Isaac Asimov
capitulos finales
40
El nombre del inspector de aduanas ora Jogoroth Sobhaddartha y había trabajado intermitentemente en la estación durante la mitad de su vida.
El alejamiento no le importaba, pues le daba una oportunidad, durante un mes de cada tres, para ver sus libros, escuchar su música, y estar apartado de su esposa e hijo pequeño.
Claro que, durante los dos últimos años, el director de aduanas había sido un soñador, lo cual resultaba irritante. No hay nadie más insufrible que una persona que justifica cualquier acción diciendo que le ha sido inspirada en un sueño.
Personalmente Sobhaddartha no creía en ello, aunque tenía cuidado de no decirlo en voz alta, ya que en Sayshell casi todo el mundo desaprobaba las dudas antipsíquicas. Ser reconocido como materialista podría poner en peligro su próxima pensión.
Se alisó los dos mechones de pelo de su barbilla uno con la mano derecha y el otro con ja izquierda, carraspeó con fuerza, y después, con inadecuada indiferencia, preguntó:
- ¿Era ésta la nave, director?
El director, que respondía al nombro igualmente soyshelliano de Namarath Godhisavatta, estaba preocupado por un problema que se desprendía de algunos datos facilitados por la computadora, y no levantó los ojos.
- ¿Qué nave? - dijo.
- La Estrella Lejana. La nave de la Fundación. La que acabo de dejar pasar. La que ha sido olografiada desde todos los ángulos. ¿Fue esta con la que usted soñó?
Ahora Godhisavatta levantó la mirada, Era un hombre bajo, con unos ojos casi negros y rodeados por finas arrugas que no habían sido causadas por su afición a sonreír.
- ¿Por qué lo pregunta? - contestó.
Sobhaddartha se enderezó y dejó que sus oscuras y tupidas cejas se acercaran la una a la otra.
- Ellos dicen que son turistas, pero nunca había visto una nave como esa y en mi opinión son agentes de la Fundación.
Godhisavatta se reclinó en su butaca.
- Por más que lo intento, no recuerdo haberle pedido su opinión.
- Pero, director, considero un deber patriótico señalar que...
Godhisavatta cruzó los brazos encima del pecho y miró coléricamente a su subalterno, quien (aunque mucho más impresionante en cuanto a estatura y presencia física) se había empequeñecido y tenía un aspecto encogido bajo la mirada de su superior.
Godhisavatta dijo:
- Escuche, si sabe lo que le conviene, hará su trabajo sin comentarios..., o me ocuparé de que no reciba ninguna pensión cuando se retire, que será pronto si oigo algo más sobre un tema que no le incumbe.
Sobhaddartha contestó en voz baja:
- Sí, señor. - Después, con un sospechoso, grado de servilismo en la voz, añadió -: ¿Está dentro de los límites de mis obligaciones, señor, informar de que hay una segunda nave dentro de los límites de nuestras pantallas?
- Considérelo informado - replicó Godhisavatta con irritabilidad, volviendo a su trabajo.
- Con características muy parecidas - dijo Sobhaddartha aún más humildemente - a la que acabo de dejar pasar.
Godhisavatta puso las manos encima de la mesa y se levantó.
- ¿Una segunda nave?
Sobhaddartha sonrió interiormente. Esa sanguinaria persona, nacida de una unión irregular (estaba refiriéndose al director), no debía de haber soñado con dos naves.
- ¡Aparentemente, señor! Ahora regresaré a mi puesto y esperaré órdenes y confío, señor.
- ¿Sí?
Sobhaddartha no pudo resistirse, a pesar de la amenaza de su pensión.
- Y confío, señor, en que no hayamos dado vía libre a la que no debíamos.
41
La Estrella Lejana avanzaba rápidamente sobre la superficie del planeta Sayshell y Pelorat observaba con fascinación. La capa de nubes era más fina y dispersa que en Términus y, tal como mostraba el mapa, las superficies terrestres eran más compactas y extensas, e incluían zonas desérticas más amplias, a juzgar por el color rojizo de gran parte del espacio continental.
No había indicios de nada vivo. Parecía un mundo hecho de estéril desierto, grisácea llanura, interminables arrugas que tal vez representaran zonas montañosas, y, naturalmente, de mar.
- Parece sin vida - murmuró Pelorat.
- No esperará ver algún signo de vida a esta altura - dijo Trevize -. A medida que vayamos descendiendo, verá el centelleante paisaje del lado nocturno. Los seres humanos tienden a iluminar sus mundos cuando llega la oscuridad; nunca he oído hablar de un mundo que sea una excepción a esa regla. En otras palabras, el primer signo de vida que verá no sólo será humano sino tecnológico.
Pelorat comentó con aire pensativo:
- Después de todo, los seres humanos son diurnos por naturaleza. Creo que una de las primeras tareas de una tecnología en desarrollo debería ser la conversión de la noche en día. De hecho, si un mundo careciese de tecnología y desarrollase alguna, debería ser posible seguir el progreso del desarrollo tecnológico por el aumento de luz sobre la superficie oscura. ¿Cuánto tiempo cree usted que sería necesario para pasar de la oscuridad uniforme a la luz uniforme?
Trevize se echó a reír.
- Se le ocurren unas ideas muy extrañas, pero supongo que eso se debe a que es mitologista. No creo que un mundo pueda llegar a conseguir jamás una luminosidad uniforme. La luz nocturna seguiría la norma de la densidad de población, de modo que los continentes brillarían en nudos y franjas. Incluso Trántor en su apogeo, cuando era una sola estructura gigantesca, únicamente dejaba traspasar la luz en puntos dispersos.
La tierra se tornó verde como Trevize había predicho y, durante la última vuelta al globo, señaló marcas que aseguró eran ciudades.
- No es un mundo muy urbano. Nunca había estado en la Unión de Sayshell con anterioridad, pero, según la información que me da la computadora, tienden a aferrarse al pasado. La tecnología, a juicio de toda la Galaxia, ha sido asociada con la Fundación, y allí donde la Fundación es impopular, hay una tendencia a aferrarse al pasado..., excepto, naturalmente, en cuanto a las armas bélicas se refiere.
Le aseguro que Sayshell es muy moderno en este aspecto.
- Caramba, Golan, no será desagradable, ¿verdad? Al fin y al cabo, pertenecemos a la Fundación y estando en terreno enemigo...
- No es territorio enemigo, Janov. Serán muy atentos, no tema. La Fundación no goza de popularidad, eso es todo. Sayshell no forma parte de la Confederación de la Fundación. Por lo tanto, están orgullosos de su independencia y, como no les gusta recordar que son mucho más débiles que la Fundación y sólo continúan siendo independientes porque nosotros estamos dispuestos a permitírselo, se dan el lujo de tenernos antipatía.
- Entonces, me temo que será desagradable – dijo Pelorat con desaliento.
- De ningún modo - replicó Trevize -. Vamos, Janov. Estoy hablando de la actitud oficial del gobierno sayshelliano. Los habitantes del planeta son individuos particulares, y si nosotros somos amables y no nos portamos como si fuéramos los señores de la Galaxia, ellos también serán amables. No venimos a Sayshell para establecer el dominio de la Fundación. Somos simples turistas, y haremos el tipo de preguntas sobre Sayshell que hada cualquier turista.
»Y, si la situación lo permite, también podremos disfrutar de un merecido descanso. No hay nada malo en quedarnos aquí unos cuantos días y ver lo que tienen que ofrecer. Quizá tengan una cultura interesante, un paisaje interesante, una comida interesante, y, si todo lo demás falla, mujeres interesantes.
Disponemos de dinero en abundancia.
Pelorat frunció el ceño.
- Oh, mi querido compañero.
- Vamos - dijo Trevize -. Usted no es tan viejo... ¿No le interesaría?
- No negaré que hubo una época en la que desempeñé ese papel correctamente, pero éste no es momento para ello. Tenemos una misión. Queremos llegar a Gaia. No tengo nada en contra de pasar un rato agradable, de verdad que no, pero si empezamos a metemos en líos, quizá nos resulte difícil liberarnos. - Meneó la cabeza y dijo con suavidad -: Creo que usted temía que yo pasara un rato demasiado agradable en la Biblioteca Galáctica de Trántor y no fuera capaz de liberarme. Sin ninguna duda, una atractiva damisela de ojos oscuros, o cinco o seis, podría ser para usted lo que la biblioteca es para mí.
Trevize contestó:
- No soy un libertino, Janov, pero tampoco tengo la intención de convertirme en un asceta. Muy bien, le prometo que nos ocuparemos del asunto de Gaia, pero si algo agradable se cruza en mi camino, no hay razón en toda la Galaxia por la que no deba reaccionar normalmente.
- Si pone a Gaia en primer... .
- Lo haré. Sin embargo, acuérdese de no decir a nadie que somos de la Fundación. Lo sabrán, porque tenemos créditos de la Fundación y hablamos con un marcado acento de Términus, pero si no lo decimos, quizá finjan que somos extranjeros en general y se muestren cordiales. Si recalcamos el hecho de pertenecer a la Fundación, no hay duda de que nos hablarán con cortesía, pero no nos explicarán nada, no nos enseñarán nada, no nos llevarán a ningún sitio, y nos dejarán rigurosamente solos.
Pelorat suspiró.
- Nunca entenderé a las personas.
- No es difícil. Lo único que debe hacer es mirarse atentamente a sí mismo y entenderá a todos los demás. No somos distintos de ellos. ¿Cómo habría podido Seldon elaborar su Plan, y no me importa lo sutiles que fueran sus cálculos matemáticos, si no hubiese entendido a las personas; y cómo habría podido lograrlo si las personas no fuésemos fáciles de entender? Muéstreme a alguien que no pueda entender a las personas y yo le mostraré a alguien que ha formado una falsa imagen de sí mismo..., y no pretendo ofenderle.
- No lo ha hecho. Estoy dispuesto a admitir que carezco de experiencia y que he pasado una vida bastante egocéntrica y aislada. Es posible que nunca me haya mirado atentamente a mí mismo, de modo que le dejaré ser mi guía y consejero en lo que a personas se refiere.
- De acuerdo. Empiece siguiendo mi consejo y limítese a contemplar el paisaje. Pronto aterrizaremos y le aseguro que no notará nada. La computadora y yo nos encargaremos de todo.
- Golan, no se incomode. Si alguna joven...
- ¡Olvídelo! Déjeme ocuparme del aterrizaje.
Pelorat se volvió a mirar el mundo al final de la espiral contractiva de la nave. Era el primer mundo extranjero que visitaba en su vida. Este pensamiento le llenó de emoción, a pesar de que todos los millones de planetas habitados de la Galaxia habían sido colonizados por personas no nacidas en ellos.
Todos menos uno, pensó con un estremecimiento de trepidación/deleite.
42
El espaciopuerto no era grande en comparación con los de la Fundación, pero estaba bien equipado. Trevize observó cómo el Estrella Lejana era colocado en su amarradero e inmovilizado en su lugar. Les entregaron un complicado recibo en clave.
Pelorat preguntó en voz baja:
- ¿La dejamos aquí?
Trevize asintió y colocó la mano sobre el hombro del otro para tranquilizarle.
- No se preocupe - dijo, en voz igualmente baja.
Subieron al coche de superficie que habían alquilado y Trevize conectó el mapa de la ciudad, cuyas torres se veían en el horizonte.
- La Ciudad de Sayshell – dijo -, la capital del planeta. La ciudad, el planeta, la estrella, todo se llama Sayshell.
- Estoy preocupado por la nave - insistió Pelorat.
- No hay motivo para estarlo - dijo Trevize -. Regresaremos a ella esta misma noche, pues dormiremos en ella si tenemos que quedamos aquí más de unas horas. También debe usted comprender que hay un código interestelar de ética para los espaciopuertos que, que yo sepa, nunca se ha violado, ni siquiera en tiempo de guerra. Las astronaves que vienen en son de paz no son violadas. Si lo fuesen, nadie estaría a salvo y el comercio sería imposible.
Cualquier planeta en el que este código fuese quebrantado sería boicoteado por los pilotos espaciales de la Galaxia. Se lo aseguro, ningún mundo correría ese riesgo: Además...
- ¿Además?
- Bueno, además, he programado la computadora para que cualquiera que no tenga el aspecto o la voz de uno de nosotros encuentre la muerte si intenta abordar la nave. Me he tomado la libertad de explicárselo al comandante del espaciopuerto. Le he dicho muy cortésmente que me encantaría desconectar ese dispositivo por deferencia a la fama de absoluta integridad y seguridad que tiene el espaciopuerto de la Ciudad de Sayshell en toda la Galaxia, pero he añadido que la nave es un modelo nuevo y yo no sabía desconectarlo.
- Sin duda, no lo habrá creído.
- ¡Claro que no! Pero tenía que fingir creerlo porque, de lo contrario, habría tenido que sentirse insultado. Y como no podía hacer nada al respecto, ser insultado sólo habría conducido a la humillación. Y como no deseaba tal cosa, el camino más fácil a seguir era creer lo que yo le decía.
- ¿Y éste es otro ejemplo de cómo son las personas?
- Sí. Ya se acostumbrará.
- ¿Cómo sabe que en este coche no hay un micrófono oculto?
- He pensado que podía haberlo. De modo que cuando me han ofrecido uno, he escogido otro al azar. Si todos lo llevan... bueno, ¿acaso hemos dicho algo que sea tan terrible?
Pelorat parecía desconsolado.
- No sé cómo decirlo. Me parece muy descortés quejarme, pero no me gusta cómo huele. Hay un olor especial.
- ¿En el coche de superficie?
- Bueno, en primer lugar, en el espaciopuerto. Supongo que así es como huelen los espaciopuertos, pero el coche huele igual. ¿Podríamos abrir las ventanillas?
Trevize se echó a reír.
- Supongo que podría descubrir qué porción del tablero de mandos resuelve el problema, pero no serviría de nada. Este planeta apesta. ¿Le molesta mucho?
- No es muy fuerte, pero se nota... y me produce repulsión. ¿Huele así todo el mundo?
- Siempre me olvido de que nunca ha estado en otro mundo. Todos los mundos habitados tienen su propio olor. En su mayor parte se debe a la vegetación, aunque supongo que los animales e incluso los seres humanos contribuyen. Y que yo sepa, a nadie le gusta jamás el olor de ningún mundo cuando acaba de desembarcar en él. Pero ya se acostumbrará, Janov. Dentro de unas horas, le prometo que no lo notará.
- Seguramente no ha querido decir que todos los mundos huelen así.
- No. Como he dicho, cada uno tiene su propio olor. Si realmente nos fijáramos o nuestro olfato fuese más fino, como el de los perros anacreontianos, probablemente sabríamos en qué mundo estábamos sólo con olfatear el aire. Cuando ingresé en la Armada nunca podía comer el primer día que pasaba en un nuevo mundo; después aprendí el viejo truco de oler un pañuelo impregnado con el aroma del mundo durante el aterrizaje. Cuando sales al exterior ya no lo percibes. Y al cabo de un tiempo, te has insensibilizado; aprendes a no fijarte en él. De hecho, lo peor es regresar a casa.
- ¿Por qué?
- ¿Usted cree que Términus no huele?
- ¿Pretende decirme que sí?
- Claro que sí. Una vez se aclimate al olor de otro mundo, como Sayshell, le sorprenderá el hedor de Términus. En los viejos tiempos, siempre que abríamos las compuertas al llegar a Términus después de un largo turno de servicio, toda la tripulación exclamaba: «De vuelta en el estercolero.»
Pelorat no pudo ocultar su repugnancia.
Las torres de la ciudad estaban perceptiblemente más cerca, pero Pelorat mantuvo los ojos fijos en sus alrededores inmediatos. Otros coches de superficie circulaban en ambas direcciones y, de vez en cuando, un coche aéreo surcaba el cielo, pero Pelorat contemplaba los árboles.
- La vida vegetal parece extraña. ¿Cree que parte de ella es indígena?
- Lo dudo - contestó Trevize, distraído. Estaba examinando el mapa e intentando ajustar la programación de la computadora del coche -. En ningún planeta humano hay gran cosa de vida indígena. Los colonizadores siempre importaban sus propias plantas y animales, al establecerse o poco tiempo después.
- Sin embargo, parece extraña.
- No espere ver las mismas variedades en todos los mundos, Janov. Una vez me dijeron que los redactores de la Enciclopedia Galáctica confeccionaron un atlas de variedades que ascendía a ochenta y siete abultados discos de computadora y aun así era incompleto, además de anticuado, cuándo se terminó.
El coche de superficie siguió avanzando y los suburbios de la ciudad se abrieron y les absorbieron.
Pelorat se estremeció ligeramente.
- No tengo una gran opinión de su arquitectura urbana.
- A cada uno lo suyo - dijo Trevize, con la indiferencia del viajero espacial experimentado.
- Por cierto, ¿adónde vamos?
- Bueno - contestó Trevize con cierta exasperación -, estoy intentando que la computadora nos lleve al centro turístico. Confío en que la computadora conozca las calles de sentido único y las normas de tráfico, porque yo no.
- ¿Qué haremos allí, Golan?
- En primer lugar somos turistas, de modo que ése es el lugar a donde iríamos en un caso normal, y queremos ser todo lo discretos y naturales que podamos. Y en segundo lugar, ¿adónde iría usted para obtener información sobre Gaia?
Pelorat contestó:
- A una universidad.., a una sociedad antropológica..., a un museo... Ciertamente no a un centro turístico.
- Pues bien, se equivoca. En el centro turístico seremos unos tipos intelectuales que están ansiosos por tener una lista de las universidades de la ciudad y los museos, y así sucesivamente. Decidiremos a dónde ir primero y es posible que allí encontremos a las personas adecuadas para consultarles sobre historia antigua, galactografía, mitología, antropología, o lo que a usted se le ocurra. Pero todo empieza en el centro turístico.
Pelorat guardó silencio y el coche siguió avanzando de un modo bastante tortuoso, mientras se internaba en el tráfico y sorteaba los demás vehículos.
Enfilaron una calle y dejaron atrás varias señales que tal vez representaran indicaciones e instrucciones de circulación, pero estaban escritas en un estilo de letra que las hacía ilegibles.
Por fortuna el coche se comportó como si conociera el camino, y cuando se detuvo y se introdujo en una plaza de aparcamiento, había un letrero que decía: CIRCULO EXTRANJERO DE SAYSHELL en la misma tipografía ilegible, y debajo: CENTRO TURÍSTICO DE SAYSHELL en la clara y fácilmente legible escritura galáctica.
Entraron en el edificio, que no era tan grande como la fachada les había inducido a creer. En el interior la actividad brillaba por su ausencia.
Había una serie de cabinas de espera, una de las cuales estaba ocupada por un hombre que leía las tiras de noticias que iban saliendo de un pequeño expulsor; en otra se hallaban dos mujeres, que parecían estar absortas en un complicado juego de cartas y baldosas. Detrás de un mostrador demasiado grande para él, con los centelleantes mandos de una computadora que parecía demasiado compleja para él, había un funcionario sayshelliano de aspecto aburrido que vestía algo semejante a un tablero de damas multicolor.
Pelorat lo miró con asombro y susurró:
- Sin lugar a dudas es un mundo con un estilo de vestir extrovertido.
- Sí - dijo Trevize -, ya me había fijado. No obstante, las modas cambian de un mundo a otro e incluso, a veces, de una región a otra de un mismo mundo. Y cambian con el tiempo. Hace cincuenta años es posible que en Sayshell todos vistieran de negro. Tómelo como viene, Janov.
- Supongo que tendré que hacerlo - contestó Pelorat -, pero prefiero nuestro propio estilo de vestir. Por lo menos, no es un ataque contra el nervio óptico.
- ¿Porque tantos de nosotros llevan gris con gris? Esto molesta a algunas personas, He oído que lo llaman «vestir de lodo». Además, probablemente es la discreción cromática de la Fundación lo que impulsa a esta gente a vestir como un arco iris; para resaltar su independencia. De cualquier modo, todo se reduce a lo que estés acostumbrado. Vamos, Janov.
Los dos se dirigieron hacia el mostrador y entonces el hombre de la cabina dejó de leer las noticias, se levantó, y fue a su encuentro, sonriendo. Iba vestido en varios tonos de gris.
Al principio Trevize no miró hacia donde estaba él, pero cuando lo hizo se detuvo en seco.
Inspiró profundamente.
- Por la Galaxia... ¡Mi amigo, el traidor!
12 AGENTE
43
Munn Li Compor, consejero de Términus, parecía inseguro mientras alargaba la mano derecha hacia Trevize.
Trevize miró la mano con severidad y no la tomó.
- Mi posición me impide crear una situación en la que podrían arrestarme por alterar la paz en un planeta extranjero, pero lo haré de todos modos si este individuo se acerca un paso más - dijo, aparentemente al aire.
Compor se detuvo bruscamente, titubeó y al fin, tras lanzar una mirada incierta a Pelorat, dijo en voz baja:
- ¿Es que no me vas a dar una oportunidad para hablar? ¿Para explicar? ¿No me escucharás?
Pelorat miró a uno y otro con un leve ceño en su alargado rostro y preguntó:
- ¿Qué es todo esto, Golan? ¿Hemos venido a este lejano mundo para encontrarnos enseguida con alguien que usted conoce?
Los ojos de Trevize se mantuvieron fijos en Compor, pero torció ligeramente el cuerpo para dejar claro que estaba hablando con Pelorat.
- Este... ser humano, eso es lo que parece por su forma, fue amigo mío en Términus. Como tengo por costumbre con mis amigos, confié en él. Le hablé de mis opiniones, que tal vez no fueran de las que pueden airearse tranquilamente. Al parecer, él se las contó a las autoridades con todo detalle, y no se tomó la molestia de decírmelo. Por esta razón me vi metido en una trampa y ahora me encuentro en el exilio. Y ahora este.., ser humano.., desea que le reconozca como amigo.
Se volvió del todo hacia Compor y se pasó los dedos por el cabello, no logrando más que despeinarse.
- Escucha, tú. Yo sí que voy a preguntarte algo. ¿Qué haces aquí? De todos los mundos de la Galaxia donde podrías estar, ¿por qué estás en éste? ¿Y por qué ahora?
La mano de Compor, que había permanecido extendida mientras Trevize hablaba, cayó ahora a lo largo de su cuerpo y la sonrisa se borró de su cara. El aire de confianza en sí mismo, que normalmente era una de sus características, había desaparecido y en su ausencia aparentaba menos edad de los treinta y cuatro que tenía y parecía un poco abatido.
- Te lo explicaré - dijo -, ¡pero sólo desde el principio!
Trevize echó una ojeada a su alrededor.
- ¿Aquí? ¿Realmente quieres hablar aquí? ¿En un sitio público? ¿Quieres que te tumbe aquí de un puñetazo cuando me haya cansado de escuchar tus mentiras?
Ahora Compor levantó ambas manos, con las palmas mirándose.
- Es el lugar más seguro, créeme. - Y luego, interrumpiéndose y adivinando lo que el otro estaba a punto de decir, añadió apresuradamente -: O no me creas, no importa. Sin embargo, es la verdad. Llevo en este planeta varias horas más que tú y lo he comprobado. Hoy es un día muy especial en Sayshell, por algún motivo, es un día de meditación. Casi todo el mundo está en su casa, o debería estarlo. Ya ves lo vacío que está esto. No supondrás que todos los días es así.
Pelorat asintió y dijo:
- La verdad es que me extrañaba que estuviera tan vacío. - Se inclinó hacia Trevize y le susurró al oído -: ¿Por qué no le deja hablar, Golan? El pobre muchacho parece arrepentido, y quizá esté tratando de disculparse. Es injusto no darle una oportunidad para hacerlo.
Trevize contestó:
- El doctor Pelorat parece ansioso por oírte. Yo estoy dispuesto a complacerle, pero tú me complacerás a mí si eres breve. Hoy puede ser un buen día para desahogarme. Si todo el mundo está meditando, es posible que la alteración que cause no atraiga a los guardianes de la ley. Quizá mañana no sea tan afortunado. ¿Por qué desperdiciar la oportunidad?
Compor dijo con voz forzada:
- Oye, si quieres darme un puñetazo, dámelo. Ni siquiera me defenderé, ¿sabes? Adelante, pégame... ¡pero escúchame!
- Adelante, habla. Te escucharé un rato.
- En primer lugar, Golan...
- Dirígete a mí como Trevize, por favor. Nuestras relaciones ya no te autorizan a llamarme por mi nombre de pila.
- En primer lugar, Trevize, hiciste un buen trabajo convenciéndome de tus opiniones...
- Lo disimulaste muy bien. Yo habría jurado que te divertían.
- Intentaba engañarme a mí mismo para no aceptar el hecho de que te estabas volviendo muy perturbador. Escucha, sentémonos junto a aquella pared.
Aunque el lugar esté vacío, quizá venga alguien, y no creo que debamos hacernos notar innecesariamente.
Los tres hombres atravesaron lentamente la vasta estancia. Compor volvía a sonreír con cierta inseguridad, pero se mantuvo a una distancia prudencial de Trevize.
Se sentaron en sendas butacas, que cedieron bajo su peso y se adaptaron a la forma de sus caderas, y nalgas. Pelorat pareció sorprendido e hizo ademán de volver a levantarse.
- Tranquilícese, profesor - dijo Compor -. Yo ya he pasado por esto. Están más adelantados que nosotros en ciertos aspectos. Es un mundo que cree en las pequeñas comodidades.
Se volvió hacia Trevize, colocando un brazo sobre el respaldo de su asiento y hablando con algo más de desenvoltura.
- Me inquietaste. Me hiciste creer que la Segunda Fundación realmente existía, y eso era muy preocupante. Piensa en las consecuencias que habría podido tener. ¿No era posible que tomaran represalias contra ti? ¿Que te suprimieran por constituir una amenaza? Si yo me conducía como si te creyera, podían suprimirme también. ¿Ves mi punto de vista?
- Veo a un cobarde.
- ¿De qué serviría ser valiente? - dijo Compor con vehemencia, mientras sus ojos azules lanzaban chispas de indignación -. ¿Podemos tú o yo enfrentarnos a una organización capaz de moldear nuestras mentes y emociones? Sólo podríamos combatirles con efectividad ocultando lo que sabemos.
- ¿De modo que lo ocultaste y te creíste a salvo? Sin embargo, no se lo ocultaste a la alcaldesa Branno, ¿verdad? Eso sí que fue un riesgo.
- ¡Sí! Pero consideré que valía la pena. Si me limitaba a discutirlo contigo corríamos el peligro de que nos controlaran mentalmente, o borraran todos nuestros recuerdos. Por el contrario, si se lo explicaba a la alcaldesa... Ella conoció muy bien a mi padre, ¿sabes? Mi padre y yo éramos inmigrantes de Smyrno y la alcaldesa tenía una abuela que...
- Sí, sí - corto Trevize con impaciencia -, y tus antepasados eran del Sector de Sirio. Se lo has contado a todas las personas que conoces. ¡Sigue, Compor!
- Bueno, recurrí a ella. Si lograba convencer a la alcaldesa de que había peligro, utilizando tus propios argumentos, quizá la Confederación decidiese hacer algo. No estamos tan indefensos como en tiempos del Mulo y, en el peor de los casos, esta peligrosa información se extendería y nosotros mismos no correríamos un peligro tan específico.
Trevize dijo con sarcasmo:
- Poner en peligro a la Fundación y protegernos a nosotros mismos. Eso sí que es patriotismo.
- Eso habría sido en el peor de los casos. Yo contaba con el mejor. - Su frente estaba algo húmeda. Parecía hacer un gran esfuerzo para combatir el inmutable desprecio de Trevize.
- Y no me hablaste de tu inteligente plan, ¿verdad?
- No, no lo hice y lo lamento, Trevize. La alcaldesa me lo prohibió. Dijo que quería saber todo lo que tú supieras, pero que eras el tipo de persona que se enfurecería si sabías que tus confidencias eran repetidas.
- ¡Cuánta razón tuvo!
- Yo no sabía, no podía imaginar, no se me ocurrió que podía arrestarte y echarte del planeta.
- ¿No lo habías previsto?
- ¿Cómo iba a hacerlo? Tú mismo no lo hiciste.
- De haber sabido que conocía mis opiniones, lo habría hecho.
Compor replicó con cierta insolencia:
- Eso es muy fácil de decir, viéndolo con perspectiva.
- Y ¿qué es lo que quieres de mí ahora? ¿Ahora que tú también ves las cosas con perspectiva?
- Compensarte por todo esto. - Compensarte por el daño que inconscientemente te hice.
- ¡Caramba! - exclamó Trevize con sequedad -. ¡Qué amable eres! Pero no has contestado a mi primera pregunta. ¿Cómo es posible que estés en el mismo planeta que yo?
- Eso es muy fácil de explicar. ¡Te he seguido! - repuso Compor.
- ¿A través del hiperespacio? ¿A pesar de que mi nave realizó saltos en serie?
Compor meneó la cabeza.
- No hay ningún misterio. Tengo el mismo tipo de nave que tú, con el mismo tipo de computadora. Ya sabes que siempre he tenido un don especial para adivinar la dirección que tomará una nave a través del hiperespacio. No siempre lo deduzco con exactitud y me equivoco dos veces de cada tres, pero con la computadora acierto mucho más. Al principio dudaste un poco y eso me dio oportunidad para determinar la dirección y la velocidad que llevabais antes de entrar en el hiperespacio. Le transmití los datos, junto con mis propias extrapolaciones intuitivas, a la computadora y ella hizo el resto.
- ¿E incluso has llegado a la ciudad antes que yo?
- Sí, Tú no has utilizado la gravítica y yo sí. He supuesto que vendrías a la capital, de modo que he bajado directamente, mientras tú... - Compor hizo cortos movimientos espirales con el dedo como si fuera una nave siguiendo un rayo direccional.
- Te has arriesgado a crearte problemas con los funcionarios sayshellianos.
- Bueno... - El rostro de Compor se distendió en una sonrisa que le prestó un indiscutible encanto, y Trevize casi se dejó conquistar por ella. Compor dijo -: No soy un cobarde en todas las ocasiones y en todas las cosas.
Trevize se endureció.
- ¿Cómo conseguiste una nave igual que la mía?
- Del mismo modo que tú. La vieja, la alcaldesa Branno, me la asignó.
- ¿Por qué?
- Estoy siendo totalmente sincero contigo. Mi misión es seguirte. La alcaldesa quería saber a dónde irías y qué harías.
- Y la habrás informado fielmente, supongo. ¿O es que también has sido desleal con la alcaldesa?
- La he informado. En realidad, no tenía alternativa. Colocó un hiperrelé a bordo de la nave, suponiendo que yo no lo encontrada, pero lo encontré.
- ¿Y bien?
- Por desgracia está acoplado, de modo que no puedo desconectarlo sin inmovilizar la nave. Al menos, yo no puedo hacerlo. En consecuencia, ella sabe dónde estoy... y dónde estás tú.
- Supongamos que no hubieras sido capaz de seguirme. Entonces no habría sabido dónde estaba yo. ¿Se te había ocurrido pensarlo?
- Claro que sí. Pensé en informarle de que te había perdido, pero no me habría creído. Y yo no habría podido regresar a Términus hasta quién sabe cuándo. Y yo no soy como tú, Trevize. No soy una persona libre y sin ataduras. Tengo una esposa en Términus, una esposa embarazada, y quiero volver a verla. Tú puedes permitirte el lujo de no pensar más que en ti mismo. Yo no. Además, he venido a prevenirte. Por Seldon, esto es lo que intento y tú no quieres escucharme. Te empeñas en hablar de otras cosas.
- Tu súbito interés por mi no me impresiona en absoluto. ¿Contra qué quieres prevenirme? A mí me parece que tú eres lo único contra lo que debo ser prevenido. Me traicionas, y luego me sigues para volver a traicionarme. Nadie más intenta perjudicarme.
Compor replicó con seriedad:
- Déjate de melodramas, hombre. ¡Trevize, eres un pararrayos! Has sido alejado de Términus para atraer la respuesta de la Segunda Fundación, si es que la Segunda Fundación existe. Tengo una gran intuición para cosas que no sean la persecución hiperespacial y estoy seguro de que esto es lo que ella planea. Si intentas encontrar la Segunda Fundación, ellos lo sabrán y tomarán medidas contra ti. Si lo hacen, es muy probable que se descubran a sí mismos. Y cuando lo hagan, la alcaldesa Branno les atacará.
- Es una lástima que tu famosa intuición no funcionara cuando Branno planeaba mi arresto.
Compor se sonrojó y murmuró:
- Ya sabes que no siempre funciona.
- Y ahora te dice que ella está planeando atacar a la Segunda Fundación. No se atrevería.
- Yo creo que sí. Pero ésta no es la cuestión. La cuestión es que en este momento te está lanzando como cebo.
- ¿En serio?
- Por todos los agujeros negros del espacio, no busques la Segunda Fundación. A ella no le importaría que murieras en el intento, pero a mí sí. Me considero responsable de esto y me importaría.
- Me conmueves - dijo Trevize con frialdad -, pero da la casualidad de que ahora tengo otra misión.
- ¿De verdad?
- Pelorat y yo estamos siguiendo las huellas de la Tierra, el planeta que algunos piensan fue el hogar original de la raza humana. ¿No es así, Janov?
Pelorat asintió.
- Sí, es un tema puramente científico que me interesa desde hace tiempo.
Compor se mostró desconcertado durante unos momentos. Después exclamó:
- ¿De modo que están buscando la Tierra? Pero ¿por qué?
- Para estudiarla - dijo Pelorat -. Como el único mundo donde se originaron los seres humanos, probablemente a partir de formas inferiores de vida y no, como en todos los demás, procedentes de otros planetas, seria un estudio fascinante por su singularidad.
- Y - añadió Trevize - como un mundo donde, posiblemente, yo pueda averiguar algo más de la Segunda Fundación. Sólo posiblemente.
- Pero la Tierra no existe. ¿No lo sabían? - Compor replicó.
- ¿Que no existe? - El rostro de Pelorat era totalmente inexpresivo, como siempre que se preparaba para defender sus ideas -. ¿Está diciendo que no hubo ningún planeta donde se originó la especie humana?
- Oh, no. Claro que hubo una Tierra. ¡Eso es indudable! Pero ahora no hay ninguna Tierra. Ninguna Tierra habitada. ¡Desapareció!
Impasible, Pelorat replicó:
- Hay leyendas. . .
- Un momento, Janov - le interrumpió Trevize -. Dime, Compor, ¿cómo lo sabes?
- ¿Qué quieres decir, cómo? Es mi herencia. Mis antepasados proceden del Sector de Sirio, si puedo repetir ese hecho sin aburrirte demasiado. Allí lo sabemos todo acerca de la Tierra. Está en ese sector, lo que significa que no forma parte de la Confederación de la Fundación, de modo que aparentemente nadie se interesa por ella en Términus. Pero, a pesar de esto, ahí es donde se encuentra la Tierra.
- Es una indicación, en. efecto - dijo Pelorat -. Hubo un entusiasmo considerable por lo que se llamó «la alternativa de Sirio» en tiempos del Imperio.
Compor replicó con vehemencia:
- No es una alternativa. Es un hecho.
- ¿Qué respondería usted si le dijera que conozco muchos lugares distintos de la Galaxia que son llamados Tierra, o fueron llamados Tierra, por quienes vivían en sus proximidades estelares? - preguntó Pelorat.
- Pero ésta es la verdadera - contestó Compor -. El Sector de Sirio es la zona de la Galaxia que está habitada desde hace más tiempo. Todo el mundo lo sabe.
- Los sirianos así lo afirman, desde luego – dijo Pelorat, impasible.
Compor parecía frustrado.
- Le aseguro que...
Pero Trevize dijo:
- Cuéntanos qué fue de la Tierra. Has dicho que ya no está habitada. ¿Por qué no?
- Radiactividad. Toda la superficie planetaria es radiactiva a causa de las reacciones nucleares que no pudieron controlarse, o explosiones nucleares, no estoy seguro, y ahora ya no puede existir allí ningún tipo de vida.
Los tres se miraron fijamente durante unos momentos y, luego, Compor creyó necesario repetir:
- Ya se lo he dicho, la Tierra no existe. Es inútil buscarla.
44
Por una vez, el rostro de Pelorat no fue inexpresivo. No es que hubiera pasión en él, o cualquiera de las sensaciones más emocionales, es que sus ojos se habían empequeñecido, y una especie de feroz intensidad había llenado cada plano de su cara. Con una voz que carecía de su indecisión habitual, preguntó:
- ¿Cómo ha dicho que sabe todo esto?
- Ya lo ha oído - contestó Compor -. Es mi herencia.
- No sea tonto, joven. Usted es consejero. Esto significa que tiene que haber nacido en uno de los mundos de la Confederación; Smyrno, creo que ha dicho antes.
- Así es.
- Entonces, ¿de qué herencia me habla? ¿Pretende decirme que posee unos genes sirianos que le proporcionan el conocimiento innato de las fábulas sirianas referentes a la Tierra?
Campar pareció desconcertado.
- No, claro que no.
- Entonces, ¿de qué me está hablando?
Compor hizo una pausa y dio la impresión de estar ordenando sus pensamientos. A continuación repuso con calma:
- Mi familia tiene libros antiguos sobre la historia siriana. Es una herencia externa, no interna. No es algo de lo que hablemos con extraños, especialmente si uno quiere progresar en política. Trevize parece creer que así es, pero, créame, sólo lo menciono a los buenos amigos.
Hubo una pizca de amargura en su voz.
- Teóricamente todos los ciudadanos de la Fundación son iguales, pero los que proceden de los viejos mundos de la Confederación son más iguales que los de los nuevos, y los que proceden de mundos no pertenecientes a la Confederación son los menos iguales de todos. Pero eso no importa. Aparte de los libros, una vez visité los viejos mundos. Trevize... bey, oye...
Trevize se había alejado hacia un extremo de la habitación y miraba por una ventana triangular. Servía para ofrecer un panorama del cielo y reducir el panorama de la ciudad; - más luz y más intimidad, Trevize se estiró para mirar hacia abajo.
Volvió a atravesar la habitación vacía.
- Un diseño de ventana interesante – comentó - ¿Me llamas, Compor?
- Sí. ¿Recuerdas el viaje de fin de estudios que hice?
- ¿Después de licenciarte? Lo recuerdo muy bien. Eramos amigos. Amigos para toda la eternidad. Confianza ilimitada. Dos contra el mundo. Tú emprendiste el viaje. Yo ingresé en la Armada, lleno de patriotismo. Por alguna razón no quise ir de viaje contigo; el instinto debió aconsejármelo así. Ojalá ese instinto no me hubiera abandonado.
Compor se dio por aludido y dijo:
- Fui a Comporellon. La tradición familiar aseguraba que mis antepasados procedían de allí, por lo menos el lado de mi padre. Pertenecíamos a la familia gobernante antes de que el Imperio nos absorbiera, y mi apellido se deriva del mundo; o eso es lo que la tradición familiar afirma. Teníamos un nombre antiguo y poético para la estrella en torno a lo que giraba Comporellon: Epsilon Eridani.
- ¿Qué significaba? - preguntó Pelorat.
Compor meneó la cabeza.
- Ignoro si tiene algún significado. Es sólo tradición. Viven inmersos en la tradición. Es un mundo antiguo. Tienen largas y detalladas crónicas sobre la historia de la Tierra, pero nadie habla demasiado de ella. Es una especie de superstición. Cada vez que mencionan la palabra, levantan ambas manos con los dedos índice y medio cruzados para alejar la desgracia.
- ¿Se lo contó a alguien cuando regresó?
- Claro que no. ¿A quién le habría interesado? Y no quería obligar a nadie a escucharme. ¡No, gracias! Tenía una carrera política por desarrollar y lo último que deseo es subrayar mi origen extranjero.
- ¿Y el satélite? Descríbanos el satélite de la Tierra - pidió Pelorat con impaciencia.
Compor se mostró atónito.
- No sé nada de eso.
- ¿Tiene algún satélite?
- No recuerdo haber leído u oído nada sobre él, pero estoy seguro de que si consulta los archivos comporellianos, lo averiguará.
- Pero ¿usted no sabe nada?
- Nada del satélite. Que yo recuerde, no.
- ¡Huh! ¿Cómo llegó la Tierra a ser radiactiva?
Compor meneó la cabeza y no contestó.
- ¡Piense! Tiene que haber oído algo - dijo Pelorat.
- Fue hace siete años, profesor. Entonces no sabía que usted me interrogaría al respecto. Había una especie de leyenda... ellos la consideraban historia...
- ¿Qué decía la leyenda?
- La Tierra era radiactiva; había sido abandonada y maltratada por el Imperio. Su población disminuía y, de algún modo, iba a destruir el Imperio.
- ¿Un solo mundo agonizante iba a destruir todo el Imperio? - inquirió Trevize.
Compor se defendió:
- He dicho que era una leyenda. No estoy al corriente. Bel Arvardan estaba implicado en la historia, esto sí que lo sé.
- ¿Quién era? - preguntó Trevize.
- Un personaje histórico. Lo consulté. Era un arqueólogo de los primeros tiempos del Imperio y mantuvo que la Tierra estaba en el Sector de Sirio.
- El nombre me suena - intervino Pelorat.
- En Comporellon es un héroe popular. Escuchen, si quieren saber todo esto, vayan a Comporellon. Es inútil que se queden aquí.
Pelorat preguntó:
- ¿Cómo decían que la Tierra planeaba destruir el Imperio?
- No lo sé. - La voz de Compor reflejó cierto mal humor.
- ¿Tuvo la radiación algo que ver con ello?
- No lo sé. Había leyendas sobre un dilatador mental desarrollado en la Tierra, un sinapsificador o algo así.
- ¿Creaba mentes superiores? - preguntó Pelorat con un tono de profunda incredulidad.
- No lo creo. Lo único que recuerdo es que no funcionó. Las personas adquirían una gran inteligencia y morían jóvenes.
- Probablemente era una leyenda moral. Si pides demasiado, pierdes incluso lo que tienes - dijo Trevize.
Pelorat se volvió hacia Trevize con evidente fastidio.
- ¿Qué sabe usted de leyendas morales?
Trevize enarcó las cejas.
- Su especialidad puede no ser la mía, Janov, pero eso no significa que sea totalmente ignorante.
- ¿Qué más recuerda sobre lo que usted llama el sinapsificador, consejero Compor? - preguntó Pelorat.
- Nada, y no me someteré a más interrogatorios. Escuchen, les he seguido porque la alcaldesa me lo ordenó. No me ordenó que me comunicara personalmente con ustedes. Sólo lo he hecho pala advertirles de que les estaban siguiendo y decirles que han sido enviados al espacio para satisfacer los propósitos de la alcaldesa, cualesquiera que sean. No debería haberles comentado nada más, pero me han sorprendido mencionando súbitamente el tema de la Tierra. Pues bien, se lo repetiré: lo que existiera allí en el pasado, Bel Arvardan, el sinapsificador, lo que sea, no tiene nada que ver con lo que existe ahora.
Se lo diré otra vez: la Tierra es un mundo muerto. Les aconsejo que vayan a Comporellon, dónde averiguarán todo lo que quieren saber. Pero márchense de aquí.
- Y, naturalmente, tú informarás a la alcaldesa de que vamos a Comporellon, y nos seguirás para asegurarte. O quizá la alcaldesa ya lo sepa. Me imagino que te aleccionó cuidadosamente y te hizo aprender de memoria todas las palabras que nos has dicho aquí porque a ella le conviene que vayamos a Comporellon. ¿No es así?
El rostro de Compor palideció. Se puso en pie y casi tartamudeó debido al esfuerzo que realizaba por controlar su voz.
- He intentado explicarlo. He intentado ayudar. No debería haberlo hecho. Por mí, puedes caerte en un agujero negro, Trevize.
Giró sobre sus talones y se alejó rápidamente sin mirar atrás.
Pelorat pareció un poco aturdido.
- Esto ha sido un error, Golan, viejo amigo. Habría podido sacarle algo más.
- No, no habría podido - replicó Trevize con gravedad -. No habría podido sacarle ni una palabra mas de las que él pensaba decirle. Janov, usted no sabe lo que es... Hasta hoy, yo tampoco lo he sabido.
45
Pelorat vaciló en molestar a Trevize. Trevize se hallaba inmóvil en su butaca, absorto en sus pensamientos.
Al fin Pelorat preguntó:
- ¿Es que vamos a pasar toda la noche aquí, Golan?
Trevize se sobresaltó.
- No, tiene usted toda la razón. Estaremos mejor rodeados de gente. ¡Venga!
Pelorat se levantó y argumentó:
- No estaremos rodeados de gente. Compor ha dicho que hoy era un día de meditación.
- ¿Eso es lo que ha dicho? ¿Había tráfico por la carretera cuando veníamos hacia aquí?
- Sí, un poco.
- Bastante, me parece a mí. Y después, cuando hemos entrado en la ciudad, ¿estaba vacía?
- No demasiado. Sin embargo, debe admitir que este lugar lo está.
- Sí, así es. Ya lo había observado. Pero vamos, Janov, tengo hambre. Tiene que haber algún sitio para comer y. podemos permitirnos el lujo de que ser algo bueno. En todo caso, podemos encontrar un lugar donde nos den alguna interesante especialidad sayshelliana o, si lo preferimos, un buen menú galáctico. Vamos, en cuanto estemos rodeados de gente, le diré lo que creo que ha ocurrido en realidad.
46
Trevize se recostó en el asiento con satisfacción.
El restaurante no era caro comparado con los de Términus, pero sí original. Estaba caldeado, en parte, por un fuego sobre el que se preparaba la comida. La carne tendía a servirse en porciones del tamaño de un bocado - con una gran variedad de salsas picantes -, que se cogían con dedos protegidos de la grasa y el calor por suaves hojas verdes, frías y húmedas, y con un leve sabor a menta.
Había una hoja para cada pedazo de carne y todo se llevaba a la boca. El camarero les había explicado cómo se hacía. Aparentemente acostumbrado a los clientes extranjeros, sonrió con paternalismo cuando Trevize y Pelorat cogieron con cautela los humeantes trozos de carne, y se mostró claramente encantado por el alivio de los turistas al descubrir que las hojas mantenían sus dedos frescos y también refrescaban la carne, a medida que uno la masticaba.
Trevize exclamó: «¡Delicioso!», y terminó pidiendo una segunda ración. Pelorat hizo lo mismo.
Luego tomaron un postre esponjoso y ligeramente dulce, y una taza de café con sabor caramelizado ante el que ambos menearon la cabeza. Añadieron almíbar, y entonces fue el camarero quien meneó la suya.
- Bueno, ¿qué ha ocurrido en el centro turístico? - preguntó Pelorat.
- ¿Quiere decir con Compor?
- ¿Acaso hay alguna otra cosa que debamos comentar?
Trevize miró a su alrededor. Estaban en un profundo nicho y gozaban de cierta intimidad, pero el restaurante se hallaba abarrotado y el murmullo de las conversaciones era una protección perfecta.
- ¿No es extraño que nos haya seguido hasta Sayshell? - dijo en voz baja.
- El ha dicho que tenía el don de la intuición.
- Sí, fue campeón universitario de hiperrastreo.
