurada por eso? - dijo Bliss acaloradamente.
Y como el tema de su discusión era Fallom, Trevize se dio cuenta de que ella estaba tocando la flauta y de que aquello parecía un ritmo marcial bastante excitante.
- Escuchadla – dijo -. ¿Dónde habrá aprendido un ritmo marcial?
- Tal vez Jemby tocaba marchas para ella con la flauta.
Trevize sacudió la cabeza.
- Lo dudo. Yo diría que más debió tocar piezas de baile..., o canciones de cuna. Mirad lo que os digo. Fallom me inquieta. Aprende demasiado aprisa.
- Yo la ayudo - dijo Bliss -. No lo olvides. Y ella es muy inteligente. Y ha sido muy estimulada desde que está con nosotros. Nuevas sensaciones han invadido su mente, Ha visto el espacio, mundos diferentes, mucha gente, y todo por primera vez.
La música de Fallom se hizo más furiosa, mucho más bárbara.
Trevize suspiró.
- Bueno – dijo -, está aquí e interpreta una música que parece rebosar optimismo, afán de aventuras. Lo interpreto como un voto a favor de que nos acerquemos más. Pero hagámoslo con prudencia y comprobemos el sistema planetario de este sol.
- Si es que lo tiene - le recordó Bliss.
Trevize sonrió débilmente.
- Hay un sistema planetario. Apuesto lo que quieras. Fija tú la suma.
- Has perdido - dijo, ensimismado, Trevize -. ¿Qué suma decidiste apostar?
- Ninguna. No acepté la apuesta - dijo Bliss.
- Lo mismo da. Sin embargo, me habría gustado embolsarme algún dinero.
Estaba a unos diez mil millones de kilómetros del Sol. Éste parecía una estrella todavía, pero era casi 1/4.000 tan brillante como lo habría sido un sol corriente visto desde la superficie de un planeta habitable.
- Ahora mismo podemos ver dos planetas, al ser ampliada la panorámica - dijo Trevize -. Por las medidas de sus diámetros y por el espectro de la luz reflejada, podemos afirmar que son gigantes gaseosos.
La nave se encontraba fuera del plano planetario, y Bliss y Pelorat, que miraban la pantalla por encima del hombro de Trevize, vieron dos medias lunas de una luz verdosa. La más pequeña estaba en una fase ligeramente más creciente que la otra.
- ¡Janov! - dijo Trevize -. ¿ Es verdad que se supone que el sol de la Tierra tiene cuatro gigantes gaseosos?
- Según las leyendas, sí - respondió Pelorat.
- El más próximo al sol es el más grande, y el segundo tiene anillos, ¿verdad?
- Grandes anillos salientes, Golan. Sí. De todos modos, tienes que contar con las exageraciones inherentes a la repetición de las leyendas. Si no encontrásemos un planeta con un sistema extraordinario de anillos, no por ello deberíamos pensar necesariamente que ésta no es la estrella de la Tierra.
»Pero los dos que vemos podrían ser los más lejanos, y los dos más próximos podrían estar al otro lado del sol, demasiado lejos para ser localizados con facilidad sobre el telón de fondo estrellado. Tendremos que acercarnos más..., y pasar al otro lado del sol.
- ¿Será posible hacerlo en presencia de la masa próxima de la estrella?
- Estoy seguro de que, tomando las debidas precauciones, el ordenador puede hacerlo. Si considera que el peligro es demasiado grande, se negará a llevarnos, y entonces avanzaremos más despacio y con mayor cuidado.
Su mente dirigía el ordenador, y el campo estrellado de la pantalla cambió. La estrella brilló con más fuerza y, al buscar el ordenador, siguiendo instrucciones, salió en la pantalla otro gigante gaseoso del cielo.
Y lo encontró.
Los tres observadores se pusieron en tensión y miraron fijamente, mientras la mente de Trevize, casi estupefacta, mandaba al ordenador que ampliase la imagen.
- Increíble - farfulló Bliss.
Delante tenían un gigante gaseoso, desde un ángulo en que podían verlo casi totalmente iluminado por el sol. A su alrededor, un ancho y brillante anillo de materia se desplegaba, inclinado de manera que captaba la luz del sol en el lado que ellos estaban mirando. Era más brillante que el planeta propiamente dicho, y a lo largo de él, a una tercera parte de la distancia hasta el planeta, había una estrecha línea divisoria.
Trevize ordenó la máxima ampliación, y el anillo se convirtió en varios más delgados estrechos y concéntricos, que brillaban bajo la luz del sol. Sólo una parte del sistema anular resultaba visible en la pantalla, y el propio planeta había salido de ésta. Otra orden de Trevize hizo que un ángulo de la pantalla se independizase del resto y mostrase una imagen reducida del planeta, con sus anillos menos ampliados.
- ¿Es corriente eso? - preguntó Bliss atónita.
- No - respondió Trevize -. Casi todos los gigantes gaseosos tienen anillos de materias sobrantes, mas suelen ser pálidos y estrechos. Una vez vi uno cuyos anillos eran estrechos, pero brillantes. Sin embargo, jamás he visto nada como esto, ni he oído hablar de ello.
- En verdad se trata del gigante con anillos del cual hablan las leyendas - dijo Pelorat -. Si es realmente único...
- Realmente único - le interrumpió Trevize -, por lo que sabemos o por lo que el ordenador nos indica.
- Entonces, éste debe ser el sistema planetario del que la Tierra forma parte. Nadie podría inventarse un planeta semejante. Alguien tuvo que verlo para poder describirlo.
- Ahora estoy dispuesto a creer todo lo que dicen tus leyendas – dijo Trevize -. Si éste es el sexto planeta, ¿será la Tierra el tercero?
- Exacto, Golan.
- Entonces yo diría que estamos a menos de mil quinientos millones de kilómetros de la. Tierra, y nadie nos ha detenido. Gaia nos detuvo cuando nos acercamos a ella.
- Estabas más cerca de Gaia cuando te detuvieron - dijo Bliss.
- Sí pero yo considero que la Tierra es más poderosa que Gaia, y creo que esto es una buena señal. Si no somos detenidos, quizá signifique que la Tierra no se opone a nuestra llegada.
- O que la Tierra no existe - dijo Bliss.
- ¿Quieres apostar algo esta vez? - preguntó Trevize con acritud.
- Lo que creo que Bliss quiere decir - terció Pelorat - es que la Tierra puede ser radiactiva, como todos parecen pensar, y que nadie nos detiene porque no hay vida en ella.
- No - repuso Trevize enérgicamente -. Estoy dispuesto a creer cualquier cosa que se diga de la Tierra, menos eso. Nos acercaremos lo bastante para verla. Y tengo la impresión de que nadie nos lo impedirá.
Los gigantes gaseosos quedaron muy atrás. Un cinturón de asteroides se hallaba en el lado interior del gigante gaseoso más próximo al sol. Era el más grande y con más masa de todos ellos, tal como las leyendas contaban.
Dentro del cinturón de asteroides había cuatro planetas.
Trevize los estudió con atención.
- El tercero es el más grande. Tiene las dimensiones adecuadas y está a la distancia precisa del sol. Podría ser habitable.
Pelorat captó lo que parecía un tono de incertidumbre en las palabras de Trevize.
- ¿Tiene atmósfera? - preguntó.
- ¡Oh, sí! - respondió Trevize -. El segundo, el tercero y el cuarto planetas tienen atmósfera. Y, como en el viejo cuento infantil, la del segundo es demasiado densa, la del cuarto no lo bastante densa, pero la del tercero está en el justo término medio.
- Entonces, ¿crees que puede ser la Tierra?
- ¿Creerlo? - preguntó Trevize, casi con indignación -. No tengo que creer nada. Es la Tierra. Tiene el satélite gigante que tú decías.
- ¿Lo tiene? - dijo Pelorat, y en su semblante se pintó la más amplia sonrisa que Trevize jamás había visto en él.
- Desde luego. Míralo aquí, ampliado al máximo.
Pelorat vio dos medias lunas, una de ellas mucho más grande y brillante que la otra.
- La más pequeña, ¿es su satélite? - preguntó.
- Sí. Está bastante más lejos del planeta de lo que cabría esperar, pero no hay duda de que gira alrededor de él. Tiene el tamaño de un pequeño planeta; en realidad, es más pequeño que cualquiera de los cuatro planetas interiores que giran alrededor del sol. Sin embargo, tiene demasiada masa para ser un satélite. Su diámetro es de dos mil kilómetros al menos o sea un tamaño parecido al de los grandes satélites que giran alrededor de los gigantes gaseosos.
- ¿No es mayor? - dijo Pelorat, que pareció contrariado -. Entonces, ¿no es un satélite gigante?.
- Claro que si, un satélite con un diámetro de dos a tres mil kilómetros y que gira alrededor de un enorme gigante gaseoso es una cosa. Ese mismo satélite, girando alrededor te un pequeño y rocoso planeta habitable, es otra completamente distinta. Ese satélite tiene un diámetro equivalente a más de un cuarto del de la Tierra. ¿Cuándo oíste hablar de semejante proporción en el caso de un planeta habitable?
- Yo se muy poco de esas cosas – expuso Pelorat con timidez.
- Entonces, acepta mis palabras – dijo Trevize – Se trata de un caso único. Estamos viendo algo que es prácticamente un planeta doble, y hay pocos planetas habitables que tengan algo mas que unos guijarros girando en órbita a su alrededor. Si consideras, Janov, que el gigante gaseoso con su enorme sistema de anillos se halla en sexto lugar, y que este planeta con su enorme satélite se encuentra en el tercero, de acuerdo con lo que dicen sus leyendas y que nos parecía inverosímil antes de que lo viésemos, entonces, el mundo que estás mirando tiene que ser la Tierra. No puede ser otra cosa. La hemos encontrado, Janov, la hemos encontrado.
Hacia dos días que avanzaban lentamente en dirección a la Tierra, y
Bliss bostezó mientras comían.
- Me parece que hemos pasado mucho tiempo acercándonos y alejándonos de planetas. En realidad hemos invertido semanas en ello.
- Eso se debe en parte – dijo Trevize – a que los saltos son demasiado peligrosos si se dan demasiado cerca de una estrella. Y en este caso, avanzamos con mucha lentitud porque no quiero exponerme a posibles peligros.
- Me parece que dijiste que tenías la impresión de que no seriamos detenidos.
- Y lo repito, pero no quiero apostarlo todo a una impresión – Trevize miro el contenido de su cuchara antes de llevársela a la boca y dijo: - ¿Sabéis una cosa? Añoro el pescado que nos dieron en Alfa.
Solo comimos allí tres veces.
- Una lástima - convino Pelorat
- Bueno – dijo Bliss - Visitamos cinco mundos y tuvimos que salir con tanta precipitación de cada uno de ellos que no nos dio tiempo de abastecer nuestra despensa con alimentos variados. Incluso cuando los mundos podían ofrecernos comestibles, como Comporellon y Alfa, y quizás en...
No terminó la frase, pues Fallom levantó rápidamente la cabeza y la concluyó por ella.
- ¿Solaria? ¿No pudisteis conseguir comida allí? La hay en abundancia. Tanto como en Alfa. Y de mejor calidad.
- Lo sé, Fallom - dijo Bliss -. Pero no tuvimos tiempo.
Fallom la miró con aire solemne.
- ¿Volveré a ver a Jemby, Bliss? Dime la verdad.
- Es posible, si volvemos a Solaria - respondió ella.
- ¿Lo haremos algún día?
Bliss vaciló.
- No lo sé.
- Ahora vamos a la Tierra, ¿verdad? ¿No es ése el planeta del que decís que todos procedemos?
- Donde tuvieron su origen nuestros antecesores - dijo Bliss.
- Ya sé decir «antepasados» - se encrespó Fallom.
- Sí, vamos a la Tierra.
- ¿Por qué?
- ¿Acaso no desearía cualquiera ver el mundo de sus antepasados? - dijo Bliss como sin concederle importancia.
- Creo que hay algo más. Todos parecéis muy preocupados.
- Es que nunca hemos estado allí. No sabemos lo que nos espera.
- Creo que todavía hay más.
Bliss sonrió.
- Ya has terminado de comer, querida Fallom; por consiguiente, ¿por qué no vas a la habitación y nos ofreces un pequeño concierto de flauta? Cada día la tocas mejor. Vamos, vamos.
Dio una palmada en el trasero a Fallom para que se diese prisa, y ésta salió, pero volviéndose antes para dirigir una profunda mirada a Trevize.
Él la siguió con la vista en la que reflejó un claro disgusto.
- ¿Lee esa cosa las mentes?
- No la llames «cosa», Trevize - dijo vivamente Bliss.
- ¿Lee las mentes? Tu deberías saberlo.
- No, no lo hace. Ni puede hacerlo Gaia, y tampoco los de la Segunda Fundación. Leer las mentes como quien oye una conversación o percibe ideas exactas es algo que no puede hacerse ahora, ni se hará en un futuro previsible. Podemos detectar, interpretar y, hasta cierto punto, manipular las emociones, pero esto es algo muy distinto.