Nunca había sospechado nada hasta hoy. Comprendo que puedas ser capaz de determinar adónde va alguien a saltar observando cómo se prepara para ello, si tienes cierta habilidad y ciertos reflejos; pero no comprendo cómo el rastreador puede determinar una serie de saltos. Sólo te preparas para el primero; la computadora realiza todos los demás. El rastreador puede determinar ese primero, pero ¿por qué arte de magia puede adivinar lo que hay en el interior de la computadora?
- Sin embargo, él lo hizo, Golan.
- Por supuesto que lo hizo - dijo Trevize -. Y el único modo en que me imagino pudo hacerlo es sabiendo de antemano a dónde pensábamos ir. Sabiéndolo, no determinándolo.
Pelorat reflexionó.
- Es imposible, muchacho. ¿Cómo iba a saberlo? No decidimos nuestro punto de destino hasta encontramos a bordo del Estrella Lejana.
- Ya lo sé. Y ¿qué hay de este día de meditación?
- Compor no nos ha mentido. El camarero ha dicho que era un día de meditación cuando hemos llegado y se lo hemos preguntado.
- Sí, así es, pero también ha dicho que el restaurante no estaba cerrado. En realidad, lo que ha dicho es: «La Ciudad de Sayshell no es el fin del mundo. No se paraliza.» En otras palabras, la gente medita, pero no en la gran ciudad, donde todos son mundanos y no hay lugar para la piedad provinciana. Así. que hay tráfico y actividad; quizá no tanta como en un día normal, pero actividad.
- Pero, Golan, no ha entrado nadie en el centro turístico mientras estábamos allí. Me he dado cuenta. No ha entrado ni una sola persona.
- Yo también lo he observado. Incluso me he acercado a la ventana en un momento dado y he visto claramente que en las calles próximas al centro había bastantes personas que circulaban a pie y en coche, a pesar de lo cual no ha entrado nadie. El día de meditación ha sido una buena tapadera. No habríamos recelado de la afortunada intimidad que hemos tenido si yo no hubiese decidido no confiar en ese hijo de dos extranjeros.
- Entonces, ¿qué significa todo esto? - dijo Pelorat.
- Creo que es muy sencillo, Janov. Aquí tenemos a alguien que sabe dónde vamos en cuanto nosotros lo sabemos, a pesar de que él y nosotros estamos en astronaves distintas, y también tenemos a alguien que puede mantener vacío un edificio público rodeado de gente con objeto de poder hablar en privado.
- ¿Quiere hacerme creer que puede realizar milagros?
- Ciertamente. Si en realidad Compor es un agente de la Segunda Fundación y puede controlar las mentes; si puede influir en los aduaneros para que le dejen pasar; si puede aterrizar gravíticamente, sin que ninguna patrulla fronteriza le detenga por despreciar los haces radioeléctricos; y si puede influir en las mentes hasta el punto de impedir que la gente entre en un edificio donde él no quiere que entre nadie.
»Por todas las estrellas - continuó Trevize con un marcado aire de resentimiento -, incluso concuerda con lo sucedido después de su graduación. Yo no fui al viaje con él. Recuerdo que no quise. ¿No pudo ser a causa de su influencia? El tenía que estar solo. ¿Adónde iba en realidad?
Pelorat apartó los platos que tenía delante, como si quisiera hacer un espacio a su alrededor con objeto de tener sitio para pensar. Este gesto pareció activar el robot-ayudante de camarero, una mesa automotora que se detuvo cerca de ellos y esperó mientras Pelorat y Trevize colocaban sus platos y cubiertos encima de ella.
Cuando estuvieron solos, Pelorat dijo:
- Pero esto es una locura. No ha sucedido nada que no pueda atribuirse a causas naturales. Una vez te convences a ti mismo de que alguien está controlando los acontecimientos, puedes interpretarlo todo bajo esa luz y no encontrar ninguna certeza razonable en ninguna parte. Vamos, viejo amigo, todo es circunstancial y una simple cuestión de interpretación. No se deje llevar por la paranoia.
- Tampoco pienso dejarme llevar por la complacencia.
- Bueno, consideremos este asunto con lógica. Supongamos que sea un agente de la Segunda Fundación. ¿Por qué correría el riesgo de despertar nuestras sospechas manteniendo vacío el centro turístico? ¿Acaso ha dicho algo tan importante para que unas cuantas personas que, de todo modos, estarían lejos de nosotros y no nos prestarían atención, supusieran alguna diferencia?
- La respuesta es muy sencilla, Janov. Tenía que someter nuestras mentes a una rigurosa observación y no quería interferencias de otras mentes. Ni descargas estáticas. Ni posibilidad alguna de confusión.
- Igual que antes, esto no es más que una interpretación suya. ¿Acaso ha habido algo que fuera tan importante en su conversación con nosotros? Sería lógico suponer, como él mismo ha subrayado, que sólo nos ha abordado para explicar lo que había hecho, para disculparse por ello, y advertirnos de los problemas con que podríamos topar. ¿Por qué vamos a pensar mal?
El pequeño receptáculo para tarjetas del borde de la mesa relució discretamente y las cifras que representaban al coste de la comida centellearon durante unos momentos. Trevize se metió una mano en el cinturón para sacar su tarjeta de crédito que, con la marca de la Fundación, era válida en cualquier lugar de la Galaxia, o cualquier lugar adonde era probable que fuese un ciudadano de la Fundación. La introdujo en la ranura apropiada. Transcurrieron los instantes necesarios para efectuar la transacción y Trevize (con previsión innata) comprobó el saldo restante antes de volver a metérsela en el bolsillo.
Miró a su alrededor con disimulo para asegurarse de que no hubiera un interés sospechoso en la cara de las pocas personas que aún estaban en el restaurante y luego dijo:
- ¿Por qué pensar mal? ¿Por qué? No sólo ha hablado de eso. Ha hablado de la Tierra. Nos ha asegurado que estaba muerta y nos ha recomendado insistentemente que fuéramos a Comporellon. ¿Vamos?
- Es algo que he estado considerando, Golan - admitió Pelorat.
- ¿Y nos marchamos de aquí?
- Podemos regresar después de reconocer el Sector de Sirio.
- ¿No se le ha ocurrido pensar que su único motivo para vernos era alejarnos de Sayshell y enviarnos a otra parte? ¿A cualquier parte, pero lejos de aquí?
- ¿Por qué?
- No lo sé. Mire, ellos esperaban que fuéramos a Trántor. Eso es lo que usted quería hacer y quizá ellos contaban con que lo haríamos. Yo desbaraté el plan insistiendo en venir a Sayshell, que es lo último que ellos deseaban, de modo que ahora tienen que apartarnos de aquí.
Pelorat estaba claramente desconsolado.
- Pero, Golan, usted se limita a hacer aseveraciones. ¿Por qué no nos quieren en Sayshell?
- No lo sé, Janov. Pero a mí me basta con que quieran alejarnos de aquí. Yo me quedo. No voy marcharme.
- Pero..., pero... Escuche, Golan, si la Segunda Fundación quisiera que nos marchásemos, ¿no se limitaría a influir en nuestras mentes para que quisiéramos marchamos? ¿Por qué molestarse en razonar con nosotros?
- Ya que usted lo menciona, profesor, ¿no lo han hecho en su caso, profesor? - Y los ojos de Trevize se empequeñecieron con súbito recelo -. ¿No quiere usted marcharse?
Pelorat miró a Trevize con asombro.
- Sólo creo que sería lógico.
- Por supuesto que lo cree, si ha sido influido.
- Pero no he sido...
- Naturalmente usted juraría que no lo había sido si lo hubiera sido.
- Si me acorrala de este modo, es imposible refutar sus afirmaciones. ¿Qué va a hacer? - dijo Pelorat.
- Me quedaré en Sayshell. Y usted también. No sabe pilotar la nave, de modo que si Compor ha influido en usted, se ha equivocado de persona.
- Muy bien, Golan. Nos quedaremos en Sayshell hasta que tengamos otras razones para marcharnos. Al fin y al cabo, lo peor que podemos hacer, peor que quedarnos o marcharnos, es pelearnos. Vamos, viejo amigo, si hubiera sido influido, ¿sería capaz de cambiar de opinión y acompañarle gustosamente, como pienso hacer ahora?
Trevize reflexionó durante unos momentos y luego, como si hubiese llegado a una conclusión satisfactoria, sonrió y alargó la mano.
- Convenido, Janov. Ahora regresemos a la nave y mañana empezaremos de nuevo. Si se nos ocurre cómo.
47
Munn Li Compor no recordaba cuándo fue reclutado. Por un lado, era un niño en aquella época; por otro, los agentes de la Segunda Fundación borraban meticulosamente sus huellas hasta donde era posible.
Compor ostentaba el grado de «observador» y, para un miembro de la Segunda Fundación, era instantáneamente reconocible como tal.
Esto significaba que Compor conocía la mentálica y podía conversar con miembros de la Segunda Fundación en su propio estilo hasta cierto grado, pero pertenecía al rango más bajo de la jerarquía.
Podía tener breves visiones de las mentes, pero no podía manipularlas. La educación que había recibido nunca había llegado hasta tan lejos. Era un observador, no un hacedor.
Esto lo convertía, como máximo, en un agente de segunda clase, pero a él no le importaba.., demasiado. Conocía su importancia en el esquema de las cosas.
Durante los primeros siglos de su existencia, la Segunda Fundación había subestimado la labor que le aguardaba. Se había imaginado que sus escasos miembros podrían controlar toda la Galaxia y que para mantener el Plan Seldon sólo sería necesario un ligerísimo toque de vez en cuando, aquí y allí.
El Mulo les había despojado de estas ilusiones. Su repentina aparición había cogido por sorpresa a la Segunda Fundación (y, naturalmente, a la Primera, aunque eso no importaba) y les había dejado indefensos. Tardaron cinco años en organizar un contraataque, y aun entonces a costa de numerosas vidas.
Con Palmer se alcanzó la plena recuperación, también a un elevado precio, y finalmente él tomó las medidas apropiadas. Decidió que las operaciones de la Segunda Fundación se multiplicaran sin que, al mismo tiempo, aumentaran excesivamente las posibilidades de detección, por lo que instituyó el cuerpo de observadores.
Compor no sabía cuántos observadores había en la Galaxia ni siquiera cuántos había en Términus. No era asunto suyo. Teóricamente no debía haber ninguna conexión detectable entre dos observadores, a fin de que la pérdida de uno no condujera a la pérdida del otro. Todas las conexiones debían realizarse con las jerarquías superiores de Trántor.
Compor tenía la ambición de ir a Trántor algún día. Aunque lo consideraba sumamente improbable, sabía que de vez en cuando se requería la presencia de un observador en Trántor para ser ascendido, pero eso era raro. Las cualidades necesarias para un buen observador no bastaban para aspirar a formar parte de la Mesa.
Estaba Gendibal, por ejemplo, que era cuatro años menor que Compor. Debió de ser reclutado de niño, igual que Compor, pero él fue llevado directamente a Trántor y ahora era orador. Compor no se engañaba respecto a los motivos. Había estado en contacto con Gendibal durante los últimos tiempos y había experimentado el poder mental de aquel joven. No habría podido resistirse a él ni un segundo.
Compor no siempre era consciente de pertenecer a un rango inferior. Casi nunca había oportunidad para ello. Al fin y al cabo (como en el caso de otros observadores, suponía él), sólo era inferior según las reglas de Trántor. En sus propios mundos no trantoríanos, en sus propias sociedades no mentálicas, a los observadores les resultaba fácil alcanzar un alto rango.
Compor, por ejemplo, nunca había tenido dificultades para ir a buenas escuelas o encontrar buena compañía. Había conseguido utilizar su mentálica de un modo sencillo para incrementar su capacidad intuitiva (esta capacidad natural fue el motivo por el que le reclutaron, estaba seguro de ello) y, de esta manera, revelarse como una estrella de la persecución hiperespacial. Se convirtió en héroe en la universidad y ello lo colocó en el primer peldaño de su carrera política. Una vez la presente crisis estuviera resuelta, podría llegar tan lejos como quisiera.
Si la crisis se resolvía favorablemente, como sin duda ocurriría, ¿no se recordaría que fue Compor el primero en fijarse en Trevize; no como ser humano (eso habría podido hacerlo cualquiera), sino como mente?
Había conocido a Trevize en el colegio y, al principio, sólo había visto en él a un compañero jovial e ingenioso. Sin embargo, una mañana, cuando aún estaba medio dormido y se debatía entre la conciencia y la inconsciencia, pensó que era una lástima que Trevize. nunca hubiese sido reclutado.
Naturalmente, Trevize no habría podido ser reclutado porque había nacido en Términus y no, como Compor, en otro mundo. E incluso prescindiendo de esto, era demasiado tarde. Sólo los muy jóvenes son suficientemente flexibles para recibir una educación mentálica, la penosa introducción de ese arte, era más que una ciencia, en cerebros adultos, ya moldeados y formados, sólo tuvo lugar durante las dos primeras generaciones después de Seldon.
Pero entonces, si Trevize no reunía las características necesarias para ser reclutado y, además, había sobrepasado la edad idónea, ¿qué suscitó el interés de Compor por el asunto?
En su siguiente encuentro, Compor sondeó la mente de Trevize y descubrió lo que le había llamado la atención. La mente de Trevize tenía rasgos que no concordaban con las reglas que a él le habían enseñado. Lo eludió una y otra vez. Mientras seguía el curso de sus pensamientos, encontró lagunas... No, no podían ser verdaderas lagunas, verdaderos saltos de inexistencia. Eran lugares donde la mente de Trevize se sumergía demasiado para ser observada.
Compor no supo determinar lo que ello significaba, pero observó la conducta de Trevize a la luz de lo que había descubierto y empezó a sospechar que Trevize tenía la insólita facultad de llegar a conclusiones correctas basándose en lo que parecían datos insuficientes.
¿Tenía esto algo que ver con las lagunas? Seguramente era materia para un mentalismo más allá de sus propios poderes; para la misma Mesa, quizá. Tuvo la alarmante sensación de que la capacidad de decisión de Trevize era desconocida, en su totalidad, incluso para él mismo, y que podría ser capaz de...
De hacer, ¿qué?. Los conocimientos de Compor no bastaban. Casi pudo captar el significado de lo que Trevize poseía, pero no del todo. Sólo llegó a la conclusión intuitiva, o quizá fue una mera suposición, de que Trevize podía convertirse en una persona de la mayor importancia.
Tenía que confiar en esa posibilidad y arriesgarse a parecer menos que calificado para su puesto. Al fin y al cabo, si estuviese en lo cierto... .
Ahora que pensaba en ello, no estaba seguro de cómo había encontrado el valor para seguir adelante. No podía traspasar las barreras administrativas que circundaban a la Mesa. Casi se había resignado a perder su buena reputación. Se había abierto camino (sin esperanza) hasta el miembro más joven de la Mesa y, finalmente, Stor Gendibal había respondido a su llamada.
Gendibal lo había escuchado con paciencia y a partir de aquel momento se estableció una relación especial entre ellos. Por indicación de Gendibal, Compor mantuvo relaciones con Trevize y, por orden de Gendibal, preparó cuidadosamente la situación a causa de la cual Trevize fue exiliado. Y a través de Gendibal Compor aún podía ver realizado su sueño de ser trasladado a Trántor.
Sin embargo, todos los preparativos habían tenido como objeto enviar a Trevize a Trántor. La negativa de Trevize a hacerlo así había cogido a Compor totalmente por sorpresa y (en opinión de Compor) tampoco Gendibal la había previsto.
En todo caso, Gendibal se dirigía rápidamente hacia allí y, para Compor, ello intensificaba la sensación de crisis.
Compor emitió su hiperseñal.
48
Gendibal fue despertado de su sueño por un toque en la mente. Fue un toque efectivo y en modo alguno perturbador. Como afectó directamente al centro despertador, sólo se despertó.
Se incorporó en la cama, y la sábana se deslizó sobre su torso bien formado y musculoso. Había reconocido el toque; las diferencias eran tan características para los mentalistas como las voces para quienes se comunicaban primariamente por el sonido.
Gendibal emitió la señal normal, preguntando si era posible un pequeño retraso, y volvió a recibir la llamada de «no emergencia».
Entonces, sin prisas innecesarias, Gendibal se libró a la rutina matinal. Aún estaba en la ducha de la nave, cuya agua utilizada caía en los mecanismos de recirculación, cuando volvió a hacer contacto.
- ¿Compor?
- Sí, orador.
- ¿Ha hablado con Trevize y el otro?
- Pelorat. Janov Pelorat. Sí, orador.
- Bien. Déme otros cinco minutos y pasaremos al proceso visual.
Se cruzó con Sura Novi mientras se dirigía hacia los mandos. Ella lo miró inquisitivamente e hizo ademán de hablar, pero él colocó un dedo sobre sus labios y la muchacha guardó silencio. Gendibal aún sentía una cierta turbación al observar la intensidad de adoración/respeto de su mente, pero eso ya empezaba a formar parte de su medio ambiente habitual.
Había acoplado un pequeño zarcillo de su mente a la de ella y ahora no habría modo de afectar su mente sin afectar la de ella. La simplicidad de su mente (Gendibal no podía evitar sentir un enorme placer estético al contemplar su simetría sin adornos) hacía imposible que una mente ajena se interpusiera sin ser detectada. Sintió una oleada de gratitud por el cortés impulso que le había asaltado cuando estaban juntos frente a la universidad, y que había empujado a la muchacha a recurrir a él precisamente cuando podía ser más útil.
- ¿Compor? - dijo.
- Sí, orador.
- Relájese, por favor. Tengo que examinar su mente. No pretendo ofenderle.
- Como desee, orador. ¿Puedo preguntar el motivo?
- Asegurarme de que está intacto.
- Sé que tiene adversarios políticos en la Mesa, Orador, pero no creo que ellos... - repuso Compor.
- No especule, Compor. Relájese... Sí, está intacto. Ahora, si quiere cooperar conmigo, estableceremos contacto visual.
Lo que siguió fue, en el sentido habitual de la palabra, una ilusión, ya que nadie más que alguien ayudado por el poder mentálico de un miembro bien entrenado de la Segunda Fundación habría podido detectar absolutamente nada, ni por medio de los sentidos ni por medio de ningún dispositivo detector físico.
Fue el desarrollo de una cara y su aspecto a partir de los contornos de una mente, e incluso el mejor mentalista sólo podía producir una imagen imprecisa y algo incierta. La cara de Compor apareció en el aire, como vista a través de una fina pero evasiva cortina de gasa, y Gendibal supo que su propia cara había surgido de manera idéntica frente a Compor.
Por medio de hiperondas físicas, habría podido establecerse una comunicación por imágenes tan claras que dos oradores a más de mil pársecs de distancia podían creer que estaban frente a frente. La nave de Gendibal se hallaba equipada para ello.
Sin embargo, la visión mentalista tenía sus ventajas. La principal era que no podía ser interceptada por ningún dispositivo conocido por la Primera Fundación. Y tampoco ningún miembro de la Segunda Fundación podía interceptar la visión mentalista de otro. Era posible seguir el movimiento mental, pero no el delicado cambio de expresión facial que constituía la esencia de la comunicación.
En cuanto a los Anti-Mulos... Bueno, la pureza de la mente de Novi bastaba para asegurarle que no había ninguno en las proximidades.
- Explíqueme detalladamente, Compor, la conversación que ha mantenido con Trevize y ese tal Pelorat. Detalladamente, al nivel de la mente - dijo.
- Desde luego, orador - contestó Compor.
No tardó demasiado rato. La combinación de sonido, expresión y mentalismo condensaba notablemente las cosas, a pesar de que al nivel de la mente había mucho más que decir que si hubiera sido un mero intercambio de palabras.
Gendibal observó atentamente. En la visión mentalista había pocas, o ninguna, redundancia. En la visión verdadera, o incluso en la hipervisión física a través de los pársecs, se veían muchos más detalles de los absolutamente necesarios para la comprensión, y uno podía pasar por alto gran cantidad de cosas sin perderse nada importante.
Sin embargo, a través de la gasa de la visión mentalista, se obtenía una seguridad absoluta a costa del lujo de pasar los detalles por alto. Cualquier detalle era importante.
Siempre había cuentos de terror que pasaban de instructor a alumno en Trántor, cuentos destinados a inculcar a los jóvenes la importancia de la concentración. El que se repetía con más frecuencia era el menos digno de confianza. Versaba sobre el primer informe del progreso del Mulo antes de que conquistara Kalgan, sobre el funcionario que había recibido el informe y sólo había tenido la impresión de un animal parecido a un caballo porque no había visto o comprendido el leve destello que significaba «nombre personal». Por lo tanto, el funcionario decidió que el asunto era demasiado intrascendente para comunicarlo a Trántor. Cuando llegó el siguiente mensaje, era demasiado tarde para tomar medidas inmediatas y tuvieron que pasar cinco años.
Lo más probable era que el suceso nunca hubiese ocurrido, pero eso no importaba. Era una historia dramática y servía para que los estudiantes adquiriesen el hábito de la intensa concentración. Gendibal recordaba que en su propia época de estudiante cometió un error de recepción que, en su mente, parecía insignificante e incomprensible. Su profesor, el viejo Kendast, un tirano hasta la raíz del cerebelo, se había limitado a decir burlonamente: «¿Un animal semejante a un caballo, joven Gendibal?», y esto había bastado para sumirle en la vergüenza.
Compor terminó.
- Su juicio, por favor, sobre la reacción de Trevize. Usted le conoce mejor que yo, mejor que nadie - dijo Gendibal.
Compor contestó:
- Está muy claro. Las indicaciones mentálicas son inconfundibles. El cree que mis palabras y actos representan mi extrema ansiedad por enviarle a Trántor o al Sector de Sirio o a cualquier sitio que no sea aquel donde está. En mi opinión, significa que se quedará ahí. El hecho de que yo diera gran importancia a su traslado de lugar le obligó a darle la misma importancia, y como cree que sus propios intereses son diametralmente opuestos a los míos, actuará deliberadamente contra lo que él interpreta que es mi deseo.
- ¿Está seguro?
- Completamente seguro.
Gendibal pensó en ello y decidió que Compor tenía razón.
- Estoy satisfecho. Ha sido usted muy ingenioso. Su relato sobre la destrucción radiactiva de la Tierra produjo la reacción deseada sin necesidad de manipular la mente de un modo directo. ¡Muy meritorio! Compor pareció luchar consigo mismo durante un momento.
- Orador – dijo -, no puedo aceptar sus alabanzas. Yo no he inventado ese relato. Es cierto. Hay realmente un planeta llamado Tierra en el Sector de Sirio y está realmente considerado como el hogar original de la humanidad. Era radiactivo, ya en un principio o más adelante, y fue empeorando hasta que el planeta murió. Todo esto se considera historia en el planeta natal de mis antepasados.
- ¿De veras? ¡Qué interesante! - dijo Gendibal sin demasiada convicción -. Y aún mejor. Saber cuándo servirá una verdad es admirable, pues ninguna mentira puede ser expuesta con la misma sinceridad.
Palver declaró en cierta ocasión: «Cuanto más cercana a la verdad, mejor será la mentira, y la misma verdad, cuando puede utilizarse, es la mejor mentira.»
Compor repuso:
- Sólo hay una cosa más. Para obedecer las instrucciones de retener a Trevize en el Sector de Sirio hasta que usted llegara, y lograrlo a toda costa, tuve que ir tan lejos en mis esfuerzos que ahora sospecha que estoy bajo la influencia de la Segunda Fundación.
Gendibal asintió.
- Eso, creo yo, es inevitable en las actuales circunstancias. Su monomanía por el tema le haría ver la Segunda Fundación incluso donde no estuviera.
Sólo tenemos que tomar este factor en cuenta.
- Orador, si es absolutamente necesario que Trevize se quede donde está hasta que usted llegue, simplificaría las cosas que yo fuese a su encuentro, le tomase en mi nave, y le llevase. Requeriría menos de un día.
- No, Observador - contestó Gendibal con viveza -. No hará nada de eso. La gente de Términus sabe dónde está usted. Tiene un hiperrelé en su nave y no puede desconectarlo, ¿no es así?
- Sí, orador.
- Y si Términus sabe que ha aterrizado en Sayshell, su embajador en Sayshell lo sabe, y el embajador también sabe que Trevize ha aterrizado. El hiperrelé le dirá a Términus que usted ha partido hacia un punto determinado a cientos de pársecs de distancia y ha regresado; y el embajador les informará de que Trevize se ha quedado, sin embargo, en el sector.
Con estos datos, ¿ qué supondrá la gente de Términus?
La alcaldesa de Términus es, sin ninguna duda, una mujer astuta, y lo último que queremos es alarmarla presentándole un difícil rompecabezas. No queremos impulsarle a enviar una parte de su flota. De todos modos, las probabilidades de que lo haga son sumamente grandes.
- Con todo respeto, orador... ¿Qué razones tenemos para temer a una flota si podemos controlar a su comandante? - dijo Compor.
- Por muy pocas razones que pueda haber, aún hay menos razones para temer si la flota no está aquí. No se mueva de ahí, observador. Cuando yo llegue, me reuniré con usted en su nave y entonces...
- ¿Y entonces, orador?
- Y entonces tomaré el mando.
49
Gendibal continuó sentado tras poner fin a la visión mentalista, y permaneció así durante varios minutos, reflexionando.
Durante este largo viaje a Sayshell, inevitablemente largo en una nave que en modo alguno podía compararse a los sofisticados productos de la Primera Fundación, había repasado todos los informes que trataban de Términus. Los informes abarcaban casi una década.
Vistos en conjunto y a la luz de los recientes acontecimientos, no cabría ninguna duda de que Trevize habría sido una maravillosa adquisición para la Segunda Fundación, si la política de no reclutar a los nacidos en Términus no hubiera estado en vigor desde tiempos de Palver.
Era evidente que la Segunda Fundación había perdido muchos elementos valiosos a lo largo de los siglos. Resultaba imposible evaluar a cada uno de los cuatrillones de seres humanos que poblaban la Galaxia. Sin embargo, seguramente ninguno de ellos habría sido más prometedor que Trevize, e indudablemente ninguno habría podido estar en un punto más delicado.
Gendibal meneó ligeramente la cabeza. Trevize no debería haber sido descartado, nacido en Términus o no. Y el observador Compor había tenido el mérito de verlo, incluso después de que los años le hubieran deformado.
Naturalmente, ahora Trevize ya no les servía. . Era demasiado viejo para ser moldeado, pero seguía teniendo esa intuición innata, esa capacidad para adivinar una solución partiendo de datos totalmente inadecuados, y algo... algo...
El viejo Shandess, quien a pesar de su edad era primer orador y, en conjunto, había realizado una buena labor, vio algo en él, aun sin los datos correspondientes y el razonamiento que Gendibal había elaborado en el curso del viaje. Trevize, había pensado Shandess, era la clave de la crisis.
¿ Por qué estaba Trevize en Sayshell? ¿Qué se proponía? ¿Qué hacía?
¡Y no podían tocarle! Gendibal estaba seguro de eso. Hasta saber perfectamente cuál era el papel de Trevize, sería un gran error intentar modificarlo de algún modo. Con los Anti-Mulos, fueran quienes fuesen, o lo que fuesen, implicados en el asunto, un movimiento equivocado con respecto a Trevize (Trevize, por encima de todo) podría hacer que un microsol totalmente inesperado les explotara en la cara.
Notó que una mente revoloteaba en torno a la suya y la apartó distraídamente, como habría hecho con uno de los molestos insectos trantorianos, aunque con la mente en lugar de la mano. Percibió una instantánea oleada de dolor ajeno y levantó los ojos.
Sura Novi tenía la palma de la mano sobre la frente fruncida.
- Perdóname, maestro, yo tengo una súbita angustia de cabeza.
Gendibal se mostró inmediatamente contrito.
- Lo siento, Novi. No pensaba... o pensaba con demasiada concentración. - Enseguida, y con suavidad, calmó los alterados zarcillos mentales.
Novi sonrió con repentina animación.
- Ha pasado con súbito desvanecimiento. El afectuoso sonido de tus palabras, maestro, tiene un efecto bueno sobre mí.
- ¡Me alegro! ¿Ocurre algo? ¿Por qué estás aquí?
- Se abstuvo de entrar en su mente con objeto de averiguarlo por sí mismo. Cada vez se sentía más reacio a violar su intimidad.
Novi titubeó. Se inclinó ligeramente hacia él.
- Yo estar preocupada. Tú estabas mirando a nada y haciendo sonidos y tu cara se crispaba. Yo me he quedado ahí, rígida como un palo, con miedo de que te caigas... enfermo... y no sabiendo qué hacer.
- No ha sido nada, Novi. No debes tener miedo.
- Le acarició una mano -. No hay nada que temer. ¿Lo entiendes?
El temor, o cualquier emoción fuerte, descomponía y malograba la simetría de su mente. El la prefería tranquila, apacible y feliz, pero vaciló ante la idea de ajustarla por medio de influencias exteriores.
Ella había atribuido el ajuste anterior al efecto de sus palabras y él pensó que lo prefería así.
- Novi, ¿por qué no puedo llamarte Sura?
Ella lo miró con súbita aflicción.
- Oh, maestro, no lo hagas.
- Pero Rufirant lo hizo el día que nos conocimos.
Ahora ya te conozco suficientemente bien...
- Sé muy bien que lo hizo, maestro. Ser cómo un hombre habla a una muchacha que no tiene hombre, no desposada, que no está... completa. Tú dices su primer nombre. Es más honorable para mí si tú dices «Novi» y yo estar orgullosa de que tú lo digas.
Y aunque ahora no tenga hombre, tengo maestro y estar contenta. Espero que para ti no ser ofensivo decir «Novi».
- Claro que no, Novi.
Su mente adquirió una hermosa serenidad al oírlo y Gendibal se sintió complacido. Demasiado complacido. ¿Debía sentirse tan complacido?
Con algo de vergüenza, recordó que el Mulo había sido afectado de la misma manera por aquella mujer de la Primera Fundación, Bayta Darell, para su propia perdición.
Esto, naturalmente, era distinto. Esta hameniana constituía su defensa contra mentes extrañas, y él quería que realizara su cometido con toda eficiencia.
No, eso no era verdad... Su función de orador se vería comprometida si dejaba de entender su propia mente o, aún peor, si la interpretaba mal deliberadamente para eludir la verdad. La verdad era que se sentía complacido cuando ella estaba tranquila, en calma y feliz de un modo endógeno, sin su intervención, y se sentía complacido porque ella le gustaba; y (pensó Gendibal con insolencia) no había nada malo en ello.
- Siéntate, Novi - le dijo.
Ella lo hizo así, balanceándose precariamente en el borde de la silla y sentándose lo más lejos que los confines de la habitación le permitieron. Su mente estaba llena de respeto.
- Cuando me has visto emitiendo sonidos, Novi, estaba hablando con alguien que se halla muy lejos de aquí, al estilo de los sabios.
Novi bajó la mirada y contestó tristemente:
- Veo, maestro, que hay muchas cosas de los serios que yo no entiendo y yo no imagino. Ser un arte difícil y alto como montaña. ¿Cómo es, maestro, que tú no reíste de mí?
Gendibal repuso:
- No es una vergüenza aspirar a algo aunque esté más allá de tu alcance. Ya eres demasiado mayor para convertirte en sabia, pero nunca se es demasiado mayor para aprender más de lo que se sabe y llegar a ser capaz de hacer más de lo que ya se puede.
Te enseñaré algunas cosas sobre esta nave. Cuando lleguemos a nuestro destino, sabrás mucho acerca de ella.
Se sintió satisfecho. ¿Por qué no? Estaba volviendo deliberadamente la espalda al estereotipo del pueblo hameniano. En todo caso, ¿qué derecho tenía el heterogéneo grupo de la Segunda Fundación a establecer tal estereotipo? Los jóvenes engendrados por ellos sólo estaban dotados para convertirse en miembros importantes de la Segunda Fundación en muy pocos casos. Los hijos de los oradores casi nunca estaban calificados para ser oradores. Tres siglos antes se sucedieron las tres generaciones de Linguester, pero siempre había habido la sospecha de que el segundo orador de esta serie no pertenecía realmente a ella. Y aunque ello fuese verdad, ¿por qué se colocaba la gente de la universidad en un pedestal tan alto?
Observó que los ojos de Novi brillaban y se alegró de que fuera así.
La muchacha dijo:
- Yo me esforzaré en aprender todo lo que tú enseñes a mí, maestro.
- Estoy seguro de ello - contestó él, y después vaciló. Se le ocurrió pensar que, en su conversación con Compor, no le había indicado en ningún momento que no estaba solo. No le proporcionó ningún indicio de que llevara una compañera.
Tal vez la presencia de una mujer pudiera darse por sentada; por lo menos, Compor no se sorprendería... Pero, ¿una hameniana?
Por espacio de un momento, pese a todo lo que Gendibal pudiera hacer, el estereotipo ganó fuerza y se alegró de que Compor nunca hubiese estado en Trántor y no reconociese a Novi como una hameniana.
Ahuyentó estos pensamientos. No importaba que Campar lo supiera o no, al igual que cualquier otra persona. Gendibal era un orador de la Segunda Fundación y podía hacer lo que se le antojara dentro de los límites del Plan Seldon, y nadie podía interferir.
- Maestro, cuando lleguemos a nuestro destino, ¿nos separaremos? - dijo Novi.
El la miró y contestó, quizá con más energía de la que pretendía:
- No nos separaremos, Novi.
Y la hameniana sonrió y en aquel momento fue como cualquier otra mujer de la Galaxia.
13 UNIVERSIDAD
50
Pelorat arrugó la nariz cuando él y Trevize volvieron a entrar en el Estrella Lejana.
Trevize se encogió de hombros.
- El cuerpo humano despide muchos olores. La recirculación nunca se produce instantáneamente y los aromas artificiales sólo se superponen, no se reemplazan.
- Y supongo que no hay dos naves que huelan igual, una vez hayan sido ocupadas durante un tiempo por distintas personas.
- Así es, pero ¿ha olido el planeta Sayshell después de la primera hora?
- No - admitió Pelorat.
- Entonces, tampoco olerá esto dentro de un rato. De hecho, si vive en la nave el tiempo suficiente, acogerá el olor que le reciba a su regreso como el distintivo de su hogar. Y por cierto, si después de esto se convierte en un vagabundo de la Galaxia, Janov, tendrá que aprender que es descortés comentar el olor de cualquier nave o, lo que es lo mismo, cualquier mundo con aquellos que vivan en esa nave o mundo. Entre nosotros, naturalmente, no importa.
- En realidad, Golan, lo gracioso del caso es que considero el Estrella Lejana como mi hogar. Por lo menos, es un producto de la Primera Fundación. - Pelorat sonrió -. Verá, nunca me he considerado patriota. Me gusta pensar que sólo reconozco a la humanidad como mi nación, pero debo decir que estar lejos de la Fundación incrementa mi amor por ella.
Trevize estaba haciendo su cama.
- No está tan lejos de la Fundación, ¿sabe? La Unión de Sayshell se halla casi rodeada por territorio de la Confederación. Aquí tenemos un embajador y una numerosa representación, de cónsules hacia abajo. A los sayshellianos les gusta hacernos frente con palabras, pero procuran no causarnos ninguna otra molestia... Váyase a dormir, Janov. Hoy no hemos averiguado nada y mañana tendremos que esforzarnos más.
Sin embargo, no había dificultad en oírse de una habitación a otra, y cuando la nave estuvo a oscuras, Pelorat, que no dejaba de dar vueltas en la cama, dijo en voz no muy alta:
- ¿Golan?
- Sí.
- ¿No está durmiendo?
- No mientras usted siga hablando.
- Sí que hemos averiguado algo. Su amigo, Compor...
- Ex amigo - gruñó Trevize.
- Sea lo que sea, ha hablado de la Tierra y nos ha dicho algo que yo no sabía a pesar de todas mis investigaciones. ¡Radiactividad!
Trevize se incorporó sobre un codo.
- Escuche, Janov, aunque la Tierra esté realmente muerta, no tenemos por qué regresar a casa. Todavía quiero encontrar Gaia.
Pelorat resopló como si estuviera ahuyentando plumas.
- Por supuesto, mi querido amigo. Yo también. Y no creo que la Tierra esté muerta. Quizá Compor nos haya dicho lo que él considera la verdad, pero apenas hay un sector de la Galaxia donde no exista alguna leyenda que sitúe el origen de la humanidad en algún mundo local. Y casi invariablemente lo llaman Tierra o algo por el estilo.
»En antropología lo denominamos "globocentrismo". La gente tiende a dar por sentado que ellos son mejores que sus vecinos; que su cultura es más antigua y superior a la de otros mundos; que lo que otros mundos tienen de bueno procede de ellos, mientras que lo malo procede de otros lugares. Y tienden a igualar la superioridad en calidad con la superioridad en duración. Si no pueden mantener razonablemente que su propio planeta es la Tierra o su equivalente, y el origen de la especie humana, casi siempre hacen todo lo posible para situar la Tierra en su propio sector, aunque no puedan localizarla exactamente.
Trevize contestó:
- ¿Está insinuando que Compor se limitaba a seguir la costumbre habitual cuando ha dicho que la Tierra estaba en el Sector de Sirio? Sin embargo, el Sector de Sirio tiene una larga historia, de modo que todos los mundos incluidos en él deberían ser muy conocidos y la cuestión podría dilucidarse con facilidad, incluso sin ir allí.
Pelorat se rió entre dientes.
- Aunque usted demostrara que ningún mundo del Sector de Sirio podría ser la Tierra, no le serviría de nada. Usted subestima las profundidades hasta las que el misticismo puede enterrar la racionalidad, Golan. En la Galaxia hay un mínimo de media docena de sectores donde eruditos muy respetables repiten, con toda solemnidad y sin la sombra de una sonrisa, que la Tierra, o como ellos la llamen, está situada en el hiperespacio y no se puede llegar a ella, excepto por accidente.
- ¿Dicen si alguien ha llegado alguna vez por accidente?
- Siempre hay historias y siempre hay una negativa patriótica a la incredulidad, a pesar de que las historias nunca son verosímiles y no las cree nadie más que los habitantes del mundo donde han surgido.
- Entonces, Janov, no las creamos tampoco nosotros. Entremos en nuestro hiperespacio particular de sueño.
- Pero, Golan, lo que a mí me interesa es esta cuestión de la radiactividad de la Tierra. A mi modo de ver, tiene la marca de la verdad... o una especie de verdad.
- ¿Qué quiere decir, una especie de verdad?
- Bueno, un mundo radiactivo sería un mundo en el que la radiación estaría presente en una concentración más elevada de lo habitual. En un mundo así el porcentaje de mutación sería más alto y la evolución tendría lugar más rápidamente, y de forma más variada. Quizá recuerde haberme oído decir que entre los puntos comunes de casi todas las leyendas, el más firme es que la vida en la Tierra era increíblemente diversa: millones de especies de todas clases de vida. Es esta diversidad de vida, este desarrollo explosivo, lo que quizá trajera la inteligencia a la Tierra, y después la expansión por toda la Galaxia. Si, por alguna razón, la Tierra fuese radiactiva, es decir, más radiactiva que otros planetas, esto podría explicar todo lo demás que la Tierra tiene, o tenía, de único.
Trevize guardó silencio durante unos momentos y luego dijo:
- En primer lugar, no tenemos motivos para creer que Compor estaba diciendo la verdad. Podía muy bien estar mintiendo descaradamente para inducirnos a marcharnos de aquí y salir a toda velocidad hacia Sirio. Creo que eso es precisamente lo que hacía. Y aunque nos haya dicho la verdad, lo que ha dicho es que había tanta radiactividad que la vida se hizo imposible.
Pelorat volvió a resoplar.
- No había demasiada radiactividad para permitir que se desarrollara la vida en la Tierra y es más fácil mantener la vida, una vez establecida, que desarrollarla. Así pues, queda demostrado que la vida fue establecida y mantenida en la Tierra. Por lo tanto, el nivel de radiactividad no habría podido ser incompatible con la vida en un principio y sólo habría podido disminuir con el tiempo. No hay nada que pueda aumentar el nivel de radiactividad.
- ¿Y las explosiones nucleares? - sugirió Trevize.
- ¿Qué tiene eso que ver?
- Quiero decir, ¿y si hubiera habido explosiones nucleares en la Tierra?
- ¿ En la superficie de la Tierra? Imposible. En toda la historia de la Galaxia no se habla de ninguna sociedad tan insensata para utilizar las. explosiones nucleares como arma bélica. No habríamos sobrevivido. Durante las insurrecciones trigellianas, cuando ambos bandos quedaron reducidos a la inanición y la desesperación, y cuando Jendippurus Khoratt sugirió la iniciación de una reacción de fusión en...
- Fue ahorcado por los tripulantes de su propia flota. Conozco la historia galáctica. Estaba pensando en un accidente.
- No hay datos sobre accidentes de este tipo que sean capaces de aumentar significativamente la intensidad de la radiactividad de un planeta. - Suspiró -. Supongo que cuando dispongamos de tiempo para ello, tendremos que ir al Sector de Sirio y hacer unas cuantas averiguaciones allí.
- Algún día, tal vez, lo haremos. Pero por ahora...
- Sí, sí, me callaré.
Así lo hizo, y Trevize continuó despierto durante casi una hora considerando si ya habría llamado demasiado la atención y no sería preferible ir al Sector de Sirio y después regresar a Gaia cuando el interés, el interés general, por ellos se hubiera desvanecido.
No había llegado a ninguna conclusión cuando se quedó dormido. Sus sueños fueron agitados.
51
No llegaron a la ciudad hasta media mañana. Esta vez el centro turístico estaba muy concurrido, pero lograron obtener la dirección de una biblioteca de consulta, donde recibieron instrucciones para utilizar los modelos locales de computadoras.
Examinaron cuidadosamente los museos y universidades, empezando por los que se hallaban más cerca, y verificaron toda la información existente sobre antropólogos, arqueólogos e historiadores.
Pelorat exclamó:
- ¡Ah!
- ¿Ah? - dijo Trevize con cierta aspereza -. Ah, ¿qué?
- Este nombre, Quintesetz. Me suena.
- ¿Lo conoce?
- No, claro que no, pero quizá haya leído obras suyas. Cuando volvamos a la nave, donde tengo mi colección de consulta...
- No volveremos, Janov. Si el nombre le suena, es un punto de partida. Si él no puede ayudarnos, seguramente podrá indicamos a alguien que lo haga.
- Se puso en pie -. Encontremos el modo de llegar a la Universidad de Sayshell. Y como allí no habrá nadie a la hora del almuerzo, primero comeremos.
Ya era media tarde cuando llegaron a la universidad, se abrieron camino por sus laberínticas instalaciones, y se encontraron en una antesala, esperando a una mujer joven que había ido en busca de información y tal vez podría conducirles hasta Quintesetz.
- Me pregunto - dijo Pelorat con inquietud - cuánto rato más tendremos que esperar. Las clases deben de estar a punto de terminar.
Y, como si esto fuera la señal que aguardaba, la señorita que les había dejado media hora antes se dirigió rápidamente hacia ellos, con zapatos que lanzaban destellos rojos y violetas y pisaban el suelo con un agudo tono metálico. La estridencia variaba con la velocidad y fuerza de sus pasos.
Pelorat se sobresaltó. Supuso que cada mundo tenía sus propios modos de activar los sentidos, tal como cada uno tenía su propio olor. Se preguntó si, ahora que ya no percibía el olor, también debería aprender a no fijarse en lo llamativas me resultaban las mujeres elegantes cuando andaban.
Llegó junto a Pelorat y se detuvo.
- ¿Quiere darme su nombre complete, profesor?
- Janov Pelorat, señorita.
- ¿Su planeta natal?
Trevize empezó a levantar una mano como para imponer silencio, pero Pelorat; bien porque no lo vio, bien porque no le hizo caso, dijo:
- Términus.
La joven sonrió ampliamente y pareció satisfecha.
- Cuando le he dicho al profesor Quintesetz que un tal profesor Pelorat preguntaba por él, ha contestado que le recibiría si era Janov Pelorat de Términus, pero no en otro caso.
Pelorat parpadeó con rapidez.
- ¿Quiere... quiere decir que ha oído hablar de mi?
- Eso parece.
Y, casi a punto de estallar, Pelorat esbozó una sonrisa mientras se volvía hacia Trevize.
- Ha oído hablar de mí. La verdad es que no pensaba... Quiero decir, he escrito muy pocas obras y no pensaba que nadie... - Meneó la cabeza -. No eran demasiado importantes.
- Pues bien - repuso Trevize, sonriendo a su vez -, deje de recrearse en este éxtasis de subestimación propia y vamos allá. - Se volvió hacia la mujer -. ¿Supongo, señorita, que hay algún tipo de transporte para llevamos a él?
- Está a poca distancia. Ni siquiera tendremos que dejar el edificio y les acompañaré con sumo placer...
¿Son los dos de Términus? - Y echó a andar.
Los dos hombres la siguieron y Trevize contestó, con una sombra de fastidio:
- Sí, los dos. ¿Tiene eso mucha importancia?
- Oh, no, claro que no. Como sabrán, hay algunas personas en Sayshell a las que no les gustan los miembros de la Fundación, pero en la universidad somos más cosmopolitas. Vive y deja vivir, es lo que siempre decimos. En otras palabras, los miembros de la Fundación también son personas. ¿Entiende lo que quiero decir?
- Sí, entiendo lo que quiere decir. Muchos de nosotros decimos que los sayshellianos son personas.
- Así es como debe ser. Yo nunca he estado en Términus. Creo que es una gran ciudad.
- No tanto - contestó Trevize con naturalidad -. Sospecho que es más pequeña que la Ciudad de Sayshell.
- Veo que quiere halagarme - replicó ella -. Es la capital de la Confederación de la Fundación, ¿no? Quiero decir, no hay otro Términus, ¿verdad?
- No, que yo sepa, sólo hay un Términus, y de allí somos... de la capital de la Confederación de la Fundación.
- Entonces, tiene que ser una ciudad enorme... Y ustedes vienen desde tan lejos para ver al profesor. Nos sentimos muy orgullosos de él, ¿saben? Está considerado como la mayor autoridad de toda la Galaxia.
- ¿En serio? - dijo Trevize -. ¿En qué?
La muchacha volvió a abrir desmesuradamente los ojos.
- Es usted un bromista. Sabe más sobre historia antigua que... que yo sobre mi propia familia.
- Y continuó andando sobre sus pies musicales.
Uno no puede ser tachado de bromista y halagador en tan corto espacio de tiempo sin desarrollar un cierto impulso en esa dirección. Trevize sonrió y dijo:
- ¿Supongo que el profesor lo sabe todo sobre la Tierra?
- ¿La Tierra? - La joven se detuvo ante la puerta de un despacho y los miró con asombro.
- Ya sabe. El mundo donde se originó la humanidad.
- Oh, se refiere al planeta que existió primero. Supongo que sí. Supongo que debería saberlo todo. Al fin y al cabo, se encuentra en el Sector de Sayshell. ¡Eso lo sabe todo el mundo! Este es su despacho. Voy a avisarle.
- No, no lo haga - dijo Trevize -. Espere un minuto. Hábleme de la Tierra.
- La verdad es que nunca he oído que nadie lo llamara la Tierra. Supongo que es una palabra de la Fundación. Aquí lo llamamos Gaia.
Trevize lanzó una rápida mirada en dirección a Pelorat.
- ¿Ah, sí? Y ¿dónde está situado?
- En ningún sitio. Se encuentra en el hiperespacío y es imposible llegar a él. Cuando yo era niña, mi abuela decía que Gaia había estado una vez en el espacio real, pero sintió tanta repugnancia ante los...
- Delitos y estupideces de los seres humanos - murmuró Pelorat - que, por vergüenza, abandonó el espacio y se negó a tener nada más que ver con los seres humanos que había enviado a la Galaxia.
- Así pues, conoce la historia. ¿Lo ve? Una amiga mía dice que es una superstición. Pienso contárselo. Si es suficientemente buena para profesores de la Fundación. ..
Una brillante agrupación de letras rezaba sobre el cristal ahumado de la puerta: SOTAYN QUINTESETZ ABT en la complicada caligrafía sayshelliana, y debajo de ella se leía: DEPARTAMENTO DE HISTORIA ANTIGUA.
La mujer colocó un dedo sobre un liso círculo metálico. No hubo ningún sonido, pero la fumosidad del cristal se tornó de un blanco lechoso durante un momento y una voz apacible dijo, de un modo abstraído:
- Identifíquese, por favor.
- Janov Pelorat de Términus - dijo Pelorat -, con Golan Trevize, del mismo mundo.
La puerta se abrió inmediatamente.
52
El hombre que se levantó, dio la vuelta a la mesa Y salió a su encuentro era alto y de mediana edad. Su piel tenía un leve color tostado y su cabello, peinado con muchos rizos en la coronilla, era gris oscuro. Alargó la mano hacia ellos y su voz fue apacible y suave.
- Soy S.Q. Estoy encantado de conocerlos, profesores.
Trevize dijo:
- Yo no poseo ningún título académico. Sólo acompaño al profesor Pelorat. Puede llamarme simplemente Trevize. Es un placer conocerlo, profesor Abt.
Quintesetz levantó una mano con evidente turbación.
- No, no. Abt sólo es una especie de título absurdo que no tiene ninguna importancia fuera de Sayshell. Hagan caso omiso de él, por favor, y llámenme S.Q. En Sayshell tendemos a usar las iniciales en nuestras relaciones sociales normales. Me alegro mucho de conocer a dos de ustedes cuando no esperaba más que a uno.
Pareció titubear unos momentos, y después alargó la mano derecha tras limpiársela disimuladamente en los pantalones.
Trevize la tomó, preguntándose cuál seria el saludo característico de Sayshell.
Quintesetz dijo:
- Hagan el favor de sentarse. Me temo que encontrarán las butacas un poco incómodas, pero yo, por mi parte, no quiero que mis butacas me abracen. Es algo que actualmente está de moda, pero yo prefiero que un abrazo signifique algo, ¿verdad?
Trevize sonrió y repuso:
- ¿Y quién no? Su nombre, S.Q., parece ser de los Mundos Periféricos y no sayshelliano. Le ruego me disculpe si el comentario es impertinente.
- No me molesta. Mi familia procede, en parte, de Askone. Hace cinco generaciones, mis tatarabuelos abandonaron Askone cuando la dominación de la Fundación se hizo demasiado opresiva.
Pelorat exclamó:
- Y nosotros somos miembros de la Fundación. Nuestras disculpas.
Quintesetz agitó la mano con afabilidad.
- No guardo ningún rencor después de cinco generaciones. Si alguien lo hace, peor para él. ¿Les apetece comer algo? ¿O beber? ¿Les gustaría un poco de música de fondo?
- Si no le importa - dijo Pelorat -, me gustaría ir al grano, siempre que las costumbres sayshellianas lo permitan.
- Las costumbres sayshellianas no constituirán una barrera, se lo aseguro. No tiene ni idea de lo casual que es todo esto, doctor Pelorat. Sólo hace dos semanas que leí su articulo sobre las fábulas de los orígenes en la Revista Arqueológica y me llamó la atención como síntesis notable... aunque, demasiado breve.
Pelorat enrojeció de placer.
- ¡Cuánto me satisface que lo haya leído! Naturalmente, tuve que condensarlo, pues la revista no habría publicado un estudio completo. He pensado hacer un tratado sobre el tema.
- Espero que lo haga. En todo caso, tan pronto como lo hube leído, sentí el deseo de verle. Incluso se me ocurrió ir a Términus para hacerle una visita, aunque eso habría sido difícil de arreglar...
- ¿Por qué? - preguntó Trevize.
Quintesetz se mostró confuso.
- Lamento decir que Sayshell no está ansioso por unirse a la Confederación de la Fundación y más bien desaprueba las comunicaciones sociales con ella. Somos neutrales por tradición, ¿saben? Ni siquiera el Mulo nos molestó, excepto para arrancarnos una declaración formal de neutralidad. Por este motivo, cualquier solicitud de permiso para visitar territorio de la Fundación en general, y Términus en particular, es recibida con desconfianza, aunque un erudito como yo, dedicado a los asuntos académicos, seguramente acabaría consiguiendo pasaporte. Pero nada de esto ha sido necesario. Ustedes han venido a mí. Apenas puedo creerlo. Me pregunto a mí mismo: ¿Por qué? ¿Ha oído hablar de mí, como yo he oído hablar de usted?
Pelorat respondió:
- Conozco su trabajo, S.Q., y en mis archivos tengo extractos de sus, artículos. Por eso he venido a verlo. Estoy investigando al mismo tiempo la cuestión de la Tierra, que es el supuesto planeta de origen de la especie humana, y el primer período de exploración y colonización de la Galaxia. En particular, he venido aquí para preguntar por la fundación de Sayshell.
- Por su artículo - dijo Quiniesetz -, supongo que está interesado en mitos y leyendas.
- Incluso más en la historia, los hechos reales, si
es que existe, de lo contrario, en los mitos y leyendas.
Quintesetz se levantó y empezó a pasear rápidamente de un lado a otro de su despacho, se detuvo a mirar a Pelorat, y reanudó los paseos.
Trevize dijo con impaciencia:
- ¿Y bien, señor?
Quintesetz exclamó:
- ¡Curioso! ¡muy curioso! Precisamente ayer fue...
Pelorat le apremió:
- ¿Qué fue precisamente ayer?
Quintesetz repuso:
- Le he dicho, doctor Pelorat... Por cierto, ¿puedo llamarle J.P.? El empleo del nombre completo no me parece natural.
- Hágalo, por favor.
- Le he dicho, J.P., que había admirado su artículo y que había querido verlo. La razón por la que quería verlo era que usted parecía tener una vasta colección de leyendas relativas al principio de los mundos y, sin embargo, no tenía las nuestras.
En otras palabras, quería verlo para contarle exactamente lo que usted ha venido a averiguar.
- ¿Qué tiene esto que ver con ayer, S.Q.? - preguntó Trevize.
- Tenemos leyendas, una leyenda, muy importante para nuestra sociedad, pues se ha convertido en nuestro misterio...
- ¿Un misterio? - interrumpió Trevize.
- No me refiero a un enigma o algo así. Creo que éste sería el sentido de la palabra en el idioma galáctico. Aquí tiene un significado distinto. Significa «algo secreto»; algo cuyo pleno significado sólo conocen algunos iniciados; algo sobre lo que no se debe hablar con extranjeros,.. Y ayer fue el día.
- ¿El día de qué, S.Q.? - preguntó Trevize, exagerando su aire de paciencia.
- Ayer fue el Día de Vuelo.
- Ah - dijo Trevize -, un día de meditación y sosiego, durante el qué todo el mundo debe quedarse en casa.
- Algo así, en teoría, aunque en las grandes ciudades, las regiones más sofisticadas, hay pica observancia de las costumbres antiguas... Pero veo que ya están enterados.
Pelorat, a quien el tono de Trevize había inquietado, se apresuró a concretar:
- Algo hemos oído, ya que llegamos ayer.
- Precisamente ayer - dijo Trevize con sarcasmo -. Escuche, S.Q., como sabe, no soy académico, pero me gustaría hacerle una pregunta. Usted ha dicho que se estaba refiriendo a un misterio, del que no se podía hablar con extranjeros. Entonces, ¿por qué nos habla de él? Nosotros somos extranjeros.
- Así es. Pero yo no celebro la festividad y el grado de mi superstición en esta materia es muy escaso. Sin embargo, el artículo de J.P, reforzó el presentimiento que tengo desde hace tiempo. Los mitos y leyendas no surgen de la nada. Ni eso, ni ninguna otra cosa. Siempre hay algo de verdad detrás de todo, aun cuando esté deformada, y a mí me gustaría saber la verdad que se esconde tras nuestra leyenda del Día de Vuelo.
Trevize preguntó:
- ¿Es seguro hablar de ello?
Quintesetz se encogió de hombros.
- No demasiado, supongo. Los elementos conservadores de nuestra población se horrorizarían. Sin embargo, no controlan el gobierno y no lo han hecho desde hace un siglo. Los secularistas son fuertes y lo serían aún más si los conservadores no se aprovecharan de nuestro, si me disculpan, prejuicio contra la Fundación. Por otra parte, ya que estoy comentando el asunto por motivos estrictamente académicos, la Liga de Académicos me respaldaría, en caso de necesidad.
- Entonces - dijo Pelorat -, ¿nos hablará de su misterio, S.Q.?
- Sí, pero permítanme asegurarme de que no nos interrumpirán o, lo que es lo mismo, no nos escucharán. Como dice el refrán, aunque haya que enfrentarse al toro, no es necesario tocarle el hocico.
Pulsó varias teclas de un instrumento que había sobre la mesa y declaró:
- Ahora estamos incomunicados.
- ¿Está seguro de que no le espían? – preguntó Trevize.
- ¿Cómo?
- Por medio de una grabadora o cualquier aparato que le tenga bajo observación, visual o auditivo, o ambas cosas.
Quintesetz se mostró escandalizado.
- ¿Aquí, en Sayshell? ¡De ningún modo!
Trevize se encogió de hombros.
- Si usted lo dice...
- Continúe, por favor, S.Q. - rogó Pelorat.
Ouintesetz frunció los labios, se recostó en su butaca (que cedió ligeramente bajo la presión) y unió las yemas de los dedos. Parecía estar meditando sobre la manera de empezar.
- ¿Saben lo que es un robot? - dijo.
- ¿Un robot? - inquirió Pelorat -. No.
Quintesetz miró en dirección a Trevize, que. meneó ligeramente la cabeza.
- Sin embargo, ¿saben lo que es una computadora?
- Por supuesto - contestó Trevize con impaciencia.
- Pues bien, una herramienta computadorizada móvil...
- Es una herramienta computadorizada móvil.
- Trevize seguía estando impaciente -. Hay innumerables variedades y no conozco ningún término generalizado para designarlas más que herramienta computadorizada móvil.
- ... que tiene el mismo aspecto de un ser humano es un robot. - S.Q, terminó su definición con ecuanimidad -. Lo que distingue a un robot es que es humaniforme.
- ¿Por qué humaniforme? - preguntó Pelorat con asombro.
- No estoy seguro. Es una forma sumamente ineficaz para una herramienta, se lo garantizo, pero me limito a repetir la leyenda. «Robot» es una palabra antigua de un idioma desconocido, aunque nuestros eruditos dicen que lleva la connotación de «trabajo».
- No se me ocurre ninguna palabra – comento Trevize con escepticismo - que tenga un sonido semejante a «robot» y pueda relacionarse con «trabajo».
- En galáctico no existe, indudablemente – dijo Quintesetz -, pero esto es lo que afirman.
Pelorat argumentó:
- Puede haber sido una etimología inversa. Estos objetos se utilizan para trabajar, por lo que la palabra debía significar «trabajo». En todo caso, ¿por qué nos cuenta todo esto?
- Porque en Sayshell existe la teoría firmemente arraigada de que, cuando la Tierra era un mundo único y la Galaxia estaba deshabitada, se inventaron y generalizaron los robots. Entonces hubo dos clases de seres humanos: naturales e inventados, de carne y de metal, biológicos y mecánicos, complejos y simples...
Quintesetz hizo una pausa y añadió con una triste carcajada:
- Lo siento. Es imposible hablar de robots sin citar el Libro de Vuelo. Los habitantes de la Tierra inventaron los robots... y no necesito decir más. Está muy claro.
- Y ¿por qué inventaron los robots? – preguntó Trevize. .
Quintesetz se encogió de hombros.
- ¿Quién puede saberlo después de tanto tiempo? Quizá fueran pocos y necesitaran ayuda, sobre todo en la gran labor de explorar y poblar la Galaxia.
Trevize dijo:
- Es una sugerencia razonable. Una vez la Galaxia estuvo colonizada, los robots dejaron de ser necesarios. Hoy día no hay herramientas humanoides computadorizadas móviles en toda la Galaxia.
- Sea como fuere - dijo Quintesetz -, la historia es la siguiente, si me permiten simplificarla y prescindir de muchos adornos poéticos que, francamente, yo no acepto, aunque la población en general lo haga o simule hacerlo. Alrededor de la Tierra se crearon mundos coloniales que giraban en torno a estrellas cercanas, y esos mundos coloniales eran mucho más ricos en robots que la misma Tierra. Había más necesidad de robots en los mundos nuevos y vírgenes.
De hecho, la Tierra se replegó, dejó de fabricar robots, y se sublevó contra ellos.
- ¿Qué ocurrió? - preguntó Pelorat.
- Los mundos exteriores eran más fuertes. Con la ayuda de sus robots, los niños derrotaron y controlaron la Tierra, la Madre. Perdónenme, pero no puedo abstenerme de hacer citas. Pero hubo algunos habitantes de la Tierra que huyeron de su mundo; con mejores naves y mejores métodos de viaje hiperespacial. Huyeron a estrellas y mundos muy lejanos, más allá de los cercanos mundos que habían colonizado. Se fundaron nuevas colonias, sin robots, en las que los seres humanos podían vivir libremente. Estos fueron los llamados Tiempos de Vuelo, y el día en que los primeros terrícolas llegaron al Sector de Sayshell, a este mismo planeta en realidad, es el Día de Vuelo, celebrado anualmente desde hace muchos miles de años.
Pelorat manifestó:
- Mi querido amigo, lo que usted está diciendo, entonces, es que Sayshell fue fundado directamente por la Tierra.
Quintesetz reflexionó y titubeó durante unos momentos. Luego, respondió:
- Esta es la creencia oficial.
- Evidentemente - dijo Trevize -, usted no la acepta.
- A mí me parece que... - empezó Quintesetz y después explotó -: ¡Oh, Grandes Estrellas y Pequeños Planetas, no lo sé! Es demasiado inverosímil, pero constituye un dogma oficial y por mucho que se haya secularizado nuestro gobierno, hay que aparentar estar de acuerdo. En fin, vayamos al grano. En su artículo, J.P., no hay indicaciones de que usted conozca esta historia... de robots y dos oleadas de colonización, una menor con robots y otra más importante sin robots.
- Desde luego no la conocía - dijo Pelorat -. Ahora la oigo por primera vez y, mi querido S.Q., le estaré eternamente agradecido por contármela. Me sorprende que nada de esto haya aparecido en ninguno de los documentos...
- Demuestra - dijo Quintesetz - la efectividad de nuestro sistema social. Es nuestro secreto sayshelliano, nuestro gran misterio.
- Tal vez - observó Trevize con sequedad -. Sin embargo, la segunda oleada de colonización, la oleada exenta de robots, debió desplegarse en todas direcciones. ¿Por qué existe este gran secreto sólo en Sayshell?
Quintesetz contestó:
- Es posible que exista en otros lugares y también sea un secreto muy bien guardado. Nuestros propios conservadores creen que sólo Sayshell fue colonizado desde la Tierra y que todo el resto de la Galaxia fue colonizada desde Sayshell. Por supuesto, probablemente eso es un disparate.
Pelorat dijo:
- Estos enigmas subsidiarios pueden resolverse más adelante. Ahora que tengo un punto de partida, puedo buscar informaciones similares en otros mundos. Lo que cuenta es que he descubierto la pregunta que debo hacer y, naturalmente, una buena pregunta es el medio para obtener infinitas respuestas. ¡Qué suerte que...!
Trevize le interrumpió:
- Sí, Janov, pero seguramente el buen S.Q, no nos ha contado toda la historia. ¿Qué fue de las primeras colonias y sus robots? ¿Lo explican sus tradiciones?
- No con detalle, pero si en esencia. Al parecer, los humanos y humanoides no pueden vivir juntos. Los mundos con robots murieron. No eran viables.
- ¿Y la Tierra?
- Los humanos la abandonaron y se establecieron aquí, y seguramente (aunque los conservadores disentirían) también en otros planetas.
- No es posible que todos los seres humanos abandonaran la Tierra. El planeta no pudo quedar desierto.
- Posiblemente no. No lo sé.
Trevize inquirió con brusquedad:
- ¿Era radiactivo cuando lo dejaron?
Quintesetz se mostró atónito.
- ¿Radiactivo?
- Eso es lo que pregunto.
- Que yo sepa, no. Nunca he oído tal cosa.
Trevize se llevó un nudillo a los dientes y reflexionó. Finalmente dijo:
- S.Q., se está haciendo tarde y creo que ya hemos abusado demasiado de su amabilidad. – Pelorat hizo un gesto como si se dispusiera a protestar, pero Trevize puso una mano encima de su rodilla y Pelorat, aunque de mala gana, calló.
Quintesetz contestó:
- He tenido sumo gusto en ayudarles.
- Lo ha hecho, y si hay algo que nosotros podamos hacer a cambio, no tiene más que decirlo.
Quintesetz se rió quedamente.
- Si el buen J.P. quiere ser tan amable de no mencionar mi nombre en relación con lo que pueda escribir sobre nuestro misterio, se lo agradeceré.
Pelorat contestó con vehemencia:
- Podría recibir los honores que merece, y quizá ser más apreciado, si le permitieran visitar Términus e incluso, tal vez, quedarse allí en calidad de profesor visitante de nuestra universidad durante un tiempo. Quizá logremos arreglarlo. Es posible que a Sayshell no le guste la Fundación, pero también es posible que no quieran rechazar una solicitud formal para que venga a Términus con objeto de asistir, digamos, a un coloquio sobre algún aspecto de la historia antigua.
El sayshelliano casi se levantó.
- ¿Está insinuando que puede hacer uso de su influencia para arreglarlo?
- Bueno, no había pensado en ello, pero J.P. tiene toda la razón. Sería factible... si lo intentáramos.
Y, por supuesto, cuanto más tengamos que agradecerle, más lo intentaremos - dijo Trevize.
Quintesetz hizo una pausa, y luego frunció el ceño.
- ¿A qué se refiere, señor?
- Lo único que tiene que hacer es hablarnos de Gaia, S.Q. - dijo Trevize.
Y todo el entusiasmo del rostro de Quintesetz se desvaneció.
53
Quintesetz bajó la mirada, Se pasó distraídamente la mano por el corto y rizado cabello, después miró a Trevize y frunció los labios. Fue como si hubiera decidido no hablar.
Trevize enarcó las cejas y esperó; finalmente Quintesetz dijo con voz ahogada:
- En verdad se está haciendo tarde... la luz ya es crepusculante.
Hasta entonces había hablado en correcto galáctico, pero ahora sus palabras adquirieron una configuración extraña, como si el modo de hablar sayshelliano desplazara su educación clásica.
- ¿Crespusculante, S.Q.?
- Casi es noche cerrada.
Trevize asintió.
- Soy muy desconsiderado. Yo también tengo apetito. ¿Aceptaría que le invitáramos a cenar, S.Q.? Quizás entonces podríamos continuar hablando.. de Gaia.
Quintesetz se levantó pesadamente. Era más alto que cualquiera de los dos hombres de Términus, pero también más viejo y gordo, y su peso no le confería una apariencia vigorosa. Parecía más cansado que cuando ellos habían llegado.
Les miró con los ojos entornados y dijo:
- Olvido mi hospitalidad. Ustedes son extranjeros y no estaría bien que me invitaran. Vengan a mi casa. Está en el recinto de la universidad y no muy lejos de aquí. Si desean proseguir la conversación, allí podré hacerlo de un modo más relajado que aquí.
Mi único pesar - pareció algo inquieto - es que sólo puedo ofrecerles una comida limitada. Mi esposa y yo somos vegetarianos, y si ustedes prefieren la carne sólo puedo pedirles disculpas.
Trevize contestó:
- J.P, y yo estaremos encantados de renunciar a nuestros hábitos carnívoros por una comida. Su conversación será suficiente compensación..., espero.
- Puedo prometerles una comida interesante, cualquiera que sea la conversación - dijo Quintesetz -, si les gustan nuestras especies sayshellianas. Mi esposa y yo hemos realizado un curioso estudio sobre ellas.
- Aceptaré con interés cualquier exotismo que tenga a bien ofrecernos, S.Q. - respondió Trevize con frialdad, aunque Pelorat parecía un poco nervioso por la perspectiva.
Quintesetz abrió la marcha. Los tres salieron de la habitación y enfilaron un pasillo aparentemente interminable, a lo largo del cual el sayshelliano fue saludando a estudiantes y colegas, pero sin dar muestras de querer presentar a sus compañeros. Trévize advirtió con inquietud que todos miraban curiosamente su cinturón, que hoy era gris. Por lo visto, los tonos apagados no constituían algo de rigueur en el modo de vestir universitario.
Al fin traspusieron una puerta y salieron al exterior. Realmente ya era oscuro y hacía fresco. A lo lejos se veían algunos árboles y una gran extensión de césped bastante lozano bordeaba el camino.
Pelorat hizo un alto, de espaldas a las luces procedentes del edificio que acababan de abandonar y el resplandor que delineaba los senderos del jardín.
Miró hacia el cielo.
- ¡Qué hermoso! – exclamó -. Hay una famosa frase en un verso de uno de nuestros mejores poetas que habla del «brillo moteado del bello cielo de Sayshell».
Trevize alzó la mirada y dijo en voz baja:
- Nosotros somos de Términus, S.Q., y mi amigo, por lo menos, no ha visto ningún otro cielo. En Términus sólo vemos la mortecina neblina de la Galaxia y unas pocas estrellas apenas visibles. Usted apreciaría aún más su propio cielo, si hubiera vivido con el nuestro.
Quintesetz contestó con seriedad:
- Lo apreciamos en lo que vale, se lo aseguro. No se debe tanto a que estamos en una zona poco poblada de la Galaxia, como a que la distribución de las estrellas es notablemente uniforme. No creo que encuentren, en ningún lugar de la Galaxia, estrellas de primera magnitud distribuidas de un modo tan perfecto. Y sin embargo, tampoco hay demasiadas.
He visto los cielos de mundos que están dentro del alcance exterior de un racimo globular y allí hay demasiadas estrellas brillantes. Eso echa a perder la oscuridad del cielo nocturno y reduce considerablemente el esplendor.
- Estoy de acuerdo con usted - declaró Trevize.
- Ahora me pregunto - dijo Quintesetz - si habrán visto ese pentágono casi regular de estrellas casi igualmente brillantes. Las Cinco Hermanas, las llamamos. Está por allí, justo encima de la hilera de árboles. ¿Lo ven?
- Lo veo - exclamó Trevize -. Es muy bonito.
- Sí - dijo Quintesetz -, Se cree que simboliza el éxito, en el amor, y no hay carta de amor que no termine con un pentágono de puntos para indicar el deseo de hacer el amor. Cada una de las cinco estrellas representa una etapa distinta del proceso y hay famosos poemas que han rivalizado entre sí en describir cada etapa con el mayor erotismo posible. En mi juventud, yo mismo intenté hacer versos sobre el tema, y no me imaginaba que llegaría un tiempo en que sentiría tanta indiferencia por las Cinco Hermanas, aunque supongo que es lo normal... ¿Ven la estrella mortecina que hay en el centro de las Cinco Hermanas?
- Sí.
- Esa - dijo Quintesetz - representa el amor no correspondido. Según la leyenda, esa estrella era tan brillante como las demás, pero palideció de pena.
- Y siguió andando rápidamente.
54
La cena, como Trevize no tuvo más remedio que admitir, resultó deliciosa. Hubo una gran variedad de platos y tanto el sazonado como los aderezos fueron sutiles pero efectivos.
Trevize dijo:
- Todas estas verduras, que ha sido un placer comer, por cierto, forman parte de la dieta galáctica, ¿no es así, S.Q.?
- Sí, naturalmente.
- Sin embargo, presumo que también hay formas de vida indígenas.
- Naturalmente. El planeta Sayshell era un mundo oxigenado cuando llegaron los primeros colonizadores, de modo que tenía que ser fructífero. Y nosotros hemos conservado parte de la vida indígena, pueden estar seguros. Tenemos parques naturales muy extensos en los que sobreviven la fauna y la flora del antiguo Sayshell.
Pelorat comentó tristemente:
- En este aspecto van por delante de nosotros, S.Q. En Términus había poca vida terrestre cuando llegaron los seres humanos, y me temo que durante largo tiempo no se hizo ningún esfuerzo para conservar la vida marina, la cual había producido el oxígeno que hizo Términus habitable. Ahora Términus tiene una ecología puramente galáctica.
- Sayshell - dijo Quintesetz con una sonrisa de modesto orgullo - tiene un largo e ininterrumpido historial en lo referente a valorar la vida.
Y Trevize escogió ese momento para decir:
- Cuando hemos salido de su despacho, S.Q., creo que su intención era damos de cenar y luego hablarnos de Gaia.
La esposa de Quintesetz, una mujer afable, regordeta y muy morena, que había hablado poco durante la cena, alzó los ojos con estupefacción, se levantó y salió de la habitación sin una palabra.
- Mi esposa - dijo Quintesetz con inquietud – es muy conservadora, y se siente un poco intranquila al oír mencionar la palabra. Les ruego que la disculpen. Pero ¿por qué les interesa tanto?
- Porque es importante para el trabajo de J.P., me temo.
- Pero, ¿por qué me lo preguntan a mí? Estábamos hablando de la Tierra, los robots, la fundación de Sayshell. ¿Qué tiene eso que ver con, lo que ustedes quieren saber?
- Quizá nada, pero todo resulta muy extraño. ¿Por qué se intranquiliza su esposa cuando se hace mención de Gaia? ¿Por qué está usted tan inquieto? Algunos hablan de ello con toda naturalidad. Hoy mismo me han dicho que Gaia es la propia Tierra y que ha desaparecido en el hiperespacio a causa del mal hecho por los seres humanos.
Una expresión de dolor pasó por el rostro de Quintesetz.
- ¿Quién les ha dicho esta tontería?
- Una persona a la que he conocido en la universidad.
- Es mera superstición.
- Entonces, ¿no forma parte del dogma central de sus leyendas relativas al Vuelo?
- No, claro que no. No es más que una fábula que surgió entre la gente ignorante.
- ¿Está seguro? - preguntó Trevize con frialdad.
Ouintesetz se recostó en su silla y contempló los restos de comida que tenía delante.
- Vengan al salón – dijo -. Mi esposa no permitirá que quiten la mesa mientras estemos aquí y hablemos de. esto.
- ¿Esta seguro de que es una fábula? – repitió Trevize, una vez se hubieron sentado en otra habitación, ante una ventana que se combaba hacia arriba y hacia dentro para proporcionar una clara vista del hermoso cielo nocturno de Sayshell. Las luces de la habitación se amortiguaron para evitar toda rivalidad y el ceñudo semblante de Quintesetz se desdibujó en las sombras.
Quintesetz dijo:
- ¿No está usted seguro? ¿Cree que un mundo puede disolverse en el hiperespacio? Debe comprender que el ciudadano normal y corriente sólo tiene una noción muy vaga de lo que es el hiperespacio.
- La verdad es - dijo Trevize - que incluso yo sólo tengo una noción muy vaga de lo que es el hiperespacio, y he estado en él centenares de veces.
- Entonces, les hablaré de realidades. Les aseguro que la Tierra, dondequiera que esté, no se halla dentro de las fronteras de la Unión de Sayshell y que el mundo que ustedes han mencionado no es la Tierra.
- Pero incluso sí no sabe dónde está la Tierra, S.Q., tiene que saber dónde está el mundo que he mencionado. Ese sí que se encuentra dentro de las fronteras de la Unión de Sayshell. Lo sabemos, ¿eh, Pelorat?
Pelorat, que había estado escuchando impasiblemente, se sobresaltó al oír su nombre y contestó:
- Y eso no es todo, Golan; yo sé dónde está.
Trevize se volvió a mirarlo.
- ¿Desde cuándo, Janov?
- Desde hace un rato, mi querido Golan. Usted nos ha enseñado las Cinco Hermanas, S.Q., mientras veníamos hacia su casa. Ha señalado una estrella mortecina en el centro del pentágono. Estoy seguro de que es Gaia.
Quintesetz titubeó; su cara, oculta en la penumbra, no se prestaba a ninguna interpretación. Al fin dijo:
- Bueno, eso es lo que nuestros astrónomos nos dicen... en privado. Es un planeta que gira alrededor de esa estrella.
Trevize miró a Pelorat con aire reflexivo, pero la expresión de la cara del profesor era indescifrable.
Trevize se volvió hacia Quintesetz.
- Entonces, háblenos de esa estrella. ¿Tiene sus coordenadas?
- ¿Yo? No. - Fue casi violento en su negativa -. Aquí no tengo coordenadas estelares. Pueden obtenerlas en nuestro departamento de astronomía, aunque supongo que no sin dificultades. Los viajes a esa estrella no están permitidos.
- ¿Por qué no? Se halla dentro de su territorio, ¿no?
- Espaciográficamente, sí. Políticamente, no.
Trevize esperó que añadiera algo más. Cuando vio que no lo hacía, se levantó.
- Profesor Quintesetz - dijo ceremoniosamente -, no soy policía, soldado, diplomático ni malhechor. No estoy aquí para arrancarle información. En cambio, me veré obligado a recurrir a nuestro embajador. Sin duda comprenderá usted que no soy yo, por mi propio interés personal, quien solicita esta información. Esto es asunto de la Fundación y no quiero que se produzca ningún incidente interestelar. No creo que la Unión de Sayshell lo quiera tampoco.
Quintesetz dijo con inseguridad:
- ¿Cuál es ese asunto de la Fundación?
- Eso es algo de lo que no puedo hablar con usted. Si Gaia es algo de lo que usted no puede hablar conmigo, transferiremos la cuestión al nivel gubernamental y, en vista de las circunstancias, puede ser peor para Sayshell. Sayshell ha mantenido su independencia de la Confederación y yo no tengo nada que objetar. No tengo ningún motivo para desear mal alguno a Sayshell y no deseo recurrir a nuestro embajador. De hecho, perjudicaré mi propia carrera al hacerlo, pues me dieron instrucciones estrictas respecto a obtener la información sin involucrar al gobierno. Así pues, haga el favor de decirme si hay algún motivo importante por el que no podamos hablar de Gaia. ¿Le arrestarán o castigarán de algún modo, si habla? ¿Me dirá claramente que no tengo más alternativa que acudir al embajador?
- No, no - respondió Quintesetz, que parecía muy confuso -. No sé nada de asuntos gubernamentales. Simplemente, no hablamos de ese mundo.
- ¿Superstición?
- ¡Pues, si! ¡Superstición! Cielos de Sayshell, ¿en qué aspecto soy mejor que ese necio que les ha dicho que Gaia estaba en el hiperespacio; o que mi esposa, que ni siquiera se atreve a quedarse en una habitación donde se ha nombrado Gaia y que incluso tal vez haya salido de la casa por miedo a que sea destrozada por un...?
- ¿Rayo?
- Por algún ataque del más allá. Y yo, incluso yo, vacilo en pronunciar el nombre. ¡Gaia! ¡Gaia! ¡Las sílabas no dañan! ¡Estoy ileso! Sin embargo, vacilo. Pero, por favor, créanme cuando les digo que no sé las coordenadas de la estrella de Gaia. Puedo tratar de ayudarles a obtenerlas, pero déjenme decirles que en la Unión no hablamos de ese mundo. Ni siquiera pensamos en él. Puedo revelarles lo poco que se sabe, lo que se sabe realmente no lo que se supone, y dudo que puedan averiguar algo más en cualquiera de los mundos de la Unión.
»Sabemos que Gaia es un mundo antiguo y hay quienes creen que es el mundo más antiguo de este sector de la Galaxia, pero no estamos seguros. El patriotismo nos dice que el planeta Sayshell es el más antiguo; el temor nos dice que lo es el planeta Gaia. El único modo de conciliar ambas cosas es suponer que Gaia es la Tierra, ya que se sabe que Sayshell fue colonizado por terrícolas.
»La mayoría de los historiadores piensan, entre ellos, que el planeta Gaia fue fundado independientemente. Piensan que no es una colonia de ningún mundo de nuestra Unión y que la Unión no fue colonizada por Gaia. No hay consenso sobre la edad comparativa, sobre si Gaia fue colonizado antes o después de Sayshell.
Trevize comentó:
- Hasta ahora, lo que se sabe no es nada, ya que toda alternativa posible es aceptada por unos u otros.
Quintesetz asintió con tristeza.
- Así parece. Nuestra historia ya estaba relativamente avanzada cuando adquirimos conciencia de la existencia de Gaia. Al principio habíamos estado preocupados por formar la Unión, luego por oponernos al Imperio Galáctico, luego por tratar de encontrar nuestro propio papel como provincia imperial y por limitar el poder de los virreyes.
»Ya en plena decadencia del Imperio, uno de los últimos virreyes, sometido a un control central muy débil, se dio cuenta de que Gaia existía y parecía mantener su independencia de la provincia sayshelliana e incluso del mismo Imperio. Estaba protegido por el aislamiento y el secreto, de modo que no se sabía prácticamente nada de él, igual que ahora.
El virrey decidió conquistarlo. No tenemos detalles de lo sucedido, pero la expedición fracasó y muy pocas naves regresaron. Naturalmente, en aquella época las naves no eran muy buenas ni estaban muy bien pilotadas.
»El mismo Sayshell se alegró de la derrota del virrey, al que consideraba un opresor imperial, y el fracaso condujo casi directamente al restablecimiento de nuestra independencia. La Unión de Sayshell rompió sus lazos con el Imperio y aún celebramos el aniversario de este acontecimiento en el Día de la Unión. Casi por gratitud dejamos en paz a Gaia durante cerca de un siglo, pero llegó el momento en que nos sentimos suficientemente fuertes para empezar a pensar en un poco de expansión imperialista propia. ¿Por qué no conquistar Gaia? ¿Por qué no establecer, por lo menos, una unión aduanera? Enviamos una flota y también fue derrotada.
»A partir de entonces, nos limitamos a hacer algún que otro intento por comerciar, intentos que fracasaron invariablemente. Gaia se mantuvo aislado y nunca hizo el menor intento por comerciar o comunicarse con algún otro mundo. Tampoco hizo nunca ningún movimiento hostil contra ninguno. Y después...
Quintesetz encendió la luz tocando un interruptor situado en el brazo de su butaca. A la luz, el rostro de Quintesetz adquirió una expresión claramente sardónica.
- Ya que son ciudadanos de la Fundación, quizá recuerden al Mulo - prosiguió.
Trevize se sonrojó. En cinco siglos de existencia, la Fundación sólo había sido conquistada una vez. La conquista sólo había sido temporal y no había obstaculizado seriamente su avance hacia el Segundo Imperio, pero nadie que estuviera resentido con la Fundación y deseara desbaratar su presunción dejada de mencionar al Mulo, su único conquistador.
Y era probable (pensó Trevize) que Quintesetz hubiese aumentado la intensidad de la luz para ver desbaratada la presunción de la Fundación.
- Sí, los que somos de la Fundación recordamos al Mulo - dijo.
- El Mulo - continuó Quintesetz - gobernó un Imperio durante cierto tiempo, un Imperio tan extenso como la Confederación controlada ahora por la Fundación. Sin embargo, no nos gobernó a nosotros. Nos dejó en paz. No obstante, pasó por Sayshell en cierta ocasión. Firmamos una declaración de neutralidad y un tratado de amistad. No pidió nada más. Nosotros fuimos los únicos a los que no pidió nada más antes de que la enfermedad pusiera fin a su expansión y le obligara a esperar la muerte. No fue un hombre irrazonable, ¿saben? No utilizó una fuerza irrazonable, no fue sanguinario, y gobernó humanamente.
- Es que él era el conquistador - replicó Trevize con sarcasmo.
- Como la Fundación - dijo Quintesetz.
Trevize, que no tenía una respuesta preparada, preguntó con irritación:
- ¿Tiene algo más que decirnos sobre Gaia?
- Sólo una declaración hecha por el Mulo. Según el relato del histórico encuentro entre el Mulo y el presidente Kallo de la Unión, el Mulo estampó su firma al pie del documento con una rúbrica y dijo: « Por este documento son neutrales incluso respecto a Gaia, lo que es una suerte para ustedes. Ni siquiera yo me acercaré a Gaia.»
Trevize meneó la cabeza.
- ¿Por qué iba a hacerlo? Sayshell estaba ansioso por mostrarse neutral y Gaia nunca había molestado a nadie. En aquella época el Mulo planeaba la conquista de toda la Galaxia, de modo que, ¿por qué perder el tiempo con nimiedades? Cuando hubiera logrado su objetivo, ya se ocuparía de Sayshell y Gaia.
- Quizá, quizá - repuso Quintesetz -, pero según un testigo presencial una persona a la que nos inclinamos a creer, el Mulo dejó su pluma mientras decía: «Ni siquiera yo me acercaré a Gaia.» Entonces bajó la voz y, en un susurro que nadie habría podido oír, añadió «otra vez».
- Un susurro que nadie habría podido oír, dice usted. Entonces, ¿cómo es que alguien lo oyó?
- Porque su pluma se cayó de la mesa cuando él la dejó y un sayshelliano se acercó automáticamente y se agachó para recogerla. Tenía la oreja muy cerca de la boca del Mulo cuando éste murmuró «otra vez» y lo oyó. No dijo nada hasta después de la muerte del Mulo.
- ¿Cómo pueden estar seguros de que no fue una invención?
- La vida de aquel hombre no induce a creer que fuera capaz de inventar algo así. Su declaración es aceptada.
- ¿Y si lo era?
- El Mulo nunca estuvo en la Unión de Sayshell, ni en los alrededores, más que en esa ocasión, al menos después de aparecer en la escena galáctica. Si había estado en Gaia alguna vez, tuvo que ser antes de aparecer en la escena galáctica.
- ¿y?
- Pues bien, ¿dónde nació el Mulo?
- No creo que nadie lo sepa - dijo Trevize.
- En la Unión de Sayshell existe la arraigada creencia de que nació en Gaia.
- ¿A causa de esas dos palabras?
- Sólo en parte. El Mulo no podía ser derrotado porque tenía extraños poderes mentales. Gaia tampoco puede ser derrotado.
- Gaia todavía no ha sido derrotado. Esto no demuestra necesariamente que no pueda serlo.
- Ni siquiera el Mulo se acercó. Examine los documentos de la época. Compruebe si alguna otra región, aparte de la Unión de Sayshell, fue tratada con tanta consideración, ¿Y saben que nadie que haya ido a Gaia con el propósito de establecer pacíficas relaciones comerciales ha regresado jamás? ¿Por qué creen que sabemos tan poco al respecto?
- Su actitud se parece mucho a la superstición - dijo Trevize.
- Llámelo como quiera. Desde la época del Mulo hemos borrado Gaia de nuestros pensamientos. No queremos que ellos piensen en nosotros. Sólo nos sentimos a salvo si fingimos que no existe. Es posible que el mismo gobierno haya iniciado y alentado la leyenda de que Gaia ha desaparecido en el hiperespacio con la esperanza de que nos olvidemos de que realmente hay una estrella con ese nombre.
- Así pues, ¿usted cree que Gaia es un mundo de Mulos?
- Tal vez. Les aconsejo, por su bien, que no vayan. Si lo hacen, no regresarán jamás. Si la Fundación se entremete en Gaia, demostrará menos inteligencia que el Mulo. Pueden decírselo a su embajador.
- Averígüeme las coordenadas y me marcharé inmediatamente de su mundo. Llegaré a Gaia y regresaré - replicó Trevize.
- Le averiguaré las coordenadas. Naturalmente, el departamento de astronomía trabaja de noche, y las averiguaré ahora, si puedo. Pero déjeme sugerirle una vez más que no intente llegar a Gaia - dijo Quintesetz.
- Pienso intentarlo - repuso Trevize.
Y Quintesetz declaró con pesadumbre:
- Entonces es que quiere suicidarse.
14 ¡ADELANTE!
55
Janov Pelorat contempló el paisaje bañado por la tenue luz del amanecer con una extraña mezcla de pesar e incertidumbre.
- Tendríamos que quedarnos más tiempo, Golan. Parece un mundo agradable e interesante. Me gustaría averiguar algo más de él.
Trevize levantó los ojos de la computadora y sonrió con ironía.
- ¿Cree que a mí no? Hemos hecho tres comidas en el planeta, todas distintas y excelentes. Me gustaría seguir disfrutando de ellas. Y las pocas mujeres que hemos visto, las hemos visto de pasada, y algunas parecían muy tentadoras, para.., bueno, para lo que tengo en mente.
Pelorat arrugó ligeramente la nariz.
- Oh, mi querido amigo. Con esos cencerros que llaman zapatos, y esa ropa de colores chillones, y esas pestañas tan raras... ¿Se ha fijado en sus pestañas?
- Puede estar seguro de que me he fijado en todo, Janov. Lo que a usted no le gusta es superficial. Sería muy fácil persuadirlas de que se lavaran la cara y, a su debido tiempo, se quitarían los zapatos y los colores.
- Me fiaré de su palabra, Golan. Sin embargo, yo estaba pensando en investigar más a fondo la cuestión de la Tierra. Lo que nos han contado hasta ahora sobre la Tierra es tan insatisfactorio, tan contradictorio..., radiación según una persona, robots según otra.
- Muerte en ambos casos.
- En efecto - reconoció Pelorat de mala gana -, pero es posible que una versión sea cierta y la otra no, o que ambas sean ciertas en algunos aspectos» o que ninguna lo sea. Sin duda, Golan, cuando le explican algo que únicamente sirve para desorientar aún más, sin duda debe desear investigar, aclarar las cosas.
- Así es - dijo Golan -. Por todas las estrellas de la Galaxia, eso es lo que deseo. Sin embargo, el problema inmediato es Gaia. Una vez que lo hayamos resuelto, podremos ir a la Tierra, o regresar a Sayshell para una estancia más larga. Pero primero, Gaia.
Pelorat asintió. .
- ¡ El problema inmediato! Si aceptamos lo que Quintesetz nos ha dicho, sólo la muerte nos espera en Gaia. ¿Cree que debemos ir?
Trevize contestó:
- Es lo que yo mismo me pregunto. ¿Tiene miedo?'
Pelorat titubeó como si estuviera sondeando sus propios sentimientos. Luego declaró con sinceridad:
- Sí. ¡ Muchísimo!
Trevize se recostó en su butaca y se volvió hacia el profesor. Después dijo seriamente:
- Janov, no hay ningún motivo por el que usted deba correr este riesgo. Diga una sola palabra y le dejaré en Sayshell con sus efectos personales y la mitad de nuestros créditos. Le recogeré cuando vuelva y entonces iremos al Sector de Sirio, si así lo desea, y a la Tierra, si ahí es donde está. Si yo no regreso, los representantes de la Fundación en Sayshell se ocuparán de que usted vuelva a Términus.
No habrá resentimientos si se queda, viejo amigo.
Pelorat parpadeó rápidamente y apretó los labios durante unos momentos. Luego, dijo con voz ronca:
- ¿Viejo amigo? ¿Cuánto hace que nos conocemos? ¿Una semana o algo así? ¿No es extraño que haya decidido negarme a abandonar la nave? Tengo miedo, pero quiero permanecer con usted.
Trevize movió las manos en un gesto de incertidumbre.
- Pero ¿por qué? Sinceramente, yo no se lo pido. - No estoy seguro del porqué, y no hace falta que me lo pida. Es... es... Golan, tengo fe en usted. Me da la impresión de que siempre sabe lo que hace. Yo quería ir a Trántor, donde probablemente, como ahora veo, no habría sucedido nada. Usted insistió en ir a Gaia y, por alguna razón, Gaia debe ser un centro neurálgico de la Galaxia. Las cosas parecen ocurrir en relación con él. Y si esto no basta, Golan, he visto cómo arrancaba a Quintesetz la información sobre Gaia. ¡Ha sido una baladronada tan hábil! Me he quedado mudo de admiración.
- Así pues, tiene fe en mí.
- Sí, la tengo - afirmó Pelorat.
Trevize puso una mano sobre el antebrazo del profesor y, durante unos momentos, pareció estar buscando las palabras. Finalmente dijo:
- Janov, ¿me perdonará de antemano si mi decisión es equivocada y, de un modo u otro, se encuentra con... cualquier cosa desagradable que pueda estar esperándonos?
Pelorat contestó:
- Oh, mi querido amigo, ¿por qué lo pregunta? He tomado la resolución libremente y por mis propios motivos, no los suyos. Y, por favor, marchémonos de prisa. No confío en que mi cobardía no me agarre por el cuello y me avergüence durante el resto de mi vida.
- Como usted diga, Janov - repuso Trevize -. Nos marcharemos en cuanto la computadora lo permita. Esta vez haremos la maniobra gravíticamente, en línea recta hacia arriba, tan pronto como sepamos que no hay otras naves en la atmósfera. Y a medida que la atmósfera circundante se vaya haciendo menos densa, nosotros iremos aumentando la velocidad.
Dentro de una hora estaremos en espacio abierto.
- Bien - respondió Janov, y destapó una cafetera de plástico. El orificio abierto empezó a humear casi en seguida. Pelorat se acercó la boquilla a la boca y bebió, dejando entrar bastante aire para enfriar el café a una temperatura soportable.
Trevize sonrió.
- Veo que ya ha aprendido a utilizar esas cosas. Es un veterano del espacio, Janov.
Pelorat contempló el recipiente de plástico durante unos momentos y dijo:
- Ahora que tenemos naves capaces de ajustar un campo de gravedad a voluntad, sin duda podemos usar recipientes normales, ¿verdad?
- Por supuesto, pero no creo que nadie quiera renunciar a sus aparatos especiales. ¿Cómo logrará una rata del espacio poner distancia entre él y los gusanos de superficie si usa una taza tradicional? ¿Ve esas anillas que hay en las paredes y el techo? Son tradicionales en la navegación espacial desde hace veinte mil años o más, pero no sirven de nada en una nave gravítica. Sin embargo, ahí están y le apuesto toda la nave contra una taza de café a que su rata del espacio simulará asfixiarse en el despegue y entonces se balanceará de una anilla a otra como si estuviera bajo gravedad nula cuando, en realidad, la gravedad es normal.
- ¿Bromea?
- Bueno, quizás un poco, pero la inercia social afecta a todas las cosas, incluido el avance tecnológico. Esas anillas inútiles están ahí y los recipientes que nos dan tienen boquilla.