- ¿Cómo sabes que ella no es capaz de hacer lo que se supone no puede hacerse?
- Porque, como tú acabas de decir, yo debería saberlo.
- Tal vez te está manipulando para que sigas ignorando el hecho de que sí es capaz de hacerlo.
Bliss puso los ojos en blanco.
- Sé razonable, Trevize. Aunque ella tuviese facultades extraordinarias, no podría hacer nada conmigo, porque yo no soy Bliss, soy Gaia. Siempre lo olvidas. ¿Tienes idea de la inercia mental que representa todo un planeta? ¿Crees que un Aislado, por inteligente que sea, puede superarla?
- Tú no lo sabes todo, Bliss; por consiguiente, no te confíes demasiado - dijo hoscamente Trevize -. Esa co..., ella lleva poco tiempo con nosotros. Durante este período, yo sólo habría podido aprender los rudimentos de un idioma; ella, sin embargo, habla el galáctico a la perfección y posee un vocabulario virtualmente completo. Sí, ya sé que tú la has ayudado; pero quisiera que dejases de hacerlo.
- Te dije que la ayudaba, pero también te comenté que tiene una inteligencia extraordinaria. Lo suficientemente importante como para que yo desee que llegue a formar parte de Gaia. Si pudiésemos llevarla allí, si todavía fuese lo bastante joven, aprenderíamos mucho sobre los solarianos para poder absorber, en definitiva, todo su mundo. Nos resultaría muy útil.
- ¿Has pensado que los solarianos son Aislados patológicos, incluso según mi criterio?
- No lo serían si formasen parte de Gaia.
- Creo que te equivocas, Bliss. Me parece que esa criatura solariana es peligrosa y deberíamos librarnos de ella.
- ¿Cómo? ¿Arrojándola por la portezuela? ¿Matándola, troceándola e incorporándola a nuestra despensa?
- ¡Oh, Bliss! - exclamó Pelorat.
- Eso es repugnante y completamente inoportuno - dijo Trevize. Después, escuchó un momento. La flauta sonaba sin un fallo ni la menor vacilación, y ellos habían estado hablando en voz baja -. Cuando todo esto termine, tenemos que devolverla a Solaria y asegurarnos de que aquel mundo permanezca separado de Galaxia para siempre. Mi propia impresión es que el planeta debería ser destruido. Desconfío de él y lo temo.
Bliss estuvo pensativa durante un rato.
- Trevize – dijo -, sé que tienes el don de tomar la decisión acertada, pero también sé que Fallom te ha resultado antipática desde el primer momento. Sospecho que esto pueda deberse a que te viste humillado en Solaria y, de resultas de ello, concebiste un odio violento contra el planeta y sus moradores. Como no debo jugar con tu mente, no puedo estar seguro de ello. Por favor, recuerda que si no hubiésemos traído a Fallom con nosotros, ahora estaríamos en Alfa..., muertos y, según presumo, enterrados.
- Ya lo sé, Bliss, pero aun así.
- Y su inteligencia tiene que ser admirada, no envidiada.
- Yo no la envidio. La temo.
- ¿Su inteligencia?
Trevize se humedeció los labios, reflexivamente.
- No, no es eso.
- Entonces, ¿qué?
- No tengo idea. Si supiese lo que temo, Bliss, tal vez no me sentiría así. Es algo que no acabo de comprender. - Bajó la voz, como si hablase consigo mismo -. La galaxia parece estar llena de cosas que no comprendo. ¿Por qué escogí Gaia? ¿Por qué tengo que encontrar la Tierra? ¿Falta un eslabón en la psicohistoria? De ser así, ¿cuál? Y por encima de todo, ¿por qué me inquieta Fallom?
- Por desgracia - repuso Bliss -, no puedo contestar esas preguntas.
- Se levantó y salió de la habitación.
Pelorat la siguió con la mirada.
- Seguramente, el panorama no es tan negro, Golan – dijo -. Estamos acercándonos a la Tierra. Cuando lleguemos a ella, tal vez todos los misterios se resuelvan. Y hasta ahora nada parece querer impedir nuestra llegada.
Trevize miró a Pelorat.
- Quisiera que algo la impidiese - murmuró en voz baja.
- ¿De veras? - preguntó Pelorat -. ¿Por qué habrías de quererlo?
- Con franqueza, me gustaría ver algún signo de vida.
Pelorat abrió mucho los ojos.
- ¿Has descubierto que la Tierra es radiactiva a fin de cuentas?
- No. Pero está caliente. Mucho más de lo que yo esperaba.
- ¿Y eso es malo?
- No necesariamente. El calor puede ser excesivo, pero esto no la hace inhabitable. La gruesa capa de nubes es de vapor de agua; esas nubes, junto con el agua copiosa del océano, podrían hacer posible la vida a pesar de la temperatura que hemos calculado gracias a la emisión de microondas. Todavía no puedo estar seguro. Pero...
- ¿Qué Golan?
- Bueno, si la Tierra fuese radiactiva, eso explicaría que hiciese más calor de lo esperado en ella.
- Pero el argumento no puede invertirse, ¿verdad? Si hace en ella más calor de lo esperado, no significa que deba ser radiactiva.
- No. Tienes razón. - Trevize sonrió forzadamente -. Es inútil que demos vueltas al problema. Dentro de un día o dos, podré decir algo más acerca de todo esto y lo sabremos con seguridad.
Fallom se hallaba sentada en la litera, sumida en hondos pensamientos, cuando Bliss entró en la habitación. Fallom la miró un instante y bajó la mirada de nuevo.
-¿Qué te pasa, Fallom? - preguntó Bliss a media voz.
- ¿Por qué me tiene Trevize tanta antipatía, Bliss?
- ¿Por qué piensas eso?
- Me mira con impaciencia... ¿Es ésta la palabra?
- Puede serlo.
- Me mira con impaciencia cuando estoy cerca de él. Siempre pone mala cara.
- Son tiempos difíciles para Trevize, Fallom.
- ¿Porque está buscando la Tierra?
- Sí.
Fallom pensó durante un rato.
- Sobre todo se impacienta cuando muevo algo con el pensamiento - dijo al cabo de unos instantes.
Bliss apretó los labios.
- Bueno, Fallom, ¿no te dije que no debías hacerlo, y en especial en presencia de Trevize?
- Fue ayer, en esta habitación; él se hallaba en la puerta y yo no me había dado cuenta. No sabía que me estaba mirando. De todos modos, sólo intentaba que uno de los libros de películas de Pel se mantuviese sobre una punta. No hacía ningún daño.
- Pero eso le pone nervioso, Fallom, y no quiero que lo hagas, tanto si él está presente como si no.
- ¿Se pone nervioso porque él es incapaz de hacerlo?
- Tal vez.
- ¿Puedes hacerlo tú?
Bliss sacudió lentamente la cabeza.
- No.
- Pero tú no te pones nerviosa cuando yo lo hago. Y tampoco le ocurre a Pel.
- Todas las personas no son iguales.
- Lo sé - dijo Fallom, con una súbita dureza que sorprendió a Bliss y le hizo fruncir el ceño.
- ¿Qué es lo que sabes, Fallom?
- Que yo soy diferente.
- Desde luego, acabo de decírtelo. Todas las personas no son iguales.
- Mi cuerpo es distinto. Y puedo . mover cosas.
- Tienes razón.
- Yo debo mover cosas - dijo Fallom con una sombra de rebeldía -.
Trevize no debería enfadarse conmigo por eso, y tú no tendrías que prohibírmelo.
- Pero, ¿por qué debes mover cosas?
- Es una práctica, Un excecisio. ¿Se dice así?
- No del todo. Ejercicio.
- Sí, Jemby decía siempre que yo debía adiestrar mis..., mis...
- ¿Lóbulos transductores?
- Sí, Y fortalecerlos. Así, cuando sea mayor, daré energía a todos los robots. Incluso a Jemby.
- Fallom, ¿quién daba energía a todos los robots, si no lo hacías tú?
- Bander - respondió ella con toda naturalidad.
- ¿Conocías a Bander?
- Claro. Lo vi muchas veces. Yo había de ser el próximo jefe de la finca. La finca Bander se convertiría en la finca Fallom. Así me lo dijo Jemby.
- ¿Quieres decir que Bander iba a tu...?
La impresión hizo que la boca de Fallom se abriese en una O perfecta. Luego, habló con voz entrecortada:
- Bander nunca venía a.., - La criatura se quedó sin aliento y jadeó un poco. Después dijo - : Yo veía la imagen de Bander.
- ¿Cómo te trataba Bander? - preguntó Bliss con una cierta vacilación.
Fallom la miró, ligeramente confusa.
- Bander me preguntaba si necesitaba algo, si estaba cómoda. Pero Jemby permanecía cerca de mí a todas horas, de modo que nunca necesitaba nada y siempre me sentía cómoda.
Agachó la cabeza y miró el suelo fijamente, Después, se tapó los ojos, con las manos.
- Pero Jemby se quedó parado, Creo que fue porque Bander... se paró también.
- ¿Por qué dices eso? - preguntó Bliss.
- He estado pensando en ello, Bander daba energía a todos los robots, Si Jemby se paró, y con él todos los demás, debió ser porque Bander se detuvo. ¿No es así?
Bliss no respondió.
- Pero cuando me llevéis de nuevo a Salaria - prosiguió Fallom -, yo daré energía a Jemby y a todos los demás robots, y volveré a ser feliz.
Estaba sollozando.
- ¿No eres feliz con nosotros, Fallom? ¿Al menos un poco? ¿Alguna vez?
Fallom levantó la cara surcada de lágrimas y le tembló la voz cuando sacudió la cabeza y respondió:
- Quiero a Jemby.
Bliss, angustiada y compasiva, abrazó a la criatura.
- ¡Oh, Fallom, cuánto me gustaría que pudieses reunirte de nuevo con Jemby!
De pronto, se dio cuenta de que también ella estaba llorando.
Pelorat entró y, al encontrarlas en aquella actitud, se detuvo en seco.
- ¿Qué sucede?
Bliss se desprendió del abrazo de Fallom y buscó un pañolito para enjugarse los ojos. Después, movió la cabeza.
- Pero, ¿qué sucede? - repitió Pelorat con expresión preocupada.
- Descansa un poco, Fallom - dijo Bliss -. Ya pensaré algo para que te sientas mejor. Recuerda que... te quiero tanto como Jemby.
Agarró a Pelorat de un codo y lo arrastró consigo al cuarto de estar mientras decía:
- No es nada, Pel. Nada.
- Se trata de Fallom, ¿verdad? Todavía añora a Jemby.
- Terriblemente. Y nada podemos hacer para remediarlo. Yo puedo decirle que la quiero..., y es verdad. ¿Cómo se puede dejar de querer a una criatura tan inteligente y amable? Porque es terriblemente inteligente. Trevize piensa que demasiado. Ella vio a Bander, ¿sabes?, o mejor dicho, vio su imagen ológrafa. Sin embargo, su recuerdo no la conmueve; es muy fría a ese respecto, y yo comprendo la razón. Lo único que les unía era el hecho de que Bander fuese el dueño de la finca y Fallom le sucedería. No había ninguna otra relación.
- ¿Comprende Fallom que Bander era su padre?
- Su madre. Si hemos convenido en que Fallom debe ser considerada femenina, también debe serlo Bander.
- Sea como fuere, querida Bliss, ¿es Fallom consciente de esa relación de parentesco?
- No sé si comprendería lo que significa. Desde luego, puede que lo sepa, pero no me lo ha dado a entender. Sin embargo, Pel, ha deducido mediante la lógica que Bander murió, pues comprendió que la desactivación de Jemby debía ser el resultado de la pérdida de energía, y como Bander era quien la suministraba... Eso me espanta.
- ¿Por qué, Bliss? - dijo pensativamente Pelorat -. A fin de cuentas, no es más que una inferencia lógica.
- Pero puede sacar otra deducción lógica de aquella muerte. Con unos moradores tan aislados y longevos, las muertes deben ser pocas y muy distantes las unas de las otras en Solaria. La experiencia de la muerte natural tiene que ser muy limitada para cualquiera de ellos y quizá nula para los niños solarianos de la edad de Fallom. Si ésta sigue pensando en el final de Bander, empezará a preguntarse por qué murió, y el hecho de que su muerte se produjera cuando había unos forasteros en el planeta, esto la llevará a establecer la obvia relación de causa y efecto.
- ¿Que nosotros matamos a Bander?
- Nosotros no fuimos quienes lo matamos, Pel. Fui yo.
- Ella no podría adivinarlo.
- Pero yo tendría que decírselo. Está resentida contra Trevize, y éste es claramente el jefe de la expedición. Ella daría por descontado que él es el responsable de la muerte de Bander, ¿y cómo iba yo a permitir que Trevize fuese culpado injustamente?
- ¿Y qué importancia tendría, Bliss? La niña no siente nada por su pa..., por su madre. Sólo por Jemby, su robot.
- Pero la muerte de la madre significó también la de su robot. A punto estuve de reconocer mi responsabilidad. Sentí la fuerte tentación de hacerlo.
- ¿Por qué?
- Quería explicárselo a mi manera. Para conseguir apaciguarla, anticipándome a que ella descubriese el hecho mediante un proceso lógico que la llevaría a la conclusión de que aquella acción no estuvo justificada.
- Pero lo estuvo. Fue en defensa propia. Si tú no hubieses actuado, todos habríamos muerto casi instantáneamente.
- Esto es lo que yo le habría dicho, pero no tuve valor para explicárselo. Temí que no me creyese.
Pelorat sacudió la cabeza.
- ¿Crees que habría sido mejor que no la hubiésemos traído con nosotros? - preguntó suspirando -. Esta situación hace que te sientas desgraciada.
- No - dijo Bliss irritada -, no digas eso. Habría sido muchísimo más desgraciada si hubiese tenido que recordar ahora que habíamos permitido que una criatura inocente fuese despiadadamente asesinada a causa de lo que nosotros habíamos hecho.
- El mundo de Fallom es así.
- Bueno, Pel, no caigas en la manera de pensar de Trevize. Los Aislados son capaces de aceptar estas cosas y no pensar más en ellas. En cambio, el objetivo de Gaia es salvar vidas, no destruirlas..., ni permanecer impávida mientras otros lo hacen. Todos sabemos que toda vida debe tener un fin, para que otra vida pueda perdurar, pero nunca de una manera inútil, jamás sin una finalidad. La muerte de Bander, aunque inevitable, es una carga muy dura de soportar; la de Fallom habría sido totalmente insoportable.
- Bueno - dijo Pelorat -, supongo que tienes razón. Y en todo caso, no he venido a verte por el problema de Fallom. Se trata de Trevize.
- ¿Qué le ocurre?
- Me siento preocupado por él, Bliss. Está esperando determinar cómo es la Tierra realmente, y dudo mucho que pueda aguantar esa tensión.
- Yo no temo por él. Supongo que posee una mente firme y estable.
- Todos tenemos un límite. Escucha: el planeta Tierra es más cálido de lo que él esperaba; así me lo dijo. Supongo que piensa que no puede haber vida con tanto calor, aunque trata de convencerse de lo contrario.
- Tal vez tiene razón. Quizá la Tierra no es demasiado cálida para que pueda haber vida en ella.
- También confiesa que es posible que el calor se deba a una corteza radiactiva, pero también se niega a creerlo. Dentro de un día o dos estaremos lo bastante cerca para que sepamos, de manera indiscutible, lo que hay de verdad en todo el asunto. ¿Y qué pasará si la Tierra es radiactiva?
- Tendremos que aceptarlo como un hecho.
- Pero..., no sé cómo decirlo, cómo expresarlo en términos mentales. ¿Qué pasará si su mente...? - Se interrumpió torciendo el gesto.
Bliss esperaba. Después acabó el pensamiento de Pelorat.
- ¿Si su mente se desbarata?
- Sí. Podría ocurrirle. ¿Y no deberías hacer algo para fortalecerle? ¿Para mantenerle sereno y bajo control, por decirlo así?
- No, Pel. No puedo creer que sea tan frágil; además, existe una firme decisión gaiana de no intervenir en su mente.
- Pero ahí está la cuestión precisamente. Él tiene ese poco corriente «acierto», o como quieras llamarlo. La impresión causada por el fracaso de su proyecto en el momento en que parece que va a realizarlo tal vez no destruya su cerebro, pero sí su «don de acertar». Es un don extraordinario. ¿No puede ser, al mismo tiempo, extraordinariamente frágil?
Bliss reflexionó durante un momento. Después, se encogió de hombros.
- Bueno, quizá sea mejor que no lo pierda de vista.
Durante las treinta y seis horas siguientes, Trevize se dio cuenta vagamente de que Bliss, y Pelorat con menos insistencia, tendían a seguirle los pasos. Sin embargo, aquello no resultaba extraño en una nave tan reducida como la suya; además, tenía otras cosas en las que pensar.
Ahora, sentado ante el ordenador, advirtió que ellos estaban en la puerta. Los miró, con expresión vacía.
- ¿Y bien? - preguntó, sin levantar la voz.
Pelorat respondió, bastante torpemente:
- ¿Cómo estás, Golan?
- Pregúntaselo a Bliss - dijo Trevize -. Me ha estado mirando durante horas. Debe de estar escrutando mi mente. ¿No es cierto, Bliss?
- No, no lo es - respondió ella serenamente -, pero si crees que puedes necesitarme, trataré de prestarte ayuda.
- No. ¿Por qué habría de necesitarla? Y ahora, dejadme en paz. Los dos.
- Por favor, dinos lo que pasa - pidió Pelorat.
- ¡Adivínalo!
- Se trata de la Tierra...
- Sí. Lo que todos se empeñaban en decirnos era la pura verdad. Trevize señaló la pantalla, donde la Tierra presentaba su lado oscuro y estaba eclipsando el sol. Era un círculo compacto y negro contra el cielo estrellado, con su circunferencia marcada por una quebrada curva anaranjada.
- Ese color anaranjado, ¿es el de la radiactividad? - preguntó Pelorat.
- No. Sólo es la luz del sol refractada a través de la atmósfera. Si la atmósfera no fuese tan nubosa, verías un círculo compacto de color naranja. No podemos ver la radiactividad. Las diversas radiaciones, incluso los rayos gamma, son absorbidas por la atmósfera. Sin embargo, producen radiaciones secundarias, relativamente débiles, pero que el ordenador puede detectar. Son invisibles a simple vista, pero el ordenador puede producir un fotón de luz visible por cada partícula u onda de radiación que recibe y dar a la Tierra un falso color. Mira.
Y el círculo negro adquirió un débil y borroso tono azul.
- ¿Cuánta radiactividad hay allí? - preguntó Bliss en voz baja -. ¿La suficiente para que no pueda existir vida humana?
- Ni de ninguna otra clase - dijo Trevize - El planeta es inhabitable. La última bacteria, el último virus, desaparecieron hace tiempo.
- ¿Podemos explorarlo? - preguntó Pelorat -. Con trajes espaciales quiero decir.
- Durante unas pocas horas. antes de que caigamos irremediablemente enfermos a causa de la radiación.
- Entonces, ¿qué vamos a hacer, Golan?
- ¿Hacer? - Trevize miró a Pelorat con la misma cara inexpresiva -. ¿Sabes lo que me gustaría hacer? Llevaros a ti y a Bliss..., y a la chiquilla, a Gaia, y deiaros allí para siempre. Después, volvería a Terminus a devolver la nave. Luego, me gustaría dimitir del Consejo, lo cual haría muy dichosa a la alcaldesa Branno. Una vez hecho todo eso, me gustaría vivir de mi pensión y dejar que Galaxia se apañase. Me tendrían sin cuidado el «Plan Seldon», la Fundación, la Segunda Fundación y Gaia.
Que elija Galaxia su camino. Durará mientras yo viva, y lo que ocurra después me importa un comino.
- Estoy seguro de que no piensas lo que dices, Golan - dijo ansiosamente Pelorat.
Trevize le miró con fijeza durante unos instantes y luego lanzó un largo suspiro.
- No, no lo pienso, pero ¡cuánto me gustaría hacer lo que acabo de decirte!
- Olvídalo. ¿Qué harás?
- Mantener la nave en órbita alrededor de la Tierra, descansar, superar la mala impresión que todo esto me ha causado y pensar lo que voy a hacer a continuación. Salvo que...
- ¿Qué?
- ¿Qué es lo que podré hacer a continuación? - estalló Trevize -. ¿Qué más hay que pueda buscar? ¿Qué más hay que pueda encontrar?
XX. EL MUNDO PRÓXIMO
Durante cuatro comidas sucesivas, Pelorat y Bliss habían visto a Trevize sólo en aquellas ocasiones. El tiempo restante, había permanecido en la cabina-piloto o en su habitación. Mientras comían, él guardaba silencio. Mantenía apretados los labios y comía poco.
Sin embargo, mientras hacían la cuarta comida, parecióle a Pelorat que Trevize había perdido parte de su desacostumbrada gravedad. Pelorat carraspeó dos veces, como si se dispusiese a decir algo pero desistiese de ello.
- Por último, Trevize lo miró.
- ¿Y bien? - dijo.
- ¿Lo... lo has pensado ya, Golan?
- ¿Por qué lo preguntas?
- Pareces menos malhumorado.
- Pues no es así, pero he estado pensando. Y mucho.
- ¿Podemos saber qué? - preguntó Pelorat.
Trevize miró unos instantes en la dirección de Bliss. Ésta mantenía la mirada fija en el plato y guardaba un prudente silencio, como si estuviese segura de que Pelorat podría llegar más lejos que ella en un momento tan crucial.
- ¿No sientes tú curiosidad también, Bliss? - preguntó Trevize.
Ella levantó los ojos un momento.
- Claro que sí.
Fallom dio un golpe con el pie a la pata de la mesa.
- ¿Hemos encontrado la Tierra? - dijo.
Bliss le apretó un hombro y Trevize no le prestó atención.
- Debemos partir de un hecho fundamental. Toda la información referente a la Tierra ha sido eliminada en varios mundos. Esto nos lleva, indefectiblemente, a una conclusión: se está ocultando algo acerca de la Tierra. Sin embargo, sabemos, por propia observación, que la Tierra es letal por su radiactividad, por lo que todo lo que pueda haber en ella ha quedado automáticamente escondido. Nadie puede aterrizar en ella y, desde esta distancia, cuando estamos muy cerca del borde exterior de la magnetósfera y no deberíamos arriesgarnos a acercarnos más, nada podemos encontrar.
- ¿Estás seguro de ello? - preguntó suavemente Bliss.
- He pasado mucho tiempo con el ordenador, analizando la Tierra todo lo que he podido. No hay nada. Más aún, siento que no hay nada. Entonces, ¿por qué han sido destruidos los datos referentes a ella? Seguramente, lo que debe permanecer oculto lo está con mucha más eficacia ahora que nadie puede sospechar de qué se trata, y es inútil cuanto puedan pensar los humanos sobre este tesoro particular.
- Es posible - dijo Pelorat - que hubiese algo oculto en la Tierra cuando aún no era lo bastante radiactiva para impedir la llegada de visitantes. Los moradores de la Tierra pudieron temer que alguien aterrizase en ella y descubriese..., lo que sea. Fue entonces cuando la Tierra trató de destruir toda información a su respecto. Lo que tenemos ahora no es más que un vestigio de aquellos inseguros tiempos.
- No, no lo creo - dijo Trevize -. La eliminación de la información que había en la Biblioteca Imperial de Trantor parece que se realizó recientemente. - Se volvió de pronto a Bliss -. ¿No tengo razón?
- «Yo-nosotros-Gaia» dedujimos esto de la turbada mente de Gendibai, de la segunda Fundación, cuando él, tú y yo nos reunimos con la alcaldesa de Terminus.
- Por consiguiente - dijo Trevize -, lo que había que ocultar, porque había la posibilidad de que fuese encontrado, tiene que continuar oculto ahora, y debe existir el peligro de que se encontrase ahora, a pesar de que la Tierra sea radiactiva.
- ¿Cómo es posible? - preguntó Pelorat ansiosamente.
- Piénsalo bien - dijo Trevize -. ¿Y si lo que había en la Tierra no permaneciese ya en ella, sino que hubiese sido trasladado a otro sitio al aumentar el peligro de la radiactividad? Aunque el secreto ya no este en la Tierra, podría ser que, al descubrir ésta, fuésemos capaces de deducir el lugar al que fue llevado aquél. De ser así, habría que seguir ocultando los alrededores de la Tierra.
La voz de Fallom se dejó oír de nuevo:
- Porque si podemos encontrar la Tierra, dice Bliss que me llevaréis junto a Jemby.
Trevize se volvió a Fallom, mirándola airadamente, y Bliss le habló en voz baja.
- Te dije que podríamos hacerlo, Fallom. Más tarde hablaremos de esto. Ahora ve a tu habitación y lee, o toca la flauta, o haz lo que quieras. Vete, vete. .
Fallom se levantó de la mesa, malhumorada.
- Pero, ¿cómo puedes decir esto, Golan? - dijo Pelorat -. Estamos aquí. Hemos localizado la Tierra. ¿Podemos deducir ahora dónde se encuentra lo que se escondía, si no está en la Tierra?
Trevize tardó un momento en superar la irritación que Fallom le había producido.
- ¿Por qué no? Imagínate que la radiactividad de la corteza de la Tierra hubiese ido en aumento. La población habría decrecido con la muerte y la emigración, y el secreto, fuese el que fuese, habría estado en peligro. ¿Quién se iba a quedar para guardarlo? En definitiva, habría que trasladarlo a otro mundo, o la utilidad de.., de lo que fuese..., se perdería para siempre.