Pelorat asintió con aire pensativo y tomó otro sorbo de café. Al fin dijo:
- Y ¿cuándo despegamos?
Trevize se rió de buena gana y contestó:
- Demostrado. He empezado a hablar de anillas y ni siquiera se ha dado cuenta de que despegábamos en aquel momento. Ya estamos en el aire.
- No hablará en serio.
- Compruébelo.
Pelorat lo hizo y después observó:
- Pero no he notado nada.
- No se nota nada.
- ¿No estamos quebrantando las normas? ¿No deberíamos haber seguido un radiofaro en una espiral ascendente, como hicimos en una espiral descendente para aterrizar?
- No es necesario, Janov. Nadie nos detendrá.
Absolutamente nadie.
- Al descender, usted dijo...
- Eso era distinto. No estaban ansiosos por vernos llegar, pero están encantados de vernos marchar.
- ¿Por qué dice eso, Golan? La única persona que nos ha hablado de Gaia ha sido Quintesetz y él nos ha suplicado que no fuéramos.
- No lo crea, Janov. Lo ha hecho por puro formulismo. Se ha asegurado de que iríamos a Gaia. Janov, usted me admira por haber arrancado la información a Quintesetz. Lo siento, pero no merezco esa admiración. Aunque no hubiera hecho absolutamente nada, nos la habría dado. Aunque me hubiera tapado los oídos, me la habría gritado.
- ¿Por qué dice eso, Golan? Es una locura.
- ¿Paranoide? Sí, lo sé. - Trevize se volvió hacia la computadora, se concentró intensamente y declaró -: No intentan detenernos. No hay naves en los alrededores y no se detecta ninguna señal de peligro.
Se volvió de nuevo hacia Pelorat y dijo:
- Vamos a ver, Janov, ¿cómo descubrió la existencia de Gaia? Usted sabía que Gaia existía cuando aún estábamos en Términus. Sabía que se hallaba en el Sector de Sayshell. Sabía que el nombre equivalía a la Tierra. ¿Cómo se enteró de todo esto?
Pelorat pareció envararse y repuso:
- Si estuviese en mi despacho de Términus, podría consultar los archivos. No lo he traído todo, y no recuerdo en qué fecha descubrí esto o aquello.
- Pues inténtelo - dijo Trevize con severidad -. Tenga en cuenta que los mismos sayshellianos se niegan a hablar de tema. Son tan reacios a hablar de Gaia que han alentado la superstición de que no existe tal planeta en el espacio ordinario. De hecho, puedo decirle algo más. ¡Observe!
Trevize se volvió hacia la computadora y alargó las manos hacia los soportes con la desenvoltura de una larga experiencia. Cuando estableció contacto notó, como siempre, que una parte de su voluntad fluía hacia fuera.
- Este es el mapa galáctico de la computadora, tal como existía en su banco de datos antes de que aterrizáramos en Sayshell. Voy a mostrarle la porción del mapa que representa el cielo nocturno de Sayshell tal como lo vimos anoche.
La habitación se oscureció y una representación de un cielo nocturno surgió en la pantalla.
Pelorat comentó en voz baja:
- Tan hermoso como lo vimos en Sayshell.
- Más hermoso - dijo Trevize con impaciencia -. No hay interferencias atmosféricas de ninguna clase, ni nubes, ni absorción en el horizonte. Pero espere, déjeme realizar un ajuste.
El paisaje cambió, dándoles la incómoda sensación de que eran ellos quienes se movían. Pelorat se agarró instintivamente a los brazos de la butaca para estabilizarse.
- ¡Allí! - exclamó Trevize -. ¿Lo reconoce?
- Por supuesto. Son las Cinco Hermanas, el pentágono de estrellas que nos enseñó Quintesetz. Es inconfundible.
- En efecto. Pero ¿dónde está Gaia?
Pelorat parpadeó. No había ninguna estrella mortecina en el centro.
- No está ahí - dijo.
- Exactamente. No está ahí. Y eso es porque su emplazamiento no está incluido en el banco de datos de la computadora. Puesto que resultaría absurdo suponer que dicha omisión se haya hecho deliberadamente por nuestra causa, deduzco que para los galactógrafos de la Fundación que elaboraron ese banco de datos, y que tenían una enorme cantidad de información a su disposición, Gaia era desconocido.
- ¿Supone que si hubiéramos ido a Trántór...? - empezó Pelorat.
- Sospecho que allí tampoco habríamos encontrado datos sobre Gaia. Los sayshellianos mantienen su existencia en secreto y, lo que es más, sospecho que los gaianos también lo hacen. Usted mismo me dijo que algunos mundos procuraban pasar desapercibidos para evitar impuestos o interferencias exteriores.
- Normalmente - explicó Pelorat -, cuando los cartógrafos y estadísticos descubren un mundo de éstos, se encuentran en una sección poco poblada de la Galaxia. Su aislamiento les permite esconderse.
Gaia no está aislado.
- Así es. Esa es otra de las cosas que lo hacen anormal. Dejemos este mapa en la pantalla para que usted y yo podamos seguir ponderando la ignorancia de nuestros galactógrafos y permítame volver a preguntárselo... En vista de esta ignorancia por parte de personas tan bien informadas, ¿cómo se enteró usted de la existencia de Gaia?
- He estado reuniendo datos acerca de mitos sobre la Tierra, leyendas sobre la Tierra, e historias sobre la Tierra durante más de treinta años, mi querido Golan. Sin mis archivos completos, ¿cómo puedo yo...?
- Debemos intentarlo, Janov. ¿Se enteró de su existencia, digamos, en los quince primeros años de su investigación o en los quince últimos?
- ¡Ah! Bueno, si vamos a ser tan imprecisos, fue últimamente.
- Estoy seguro de que puede concretar un poco más. Supongamos que le sugiero que fue en los dos últimos años.
Trevize forzó la vista en dirección a Pelorat; le resultó imposible ver su cara en la penumbra, y aumentó ligeramente la intensidad de la luz. El fulgor del cielo nocturno reflejado en la pantalla disminuyó en proporción. La expresión de Pelorat era impasible y no revelaba nada. .
- ¿Y bien? - inquirió Trevize.
- Estoy pensando - contestó Pelorat con suavidad -. Es posible que tenga razón. No podría jurarlo. Cuando escribí a Jimbor, de la Universidad de Ledbet, no le mencioné Gaia, aunque en este caso no habría sido oportuno hacerlo así, y eso fue en... veamos... en el 95, hace tres años. Creo que tiene razón, Golan.
- Y, ¿cómo se enteró? - preguntó Trevize -. ¿Por un comunicado? ¿Un libro? ¿Un artículo científico? ¿Una canción antigua? ¿Cómo? ¡Vamos!
Pelorat se recostó en la butaca y cruzó los brazos. Se sumió en sus pensamientos y no se movió. Trevize no dijo nada y esperó.
Finalmente Pelorat declaró:
- Por medio de un comunicado privado. Pero no me pregunte de quién, mi querido muchacho. No lo recuerdo.
Trevize movió las manos sobre su cinturón. Las notaba sudorosas debido a sus esfuerzos por obtener información sin poner las palabras en la boca del otro.
- ¿De un historiador? ¿De un experto en mitología? ¿De un galactógrafo? - preguntó.
- Es inútil. No puedo relacionar un nombre con el comunicado. .
- Porque, tal vez, no había ninguno.
- Oh, no. Eso no parece posible.
- ¿Por qué? ¿Habría usted rechazado un comunicado anónimo?
- Supongo que no.
- ¿Recibió alguno?
- Recibo alguno muy de vez en cuando. Ultimamente había llegado a ser muy conocido en ciertos círculos académicos como coleccionista de determinados mitos y leyendas, y algunos de mis corresponsales habían sido tan amables de expedirme material recogido de fuentes no académicas. A veces no podía atribuirse a nadie en particular.
- Sí, pero, ¿recibió alguna vez información anónima directamente, y no por medio de algún corresponsal académico? - dijo Trevize.
- Alguna vez, pero muy pocas.
- Y, ¿puede estar seguro de que no fue así en el caso de Gaia?
- Esos comunicados anónimos son algo tan insólito que debería recordar si fue así en este caso. Sin embargo, no puedo asegurar que la información no tenía un origen anónimo. De todos modos, eso no es decir que recibí la información de una fuente anónima.
- Lo comprendo. Pero es una posibilidad, ¿no?
Pelorat respondió, muy de mala gana:
- Supongo que sí. Pero, ¿qué significa todo esto?
- Aún no he terminado - dijo Trevize con tono perentorio -. ¿De dónde procedía la información, anónima o no? ¿De qué mundo?
Pelorat se encogió de hombros.
- La verdad, no tengo ni la menor idea.
- ¿Pudo ser Sayshell?
- Ya se lo he dicho. No lo sé.
- Estoy sugiriéndole que la recibió desde Sayshell.
- Puede sugerir todo lo que quiera, pero eso no lo convierte necesariamente en un hecho.
- ¿No? Cuando Quintesetz señaló la estrella mortecina del centro de las Cinco Hermanas, usted supo inmediatamente que era Gaia. Se lo dijo después a Quintesetz, identificándola antes que él. ¿Lo recuerda?
- Sí, por supuesto.
- ¿Cómo fue posible? ¿Cómo supo enseguida que la estrella mortecina era Gaia?
- Porque en el material que yo tenía sobre Gaia, raramente se la designaba por ese nombre. Los eufemismos eran corrientes, y muy distintos. Uno de los eufemismos, repetido varias veces, era «el Hermano Menor de las Cinco Hermanas». Otro era «el Centro del Pentágono» y a veces se la denominaba «o Pentágono». Cuando Ouintesetz nos enseñó las Cinco Hermanas y la estrella central, las alusiones me vinieron irresistiblemente a la memoria.
- Nunca me había mencionado esas alusiones con anterioridad.
- No sabía qué significaban y no pensaba que fuese necesario tratar el asunto con usted, que no era un... - Pelorat titubeó.
- ¿Especialista?
- Sí.
- Se hace cargo, supongo, de que el pentágono de las Cinco Estrellas es una forma enteramente relativa.
- ¿Qué quiere decir?
Trevize se rió afectuosamente.
- ¡Oh, viejo gusano de superficie! ¿Acaso cree que el cielo tiene una forma objetiva propia? ¿Que las estrellas están clavadas en un lugar determinado? El pentágono tiene la forma que tiene desde la superficie de los mundos del sistema planetario al que pertenece el planeta Sayshell, y sólo desde ahí. Desde un planeta que gire en torno a cualquier otra estrella, el aspecto de las Cinco Hermanas es distinto. Por un lado, se ven desde un ángulo distinto; por otro, las cinco estrellas del pentágono están a distintas distancias de Sayshell y, vistas desde otros ángulos, podría no haber relación visible entre todas ellas. Una o dos estrellas podrían estar en una mitad del cielo, y las demás en la otra mitad. Mire...
Trevize volvió a oscurecer la habitación y se inclinó sobre la computadora.
- Ochenta y seis sistemas planetarios habitados constituyen la Unión de Sayshell. Mantengamos Gaia, o el lugar donde Gaia debería estar, en el mismo sitio - al decir esto, un pequeño círculo rojo apareció en el centro del pentágono de las Cinco Hermanas -, y comprobemos cómo ven el cielo desde uno cualquiera de los otros ochenta y seis mundos tomado al azar.
El cielo cambió y Pelorat parpadeó. El pequeño círculo rojo permaneció en el centro de la pantalla, pero las Cinco Hermanas habían desaparecido. Había estrellas brillantes en las proximidades, pero ningún pentágono bien definido. El cielo cambió otra vez, y otra, y otra. Siguió cambiando. El círculo rojo permaneció siempre en su lugar, pero en ningún momento apareció un pequeño pentágono de estrellas igualmente brillantes. Algunas veces apareció un deformado pentágono de estrellas desigualmente brillantes, pero nada igualaba al hermoso asterismo que Quintesetz había señalado.
- ¿Ha tenido suficiente? - preguntó Trevize -. – Se lo aseguro, las Cinco Hermanas no pueden verse exactamente como las hemos visto desde cualquier mundo habitado más que desde los mundos del sistema planetario de Sayshell.
- El panorama sayshelliano debió de ser exportado a otros planetas. En la época imperial había muchos proverbios, algunos de los cuales se reflejan incluso en los nuestros, que estaban centrados en Trántor - dijo Pelorat.
- ¿Siendo Sayshell tan reservado sobre Gaia como sabemos que es? Y, ¿por qué iban a mostrarse interesados unos mundos no pertenecientes a la Unión de Sayshell? ¿Por qué iba a importarles un «Hermano Menor de las Cinco Hermanas» si no veían nada de esto en su propio cielo?
- Quizá tenga razón.
- Entonces, ¿no comprende que su información original tuvo que proceder del mismo Sayshell? No de algún lugar de la Unión, sino específicamente del sistema planetario al que pertenece el mundo capital de la Unión.
Pelorat meneó la cabeza.
- Lo dice como si tuviera que ser así, pero yo no lo recuerdo. Simplemente, no lo recuerdo.
- Sin embargo, ve la fuerza del argumento, ¿verdad?
- Sí, así es.
- Y ahora... ¿Cuándo cree que pudo originarse la leyenda?
- En cualquier época. Supongo que surgió a principios de la Era Imperial. Parece una antigua...
- Se equivoca, Janov. Las Cinco Hermanas están relativamente cerca del planeta Sayshell, por esa razón son tan brillantes. En consecuencia, cuatro de ellas tienen un movimiento propio y ninguna forma parte de la misma familia, de modo que se mueven en direcciones distintas. Observe lo que ocurre si hago retroceder lentamente el mapa en el tiempo.
También ahora el círculo rojo que señalaba el emplazamiento de Gaia permaneció en su lugar, pero el pentágono fue deshaciéndose, a medida que cuatro de las estrellas se alejaban en distintas direcciones y la quinta se desplazaba ligeramente.
- Mire eso, Janov - dijo Trevize -. ¿Le parece que eso era un pentágono regular?
- Claramente asimétrico - respondió Pelorat.
- Y, ¿está Gaia en el centro?
- No, está muy hacia el lado.
- Muy bien. Así es cómo se veía el asterismo hace ciento cincuenta años. Un siglo y medio, eso es todo.
El material que usted recibió acerca del «Centro del Pentágono», y demás no tenía sentido hasta este siglo en ningún sitio, ni siquiera en Sayshell. El material que usted recibió tuvo que originarse en Sayshell y a lo largo de este siglo, quizás en la última década. Y lo recibió, a pesar de que Sayshell sea tan reservado acerca de Gaia.
Trevize encendió las luces, apagó el mapa estelar, y miró seriamente a Pelorat.
- Estoy desconcertado. ¿Qué significa todo esto? - dijo Pelorat.
- ¿Y a mi me lo pregunta? ¡Piense! Un buen día se me ocurrió la idea de que la Segunda Fundación aún existía. Estaba haciendo un discurso durante mi campaña electoral. Inicié una pequeña estrategia emocional destinada a obtener el voto de los indecisos con un dramático «Si la Segunda Fundación aún existiera...» y poco después me dije a mí mismo: ¿Y si realmente existiera todavía? Empecé a leer libros de historia y al cabo de una semana, estaba convencido.
No había ninguna prueba terminante, pero siempre he creído tener el don de llegar a la conclusión correcta basándome en simples especulaciones. Sin embargo, esta vez... .
Trevize caviló un poco, y luego prosiguió:
- Y mire lo que ha sucedido desde entonces. De todas las personas, escogí a Compor para confidente y me traicionó. Después de eso la alcaldesa Branno me hizo arrestar y me envió al exilio. ¿Por qué al exilio, en vez de limitarse a encarcelarme, o a tratar de imponerme silencio con amenazas? ¿Y por qué en una nave último modelo que me da el extraordinaria poder de saltar a través de la Galaxia? ¿Y por que insiste precisamente en que vaya con usted y sugiere que le ayude a buscar la Tierra?
Y, ¿por qué estaba yo tan seguro de que no debíamos ir a Trántor? Estaba convencido de que existía un lugar mejor para nuestras investigaciones y entonces usted me habla del misterioso mundo de Gaia, respecto al cual, como ahora sabemos, recibió información en circunstancias inexplicables.
»Vamos a Sayshell, la primera parada natural, y entonces encontramos a Compor, que nos cuenta una historia sobre la Tierra y su muerte. Después nos asegura que está en el Sector de Sirio y nos recomienda que vayamos allí.
- Ahí tiene. Usted parece estar deduciendo que todas las circunstancias nos empujan hacia Gaia pero, como ha dicho, Compor intentó persuadimos de que fuéramos a otro lugar - dijo Pelorat.
- Y, en respuesta, yo decidí seguir en nuestra línea de investigación original debido a mi desconfianza hacia ese hombre. ¿No cree que él debía de contar con ello? Es posible que nos aconsejara deliberadamente ir a otro lugar para impedir que lo hiciéramos.
- Eso es mera fantasía - murmuró Pelorat.
- ¿De verdad? Prosigamos. Nos ponemos en contacto con Ouintesetz simplemente porque estaba a mano...
- De ningún modo - replicó Pelorat - Yo reconocí su nombre.
- Le pareció familiar. No había leído nada de lo que había escrito..: que usted recordara. ¿Por qué le resultó familiar? En cualquier caso, dio la casualidad de que él sí había leído un artículo escrito por usted y le había encantado; ¿hasta qué punto era eso probable? Usted mismo admite que su trabajo no es muy conocido.
»Lo que es más, la joven que nos conducía hasta él menciona gratuitamente Gaia y nos dice que está en el hiperespacio, como para asegurarse de que lo recordaremos. Cuando se lo preguntamos a Quintesetz, se comporta como si no quisiera hablar de ello, pero no nos echa, a pesar de que soy bastante brusco con él. En cambio nos lleva a su casa y, por el camino, se toma la molestia de enseñarnos las Cinco Hermanas. Incluso se asegura de que reparemos en la estrella mortecina del centro. ¿Por qué? ¿No es una extraordinaria sucesión de coincidencias?
- Si las enumera de ese modo... - dijo Pelorat.
- Enumérelas como le plazca - repuso Trevize -. Yo no creo en tan extraordinarias sucesiones de coincidencias.
- Entonces, ¿qué significa todo esto? ¿Que nos están empujando hacia Gaia?
- Sí.
- ¿Quién?
Trevize contestó:
- No hay ninguna duda al respecto. ¿Quién es capaz de ajustar las mentes, de dar leves toques a ésta o aquélla, de conseguir desviar el avance en esta o aquella dirección?
- Va a decirme que es la Segunda Fundación.
- Bueno, ¿qué nos han contado sobre Gaia? Es intocable. Las flotas que pretenden atacarlo son destruidas. Las personas que llegan allí no regresan. Ni siquiera el Mulo se atrevió a atacarlo, y el Mulo, de hecho, probablemente nació allí. Todo parece indicar que Gaia es la Segunda Fundación y, después de todo, mi objetivo primordial es averiguarlo.
Pelorat meneó la cabeza.
- Pero, según algunos historiadores, la Segunda Fundación detuvo al Mulo. ¿Cómo podía ser uno de ellos?
- Un renegado, supongo.
- Pero ¿por qué querría la Segunda Fundación arrastrarnos tan inexorablemente hacia la Segunda Fundación?
Trevize tenía la mirada perdida en la lejanía y la frente surcada de arrugas.
- Deduzcámoslo. Siempre le ha parecido muy importante a la Segunda Fundación que la Galaxia sepa lo menos posible acerca de ella. Quiere que su existencia siga siendo desconocida. Es lo único que sabemos de ellos. Durante ciento veinte años se ha creído que la Segunda Fundación había sido destruida, y eso debe de haber sido muy conveniente para sus propósitos. Sin embargo, cuando yo empecé a sospechar que si existía, no hicieron nada. Compor lo sabía.
Podrían haberle utilizado para silenciarme de un modo u otro, aunque fuese matándome. Sin embargo, no hicieron nada.
- Le hicieron arrestar, si es que quiere culpar de ello a la Segunda Fundación. Según lo que usted me explicó, eso dio como resultado que el pueblo de Términus no conociera sus opiniones. El pueblo de la Segunda Fundación alcanzó ese objetivo sin violencia, por lo que quizá piensen, como Salvor Hardin, que «la violencia es el último refugio de los incompetentes» - dijo Pelorat.
- Pero ocultarlo al pueblo dé Términus no basta. La alcaldesa Branno conoce mis puntos de vista y, en el peor de los casos, debe de preguntarse si estoy en lo cierto. Y ahora ya es demasiado tarde para atacarnos. Si se hubieran librado de mí en un principio, estarían a salvo. Si me hubieran dejado en paz, quizá también estarían a salvo, pues habrían podido hacer creer a Términus que yo era un excéntrico o tal vez un loco. El previsible derrumbamiento de mi carrera política incluso podría haberme forzado a guardar silencio en cuanto hubiese visto lo que significaría el anuncio de mis creencias.
»Y ahora es demasiado tarde para que hagan nada.
La alcaldesa Branno receló tanto de la situación como para enviar a Compor tras de mí y, mucho más astuta que yo, tampoco confió en él, por lo que colocó un hiperrelé en la nave de Compor. En consecuencia, sabe que estamos en Sayshell. Y anoche, mientras usted dormía, hice que nuestra computadora enviara un mensaje directamente a la computadora del embajador de la Fundación en Sayshell, explicándole que nos dirigíamos a Gaia. También me tomé la molestia de darle sus coordenadas. Si la Segunda Fundación nos hace algo ahora, estoy seguro de que la alcaldesa Branno investigará el asunto, y la atención concentrada de la Fundación debe de ser precisamente lo que ellos no quieren.
- ¿ Les preocuparía atraer la atención de la Fundación, si fueran tan poderosos?
- Si - respondió Trevize con energía -. Se ocultan porque, en ciertos aspectos, deben de ser débiles, y porque el desarrollo tecnológico de la Fundación tal vez sea incluso mayor de lo que el mismo Seldon pudo prever. El modo discreto, e incluso furtivo, en que están empujándonos hacia su mundo parece demostrar su empeño en no hacer nada que llame la atención. Y en este caso, ya han perdido, al menos en parte, pues han llamado la atención, y dudo que puedan hacer nada para invertir la situación.
Pelorat preguntó:
- Pero ¿por qué hacen todo esto? ¿Por qué se destruyen a sí mismos, si su análisis es correcto, persiguiéndonos a través de la Galaxia? ¿Qué quieren de nosotros?
Trevize miró fijamente a Pelorat y se sonrojó.
- Janov – dijo -, tengo una corazonada al respecto. Poseo este don de llegar a una conclusión correcta partiendo de casi nada. Siento una especie de seguridad en mi interior que me dice cuando tengo razón... y ahora estoy seguro. Yo tengo algo que ellos necesitan, y lo necesitan tanto como para arriesgar su propia existencia. No sé qué puede ser, pero he de averiguarlo, porque si lo tengo y es tan poderoso, quiero poder utilizarlo para lo que yo creo que es correcto. - Se encogió ligeramente de hombros -. ¿Aún desea venir conmigo, viejo amigo, ahora que sabe lo loco que estoy?
Pelorat contestó:
- Le he dicho que tenía fe en usted. Aún la tengo.
Y Trevize se echó a reír con enorme alivio.
- ¡Maravilloso! Porque otra de mis corazonadas es que, por alguna razón, usted también es esencial en este asunto. Así pues, Janov, pongamos rumbo hacia Gaia, a toda velocidad. ¡Adelante!
56
La alcaldesa Harla Branno aparentaba mucha más edad que los sesenta y dos años que tenía. No siempre parecía mayor, pero ahora sí. Había estado suficientemente absorta en sus pensamientos para olvidarse de rehuir el espejo y había visto su imagen cuando iba de camino hacia la sala de mapas. Así pues, era consciente de su aspecto macilento y cansado.
Suspiró. Resultaba agotador. Cinco años de alcaldesa y la verdadera autoridad tras dos títeres durante los doce años anteriores. Todos ellos habían sido tranquilos todos ellos prósperos, todos ellos... agotadores. Se preguntó qué habría ocurrido si hubiera habido tensiones, fracasos o desastres.
A ella personalmente no le había ido mal – decidió de pronto -. La acción le habría dado fuerzas. Era la horrible certeza de no poder hacer nada lo que la había consumido.
Era el Plan Seldon lo que tenía éxito y era la Segunda Fundación quien se aseguraba de que continuase teniéndolo. Ella, pese a ser la máxima autoridad de la Fundación (en realidad de la Primera Fundación, aunque nadie en Términus pensara jamás en añadirle el adjetivo), sólo se dejaba llevar.
La historia diría poco o nada sobre ella. Unicamente se hallaba ante los mandos de una astronave, mientras la astronave era pilotada por control remoto.
Incluso Indbur III, que gobernaba durante la catastrófica toma de la Fundación por el Mulo, había hecho algo. Al menos él había fracasado.
¡La alcaldesa Branno no haría nada!
A menos que ese Golan Trevize, ese consejero insensato, ese pararrayos, consiguiera...
Miró el mapa con aire pensativo. No era el tipo de estructura producida por una computadora moderna. Más bien, era un racimo tridimensional de luces que representaba la Galaxia olográficamente en el aire. Aunque no se podía mover, girar, duplicar o reducir, uno podía moverse a su alrededor y verlo desde todos los ángulos.
Una amplia sección de la Galaxia, quizás un tercio del total (excluido el núcleo, que era un «terreno sin vida»), se tornó roja cuando ella tocó un contacto.
Era la Confederación de la Fundación, los más de siete millones de mundos habitados gobernados por el Consejo y por ella misma, los siete millones de mundos habitados que votaban a sus representantes en la Casa de los Mundos, la cual debatía cuestiones de menor importancia y ¡es votaba a ellos, y nunca, ni por casualidad se ocupaba de nada realmente importante.
Otro contacto y una sombra de color rosa se extendió hacia fuera desde los limites de la Confederación, aquí y allí ¡Esferas de influencia! No era territorio de la Fundación, pero las regiones, aunque nominalmente independientes jamás soñarían con resistirse a la Fundación
La alcaldesa no albergaba la menor duda de que ningún poder de la Galaxia podía oponerse a la Fundación (ni siquiera la Segunda Fundación, aunque nadie supiese dónde estaba), y de que la Fundación podía fletar sus modernas naves cuando quisiera y establecer el Segundo Imperio
Pero solo habían pasado cinco siglos desde el inicio del plan. El plan requería diez siglos para que el Segundo Imperio pudiera ser establecido, y la Segunda Fundación se aseguraría de que el Plan fuese respetado. La alcaldesa meneó tristemente su cabeza Gris. Si la fundación actuaba ahora, fracasaría de algún modo. Aunque sus naves fuesen irresistibles, la acción fracasaría
A menos que Trevize, el pararrayos, atrajera el rayo de la Segunda Fundación, y el rayo pudiera ser rastreado hasta el punto de origen.
Miro a su alrededor. ¿Dónde estaba Kodell? Este no era momento para que llegara tarde.
Fue como si su pensamiento le hubiera llamado, pues entró en aquel instante, sonriendo alegremente, más parecido que nunca a un benévolo abuelo con su bigote canoso y tez bronceada. Un abuelo, pero no viejo. Sin duda era ocho años menor que ella.
¿Cómo era posible que no revelara signos de tensión? ¿Acaso, quince años de director de Seguridad no dejaban marca?
57
Kodell inclinó lentamente la cabeza en el ceremonioso saludo que se requería para iniciar una conversación con la alcaldesa. Era una tradición que había existido desde la lamentable época de los Indbur. Casi todo había cambiado, pero la etiqueta seguía siendo la misma.
- Lamento llegar tarde, alcaldesa, pero el arresto del consejero Trevize finalmente empieza a traspasar la anestesiada piel del Consejo - dijo.
- ¿Ah sí? - preguntó flemáticamente la alcaldesa -. ¿Nos enfrentamos a una revolución palaciega?
- Ni mucho menos. Todo está controlado. Pero, sin duda, habrá ruido.
- Que hagan ruido. Así se desahogarán, y yo... yo me mantendré al margen. ¿Puedo contar, supongo, con la opinión del público en general?
- Creo que sí. Especialmente con la de fuera de Términus. Nadie fuera de Términus se preocupa por lo que pueda ocurrirle a un consejero descarriado.
- Yo si.
- ¿Ah? ¿Más noticias?
- Liono - dijo la alcaldesa -. Quiero saber algo de Sayshell.
- No soy un libro de historia con dos piernas - contestó Liono Kodell, sonriendo.
- No quiero historia. Quiero la verdad. ¿Por qué es Sayshell independiente? Mírelo. - Señaló el rojo de la Fundación sobre el mapa olográfico y allí, bien adentrado en las espirales internas, había un punto blanco -. Lo tenemos casi encerrado, casi absorbido, pero es blanco. Nuestro mapa ni siquiera indica si es un aliado leal de color rosa.
Kodell se encogió de hombros.
- Oficialmente no es un aliado leal, pero nunca nos molesta. Es neutral.
- De acuerdo. Entonces, vea esto. - Otro toque a los mandos. El rojo se extendió aún más. Cubrió casi la mitad de la Galaxia -. Esos - dijo la alcaldesa Branno - eran los dominios del Mulo en el momento de su muerte. Si la busca atentamente entre el rojo, encontrará la Unión de Sayshell, - esta vez rodeada por completo, pero también en blanco. Es el único enclave al que el Mulo permitió conservar la independencia.
- Entonces también era neutral.
- El Mulo no tenía un gran respeto por la neutralidad.
- En este caso, parece haberlo tenido.
- Parece haberlo tenido. ¿Qué tiene Sayshell?
- ¡Nada! Créame, alcaldesa, será nuestro cuando queramos - respondió Kodell.
- ¿Ah sí? Sin embargo, por alguna razón, no es nuestro.
- No hay ninguna razón para que queramos que lo sea.
Branno se recostó en su butaca y, con una pasada del brazo sobre los mandos, oscureció la Galaxia.
- Creo que ahora lo queremos.
- ¿Perdón, alcaldesa?
- Liono, envié a ese necio consejero al espacio como un pararrayos. Pensé que la Segunda Fundación lo consideraría un peligro mayor de lo que era y considerada a la misma Fundación un peligro menor. El rayo lo fulminaría y nos revelaría su origen.
- ¡Sí, alcaldesa!
- Mi intención era que fuese a las podridas ruinas de Trántor para consultar lo que quedara de su biblioteca, si es que quedaba algo, y buscara la Tierra. Recordará que éste es el mundo donde esos fastidiosos místicos nos dicen que se originó la humanidad, como si eso importara, aun en el improbable caso de que fuese verdad. La Segunda Fundación no habría creído que eso era lo que realmente perseguía y se habrían movido para descubrir lo que buscaba en realidad.
- Pero no fue a Trántor.
- No. Inesperadamente, ha ido a Sayshell. ¿Por qué?
- No lo sé. Pero haga el favor de perdonar a un viejo sabueso cuyo deber es sospechar de todos y dígame cómo sabe que él y ese tal Pelorat han ido a Sayshell. Sé que Compor nos lo ha comunicado, pero, ¿hasta qué punto podemos confiar en Compor?
- El hiperrelé nos dice que la nave de Compor ha aterrizado realmente en el planeta Sayshell.
- Sin duda, pero ¿cómo sabemos que Trevize y Pelorat lo han hecho? Compor puede haber ido a Sayshell por sus propias razones y puede no saber dónde están los otros.
- El hecho es que nuestro embajador en Sayshell nos ha informado de la llegada de la nave donde colocamos a Trevize y Pelorat. No estoy dispuesta a creer que la nave llegó a Sayshell sin ellos. Lo que es más, Compor informa haber hablado con ellos y, si no queremos fiarnos de él, tenemos otros informes que los sitúan en la Universidad de Sayshell, donde consultaron con un historiador sin demasiado renombre.
- Nada de esto - dijo Kodell con mansedumbre - me ha sido comunicado
Branno irguió la cabeza altiva.
- No se sienta humillado. Yo me ocupo personalmente de este asunto y ya le he puesto al corriente de todo, sin demasiado retraso, por cierto. Las últimas noticias que acabo de recibir proceden del embajador. Nuestro pararrayos sigue adelante. Permaneció dos días en el planeta Sayshell, y luego se marchó. Dice que se dirige hacia otro sistema planetario, a unos diez pársecs de distancia. Le dio el nombre y las coordenadas galácticas de su destino al embajador, quien nos los ha transmitido.
- ¿Lo ha corroborado Compor?
- El mensaje por el que Compor nos informaba de que Trevize y Pelorat habían abandonado Sayshell llegó incluso antes que el mensaje del embajador.
Compor aún no ha determinado hacia dónde se dirige Trevize. Es de suponer que lo seguirá.
Kodell observó:
- Estamos pasando por alto los porqués de la situación. - Se metió una pastilla en la boca y la chupó con aire meditabundo -. ¿Por qué fue Trevize a Sayshell? ¿Por qué se marchó?
- La pregunta que me intriga más es: ¿Adónde? ¿Adónde va Trevize?
- Creo haberle oído decir, alcaldesa, que le dio el nombre y las coordenadas de su destino al embajador. ¿Está insinuando que mintió al embajador? ¿O que el embajador nos miente a nosotros?
- Aun suponiendo que todo el mundo haya dicho la verdad y que nadie haya cometido ningún error, hay un nombre que me interesa. Trevize comunicó al embajador que iba a Gaia. G-A-I-A. Trevize se lo deletreó.
Kodell se sorprendió.
- ¿Gaia? Es la primera vez que lo oigo.
- ¿De veras? No me extraña. - Branno señaló en el aire el lugar donde había estado el mapa -. En el mapa que hay en esta habitación, yo puedo localizar en un momento cada estrella alrededor de la que gira un mundo habitado y muchas estrellas prominentes con sistemas deshabitados. Si manejo adecuadamente los controles, puedo señalar más de treinta millones de estrellas en unidades aisladas, en pares o en racimos. Puedo señalarlas en cinco colores distintos, de una en una o todas a la vez. Lo que no puedo hacer es encontrar Gaia en el mapa. En este mapa, Gaia no existe.
- Por cada estrella representada en el mapa, hay diez mil que no lo están - observó Kodell.
- De acuerdo, pero las estrellas no representadas carecen de planetas habitados y, ¿para qué querría ir Trevize a un planeta deshabitado?
- ¿Ha consultado la computadora central? Tiene una lista de los trescientos mil millones de estrellas galácticas.
- Eso me han dicho, pero ¿es cierto? Usted y yo sabemos muy bien que varios miles de planetas habitados no constan en ninguno de nuestros mapas, no sólo en el de esta habitación, sino tampoco en la computadora central. Al parecer, Gaia es uno de ellos.
La voz de Kodell siguió siendo pausada, incluso paciente.
- Alcaldesa, quizá no haya absolutamente nada por lo que preocuparse. Trevize puede estar persiguiendo una quimera o puede habernos mentido y no hay ninguna estrella llamada Gaia, y absolutamente ninguna en las coordenadas que nos ha dado. Intenta despistarnos ahora que ha visto a Compor, y quizá supone que vamos tras él.
- ¿Cómo quiere despistamos? Compor no dejará de seguirle. No, Liono, se me ha ocurrido otra posibilidad, y es mucho más inquietante. Escúcheme... Hizo una pausa y advirtió:
- La habitación está acorazada, Liono. Entiéndalo bien. Nadie puede oírnos, de modo que hable sin reparos. Yo también lo haré.
»Ese tal Gaia, si aceptamos la información, está localizado a diez pársecs del planeta Sayshell, y por lo tanto forma parte de la Unión de Sayshell. La Unión de Sayshell es una zona de la Galaxia muy bien explorada. Todos sus sistemas estelares, habitados o no habitados, están registrados, y todos los habitados son conocidos con detalle. Gaia es la única excepción.
Habitado o no, nadie ha oído hablar de él; no figura en ningún mapa. Añadamos a esto que la Unión de Sayshell mantiene un peculiar estado de independencia con respecto a la Confederación de la Fundación, y que incluso lo hizo en relación con los anteriores dominios del Mulo. Ha sido independiente desde la caída del Imperio Galáctico.
- ¿Y qué más? - preguntó Kodell con cautela.
- Sin duda los dos puntos están relacionados. Sayshell incorpora un sistema planetario totalmente desconocido y Sayshell es intocable. No pueden ser independientes. Sea Gaia lo que sea, se protege a sí mismo. Procura que no se conozca su existencia fuera de sus alrededores inmediatos, y protege esos alrededores para que ninguna fuerza extranjera pueda conquistarlos.
- ¿Está insinuando, alcaldesa, que Gaia es la sede de la Segunda Fundación?
- Sólo estoy diciendo que Gaia merece una inspección.
- ¿Me permite mencionar un punto extraño que podría ser difícil de explicar por medio de esta teoría?
- Le ruego que lo haga.
- Si Gaia es la Segunda Fundación y si, durante siglos, se ha protegido físicamente a si mismo contra los intrusos, protegiendo a toda la Unión de Sayshell como un ancho y profundo escudo, y si incluso ha impedido que su existencia fuera conocida en la Galaxia, ¿por qué se ha desvanecido súbitamente toda esta protección? Trevize y Pelorat parten de Términus y, aunque usted les había aconsejado ir a Trántor, van inmediatamente y sin vacilación a Sayshell y ahora a Gaia. Lo que es más, usted puede pensar en Gaia y especular sobre él. ¿Por qué no se lo impiden de algún modo?
La alcaldesa Branno no contestó durante largo rato. Tenía la cabeza inclinada y su cabello gris brillaba bajo la luz. Al fin dijo:
- Porque creo que el consejero Trevize ha trastornado las cosas de algún modo. Ha hecho algo, o está haciendo algo, que pone en peligro el Plan Seldon de alguna manera.
- Eso es imposible, alcaldesa.
- Supongo que todas las cosas y todas las personas tienen sus defectos. Sin duda, ni siquiera Hari Seldon fue perfecto. El Plan tiene un defecto en algún lugar y Trevize lo ha encontrado, quizá incluso sin saberlo. Tenemos que saber lo que está ocurriendo y tenemos que estar allí.
Finalmente, la expresión de Kodell fue grave.
- No tome decisiones por sí sola, alcaldesa. No queremos actuar sin la debida reflexión.
- No me tome por idiota, Liono. No voy a hacer la guerra. No voy a hacer desembarcar una fuerza expedicionaria en Gaia. Sólo quiero estar allí... o cerca de allí, si lo prefiere. Liono, averígüeme, odio hablar con un Ministerio de la Guerra que es tan ridículamente fanático después de ciento veinte años de paz, pero a usted no parece importarle, averigüe, digo, cuántas naves de guerra se hallan estacionadas cerca de Sayshell. ¿Podemos lograr que sus movimientos parezcan rutinarios y no una movilización?
- En estos bucólicos tiempos de paz, no hay, muchas naves en la vecindad, estoy seguro. Pero lo averiguaré.
- Incluso dos o tres serán suficientes, sobre todo si una es de la clase Supernova.
- ¿Qué quiere hacer con ellas?
- Quiero que se acerquen lo más posible a Sayshell, sin crear un incidente, y que estén suficientemente cerca una de la otra para ofrecerse apoyo mutuo.
- ¿Con qué propósito?
- Flexibilidad. Quiero poder atacar si es necesario.
- ¿A la Segunda Fundación? Si Gaia pudo mantenerse aislado e intocable contra el Mulo, sin duda puede resistirse a unas cuantas naves.
Branno, con el brillo de la batalla en los ojos, respondió:
- Amigo mío, le he dicho que nada ni nadie es perfecto, ni siquiera Hari Seldon. Al trazar su Plan, no pudo dejar de ser una persona de su época. Era un matemático de los tiempos del Imperio moribundo, cuando la tecnología casi había desaparecido. De eso se deduce que no pudo dejar espacio suficiente en su Plan para el desarrollo tecnológico. La gravítica, por ejemplo, es una dirección completamente nueva que él no pudo adivinar. Y hay muchas otras cosas.
- Gaia también puede haber avanzado.
- ¿Aislado? Vamos. En la Confederación de la Fundación hay diez cuatrillones de seres humanos, entre los cuales han surgido muchos que han aportado contribuciones al desarrollo tecnológico. Un solo mundo aislado no puede hacer nada comparable.
Nuestras naves avanzarán y yo estaré en ellas.
- Perdóneme, alcaldesa. ¿Cómo ha dicho?
- Yo misma estaré presente en las naves que se concentrarán en las fronteras de Sayshell. Quiero evaluar personalmente la situación.
Kodell se quedó boquiabierto durante unos momentos. Luego tragó saliva ruidosamente.
- Alcaldesa, esto no es... prudente. - Si alguna vez ha habido un hombre deseoso de hacer una observación más enérgica, éste fue Kodell.
- Prudente o no - replicó Branno con violencia -, lo haré. Estoy harta de Términus y sus inacabables batallas políticas, sus luchas internas, sus alianzas y contraalianzas, sus traiciones y renovaciones. Llevo diecisiete años en el centro de todo esto y quiero hacer alguna otra cosa... cualquier otra cosa. Ahí fuera - agitó la mano en una dirección escogida al azar - puede estar cambiando toda la historia de la Galaxia y quiero tomar parte en el proceso.
- Usted no sabe nada de estas cosas, alcaldesa.
- ¿Y quién sí, Liono? - Se puso en pie con rigidez -. En cuanto usted me traiga la información que necesito sobre las naves, y en cuanto yo tome disposiciones para que los necios asuntos de Términus sigan su curso, me marcharé. Y, Liono, no intente disuadirme de ningún modo o me olvidaré de nuestra larga amistad y le hundiré. Eso aún puedo hacerlo.
Kodell asintió.
- Lo sé, alcaldesa, pero antes de que se decida, ¿puedo pedirle que reconsidere el poder del Plan Seldon? Lo que usted se propone puede ser un suicidio.
- No abrigo ningún temor en ese sentido, Liono. El Plan se equivocó respecto al Mulo, cuya aparición no pudo prever, y si no fue capaz de prever una cosa, también puede no ser capaz de prever otra.
Kodell suspiró.
- En fin, si está realmente decidida, la apoyaré en la medida de mis posibilidades y con absoluta lealtad.
- Bien. Vuelvo a advertirle que será mejor para usted hacerlo así. Y teniendo esto presente, Liono, pongamos rumbo a Gaia. ¡Adelante!
15 GAIA-S
58
Sura Novi entró en la sala de mando de la pequeña y anticuada nave donde Stor Gendibal y ella misma viajaban en pausados saltos a través del espacio.
Era evidente que había estado en el cuarto de aseo compacto, donde aceites, aire tibio, y un mínimo de agua habían refrescado su cuerpo. Iba envuelta en una toalla y se la sujetaba fuertemente con ambas manos en un paroxismo de recato. Tenía el pelo seco pero enredado.
- ¿Maestro? - dijo en voz baja.
Gendibal levantó la mirada de los mapas y la computadora.
- ¿Sí, Novi?
- Yo estar llena de sentir... - Hizo una pausa y después empezó de nuevo -: Siento mucho molestarte, maestro - entonces volvió a equivocarse -, pero yo estar perdida con mi ropa.
- ¿Tu ropa? - Gendibal la miró con desconcierto durante un momento y luego se puso en pie con un acceso de contrición -. Novi, se me ha olvidado. Había que lavarla y está en el cesto de detergente. Está limpia, seca, doblada y a punto. Debería haberla sacado para colocarla a la vista. Lo olvidé.
- No me gustaría... - se miró de arriba abajo - ofender.
- Tú no ofendes - contestó Gendibal con jovialidad -. Escucha, te prometo que cuando esto haya terminado me ocuparé de que tengas mucha ropa, nueva y de última moda. Nos marchamos muy precipitadamente y no se me ocurrió traer una muda, pero en realidad, Novi, sólo estaremos nosotros dos y pasaremos algún tiempo juntos, en un espacio muy reducido y no hay necesidad de.... de... preocuparse tanto... por... - Hizo un ademán impreciso, vio la horrorizada expresión de sus ojos, y pensó: «Bueno, al fin y al cabo, sólo es una campesina y tiene sus normas; seguramente no se opondría a incorrecciones de todas clases... pero con la ropa puesta.»
Entonces se avergonzó de sí mismo y se alegró de que ella no fuese una «sabia», capaz de leer sus pensamientos.
- ¿Quieres que vaya a buscarte la ropa? - dijo.
- Oh, no, maestro. No ser tú.... Yo sé dónde está.
Cuando volvió a verla, iba debidamente vestida y peinada. Su actitud era muy tímida.
- Estoy avergonzada, maestro, de haberme portado tan inadecuada... mente. Debería haber encontrado la ropa por mí misma.
- No importa - contestó Gendibal -. Estás haciendo muchos progresos en galáctico, Novi. Captas muy rápidamente el lenguaje de los sabios.
Novi sonrió de pronto. Sus dientes eran algo desiguales, pero eso no hizo desmerecer el modo en que su cara se iluminó y se tornó casi dulce al oír el elogio, pensó Gendibal. Se dijo a sí mismo que por esta razón le gustaba elogiarla.
- Los hamenianos no me mirarán bien cuando vuelva a casa - dijo ella -. Dirán que yo ser... soy un tajador de palabras. Así es cómo llaman a alguien que habla de un modo... extraño. A ellos no les gusta eso.
- Dudo que vuelvas a vivir entre los hamenianos, Novi - repuso Gendibal -. Estoy seguro de que continuará habiendo un lugar para ti en el complejo... con los sabios, es decir... cuando esto haya terminado.
- Me gustada, maestro.
- Supongo que no te importaría llamarme «orador Gendibal» o sólo... No, ya veo que no lo harías – dijo él, observando su expresión de escandalizado reparo -. Oh, está bien.
- No sería correcto, maestro. Pero, ¿puedo preguntarte cuándo terminará esto?
Gendibal meneó la cabeza.
- No lo sé con certeza. Ahora mismo, sólo tengo que llegar a un sitio determinado lo más rápidamente que pueda. Esta nave, que es una nave muy buena para su clase, es lenta y «lo más rápidamente que pueda» no es muy rápidamente. Como ves – señaló la computadora y los mapas -, tengo que trazar la ruta para atravesar grandes extensiones de espacio, pero la capacidad de la computadora es limitada y yo no soy muy hábil.
- ¿Tienes que estar rápidamente allí porque hay peligro, maestro?
- ¿Qué te hace pensar que hay peligro, Novi?
- Porque a veces te observo cuando creo que no me ves y tu cara parece... no sé la palabra. No sustada... quiero decir, asustada... y tampoco malexpectante.
- Aprensiva - murmuró Gendibal.
- Pareces... preocupado. ¿Es ésta la palabra?
- Depende. ¿Qué quieres decir con «preocupado», Novi?
- Quiero decir que parece como si estuvieras diciéndote a ti mismo: «¿Qué voy a hacer ahora en este gran problema?»
Gendibal se quedó atónito.
- Eso es «preocupado» pero, ¿es eso lo que ves en mi cara, Novi? En el Lugar de los Sabios, tengo mucho cuidado de que nadie vea nada en mi cara, pero pensaba que, solo en el espacio, a excepción de ti, podía relajarme y dejar que mi cara se quedara en ropa interior, por así decirlo... Oh, lo siento. Esto te ha avergonzado. Lo que intento explicarte es que si eres tan perceptiva, tendré que ser más cuidadoso.