»Sospecho que debió haber una resistencia a trasladarlo, y es probable que se llevase a cabo en el último momento. Ahora bien, Janov, ¿recuerdas el viejo de la Nueva Tierra que te llenó la cabeza con su versión de la Historia de la Tierra?
- ¿Monolee?
- Si. ¿No dijo, con referencia a la fundación de la Nueva Tierra, que lo que quedaba de la población de la Tierra fue trasladado a aquel planeta?
- ¿Quieres decir, viejo amigo, que lo que estamos buscando se encuentra ahora en la Nueva Tierra? - preguntó Pelorat -. ¿Llevado allí por los últimos que salieron de la Tierra?
- ¿No podría ser así? - dijo Trevize -. La Nueva Tierra apenas si es más conocida que la Tierra en la Galaxia, y sus moradores muestran un sospechoso afán por mantener alejados a todos los forasteros.
- Nosotros estuvimos allí - dijo Bliss -, y no encontramos nada. - sólo buscábamos algo que nos indicase la situación de la Tierra.
- Pero nosotros estamos buscando algo que presupone una alta tecnología - dijo Pelorat desconcertado -; algo que puede eliminar la información ante las narices de la Segunda Fundación, e incluso ante las narices, discúlpame, Bliss, de Gaia. La gente de la Nueva Tierra puede ser capaz de controlar su tiempo atmosférico y dominar algunas técnicas de biotecnología, pero creo que estaréis de acuerdo en que su nivel tecnológico es, en su conjunto, bastante bajo.
Bliss asintió con la cabeza.
- Estoy de acuerdo con Pel.
- Este juicio tiene una base poco sólida - dijo Trevize -. No vimos a los hombres de la flota pesquera. Sólo vimos la pequeña parte de la isla donde aterrizamos. ¿Qué hubiésemos encontrado caso de haber explorado más a fondo? A fin de cuentas, no reconocimos las lámparas fluorescentes hasta que las vimos funcionar, y si nos pareció, repito, nos pareció que la tecnología era mínima, yo diría...
- ¿Qué? - preguntó Bliss, con clara incredulidad.
- Que aquello podía ser parte del velo tendido para ocultar la verdad.
- ¡Imposible! - exclamó Bliss.
- ¿Imposible? Fuiste tú quien me dijo en Gaia que, en Trantor, la civilización estaba siendo deliberadamente mantenida a un bajo nivel de tecnología con el fin de ocultar el pequeño núcleo de los de la Segunda Fundación. ¿No podría emplear la Nueva Tierra una estrategia semejante?
- ¿Sugieres, pues, que volvamos a la Nueva Tierra y nos expongamos nuevamente al contagio, que esta vez sería activado? La relación sexual es, indudablemente, un agradable sistema de contagio, pero quizá no sea el único.
Trevize se encogió de hombros.
- No estoy ansioso por volver a la Nueva Tierra, pero tal vez deberemos hacerlo.
- ¿Tal vez?
- ¡Tal vez! Después de todo, hay otra posibilidad.
- ¿Y es?
- La Nueva Tierra gira alrededor de la estrella llamada Alfa. Pero Alfa es parte de un sistema binario. ¿No podría haber un planeta habitable que girase alrededor de la compañera de Alfa?
- Demasiado opaca, diría yo - observó Bliss, sacudiendo la cabeza -. La compañera es cuatro veces menos brillante que Alfa.
- Opaca, pero no demasiado. Si hay un planeta lo bastante cerca de la estrella, podría bastar.
- ¿Dice algo el ordenador sobre planetas de la compañera? - preguntó Pelorat.
Trevize sonrió tristemente.
- Ya lo he comprobado. Hay cinco planetas de modestas dimensiones. Ningún gigante gaseoso.
- ¿Y es habitable alguno de los cinco planetas?
- El ordenador no da información sobre los planetas, salvo que son cinco y que no son grandes.
- ¡Oh! - dijo, desanimado, Pelorat.
- Eso no debe preocuparnos - continuó Trevize -. Ninguno de los mundos Espaciales puede ser encontrado en el ordenador. La información sobre la propia Alfa es mínima. Estas cosas son ocultadas deliberadamente y, si se sabe poquísimo acerca de la compañera de Alfa, casi podría considerarse como una buena señal.
- Entonces - dijo Bliss; yendo a lo práctico -, te propones visitar la compañera y, de no dar resultado, volver a la propia Alfa.
- Sí. Y esta vez, cuando lleguemos a la isla de la Nueva Tierra, iremos preparados. Examinaremos toda la isla con meticulosidad antes de aterrizar, y espero, Bliss, que emplees tus facultades mentales para escudar...
En aquel momento, la Far Star dio ligeros bandazos, como si tuviese hipo, y Trevize gritó, entre irritado y perplejo:
- ¿Quién está en los controles?
No hacía falta que lo preguntase, pues lo sabía muy bien.
Fallom se hallaba completamente absorta ante el ordenador. Tenía abiertas las manitas de largos dedos para que coincidiesen con las marcas débilmente resplandecientes del tablero. Las manos de Fallom parecían hundirse en el material de aquél, aunque estaba claro que era duro y resbaladizo.
Había observado a Trevize cuando colocaba las manos allí en numerosas ocasiones y, aunque no le había visto hacer nada más, era evidente que con ello controlaba la nave.
Una vez, Trevize cerró los ojos, y ella hizo ahora lo mismo. A los pocos momentos, le pareció oír una voz débil y lejana, muy lejana, pero que resonaba en su propia cabeza a través (percibió vagamente) de sus lóbulos transductores. Éstos eran aún más importantes que sus manos. Aguzó la atención para distinguir las palabras.
Instrucciones - decía aquella voz, en tono casi suplicante -. ¿Cuáles son tus instrucciones?
Fallom no dijo nada. Nunca había visto que Trevize dijese algo al ordenador; pero sabía qué era lo que deseaba de todo corazón. Quería volver a Solaria, a la consoladora inmensidad de la mansión, a Jemby... Jemby.. . Jemby. ..
Quería ir allí y, al pensar en el mundo que amaba, lo imaginó visible en la pantalla, como había visto otros mundos a su pesar. Abrió los ojos y miró aquélla fijamente, queriendo que apareciese en ella otro mundo que no fuese la odiosa Tierra, e imaginándose que lo que tenía delante era Solaria. Aborrecía la Galaxia vacía en la que había sido introducida contra su voluntad. Sus ojos se llenaron de lágrimas, y la nave tembló.
Fallom sintió aquel temblor y respondió balanceándose a su vez ligeramente.
Y entonces oyó unas fuertes pisadas en el pasillo. Cuando abrió los ojos, la cara torcida de Trevize llenó todo su campo visual, bloqueando la pantalla que contenía todo lo que ella deseaba. Él gritaba algo, pero ello no le prestó atención. Era él quien la había arrancado de Solaria después de matar a Bander, y era él quien le impedía volver allí, pues sólo pensaba en la Tierra; por consiguiente, no le escucharía.
Llevaría la nave a Solaria, y la nave tembló una vez más con la intensidad de su resolución.
Bliss agarró el brazo de Trevize con fuerza.
- ¡No! ¡No!
Permaneció aferrada a él, reteniéndole, mientras Pelorat quedaba en segundo término, confuso y petrificado.
- ¡Quita las manos del ordenador! - gritó Trevize -. No te interpongas, Bliss. No quiero hacerte daño.
- No seas violento con la niña - dijo Bliss, en un tono casi de agotamiento -. Sería yo quien tuviese que dañarte a ti..., contra todas las instrucciones.
Trevize miró ahora furiosamente a Bliss y dijo:
- Entonces, llévatela de aquí, Bliss. ¡Ahora!
Bliss lo apartó con fuerza sorprendente (tal vez sacándola de Gaia, pensó Trevize más tarde).
- Fallom – dijo -, levanta las manos.
- ¡No! - chilló Fallom -. Quiero que la nave vaya a Solaría. Quiero que vaya allí. Allí.
Y señaló la pantalla con la cabeza, resistiéndose incluso a aflojar la presión de una de sus manos sobre el tablero.
Pero Bliss asió los hombros de la niña y, al contacto de sus manos, Fallom empezó a temblar. Bliss suavizó el tono de su voz.
- Ahora, Fallom, dile al ordenador que vuelva donde estaba, y tú ven conmigo. Ven conmigo.
Sacudió a la niña, que rompió a llorar, angustiada. Las manos de Fallom se apartaron del tablero, y Bliss, sujetando a la niña por las axilas, la levantó y la puso en pie. Después, la estrechó con fuerza sobre su pecho y dejo que la niña desfogase su llanto.
- Apártate Trevize – ordeno Bliss a éste que se hallaba plantado en el umbral -, y no nos toques al pasar
Trevize se hizo rápidamente a un lado. Bliss se detuvo un momento ante él.
- He tenido que introducirme un instante en su mente - dijo en voz muy baja -. Si le he causado algún daño, no te lo perdonaré fácilmente.
Trevize sintió deseos de decirle que le importaba un comino la mente de Fallom; que sólo temía lo que pudiese ocurrirle al ordenador. Pero la mirada concentrada de Gaia (si sólo hubiese sido la de Bliss, no habría sentido aquel terror) le obligó a guardar silencio.
Permaneció callado durante un rato, y también inmóvil, después de que Bliss y Fallom se hubiesen metido en su habitación. En realidad, permaneció así hasta que Pelorat se dirigió a él.
- ¿Estás bien, Golan? - preguntó a media voz -. No te habrá hecho daño, ¿verdad?
Trevize sacudió vigorosamente la cabeza, como para librarse de la momentánea parálisis que había sufrido.
- Estoy bien. Lo que realmente importa es si eso está bien. Se sentó ante el ordenador y apoyó las manos en las dos marcas sobre las que habían descansado recientemente las de Fallom.
- ¿Qué? - preguntó ansiosamente Pelorat.
Trevize se encogió de hombros.
- Parece que responde con normalidad. Es posible que más tarde encuentre algún defecto, pero ahora todo da la impresión de estar en orden. - Después, dijo con renovada irritación -: El ordenador no debería responder con eficacia a otras manos que no fuesen las mías, pero en el caso de ese hermafrodita, no sólo eran sus manos. Estoy seguro de que los lóbulos transductores...
- Pero, ¿qué hizo temblar la nave? No debería ser aquello, ¿verdad? - No, Es una nave gravítica y no debería sufrir estos efectos de la inercia. Pero ese monstruo... - Y se interrumpió, furioso de nuevo.
- ¿Si?
- Sospecho que dio dos instrucciones contradictorias al ordenador, y ambas con tal fuerza que éste no tuvo más remedio que intentar cumplir ambas a la vez. Al tratar de hacer lo imposible, debió de aflojar momentáneamente lo que mantiene a la nave a salvo de la inercia. Al menos, esto es lo que pienso que ocurrió. Y entonces, se suavizó la expresión de su semblante.
- Todo esto también podría ser favorable, pues ahora se me ocurre pensar que toda mi charla sobre Alfa de Centauro y su compañera fue una tontería. Ahora sé dónde debió trasladar la Tierra su secreto.
Pelorat lo miró fijamente; después, hizo caso omiso de la última observación y volvió a un enigma anterior:
- ¿Cómo pudo pedir Fallom dos cosas contradictorias?
- Bueno, dijo que quería que la nave fuese a Solaría.
- Sí. Desde luego, eso quería.
- Pero, ¿qué entendía ella por Solaria? No puede reconocer Solaria desde el espacio. Nunca la ha visto realmente desde arriba. Cuando salimos de aquel mundo con tanta precipitación, ella estaba durmiendo.
Y a pesar de sus lecturas en tu biblioteca y de todo lo que Bliss le haya contado, me imagino que no puede captar la verdad de una galaxia que tiene cientos de miles de millones de estrellas y millones de planetas habitados. Habiéndose criado sola, y bajo tierra, sólo podrá captar el concepto elemental de que hay mundos diferentes; pero, ¿cuántos? ¿Dos ? ¿Tres? ¿Cuatro? Para ella, cada mundo que ve es probable que sea Solaria y, dada la fuerza de su voluntarioso pensamiento, es Solaria. Y como presumo que Bliss trató de tranquilizarla diciéndole que, si no encontrábamos la Tierra, la llevaríamos de regreso a Solaria, debió concebir la idea de que ésta se halla cerca de la Tierra.
- Pero, ¿cómo puedes decir eso, Golan? ¿Qué te hace pensar que sea así?
- Ella casi nos lo dijo, Janov, cuando la sorprendimos. Gritó que quería ir a Solaria y después añadió «allí..., allí», señalando la pantalla con la cabeza. ¿Y qué había en la pantalla? El satélite de la Tierra. No estaba allí cuando yo dejé la máquina antes de cenar; se veía la Tierra.
Pero Fallom debió imaginarse el satélite cuando pidió ir a Solaria, y el ordenador, como respuesta, enfocó ese satélite. Créeme, Janov, yo sé cómo funciona este ordenador. ¿Quién podrá saberlo mejor?
Pelorat miró el grueso arco de luz de la pantalla.