De tiempo en tiempo he de volver a aprender la lección de que incluso los no mentálicos pueden hacer suposiciones astutas.
Novi lo miró con desconcierto.
- No entiendo, maestro.
- Estoy hablando conmigo mismo, Novi. No te preocupes. Ahí tienes la palabra otra vez.
- Pero, ¿hay peligro?
- Hay un problema, Novi. No sé qué encontraré cuando llegue a Sayshell, que es el lugar adonde vamos. Quizá me encuentre en una situación muy difícil.
- ¿ Eso no significa peligro?
- No, porque podré controlarlo.
- ¿Cómo lo sabes?
- Porque soy un... sabio. Y el mejor de todos ellos. No hay nada en la Galaxia que yo no pueda controlar.
- Maestro - y algo parecido a la angustia desfiguró el rostro de Novi -. No deseo ofensionarte... quiero decir, ofenderte.., y hacerte enfadar. Yo te he visto con ese: bruto de Rufirant y entonces estabas en peligro, y él sólo era un campesino hameniano. Ahora no sé qué te espera, y tú tampoco.
Gendibal se sintió mortificado.
- ¿Tienes miedo, Novi?
- No por mí, maestro. Temo... tengo miedo... por ti.
- Puedes decir «temo» - murmuró Gendibal -. También es correcto.
Por un momento permaneció sumido en sus pensamientos. Luego alzó la mirada, tomó las ásperas manos de Sura Novi entre las suyas, y dijo:
- Novi, no quiero que temas nada. Déjame explicártelo. ¿Sabes cómo has visto qué había, o podía haber, peligro por la expresión de mi cara... casi como si pudieras leer mis pensamientos?
- ¿Si?
- Yo puedo leer los pensamientos mejor que tú.
Esto es lo que los sabios aprenden a hacer, y yo soy un sabio muy bueno.
Novi abrió mucho los ojos y rescató su mano. Parecía estar conteniendo la respiración.
- ¿Tú puedes leer mis pensamientos?
Gendibal se apresuró a levantar un dedo.
- No lo hago, Novi. No leo tus pensamientos, excepto cuando no tengo más remedio. No leo tus pensamientos.
(Sabía que, en un sentido práctico, estaba mintiendo. Era imposible hallarse con Sura Novi y no captar la índole general de algunos de sus pensamientos. No había que ser miembro de la Segunda Fundación para hacerlo. Gendibal comprendió que estaba a punto de sonrojarse. Pero incluso tratándose de una hameniana, dicha actitud resultaba halagadora. Y sin embargo, tenía que tranquilizarla, aunque sólo fuese por humanidad...)
- También puedo cambiar el modo de pensar de la gente. Puedo producirles dolor. Puedo...
Pero Novi estaba meneando la cabeza.
- ¿Cómo puedes hacer todo esto, maestro? Rufirant...
- Olvídate de Rufirant - replicó Gendibal con irritación -. Habría podido atajarlo en un momento. Habría podido hacerle caer al suelo. Habría podido hacer que todos los hamenianos... - Se calló de repente, avergonzado de alardear, de intentar impresionar a aquella mujer ignorante. Y ella seguía meneando la cabeza.
- Maestro – dijo -, tú intentas quitarme el miedo, pero yo sólo tengo miedo por ti, de modo que no hay necesidad. Sé que eres un gran sabio y puedes hacer que esta nave vuele por el espacio cuando a mi me parece que ninguna persona lograría otro que... quiero decir, otra cosa... que perderse. Y usas máquinas que yo no puedo entender, y que ninguna persona hameniana podría entender. Pero no necesitas hablarme de estos poderes mentales, que sin duda no son así, ya que todo lo que dices que habrías podido hacer a Rufirant, no lo hiciste, aunque estabas en peligro.
Gendibal apretó los labios. «Más vale dejarlo así - pensó -. Si ella insiste en que no teme por sí misma, más vale dejarlo así,» Sin embargo, no quería que le considerase un apocado y un fanfarrón. Simplemente, no quería.
- Si no le hice nada a Rufirant, fue porque no lo deseaba. Los sabios no debemos hacer nada a los hamenianos. Somos huéspedes en vuestro mundo. ¿Lo entiendes?
- Vosotros sois nuestros amos. Es lo que nosotros siempre decimos.
Por un momento Gendibal se distrajo.
- ¿Cómo es, entonces, que Rufirant me atacó?
- No lo sé - repuso ella con sencillez -. No creo que él lo supiera. Debía estar con su yo fuera... uh, fuera de sí. .
Gendibal gruñó.
- En todo caso, nosotros no lastimamos a los hamenianos. Si no me hubiera quedado más remedio que detenerle lastimándole, los demás sabios habrían tenido una pobre opinión de mí y quizás habría perdido mi cargo. Pero para evitar que él me lastimara a mí, tendría que haberle manipulado un poco... lo menos posible.
Novi se mostró súbitamente abatida.
- Entonces, no era necesario que yo interviniera a toda prisa, como una tonta.
- Hiciste bien - le aseguró Gendibal -. Acabo de decirte que yo habría actuado mal lastimándole -. Tú hiciste que eso fuera innecesario. Tú le detuviste y eso estuvo bien. Te lo agradezco.
Ella volvió a sonreír, con arrobamiento.
- Ahora comprendo por qué has sido tan amable conmigo.
- Estaba agradecido, naturalmente - dijo Gendibal, algo turbado -, pero lo importante es que comprendas que no hay peligro. Puedo controlar a un ejército de personas normales. Cualquier sabio puede hacerlo, en especial los importantes, y ya te he dicho que soy el mejor de todos. No hay nadie en la Galaxia que pueda resistírseme.
- Si tú lo dices, maestro, estoy segura de ello.
- Lo digo. Y ahora, ¿tienes miedo por mí?
- No, maestro, pero... Maestro, ¿sólo nuestros sabios pueden leer la mente y,..? ¿Hay otros sabios, en otros lugares, que puedan oponerse a ti?
Por un momento Gendibal se quedó perplejo. Aquella mujer tenía una perspicacia asombrosa.
Era necesario mentir.
- No los hay - contestó.
- Pero hay tantas estrellas en el cielo... Una vez intenté contarlas y no pude. Si hay tantos mundos de personas como estrellas, ¿no serán sabios algunas de ellas? Aparte de los sabios de nuestro mundo, quiero decir.
- No.
- ¿Y si los hay?
- No serán tan fuertes como yo.
- ¿Y si saltan de repente sobre ti antes de que te des cuenta?
- No pueden hacerlo. Si algún sabio desconocido se acercara, yo lo sabría en seguida. Lo sabría mucho antes de que pudiera lastimarme.
- ¿Podrías huir?
- No tendría que huir. Pero (anticipándose a sus objeciones) si tuviera que hacerlo, podría refugiarme en otra nave, una nave mejor que cualquiera de la Galaxia. No me alcanzarían.
- ¿No podrían cambiar tus pensamientos y obligarte a quedarte?
- No.
- Ellos podrían ser muchos. Tú sólo eres uno.
- En cuanto se acercaran, mucho, antes de que ellos lo creyeran posible, yo sabría que estaban ahí y me marcharía. Entonces, todo nuestro mundo de sabios se volvería contra ellos y no podrían resistirse.
Y ellos lo sabrían, de modo que no se atreverían a hacerme nada. De hecho, no querrían que yo supiera nada de ellos... y, sin embargo, sería así.
- ¿Porque eres mucho mejor que ellos? - preguntó Novi, con el rostro iluminado por un incierto orgullo.
Gendibal no pudo impedirlo. La innata inteligencia y la rápida comprensión de la muchacha eran tales que resultaba un placer estar con ella. Aquel monstruo de voz suave, la oradora Delora Delarmi, le había hecho un favor enorme al imponerle la compañía de esta campesina hameniana.
- No, Novi, no porque yo sea mejor que ellos, aunque lo soy. Es porque tú estás conmigo.
- ¿Yo?
- Exactamente, Novi. ¿Lo habías adivinado?
- No, maestro - contestó ella, extrañada -. ¿Qué podría hacer yo?
- Es tu mente. - Levantó la mano enseguida -, No leo tus pensamientos. Sólo veo el contorno de tu mente y es un contorno uniforme, un contorno extraordinariamente uniforme.
La muchacha se llevó una mano a la frente.
- ¿Porque soy una ignorante, maestro? ¿Por qué soy tan tonta?
- No, querida. - No reparó en el modo de dirigirse a ella -. Es porque eres sincera y sin dobleces; porque eres honrada y hablas sin ambages; porque eres bondadosa y... y otras cosas. Si otros sabios intentaran tocar nuestras mentes, la tuya y la mía, el toque sería instantáneamente visible sobre la uniformidad de tu mente. Yo me daría cuenta de ello incluso antes de advertir un toque sobre mi propia mente, y entonces tendría tiempo para contraatacar; es decir, para rechazarlo.
Un largo silencio sucedió a estas palabras. Gendibal observó que no sólo había felicidad en los ojos de Novi, sino también alborozo y orgullo.
- ¿Y me llevaste contigo por esta razón? – dijo con dulzura.
Gendibal asintió.
- Esta fue una razón importante. Si.
La voz de la hameniana se convirtió en un susurro.
- ¿Cómo puedo ayudarte lo más posible, maestro?
El contestó:
- Permanece tranquila. No tengas miedo. Y... y sigue siendo como eres.
- Seguiré siendo como soy. Y me interpondré entre ti y el peligro, como hice en el caso de Rufirant - repuso ella.
Salió de la habitación y Gendibal la siguió con la mirada.
Era extraño lo mucho que se escondía en su interior. ¿Cómo podía una criatura tan simple albergar tal complejidad? Bajo la uniformidad de su estructura mental había una inteligencia, una comprensión y un valor enormes. ¿Qué más podía pedir él de nadie?
De algún modo, percibió una imagen de Sura Novi que no era una oradora, ni siquiera un miembro de la Segunda Fundación, ni siquiera una mujer instruida junto a sí mismo, desempeñando un papel secundario vital en el drama que se avecinaba.
Sin embargo, no pudo ver los detalles con claridad. Aún no pudo ver exactamente qué era lo que les esperaba.
59
- Un solo salto - murmuró Trevize - y habremos llegado.
- ¿A Gaia? - preguntó Pelorat, mirando la pantalla por encima del hombro de Trevize.
- Al sol de Gaia - respondió Trevize -. Llámelo Gaia-S, si quiere, para evitar confusiones. Los galactógrafos suelen hacerlo.
- Entonces, ¿dónde está Gaia? ¿O debo llamarlo Gaia-P, para designar al planeta?
- Gaia será suficiente para el planeta. Sin embargo, aún no podemos ver Gaia. Los planetas no son tan fáciles de ver como las estrellas, y todavía estamos a cien microparsecs de Gaia-S. Observará que sólo es una estrella, aunque muy brillante. No nos encontramos suficientemente cerca para que se vea como un disco. Y no lo mire directamente, Janov. A pesar de todo, es suficientemente brillante para lesionar la retina. Colocaré un filtro, una vez haya terminado mis observaciones. Entonces podrá mirarlo.
- ¿Cuánto son cien microparsecs en unidades que un mitologista pueda entender, Golan?
- Tres mil millones de kilómetros; unas veinte veces la distancia que separa Términus de nuestro propio sol. ¿Le sirve eso de ayuda?
- Enormemente. Pero, ¿no nos acercamos más?
- ¡No! - Trevize levantó los ojos con sorpresa -. Por ahora, no. Después de lo que sabemos sobre Gaia, ¿para qué precipitamos? Una cosa es tener agallas, y otra estar loco. Primero echaremos una ojeada.
- ¿A qué, Golan? ¿No ha dicho que aún no podemos ver Gaia?
- A simple vista, no. Pero tenemos visores telescópicos y una excelente computadora para análisis rápidos. En primer lugar, podemos estudiar Gaia-S y tal vez realizar alguna otra observación. Relájese, Janov. - Alargó una mano y dio una palmada en el hombro de su compañero.
Tras una pausa, Trevize dijo:
- Gaia-S es una estrella aislada o, si tiene un acompañante, ese acompañante está mucho más lejos de él que nosotros en este momento y, en el mejor de los casos, es una estrella enana de color rojo, así que no debemos preocuparnos. Gaia-S es una estrella G4, lo cual significa que es perfectamente capaz de tener un planeta habitable, y eso es bueno. Si fuese una A o una M, tendríamos que dar media vuelta y marcharnos ahora mismo.
- Es posible que yo sólo sea un mitologista pero, ¿no podríamos haber determinado la clase espectral de Gaia-S desde Sayshell? - dijo Pelorat.
- Podíamos y lo hicimos, Janov, pero nunca está de más verificarlo sobre el terreno. Gaia-S tiene un sistema planetario, lo cual no es ninguna sorpresa. Hay dos gigantes gaseosos a la vista y uno de ellos es muy grande, si la computadora no se ha equivocado al calcular la distancia. Podría fácilmente haber otro en el lado opuesto de la estrella y, por lo tanto, no seria fácilmente detectable, ya que da la casualidad de que estamos cerca del plano planetario. No puedo vislumbrar nada en las regiones interiores, lo cual tampoco constituye una sorpresa.
- ¿Es eso malo?
- En realidad, no. Era de esperar. Los planetas habitables serían de roca y metal, mucho más pequeños que los gigantes gaseosos, y estarían mucho más cerca de la estrella, si es que son suficientemente cálidos..., y en ambos casos resultarían mucho más difíciles de ver desde aquí fuera. Eso significa que tendremos que acercamos mucho más para inspeccionar la zona comprendida dentro del límite de los cuatro microparsecs de Gaia-S.
- Estoy preparado.
- Yo no. Haremos el salto mañana.
- ¿Por qué mañana?
- ¿Por qué no? Démosles un día para salir y alcanzarnos..., y para huir nosotros, tal vez, si los vemos venir y no nos gusta lo que vemos.
60
Fue un proceso lento y delicado. Durante todo aquel día, Trevize dirigió el cálculo de varias aproximaciones distintas e intentó escoger una de ellas.
Como carecía de datos seguros, sólo podía depender de la intuición, que desgraciadamente no le dijo nada. Carecía de aquella «seguridad» que a veces experimentaba.
Al fin marcó las indicaciones para un salto que les trasladara a gran distancia del plano planetario.
- Así tendremos una mejor perspectiva de la región en conjunto – explicó -, ya que veremos los planetas en todas las partes de su órbita a una distancia aparente máxima del sol. Y ellos, sean quienes sean, quizá no vigilen demasiado las regiones que están fuera del plano. Eso espero.
Se encontraban a la misma distancia de Gaia-S que el gigante gaseoso más cercano y grande y estaban a quinientos millones de kilómetros de él. Trevize lo centró sobre la pantalla en la ampliación máxima para que Pelorat lo viese. Era un panorama impresionante, a pesar de que los tres dispersos y estrechos anillos de deyecciones quedaban fuera del encuadre.
- Tiene la habitual comitiva de satélites.- dijo Trevize -, pero a esta distancia de Gaia-S, sabemos que ninguno de ellos es habitable. Tampoco están colonizados por seres humanos que sobrevivan, por ejemplo, bajo una cúpula de cristal o en otras condiciones estrictamente artificiales.
- ¿Cómo lo sabe?
- No hay ningún ruido radiofónico de características que indiquen un origen inteligente. Por supuesto - añadió, suavizando enseguida su afirmación -, una avanzada científica podría estar haciendo lo inimaginable para acallar sus señales radiofónicas y el gigante gaseoso produce un ruido radiofónico que podría camuflar lo que yo busco. Sin embargo, nuestra recepción es excelente y nuestra computadora es muy buena. Yo diría que la posibilidad de ocupación humana de esos satélites es sumamente pequeña.
- ¿Significa eso que Gaia no existe?
- No. Pero sí significa que si Gaia existe, no se ha molestado en colonizar esos satélites. Quizá carezca de capacidad para hacerlo, o bien del interés necesario.
- Bueno, ¿existe o no?
- Paciencia, Janov. Paciencia.
Trevize miró el cielo con una paciencia aparentemente infinita. Se detuvo en un punto para decir:
- Francamente, el hecho de que no hayan salido para abalanzarse sobre nosotros es, en cierto modo, descorazonador. No cabe duda de que si tuvieran la capacidad que les atribuyen, ya habrían reaccionado.
- Es concebible, supongo - reconoció Pelorat con displicencia -, que todo el asunto sea una fantasía.
- Llámelo un mito, Janov - dijo Trevize con una sonrisa irónica -, y entrará en su especialidad. Sin embargo, hay un planeta en la ecosfera, lo cual significa que puede ser habitable. Me gustaría observarlo al menos durante un día.
- ¿Para qué?
- En primer lugar, para asegurarme de que es habitable.
- Acaba de decir que está en la ecosfera, Golan.
- Sí, en este momento lo está. Pero su órbita podría ser muy excéntrica, y tal vez lo acerca a un microparsec de la estrella, o lo aleja hasta quince microparsecs, o ambas cosas. Tendremos que determinar y comparar la distancia que hay desde el planeta hasta Gaia-S con su velocidad orbital; quizás eso nos ayude a averiguar la dirección de su movimiento.
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Otro día.
- La órbita. es casi circular - anunció finalmente Trevize -, lo que significa que la habitabilidad constituye una apuesta mucho más segura. Sin embargo, todavía no ha salido nadie a recibirnos. Tendremos que echar una ojeada desde más cerca.
- ¿Por qué tarda tanto en dar un salto? Hasta ahora han sido muy pequeños - dijo Pelorat.
- ¡Qué sabrá usted! Los saltos pequeños son más difíciles de controlar que los grandes. ¿Es más fácil coger una piedra o un fino grano de arena? Además, Gaia-S está cerca y el espacio es muy curvo. Eso complica los cálculos incluso para la computadora. Incluso un mitologista debería comprenderlo.
Pelorat gruñó.
- Ahora puede distinguir el planeta a simple vista. Allí. ¿Lo ve? El período de rotación es de unas veintidós horas galácticas y la inclinación axial es de doce grados. Constituye prácticamente un ejemplo de libro de texto sobre un planeta habitable, y tiene vida - afirmó Trevize.
- ¿Cómo lo sabe?
- Hay una cantidad sustancial dé oxígeno libre en la atmósfera. Eso no es posible sin una vegetación bien arraigada.
- ¿Será la vida inteligente?
- Eso depende del análisis de la radiación de ondas hertzianas. Naturalmente, supongo que podría haber una vida inteligente que haya abandonado la tecnología, pero eso parece muy improbable.
- Ha habido casos así - dijo Pelorat.
- Me fiaré de su palabra. Esta es su especialidad. Sin embargo, no es probable que sólo haya bucólicos supervivientes en un planeta que amedrentó al Mulo.
- ¿Tiene satélite? - preguntó Pelorat.
- Sí, lo tiene - contestó Trevize con indiferencia.
- ¿De qué tamaño? - inquirió Pelorat con voz súbitamente ahogada.
- No lo sé exactamente. Quizá mida unos cien kilómetros de diámetro.
- ¡Válgame el cielo! - exclamó Pelorat con desconsuelo -. Ojalá tuviera un repertorio de imprecaciones más amplio, mi querido amigo, pero había una pequeña posibilidad.
- ¿Quiere decir que, si tuviese un satélite gigantesco, podría ser la misma Tierra?
- Sí, pero está claro que no lo es.
- Bueno, si Compor no se equivoca, la Tierra no se encuentra en esta región galáctica, de todos modos. Se encontraría cerca de Sirio. De verdad, Janov, lo siento.
- Qué le vamos a hacer.
- Escuche, esperaremos, y nos arriesgaremos a dar otro pequeño salto. Si no hallamos señales de vida inteligente, no habrá peligro en aterrizar... sólo que entonces no tendremos motivo para aterrizar, ¿verdad?
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Después del salto siguiente, Trevize dijo can voz atónita:
- Ya está, Janov. Es Gaia, sin duda. Por lo menos, posee una civilización tecnológica.
- ¿Lo sabe por las ondas hertzianas?
- Por algo mucho más determinante. Hay una estación espacial girando alrededor del planeta. ¿La ve?
Había un objeto reflejado sobre la pantalla. Para el inexperto Pelorat, no parecía muy notable, pero Trevize dijo:
- Artificial, metálico y fuente de ondas radioeléctricas.
- ¿Qué hacemos ahora?
- Nada, de momento. Con este grado de tecnología, no pueden dejar de detectarnos. Si después de un rato, no hacen nada, les enviaré un mensaje. Si continúan sin hacer nada, me acercaré cautelosamente.
- ¿Y si hacen algo?
- Dependerá del «algo». Si no me gusta, confiaré en la probabilidad de que no tengan nada que supere la efectividad de esta nave para dar un salto.
- ¿Quiere decir que nos marcharemos?
- Como un misil hiperespacial.
- Pero nos iremos sabiendo lo mismo que cuando vinimos.
- De ningún modo. Como mínimo, sabremos que Gaia existe, que tiene una tecnología en funcionamiento, y que ha hecho algo para asustamos.
- Pero, Golan, no nos dejemos asustar demasiado fácilmente.
- Vamos a ver, Janov, sé que no desea nada más en la Galaxia que descubrir la Tierra a toda costa, pero haga el favor de recordar que yo no comparto su monomanía. Estamos en una nave desarmada y esa gente de ahí abajo se encuentra aislada desde hace siglos. Suponga que nunca hayan oído hablar de la Fundación y no sepan lo suficiente para respetarla. O suponga que ésta sea la Segunda Fundación y, una vez estemos en sus garras, si se sienten molestos con nosotros, tal vez nunca volvamos a ser los mismos. ¿Quiere que le dejen la mente en blanco y encontrarse con que ya no es un mitologista y no sabe nada de ninguna leyenda?
Pelorat torció el gesto.
- Si lo plantea de este modo... Pero ¿qué haremos cuando nos vayamos?
- Muy sencillo. Volver a Términus con la noticia. O a la distancia de Términus que la vieja nos permita. Después podríamos regresar otra vez a Gaia, más rápidamente y sin tantas precauciones, con una nave armada o una flota armada. Entonces las cosas pueden ser muy diferentes.
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Esperaron. Ya se había convenido en una rutina.
Habían pasado más tiempo esperando en las aproximaciones a Gaia que el invertido en el vuelo de Términus a Sayshell.
Trevize ajustó la alarma automática de la computadora e incluso se sintió suficientemente tranquilo para dormitar en su butaca acolchonada.
Esto hizo que se despertara con un sobresalto cuando sonó la alarma. Pelorat entró en la habitación de Trevize, igualmente agitado. En aquellos momentos estaba afeitándose.
- ¿Hemos recibido algún mensaje? - preguntó Pelorat.
- No - respondió Trevize con energía -. Estamos avanzando.
- ¿Avanzando? ¿Hacia dónde?
- Hacia la estación espacial.
- ¿Por qué motivo?
- No lo sé. Los motores están en marcha y la computadora no me responde, pero estamos avanzando. Janov, nos han apresado. Nos hemos acercado demasiado a Gaia.
16 CONVERGENCIA
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Cuando Stor Gendibal divisó la nave de Compor en la pantalla, le pareció que era el final de un viaje increíblemente largo. Pero, por supuesto, no era el final, sino sólo el principio. El trayecto de Trántor a Sayshell no había sido nada más que el prólogo.
Novi se mostró impresionada.
- ¿Es ésta otra nave del espacio, maestro?
- Nave espacial, Novi. Lo es. Es la que queríamos alcanzar. Es una nave más grande que ésta, y mejor. Puede viajar tan rápidamente por el espacio que, si huyera de nosotros, esta nave no podría atraparla.., ni siquiera seguirla.
- ¿Más rápida Que una nave de los maestros?
- Sura Novi pareció consternada.
Gendibal se encogió de hombros.
- Como tú dices, es posible que yo sea un maestro, pero no lo soy en todo. Los sabios no tenemos naves como éstas, ni tenemos muchos de los dispositivos materiales que poseen los dueños de esas naves.
- Pero ¿cómo pueden los sabios carecer de tales cosas, maestro?
- Porque somos maestros en lo que es importante.
Los progresos materiales que tienen estos otros son bagatelas.
Las cejas de Novi se juntaron.
- A mí me parece que ir tan rápidamente que un maestro no pueda seguirte no es una bagatela. ¿Quiénes son esas personas que son tenedoras de maravillas... que tienen tales cosas?
Gendibal sonrió con diversión.
- Se llaman a sí mismos la Fundación. ¿Has oído hablar alguna vez de la Fundación?
( Se sorprendió preguntándose qué sabrían o no sabrían los hamenianos de la Galaxia y por qué a los oradores nunca se les ocurría preguntarse estas cosas. ¿O era sólo él quien nunca se las había preguntado, y sólo él quien suponía que los hamenianos no se interesaban más que por trabajar la tierra?)
Novi meneó la cabeza con aire pensativo.
- Nunca he oído hablar de ella, maestro. Cuando el maestro de escuela me enseñó la ciencia de letras... a leer, quiero decir, me explicó que había muchos otros mundos y me dijo los nombres de algunos. Me explicó que nuestro mundo hameniano tenía el nombre propio de Trántor y que en otros tiempos había gobernado todos los mundos. Dijo que Trántor estaba cubierto de brillante hierro y tenía un emperador que era un maestro de todo.
Alzó los ojos hacia Gendibal con tímido regocijo.
- Sin embargo, descreo casi todo. Hay muchas historias que nos cuentan los hiladores de palabras en las salas de reunión en la época de noches más largas. Cuando era pequeña, las creía todas, pero al ir creciendo, fui descubriendo que muchas de ellas no eran verdad. Ahora creo muy pocas; quizá ninguna. Incluso los maestros de escuela cuentan historias increíbles.
- No obstante, Novi, esa historia en particular del maestro de escuela es cierta..., pero ocurrió hace mucho tiempo. Trántor estaba realmente cubierto de metal y tenía realmente un emperador que gobernaba toda la Galaxia. Ahora, sin embargo, es el pueblo de la Fundación quien gobernará todos los mundos algún día. Cada vez son más fuertes.
- ¿Todos los mundos, maestro?
- No inmediatamente. Dentro de quinientos años.
- ¿Y dominarán también a los maestros?
- No, no. Gobernarán los mundos. Nosotros les gobernaremos a ellos, por su seguridad y la seguridad de todos los mundos.
Novi volvió a fruncir el ceño y preguntó:
- Maestro, ¿tiene el pueblo de la Fundación muchas naves tan admirables como ésta?
- Me imagino que si, Novi.
- ¿Y otras cosas muy.., sorprendentes?
- Tienen poderosas armas de todas clases.
- Entonces, maestro, ¿no pueden conquistar todos los mundos ahora?
- No, no pueden. Aún no es tiempo.
- Pero, ¿por qué no pueden? ¿Les detendrían los maestros?
- No sería necesario, Novi. Aunque no hiciéramos nada, no podrían conquistar todos los mundos.
- Pero ¿qué les detendría?
- Verás - empezó Gendibal -, hay un plan que trazó una vez un hombre muy sabio...
Se interrumpió, sonriendo ligeramente, y meneó la cabeza.
- Es difícil de explicar, Novi. En otro momento, quizá. De hecho, cuando veas lo que sucederá antes de que regresemos a Trántor, es posible que lo comprendas sin que yo te lo explique.
- ¿Qué sucederá, maestro?
- No estoy seguro, Novi. Pero todo irá bien.
Se volvió y se preparó para establecer contacto con Compor. Y, mientras lo hacía, no pudo evitar que un recóndito pensamiento le dijera: «Por lo menos, así lo espero.»
Se enojó instantáneamente consigo mismo, pues sabía cuál era la fuente del absurdo y enervante pensamiento. Era la imagen del enorme poderío de la Fundación bajo la forma de la nave de Compor y su pesar por la manifiesta admiración de Novi.
¡Qué estupidez! ¿Cómo podía comparar la posesión de la mera fuerza y el poder con la posesión de la facultad para guiar los acontecimientos? Era lo que muchas generaciones de oradores habían llamado «la falacia de la mano en la garganta».
¡Pensar que aún no era inmune a sus tentaciones!
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Munn Li Compor no estaba nada seguro respecto a cómo debería comportarse. Durante la mayor parte de su vida, había tenido la visión de unos oradores todopoderosos que existían más allá de su círculo de experiencia; oradores con los que estaba en contacto de vez en cuando y que tenían a toda la humanidad en su misterioso poder.
De todos ellos, se había vuelto hacia Stor Gendibal, en tiempos recientes, para buscar ayuda. No era siquiera una voz lo que había encontrado la mayor parte de las veces, sino una mera presencia en su mente; hiperlenguaje sin hiperrelé.
En este aspecto, la Segunda Fundación había llegado mucho más lejos que la Fundación. Sin dispositivo material, sólo mediante el educado y desarrollado poder de la mente, podían comunicarse a través de los pársecs de un modo que nadie era capaz de transgredir. Era un sistema invisible e indetectable que mantenía el control sobre todos los mundos por medio de unos pocos individuos.
Compor había experimentado, más de una vez, una especie de exaltación al pensar en su papel. Qué reducido era el grupo del que formaba parte; qué enorme influencia ejercían. Y qué secreto era todo. Ni siquiera su esposa sabía nada de su vida oculta.
Y eran los oradores quienes movían los hilos; y este orador en particular, este Gendibal, podía ser (pensaba Compor) el siguiente primer orador, el más que un emperador del más que un Imperio.
Ahora Gendibal estaba aquí, en una nave de Trántor, y Compor intentaba borrar su decepción por el hecho de que el encuentro no tuviese lugar en el mismo Trántor.
¿Podía ser aquello una nave de Trántor? Cualquiera de los primeros comerciantes que habían llevado los productos de la Fundación a través de una Galaxia hostil habrían tenido una nave mejor que aquélla. No era extraño que el orador hubiese tardado tanto en cubrir la distancia de Trántor a Sayshell.
Ni siquiera estaba equipada con el mecanismo de acoplamiento que habría unido las dos naves para el transbordo. Incluso la desdeñable flota sayshelliana lo poseía. En cambio, el orador tuvo que igualar las velocidades y después lanzar una correa sobre el abismo y deslizarse por ella, como en tiempos imperiales.
Exactamente igual, pensó Compor con abatimiento, incapaz de refrenar la sensación. La nave no era más que una anticuada embarcación imperial y, por si esto fuera poco, pequeña.
Dos figuras avanzaban a lo largo de la correa, una de ellas tan torpemente que debía de ser la primera vez que se aventuraba a salir al espacio.
Al fin llegaron a bordo y se quitaron los trajes espaciales. El orador Stor Gendibal era un hombre de estatura media y aspecto normal; no era grande ni vigoroso, ni exudaba un aire de saber. Sus ojos oscuros y hundidos constituían la única indicación de su sabiduría. Pero entonces el orador miró en torno suyo con una clara indicación de estar impresionado.
El otro era una mujer tan alta como Gendibal, de aspecto vulgar. Abrió la boca con estupefacción mientras miraba a su alrededor.
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Deslizarse por la correa no había sido una experiencia totalmente desagradable para Gendibal. No era astronauta, ningún miembro de la Segunda Fundación lo era, pero tampoco era un completo gusano de superficie, pues a ningún miembro de la Segunda Fundación se le permitía serlo. Al fin y al cabo, la posible necesidad de emprender un vuelo espacial era una amenaza constante para todos ellos, aunque hasta el último miembro de la Segunda Fundación esperaba que esa necesidad no surgiera con frecuencia.
(Preem Palver, cuya experiencia en viajes espaciales era legendaria, - había dicho una vez, sin poder ocultar su tristeza, que la medida del éxito de un orador era la escasez de veces que tuviera que salir al espacio para asegurar el éxito del Plan.)
Gendibal había tenido que utilizar una correa en tres ocasiones. Esta era la cuarta y, aunque le hubiese causado ansiedad, habría desaparecido ante su inquietud por Sura Novi. No necesitó la mentálica para ver que su próxima salida al vacío la había trastornado completamente.
- Yo ser temerosa, maestro - dijo, cuando él le explicó lo que debería hacer -. Ser la vaciedad y yo no puedo poner el pie en nada. - Si no otra cosa, su repentina adopción del dialecto hameniano habría revelado el alcance de su preocupación.
Gendibal arguyó con amabilidad:
- No puedo dejarte a bordo de esta nave, Novi, porque yo iré a la otra y debo tenerte conmigo. No hay peligro, pues tu traje espacial te protegerá de todo mal y no hay lugar donde puedas caerte. Aunque llegues a soltarte de la correa, permanecerás casi en el mismo sitio y yo estaré cerca para cogerte. Vamos, Novi, demuéstrame que eres valiente, y suficiente mente inteligente para convertirte en sabia.
No hizo más objeciones y Gendibal, aunque reacio a alterar la uniformidad de su mente, se decidió a inyectar un toque tranquilizador en la superficie de la misma.
- Puedes seguir hablándome - dijo, una vez se hubieron puesto los trajes espaciales -. Te oiré si piensas intensamente. Piensa las palabras con intensidad y claridad, una por una. Me oyes ahora, ¿verdad?
- Sí, maestro - contestó ella.
Gendibal vio moverse sus labios a través, de la placa transparente y dijo:
- Habla sin mover los labios, Novi. No hay radio en los trajes de los sabios. Todo se hace con la mente.
Los labios de Novi no se movieron y su expresión se hizo más ansiosa: «¿Me oyes, maestro?»
«Perfectamente bien - pensó Gendibal, sin mover tampoco los labios -. ¿Me oyes tú?»
- «Sí, maestro.» .
- «Entonces, ven conmigo y haz lo que yo haga.»
Salieron de la nave. Gendibal sabía la teoría, aunque sólo dominara la práctica moderadamente bien.
- El truco era mantener las piernas juntas y extendidas, y balancearlas sólo desde las caderas. Esto hacía que el centro de gravedad se desplazara en línea recta mientras los brazos se balanceaban hacia delante en una alternancia continua. Se lo había explicado a Sura Novi y, sin volverse a mirarla, examinó la actitud de su cuerpo por la configuración de las zonas motoras de su cerebro.
Para ser una novata, lo hizo muy bien, casi tanto como Gendibal. Reprimió sus propias tensiones y siguió todas las indicaciones. Gendibal se sintió, una vez más, muy satisfecho de ella.
Sin embargo, no pudo ocultar su alegría al hallarse de nuevo en una nave, y Gendibal tampoco. Miró a su alrededor mientras se quitaba el traje espacial y se quedó atónito al ver el lujo y la calidad del equipo. No reconoció casi nada, y se le cayó el alma a los pies al pensar que tal vez dispusiera de muy poco tiempo para aprender a manejarlo todo. Tal vez tendría que absorber los conocimientos del hombre que ya estaba a bordo, lo cual nunca era tan satisfactorio como el verdadero saber.
Luego se concentró en Compor. Compor era alto y delgado, unos cinco años mayor que él, bastante apuesto en un estilo ligeramente frágil, y con un ensortijado cabello de un sorprendente amarillo mantecoso.
Gendibal vio claramente que se sentía decepcionado, hasta el desdén, por el orador con quien ahora se encontraba por primera vez. Lo que es más, ni siquiera lograba ocultarlo.
En general, a Gendibal no le importaban esas cosas. Compor no era trantoriano, ni tan sólo un miembro verdadero de la Segunda Fundación, y evidentemente tenía sus ilusiones. Incluso el más superficial examen de su mente lo revelaba. Entre ellas estaba la ilusión de que el poder real se relacionaba necesariamente con la apariencia de poder. Sin duda, podía conservar sus ilusiones siempre que no fuesen obstáculo para lo que Gendibal necesitaba, pero en aquel momento, esa ilusión determinada constituía un obstáculo.
Lo que Gendibal hizo fue el equivalente mentálico de un chasquido de los dedos. Compor se sobresaltó ligeramente bajo la impresión de un dolor agudo pero fugaz. Fue una impresión de concentración impuesta que arrugó la corteza de su pensamiento y le hizo consciente de un poder enorme que podría ser utilizado si el orador lo deseaba.
Compor sintió instantáneamente un gran respeto por Gendibal.
Gendibal dijo con amabilidad:
- Sólo quiero atraer su atención, Compor, amigo mío. Haga el favor de comunicarme el paradero de su amigo Golan Trevize, y el amigo de éste, Janov Pelorat.
Compor respondió con indecisión:
- ¿Puedo hablar en presencia de la mujer, orador?
- La mujer, Compor, es una prolongación de mí mismo. Así pues, no hay ningún motivo por el que no pueda hablar sin reservas.
- Como usted diga, orador. Trevize y Pelorat están aproximándose a un planeta conocido como Gaia.
- Eso me decía en su último comunicado. Seguramente ya han aterrizado en Gaia y tal vez hayan vuelto a marcharse. No se quedaron demasiado tiempo en el planeta Sayshell.
- Aún no habían aterrizado mientras yo los seguía, orador. Se acercaban al planeta con grandes precauciones, deteniéndose durante períodos sustanciales entre uno y otro microsalto. Está claro que no tienen información sobre el planeta y, por lo tanto, vacilan.
- ¿Tiene usted información, Compor?
- Ninguna, orador - dijo Compor -, o por lo menos, la computadora de mi nave no la tiene.
- ¿Esta computadora? - Los ojos de Gendibal se posaron sobre el panel de mandos y preguntó con súbita esperanza -: ¿Es capaz de ayudar a pilotar la nave?
- Es capaz de pilotar la nave por si sola, orador.
Sólo es necesario pensar en lo que se quiere que haga.
Gendibal se sintió repentinamente inquieto.
- ¿Es que la Fundación ha llegado tan lejos?
- Sí, pero de un modo muy torpe. La computadora no funciona bien. Tengo que repetir mis pensamientos varias veces e incluso así sólo obtengo una información mínima.
- Quizá yo pueda conseguir algo más - dijo Gendibal.
- Estoy seguro de ello, orador - contestó Compor respetuosamente.
- Pero dejemos eso por el momento. ¿Por qué no tiene información sobre Gaia?
- No lo sé, orador. Alega tener información, si es que se puede decir que una computadora es capaz de alegar, sobre todos los planetas de la Galaxia habitados por seres humanos.
- No puede tener más información de la que le han proporcionado, y si los que la procesaron creían tener datos sobre todos esos planetas cuando, en realidad, no los tenían, la computadora funcionaría bajo ese mismo malentendido. ¿Correcto?
- Desde luego, orador.
- ¿Hizo usted averiguaciones en Sayshell?
- Orador - repuso Compor con desasosiego -, en Sayshell hay personas que hablan sobre Gaia, pero lo que dicen es absurdo. Una mera superstición. Sostienen que Gaia es un mundo poderoso que incluso mantuvo alejado al Mulo.
- ¿Eso dicen? - preguntó Gendibal, reprimiendo la excitación -. ¿Estaba tan seguro de que era una superstición que no pidió detalles?
- No, orador. Seguí preguntando, pero lo que acabo de contarle es lo único que saben. Pueden hablar del tema durante largo rato, pero cuando han terminado, todo se reduce a lo que acabo de contarle.
- Al parecer - dijo Gendibal -, eso es también lo que Trevize ha averiguado, y va a Gaia por alguna razón relacionada con ello..., para comprobar si es cierto, quizá. Y lo hace con cautela, porque quizá también teme ese gran poder.
- Es muy posible, orador.
- Y, sin embargo, ¿no lo siguió?
- Claro que lo seguí, orador, lo suficiente para asegurarme de que se dirigía hacia Gaia. Después regresé a las afueras del sistema gaiano.
- ¿Por qué?
- Por tres razones, orador. Primera, usted estaba a punto de llegar y yo quería ir a su encuentro y traerle a bordo cuanto antes, tal como usted me indicó. Ya que mi nave tiene un hiperrelé a bordo, no podía alejarme demasiado de Trevize y Pelorat sin despertar sospechas en Términus, pero consideré que podía arriesgarme a venir hasta aquí. Segunda, cuando vi que Trevize se acercaba muy lentamente al planeta Gaia, consideré que yo tendría tiempo suficiente para venir a recibirle y apresurar nuestro encuentro sin ser sorprendido por los acontecimientos, en especial porque usted sería más competente que yo para seguirlo hasta el mismo planeta y para resolver cualquier problema que pudiera surgir.
- Muy cierto. ¿Y la tercera razón?
- Desde nuestra última comunicación, orador, ha sucedido algo que yo no esperaba y que no comprendo. Pensé que, también por esta razón, debía apresurar nuestro encuentro todo lo posible.
- ¿Y este acontecimiento que no esperaba y no comprende?
- Unas naves de la flota de la Fundación están aproximándose a la frontera sayshelliana. Mi computadora ha obtenido la información por los noticiarios radiofónicos sayshellianos. Un mínimo de cinco sofisticadas naves componen la flotilla y tienen poder suficiente para arrollar Sayshell.
Gendibal no contestó en seguida, pues no era conveniente demostrar que él tampoco esperaba ese hecho... o que no lo comprendía, Así pues, al cabo de un momento, dijo con indiferencia:
- ¿Supone que esto tiene algo que ver con el avance de Trevize hacia Gaia?
- Sin duda se produjo inmediatamente después, y si B sigue a A, hay una posibilidad de que A causara B - respondió Compor.
- Bueno, parece ser que todos convergemos sobre Gaia; Trevize y yo, y la Primera Fundación. Ha actuado bien, Compor - dijo Gendibal -, y esto es lo que haremos ahora, En primer lugar, me enseñará cómo funciona esta computadora y, al mismo tiempo, cómo se maneja la nave. Estoy seguro de que no tardaremos demasiado tiempo.
»Después de eso, usted irá a mi nave, ya que entonces habré impresionado sobre su mente cómo se maneja. No tendrá ningún problema, aunque debo decirle, como sin duda habrá adivinado por su aspecto, que la encontrará muy primitiva. Una vez esté al mando de la nave, la mantendrá aquí y me esperará.
- ¿Cuánto tiempo, orador?
- Hasta que regrese. No creo que tarde tanto como para que usted se quede sin provisiones, pero si algo me retrasa, puede ir a algún planeta habitado de la Unión de Sayshell y esperar allí. Dondequiera que esté, le encontraré.
- Como usted diga, orador.
- Y no se alarme. Puedo controlar este misterioso Gaia y, si es necesario, las cinco naves de la Fundación.
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Littoral Thoobing había sido embajador de la Fundación en Sayshell durante siete años. Le gustaba el cargo.
Alto y bastante robusto, llevaba un tupido bigote castaño en una época en que la moda preponderante, tanto en la Fundación como en Sayshell, era ir afeitado. Aunque sólo contaba cincuenta y cuatro años, tenía el rostro surcado de arrugas, y era muy dado a una disciplinada indiferencia. Su actitud hacia el trabajo que llevaba a cabo no era manifiesta.
Sin embargo, le gustaba el cargo. Le mantenía alejado de la tumultuosa política de Términus, lo cual consideraba valioso, y le daba la oportunidad de vivir como un sibarita sayshelliano y mantener a su esposa e hija en el nivel al que se habían acostumbrado. No quería que su vida cambiara.
Por otra parte, tenía una cierta aversión a Liono Kodell, quizá porque Kodell también lucía bigote, aunque más pequeño, más corto y blanquecino. En los viejos tiempos, habían sido las dos únicas personalidades de la vida pública que siguieron esa moda, y había habido una especie de rivalidad entre ellos por esta causa. Ahora (pensaba Thoobing) ya no había ninguna; el de Kodell era despreciable.
Kodell había sido director de Seguridad mientras Thoobing aún estaba en Términus, soñando con enfrentarse a Harla Branno en la carrera por la alcaldía, hasta que lo compraron con la embajada. Naturalmente, Branno lo había hecho por su propio bien, pero él había terminado agradeciéndoselo.
Sin embargo, no sentía lo mismo hacia Kodell.
Quizá fuese por la resuelta alegría de Kodell, el modo en que siempre era una persona amigable, incluso después de decidir la manera exacta en que te cortaría la garganta.
Ahora lo tenía frente a sí, en imagen hiperespacial, tan alegre como siempre y rebosando cordialidad. Naturalmente, su cuerpo real estaba en Términus, lo cual le ahorró a Thoobing la necesidad de ofrecerle alguna muestra física de hospitalidad.
- Kodell – dijo -, quiero que esas naves sean retiradas.
Kodell sonrió con afabilidad.
- Caramba, yo también, pero la vieja se ha empeñado.
- Usted sabe persuadirla de lo que sea.
- En alguna ocasión... quizá lo haya hecho. Cuando ella quería dejarse persuadir. Esta vez no quiere.
- Thoobing, haga su trabajo. Mantenga Sayshell en calma.
- No estoy pensando en Sayshell, Kodell. Estoy pensando en la Fundación .
- Como todos.
- Kodell, no se escabulla. Quiero que me escuche.
- Encantado, pero éstos son días de mucha agitación en Términus y no le escucharé eternamente.
- Seré tan breve como pueda... al comentar la posibilidad de que la Fundación sea destruida. Si esta línea hiperespacial no está intervenida, hablaré sin reservas.
- No está intervenida.
- Entonces, ahí va. Hace unos días recibí un mensaje de un tal Golan Trevize. Recuerdo a un Trevize de mis propios tiempos de político, un comisionado de transportes.
- El tío de ese joven - aclaró Kodell.
- Ah, así pues, conoce al Trevize que me envió el mensaje. Según los datos que he reunido desde entonces, se trataba de un consejero que, tras la satisfactoria resolución de la última crisis Seldon, fue arrestado y enviado al exilio.
- Exactamente.
- No lo creo.
- ¿Qué es lo que no cree?
- Que fuese enviado al exilio.
- ¿Por qué no?
- ¿Cuándo se ha enviado al exilio a un ciudadano de la Fundación? - inquirió Thoobing -. Se le arresta o no se le arresta. Si se le arresta, se le juzga o no se le juzga. Si se le juzga, se le condena o no se le condena. Si se le condena, se le multa, degrada, desacredita, encarcela o ejecuta. Nunca se le envía al exilio.
- Siempre hay una primera vez.
- Tonterías. ¿En una sofisticada embarcación naval? ¿Qué tonto puede dejar de ver que la vieja le ha asignado una misión especial? ¿A quién quiere engañar?
- ¿Cuál seria la misión?
- Se supone que encontrar el planeta Gaia.
La cordialidad se borró del rostro de Kodell. Sus ojos reflejaron una desacostumbrada dureza y dijo:
- Sé que no se siente demasiado inclinado a creerme, señor embajador, pero le ruego que haga una excepción en este caso. Ni la alcaldesa ni yo habíamos oído hablar de Gaia cuándo Trevize fue enviado al exilio. Hasta el otro día no sabíamos siquiera que existiese. Si lo cree, podemos seguir hablando.
- Reprimiré mi tendencia al escepticismo el tiempo suficiente para crearlo, director, aunque me resulte difícil hacerlo.
- Es la pura verdad, señor embajador, y si de repente me he puesto serio es porque cuando esto termine, se encontrará con que tiene que contestar muchas preguntas y no le parecerá nada divertido. Habla como si Gaia fuese un mundo conocido para usted. ¿Cómo es que sabe algo que nosotros ignoramos? ¿No tiene el deber de comunicarnos todo lo que sepa sobre la unidad política donde está destinado?
Thoobing respondió con suavidad:
- Gaia no forma parte de la Unión de Sayshell. De hecho, probablemente no existe. ¿Debo transmitir a Términus todas las patrañas que las supersticiosas clases inferiores de Sayshell cuentan sobre Gaia? Algunos afirman que Gaia se halla en el hiperespacio.
Según otros, es un mundo que protege a Sayshell de un modo sobrenatural. Y según otros, envió al Mulo a conquistar la Galaxia. Si piensa decir al gobierno sayshelliano que Trevize ha sido enviado en busca de Gaia y que cinco sofisticadas naves de la Armada de la Fundación han sido enviadas para ayudarle en su búsqueda, nunca le creerán. Quizá el pueblo crea las patrañas sobre Gaia, pero el gobierno no, y no se dejarán convencer de que la Fundación lo hace. Supondrán que intentan anexionar Sayshell a la Confederación de la Fundación.
- ¿Y si es eso lo que planeamos?
- Sería fatal. Vamos, Kodell, en los cinco siglos de historia de la Fundación, ¿cuándo hemos librado una guerra de conquista? Hemos librado guerras para impedir nuestra propia conquista, y fracasamos una vez, pero ninguna guerra ha terminado con una ampliación de nuestro territorio. Los ingresos en la Confederación se han realizado por medio de pacíficos tratados. Sólo se nos han unido los que consideraban beneficiosa la adhesión.
- ¿No es posible que Sayshell considere beneficiosa la adhesión?
- Nunca harán tal cosa mientras nuestras naves permanezcan en sus fronteras. Retírelas.
- No puedo.
- Kodell, Sayshell es una propaganda maravillosa de la benevolencia de la Confederación. Está casi cercado por nuestro territorio, ocupa una posición sumamente vulnerable, y no obstante se ha mantenido incólume, ha seguido su propio camino, e incluso ha podido adoptar una política exterior contraria a la Fundación. ¿Hay un modo mejor de demostrar a la Galaxia que no forzamos a nadie, que nuestras intenciones son buenas? Si conquistamos Sayshell, conquistamos lo que, en esencia, ya tenemos. Al fin y al cabo, lo dominamos económicamente, aunque sea con discreción. Pero si lo conquistamos por la fuerza de las armas, advertimos a toda la Galaxia de que nos hemos vuelto expansionistas.
- ¿Y si le dijera que, en realidad, sólo estamos interesados en Gaia?
- No lo creería y la Unión de Sayshell, tampoco.
Ese hombre, Trevize, me envía el mensaje de que se
dirige hacia Gaia y me pide que lo transmita a Términus. En contra de mi voluntad, lo hago porque es mi obligación y, casi antes de que la línea hiperespacial se haya enfriado, la Armada de la Fundación se pone en movimiento. ¿Cómo piensan llegar a Gaia, sin violar el espacio sayshelliano?
- Mi querido Thoobing, sin duda no se escucha a sí mismo. ¿No acaba de decirme que Gaia, en el caso de que exista, no forma parte de la Unión de Sayshell? Y ¿supongo que sabe que el hiperespacio es libre para todos y no forma parte del territorio de ningún mundo? Entonces, ¿cómo puede Sayshell quejarse si pasamos de territorio de la Fundación (donde están nuestras naves ahora mismo) a territorio gaiano, a través del hiperespacio, sin ocupar un solo centímetro cúbico de territorio sayshelliano en el proceso?
- Sayshell no interpretará los acontecimientos de ese modo, Kodell. Gaia, si es que existe, está totalmente rodeado por la Unión de Sayshell, aun cuando políticamente no forma parte de ella, y hay precedentes que hacen de esos enclaves una parte virtual del territorio circundante, en lo que a naves de guerra enemigas se refiere.
- Las nuestras no son naves de guerra enemigas.
Estamos en paz con Sayshell.
- Le digo que Sayshell puede declarar la guerra. No esperarán ganarla por medio de la superioridad militar, pero el hecho es que la guerra provocará una oleada de actividad antifundación en toda la Galaxia.
La nueva política expansionista de la Fundación alentará la firma de alianzas contra nosotros. Algunos miembros de la Confederación empezarán a replantearse sus vínculos con nosotros. Es muy posible que perdamos la guerra a causa de los desórdenes internos y no cabe duda de que entonces invertiríamos el proceso de crecimiento que tan provechoso ha sido para la Fundación durante quinientos años.
- Vamos, vamos, Thoobing - dijo Kodell con indiferencia -. Habla como si quinientos años no fuesen nada, como si aún estuviéramos en tiempos de Salvor Hardin, luchando contra el pequeño reino de Anacreonte. Ahora somos mucho más fuertes que el mismo Imperio Galáctico en su apogeo. Un escuadrón de nuestras naves podría derrotar a toda la Armada Galáctica, ocupar cualquier sector galáctico, y no saber siquiera que había librado una batalla.
- No estamos combatiendo al Imperio Galáctico.
Combatimos a planetas y sectores de nuestro propio tiempo.
- Que no han avanzado como nosotros. Podríamos conquistar toda la Galaxia ahora mismo.
- Según el Plan Seldon, no podemos hacerlo hasta dentro de otros quinientos años.
- El Plan Seldon subestima la velocidad del avance tecnológico. ¡Podemos hacerlo ahora! Entiéndame no digo que vayamos a hacerlo ahora ni siquiera que deberíamos hacerlo ahora. Sólo digo que podríamos hacerlo ahora.
- Kodell, usted ha vivido siempre en Términus. No conoce la Galaxia. Nuestra armada y nuestra tecnología pueden derrotar a las fuerzas armadas de otros mundos, pero aún no podemos controlar a toda una Galaxia rebelde y dominada por el odio, y así será si la tomamos por la fuerza. ¡Retire las naves!
- No puedo, Thoobing. Considere... ¿Y si Gaia no es un mito?
Thoobing hizo una pausa, escudriñando la cara del otro como si ansiara leer sus pensamientos.
- ¿Un mundo en el hiperespacio no es un mito?
- Un mundo en el hiperespacio es una superstición, pero incluso las supersticiones pueden tener algo de verdad. Ese hombre que fue exiliado, Trevize, habla de él como si fuese un mundo real en el espacio real. ¿Y si tiene razón?
- Tonterías. Yo no lo creo.
- ¿No? Créalo por un momento. ¡Un mundo real que haya protegido a Sayshell del Mulo y de la Fundación!
- Usted mismo se contradice. ¿Cómo está protegiendo Gaia a los sayshellianos de la Fundación? ¿No estamos enviando naves contra ellos?
- Contra ellos, no; contra Gaia, que es tan misteriosamente desconocido y se empeña hasta tal punto en pasar inadvertido que, aun estando en el espacio real, convence de algún modo a sus mundos vecinos de que está en el hiperespacio, y que incluso se las arregla para no figurar entre los datos computadorizados de los mejores y más completos mapas galácticos.
- Entonces, debe de ser un mundo de lo más insólito, pues debe de ser capaz de manipular las mentes.
- Y, ¿no acaba usted de decirme que, según una leyenda sayshelliana, Gaia envió al Mulo a conquistar la Galaxia? Y, ¿no podía el Mulo manipular las mentes?
- ¿Y, por lo tanto, Gaia es un mundo de Mulos?
- ¿Está seguro de que no podría serlo?
- ¿Por qué no un mundo de una renacida Segunda Fundación, en ese caso?
- En efecto, ¿por qué no? ¿No habría que investigarlo?
Thoobing recobró la seriedad. No había dejado de sonreír despectivamente durante la última parte de la conversación, pero ahora bajó la cabeza y alzó la mirada por debajo de sus cejas.
- Si habla en serio, ¿no es peligroso hacer tal investigación?
- ¿Lo es?
- Responde a mis preguntas con otras preguntas porque no tiene respuestas razonables. ¿De qué servirán las naves contra Mulos o miembros de la Segunda Fundación? De hecho, ¿no es probable que, si existen, nos estén tendiendo una trampa para destruirnos? Escuche, usted me dice que la Fundación puede establecer su imperio ahora, a pesar de que el Plan Seldon sólo haya alcanzado su punto intermedio, y yo le he advertido que se estaba precipitando demasiado y que los intrincados detalles del Plan le detendrían forzosamente de algún modo. Quizá, si Gaia existe y es lo que usted afirma, todo esto sea un ardid para provocar esa detención. Haga voluntariamente lo que quizá pronto le obliguen a hacer. Haga ahora pacíficamente y sin derramamiento de sangre lo que quizá un deplorable desastre le obligue hacer. Retire las naves.
- No puedo. De hecho, Thoobing, la misma alcaldesa Branno se propone incorporarse a las naves, y ya hay naves de reconocimiento volando por el hiperespacio hacia lo que presuntamente es territorio gaiano.
Thoobing abrió mucho los ojos.
- Habrá guerra, ya lo verá.
- Usted es nuestro embajador. Evítelo. Dé a los sayshellianos todas las garantías que necesiten. Niegue toda mala voluntad por nuestra parte. Si hay que hacerlo, dígales que les conviene estar quietos en espera de que Gaia nos destruya. Diga lo que quiera, pero manténgalos quietos.
Hizo una pausa, escudriñando la atónita expresión de Thoobing, y añadió:
- En realidad, eso es todo. Que yo sepa, ninguna nave de la Fundación aterrizará en ningún mundo de la Unión de Sayshell o entrará en ningún punto del espacio real que pertenezca a esa Unión. Sin embargo, cualquier nave sayshelliana que intente desafiarnos fuera del territorio de la Unión y, por lo tanto, dentro de territorio de la Fundación, será inmediatamente reducida a cenizas. Procure que esto también quede claro y mantenga quietos a los sayshellianos. Si fracasa, lo lamentará. Su trabajo ha sido muy fácil hasta ahora, Thoobing, pero ha llegado el momento de la verdad y las próximas semanas lo decidirán todo. Fállenos y no estará a salvo en ningún lugar de la Galaxia.
No había alegría ni cordialidad en el rostro de Kodell cuando se cortó la comunicación y su imagen desapareció.
Thoobing permaneció boquiabierto en el mismo lugar donde estaba.
68
Golan Trevize se agarró el cabello como si intentara juzgar el estado de su mente por medio del tacto y preguntó bruscamente a Pelorat:
- ¿Cuál es su estado de ánimo?
- ¿Mi estado de ánimo? - repitió Pelorat con desconcierto.
- Sí. Aquí estamos, atrapados, con nuestra nave bajo un control ajeno y siendo arrastrados inexorablemente hacia un mundo del que no sabemos nada. ¿Siente pánico?
La alargada cara de Pelorat reflejaba una cierta melancolía.
- No – contestó -. No estoy contento. Tengo un poco de aprensión, pero no siento pánico.
- Yo tampoco. ¿No es extraño? ¿Por qué no estamos más preocupados?
- Ya lo esperábamos, Golan. Algo así.
Trevize se volvió hacia la pantalla. Continuaba firmemente enfocada en la estación espacial. Ahora era más grande, lo que significaba que estaba más cerca. No tenía aspecto de ser una estación espacial impresionante. No había indicios de superciencia. De hecho, parecía un poco primitiva. Sin embargo, tenía la nave en su poder.
- Estoy siendo muy analítico, Janov. ¡Muy audaz! Me gusta pensar que no soy cobarde y que respondo bien en situaciones extremas, pero tiendo a halagarme a mí mismo. Todo el mundo lo hace. En este momento debería estar muy nervioso y un poco sudoroso. Quizá esperásemos algo, pero eso no cambia el hecho de que estamos indefensos y tal vez nos maten.
Pelorat contestó:
- No lo creo, Golan. Si los gaianos pueden controlar la nave a distancia, ¿no podrían matarnos a distancia? Si aún estamos vivos...
- Pero no del todo intactos. Se lo digo, Janov, tanta serenidad no es normal. Creo que nos han tranquilizado.
- ¿ Por qué?
- Para mantenernos en buena forma mental, supongo. Es posible que deseen interrogarnos. Después, quizá nos maten.
- Si son suficientemente racionales para querer interrogarnos, tal vez sean suficientemente racionales para no matarnos sin una buena razón.
Trevize se recostó en la butaca (ésta se inclinó hacia atrás; al menos no la habían privado de su funcionamiento) y colocó los pies encima de la mesa, donde normalmente apoyaba las manos para establecer contacto con la computadora.
- Quizá sean suficientemente ingeniosos para encontrar lo que ellos consideren una buena razón. No obstante, si han alterado nuestras mentes, no ha sido demasiado. Si se hubiera tratado del Mulo, por ejemplo, nos sentiríamos ansiosos de ir, exaltados, exultantes, y hasta la última fibra de nuestro ser clamaría por llegar allí. - Señaló la estación espacial -. ¿Se siente así, Janov?
- Por supuesto que no.
- Como verá, aún soy capaz de razonar con lógica y objetividad. ¡Muy extraño! O, ¿quién sabe? ¿Estoy asustado, atontado, loco y meramente bajo la ilusión de que soy capaz de razonar con lógica y objetividad?
Pelorat se encogió de hombros.
- A mí me parece cuerdo. Quizá yo esté tan loco como usted y bajo la misma ilusión, pero esta clase de argumentos no nos lleva a ninguna parte. Toda la humanidad podría compartir una locura común y hallarse inmersa en una ilusión común mientras vive en un caos común. Eso no puede refutarse, pero no tenemos más remedio que fiamos de nuestros sentidos.
- Y luego, de repente, añadió -: De hecho, yo mismo he estado razonando un poco.
- ¿Sí?
- Bueno, hablamos de Gaia como un posible mundo de Mulos, o como la Segunda Fundación renacida. ¿Y si le dijera que hay una tercera alternativa y que es más razonable que las dos primeras?
- ¿Qué tercera alternativa?
Los ojos de Pelorat parecieron concentrarse en sí mismo. No miró a Trevize y su voz fue baja y pensativa.
- Tenemos un mundo, Gaia, que ha hecho todo lo posible, durante un período de tiempo indefinido, para conservar un aislamiento completo. Nunca ha intentado establecer contacto con ningún otro mundo, ni siquiera con los cercanos mundos de la Unión de Sayshell. Tienen una ciencia avanzada, en algunos aspectos, si la historia de su destrucción de flotas es cierta, y sin duda su capacidad para controlarnos ahora mismo lo demuestra, y a pesar de ello no han intentado extender su poder. Sólo desean estar tranquilos.
Trevize entornó los ojos.
- ¿Y qué?
- Todo es muy inhumano. Los más de veinte mil años de historia humana en el espacio han sido una sucesión de conquistas y tentativas de conquista. Prácticamente todos los mundos que pueden ser habitados están habitados. Casi todos los mundos se han peleado durante este tiempo y casi todos los mundos han empujado a sus vecinos en un momento u otro.
Si Gaia es tan inhumano para ser distinto en este aspecto, puede ser porque realmente sea... inhumano.
Trevize meneó la cabeza.
- Imposible.
- ¿Por qué imposible? - inquirió Pelorat con vehemencia -. Ya le he comentado lo sorprendente que resulta que la raza humana sea la única inteligencia evolucionada de la Galaxia. ¿Y si no lo es? ¿No podría haber otra, en otro planeta, que careciese del impulso expansionista humano? De hecho - Pelorat se excitó -, ¿no es posible que haya un millón de inteligencias en la Galaxia, pero sólo una, nosotros, sea expansionista? Todas las demás se quedarían en casa discretas, ocultas...
- ¡Ridículo! - exclamó Trevize -. Nos tropezaríamos con ellos. Aterrizaríamos en sus mundos. Tendrían distintos tipos y grados de tecnología y la mayoría no podría detenernos. Pero nunca nos hemos tropezado con ninguno. ¡Espacio! Ni siquiera hemos encontrado las ruinas o reliquias de una civilización no humana, ¿verdad? Usted es el historiador, de modo que dígamelo, ¿Las hemos encontrado?
Pelorat meneó la cabeza.
- No, nunca. Pero, Golan, podría haber una ¡Esta!
- No lo creo. Usted dice que su nombre es Gaia, que es una antigua versión dialéctica del nombre «Tierra». ¿Cómo podría no ser humana?
- Fueron seres humanos los que bautizaron el planeta con el nombre de «Gaia» y, ¿quién sabe por qué? Su semejanza con una palabra antigua podría ser fortuita. Pensándolo bien, el mismo hecho de que nos hayan atraído hacia Gaia, como usted ha explicado antes, y ahora nos conduzcan hacia allí, en contra de nuestra voluntad, es un argumento a favor del carácter no humano de los gaianos.
- ¿Por qué? ¿Qué tiene eso que ver?
- Sienten curiosidad por nosotros, por los humanos.
- Usted está loco, Janov. Han vivido en una Galaxia poblada por humanos durante miles de años. ¿ Por qué iban a sentir curiosidad ahora? ¿Por qué no mucho antes? Y en todo caso, ¿por qué nosotros? Si quieren estudiar a los seres humanos y la cultura humana, ¿por qué no los mundos de Sayshell? ¿Por qué se iban a molestar en atraemos desde un mundo tan lejano como Términus?
- Quizás estén interesados en la Fundación.
- Tonterías - dijo Trevize con violencia -. Janov, usted quiere una inteligencia no humana y la tendrá. Ahora mismo, creo que si usted pensara que iba a encontrarse con seres no humanos, no le preocuparía haber sido capturado, estar indefenso, ni siquiera que pudiesen matarle..., si ellos le dieran un poco de tiempo para satisfacer su curiosidad.
Pelorat pareció a punto de replicar con indignación, pero se contuvo, aspiró profundamente, y dijo:
- Bueno, quizá tenga razón, Golan, pero aun así me aferraré a mi teoría durante un rato más. No creo que tengamos que esperar mucho para ver quién tiene razón. ¡Mire!
Señaló hacia la pantalla. Trevize, que, en su excitación, había dejado de observar, volvió los ojos hacía ella.
- ¿Qué pasa? - preguntó.
- ¿No es una nave despegando de la estación?
- Es algo - admitió Trevize de mala gana -. Aún no aprecio los detalles y no puedo aumentar más la imagen. Está ampliada al máximo. - Al cabo de unos momentos dijo -: Parece acercarse y supongo que es una nave. ¿Hacemos una apuesta?
- ¿Qué clase de apuesta?
Trevize repuso con sarcasmo:
- Si algún día volvemos a Términus, organizaremos una gran cena para nosotros y todos los amigos a los que queremos invitar, hasta, digamos, cuatro, y seré yo quien pague si esa nave transporta a seres no humanos y usted, si son humanos.
- De acuerdo - aceptó Pelorat.
- Así pues, hecho. - Y Trevize escudriñó la pantalla, intentando ver algún detalle y preguntándose si algún detalle sería suficiente para denunciar, sin ningún género de duda, el carácter no humano (o humano) de los seres que iban a bordo.
69
El cabello gris oscuro de Branno estaba impecablemente peinado y bien habría podido hallarse en el ayuntamiento, considerando su ecuanimidad. No daba muestras de encontrarse en el espacio sólo por segunda vez en su vida. (Y la primera vez, cuando acompañó a sus padres en un viaje turístico a Kalgan, apenas podía contarse. En aquella ocasión sólo tenía tres años.)
Se volvió hacia Kodell y le dijo con cansancio:
- Al fin y al cabo, es deber de Thoobing exponer su opinión y advertirme. Muy bien, me ha advertido. No le culpo.
Kodell, que había abordado la nave de la alcaldesa para hablar con ella sin la dificultad psicológica de la imagen, repuso:
- Hace demasiado tiempo que ocupa el mismo cargo. Empieza a pensar como un sayshelliano.
- Es el peligro que una embajada lleva consigo, Liono. Esperemos hasta que esto haya terminado, le concederemos unas largas vacaciones y después le destinaremos a cualquier otra parte. Es un hombre capaz. Al fin y al cabo, tuvo el acierto de transmitirnos el mensaje de Trevize sin perder un momento.
Kodell esbozó una sonrisa.
- Sí, me dijo que lo había hecho en contra de su voluntad. «Lo hago porque es mi obligación», dijo. Verá, señora alcaldesa, tenía que hacerlo, aun en contra de su voluntad, porque en cuanto Trevize entró en el espacio de la Unión de Sayshell, ordené al embajador Thoobing que nos comunicara, inmediatamente, cualquier información relacionada con él.
- ¿Ah, sí? - La alcaldesa Branno se volvió en su butaca para ver mejor el rostro de Kodell -. ¿Qué le impulsó a hacerlo?
- Consideraciones elementales, en realidad. Trevize utilizaba una nave último modelo de la Fundación y sin duda los sayshellianos se darían cuenta. Es un joven muy poco diplomático y sin duda también se darían cuenta. Por lo tanto, podía meterse en líos y, si hay algo que un miembro de la Fundación sabe, es que si se mete en líos en cualquier lugar de la Galaxia, puede recurrir al representante más cercano de la Fundación. Personalmente no me habría importado ver a Trevize en un lío, ya que eso podría ayudarle a crecer y hacerle un gran bien, pero usted le había enviado al espacio como su pararrayos y yo quería que usted pudiese juzgar la naturaleza de los rayos que atrajera, de modo que me aseguré de que el representante más cercano de la Fundación lo vigilara, nada más.
- ¡Ya veo! Bueno, ahora comprendo por qué Thoobing reaccionó tan enérgicamente. Yo le había enviado una advertencia similar. Ya que cada uno de nosotros se comunicó con él por separado, es lógico que atribuyera a la cuestión más importancia de la que en realidad tiene. ¿Cómo es, Liono, que no me consultó antes de enviar el aviso?
Kodell contestó fríamente:
- Si le consultara todo lo que hago, no tendría tiempo para ser alcaldesa. ¿Cómo es que usted no me comunicó sus intenciones?
Branno respondió con acritud:
- Si le informara de todas mis intenciones, Líono, sabría demasiado. Pero es un asunto trivial, y también lo es la alarma de Thoobing y, en este caso, también lo es cualquier pataleta que puedan tener los sayshellianos. Estoy más interesada en Trevize.
- Nuestras naves de reconocimiento han localizado a Compor. Está siguiendo a Trevize y ambos se dirigen muy cautelosamente hacia Gaia.
- He recibido todos los informes, Liono. Al parecer, tanto Trevize como Compor se toman Gaia muy en serio.
- Todo el mundo se burla de las supersticiones relativas a Gaia, señora alcaldesa, pero todo el mundo piensa: «¿Y si, a pesar de todo...?» Incluso el embajador Thoobing está intranquilo. Podría ser una política muy astuta por parte de los sayshellianos.
Una especie de coloración protectora. Si uno difunde historias de un mundo misterioso e invencible, la gente se apartará no sólo del mundo, sino de cualquier otro mundo cercano, como los de la Unión de Sayshell.
- ¿Cree que por eso el Mulo no atacó Sayshell?
- Posiblemente.
- ¿Sin duda no pensará que la Fundación ha respetado Sayshell a causa de Gaia, cuando nada indica que conociéramos la existencia de ese mundo?
- Admito que no hay ninguna mención de Gaia en nuestros archivos, pero tampoco hay otra explicación razonable para nuestra moderación respecto a la Unión de Sayshell.
- Confiemos, entonces, en que el gobierno sayshelliano, pese a la opinión contraria de Thoobing, se haya convencido a sí mismo, aunque sólo sea un poco, del poder de Gaia y su naturaleza mortífera.
- ¿Por qué?
- Porque, entonces, la Unión de Sayshell no se opondrá a que nos dirijamos hacia Gaia. Cuanto más agraviados se sientan por ello, más seguros estarán de que deben permitírnoslo para que Gaia nos engulla. Pensarán que será una lección muy provechosa y que los futuros invasores no la echarán en saco roto.
- ¿Y si, a pesar de todo, están en lo cierto, alcaldesa? ¿Y si Gaia es mortífero?
Branno sonrió.
- Ahora es usted quien alega el «¿Y si, a pesar de todo...?», ¿verdad, Liono?
- Tengo que prever todas las posibilidades, alcaldesa. Es mi trabajo.
- Si Gaia es mortífero, apresarán a Trevize. Ese es su trabajo puesto que es mi pararrayos. Y también a Compor, espero.
- ¿Lo espera? ¿Por qué?
- Porque eso les hará ser demasiado confiados, lo que nos resultaría muy útil. Subestimarán nuestro poder y serán más fáciles de manejar.
- Pero ¿y si los demasiado confiados somos nosotros?
- No lo somos - dijo Branno categóricamente.
- Esos gaianos, sean lo que sean, pueden ser algo sobre lo que no tengamos ni idea y cuya peligrosidad no podamos juzgar correctamente. Me limito a sugerirlo, alcaldesa, porque incluso habría que sopesar esa posibilidad.
- ¿En serio? ¿Por qué se le ha ocurrido tal cosa, Liono?
- Porque creo que usted piensa que, en el peor de los casos, Gaia es la Segunda Fundación. Sospecho que piensa que es la Segunda Fundación, sin embargo, Sayshell tiene una historia interesante, incluso durante el Imperio. Sólo Sayshell tuvo un sistema de autogobierno. Sólo Sayshell se libró de los peores impuestos bajo los llamados «emperadores malos». En resumen, Sayshell parece haber tenido la protección de Gaia, incluso en tiempos imperiales.
- ¿Y qué?
- Pero la Segunda Fundación fue establecida por Hari Seldon al mismo tiempo que nuestra Fundación. - La Segunda Fundación no existía en tiempos imperiales, y Gaia, sí. Por lo tanto, Gaia no es la Segunda Fundación. Es alguna otra cosa y, tal vez, incluso peor.
- No pienso dejarme aterrorizar por lo desconocido, Liono. Sólo hay dos posibles fuentes de peligro, armas físicas y armas mentales, y estamos preparados para ambas. Usted regrese a su nave y mantenga a las unidades en las afueras de Sayshell. Esta nave irá sola hacia Gaia, pero estaré en comunicación constante con usted y espero que, en caso necesario, acuda en un solo salto. Márchese, Liono, y borre esa expresión trastornada de su rostro.
- ¿Una última pregunta? ¿Está segura de que sabe lo que hace?
- Lo estoy - repuso ella con severidad -. Yo también he estudiado la historia de Sayshell y he visto que Gaia no puede ser la Segunda Fundación, pero, como le he dicho, he recibido todos los informes de las naves de reconocimiento y gracias a ellos...
- ¿Si?
- Bueno, sé dónde está la Segunda Fundación y nos encargaremos de ambas cosas, Lióno. Primero nos ocuparemos de Gaia y luego de Trántor.
17 GAIA
70
Pasaron horas antes de que la nave procedente de la estación espacial llegara a las cercanías del Estrella Lejana, horas que a Trevize le parecieron muy largas.
En una situación normal, Trevize habría enviado una señal y luego habría esperado respuesta: Si no hubiera habido respuesta, habría emprendido una acción evasiva.
Como estaba desarmado y no había habido respuesta, sólo podía esperar. La computadora no respondía a ninguna de sus indicaciones que implicara algo fuera de la nave.
En el interior, al menos, todo funcionaba bien.
Los sistemas de apoyo vital se hallaban en perfecto estado, de modo que él y Pelorat estaban físicamente cómodos. Por alguna razón, esto no le producía ningún alivio. Los minutos pasaban con extraordinaria lentitud y la incertidumbre de lo que iba a suceder le resultaba insoportable. Observó con irritación que Pelorat parecía tranquilo. Como para empeorar las cosas, mientras Trevize no tenía nada de apetito, Pelorat abrió un pequeño recipiente de pollo troceado, que al ser abierto se calentó rápida y automáticamente. Ahora estaba comiéndoselo metódicamente.
Trevize exclamó con irritación:
- ¡Por el espacio, Janov! ¡Eso apesta!
Pelorat pareció sorprendido y olió el recipiente.
- A mí me da la impresión de que huele bien, Golan.
Trevize meneó la cabeza.
- No me haga caso. Estoy preocupado. Pero utilice un tenedor. Los dedos le olerán a pollo durante todo el día.
Pelorat se miró los dedos con asombro.
- ¡Lo siento! No me había fijado. Estaba pensando en otra cosa.
Trevize preguntó con sarcasmo:
- ¿Acaso quiere adivinar a qué tipo de seres no humanos pertenecen las criaturas de esa nave? – Se avergonzaba de estar menos tranquilo que Pelorat.
El era un veterano de la Armada (aunque, naturalmente, nunca hubiese visto una batalla) y Pelorat era un historiador. Sin embargo, su compañero se mostraba más calmado.
Pelorat contestó:
- Sería imposible imaginar qué dirección tomaría la evolución en circunstancias distintas de las imperantes en la Tierra. Quizá las posibilidades no sean infinitas, pero si tan extensas que es lo mismo. Sin embargo, puedo predecir que no son insensatamente violentos y que nos tratarán de un modo civilizado. Si eso no fuera verdad, ahora ya estaríamos muertos.
- Al menos usted aún es capaz de razonar, amigo mío; aún es capaz de estar tranquilo. Mis nervios parecen ser más fuertes que el calmante a que nos han sometido. Siento un extraordinario deseo de levantarme y pasear. ¿Por qué no llegará esa maldita nave?
- Soy un hombre acostumbrado a la pasividad, Golan. Me he pasado toda la vida encorvado sobre algún documento mientras esperaba la llegada, de otros. No haga más que esperar. Usted es un hombre de acción y se angustia cuando no puede actuar.
Trevize notó que parte de su tensión le abandonaba.
- Subestimo su buen juicio, Janov - murmuró.
- No, en absoluto - contestó Pelorat plácidamente -, pero incluso un ingenuo académico, puede encontrar sentido a la vida algunas veces.
- E incluso el más astuto de los políticos puede no hacerlo algunas veces.
- Yo no he dicho eso, Golan.
- No, pero yo sí. En fin, pasemos a la acción. Todavía puedo observar. La nave está suficientemente cerca para parecer claramente primitiva.
- ¿Sólo parecer?
- Si es el producto de mentes y manos no humanas, lo que puede parecer primitivo, de hecho, puede ser simplemente no humano.
- ¿Cree que podría ser un artefacto no humano? - preguntó Pelorat, mientras su cara enrojecía ligeramente.
- No lo sé. Sospecho que los artefactos, por mucho que varíen de una cultura a otra, nunca son tan plásticos como podrían ser los productos de diferencias genéticas.
- Eso sólo es una suposición por su parte. Lo único que conocemos son distintas culturas. No conocemos distintas especies inteligentes y, por lo tanto, no podemos juzgar lo distintos que podrían ser los artefactos.
- Los peces, delfines, pingüinos, calamares, e incluso los ambiflexos, que no son de origen terrícola, suponiendo que los otros lo sean, resuelven el problema del movimiento a través de un medio viscoso con un perfil aerodinámico, de modo que su aspecto no es tan diferente como su constitución genética podría inducimos a creer. Podría ocurrir lo mismo con los artefactos.
- Los tentáculos del calamar y los vibradores helicoidales del ambiflexo - replicó Pelorat - son enormemente distintos el uno del otro, así como de las aletas y las extremidades de los vertebrados. Podría ocurrir lo mismo con los artefactos.
- En todo caso - declaró Trevize -, me siento mejor. Hablar de tonterías con usted, Janov, me calma los nervios. Además, sospecho que pronto sabremos en lo que nos hemos metido. La nave no podrá acoplarse a la nuestra y lo que esté en ella se deslizará por una anticuada correa, o nos obligarán de algún modo a hacerlo nosotros mismos, ya que una sola antecámara no sirve de nada. Al menos que algún no humano emplee otro sistema totalmente distinto.
- ¿De qué tamaño es la nave?
- Sin poder usar la computadora para calcular la distancia de la nave por radar, no podemos saber el tamaño.
Una correa serpenteó hacia el Estrella Lejana.
Trevize dijo:
- O hay un humano a bordo o los no humanos utilizan el mismo sistema. Quizá la correa sea lo único efectivo.
- Podrían utilizar un tubo - sugirió Pelorat -, o una escalera horizontal.
- Son cosas inflexibles. Sería demasiado complicado intentar establecer contacto con ellas. Se necesita algo que combine la resistencia y la flexibilidad.
La correa produjo un débil sonido metálico sobre el Estrella Lejana cuando el sólido casco (y en consecuencia el aire del interior) se puso a vibrar. Tuvo lugar el deslizamiento habitual mientras la otra nave realizaba los debidos ajustes de velocidad requeridos para igualar el avance de las dos embarcaciones. La correa estaba inmóvil en relación a ambas.
Un punto negro apareció sobre el casco de la otra nave y se dilató como la pupila de un ojo.
Trevize gruñó:
- Un diafragma dilatable, en vez de un panel deslizante.
- ¿No humano?
- No necesariamente, supongo. Pero interesante.
Una figura salió al exterior.
Pelorat apretó los labios durante un momento y luego dijo con evidente decepción:
- Lástima. Un humano.
- No necesariamente - replicó Trevize con calma -. Lo único que vemos son cinco proyecciones.
Podrían ser una cabeza, dos brazos y dos piernas, pero también podrían no serlo... ¡Espere!
- ¿Qué?
- Se mueve con más rapidez y suavidad de la que esperaba. ¡Ah!
- ¿Qué?
- Hay algún tipo de propulsión. Por lo que puedo ver, no es a base de cohetes, pero tampoco avanza pasando una mano sobre la otra. No es necesariamente humano.
Les pareció una espera muy larga a pesar del rápido avance de la figura a lo largo de la correa, pero finalmente se oyó el ruido del contacto.
Trevize dijo:
- Sea lo que sea, está a punto de entrar. Mi intención es golpearle en cuanto aparezca, - Cerró el puño.
- Creo que deberíamos tranquilizarnos – sugirió Pelorat -. Quizá sea más fuerte que nosotros. Controla nuestras mentes. Sin duda hay otros en la nave. Esperemos hasta saber algo más.
- Se muestra cada vez más sensato, Janov - comentó Trevize -, y yo cada vez menos.
Oyeron que la antecámara de compresión se abría y finalmente la figura apareció en el interior de la nave.
- Aproximadamente del tamaño normal - murmuró Pelorat -. El traje espacial podría servir para un ser humano.
- Nunca había visto u oído hablar de un diseño así, pero no está fuera de los límites de la manufactura humana, creo yo. No dice nada.
La figura revestida con el traje espacial se hallaba ante ellos y uno de los miembros delanteros ascendió hacia el casco redondeado que, si era de vidrio, sólo tenía transparencia por un lado. Lo que había en su interior no se veía.
El miembro delantero tocó algo con un rápido movimiento que Trevize no percibió claramente y el casco se desprendió del resto del traje, Se levantó.
Lo que quedó al descubierto fue la cara de una mujer joven e indiscutiblemente bonita.
71
El inexpresivo rostro de Pelorat hizo lo que pudo para mostrarse estupefacto.
- ¿Es usted humana? - dijo vacilante.
La mujer enarcó las cejas y frunció los labios. Era imposible saber si el idioma le resultaba desconocido y no comprendía o si comprendía y le extrañaba la pregunta.
Se llevó rápidamente una mano hacia el lado izquierdo del traje, que se abrió en una sola pieza como si estuviera provisto de bisagras. Dio un paso adelante y el traje se mantuvo derecho sin contenido durante unos momentos. Luego, con un leve suspiro que pareció casi humano, cayó al suelo.
La mujer parecía incluso más joven, ahora que se había despojado del traje. Su ropa era suelta y translúcida, con las reducidas prendas interiores visibles como sombras. La túnica exterior le llegaba a las rodillas.
Tenía el busto pequeño y la cintura estrecha, caderas redondeadas y anchas. Sus muslos, que se veían en una nebulosa, eran generosos, pero sus piernas se estrechaban hasta los bonitos tobillos. Tenía el cabello oscuro y largo hasta los hombros, los ojos marrones y grandes, los labios gruesos y ligeramente asimétricos.
Se miró de arriba abajo y luego resolvió el problema de su comprensión del idioma diciendo:
- ¿No parezco humana?
Habló en galáctico con cierta indecisión, como si estuviera esforzándose para lograr una buena pronunciación.
Pelorat asintió y declaró con una leve sonrisa:
- No puedo negarlo. Muy humana. Deliciosamente humana.
La joven abrió los brazos como invitándoles a examinarla mejor.
- Así lo espero, caballero. Muchos hombres han muerto por este cuerpo.
- Yo preferida vivir por él - dijo Pelorat con una vena de galantería que le sorprendió ligeramente.
- Una buena elección - manifestó la joven con solemnidad -. Una vez se ha conseguido este cuerpo, todos los suspiros se convierten en suspiros de éxtasis.
Se echó a reír y Pelorat se rió con ella.
Trevize, cuya frente se había arrugado en un ceño a lo largo de la conversación, le espetó:
- ¿Qué edad tiene?
La mujer pareció encogerse un poco.
- Veintitrés... caballero.
- ¿Por qué ha venido? ¿Qué se propone?
- He venido para escoltarles hasta Gaia. - Su dominio del galáctico no era total y tendía a redondear las vocales en diptongos. Pronunció «venido» como «venidao» y «Gaia» como «Gayao».
- Una muchacha para escoltarnos.
La mujer se irguió y de repente adoptó la actitud del que tiene el mando.
- Yo – dijo - soy Gaia, tanto como otra persona. Era mi turno de trabajo en la estación.
- ¿Su turno? ¿No había nadie más a bordo?
Con orgullo:
- No se necesitaba nadie más. . .
- ¿Y ahora está vacía?
- Yo ya no estoy en ella, caballeros, pero no está vacía. Ella está allí.
- ¿Ella? ¿A quién se refiere?
- A la estación. Es Gaia. No me necesita. Retiene esta nave.
- Entonces, ¿qué hace usted en la estación?
- Es mi turno de trabajo.
Pelorat había cogido a Trevize por la manga y había sido repelido. Volvió a intentarlo.
- Golan - dijo, en un susurro apremiante -. No le grite. Sólo es una niña. Permítame encargarme de esto.
Trevize meneó la cabeza airadamente, pero Pelorat preguntó:
- Jovencita, ¿cómo se llama?
La mujer sonrió con repentina alegría, como en respuesta al tono más suave, y dijo:
- Bliss.
- ¿Bliss? - repitió Pelorat -. Un nombre muy bonito. Sin duda eso no es todo.
- Claro que no. No se puede tener un nombre de una sílaba, e duplicaría en todas las secciones y no distinguiríamos a uno de otro, de modo que los hombres se morirían por el cuerpo equivocado. Blissenobiarella es mi nombre completo.
- Eso es demasiado largo.
- ¿Qué? ¿Siete sílabas? No es mucho. Tengo amigos con nombres de quince sílabas y nunca logran encontrar la combinación perfecta para el diminutivo. Yo me decidí por Bliss al cumplir quince años.
Mi madre se llamaba «Nobby», ¿se lo imagina?
- En galáctico, «bliss» significa «éxtasis» o «extrema felicidad» - dijo Pelorat.
- En gaiano, también. No es muy diferente del galáctico, y «éxtasis» es la impresión que yo pretendo comunicar.
- Yo me llamo Janov Pelorat.
- Lo sé. Y este otro caballero, el que grita, es Golan Trevize. Recibimos un mensaje desde Syshell.
Trevize se apresuró a preguntar, con los ojos entornados:
- ¿Cómo recibió usted el mensaje?
Bliss se volvió a mirarlo y respondió con calma:
- No fui yo. Fue Gaia.
Pelorat dijo:
- Señorita Bliss, ¿podemos mi compañero y yo hablar en privado unos momentos?
- Sí, por supuesto, pero tenemos que darnos prisa, compréndalo.
- No tardaremos. - Tiró con fuerza del codo de Trevize y éste le siguió de mala gana hasta la otra habitación.
Trevize dijo en un susurro:
- ¿Qué es todo eso? Estoy seguro de que nos está oyendo. Lo más probable es que lea nuestras mentes, maldita criatura.
- Tanto si lo hace como si no, necesitamos un poco de aislamiento psicológico. Escuche, viejo amigo, déjela en paz. No podemos hacer nada, y es absurdo ensañarse con ella. Probablemente ella tampoco puede hacer nada. Sólo es una mensajera. En realidad, mientras permanezca a bordo, probablemente estemos a salvo; no la habrían enviado aquí si pensaran destruir la nave. Siga atacándola y quizá la destruyan, así como a nosotros, en cuanto la saquen de aquí.
- No me gusta sentirme indefenso - gruñó Trevize.
- Ni a usted ni a nadie. Pero actuar como un pendenciero no le hace menos indefenso. Sólo le hace un pendenciero indefenso. Oh, mi querido amigo, no pretendo atacarle y debe perdonarme si soy excesivamente crítico con usted, pero la muchacha no tiene la culpa de nada.
- Janov, es suficientemente joven para ser su hija menor.
Pelorat se irguió.
- Más motivo para tratarla amablemente. No sé qué quiere insinuar con estas palabras.
Trevize reflexionó unos momentos, y luego su rostro se iluminó.
- Muy bien. Tiene razón y yo estoy equivocado. Sin embargo, es irritante que hayan enviado a una muchacha. Habrían podido enviar a un militar, por ejemplo, dándonos la sensación de tener algún valor, por así decirlo. ¿Una simple muchacha? ¿Y se empeña en hacer recaer la responsabilidad sobre Gaia?
- Seguramente se refiere a un gobernante que toma el nombre del planeta como título honorífico, o bien se refiere al consejo planetario. Lo averiguaremos, pero no con preguntas directas.
- ¡Muchos hombres han muerto por su cuerpo! - dijo Trevize -. ¡Huh! ¡Tiene demasiado trasero!
Nadie le pide que muera por él, Golan - replicó Pelorat con amabilidad -. ¡Vamos! Reconozca qué sabe reírse de sí misma. Considero que es muy divertido y una muestra de buen carácter.
Encontraron a Bliss inclinada sobre la computadora, observando sus componentes con las manos a la espalda, como si temiera tocarla.
Alzó la mirada cuando entraron, agachando la cabeza bajo el dintel.
- Es una nave asombrosa – comentó -. No entiendo la mitad de lo que veo, pero si van a hacerme un regalo de bienvenida, que sea éste. Es preciosa. En comparación, mi nave parece horrorosa.
Su rostro adquirió una expresión de ardiente curiosidad.
- ¿Son ustedes realmente de la Fundación?
- ¿Cómo es que conoce la existencia de la Fundación? - preguntó Pelorat.
- Lo estudiamos en la escuela. Principalmente a causa del Mulo.
- ¿Por qué a causa del Mulo, Bliss?
- Es uno de nosotros, caba... ¿Qué sílaba de su nombre prefiere que use, caballero?
Pelorat contestó:
- Jan o Pel. ¿Cuál prefiere usted?
- Es uno de nosotros, Pel - dijo Bliss con una sonrisa de camaradería -. Nació en Gaia, pero nadie parece saber exactamente dónde.
Trevize intervino:
- Me imagino que es un héroe gaiano, ¿verdad, Bliss? - Se mostró decididamente, casi agresivamente, amistoso y lanzó una ojeada conciliadora en dirección a Pelorat -. Llámeme Trev - añadió.
- Oh, no - contestó ella de inmediato -. Es un malhechor. Abandonó Gaia sin permiso, y nadie debe hacer tal cosa. Nadie sabe cómo lo hizo. Pero se marchó, y supongo que por eso terminó tan mal. La Fundación le venció.
- ¿La Segunda Fundación? - inquirió Trevize.
- ¿Acaso hay más de una? Me imagino que si pensara en ello lo sabría, pero la historia no me interesa demasiado. Me interesa lo que Gaia crea mejor. Si la historia no me llama la atención, es porque ya hay suficientes historiadores o porque yo no estoy bien dotada para ella. Probablemente estén adiestrándome para técnico espacial. Siempre me asignan trabajos como éste y parece que me gusta, y es lógico suponer que no me gustaría si...
Hablaba rápidamente, casi sin aliento, y Trevize tuvo que hacer un esfuerzo para intercalar una frase.
- ¿Quién es Gaia?
Bliss pareció desconcertada.
- Sólo Gaia... Por favor, Pel y Trev, no perdamos más tiempo. Tenemos que llegar a la superficie.
- Vamos hacia allí, ¿verdad?
- Sí, pero lentamente. Gaia cree que ustedes pueden avanzar con mucha más rapidez si utilizan el potencial de su nave. ¿Quieren hacerlo, por favor?
- Podríamos - dijo Trevize sombríamente -. Pero si recupero el control de la nave, ¿no sería más probable que saliéramos zumbando en dirección opuesta?
Bliss se echó a reír.
- ¡Qué gracioso! Naturalmente, no puede ir en una dirección que Gaia no quiera que vaya. Pero puede ir más de prisa en la dirección que Gaia quiere que vaya. ¿Lo entiende?
- Lo entiendo - repuso Trevize -, e intentaré dominar mi sentido del humor. ¿Dónde aterrizo, cuando llegue a la superficie?
- No importa. Usted ponga rumbo hacia abajo y aterrizará en el lugar correcto. Gaia se encargará de ello.
- ¿Se quedará usted con nosotros, Bliss, y se ocupará de que nos traten bien? - preguntó Pelorat.
- Supongo que puedo hacerlo. Los honorarios habituales por mis servicios, y me refiero a esa clase de servicios, pueden incluirse en mi tarjeta de control.
- ¿Y la otra clase de servicios?
Bliss emitió una risita entrecortada.
- Es usted un anciano muy simpático.
Pelorat dio un respingo.
72
Bliss reaccionó con ingenua excitación ante el rápido descenso hacia Gaia.
- No hay sensación de aceleración - dijo.
- Es una propulsión gravítica - explicó Pelorat -. Todo acelera al mismo tiempo, incluidos nosotros, de modo que no notamos nada.
- Pero ¿cómo funciona, Pel?
Pelorat se encogió de hombros.
- Creo que Trev lo sabe - dijo -, pero no creo que esté de humor para explicárselo.
Trevize había descendido casi temerariamente por el pozo de gravedad de Gaia. La nave respondía a sus instrucciones, como Bliss le había advertido, de un modo parcial. Un intento de cruzar oblicuamente las líneas de fuerza gravítica fue aceptado, aunque con cierta vacilación. Un intento de elevarse fue terminantemente denegado.
La nave seguía sin ser suya.
Pelorat - preguntó con mansedumbre:
- ¿No está descendiendo con demasiada rapidez, Golan?
Trevize, en un tono de voz inexpresivo y procurando controlar su ira (más por Pelorat que otra cosa), respondió:
- La señorita dice que Gaia cuidará de nosotros.
- Desde luego, Pel. Gaia no permitiría que esta nave hiciese algo que no fuera seguro. ¿Hay algo de comer a bordo? - dijo Bliss.
- Sí, claro - contestó Pelorat -. ¿Qué le apetecería?
- Nada de carne, Pel - dijo Bliss rápidamente -, pero tomaré pescado o huevos, así como cualquier tipo de verdura que tengan.
- Parte de la comida que tenemos es sayshelliana, Bliss - dijo Pelorat -. No estoy seguro de lo que hay en ella, pero quizá le guste.
- Bueno, la probaré - aceptó Bliss con tono dubitativo.
- ¿Son vegetarianos los habitantes de Gaia? - inquirió Pelorat.