- Se llamaba «moon» en al menos uno de los idiomas de la Tierra, y «Luna», en otro - dijo pensativo -. Probablemente, tenía otros muchos nombres. Imagínate, viejo amigo, la confusión que debía reinar en un mundo con numerosos idiomas; los equívocos, las complicaciones, los...
- ¿Luna? Bueno, una palabra bastante sencilla. Ahora que lo pienso, es posible que la niña tratase instintivamente de manejar la nave por medio de sus lóbulos transductores, empleando la propia fuente de energía de aquélla, y esto pudo contribuir a producir la momentánea confusión de la inercia. Pero nada de eso importa ya, Janov. Lo que sí importa es que todo esto ha traído a esta Luna (sí, me gusta el nombre) a la pantalla, ampliándola, y aquí continúa todavía. Ahora la estoy mirando, y me asombra.
- ¿Qué es lo que te asombra, Golan?
- Su tamaño. Nosotros tendemos a prescindir de los satélites, Janov. cuando existen, son muy pequeños. Pero éste es diferente. Es un mundo. Tiene un diámetro de unos tres mil quinientos kilómetros.
- ¿Un mundo? No puedes afirmar que lo sea. Tiene que ser inhabitable. Incluso un diámetro de tres mil quinientos kilómetros es demasiado corto. No tiene atmósfera. Basta con mirarlo para saberlo. Ni nubes. La curva circular exterior está bien definida, y también la curva interior que delimita el hemisferio iluminado y el oscuro.
Trevize asintió con la cabeza.
- Te estás convirtiendo en un experto viajero espacial, Janov. Tienes razón. No hay aire. No hay agua. Todo eso significa que la Luna no es habitable en su indefensa superficie. Pero, ¿y debajo de ésta?
- ¿Bajo tierra? - dijo Pelorat con acento de duda.
- Sí. Bajo tierra. ¿Por qué no? Tú mismo me dijiste que las ciudades de la Tierra eran subterráneas. Sabemos que Trantor estaba bajo tierra. Comporellon tiene bajo tierra una buena parte de su capital. Las mansiones solarianas eran casi subterráneas casi por entero. Es algo muy corriente.
- Pero, Golan, en todos esos casos, la gente vivía en un planeta habitable. La superficie también lo era, con una atmósfera y un océano. ¿Es posible vivir bajo tierra cuando la superficie es inhabitable?
- Vamos, Janov, ¡piensa un poco! ¿Dónde vivimos nosotros ahora? La Far Star es un mundo diminuto que tiene una superficie inhabitable. No hay aire ni agua en el exterior. Sin embargo vivimos cómodamente dentro de ella. La Galaxia está llena de estaciones espaciales y de instalaciones espaciales muchísimo más variadas, por no hablar de las naves espaciales, y todas son inhabitables salvo en su interior. Considera la Luna como una gigantesca nave espacial.
- ¿Con una tripulación en su interior?
- Sí. Millones de personas, por lo que sabemos, y plantas, y animales, y una avanzada tecnología. ¿No parece lógico, Janov? Si la Tierra, en sus últimos días, pudo enviar un grupo de colonizadores a un planeta de Alfa de Centauro, y si, posiblemente con la ayuda imperial, pudieron intentar transformarlo, poblar sus mares, construir tierra firme donde no había ninguna, ¿no pudo la Tierra enviar también una expedición a su satélite y transformar su interior?
- Supongo que sí - reconoció Pelorat de mala gana.
- Debieron de hacerlo. Si la Tierra tenía algo que ocultar, ¿por qué enviarlo a más de un pársec de distancia, pudiendo ocultarlo en un mundo a menos de la cienmillonésima parte de distancia de Alfa? Y la Luna sería un escondite más eficaz desde el punto de vista psicológico. Nadie pensaría relacionar la vida con un satélite. Yo no lo pensé, dicho sea de paso. Con la Luna a unos centímetros de mi nariz, mi pensamiento seguía volando hacia Alfa. De no haber sido por Fallom... - Apretó los labios y sacudió la cabeza -. Supongo que tendré que reconocerle este mérito. Seguramente lo hará Bliss, si yo no lo hago.
- Pero mira, viejo, si hay algo escondido bajo la superficie de la Luna, ¿cómo lo encontraremos? La superficie debe tener millones de kilómetros cuadrados.
- Cuarenta millones, más o menos.
- Y tendremos que explorarlos todos ellos, buscando, ¿qué? ¿Una abertura? ¿Una especie de puerta?
- Planteado así el asunto, parece una tarea bastante difícil; pero nosotros no buscamos simplemente objetos, sino vida, y vida inteligente. Y tenemos a Bliss, que posee unas dotes especiales para detectar la inteligencia, ¿no?
Bliss miró a Trevize con expresión acusadora.
- Por fin he conseguido que se duerma. Me ha costado mucho. Ella estaba furiosa. Afortunadamente, creo que no le he causado ningún daño.
Trevize dijo fríamente:
- Deberías tratar de anular su fijación en Jemby, ¿sabes?, ya que yo no tengo la menor intención de volver a Solaria.
- Anular su fijación, ¿eh? ¿Qué sabes tú de estas cosas, Trevize?
Nunca has penetrado en una mente. No tienes idea de su complejidad.
Si conocieses algo al respecto, no hablarías de anular una fijación como si fuese la cosa más sencilla del mundo.
- Bueno, al menos debilítala.
- Podría debilitarla un poco, después de un mes de cuidadoso deshilado.
- ¿Qué quieres decir con lo del deshilado?
- Como eres lego en la materia, no podría explicártelo.
- Entonces, ¿qué vas a hacer con la niña?
- Todavía no lo sé; tendré que reflexionar mucho sobre ello.
- En tal caso - dijo Trevize -, deja que te diga lo que vamos a hacer con la nave.
- Sé lo que vas a hacer. Volver a la Nueva Tierra y darle otro tiento a la adorable Hiroko si te promete no contagiarte esta vez.
Trevize conservó su semblante inexpresivo.
- No – dijo -. En realidad, he cambiado de idea. Vamos a ir a la Luna, que, según Janov, es el nombre del satélite.
- ¿ El satélite? ¿Porque es el mundo más próximo? No había pensado en esto.
- Ni yo. Ni nadie lo habría pensado. En ninguna parte de la Galaxia hay un satélite que merezca la pena pensar en él, pero éste es único por su tamaño. Más aún, el anonimato de la Tierra se extiende también a él. Quien no pueda encontrar la Tierra, tampoco podrá encontrar la Luna.
- ¿Es habitable?
- No en la superficie; pero no es radiactiva y, por ende, no es absolutamente inhabitable. Puede haber vida; estar rebosante de ella, debajo de la superficie. Y, naturalmente, tú podrás decir si es así cuando nos acerquemos lo bastante.
Bliss se encogió de hombros.
- Lo intentaré. Pero, ¿qué te ha sugerido la idea de explorar el satélite?
- Algo que hizo Fallom cuando estaba en los controles – respondió Trevize pausadamente.
Bliss esperó, como aguardando que él dijese algo más, y se encogió de hombros otra vez.
- Fuese lo que fuere, sospecho que no habrías tenido esa inspiración si hubieses cedido a tus impulsos y la hubieses matado.
- Nunca tuve intención de matarla, Bliss.
Bliss agitó una mano.
- Está bien, dejémoslo. ¿Nos dirigimos ahora hacia la Luna?
- Sí. Por mera precaución, no acelero demasiado; pero si todo marcha bien, estaremos cerca de ella dentro de treinta horas.
La Luna era un desierto. Trevize observó la zona brillante iluminada por el sol que se deslizaba debajo de ellos. Era un panorama monótono de cráteres y sectores montañosos, y de negras sombras en contraste con la luz. Había sutiles cambios de color en el suelo y ocasionales extensiones llanas, salpicadas de pequeños cráteres.
Cuando se acercaron al lado oscuro, las sombras se hicieron más largas y, por último, se fundieron en una sola. Durante un rato, los picachos brillaron detrás de ellos bajo el sol, como gordas estrellas que resplandecían mucho más que sus hermanas celestes. Después, desaparecieron y sólo quedó en el cielo el débil resplandor de la luz de la Tierra, que era una gran esfera de un blanco azulado en más de un cuarto creciente. La nave pasó también más allá de la Tierra, la cual se hundió en el horizonte de manera que sólo quedó negrura absoluta debajo de ellos y, en lo alto, un cielo débilmente salpicado de estrellas que, para Trevize, que se había criado en el mundo sin estrellas de Terminus, resultaba, todavía, bastante milagroso.
Después, aparecieron nuevas estrellas brillantes ante ellos; primero, sólo una o dos, y después otras, agrandándose, espesándose y fundiéndose al fin. Y al momento cruzaron el terminador y pasaron al lado iluminado. El sol se elevó con esplendor infernal, mientras la pantalla lo esquivaba y enfocaba una panorámica del suelo del satélite.
Trevize comprendió inmediatamente que era inútil tratar de encontrar una entrada del interior habitado (si existía) con la mera inspección ocular de aquel mundo enorme.
Se volvió a mirar a Bliss, que estaba sentada a su lado. Ella no miraba la pantalla, sino que mantenía los ojos cerrados. Más que sentarse en la silla, parecía haberse derrumbado en ella.
Trevize, preguntándose si se había dormido, dijo a media voz: - ¿Detectas algo más?
Bliss sacudió ligeramente la cabeza.
- No – murmuró -. Sólo fue una ligera impresión. Será mejor que volvamos allí. ¿Recuerdas dónde estaba aquella región?
- El ordenador lo sabe.
Fue como apuntar a un blanco, oscilando a un lado y otro hasta encontrarlo. La zona en cuestión se hallaba en el hemisferio oscuro del satélite y, excepto por el débil resplandor de la Tierra que envolvía la superficie en una fantástica penumbra gris, no se distinguía nada, ni siquiera cuando las luces de la cabina-piloto se apagaron para poder ver mejor.
Pelorat se había acercado y plantado ansiosamente en el umbral.
- ¿Hemos encontrado algo? - preguntó, en un ronco murmullo.
Trevize levantó una mano imponiéndole silencio. Estaba observando a Bliss. Sabía que pasarían días antes de que la luz del sol volviese a iluminar aquel lugar de la Luna, pero también sabía que, para lo que Bliss trataba de percibir, la luz carecía de importancia.
- Está allí - dijo ella.
- ¿Estás segura?
- Sí.
- ¿Y es el único lugar?
- Es el único lugar en que lo he detectado. ¿Hemos estado sobre todas las partes de la superficie de la Luna?
- Sobre la mayor parte de ella.
- Entonces, es todo lo que he detectado en esa mayor parte. Ahora, la impresión es más fuerte, como si aquello nos hubiese detectado a nosotros. Y no parece peligroso. Tengo la sensación de que nos da la bienvenida.
- ¿Estás segura?
- Es la impresión que tengo.
- ¿Podría estar fingiendo buenos sentimientos?
Bliss respondió, con un deje de altivez:
- Si fuesen simulados, lo detectaría.
Trevize murmuró algo sobre el exceso de confianza Y después dijo: - Espero que lo que detectas sea inteligencia.
- Detecto una fuerte inteligencia. Pero... - añadió en un tono extraño.
- Pero, ¿qué?
- Silencio. No me distraigáis. Dejad que me concentre.
La ultima palabra no fue mas que un movimiento de los labios. Después dijo con sorpresa débilmente regocijada.
- No es humana.
- No es humana – exclamo Trevize mas asombrado que ella. ¿ Tendremos que habérnoslas con robot? ¿Cómo en Solaria?
- No – dijo Bliss sonriendo -. Tampoco es típicamente robótica.
- Tiene que ser una de las dos.
- Ninguna de ellas – dijo Bliss entre dientes -. No es humana; sin embargo, no se parece a la de cualquier robot que yo haya detectado antes de ahora.
- Me gustaría ver eso – dijo Pelorat, asintiendo vigorosamente con la cabeza y abriendo mucho los ojos -. Seria emocionante. Algo nuevo.
- Algo nuevo – murmuro Trevize, animado de pronto.
Un inesperado destello de luz pareció iluminar el interior de su cráneo.
Descendieron hacia la superficie de la Luna en un estado de ánimo casi jubiloso. Incluso Fallom se había unido a ellos y, con el abandono de la juventud, se dejaba llevar por la alegría, como si estuviese volviendo realmente a Solaria.
En cuanto a Trevize, un resto de cordura le decía que era extraño que la Tierra (o lo que hubiese de la Tierra en la Luna), que tanto se había esforzado en mantener alejados a todos los demás, procurase atraerles a ellos ahora. ¿Sería ésa su intención? Ya que no había podido evitarles, ¿les atraía para destruirles? ¿No sería, en ambos casos, inviolable su secreto?
Pero tal idea se desvaneció de su mente en aquella oleada de gozo que aumentaba continuamente al acercarse la nave a la superficie lunar. Sin embargo, por encima y más allá de eso, consiguió aferrarse al momento de inspiración que había alcanzado justo antes de empezar el descenso a la superficie del satélite de la Tierra.
Parecía saber el lugar al que iba la nave. Ahora estaba sobre las cimas de unos montes ondulados, y Trevize, frente al ordenador, sentía que no tenía que hacer nada. Era como si el ordenador y él fuesen guiados por otro, y sólo sentía la inmensa euforia de verse descargado de toda responsabilidad.
Se deslizaba paralelamente al suelo, en dirección a un risco de amenazadora altura que se alzaba como una barrera ante ellos; una barrera que brillaba débilmente bajo la luz de la Tierra y del faro de la Far Star. La inminencia de la colisión pareció no significar nada para Trevize, el cual no se sorprendió cuando advirtió que la escarpadura, que ya no era tal sino un pasillo resplandeciente de luz artificial, se había abierto ante ellos.
La nave redujo la velocidad, aparentemente por su propia iniciativa, y entró, deslizándose limpiamente por la abertura. Ésta se cerró detrás de aquélla, y entonces se abrió otra. La nave la cruzó y entró en una gigantesca sala que parecía excavada en el interior de una montaña.
La nave se detuvo y todos los que iban a bordo corrieron, ansiosos, a la puerta de salida. A ninguno de ellos, ni siquiera a Trevize, se les ocurrió comprobar si en el exterior había una atmósfera respirable..., o si había atmósfera siquiera.
Pero había aire. Un aire respirable y agradable. Miraron a su alrededor con la expresión satisfecha propia de las personas que vuelven a casa, y sólo al cabo de un rato se dieron cuenta de la presencia de un hombre que esperaba cortésmente a que se acercasen.
Era alto, y su expresión grave. Llevaba cortos los cabellos de color de bronce. Sus pómulos eran anchos; sus ojos, brillantes, y su indumentaria bastante parecida a la que se veía en los antiguos libros de Historia. Aunque parecía corpulento y vigoroso, tenía, empero, un aire de cansancio, no visible, sino más bien perceptible por algo que no eran los sentidos.
Fue Fallom la primera en reaccionar. Con fuertes y sibilantes chillidos, corrió hacia el hombre, agitando los brazos y gritando desaforadamente:
- ¡Jemby! ¡Jemby!
Siguió corriendo y, cuando llegó junto al hombre, éste se agachó y la levantó en el aire. Fallom se abrazó a su cuello, sollozando y sin dejar de gritar «¡Jemby!».
Los otros se acercaron más despacio y Trevize dijo, pausada y claramente (¿entendería aquel hombre el galáctico?)
- Le pedimos disculpas, señor. Esta niña ha perdido a su protector y lo está buscando con verdadera desesperación. Lo que no comprendemos es por qué ha corrido hacia usted, ya que lo que busca es un robot; un aparato mecánico...
El hombre habló por primera vez. Su voz era más práctica que musical y tenía un ligero acento arcaico, pero hablaba el galáctico con fluidez
- Les saludo amigablemente a todos - dijo, y pareció que así era, aunque la expresión de gravedad permaneció fija en su semblante -. En cuanto a esta niña – prosiguió -, da muestras de una percepción más aguda de lo que vosotros creéis, pues soy un robot. Me llamo Daneel Olivaw.
XXl. TERMINA LA BÚSQUEDA
Trevize no podía creer lo que estaba viendo. Se había recobrado de la extraña euforia sentida antes y después de aterrizar en la Luna, una euforia, sospechaba, que le había sido impuesta por el singular robot plantado ahora ante él.
Trevize seguía mirándole con atención y en su mente, ahora perfectamente cuerda, permanecía sumido en el asombro. Había hablado atónito, conversado atónito, casi sin saber lo que decía ni lo que oía, mientras buscaba algo en la apariencia de aquel hombre aparente, en su comportamiento, en su manera de hablar, que correspondiese a un robot.
No resultaba extraño, pensó Trevize, que Bliss hubiese detectado algo que no era humano ni robótico, sino «algo nuevo», según había dicho Pelorat. Desde luego, no era mala cosa, pues había llevado el pensamiento de Trevize por otro camino más iluminador, aunque éste permanecía aún en su subconsciente.
Bliss y Fallom se habían apartado para explorar el lugar. Lo habían hecho a sugerencia de Bliss, pero a Trevize le pareció que sólo había sido después de un rapidísimo cambio de miradas entre ella y Daneel.
Cuando Fallom se resistió y quiso quedarse con el ser a quien se empeñaba en llamar Jemby, una palabra grave de Daneel y un movimiento de uno de sus dedos fueron suficientes para que se alejase a toda prisa.
Trevize y Pelorat se quedaron donde estaban.
- Ellas no son de la Fundación, señores - dijo el robot, como si eso lo explicase todo -. Una es Gaia y la otra es una Espacial.
Trevize guardó silencio mientras eran conducidos a unas sencillas sillas al pie de un árbol. Se sentaron, al invitarles a hacerlo el robot con un ademán, y cuando éste se sentó a su vez, con un movimiento perfectamente humano, Trevize preguntó:
- ¿Es usted un robot realmente?
- Así es, señor - dijo Daneel. .
El semblante de Pelorat resplandeció de alegría.
- En las viejas leyendas, se alude a un robot llamado Daneel. ¿Le pusieron a usted ese nombre en su honor?
- Yo soy aquel robot - dijo Daneel -. No es una leyenda.
- ¡Oh, no! - exclamó Pelorat -. Si fuese usted aquel robot, debería tener miles de años.
- Veinte mil - repuso Daneel con aplomo.
Pelorat pareció desconcertado al oírle y miró a Trevize, el cual dijo, con un deje de irritación:
- Si usted es un robot, le ordeno que diga la verdad.
- No necesito que me ordenen que diga la verdad, señor. Tengo que hacerlo. Usted, señor, dispone de tres alternativas: soy un hombre que miente; un robot que ha sido programado para creer que tiene veinte mil años de edad, pero que en realidad no los tiene; o un robot que tiene veinte mil años. Usted debe decidir cuál de ellas acepta.
- Se resolverá por sí solo si seguimos conversando - repuso secamente Trevize -. A propósito, es difícil creer que esto sea el interior de la Luna. Ni la luz - y miró hacia arriba al decir esto, pues parecía una suave y difusa luz de sol, aunque no hubiese sol en el cielo y éste tampoco fuese claramente visible - ni la gravedad parecen creíbles. Este mundo debería tener en la superficie una gravedad de menos de 0,2 g.
- En realidad, la gravedad normal en la superficie debería ser de 0,16 g, señor. Sin embargo, es aumentada por las mismas fuerzas que le dan a usted, en su nave, la sensación de una gravedad normal, incluso cuando aquélla descienda en caída libre o bajo aceleración. Otras necesidades energéticas, incluida la luz, son también satisfechas gravíticamente, aunque empleamos la energía solar cuando ésta es la adecuada.
Todas las necesidades materiales que tenemos nos son suministradas por el suelo de la Luna, salvo los elementos ligeros, hidrógeno, carbono y nitrógeno, que la Luna no posee. Los obtenemos capturando algún cometa ocasional. Una de estas capturas cada siglo es más que suficiente para satisfacer nuestras necesidades.
- De ello deduzco que la Tierra es inútil como fuente de abastecimiento.
- Desgraciadamente, así es, señor. Nuestros cerebros positrónicos son tan sensibles a la radiactividad como las proteínas humanas.
- Emplea usted el plural, y esta mansión parece grande, hermosa y perfecta, al menos vista desde fuera. Existen, pues, otros seres en la Luna. ¿Humanos? ¿Robots?
- Sí, señor. Tenemos una ecología completa en la Luna, y una vasta y compleja oquedad en la que existe dicha ecología. Sin embargo, todos los seres inteligentes son robots, más o menos como yo. Pero ustedes no verán ninguno de ellos. En cuanto a esta mansión, sólo es utilizada por mí y fue modelada exactamente igual que aquella en la que viví hace veinte mil años.
- Y que recuerda con detalle, ¿no?
- Perfectamente, señor. Yo fui fabricado y existí durante un tiempo (¡qué breve me parece ahora!) en el mundo espacial de Aurora.
- ¿ El de los.. . ?
Trevize se interrumpió.
- Sí, señor. El de los perros.
- ¿Está enterado de eso?
- Sí, señor.
- ¿Y cómo vino a parar aquí, si al principio vivió en Aurora?
- Si vine aquí, señor, en los mismos comienzos de la colonización de la galaxia, fue para impedir la creación de una Tierra radiactiva.
Conmigo vino otro robot, Giskard, que podía penetrar las mentes e influenciar en ellas.
- ¿Cómo puede hacer Bliss?
- Sí, señor. Fracasamos, en cierto modo, y Giskard dejó de funcionar. Sin embargo, antes de esto, me transmitió su talento y dejó que yo cuidase de la Galaxia; de la Tierra, en particular.
- ¿Por qué de la Tierra en particular?
- En parte a causa de un hombre llamado Elijah Baley, un terrícola.
Pelorat intervino, con excitación:
- Es el héroe cultural que te mencioné hace algún tiempo, Golan.
- ¿Un héroe cultural, señor?
- El doctor Pelorat quiere decir que es alguien a quien le fueron atribuyendo muchas cosas - explicó Trevize -, y que pudo ser una amalgama de muchos personajes históricos o una persona totalmente inventada.
Daneel consideró esto durante un momento y después habló, pausadamente:
- No fue así, señores. Eliiah Baley fue un hombre real y único. Yo no sé lo que dicen sus leyendas de él, pero, según la verdadera Historia, la galaxia nunca hubiese sido colonizada sin él. Yo hice cuanto pude, en su honor, para salvar lo más posible de la Tierra cuando ésta empezó a volverse radiactiva. Mis compañeros robots fueron distribuidos en toda la Galaxia en un esfuerzo de influir en diferentes personas. Una vez traté de iniciar el reciclado del suelo de la Tierra. Otra vez, mucho más tarde, procuré empezar la reforma, a semejanza de la Tierra, de un mundo que giraba alrededor de la estrella vecina, la llamada Alfa ahora. En ninguno de ambos casos tuve verdadero éxito. No pude ajustar nunca las mentes humanas como yo quería, pues siempre había la posibilidad de que pudiese dañar a los diversos humanos que fuesen ajustados. Yo estaba ligado, y lo sigo estando, por las Leyes de la Robótica.
- ¿Sí?
No se necesitaba tener el poder mental de Daneel para detectar incertidumbre en aquel monosílabo.
- La Primera Ley – dijo - es ésta, señor: «Un robot no puede dañar a un ser humano o, con su inactividad, permitir que un ser humano sufra daño.» Segunda Ley: «Un robot tiene que obedecer las órdenes dadas por los seres humanos, salvo cuando tales órdenes vulneren la Primera Ley.» La Tercera Ley: «Un robot debe proteger su propia existencia, siempre que esta protección no vulnere la Primera o la Segunda Ley.» Naturalmente, he enumerado las leyes traduciéndolas en un lenguaje aproximado. En realidad, representan complicadas configuraciones matemáticas de nuestros canales cerebrales positrónicos.
- ¿Le resulta difícil actuar de acuerdo con estas Leyes?
- A la fuerza, señor. La Primera es tan absoluta que casi me prohibe ejercitar mis facultades mentales. Tratándose de la Galaxia, no es probable que cualquier curso de acción evite el daño por completo. Siempre algunas personas, tal vez muchas, sufrirán hasta el punto de que el robot tendrá que elegir el mal menor. Sin embargo, la complejidad de posibilidades es tal que se requiere tiempo para tomar la decisión, e incluso entonces, nunca se está seguro de acertar.
- Lo comprendo - dijo Trevize.
- A lo largo de toda la Historia galáctica - prosiguió Daneel -, he tratado de mitigar los peores aspectos de la lucha y los desastres que perpetuamente se producían en la Galaxia. En ocasiones, pude conseguirlo hasta cierto punto, pero, si conoce usted la Historia galáctica, sabrá que no triunfé a menudo, ni con mucho.
- Lo sé - repuso Trevize, con una sonrisa forzada.
- Justo antes de morir, Giskard concibió una ley robótica que derogaba incluso la primera. La llamamos la «Ley Cero», porque no pudimos pensar otro nombre que tuviese sentido. Es la siguiente: «Un robot no puede perjudicar a la Humanidad ni, por omisión, permitir que la Humanidad sufra daño.» Esto significaba automáticamente que la Primera Ley tenía que ser modificada así: «Un robot no debe perjudicar a un ser humano ni, por omisión, permitir que un ser humano sufra daño, salvo cuando esto vulnere la Ley Cero.» Y parecidas modificaciones tuvieron que hacerse en la Segunda y la Tercera Leyes.
Trevize frunció el ceño.
- ¿Cómo deciden lo que es o no es perjudicial para la Humanidad en su conjunto?
- Ahí estriba el problema, señor - dijo Daneel -. En teoría, la Ley Cero era la solución de nuestras dudas. En la práctica, nunca podíamos decidir. El ser humano es un objeto concreto. Los daños a una persona pueden ser calculados y juzgados. Pero la Humanidad es una abstracción. ¿Cómo resolver esta dificultad?