- Muchos de ellos lo son - Bliss asintió enérgicamente con la cabeza -. Depende de las sustancias nutritivas que el cuerpo necesite en casos particulares. Ultimamente no me ha apetecido la carne, por lo que supongo que no la necesito. Y no he tenido ansias de nada dulce. El queso me sabe bien, y las gambas. Probablemente necesite perder peso. – Se dio una resonante palmada en la nalga derecha -. Tengo que perder uno o dos kilos aquí.
- No veo por qué - dijo Pelorat -. Le proporciona algo cómodo sobre lo que sentarse.
Bliss se volvió para mirarse el trasero lo mejor que pudo.
- Oh, bueno, no importa. El peso aumenta o disminuye como debe. No tendría que preocuparme.
Trevize guardaba silencio porque estaba forcejeando con el Estrella Lejana. Había titubeado demasiado para entrar en órbita y la nave empezaba a traspasar los límites de la exosfera planetaria con un estridente chirrido. Poco a poco, la nave iba escapando a su control. Era como si alguna otra cosa hubiese aprendido a manejar los motores gravíticos.
El Estrella Lejana, actuando aparentemente por sí solo, describió una curva ascendente hacia aire más tenue y aminoró la velocidad. Tomó una trayectoria por su propia cuenta e inició una suave curva descendente.
Bliss no había hecho caso del agudo sonido de resistencia aérea y olió el vapor que salía del recipiente.
- Debe de ser bueno, Pel, porque si no lo fuera, no olería bien y yo no querría comerlo. - Metió uno de sus delgados dedos y luego lo lamió -. Ha acertado, Pel. Son gambas o algo por el estilo. ¡Estupendo!
Con una mueca de descontento, Trevize abandonó la computadora.
- Joven - llamó, como si la viese por primera vez.
- Me llamo Bliss - replicó Bliss con firmeza.
- ¡Bliss, entonces! Usted sabía nuestros nombres.
- Sí, Trev.
- ¿Cómo lo sabía?
- Era importante que lo supiese, a fin de hacer mi trabajo. Así pues, lo supe.
- ¿Sabe quién es Munn Li Compor?
- Lo sabría... si para mí fuera importante saberlo. Como no lo sé, el señor Compor no vendrá aquí.
En realidad - hizo una pausa -, no vendrá nadie más que ustedes dos.
- Ya lo veremos.
Estaba mirando hacia abajo. Era un planeta nublado. No había una sólida capa de nubes, sino una capa fina que se extendía de un modo asombrosamente uniforme y no ofrecía una vista clara de ninguna parte de la superficie planetaria.
Cambió a microondas y el radariscopio centelleó.
La superficie casi era una imagen del cielo. Parecía un mundo de islas; como Términus, pero más. No había ninguna isla grande y ninguna estaba muy aislada. Podía tratarse de un archipiélago planetario.
La órbita de la nave se inclinaba hacia el plano ecuatorial, pero no vio rastro de casquetes polares.
Tampoco se veían las inequívocas muestras de distribución irregular de la población, como sería de esperar, por ejemplo, en la iluminación del lado nocturno.
- ¿Descenderé cerca de la ciudad capital, Bliss? - preguntó Trevize.
Bliss contestó con indiferencia:
- Gaia le escogerá algún lugar conveniente.
- Yo preferiría una gran ciudad.
- ¿Se refiere a una agrupación de gente?
- Sí.
- Eso lo decidirá Gaia.
La nave continuó el descenso y Trevize se distrajo adivinando en qué isla aterrizaría.
Cualquiera que fuese, parecía que lo harían en el transcurso de aquella hora.
73
La nave aterrizó de un modo suave, como si se tratara de una pluma, sin una sola sacudida, sin un solo efecto gravitatorio. Desembarcaron, uno por uno: primero Bliss, luego Pelorat, y finalmente Trevize.
El clima era comparable con el inicio del verano en la ciudad de Términus. Había una ligera brisa, y lo que parecía un sol matinal brillaba en un cielo moteado. El terreno era verde bajo sus pies y a un lado se veían las apretadas hileras de árboles que indicaban un huerto, mientras que al otro se divisaba la lejana línea de la costa.
Se oía el leve zumbido de lo que podrían ser insectos, el aleteo de un pájaro o alguna pequeña criatura voladora, encima de ellos y hacia un lado, y el clac-clac de lo que podría ser algún instrumento agrícola.
Pelorat fue el primero en hablar, y no mencionó nada de lo que veía y oía. En cambio, aspiró profundamente y exclamó:
- Ah, huele bien, como una compota de manzana recién hecha.
- Probablemente lo que estemos mirando sea un manzanar y, al parecer, están haciendo compota de manzana - dijo Trevize.
- Su nave, por el contrario - comentó Bliss -, olía como... Bueno, olía muy mal.
- No se ha quejado mientras se hallaba a bordo - gruñó Trevize.
- Tenía que ser cortés. Era una huésped.
- ¿Qué hay de malo en seguir siéndolo?
- Ahora estoy en mi propio mundo. Ustedes son los huéspedes. Sean ustedes corteses.
- Seguramente tiene razón acerca del olor, Golan. ¿Hay algún modo de airear la nave? - dijo Pelorat.
- Sí - repuso Trevize con irritación -. Puede hacerse, si esta criaturita nos asegura que nadie se acercará a ella. Ya nos ha demostrado que puede ejercer un poder extraordinario.
Bliss se irguió al máximo.
- No soy una criaturita y si dejar su nave en paz es lo que se necesita para limpiarla, le aseguro que dejarla en paz será un placer.
- Y después, ¿puede llevarnos ante esa persona a la que usted llama Gaia? - preguntó Trevize.
Bliss pareció divertida.
- No sé si podrá creerlo, Trev. Yo soy Gaia.
Trevize la miró con asombro. A menudo había oído la frase «ordenar los pensamientos» en un sentido metafórico. Por primera vez en su vida se sintió literalmente ocupado en hacerlo. Al. fin preguntó:
- ¿Usted?
- Sí. Y el terreno. Y aquellos árboles. Y ese conejo que va por allí. Y el hombre al que ven a través de los árboles. Todo el planeta y todo lo que hay en él es Gaia. Todos somos individuos, organismos separados, pero compartimos una conciencia general.
El planeta inanimado es el que menos lo hace, las diversas formas de vida hasta cierto grado, y los seres humanos los que más, pero todos la compartimos.
- Creo, Trevize, que eso significa que Gaia es una especie de conciencia colectiva - dijo Pelorat.
Trevize asintió.
- Ya lo había deducido... En ese caso, Bliss, ¿quién gobierna este mundo?
- Se gobierna a sí mismo. Esos árboles crecen espontáneamente. Sólo se multiplican hasta el punto necesario para sustituir a aquellos que han muerto.
Los seres humanos recogen las manzanas que se necesitan; otros animales, incluidos los insectos, comen su parte... y sólo su parte.
- Los insectos saben cuál es su parte, ¿verdad? - inquirió Trevize.
- Sí, así es... en cierto modo. Llueve cuando es necesario y a veces llueve copiosamente cuando es necesario, y a veces hay un largo período de sequía, cuando es necesario.
- Y la lluvia sabe qué hacer, ¿verdad?
- Sí, así es - dijo Bliss con seriedad -. En su propio cuerpo, ¿no saben las distintas células lo que deben hacer? ¿Cuándo crecer y cuándo dejar de crecer? ¿Cuándo formar ciertas sustancias y cuán do no; y cuando las forman, qué cantidad formar, ni más ni menos? Hasta cierto punto, cada célula es una fábrica de productos químicos independiente, pero todas se abastecen de un fondo común de materias primas distribuidas por un sistema de transporte común, todas vierten los desperdicios en canales comunes, y todas contribuyen a una conciencia colectiva.
Pelorat exclamó con entusiasmo:
- ¡Pero esto es fantástico! Está diciendo que el planeta es un superorganismo y que usted es una célula de ese superorganismo.
- Estoy haciendo una analogía, no una identidad.
Somos el análogo de las células, pero no idénticas a ellas, ¿lo entienden?
- ¿En qué aspecto - preguntó Trevize - no son células?
- Nosotros mismos estamos compuestos de células y tenemos una conciencia colectiva en relación a las células. Esta conciencia colectiva, esta conciencia de un organismo individual..., en mi caso, un ser humano...
- Con un cuerpo por el que se mueren los hombres.
- Exactamente. Mi conciencia está mucho más desarrollada que la de cualquier célula individual, muchísimo más desarrollada. El hecho de que nosotros, a nuestra vez, formemos parte de una conciencia colectiva aún más amplia en un nivel más elevado no nos reduce al nivel de células. Continúo siendo un ser humano, pero por encima de nosotros hay una conciencia colectiva tan fuera de mi alcance como mi conciencia lo está del de una de las células musculares de mi bíceps.
- Sin duda alguien ordenó que nuestra nave fuese apresada - dijo Trevize.
- ¡No, alguien no! Gaia lo ordenó. Todos nosotros lo ordenamos.
- ¿Los árboles y el suelo, también, Bliss?
- Contribuyeron muy poco, pero contribuyeron.
Escuche, si un músico escribe una sinfonía, ¿pregunta usted qué célula determinada de su cuerpo ordenó la composición de la sinfonía y supervisó su elaboración?
Pelorat dijo:
- Y supongo que la mente colectiva, por así decirlo, de la conciencia colectiva es mucho más fuerte que una mente individual, del mismo modo que un músculo es mucho más fuerte que una célula muscular individual. En consecuencia Gaia puede capturar nuestra nave a distancia controlando nuestra computadora, a pesar de que ninguna mente individual del planeta habría podido hacerlo.
- Lo ha entendido perfectamente, Pel - dijo Bliss.
- Y yo también lo he entendido - declaró Trevize -. No es tan difícil. Pero ¿qué quieren de nosotros? No hemos venido a atacarles. Hemos venido en busca de información. ¿Por qué nos han apresado?
- Para hablar con ustedes.
- Podría haber hablado con nosotros en la nave.
Bliss meneó la cabeza con gravedad.
- Yo no soy quien debe hacerlo.
- ¿No forma parte de la mente colectiva?
- Sí, pero no puedo volar como un pájaro, zumbar como un insecto o crecer tanto como un árbol.
Hago lo que es mejor para mí y lo mejor no es que les dé la información..., aunque habrían podido asignarme fácilmente esa tarea.
- ¿Quién decidió no asignársela?
- Todos lo hicimos.
- ¿Quién nos dará la información?
- Dom.
- Y ¿quién es Dom?
- Pues bien - contestó Bliss -, su nombre completo es. findomandiovizamarondeyaso.., y algo más.
Distintas personas le llaman por distintas sílabas en distintas ocasiones, pero yo le conozco como Dom y creo que ustedes dos también deben usar esa sílaba. Probablemente es el que tiene una parte más grande de Gaia de todos los habitantes del planeta y vive en esta isla. Pidió verles y se le concedió.
- ¿Quién se lo concedió? - preguntó Trevize, y se respondió en seguida a sí mismo -: Sí, lo sé; todos ustedes.
Bliss asintió.
- ¿Cuándo veremos a Dom, Bliss? - dijo Pelorat.
- Ahora mismo. Si quiere seguirme, le conduciré hasta él, Pel. Y, naturalmente, a usted también, Trev.
- Y entonces, ¿nos dejará? - preguntó Pelorat.
- ¿No quiere que lo haga, Pel?
- La verdad es que no.
- Ahí tienen - dijo Bliss, mientras la seguían por un camino pavimentado que bordeaba el huerto -. Los hombres en seguida se apasionan por mí. Incluso los mesurados ancianos se sienten llenos de ardor juvenil.
Pelorat se echó a reír.
- Yo no contaría con mucho ardor juvenil, Bliss, pero si lo tuviera no podría emplearlo mejor que con usted.
- Oh, no menosprecie su ardor juvenil. Puedo hacer maravillas - dijo Bliss.
Trevize preguntó con impaciencia:
- Una vez lleguemos adonde vamos, ¿cuánto rato tendremos que esperar a ese Dom?
- El estará esperándoles a ustedes. Al fin y al cabo, Dom mediante Gaia ha trabajado varios años para traerles aquí.
Trevize se detuvo en seco y dirigió una rápida mirada a Pelorat, que dijo en silencio con los labios: «Usted tenía razón.»
Bliss, que miraba fijamente hacia delante, dijo con calma:
- Sé, Trev, que usted ha sospechado que yo/nosotros/Gaia estaba interesada en usted.
- ¿Yo/nosotros/Gaia? - inquirió suavemente Pelorat.
Ella se volvió para sonreírle.
- Tenemos todo un conjunto de pronombres distintos para expresar los matices de individualidad que existen en Gaia. Podría explicárselo, pero hasta entonces «yo/nosotros/Gaia» les indicará de un modo simplificado lo que quiero decir. Por favor Trev, siga andando. Dom les espera y no quiero obligarle a mover las piernas en contra de su voluntad. Es una sensación muy desagradable cuando no se está acostumbrado.
Trevize siguió andando. La ojeada que lanzó a Bliss revelaba su profunda desconfianza.
74
Dom era un anciano. Recitó las doscientas cincuenta y tres sílabas de su nombre con una fluidez musical de tono y énfasis.
- En cierto sentido – dijo -, es una breve biografía de mí mismo. Explica al oyente, o al lector, o al sensor, quién soy yo, qué papel he desempeñado en el conjunto y qué he realizado. Sin embargo, durante más de cincuenta años me he conformado con que me llamaran Dom. Cuando hay otros Dom presentes, pueden llamarme Domandio, y en mis diversas relaciones profesionales se utilizan otras variantes. Una vez cada año gaiano, el día de mi cumpleaños, se recita mentalmente mi nombre completo, tal como yo se lo he recitado de viva voz. Es muy efectivo, pero resulta personalmente desconcertante.
Era alto y delgado, casi escuálido. Sus hundidos ojos brillaban con una anómala expresión juvenil, a pesar de que se movía muy lentamente. Su afilada nariz era estrecha y larga y se ensanchaba en la parte inferior. Sus manos, aunque surcadas por hinchadas venas, no mostraban indicios de artritis. Llevaba una larga túnica tan gris como su cabello. Descendía hasta sus tobillos y sus sandalias dejaban los dedos de los pies al descubierto.
Trevize preguntó:
- ¿Qué edad tiene, señor?
- Haga el favor de llamarme Dom, Trev. El empleo de otros títulos induce a la formalidad e inhibe el libre intercambio de ideas entre usted y yo. En años galácticos ya he sobrepasado los noventa y tres, pero la verdadera celebración será dentro de pocos meses, cuando llegue al nonagésimo aniversario de mi nacimiento en años gaianos.
- No le habría echado más de setenta y cinco, se... Dom - dijo Trevize.
- Según los criterios gaianos no soy nada extraordinario, ni en los años que tengo ni en los que aparento, Trev... Pero, vamos a ver, ¿hemos comido?
Pelorat bajó la mirada hacia su plato, donde quedaban los restos de una comida preparada del modo más insulso, y dijo con timidez:
- Dom, ¿me permite hacerle una pregunta embarazosa? Naturalmente, si es ofensiva, haga el favor de decírmelo, y la retiraré.
- Adelante - contestó Dom, sonriendo -. Estoy dispuesto a explicarles cualquier cosa de Gaia que despierte su curiosidad.
- ¿Por qué? - inquirió Trevize de inmediato.
- Porque son huéspedes de honor... ¿Puedo oír la pregunta de Pel?
- Ya que todas las cosas de Gaia participan de la conciencia colectiva, ¿cómo es que usted, un elemento de la colectividad, puede comer esto, que sin duda era otro elemento?
- ¡Cierto! Pero todas las cosas recirculan. Debemos comer y todo lo que se come, plantas y animales, así como los aderezos inanimados, son parte de Gaia. Pero es que, verá, nada se mata por placer o deporte, nada se mata con sufrimientos innecesarios.
Y me temo que no intentamos exaltar nuestras preparaciones alimenticias, pues ningún gaiano comería más de lo necesario. ¿No ha disfrutado de esta comida, Pel? ¿Trev? Bueno, las comidas no son para disfrutar.
»Además, lo que se come, al fin y al cabo, sigue formando parte de la conciencia planetaria. En cuanto a las porciones que se incorporan a mi cuerpo, participarán en mayor grado de la conciencia total.
Cuando yo muera, también me comerán, aunque sólo sean las bacterias de la putrefacción, y entonces participaré en un grado mucho menor del total.
Pero algún día, algunas partes de mí serán partes de otros seres humanos, partes de muchos.
- Una especie de transmigración de almas – dijo Pelorat.
- ¿De qué, Pel?
- Hablo de un antiguo mito que es corriente en algunas mundos.
- Ah, no lo conozco. Tendrá que explicármelo en alguna ocasión.
- Pero su conciencia individual, lo que hay en usted que es Dom, nunca volverá a reunirse totalmente - dijo Trevize.
- No, claro que no. Pero ¿acaso importa? Seguirá formando parte de Gaia y eso es lo que cuenta. Entre nosotros hay místicos que se preguntan si deberíamos tomar medidas para desarrollar recuerdos colectivos de existencias pasadas, pero el sentir de Gaia es que eso no puede hacerse de un modo práctico y no serviría de nada. Unicamente empañaría la conciencia actual, Como es lógico, cuando cambien las circunstancias, el sentir de Gaia también puede cambiar, pero no creo que eso ocurra en el futuro previsible.
- ¿Por qué debe morir, Dom? - preguntó Trevize -. Mírese a los noventa años. ¿No podría la conciencia colectiva...?
Por primera vez, Dom frunció el ceño.
- Nunca – dijo -. Yo no puedo contribuir en nada más. Cada nuevo individuo es una reorganización de moléculas y genes en algo nuevo. Nuevos talentos, nuevos dones, nuevas contribuciones a Gaia. Debemos tenerlos, y el único modo de lograrlo es hacer sitio. Yo he hecho más que la mayoría, pero incluso yo tengo límite y está acercándose. No hay más deseo de vivir más allá del propio límite que de morir antes de él.
Y entonces, como si se percatara de que había dado un sesgo demasiado sombrío a la conversación, se levantó y alargó los brazos hacia los dos.
- Vengan, Trev... Pel... acompáñenme a mi estudio y les enseñaré algunos de mis objetos artísticos personales. Espero que no culpen a un viejo por estas pequeñas vanidades.
Abrió la marcha hacia otra habitación donde, sobre una mesita circular, había un grupo de lentes ahumadas unidas en parejas.
- Estas - dijo Dom - son participaciones diseñadas por mí. No soy uno de los maestros, pero me especializo en inanimados, algo que los maestros no suelen hacer.
Pelorat preguntó:
- ¿Puedo coger una? ¿Son frágiles?
- No, no. Tírelas al suelo si quiere. O quizá sea mejor que no lo haga. El golpe podría menguar la agudeza visual.
- ¿Cómo se usan, Dom?
- Póngaselas sobre los ojos. Se le adherirán. No transmiten luz. Todo lo contrario. Oscurecen la luz que de otro modo podría distraerle, aunque la percepción llega a su cerebro por medio del nervio óptico. Esencialmente su conciencia se agudiza y puede participar en otras facetas de Gaia. En otras palabras, si mira aquella pared, experimentará lo mismo que experimenta la pared.
- Fascinante - murmuró Pelorat -. ¿Puedo intentarlo?
- Desde luego, Pel. Escoja una al azar. Cada una es distinta y muestra la pared, o cualquier otro objeto inanimado que mire, en un aspecto distinto de la conciencia del objeto.
Pelorat se colocó un par sobre los ojos y se adhirieron en seguida. Se sobresaltó con el contacto y luego permaneció inmóvil durante largo rato.
Dom dijo:
- Cuando termine, ponga las manos a ambos lados de la participación y apriételas una hacia la otra.
Se desprenderá.
Pelorat lo hizo así, parpadeó con rapidez, y se frotó los ojos.
- ¿Qué ha experimentado? - preguntó Dom.
Pelorat contestó:
- Es difícil describirlo. La pared parecía relucir y titilar y, a veces, parecía volverse fluida. Parecía tener aristas y simetrías cambiantes. Lo... lo siento, Dom, pero no lo he encontrado agradable.
Dom suspiró.
- Usted no participa en Gaia, de modo que no ve lo que yo veo. Me lo temía. ¡Lástima! Le aseguro que, aunque estas participaciones son apreciadas fundamentalmente por su valor estético, también tienen sus usos prácticos. Una pared feliz es una pared de larga vida, una pared práctica, una pared útil.
- ¿Una pared feliz? - dijo Trevize, con una leve sonrisa.
Dom explicó:
- Una pared puede experimentar una débil sensación que es análoga a lo que «feliz» significa para nosotros. Una pared es feliz cuando está bien diseñada, cuando descansa firmemente sobre sus cimientos, cuando su simetría equilibra sus partes y no produce tensiones desagradables. Es posible hacer un buen diseño basándose en los principios matemáticos de la mecánica, pero el empleo de una participación adecuada puede ajustarlo a dimensiones virtualmente atómicas. En Gaia no hay ningún escultor que pueda realizar una obra de arte de primera clase sin una participación bien hecha y las que yo hago se consideran excelentes... si no está mal que lo diga yo mismo.
»Las participaciones animadas, que no son mi especialidad - continuó Dom con el tipo de excitación que puede esperarse de alguien que habla sobre su pasatiempo favorito -, nos proporcionan, por analogía, una experiencia directa del equilibrio ecológico.
El equilibrio ecológico de Gaia es muy sencillo, igual que en todos los mundos, pero aquí, al menos, tenemos la esperanza de hacerlo más complejo y así enriquecer enormemente la conciencia total.
Trevize alzó una mano para anticiparse a Pelorat y le indicó que guardara silencio.
- ¿Cómo sabe que un planeta puede tener un equilibrio ecológico más complejo si todos lo tienen sencillo? - dijo.
- Ah - repuso Dom, con expresión astuta -, quiere ponerme a prueba. Usted sabe tan bien como yo que el hogar original de la humanidad, la Tierra, tenía un equilibrio ecológico enormemente complejo. Sólo los mundos secundarios, los mundos derivados, son sencillos.
Pelorat no pudo seguir callado.
- Este es el problema al que he dedicado mi vida. ¿Por qué sólo la Tierra tuvo una ecología compleja? ¿Qué la distinguía de otros mundos? ¿Por qué los millones y millones de mundos de la Galaxia, mundos que eran capaces de albergar vida, sólo desarrollaron una vegetación insignificante, junto con pequeñas formas de vida animal sin inteligencia?
- Tenemos una teoría al respecto; una fábula, quizá. No puedo garantizar su autenticidad. De hecho, a primera vista, parece ficción - repuso Dom.
En este punto Bliss, que no había participado en la comida, entró en la habitación, sonriendo a Pelorat. Llevaba una blusa plateada, muy transparente.
Pelorat se levantó de inmediato.
- Creía que nos había abandonado.
- De ningún modo. Tenía informes que redactar, trabajo que hacer. ¿Puedo unirme a ustedes, Dom?
Dom también se había levantado (aunque Trevize permanecía sentado).
- Eres bien recibida y cautivas estos ojos envejecidos.
- Para cautivarle a usted me he puesto esta blusa. Pel está por encima de esas cosas y a Trev le desagradan.
Pelorat protestó:
- Si cree que estoy por encima de esas cosas, Bliss, quizá algún día le dé una sorpresa.
- Sería una sorpresa deliciosa - repuso Bliss, y se sentó. Los dos hombres la imitaron -. No dejen que yo les interrumpa, por favor.
- Estaba punto de contar a nuestros huéspedes la historia de la Eternidad - dijo Dom -. Para comprenderla, antes deben comprender que pueden existir muchos universos distintos, un número virtualmente infinito. Cada acontecimiento que tiene lugar puede tener lugar o no tener lugar, o puede tener lugar de este modo o de aquel otro, y cada una de las numerosísimas alternativas resultará en un futuro curso de acontecimientos que son distintos, al menos, hasta cierto grado.
»Bliss podría no haber entrado precisamente ahora; o podría haber estado con nosotros un poco antes; o mucho antes; o habiendo entrado ahora, podría llevar una blusa distinta; o incluso con esta blusa, podría no haber sonreído a los viejos con picardía como es su bondadosa costumbre. En cada una de estas alternativas, o en cada una de las incontables alternativas de este mismo acontecimiento, el Universo habría tomado un camino distinto, así como en lo referente a todas las otras variaciones de todos los otros acontecimientos, aunque sean insignificantes.
Trevize se movió con desasosiego.
- Creo que es una especulación común de mecánica cuántica... y muy antigua, además.
- Ah, la conoce. Pero prosigamos. Imagínense que los seres humanos pueden inmovilizar el número infinito de universos, pasar de uno a otro según su voluntad, y escoger cuál debe ser el «real», cualquiera que sea el significado de esa palabra en este caso.
- Oigo sus palabras e incluso me imagino el concepto que describe, pero no puedo creer que nada de todo esto pueda llegar a ocurrir - objetó Trevize.
- En general, yo tampoco - dijo Dom -, por lo cual he aclarado que parecería una fábula. Sin embargo, la fábula asegura que hubo quienes salieron del tiempo y examinaron los innumerables ramales de la realidad potencial. Estas personas se llamaron «eternos» y cuando salieron del tiempo se encontraron en la llamada «Eternidad».
»Ellos se encargaron de escoger la realidad más adecuada para la humanidad. Modificaron muchísimas cosas, y la historia cuenta muchos detalles, pues debo decirles que ha sido escrita en forma de una epopeya sumamente larga. Al fin encontraron (así lo afirman) un universo en el que la Tierra era el único planeta de toda la Galaxia donde había un sistema ecológico complejo, así como el desarrollo de una especie inteligente capaz de elaborar una avanzada tecnología.
»Decidieron que ésta era la situación en la que la humanidad estaría más segura. Inmovilizaron ese ramal de acontecimientos como realidad y luego suspendieron las operaciones. Ahora vivimos en una Galaxia poblada sólo por seres humanos y, en alto
grado, por las plantas, animales y vida microscópica que los seres humanos llevan consigo, voluntariamente o no, de un planeta a otro, y que suelen hacer desaparecer la vida indígena.
»En algún lugar recóndito de la probabilidad hay otras realidades en las que la Galaxia es sede de muchas inteligencias, pero son inalcanzables. Nosotros estamos solos en nuestra realidad. A partir de cada acción y cada suceso de nuestra realidad, parten nuevos ramales, de los que sólo uno en cada caso es una continuación de la realidad, de modo que hay un gran número de universos potenciales, quizás un número infinito, que se derivan del nuestro, pero todos ellos son presuntamente parecidos por albergar la Galaxia de una sola inteligencia donde vivimos... O quizá debería decir que todos menos un pequeñísimo porcentaje son parecidos en este aspecto, ya que es peligroso excluir algo cuando las posibilidades son casi infinitas.
Se detuvo, se encogió de hombros, y añadió:
- Al menos, ésta es la historia. Se remonta a antes de la fundación de Gaia. No garantizo su autenticidad.
Los otros tres habían escuchado atentamente.
Bliss asintió con la cabeza, como si fuese algo que ya hubiera oído con anterioridad y se limitara a verificar la exactitud del relato de Dom.
Pelorat reaccionó con una solemnidad silenciosa durante casi un minuto y luego cerró el puño y lo descargó sobre el brazo de su silla.
- No - dijo, con voz ahogada -, eso no influye en nada. No hay modo de demostrar la autenticidad de la historia por la observación o la razón, así que nunca será nada más que una especulación, pero aparte de esto... ¡Supongamos que es cierto!
El universo donde vivimos sigue siendo un universo en el que sólo la Tierra ha desarrollado una vida rica y una especie inteligente, de manera que en este universo, tanto si es el único como sólo uno entre un número infinito de posibilidades, tiene que haber algo único en la naturaleza del planeta Tierra. Aún deberíamos querer saber cuál es esa singularidad.
En el silencio que siguió, fue Trevize quien finalmente se agitó y meneó la cabeza.
- No, Janov - dijo -, las cosas no son así. Digamos que las posibilidades son de una en mil millones de trillones, una en 1021, de que entre los mil millones de planetas habituales de la Galaxia sólo la Tierra, por una extraña casualidad, desarrollara una ecología rica y, posteriormente, inteligencia. Si es así, uno en 1021 de los diversos ramales de las realidades potenciales representaría esa Galaxia y los «eternos» lo escogieron. Por lo tanto, vivimos en un universo donde la Tierra es el único planeta capaz de desarrollar una ecología compleja, una especie inteligente, y una avanzada tecnología, no porque la Tierra tenga algo especial, sino porque dio la casualidad de que se desarrollara en la Tierra y en ningún otro sitio.
»De hecho - continuó Trevize con aire pensativo -, supongo que hay ramales de realidad en los que sólo Gaia ha desarrollado una especie inteligente, o sólo Sayshell, o sólo Términus, o sólo algún planeta que en esta realidad no tiene vida de ninguna clase. Y todos esos casos muy especiales son un pequeñísimo porcentaje del número total de realidades en las que hay más de una especie inteligente en la Galaxia. Supongo que si los "eternos" hubiesen buscado más, habrían encontrado un ramal potencial de realidad en la que cada planeta habitable habría desarrollado una especie inteligente.
- ¿No podría argumentar también que se había encontrado una realidad en la que la Tierra no era como en otros ramales, pero tenía las condiciones necesarias para el desarrollo de la inteligencia? De hecho, puede ir más lejos y decir que se había encontrado una realidad en la que toda la Galaxia no era como en otros ramales, pero tenía un estado de desarrollo tal que sólo la Tierra podía generar inteligencia - dijo Pelorat.
Trevize repuso:
- Podríamos afirmarlo así, pero creo que mi versión es más lógica.
- Naturalmente, esto no es más que una conclusión subjetiva... - empezó Pelorat con cierta vehemencia, pero Dom le interrumpió, diciendo:
- Bueno, bueno, eso es pararse en quisquillas. No malogremos lo que está resultando, al menos para mí, una velada agradable e interesante.
Pelorat hizo un esfuerzo para tranquilizarse y recobrar la ecuanimidad. Al fin sonrió y manifestó:
- Como usted diga, Dom.
Trevize, que había lanzado varias ojeadas a Bliss, sentada recatadamente con las manos en la falda, ahora preguntó:
- Y ¿cómo llegó este mundo a ser lo que es, Dom? ¿Gaia, con su conciencia colectiva?
Dom echó la cabeza hacia atrás y se rió con estridencia. Su cara se llenó de arrugas al decir:
- ¡Más fábulas! Pienso en ello a veces, cuando leo los informes que tenemos sobre la historia humana. Por muy bien guardados y archivados y computadorizados que estén, se vuelven borrosos con el tiempo. Las historias se multiplican. Las leyendas se acumulan... como el polvo. Cuanto mayor es el lapso de tiempo, más polvorienta es la historia, hasta que degenera en fábulas.
- Los historiadores estamos familiarizados con el proceso, Dom - dijo Pelorat -. Hay una cierta preferencia por las fábulas. «El falso dramatismo desplaza a la insulsa verdad», dijo Liebel Gennerat hace unos quince siglos. Ahora se le llama Ley de Gennerat.
- ¿En serio? - se extrañó Dom -. Y yo creía que esa teoría era una invención mía. Bueno, la Ley de Gennerat llena nuestra historia pasada de encanto e incertidumbre. ¿Saben lo que es un robot?
- Lo averiguamos en Sayshell - contestó Trevize con sequedad.
- ¿Vieron alguno?
- No. Nos hicieron la pregunta, y cuando respondimos negativamente, nos lo explicaron.
- Comprendo. Así pues, ya saben que la humanidad vivió con robots, pero no salió bien.
- Eso nos contaron.
- Los robots fueron adoctrinados con las llamadas Tres Leyes de la Robótica, que se remontan a la prehistoria. Hay varias versiones sobre lo que pudieron ser esas Tres Leyes. El parecer ortodoxo afirma lo siguiente: 1) Un robot no debe dañar a un ser humano o, por medio de la inacción, permitir que un ser humano sea dañado; 2) Un robot debe obedecer las órdenes de los seres humanos, excepto cuando esas órdenes contravengan la Primera Ley; 3) Un robot debe proteger su propia existencia, mientras dicha protección no contravenga la Primera o Segunda Ley.
»A medida que los robots fueron adquiriendo más inteligencia y versatilidad, interpretaron esas leyes, en especial la primera, con creciente generosidad y asumieron, cada vez más, el papel de protectores de la humanidad. La protección ahogó a las personas y se hizo insoportable.
»Los robots eran esencialmente bondadosos. Sus esfuerzos eran claramente humanos y tenían por objeto el bien de todos, lo que en cierto modo les hizo aun más insoportables.
»Cada mejora de los robots empeoraba la situación. Los robots tenían facultades telepáticas, pero eso significaba que incluso podían leer el pensamiento humano, de modo que la conducta humana se hizo aún más dependiente de la fiscalización de los robots.
»Los robots fueron pareciéndose cada vez más a los seres humanos, pero siguieron siendo robots en su conducta, y el ser humanoides les hacía aun más repulsivos. Así pues, naturalmente, eso debía terminar.
- ¿Por qué «naturalmente»? - preguntó Pelorat, que había escuchado con gran atención.
- Es cuestión de seguir la lógica hasta sus últimas consecuencias - dijo Dom -. Con el tiempo, los robots progresaron hasta llegar a ser suficientemente humanos para comprender por qué los seres humanos no querían que se les privara de todo lo humano con la excusa de su propio bien. A la larga, los robots se vieron obligados a admitir que quizá la humanidad se sentiría más a gusto cuidando de sí misma, aunque lo hiciera con negligencia e ineficacia.
»Por lo tanto, se dice que fueron los robots quienes establecieron de algún modo la Eternidad y se convirtieron en "eternos". Localizaron una realidad en la que consideraron que los seres humanos podían estar seguros, en la medida de lo posible, solos en la Galaxia. Después, habiendo hecho lo que podían para protegerlos y con objeto de cumplir la primera ley en su más estricto sentido, los robots dejaron de funcionar por su propia voluntad, y desde entonces hemos sido seres humanos... avanzando, como podemos, sin ayuda de nadie.
Dom hijo una pausa. Miró a Trevize y Pelorat, y luego preguntó:
- Bueno, ¿creen todo eso?
Trevize meneó lentamente la cabeza.
- No. No hay nada parecido a esto en ninguna crónica histórica de la que yo haya oído hablar. ¿Y usted, Janov?
- Hay algunos mitos que son semejantes en ciertos aspectos - dijo Pelorat.
- Vamos, Janov, hay mitos que se ajustarían a cualquier cosa que pudiéramos inventar, si les diéramos una interpretación suficientemente ingeniosa. Estoy hablando de historia, datos fidedignos.
- Oh, bueno. Que yo sepa, de eso no hay nada.
- No me sorprende - dijo Dom -. Antes de que los robots se retiraran, muchos grupos de seres humanos se internaron en el espacio para colonizar mundos sin robots, con objeto de tomar sus propias medidas para alcanzar la libertad. Procedían especialmente de la superpoblada Tierra, con su larga historia de resistencia a los robots. Los nuevos mundos fueron fundados con otros criterios y los fundadores no quisieron ni recordar su amarga humillación de niños sometidos a niñeras-robots. No llevaron ningún registro y olvidaron.
- Eso es inverosímil - objetó Trevize.
Pelorat se volvió hacia él.
- No, Golan. No es inverosímil. Las sociedades crean su propia historia y tienden a borrar los comienzos difíciles, olvidándolos o inventando heroicos rescates totalmente ficticios. El gobierno imperial trató de ocultar el pasado preimperial para reforzar la mística atmósfera de régimen eterno. Por otra parte, casi no hay datos sobre la época anterior a los viajes hiperespaciales, y usted sabe que la misma existencia de la Tierra es hoy desconocida para la mayoría de la gente.
- No puede usar ambas alternativas, Janov. Si la Galaxia ha olvidado los robots, ¿cómo es que Gaia los recuerda? - dijo Trevize.
Bliss intervino con una súbita carcajada de soprano.
- Nosotros somos diferentes.
- ¿Sí? - dijo Trevize -. ¿En qué sentido?
Dom terció:
- Vamos, Bliss, déjame esto a mí. Nosotros somos diferentes, hombres de Términus. Entre todos los grupos de refugiados que huyeron de la dominación de los robots, los que finalmente llegamos a Gaia (siguiendo las huellas de los que llegaron a Sayshell) éramos los únicos que habíamos aprendido el arte de la telepatía de los robots.
»Es un arte, se lo aseguro. Es inherente a la mente humana, pero debe desarrollarse de un modo muy sutil y difícil. Se necesitan muchas generaciones para alcanzar todo su potencial, pero una vez bien iniciado, progresa por sí solo. Nosotros lo iniciamos hace veinte mil años y el sentir de Gaia es que ahora todavía no hemos alcanzado todo su potencial. Hace mucho tiempo nuestro desarrollo de la telepatía nos hizo percatar de la conciencia colectiva; primero sólo de los seres humanos, después de los animales, después de las plantas, y finalmente, no hace muchos siglos, de la estructura inanimada del mismo planeta.
»Como nos remontamos hasta los robots, no los olvidamos. No los consideramos nuestras niñeras sino nuestros profesores. Comprendimos que nos habían abierto la mente a algo que ni por un momento desearíamos ignorar. Los recordamos con gratitud.
- Pero tal como en otros tiempos fueron niños para los robots, ahora son niños para la conciencia colectiva. ¿No han perdido humanidad ahora, tal como la perdieron entonces? - dijo Trevize.
- Es distinto, Trev. Lo que hacemos ahora es por propia elección... nuestra propia elección. Esto es lo que cuenta. No nos ha sido impuesto desde fuera, sino que se ha desarrollado desde dentro. No lo olvidamos nunca. Y también somos diferentes en otro aspecto. Somos únicos en la Galaxia. No hay ningún mundo como Gaia.
- ¿Cómo están tan seguros?
- Lo sabríamos, Trev. Detectaríamos una conciencia mundial como la nuestra incluso en el otro extremo de la Galaxia. Podemos detectar los comienzos de tal conciencia en su Segunda Fundación, por ejemplo, aunque sólo desde hace dos siglos.
- ¿En tiempos del Mulo?
- Sí. Uno de los nuestros. - Dom torció el gesto -.
Era un anormal y nos dejó. Nosotros fuimos suficientemente ingenuos para no creerlo posible, de modo que no actuamos a tiempo para detenerlo. Luego, cuando volvimos nuestra atención hacia los mundos exteriores, adquirimos conciencia de lo que ustedes llaman la Segunda Fundación y la abandonamos a su suerte.
Trevize no reaccionó durante unos momentos, y después murmuró:
- ¡Ahí van nuestros libros de historial - Meneó la cabeza y dijo en voz más alta -: Eso fue una cobardía por parte de Gaia, ¿no cree? El era responsabilidad de ustedes.
- Tiene razón. Pero cuando al fin volvimos los ojos hacia la Galaxia, nos percatamos de algo que hasta entonces habíamos ignorado, de modo que la tragedia del Mulo nos salvó la vida. Fue entonces cuándo nos dimos cuenta de que una peligrosa crisis terminaría abatiéndose sobre nosotros. Y así ha sido..., pero no antes de que pudiéramos tomar medidas, gracias al incidente del Mulo.
- ¿Qué clase de crisis?
- Una crisis que nos amenaza con la destrucción.
- No lo creo. Ustedes contuvieron al Imperio, al Mulo y a Sayshell. Tienen una conciencia colectiva capaz de atraer a una nave en el espacio a una distancia de millones de kilómetros. ¿Qué pueden temer? Mire a Bliss. Ella no parece estar alterada. Ella no cree que haya una crisis.
Bliss había colocado una torneada pierna sobre el brazo de la butaca y agitó los dedos de los pies en dirección a él.
- Claro que no estoy preocupada, Trev. Usted lo arreglará.
Trevize exclamó:
- ¿Yo?
- Gaia le ha traído aquí por medio de numerosas manipulaciones. Es usted quien debe enfrentarse a nuestra crisis - dijo Dom.
Trev se lo quedó mirando y, poco a poco, su estupefacción se transformó en rabia.
- ¿Yo? ¿Por qué, en todo el espacio, yo? No tengo nada que ver con esto.
- No obstante, Trev - dijo Dom, con una calma casi hipnótica -, es usted. Sólo usted. En todo el espacio, sólo usted.
18 COLISION
75
Stor Gendibal iba acercándose a Gaia casi tan prudentemente como lo había hecho Trevize, y ahora que su estrella era un disco perceptible y sólo podía ser observado a través de potentes filtros, se detuvo a reflexionar.
Sura Novi estaba sentada a un lado, y lo miraba de vez en cuando con timidez.
- ¿Maestro? - dijo suavemente.
- ¿Qué hay, Novi? - preguntó él, distraído.
- ¿Eres desgraciado?
La miró rápidamente.
- No. Estoy preocupado. ¿Recuerdas esa palabra? Estoy tratando de decidir si debo seguir adelante o esperar un poco más. ¿Te parece que debo ser valiente, Novi?
- Creo que tú siempre eres valiente, maestro.
- A veces ser valiente es ser tonto.
Novi sonrió.
- ¿Cómo puede un maestro sabio ser tonto? Eso es un sol, ¿verdad, maestro? - Señaló hacia la pantalla.
Gendibal asintió.
Tras una breve vacilación, Novi dijo:
- ¿Es el sol que brilla sobre Trántor? ¿Es el sol hameniano?
Gendibal contestó:
- No, Novi. Es otro sol completamente distinto. Hay muchos soles, millones de soles.
- ¡Ah! Lo sabía con la cabeza. Sin embargo, no podía decidirme a creerlo. ¿Cómo es, maestro, que uno puede saber algo con la cabeza y, aun así, no creerlo?
Gendibal esbozó una sonrisa.
- En tu cabeza, Novi... - empezó y, automáticamente, al decir esto, se encontró él mismo en la cabeza de la muchacha. La frotó suavemente, como hacía siempre, cuando se encontraba allí, un simple toque calmante de los zarcillos mentales para mantener a la hameniana en paz y tranquilidad, y después habría vuelto a salir, como hacía siempre, si algo no le hubiese retenido.
Lo que percibió no era descriptible más que en términos mentálicos pero, metafóricamente, el cerebro de Novi resplandecía. Era el resplandor más débil posible.
No estaría allí a no ser por la existencia de un campo mentálico impuesto desde fuera, un campo mentálico de una intensidad tan débil que el excelente funcionamiento receptor de la entrenada mente del propio Gendibal apenas pudo detectar, incluso en la absoluta uniformidad de la estructura mentálica de Novi.
- Novi, ¿cómo te encuentras? - dijo con viveza.
La muchacha le miró con asombro.
- Me encuentro bien, maestro.
- ¿Te sientes aturdida, confusa? Cierra los ojos y no te muevas hasta que yo diga «ahora».
Novi cerró obedientemente los ojos. Gendibal ahuyentó con cuidado todas las sensaciones ajenas a su mente, calmó sus pensamientos, suavizó sus emociones, frotó.., frotó... No dejó nada más que el resplandor y era tan débil que casi habría podido persuadirse de que no estaba allí.
- Ahora - dijo, y Novi abrió los ojos.
- ¿Cómo te encuentras, Novi?
- Muy tranquila, maestro. Descansada.
Sin duda era demasiado débil para tener algún efecto perceptible sobre ella.
Se volvió hacia la computadora y forcejeó con ella.
Tuvo que admitir que él y la computadora no encajaban muy bien. Quizás era porque estaba demasiado acostumbrado a utilizar directamente la mente para poder trabajar a través de un intermediario. Pero buscaba una nave, no una mente, y la búsqueda inicial podía hacerse más eficientemente con la ayuda de la computadora.
Y encontró el tipo de nave que sospechaba podía estar presente. Se hallaba a medio millón de kilómetros de distancia y era muy parecida a la suya en diseño, pero mucho más grande y elaborada.
Una vez la hubo localizado con la ayuda de la computadora, Gendibal dejó que su mente actuara directamente. La envió hacia fuera y percibió lo el equivalente mentálico de «percibir»a la nave, por dentro y por fuera.
Luego envió su mente hacia el planeta Gaia, acercándose a él varios millones de kilómetros más, y se retiró. Ningún proceso bastó para revelarle, inequívocamente, cuál era la fuente del campo.
- Novi, querría que te sentaras a mi lado mientras ocurre lo que vaya a ocurrir - dijo.
- Maestro, ¿hay peligro?
- No debes preocuparte por nada, Novi. Me encargaré de que estés sana y salva.
- Maestro, no estoy preocupada por mí, Si hay peligro, quiero poder ayudarte.
Gendibal se ablandó y dijo:
- Novi, ya me has ayudado. Gracias a ti, me he percatado de un detalle muy importante. Sin ti, quizá me habría metido en una ciénaga y sólo habría podido salir con grandes dificultades.
- ¿He hecho esto con mi mente, maestro, como me explicaste una vez? - preguntó Novi, atónita.
- Así es, Novi. Ningún instrumento habría sido más sensitivo. Mi propia mente no lo es; está demasiado llena de complejidad.
La cara de Novi reflejó una gran satisfacción.
- Estoy muy contenta de poder ayudar.
Gendibal sonrió y asintió con la cabeza; luego pensó sombríamente que necesitaría otro tipo de ayuda. Algo protestó en su interior. El trabajo era suyo, sólo suyo.
Sin embargo, no podía ser sólo suyo. Las probabilidades se reducían...
76
En Trántor, Quindor Shandess notaba que la responsabilidad del cargo de primer orador descansaba sobre él con un peso sofocante. Desde que la nave de Gendibal se desvaneciera en la oscuridad más allá de la atmósfera, no había convocado ninguna reunión de la Mesa. Había estado inmerso en sus propios pensamientos.
¿Había sido prudente dejar que Gendibal se marchara solo? Gendibal era inteligente, pero no lo suficiente para no ceder a la tentación de confiarse demasiado. El mayor defecto de Gendibal era la arrogancia, como el mayor defecto del propio Shandess (pensó con amargura) era el cansancio de la edad.
Una y otra vez, se le ocurrió pensar que el precedente de Preem Palver, que viajó por toda la Galaxia para arreglar las cosas, era peligroso. ¿Podía algún otro ser un Preem Palver? ¿Siquiera Gendibal? Y Palver se había llevado a su esposa.
Por supuesto, Gendibal se había llevado a aquella hameniana, pero eso no le ayudaría en nada. La esposa de Palver había sido oradora por derecho propio.
Shandess se sentía envejecer día a día mientras esperaba noticias de Gendibal, y a medida que pasaban los días sin que éstas llegaran, sentía una tensión creciente.
Debería haber sido una flota de naves, una flotilla.
No. La Mesa no lo habría permitido.
Y sin embargo...
Cuando finalmente recibió la llamada, estaba durmiendo. Su sueño era agitado y no le aportaba ningún alivio. La noche había sido ventosa y le había costado dormirse. Como un niño, había creído oír voces en el viento.
Su último pensamiento antes de conciliar el sueño había sido dimitir, un deseo que no podía realizar, pues en este momento Delarmi le sucedería.
Y entonces recibió la llamada y se incorporó en la cama, totalmente despierto.