- No lo sé - respondió Trevize.
- Un momento - dijo Pelorat -. Se podría convertir la Humanidad en un solo organismo. Gaia.
- Eso fue lo que traté de hacer, señor. Yo concebí la fundación de Gaia. Si la Humanidad podía convertirse en un solo organismo, sería un objeto concreto y no habría problema. Sin embargo, no era fácil crear un superorganismo como yo había esperado. En primer lugar, no podía hacerse a menos que los seres humanos diesen más valor al superorganismo que a su individualidad, y para ello tenía que encontrar un modelo mental adecuado. Pasó mucho tiempo antes de que yo pensara en las Leyes de la Robótica.
- ¡Ah! Entonces, los gaianos son robots. Lo sospeché desde el principio.
- En ese caso, fue una sospecha errónea, señor. Son seres humanos, pero tienen firmemente inculcado en el cerebro el equivalente de las Leyes de la Robótica. Tienen que dar valor a la vida, darle realmente Valor, incluso después de que esto se hubo conseguido, un grave defecto persistió. Un superorganismo compuesto únicamente de seres humanos tiene que ser inestable. No puede sostenerse. Había que añadir los otros animales; después, las plantas, y por último, el mundo inorgánico. El superorganismo más pequeño que puede ser realmente estable es todo un mundo, y un mundo lo bastante grande y complejo para tener una ecología estable. Se necesitó mucho tiempo para comprender esto, y sólo en este ultimo siglo quedó Gaia plenamente establecida Y dispuesta a expandirse en la Galaxia..., algo que también requerirá mucho tiempo. Tal vez no tanto como el que se ha necesitado hasta ahora, pues conocemos las reglas.
- Pero necesitaban que yo tomase la decisión, ¿no es cierto Daneel?
- Sí, señor. Las Leyes de la Robótica no me permitían, ni tampoco permitían a Gaia, tomar la decisión y exponernos a dañar a la Humanidad. Y mientras tanto, hace cinco siglos, cuando parecía que nunca encontraría métodos para salvar todas las dificultades que se oponían al establecimiento de Gaia, busqué otra manera de salir del paso Y contribuí al desarrollo de la ciencia de la psicohistoria.
- Hubiese tenido que adivinarlo - murmuró Trevize -. ¿Sabe una cosa, Daneel? Empiezo a creer que realmente tiene veinte mil años.
- Gracias, señor.
- Un momento - dijo Pelorat -. Creo que veo algo. ¿Es usted parte de Gaia, Daneel? ¿Fue por esto que sabía lo de los perros de Aurora? ¿A través de Bliss?
- En cierto modo - respondió Daneel -, usted tiene razón. Estoy asociado a Gaia, aunque no formo parte de ella.
Trevize arqueó las cejas.
- Se parece un poco a Comporellon, el mundo que visitamos inmediatamente después de salir de Gaia. Insiste en que no forma parte de la Confederación de la Fundación, pero que está asociado a ella.
Daneel asintió lentamente con la cabeza.
- Supongo que la analogía es correcta, señor. Como asociado de Gaia, puedo saber lo que Gaia sabe, por ejemplo en la persona de esa mujer, de Bliss. En cambio, Gaia no puede saber lo que yo sé, de modo que conservo mi libertad de acción. Ésta es necesaria hasta que Galaxia quede bien establecida.
Trevize miró fijamente al robot durante un momento y después dijo:
- ¿Y empleó su conocimiento a través de Bliss para intervenir en sucesos de nuestro viaje, con el fin de amoldarlos a su conveniencia?
Daneel suspiró de una manera curiosamente humana.
- No podía hacer mucho, señor. Las Leyes de la Robótica me lo impedían. Y sin embargo, aligeré la carga que pesaba sobre la mente de Bliss, asumiendo una pequeña parte de la responsabilidad para que pudiese enfrentarse con los lobos de Aurora y el espacial de Solaria con más rapidez y menos peligro para ella. Además, influí en la mujer de Comporellon y en la de la Nueva Tierra, a través de Bliss, para que le apreciasen a usted y pudiese continuar su viaje.
Trevize sonrió, casi con tristeza.
- Hubiese tenido que saber que el mérito no era mío.
Daneel escuchó, pero sin aceptar su tono pesaroso.
- Al contrario, señor – dijo -; usted tuvo el mérito mayor. Ambas mujeres lo miraron con simpatía desde el principio. Yo sólo fortalecí un impulso que ya estaba presente, que es casi lo único que uno puede hacer si se tiene en cuenta la rigidez de las Leyes de la Robótica. Debido a esta rigidez, y también a otras razones, tuve gran dificultad para traerle hasta aquí, y sólo podía hacerlo de forma indirecta. En varios momentos, corrí gran peligro de perderle.
- Y ahora que estoy aquí - dijo Trevize -, ¿qué es lo que quiere de mí? ¿Confirmar mi decisión en favor de Galaxia?
El semblante de Daneel, siempre inexpresivo, consiguió, de algún modo, parecer desesperado.
- No, señor. La simple decisión ya no es bastante. Le traje aquí, lo mejor que pude en mi condición presente, por algo mucho más apremiante. Me estoy muriendo.
Tal vez fue por la naturalidad con que Daneel lo dijo, o porque una vida de veinte mil años hacía que la muerte no pareciese una tragedia al que estaba condenado a vivir menos de un medio por ciento de aquel período; pero, en todo caso, Trevize no sintió la menor compasión.
- ¿Morir? ¿Puede una máquina morir?
- Puedo dejar de existir, señor. Llámelo como prefiera. Soy viejo. Ni un solo ser sensible de los que vivían en la Galaxia cuando yo fui consciente por primera vez sigue con vida en la actualidad; nada orgánico; nada robótico. Incluso yo mismo carezco de continuidad.
- ¿En qué sentido?
- No hay una parte física de mi cuerpo, señor, que no haya sido sustituida, no una sino muchas veces. Incluso mi cerebro positrónico ha sido reemplazado en cinco ocasiones diferentes. Cada una de ellas, el contenido de mi cerebro anterior fue grabado en el nuevo hasta el último positrón. Cada una de ellas, el nuevo cerebro tenía más capacidad y complejidad que el anterior, de modo que había sitio para más recuerdos y para acciones y decisiones más rápidas. Pero...
- ¿Pero?
- Cuánto más avanzado y complejo es el cerebro, más inestable se vuelve, se deteriora con más rapidez. Mi cerebro actual es cien mil veces más sensible que el primero, y tiene una capacidad diez millones de veces mayor; pero así como mi primer cerebro duró más de diez mil años, el actual tiene seiscientos y está, indudablemente, en plena senectud. Con los recuerdos de veinte mil años grabados, y con un mecanismo de recuerdo en perfecto funcionamiento, el cerebro queda lleno. Entonces, se produce una rápida decadencia de la capacidad de tomar decisiones, y una decadencia todavía más rápida de la facultad de sondear y de influir en las mentes a distancias hiperespaciales. Ni puedo concebir un sexto cerebro. Toda ulterior miniaturización chocaría contra el muro del principio de incertidumbre, y toda ulterior complejidad provocaría la ruina casi inmediata.
Pelorat pareció sumamente turbado.
- Pero seguramente, Daneel – dijo -, Gaia puede seguir adelante sin usted. Ahora que Trevize ha juzgado y elegido Galaxia...
- El proceso requirió demasiado tiempo, señor - dijo Daneel, siempre sin revelar la menor emoción -. Tuve que esperar a que Gaia estuviese firmemente establecida, a pesar de las imprevistas dificultades que surgieron. Cuando fue localizado un ser humano capaz de tomar la decisión clave, o sea el señor Trevize, era demasiado tarde. Sin embargo, no piensen que no puse los medios para prolongar mi vida. Poco a poco, fui reduciendo mi actividad, con el fin de conservar lo más posible para las emergencias. Cuando ya no pude confiar en medidas activas para preservar el aislamiento del sistema Tierra-Luna, adopté otras pasivas.
Durante un período de años, los robots antropomorfos que habían estado trabajando conmigo, fueron llamados uno a uno a casa. Sus últimas tareas fueron remover de los archivos planetarios todas las referencias a la Tierra. Y sin mí y mis compañeros robots en pleno funcionamiento, Gaia carecerá de los instrumentos esenciales para realizar el desarrollo de Galaxia en menos de un desmesurado período de tiempo.
- ¿Y sabía usted esto cuando yo tomé mi decisión? - preguntó Trevize.
- Mucho antes, señor - respondió Daneel -. Desde luego, Gaia no lo sabía.
- Entonces - dijo furiosamente Trevize -, ¿con qué objeto ha seguido este juego adelante? ¿De qué ha servido? Desde que tomé mi decisión, he explorado la galaxia, buscando la Tierra y lo que yo creía que era su «secreto» (sin saber que el secreto era usted), con el fin de poder confirmar la decisión. Bueno, ya la he confirmado. Ahora sé que Galaxia es absolutamente esencial... y que todo habrá sido para nada. ¿Por qué no pudo dejar la Galaxia a su merced, y a mí a la mía?
- Porque, señor - dijo Daneel -, he estado buscando una salida y he llevado las cosas adelante con la esperanza de encontrarla. Ahora creo que la he encontrado. En vez de sustituir mi cerebro por otro positrónico, lo cual no sería práctico, podría fundirlo con un cerebro humano, con un cerebro humano que no se verá afectado por las Tres Leyes y que no solamente añadirá capacidad al mío, sino que le brindará nuevas facultades. Por eso le he traído aquí.
Trevize pareció horrorizado.
- ¿Quiere decir que proyecta fundir un cerebro humano con el suyo? ¿Hacer que el cerebro humano pierda su individualidad para que pueda usted lograr una Gaia de cerebro doble?
- Sí, señor. Eso no me haría inmortal, pero podría permitirme vivir lo bastante para establecer Galaxia.
- ¿Y me ha traído a mí aquí para esto? ¿Quiere que mi independencia de las Tres Leyes y mi buen juicio se incorporen a usted a costa de mi individualidad? ¡No!
- Sin embargo - dijo Daneel -, usted ha afirmado hace un momento que Galaxia es esencial para el bien de la Humani...
- Aun así, se necesitaría mucho tiempo para establecerla, y yo quiero seguir siendo un ser individual durante toda mi vida. Por otra parte, si se estableciese con rapidez, habría una pérdida galáctica de individualidad, y mi propia pérdida sería parte de un todo inconcebiblemente mayor. En todo caso, yo no consentiría nunca en perder mi individualidad y que el resto de la Galaxia conservase la suya.
- Entonces - dijo Daneel -, es lo que yo pensaba, su cerebro no se mezclaría bien y, en todo caso, sería mejor que usted conservase una capacidad de juicio independiente.
- ¿Cuándo ha cambiado de idea? Dijo que me había traído aquí para realizar esa fusión.
- Sí, y sólo lo he conseguido utilizando hasta el máximo mis ya tan mermadas facultades. Pero, cuando dije que había traído a usted aquí, recuerde que en galáctico corriente la palabra «usted» significa tanto el singular como el plural. Me refería a todos ustedes.
Pelorat se irguió en su asiento.
- ¿De veras? Entonces dígame, Daneel, un cerebro humano que se fundiese con el suyo, ¿compartiría todos sus recuerdos, sus veinte mil años de recuerdos, hasta los tiempos legendarios?
- Ciertamente, señor.
Pelorat respiró hondo.
- Esto culminaría el trabajo de toda una vida, y con gusto renunciaría a mi individualidad por ello. - Por favor, otórgueme el privilegio de compartir su cerebro.
- ¿Y Bliss? - preguntó Trevize en voz baja -. ¿Qué será de ella?
Pelorat sólo vaciló un instante.
- Bliss lo comprenderá – dijo -. Y en todo caso, estará mejor sin mí..., dentro de un tiempo.
Daneel sacudió la cabeza.
- Su ofrecimiento, doctor Pelorat, es muy generoso, pero no puedo aceptarlo. Su cerebro es viejo y no puede sobrevivir más de dos o tres decenios en el mejor de los casos, incluso mezclado con el mío. Necesito otra cosa. ¡Mire! - indicó, señalando con un dedo -, la llamé para que volviese.
Bliss llegaba en aquel momento, caminando satisfecha y con pasos saltarines.
Pelorat se puso en pie de un salto.
- ¡Bliss! ¡Oh, no!
- No se alarme, doctor Pelorat - dijo Daneel -. Ella no me sirve. Me fundiría con Gaia, y yo debo permanecer independiente de Gaia, según ya les he explicado.
- Pero, en ese caso - dijo Pelorat -, ¿quién...?
Y Trevize, mirando la delgada figura que corría detrás de Bliss, dijo:
- El robot ha querido a Fallom desde el principio, Janov.
Bliss regresó sonriendo, visiblemente satisfecha.
- No pudimos ir más allá de los límites de la finca – dijo -, pero todo me ha recordado mucho Solaria. Desde luego, Fallom está convencida de que es Solaria. Yo le pregunté si no creía que Daneel tenía un aspecto diferente del de Jemby (a fin de cuentas, Jemby era metálico) y Fallom me dijo: «En realidad, no.» No sé lo que quiso decir con esto.
Miró al lugar no muy alejado donde Fallom se encontraba tocando la flauta para un grave Daneel, que marcaba el compás con la cabeza.
El sonido llegaba hasta ellos claro, delicado y delicioso.
- ¿Sabíais que traía consigo la flauta cuando desembarcamos? - preguntó Bliss -. Sospecho que no podremos apartarla de Daneel en mucho rato.
La observación fue recibida con un silencio absoluto, y Bliss miró a los dos hombres con súbita alarma.
- ¿Qué sucede?
Trevize señaló en dirección a Pelorat. Con ello pareció indicar que era éste quien debía contestar a la pregunta.
Pelorat carraspeó y dijo:
- Lo cierto es, Bliss, que creo que Fallom se quedará para siempre con Daneel.
- ¿De veras?
Bliss frunció el ceño e inició un movimiento para ir al encuentro de Daneel, pero Pelorat la agarró de un brazo.
- Querida Bliss, no puedes hacer nada. Él es ahora más poderoso que Gaia, y Fallom debe quedarse con él si Galaxia tiene que existir.
Deja que te lo explique, y tú, Golan, corrígeme si me equivoco.
Bliss escuchó el relato, con expresión casi desesperada.
- Ya lo ves, Bliss - dijo Trevize en un intento de razonar fríamente -. La niña es una Espacial y Daneel fue diseñado y montado por espaciales. La niña fue criada por un robot y no sabía más que lo que éste le enseñó en una finca tan vacía como ésta. La pequeña tiene poderes transductores que Daneel necesitará, y vivirá tres o cuatro siglos, que son posiblemente los que se requerirán para la construcción de Galaxia.
Bliss tenía las mejillas enrojecidas y los ojos húmedos.
- Supongo – dijo - que el robot dirigió nuestro viaje hacia la Tierra de manera que pasáramos por Solaria y recogiésemos la criatura que él necesitaba.
Trevize se encogió de hombros.
- Tal vez sólo ha aprovechado la oportunidad. No creo que sus poderes sean ahora lo bastante fuertes para convertirnos en marionetas a distancias hiperespaciales.
- No, se trató de una acción deliberada. Él se aseguró de que me sintiese tan atraída por la niña que me la llevase en vez de abandonarla a su suerte; de que la protegiese incluso contra ti cuando te mostrases tan resentido y enojado por su presencia.
- Eso pudo ser también fruto de tu ética galana - dijo Trevize -, aunque supongo que Daneel debió reforzarla un poco. Bueno, Bliss, no tienes que preocuparte. Supón que pudieses llevarte a Fallom. ¿Podrías trasladarla a algún sitio donde se sintiese tan feliz como aquí? ¿La llevarías a Solaria de nuevo, donde la matarían despiadadamente, o a algún mundo superpoblado donde enfermaría y moriría, o a Gaia, donde se le destrozaría el corazón añorando a Jemby, o en un viaje interminable a través de la Galaxia durante el cual pensaría que cada mundo que encontrásemos era su Solaria? ¿Y encontrarías un sustituto para que Daneel pudiese usarlo para la construcción de Galaxia?
Bliss guardó un triste silencio.
Pelorat le tendió una mano, con cierta timidez.
- Bliss – dijo -, yo me ofrecí voluntario para que mi cerebro se fundiese con el de Daneel. Pero él no lo aceptó, porque dijo que yo era demasiado viejo. Ojalá lo hubiese aceptado, si con esto hubieses podido conservar a Fallom.
Y ahora Daneel, como si hubiese advertido que el asunto estaba resuelto, se aproximó a ellos con Fallom brincando a su lado.
Entonces, la niña corrió y fue la primera en llegar a su lado.
- Gracias, Bliss – dijo -, por llevarme de nuevo a Jemby y cuidar de mí mientras estuvimos en la nave. Siempre te recordaré.
Se lanzó sobre Bliss y las dos se abrazaron con fuerza.
- Espero que seas siempre feliz - dijo Bliss -. Yo también te recordaré, querida Fallom - añadió, soltándola de mala gana.
Fallom se volvió a Pelorat.
También a ti te doy las gracias, Pel, por dejarme leer tus libros de películas.
Luego, sin añadir palabra y después de una breve vacilación, tendió su mano infantil a Trevize. Éste la estrechó un momento y la soltó.
- Te deseo suerte, Fallom - murmuró.
- Les doy las gracias a todos, señora y señores, por lo que han hecho, cada cual a su manera - dijo Daneel -. Ahora, pueden marcharse cuando quieran, pues su búsqueda ha terminado. En cuanto a mi propio trabajo, terminará también muy pronto y ahora con éxito...
Pero Bliss le interrumpió.
- Espere, todavía no hemos terminado del todo. No sabemos si Trevize sigue pensando que el futuro de la Humanidad está en Galaxia como opuesta al vasto conglomerado de aislados.
- Hace un rato, señora, que todo eso ha quedado muy claro. Se ha decidido en favor de Galaxia.
Bliss apretó los labios.
- Quisiera que me lo dijese él, ¿Qué es lo que quieres, Trevize?
Trevize respondió pausadamente:
- ¿Qué es lo que tú quieres, Bliss? Si decidiese contra Galaxia, podrías recobrar a Fallom.
- Yo soy Gaia - repuso Bliss -. Debo saber tu decisión y tus razones, sólo por mor de la verdad.
- Dígaselo, señor - dijo Daneel -. Su mente, como Gaia sabe, sigue intacta.
Y Trevize dijo:
- Mi decisión es por Galaxia. Ya no hay dudas en mi mente sobre ello.
Bliss permaneció inmóvil un tiempo durante el cual se habría podido contar despacio hasta cincuenta, como si dejase que la información llegase a todas las partes de Gaia, y después dijo:
- ¿Por qué?
- Escúchame - dijo Trevize -. Supe desde el principio que había dos futuros posibles para la Humanidad: Galaxia, o el Segundo Imperio del «Plan Seldon». Y me pareció que estos dos futuros posibles se excluían mutuamente. No podíamos tener Galaxia a menos que, por alguna razón, el «Plan Seldon» tuviese algún defecto fundamental.
»Por desgracia, yo no sabía nada del «Plan Seldon», salvo los dos axiomas en que se funda: primero, que se requiere un gran número de seres humanos para que la Humanidad pueda ser tratada estadísticamente como un grupo de individuos interactuando al azar; y segundo, que la Humanidad no puede saber los resultados de las conclusiones psicohistóricas antes de que aquéllos se hayan alcanzado.
»Como yo me había decidido ya en favor de Galaxia, pensé que tenía que haber advertido de modo subconsciente los fallos del «Plan Seldon» y que estos fallos sólo podían estar en los axiomas, que era lo único que yo sabía del plan. Sin embargo, no podía hallar nada equivocado en ellos. Luché, pues, por encontrar la Tierra, pensando que ésta no podía haberse ocultado de un modo tan completo sin ninguna finalidad. Debía descubrir cuál era ésta.
»No tenía verdaderas razones para esperar que encontraría la solución en cuanto hallase la Tierra, pero estaba desesperado y no se me ocurría nada más. Y tal vez el deseo de Daneel de tener una criatura solariana contribuyó a reforzar mi impulso.
»En todo caso, al fin llegamos a la Tierra y después a la Luna, y Bliss detectó la mente de Daneel con la ayuda deliberada de éste. Ella describió aquella mente como la de algo no del todo humano ni del todo robótico. Después, los hechos han demostrado su acierto, pues el cerebro de Daneel es mucho más perfecto que el de cualquier otro robot que haya existido jamás, y no podía ser percibido como una simple mente robótica. Pero tampoco podía ser percibido como humano. Pelorat lo mencionó como «algo nuevo» y esto provocó «algo nuevo» en mí, una nueva idea.
»Así como, hace mucho tiempo, Daneel y su colega elaboraron una cuarta ley de robótica más fundamental que las otras tres, pude yo ver de pronto un tercer axioma básico de psicohistoria que era más fundamental que los otros dos; un tercer axioma tan fundamental que a nadie se le había ocurrido mencionarlo.
»Me explicaré. Los dos axiomas conocidos se refieren a seres humanos y se fundan en el axioma tácito de que los seres humanos son la única especie inteligente de la galaxia y, por consiguiente, los únicos organismos cuyas acciones son significativas para el desarrollo de la sociedad y de la Historia. Éste es el axioma no declarado: que sólo hay una especie de inteligencia en la galaxia y que ésta es el Homo sapiens.
De existir «algo nuevo», si hubiese otras clases de inteligencia de naturaleza muy diferente, su comportamiento no sería exactamente descrito por las matemáticas de la psicohistoria, y el «Plan Seldon» no significaría nada. ¿Lo veis?
Trevize casi temblaba por su afanoso deseo de hacerse comprender.
- ¿Lo veis? - repitió.
- Sí, lo veo - dijo Pelorat -, pero como abogado del diablo, viejo amigo...
- ¿Qué? Prosigue.
- Los seres humanos son las únicas inteligencias en la Galaxia.
- ¿Y los robots? - preguntó Bliss -. ¿Y Gaia?
Pelorat pensó durante un rato y después respondió, vacilando:
- Los robots no han representado ningún papel significativo en la Historia de la humanidad desde la desaparición de los espaciales. Gaia tampoco lo ha hecho hasta muy recientemente. Los robots son una creación de los seres humanos, y Gaia es una creación de los robots, y tanto éstos como aquélla, al estar ligados por las Tres Leyes, no tienen más remedio que someterse a la voluntad humana. A pesar de los veinte mil años de trabajo de Daneel y del gran desarrollo de Gaia, una sola palabra de Golan Trevize, ser humano, pondría fin a ese trabajo y a este desarrollo. De ello se desprende, pues, que la Humanidad es la única forma importante de inteligencia en la galaxia, y que la psicohistoria sigue siendo válida.
- La única forma importante de inteligencia en la galaxia – repitió Trevize lentamente -. Estoy de acuerdo. Sin embargo, hablamos tanto y tan a menudo de la galaxia que nos es casi imposible ver que ésta no es bastante, que no es el Universo. Hay otras galaxias.
Pelorat y Bliss se agitaron inquietos. Daneel escuchó con benévola gravedad, acariciando con la mano los cabellos de Fallom.
- Escuchadme de nuevo. Precisamente fuera de la galaxia están las Nubes de Magallanes, donde ninguna nave humana ha penetrado jamás.
Más allá, se encuentran otras pequeñas galaxias y, no muy lejos, se halla la gigantesca galaxia Andrómeda, que es más grande que la nuestra. Y más allá aún hay miles de millones de galaxias.
»Nuestra propia galaxia ha desarrollado solamente una especie lo bastante inteligente para crear una sociedad tecnológica, pero, ¿qué sabemos de las demás galaxias? Quizá la nuestra sea atípica. En algunas de las otras, tal vez incluso en todas ellas, puede haber muchas especies inteligentes compitiendo, luchando entre ellas, y todas incomprensibles para nosotros. Puede que sólo estén preocupadas por sus luchas, pero, ¿qué pasaría si, en alguna galaxia, una especie llegase a dominar a todas las demás y entonces tuviese tiempo de considerar la posibilidad de invadir otras galaxias?
»Desde el punto de vista hiperespacial, la galaxia es un punto, y lo propio es todo el Universo. Nosotros no hemos visitado ninguna otra galaxia y, que sepamos, ninguna especie inteligente de otra galaxia nos ha visitado; pero este estado de cosas puede terminar algún día. Y si llegan los invasores, sin duda encontrarán diversas maneras de enfrentar a algunos seres humanos contra otros. Hemos estado tanto tiempo sin que hubiese nadie contra quien luchar que estamos acostumbrados a las luchas intestinas. Un invasor que nos encontrase divididos nos dominaría a todos o nos destruiría. La única defensa eficaz es crear Galaxia, que no podrá volverse contra sí misma y sí enfrentarse a los invasores con su máximo poder.
- El cuadro que describes es espantoso - dijo Bliss -. ¿Tendremos tiempo de constituir Galaxia?
Trevize miró hacia arriba, como para atravesar la gruesa capa de roca que les separaba de la superficie de la Luna y del espacio; como si quisiese ver aquellas lejanas galaxias, moviéndose lentamente a través de inimaginables panoramas del espacio.
- En toda la Historia humana, ninguna otra inteligencia nos ha amenazado, que nosotros sepamos. Bastaría con que esto continuase durante unos pocos siglos, tal vez poco más de una milésima del tiempo que llevamos de civilización, para que estuviésemos a salvo. A fin de cuentas - y aquí sintió Trevize una súbita aprensión que se obligó a pasar por alto no es como si ya tuviésemos al enemigo entre nosotros.
Y no bajó la mirada para no encontrarse con los ojos reflexivos de Fallom (hermafrodita, transductora, diferente) que le estaban mirando, fijos, insondables.
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