- ¿Está usted bien? - preguntó.
- Muy bien, primer orador - contestó Gendibal -. ¿Qué le parece si establecemos contacto visual para una comunicación más condensada?
- Más tarde, quizá - repuso Shandess -. En primer lugar, ¿cuál es la situación?
Gendibal habló con lentitud, pues percibió el reciente despertar del otro y notó un profundo cansancio.
- Estoy cerca de un planeta habitado llamado Gaia, cuya existencia no consta en ningún archivo galáctico, que yo sepa - dijo.
- ¿El mundo de esos que han estado trabajando para perfeccionar el Plan? ¿Los Anti-Mulos?
- Posiblemente, primer orador. Hay varias razones para creerlo así. Primera, la nave de Trevize y Pelorat se ha acercado mucho a Gaia y lo más probable es que haya aterrizado allí. Segunda, a medio millón de kilómetros de mí, hay una nave de guerra de la Primera Fundación.
- No puede haber tanto interés sin motivo.
- Primer orador, puede que no sea un interés independiente. Yo estoy aquí porque sigo a Trevize, y la nave de guerra puede estar aquí por la misma razón. Sólo queda preguntarse por qué está Trevize aquí.
- ¿Se propone seguirle hasta el planeta, orador?
- Había considerado esa posibilidad, pero ha ocurrido algo. Ahora estoy a cien millones de kilómetros de Gaia y percibo un campo mentálico en el espacio que me rodea, un campo homogéneo que es excesivamente débil. No habría podido percatarme de él a no ser por la mente de la hameniana. Es una mente extraordinaria; consentí en llevarla conmigo por esta
razón.
- Así pues, tuvo razón al suponer que sena tan... ¿Cree que la oradora Delarmi lo sabía?
- ¿Cuando me instó a que me la llevara? No lo creo, pero me ha prestado un gran servicio, primer orador.
- Me alegro. ¿Opina usted, orador Gendibal, que el planeta es el foco del campo?
- Para estar seguro, tendría que tomar medidas desde puntos muy distanciados con objeto de comprobar si el campo tiene una simetría esférica general. Mi sonda mental unidireccional indica que es probable, pero no seguro. Sin embargo, no sería prudente seguir investigando en presencia de la nave de guerra de la Fundación.
- Sin duda no es ningún peligro.
- Puede serlo. Aún no estoy seguro de que no sea ella misma el foco del campo, primer orador.
- Pero ellos...
- Primer orador, con todo respeto, permítame interrumpirle. Nosotros no sabemos qué avances tecnológicos ha hecho la Primera Fundación. Actúan con una extraña confianza en sí mismos y quizá nos tengan reservada alguna sorpresa desagradable. Hay que averiguar si han aprendido a dominar la mentálica por medio de alguno de sus aparatos. En resumen, primer orador, me enfrento a una nave de mentálicos o a un planeta.
»Si es la nave, la mentálica puede ser demasiado débil para inmovilizarme, pero podría ser suficiente para retrasarme, y las armas puramente físicas de la nave podrían bastar entonces para destruirme. Por otra parte, si el foco es el planeta, el hecho de detectar el campo a tal distancia podría significar una intensidad enorme en la superficie, más de lo que incluso yo puedo controlar.
»En ambos casos, será necesario establecer una red, una red total, en la que todos los recursos de Trántor puedan ponerse a mi disposición.
El primer orador titubeó.
- Una red total. Eso no se ha utilizado nunca, ni siquiera se ha sugerido... excepto en tiempos del Mulo.
- Es muy posible que esta crisis sea incluso más grave que la del Mulo, primer orador.
- No sé si la Mesa consentirá.
- No creo que deba pedirles su consentimiento, primer orador. Debe proclamar el estado de emergencia.
- ¿Qué excusa puedo dar?
- Cuénteles lo que yo le he contado, primer orador.
- La oradora Delarmi dirá que es usted un cobarde incompetente, llevado a la locura por sus propios temores.
Gendibal hizo una pausa antes de contestar. Luego manifestó:
- Me imagino que dirá algo así, primer orador, pero déjela decir todo lo que quiera porque yo sobreviviré. Lo que ahora está en juego no es mi orgullo o mi egoísmo, sino la misma existencia de la Segunda Fundación.
77
Harla Branno sonrió sombríamente y las arrugas de su cara se hicieron más profundas.
- Creo que podemos seguir adelante. Estoy preparada - dijo.
Kodell preguntó:
- ¿Todavía está segura de que sabe lo que hace?
- Si estuviese tan loca como usted finge creer, Liono, ¿habría insistido en quedarse en esta nave conmigo?
Kodell se encogió de hombros y respondió:
- Probablemente. Entonces estaría aquí, señora alcaldesa, para intentar detenerla, distraerla, al menos hacerle perder tiempo, antes de que llegara demasiado lejos. Y, por supuesto, si no está loca...
- ¿Sí?
- Pues entonces no querría que las historias del futuro la mencionaran a usted sola. Dejemos que declaren que yo estaba aquí con usted y que se pregunten, tal vez, a quién corresponde el mérito en realidad, ¿ eh, alcaldesa?
- Muy astuto, Liono, muy astuto..., pero totalmente inútil. Yo he sido el poder oculto a lo largo de demasiados mandatos para que ahora crean que permitiría ese fenómeno en mi propia administración.
- Ya lo veremos.
- No, no lo veremos, pues esos dictámenes histéricos se producirán cuando ya estemos muertos. Sin embargo, no temo nada. Ni mi lugar en la historia, ni eso - y señaló la pantalla.
- La nave de Compor - dijo Kodell.
- La nave de Compor, sí - dijo Branno -, pero sin Compor a bordo. Una de nuestras naves de reconocimiento observó el cambio. La nave de Compor fue detenida por otra. Dos personas de la otra nave abordaron ésa y más tarde Compor salió y se trasladó a la otra.
Branno se frotó las manos.
- Trevize ha desempeñado su papel a la perfección. Le eché al espacio para que sirviera de pararrayos y así lo ha hecho. Ha atraído el rayo. La nave que detuvo a Compor pertenecía a la Segunda Fundación.
- ¿Cómo puede estar segura de eso? – inquirió Kodell, sacando su pipa y empezando a llenarla lentamente de tabaco.
- Porque siempre me he preguntado si Compor no podía estar controlado por la Segunda Fundación. Su vida era demasiado halagüeña. Todo le salía bien, y era un gran experto en rastreo hiperespacial. Su traición a Trevize podía ser la política de un hombre ambicioso, pero lo hizo con demasiada minuciosidad, como si se jugara algo más que sus ambiciones políticas.
- ¡Meras conjeturas, alcaldesa!
- Las conjeturas cesaron cuando siguió a Trevize a través de múltiples saltos tan fácilmente como si sólo hubiera sido uno.
- Tenía la computadora para ayudarle, alcaldesa.
Pero Branno echó la cabeza hacia atrás y se rió.
- Mi querido Liono, está tan ocupado tramando complicadas conjuras que olvida la eficacia de los procedimientos sencillos. Envié a Compor en pos de Trevize, no porque necesitara seguir a Trevize. ¿Qué necesidad había? Trevize, por mucho que quisiera ocultar sus movimientos, no podía dejar de llamar la atención en cualquier mundo que visitara. Su avanzada nave de la Fundación, su marcado acento de Términus, sus créditos de la Fundación, le rodearían automáticamente con un brillo de notoriedad. Y en caso de alguna emergencia, recurrida automáticamente a los representantes de la Fundación, como hizo en Sayshell, donde supimos todo lo que hizo en cuanto lo hizo... e independientemente de Compor.
»No - prosiguió con aire reflexivo -, Compor fue enviado al espacio para poner a prueba a Compor.
Y ha dado resultado porque le asignamos deliberadamente una computadora defectuosa; no suficientemente defectuosa para impedir la maniobrabilidad de la nave, pero sí para ayudarle a seguir un salto múltiple. A pesar de ello, Compor consiguió hacerlo sin dificultades.
- Veo que no me cuenta muchas cosas, alcaldesa, hasta que decide que debe hacerlo.
- Sólo le oculto aquellos asuntos, Liono, que no le perjudicará no saber. Le admiro y le utilizo, pero mi confianza tiene un límite, como la de usted por mí..., y, por favor, no se moleste en negarlo.
- No lo haré - repuso Kodell secamente -, y algún día, alcaldesa, me tomaré la libertad de recordárselo. Mientras tanto, ¿debería saber algo más? ¿Cuál es la naturaleza de la nave que le detuvo? Sin duda, si Compor es miembro de la Segunda Fundación, esa nave también lo era.
- Siempre es un placer hablar con usted, Liono. Ve las cosas con mucha rapidez. La Segunda Fundación no se molesta en borrar sus huellas. Tiene defensas en las que confía para hacer esas huellas invisibles, aun cuando no lo son. A un miembro de la Segunda Fundación jamás se le ocurriría emplear una nave de fabricación extranjera, aunque supiera cuán fácilmente podemos identificar el origen de una nave por el dibujo de su utilización energética. Siempre pueden borrar ese conocimiento de la mente que lo haya adquirido, de modo que, ¿por qué molestarse en ocultarse? Pues bien, nuestra nave de reconocimiento pudo determinar el origen de la nave que se acercó a Compor a los pocos minutos de avistarla.
- Y supongo que ahora la Segunda Fundación borrará ese conocimiento de nuestras mentes.
- Si pueden - dijo Branno -, pero quizá descubran que las cosas han cambiado.
- Antes ha dicho que sabía dónde estaba la Segunda Fundación. Que primero se encargaría de Gaia, y después de Trántor. Por ello deduzco que esa otra nave era de origen trantoriano - manifestó Kodell.
- Supone bien. ¿Está sorprendido?
Kodell meneó lentamente la cabeza.
- Pensándolo bien, no. Ebling Mis, Toran Darelly Bayta Darell estuvieron en Trántor durante la época en que el Mulo fue detenido. Arkady Darell, la nieta de Bayta, nació en Trántor y volvía a estar en Trántor cuando se cree que la misma Segunda Fundación fue detenida. En su relato de los acontecimientos, hay un tal Preem Palver que desempeñó un papel clave, apareciendo en los momentos convenientes, y era un comerciante trantoriano. Es obvio que la Segunda Fundación estaba en Trántor, donde, incidentalmente, vivía el mismo Hari Seldon cuando instituyó ambas Fundaciones.
- Muy obvio, pero nadie sugirió nunca esa posibilidad. La Segunda Fundación se encargó de que así fuera. A eso me refería al declarar que no tenían que borrar sus huellas, cuando podían lograr fácilmente que nadie mirase hacia esas huellas, o borrar el recuerdo de esas huellas después de que hubieran sido vistas.
Kodell dijo:
- En ese caso, no miremos demasiado rápidamente hacia donde ellos pueden querer que miremos. ¿Cómo supone que Trevize dedujo que la Segunda Fundación existía? ¿Por qué no lo detuvo la Segunda Fundación?
Branno levantó los dedos y los contó.
- Primero, Trevize es un hombre poco corriente que, por su turbulenta incapacidad para la cautela, tiene algo que no he sido capaz de comprender. Quizá sea un caso especial. Segundo, la Segunda Fundación no lo ignoraba. Compor empezó a espiar a Trevize y le denunció. Confiaron en mí para detener a Trevize sin que la Segunda Fundación tuviera que arriesgarse a tomar parte. Tercero, cuando no reaccioné como esperaban, ni ejecución, ni encarcelamiento, ni borradura de memoria, ni sondeo psíquico de su cerebro, cuando me limité a enviarle al espacio, la Segunda Fundación fue más lejos. Enviaron una de sus propias naves tras él.
Y añadió con reservada satisfacción:
- Si, un pararrayos excelente.
- ¿Y nuestro próximo paso? - preguntó Kodell.
- Desafiaremos a ese miembro de la Segunda Fundación que ahora está ante nosotros. De hecho, ya nos dirigimos lentamente hacia él.
78
Gendibal y Novi estaban sentados, uno junto al otro, observando la pantalla.
Novi se sentía atemorizada. Para Gendibal, eso era evidente, así como el hecho de que intentaba combatir ese temor por todos los medios. Gendibal no podía hacer nada para ayudarla en su lucha, pues no consideraba prudente tocar su cerebro en este momento, ya que quizás oscureciese la respuesta que ella exhibía ante el débil campo mentálico que los rodeaba.
La nave de guerra de la Fundación iba acercándose con lentitud, pero inexorablemente, Era una nave grande, con una tripulación que tal vez ascendiera a seis personas, a juzgar por la experiencia referente a naves de la Fundación. Gendibal estaba seguro de que sus armas bastarían para contener y, en caso necesario, aniquilar a toda la flota de la Segunda Fundación, si esa flota tenía que confiar únicamente en la fuerza física.
Comoquiera que fuese, el avance de la nave, incluso contra una sola nave tripulada por un miembro de la Segunda Fundación, permitía sacar ciertas conclusiones. Aunque la nave tuviese poder mentálico, no sería lógico que se enfrentara a la Segunda Fundación de este modo. Lo más probable era que avanzase por ignorancia, y ésta podía darse en distintos grados.
Podía significar que el capitán de la nave ignoraba que Compor había sido sustituido o, si lo sabía, ignoraba que el sustituto era un miembro de la Segunda Fundación, o tal vez incluso ignoraba qué era la Segunda Fundación.
¿Y si la nave tenía poder mentálico (Gendibal se proponía considerarlo todo) y, no obstante, avanzaba de este modo tan confiado? Eso sólo podía significar que estaba controlada por un megalómano o que tenía un poder mayor del que Gendibal consideraba posible.
Pero lo que él consideraba posible no era un factor terminante...
Tocó con cuidado la mente de Novi. Novi no podía percibir conscientemente los campos mentálicos, mientras que Gendibal, desde luego, podía hacerlo, pero la mente de Gendibal no podía lograrlo con tanta delicadeza o detectar un campo mental tan débil como la de Novi. Era una paradoja que debería estudiarse en el futuro y quizá diera frutos que a la larga resultaran mucho más importantes que el problema inmediato de una astronave cada vez más próxima.
Gendibal se había asido a esta posibilidad, intuitivamente, cuando observó por vez primera la extraordinaria uniformidad y simetría de la mente de Novi, y se enorgulleció de su intuición. Los oradores siempre se habían sentido orgullosos de sus poderes intuitivos, pero, ¿hasta qué punto eran producto de su incapacidad para medir campos por métodos físicos y, por lo tanto, de su ineptitud para comprender qué era lo que hacían en realidad? Resultaba fácil encubrir la ignorancia con la mística palabra «intuición». Y, ¿hasta qué punto se debía esta ignorancia a la subestimación de la física frente a la mentálica?
Y, ¿hasta qué punto era eso un orgullo ciego?
Cuando fuese primer orador, pensó Gendibal, esto cambiaría. Tenía que haber una reducción del abismo físico entre las Fundaciones. La Segunda Fundación no podía afrontar eternamente la posibilidad de destrucción cada vez que el monopolio mentálico les fallara un poco.
En realidad, quizás el monopolio estuviera fallándoles ahora mismo. Quizá la Primera Fundación había progresado o existía una alianza entre la Primera Fundación y los Anti-Mulos. (Era la primera vez que se le ocurría esta idea y se estremeció.)
Sus pensamientos al respecto pasaron por su mente con la rapidez propia de todo orador, y mientras pensaba, también siguió vigilando el resplandor de la mente de Novi, la respuesta al campo mentálico escasamente penetrante que los rodeaba. Este no se intensificaba a medida que la nave de la Fundación se acercaba.
Eso no significaba, por sí solo, que la nave no fuese mentálica. Era bien sabido que el campo mentálico no se ajustaba a las leyes ordinarias de la distancia. No se intensificaba sustancialmente a medida que la distancia entre el emisor y el receptor disminuía. En este sentido difería de los campos electromagnético y gravitatorio. Sin embargo, aunque los campos mentálicos variaban menos con la distancia que los diversos campos físicos, tampoco eran del todo insensibles a la distancia. La respuesta de la mente de Novi debería revelar un aumento detectable a medida que la nave se acercaba, algún momento.
(¿Cómo era posible que en cinco siglos, desde Hari Seldon, ningún miembro de la Segunda Fundación hubiese pensado nunca en elaborar una relación matemática entre la intensidad mentálica y la distancia? Esta indiferencia por la física debía cesar y cesaría, juró silenciosamente Gendibal.)
Si la nave era mentálica y si sabía con certeza que estaba acercándose a un miembro de la Segunda Fundación, ¿no aumentaría al máximo la intensidad de su campo antes de avanzar? Y en ese caso, ¿no registraría la mente de Novi una respuesta mayor de algún tipo?
¡Sin embargo, no era así!
Gendibal eliminó confiadamente la posibilidad de que la nave fuese mentálica. Avanzaba por simple ignorancia y, como amenaza, apenas contaba.
Claro que el campo mentálico seguía existiendo, pero tenía que originarse en Gaia. Esto resultaba bastante inquietante, pero el problema inmediato lo constituía la nave. Primero había que eliminarlo y después podría volver su atención hacia el mundo de los Anti-Mulos.
Esperó. La nave haría algún movimiento o se acercaría lo suficiente para que él pudiese emprender un ataque efectivo.
La nave seguía acercándose, ahora bastante de prisa, y seguía sin hacer nada. Al fin Gendibal calculó que la fuerza de su acometida sería suficiente. No produciría dolor, apenas ninguna molestia; todos los que estuvieran a bordo se limitarían a descubrir que los músculos de su espalda y extremidades sólo respondían perezosamente a sus deseos.
Gendibal redujo el campo mentálico controlado por su mente. Este se intensificó y saltó sobre el abismo que separaba las dos naves a la velocidad de la luz. (Las dos naves se hallaban suficientemente cerca para que el contacto hiperespacial, con su inevitable pérdida de precisión, fuese innecesario.)
Y entonces Gendibal retrocedió con asombro.
La nave de la Fundación poseía un eficiente escudo mentálico que ganaba densidad en la misma proporción que su propio campo ganaba intensidad. Después de todo, la nave no se acercaba por ignorancia... y contaba con una inesperada arma pasiva.
79
- ¡Ah! - dijo Branno -. Ha intentado un ataque, Liono. ¡Mire!
La aguja del psicómetro se movió y tembló en su ascenso irregular.
El desarrollo del escudo mentálico había ocupado a los científicos de la Fundación durante ciento veinte años en el más secreto de todos los proyectos científicos, excepto quizás el solitario desarrollo del análisis psicohistórico de Hari Seldon. Cinco generaciones de seres humanos habían trabajado en el perfeccionamiento gradual de un dispositivo que no estaba respaldado por ninguna teoría satisfactoria.
Pero no habría sido posible ningún avance sin la invención del psicómetro que actuaba de guía, indicando la dirección y cantidad de avance en todas las etapas. Nadie podía explicar cómo funcionaba, pero todo indicaba que medía lo inmensurable y daba números a lo indescriptible. Branno tenía la sensación (compartida por algunos de los propios científicos) de que si algún día la Fundación podía explicar el funcionamiento del psicómetro, igualarían a la Segunda Fundación en control mental.
Pero eso se refería al futuro. En el presente, el escudo tendría que bastar, respaldado como estaba por una abrumadora preponderancia en armas físicas.
Branno envió el mensaje, pronunciado en una voz masculina de la que se habían erradicado todas las alusiones emocionales, hasta hacerla neutra y terminante:
«Llamando a la nave Estrella Brillante y sus ocupantes. Han tomado violentamente una nave de la Armada de la Confederación de la Fundación en un acto de piratería. Se les ordena entregar la nave y rendirse inmediatamente o hacer frente al ataque.»
La contestación llegó en voz natural:
- Alcaldesa Branno de Términus, sé que está en la nave. El Estrella Brillante no fue tomado en una acción pirática. Fui invitado a subir a bordo por su capitán legal, Munn Li Compor de Términus. Solícito una tregua para debatir cuestiones muy importantes para ambos.
Kodell susurró a Branno:
- Déjeme hablar a mí, alcaldesa.
Ella levantó el brazo con ademán despectivo.
- La responsabilidad es mía, Liono.
Tras ajustar el transmisor, habló en un tono casi tan forzado y exento de emociones como la voz artificial que había hablado antes:
- Hombre de la Segunda Fundación, comprenda su posición. Si no se rinde inmediatamente, podemos mandar su nave fuera del espacio en el tiempo que necesita la luz para ir de nuestra nave a la de usted, y estamos dispuestos a hacerlo. No perderemos nada haciéndolo, pues usted no sabe nada por lo que debamos mantenerle con vida. Sabemos que es de Trántor y, una vez nos hayamos ocupado de usted, nos ocuparemos de Trántor. Le concederemos unos minutos para que diga lo que tenga que decir, pero ya que no puede revelamos nada útil, no le escucharemos demasiado rato.
- En ese caso - repuso Gendibal -, hablaré rápidamente y sin rodeos. Su escudo no es perfecto y no puede serlo. Lo han sobrestimado a él y me han subestimado a mí. Puedo manejar su mente y controlarla. No con tanta facilidad, quizá, como si no hubiese ningún escudo, pero con suficiente facilidad.
En el mismo momento que intenten emplear algún arma, la atacaré..., y debe comprender lo siguiente: sin escudo, puedo manejar su mente con suavidad y sin lastimarla; sin embargo, con el escudo, tengo que traspasarlo, lo cual soy capaz de hacer, y entonces no podré manejarla con suavidad o destreza. Su mente quedará destrozada como el escudo y el efecto será irreversible. En otras palabras, usted no puede detenerme y yo, por el contrario, puedo detenerla a usted viéndome obligado a hacer algo peor que matarla. Le dejaré un caparazón sin mente. ¿Quiere correr el riesgo?
Branno contestó:
- Usted sabe que no puede hacer lo que dice.
- ¿Quiere, entonces, arriesgarse a sufrir las consecuencias que he descrito? - inquirió Gendibal con un aire de fría indiferencia.
Kodell se inclinó hacia delante y susurró:
- Por el amor de Seldon, alcaldesa...
Gendibal dijo (no enseguida, pues la luz, y todo lo que iba a la velocidad de la luz, requería un poco más de un segundo para ir de una nave a la otra):
- Sigo sus pensamientos, Kodell. No necesita susurrar. También sigo los pensamientos de la alcaldesa. Está indecisa, de modo que aún no debe alarmarse. Y el simple hecho de que yo sepa todo esto es una prueba concluyente de que su escudo no es perfecto.
- Puede reforzarse - contestó la alcaldesa en tono desafiante.
- Mi fuerza mentálica, también - dijo Gendibal.
- Pero yo estoy cómodamente sentada, sin consumir más energía física que para mantener el escudo, y tengo la suficiente para mantenerlo durante largos períodos de tiempo. Usted debe usar energía mentálica para traspasar el escudo y se cansará.
- No estoy cansado - replicó Gendibal -. En este momento, ninguno de ustedes es capaz de dar una orden a algún miembro de la tripulación de su nave o a algún tripulante de alguna otra nave. Puedo lograrlo sin causarle ningún daño, pero no haga ningún esfuerzo extraordinario para librarse de este control, porque. si yo lo igualo aumentando mi propia fuerza, como tendré que hacer, le sucederá lo que he dicho.
- Esperaré - decidió Branno, colocando las manos en el regazo con aire de infinita paciencia -. Usted se cansará y cuando lo haga, no ordenaré destruirle, pues entonces será inofensivo. Mis órdenes serán enviar la flota principal de la Fundación contra Trántor. Si desea salvar su mundo, ríndase. Una segunda orgía de destrucción no dejará incólume su organización, como hizo la primera en tiempo del Gran Saqueo.
- ¿No ve que si empiezo a sentirme cansado, alcaldesa, lo que no ocurrirá, puedo salvar mi mundo destruyéndola a usted antes de que mi fuerza se agote?
- No lo hará. Su misión principal es mantener el Plan Seldon. Destruir a la alcaldesa de Términus sería asestar un golpe al prestigio y la confianza de la Primera Fundación, provocar un retroceso de su poder y alentar a todos sus enemigos, lo cual causaría una interrupción del Plan que sería casi tan mala para usted como la destrucción de Trántor. Es mejor que se rinda.
- ¿Está dispuesta a confiar en mi renuncia a destruirla?
El pecho de Branno ascendió mientras tomaba aire y lo sacaba lentamente. Después contestó con firmeza:
- ¡ Si!
Kodell, sentado a su lado, palideció.
80
Gendibal contempló la figura de Branno, superpuesta en el volumen de habitación que quedaba enfrente de la pared. Resultaba un poco vacilante y confusa debido a la interferencia del escudo. La cara del hombre sentado junto a ella era casi invisible, pues Gendibal no disponía de energía que desperdiciar en él. Debía concentrarse en la alcaldesa.
Sin duda, ella no tenía ninguna imagen de él. No podía saber que también estaba acompañado, por ejemplo. No podía emitir ningún juicio basándose en sus expresiones o su lenguaje corporal. En este aspecto, se hallaba en desventaja.
Todo lo que le había dicho era verdad. Podía destrozarla a costa de un enorme consumo de fuerza mentálica y, al hacerlo, difícilmente podría evitar que su mente quedara afectada de un modo irreparable.
Sin embargo, lo que ella había dicho también era verdad. Destruirla dañaría el Plan tanto como el mismo Mulo lo había dañado. En realidad, ahora el daño sería más grave, pues habría menos tiempo para volver a encauzarlo.
Por si esto fuera poco, estaba Gaia, que aún era un factor desconocido, y cuyo campo mentálico seguía detectándose con la misma debilidad.
Tocó con cuidado la mente de Novi para asegurarse de que el resplandor aún estaba allí. Estaba, y no había cambiado.
La muchacha no pudo sentir ese toque de ningún modo, pero se volvió hacia él y le susurró con temor:
- Maestro, allí hay una ligera bruma. ¿Es eso con lo que hablas?
Debía de haber percibido la bruma a través de la pequeña conexión establecida entre sus mentes. Gendibal se llevó un dedo a los labios.
- No tengas miedo, Novi. Cierra los ojos y descansa.
Alzó la voz:
- Alcaldesa Branno, sus suposiciones son acertadas en este aspecto. No deseo destruirla enseguida, pues creo que si le explico una cosa, prestará oídos a la razón y no habrá necesidad de que nos destruyamos mutuamente.
»Supongamos, alcaldesa, que usted gana y yo me rindo. ¿Qué pasará a continuación? En un alarde de confianza en sí mismos y excesiva seguridad en su escudo mentálico, usted y sus sucesores intentarán extender su poder por toda la Galaxia con excesivo apresuramiento. Al hacerlo así, sólo pospondrán el establecimiento del Segundo Imperio, porque también destruirán el Plan Seldon.
Branno replicó:
- No me sorprende que no desee destruirme enseguida y creo que, mientras espera, se verá obligado a admitir que no se atreve a hacerlo en absoluto.
- No se engañe a sí misma con falsas esperanzas - añadió Gendibal -. Escúcheme. La mayor parte de la Galaxia aún no pertenece a la Fundación y, en gran medida, es contraria a la Fundación. Incluso hay porciones de la misma Confederación de la Fundación que no han olvidado sus días de independencia. Si la Fundación actúa con demasiada rapidez después de mi rendición, privará al resto de la Galaxia de su mayor debilidad, su desunión e indecisión. Les obligará a unirse por temor y fomentará la tendencia a la rebelión interna.
- Me está amenazando con porras de paja – dijo Branno -. Tenemos poder para derrotar fácilmente a todos los enemigos, aunque todos los mundos de la Galaxia no adheridos a la Fundación se aliaran contra nosotros, y aunque fueran ayudados por una rebelión de la mitad de los mundos de la misma Confederación. No habría problema.
- Problema inmediato, alcaldesa. No cometa el error de limitarse a ver los resultados que aparecen enseguida. Pueden establecer un Segundo Imperio sólo con proclamarlo, pero no podrán mantenerlo.
Tendrán que reconquistarlo cada diez años.
- Pues lo haremos hasta que los mundos se cansen, como usted se está cansando.
- No se cansarán, igual que yo no me canso. Además, el proceso no durará mucho, pues hay un segundo y más temible peligro para el seudoimperio que ustedes proclamarían, ya que sólo podrá mantenerse temporalmente por medio de una fuerza militar cada vez más poderosa que se ejercitará siempre; los generales de la Fundación serán, por primera vez, más importantes e influyentes que las autoridades civiles.
El seudoimperio se desmembrará en regiones militares donde cada comandante será el jefe supremo.
Reinará la anarquía, y se producirá una vuelta a una barbarie que quizá dure más de los treinta mil años previstos por Seldon antes de poner en práctica el Plan Seldon.
- Amenazas infantiles. Aunque los cálculos matemáticos del Plan Seldon predijeran todo esto, sólo predicen probabilidades, no inevitabilidades.
- Alcaldesa Branno - dijo Gendibal con seriedad -. Olvídese del Plan Seldon. Usted no comprende sus cálculos matemáticos y no puede imaginarse su configuración. Pero quizá no tenga que hacerlo. Usted es un político probado; y de éxito, a juzgar por el cargo que ocupa; aún más, valiente, a juzgar por el riesgo que ahora corre. Por lo tanto, utilice su perspicacia política. Considere la historia política y militar de la humanidad y considérela a la luz de lo que sabe sobre la naturaleza humana, sobre el modo en que las personas, los políticos y los militares actúan, reaccionan y se influyen mutuamente, y vea si no tengo razón.
- Aunque la tenga - dijo Branno -, miembro de la Segunda Fundación, es un riesgo que debemos correr. Con un liderazgo adecuado y un progreso tecnológico continuado, tanto en mentálica como en física, podemos vencer. Hari Seldon no calculó correctamente ese progreso. No podía hacerlo. ¿En qué parte del Plan da cabida al desarrollo de un campo mentálico por la Primera Fundación? ¿Para qué necesitamos el Plan, en todo caso? Podemos arriesgarnos a fundar un nuevo Imperio sin él. Al fin y al cabo, un fracaso sin él sería mejor que un éxito con él. No queremos un Imperio en el que seamos marionetas de los ocultos manipuladores de la Segunda Fundación.
- Dice eso porque no comprende lo que significaría un fracaso para los habitantes de la Galaxia.
- ¡Quizá! - replicó Branno sin compasión -. ¿Está empezando a cansarse, miembro de la Segunda Fundación?
- En absoluto. Déjeme proponer una acción alternativa que usted no ha considerado, una acción por la que yo no tendré que rendirme a usted, ni usted a mí. Estamos en las proximidades de un planeta llamado Gaia.
- Lo sé muy bien.
- ¿Sabe que probablemente fue el lugar de nacimiento del Mulo?
- Necesito alguna prueba aparte de su aseveración al respecto.
- El planeta está rodeado por un campo mentálico. Es la sede de muchos Mulos. Si usted lleva a cabo su sueño de destruir la Segunda Fundación, nos convertiremos en esclavos de este planeta de Mulos. ¿Qué daño les han hecho nunca los miembros de la Segunda Fundación? Me refiero a un daño específico, no imaginado o teórico. Ahora pregúntese a sí misma qué daño les ha hecho un solo Mulo.
- Sigo sin tener nada más que sus aseveraciones.
- Mientras permanezcamos aquí no puedo darle nada más. Por lo tanto, le propongo una tregua. Mantenga su escudo levantado, si no confía en mí, pero esté preparada para colaborar conmigo. Acerquémonos juntos a este planeta, y cuando se haya convencido de que no es peligroso, yo anularé su campo mentálico y usted ordenará a sus naves que tomen posesión de él.
- ¿Y después?
- Y después, al menos, será la Primera Fundación contra la Segunda Fundación, sin tener que considerar fuerzas ajenas. Entonces la lucha quedará declarada mientras que ahora no nos atrevemos a luchar, pues ambas Fundaciones están acorraladas.
- ¿Por qué no lo ha dicho antes?
- Pensaba que podría convencerla de que no éramos enemigos, con objeto de que llegáramos a colaborar. Como al parecer he fracasado en esto, sugiero que colaboremos de todos modos.
Branno hizo una pausa con la cabeza inclinada en actitud reflexiva. Luego dijo:
- Está intentando dormirme con una canción de cuna. ¿Cómo podrá, usted solo, anular el campo mentálico de todo un planeta de Mulos? La idea es tan infantil que no puedo confiar en la sinceridad de su propuesta.
- No estoy solo - declaró Gendibal -. Detrás de mí está toda la fuerza de la Segunda Fundación y esta fuerza, canalizada a través de mi, se ocupará de Gaia.
Lo que es más, puede apartar su escudo, en cualquier momento, como si fuera una leve neblina.
- En este caso, ¿por qué necesita mi ayuda?
- En primer lugar, porque anular el campo no es suficiente. La Segunda Fundación no puede consagrarse, ahora y siempre, a la incesante labor de anular, del mismo modo que yo no puedo pasar el resto de mi vida bailando este minué dialéctico con usted.
Necesitamos la acción física que sus naves pueden proporcionar. Y además, si no logro convencerla por la lógica de que las dos Fundaciones deben considerarse aliadas, quizás una empresa conjunta de la mayor importancia resulte convincente. A veces los hechos logran lo que las palabras no pueden.
Un segundo silencio y después Branno dijo:
- Estoy dispuesta a acercarme un poco más a Gaia, si podemos hacerlo al mismo tiempo. No le prometo nada más.
- Eso me basta - repuso Gendibal, inclinándose sobre la computadora.
- No, maestro - dijo Novi -, hasta ahora no importaba, pero te ruego que no des un paso más. Tenemos que esperar al consejero Trevize de Términus.
19 DECISION
81
Janov Pelorat dijo, con una sombra de petulancia en la voz:
- La verdad, Golan, nadie parece tener en cuenta el hecho de que ésta sea la primera vez en una vida moderadamente larga, no demasiado larga, se lo aseguro, Bliss, que viajo por la Galaxia. Cada vez que llego a un mundo, vuelvo a encontrarme en el espacio antes de tener la oportunidad de estudiarlo. Ya me ha sucedido dos veces.
- Sí - reconoció Bliss -, pero si no hubiera abandonado el otro tan rápidamente, no me habría conocido hasta quién sabe cuándo. Sin duda esto justifica la primera vez.
- En efecto. Sinceramente.., querida, así es.
- Y esta vez, Pel, aunque vuelva a encontrarse en el espacio, yo estoy con usted; y yo soy Gaia, tanto como cualquier partícula del planeta, tanto como la totalidad del planeta.
- Lo es, y no quiero ninguna otra partícula de él.
Trevize, que había escuchado esta conversación con el ceño fruncido, dijo:
- Esto es muy desagradable. ¿Por qué no ha venido Dom con nosotros? Espacio, nunca me acostumbraré a esta monosilabización. Un nombre de doscientas cincuenta sílabas y sólo empleamos una. ¿Por qué no ha venido, junto con las doscientas cincuenta sílabas? Si todo esto es tan importante, si la misma existencia de Gaia depende de ello, ¿por qué no ha venido él con nosotros para dirigirnos?
- Yo estoy aquí, Trev - contestó Bliss -, y soy tan Gaia como él. - Luego, con una rápida mirada de Soslayo -: ¿Le molesta, entonces, que le llame «Trev»?
- Sí, así es. Tengo tanto derecho como ustedes a respetar mis costumbres. Mi nombre es Trevize. Dos sílabas. Tre-vize.
- Con mucho gusto. No deseo hacerle enfadar, Trevize.
- No estoy enfadado. Estoy molesto. - De pronto se levantó, anduvo de un extremo a otro de la habitación, pasando sobre las piernas estiradas de Pelorat (que se apresuró a encogerlas), y después regresó sobre sus pasos. Se detuvo, se volvió, y miró a Bliss. La apuntó con un dedo.
- ¡Escuche! ¡Yo no soy mi propio dueño! Me han atraído desde Términus hasta Gaia, e incluso cuando empecé a sospecharlo, no pude hacer nada para liberarme. Y después, cuando llego a Gaia, me dicen que el único fin de mi llegada es salvar a Gaia. ¿Por qué? ¿Cómo? ¿Qué significa Gaia para mí, o yo para Gaia, que tengo que salvarlo? ¿No hay nadie más entre el millón de billones de seres humanos de la Galaxia que pueda hacerlo?
- Por favor, Trevize - dijo Bliss, dando muestras de un repentino desaliento y abandonando toda afectación de inconsciencia -. No se enfade. Como ve, utilizo su nombre completo y me portaré con mucha seriedad. Dom le pidió que fuera paciente.
- Por todos los planetas de la Galaxia, habitables o no, no quiero ser paciente. Si soy tan importante, ¿no merezco una explicación? En primer lugar, vuelvo a preguntarle por qué no ha venido Dom con nosotros. ¿No es suficientemente importante para él estar en el Estrella Lejana con nosotros?
- Está aquí, Trevize - dijo Bliss -. Mientras yo esté aquí, él estará aquí, así como todos los habitantes de Gaia, y todas las cosas vivientes, y todas las partículas del planeta.
- Usted está convencida de que es así, pero yo no comparto sus ideas. No soy gaiano. No podemos meter todo el planeta en mi nave; sólo podemos meter a una persona. La tenemos a usted, y Dom es parte de usted. Muy bien. ¿Por qué no podíamos traer a Dom, y dejar que usted fuese parte de él?
- En primer lugar - contestó Bliss -, Pel... quiero decir, Pelorat, me pidió que estuviera en la nave con ustedes. A mí, no a Dom.
- Quiso mostrarse galante. ¿Quién tomaría eso en serio?
- Oh, vamos, mi querido amigo - protestó Pelorat, levantándose y ruborizándose. - Hablaba muy en serio. No quiero que nadie interprete mal mis intenciones. Acepto el hecho de que no importa qué componente del todo gaiano esté a bordo, y para mí es más agradable tener aquí a Bliss que a Dom, y para usted también debería serlo. Vamos, Golan, se está portando como un niño.
- ¿En serio? ¿En serio? - dijo Trevize, frunciendo el ceño -. Muy bien, así es. De todos modos - volvió a señalar a Bliss -, sea lo que sea lo que esperen de mí, le aseguro que no lo haré si no me tratan como a un ser humano. Dos preguntas para empezar... ¿Qué se supone que debo hacer? Y, ¿por qué yo?
Bliss parecía atónita y retrocedió unos cuantos pasos.
- Por favor – dijo -, ahora no puedo contestarle.
Ni todo Gaia puede contestarle. Tiene que llegar al lugar sin saber nada de antemano. Tiene que enterarse de todo allí. Entonces tiene que hacer lo que tenga que hacer, pero tiene que hacerlo con tranquilidad y sin dejarse llevar por las emociones. Si continúa de este modo, todo será inútil y, de una manera u otra, Gaia será destruido. Debe cambiar su estado de ánimo y yo no sé cómo hacerlo.
- ¿Lo sabría Dom si estuviera aquí? – preguntó Trevize despiadadamente.
- Dom está aquí - dijo Bliss -. El/yo/nosotros no sabemos cambiarle o tranquilizarle. No comprendemos a un ser humano que no pueda percibir su lugar en el esquema de las cosas, que no se sienta parte de un todo mayor.
Trevize replicó:
- No es así. Fueron capaces de capturar mi nave a una distancia de un millón de kilómetros o más, y mantenernos tranquilos mientras estábamos indefensos. Pues bien, tranquilícenme ahora. No finja que no son capaces de hacerlo.
- Pero no debemos. Ahora, no. Si le cambiáramos o ajustáramos de algún modo, usted no sería más valioso para nosotros que cualquier otra persona de la Galaxia y no podríamos utilizarle. Sólo podemos utilizarle porque es usted, y tiene que seguir siéndolo. Si le tocamos de alguna manera en este momento, estamos perdidos. Por favor. Tiene que calmarse espontáneamente.
- Imposible, señorita, a no ser que me explique algo de lo que quiero saber.
- Bliss, déjeme intentarlo - intervino Pelorat -. Haga el favor de ir a la otra habitación.
Bliss salió, retrocediendo con lentitud. Pelorat cerró la puerta tras ella.
- Lo oye, lo ve... y lo percibe todo. ¿Qué diferencia supone esto? - dijo Trevize.
Pelorat contestó:
- Para mí supone una diferencia. Quiero estar solo con usted, aunque el aislamiento sea una ilusión. Golan, usted tiene miedo.
- No diga tonterías.
- Claro que lo tiene. No sabe hacia dónde va, qué encontrará o qué se espera que haga. Es lógico que tenga miedo.
- Pero no lo tengo.
- Sí, lo tiene. Quizá no tema al peligro físico como yo. Yo temía salir al espacio, temo cada mundo nuevo que veo, y temo cada cosa nueva que encuentro. Al fin y al cabo, he vivido medio siglo encerrado, replegado y aislado, mientras que usted ha estado en la Armada y en el mundo de la política, en plena agitación tanto en casa como en el espacio. Sin embargo, yo he intentado no tener miedo y usted me ha ayudado.
Durante este tiempo que hemos estado juntos, ha sido paciente conmigo, ha sido amable y comprensivo y, gracias a usted, he logrado dominar mis temores y portarme bien. Así pues, permítame devolverle el favor y ayudarle.
- Le digo que no tengo miedo.
- Claro que sí. Si no de otra cosa, tiene miedo de la responsabilidad a la que deberá hacer frente. Al parecer todo un mundo depende de usted y, por lo tanto, tendrá que vivir con la destrucción de un mundo en la conciencia en caso de que falle. ¿Por qué afrontar esa posibilidad por un mundo que no significa nada para usted? ¿Qué derecho tienen a echar esa carga sobre sus hombros? No sólo teme al fracaso, como haría cualquier persona en su lugar, sino que está furioso por verse arrastrado a una situación en la que debe tener miedo.
- Se equivoca completamente.
- No lo creo. En consecuencia, déjeme ocupar su lugar. Yo lo haré. Sea lo que sea lo que esperen de usted, me ofrezco como sustituto. Deduzco que no es algo que requiera una gran fuerza física o una gran vitalidad, pues un simple aparato mecánico le superaría en este aspecto. Deduzco que no es algo que requiera poder mentálico, pues ellos mismos tienen suficiente. Es algo que... bueno, no lo sé, pero si no requiere músculos ni cerebro, yo tengo todo lo demás igual que usted... y estoy dispuesto a asumir la responsabilidad.
Trevize preguntó vivamente:
- ¿Por qué está tan deseoso de llevar la carga?
Pelorat miró al suelo, como si temiera encontrarse con los ojos del otro, y dijo:
- He estado casado, Golan. He conocido a muchas mujeres. Sin embargo, nunca han sido importantes para mí. Interesantes. Agradables. Nunca muy importantes. Sin embargo, ésta...
- ¿Quién? ¿Bliss?
- Por alguna razón, es diferente... para mí.
- Por Términus, Janov, ella sabe absolutamente todo lo que usted está diciendo.
- Eso no me importa. De todos modos, lo sabe. Quiero complacerla. Me encargaré de esta misión, sea cual sea correré cualquier riesgo, asumiré cualquier responsabilidad, haré cualquier cosa que la impulse a... tener una buena opinión de mí.
- Janov, es una niña.
- No es una niña... y lo que usted piense de ella no me importa.
- ¿No comprende lo que usted debe parecerle?
- ¿Un viejo? ¿Qué más da? Ella forma parte de un todo mayor y yo no, y eso ya levanta una barrera insuperable entre nosotros. ¿Cree que no lo sé? Pero no le pido nada más que...
- ¿Que tenga una buena opinión de usted?
- Sí. O cualquier otra cosa que pueda llegar a sentir por mí.
- ¿Y por eso hará mi trabajo? Pero, Janov, ¿no ha estado escuchando? No le quieren a usted; me quieren a mí por alguna maldita razón que no alcanzo a comprender.
- Si no pueden tenerle a usted y han de tener a alguien, sin duda yo seré mejor que nada.
Trevize meneó la cabeza.
- Me parece imposible lo que está sucediendo. Se encuentra al borde de la vejez y ha descubierto la juventud. Janov, usted intenta ser un héroe a fin de poder morir por ese cuerpo.
- No diga eso, Golan. No es tema para bromas.
Trevize intentó echarse a reír, pero sus ojos tropezaron con el rostro grave de Pelorat y, en vez de hacerlo, se aclaró la garganta.
- Tiene razón – repuso -. Le pido disculpas. Llámela, Janov. Llámela.
Bliss entró, un poco encogida, y declaró con voz ahogada:
- Lo siento, Pel. No puede sustituir a Trevize. Tiene que ser él o nadie.
Trevize dijo:
- Muy bien. Me calmaré. Sea lo que sea, intentaré hacerlo. Cualquier cosa con tal de evitar que Janov desempeñe el papel de héroe romántico a su edad.
- Sé cuál es mi edad - murmuró Pelorat.
Bliss se acercó lentamente a él, y colocó una mano sobre su hombro.
- Pel, yo... yo tengo una buena opinión de usted.
Pelorat desvió la mirada.
- Está bien, Bliss. No necesita ser amable.
- No quiero ser amable, Pel. Tengo... muy buena opinión de usted.
82
De un modo confuso al principio, y luego con más claridad, Sura Novi supo que era Suranoviremblastiran, y que, de niña, sus padres la conocían como Su y sus amigos como Vi.
Por supuesto, nunca lo había olvidado realmente, pero los hechos se sumergían, de vez en cuando, en las profundidades de su mente. Nunca se habían sumergido a tanta profundidad o durante tanto tiempo como en este último mes, pero tampoco ella había permanecido nunca tan cerca de una mente tan poderosa durante tanto tiempo.
Pero ahora había llegado el momento. No lo determinó ella misma. No tuvo necesidad. Los numerosos residuos de su personalidad estaban abriéndose paso hacia la superficie, por el bien de la necesidad global.
También sintió una cierta molestia, una especie de picazón, que desapareció rápidamente ante el bienestar de la individualidad desenmascarada. Hacía años que no estaba tan cerca del globo de Gaia.
Recordó una de las formas de vida que más le gustaban siendo niña en Gaia. Habiendo considerado entonces sus sensaciones como una pequeña parte de las de ella misma, ahora reconoció las más agudas de las experimentadas por ella. Era una mariposa saliendo de un capullo.
83
Stor Gendibal miró a Novi con agudeza y perspicacia, y con tal asombro que estuvo a punto de perder su dominio sobre la alcaldesa Branno. Si no lo hizo fue, tal vez, porque recibió una súbita ayuda del exterior que, de momento, él pasó por alto.
- ¿Qué sabes del consejero Trevize, Novi? - preguntó. Y luego, alarmado por la repentina y creciente complejidad de la mente de la muchacha, exclamó -: ¿Quién eres?
Intentó apoderarse de su mente y la encontró impenetrable. En ese momento, se dio cuenta de que su dominio sobre Branno estaba respaldado por una fuerza mayor que la suya.
- ¿Quién eres? - repitió.
Había una sombra de dramatismo en la cara de Novi.
- Maestro - dijo -, orador Gendibal. Mi verdadero nombre es Suranoviremblastiran y soy Gaia.
Eso fue todo lo que dijo en palabras, pero Gendibal, súbitamente furioso, había intensificado su propia emanación mental y con gran habilidad, ahora que estaba excitado, evadió la barrera que se estaba reforzando y retuvo a Branno por sí solo y más fuertemente que antes, mientras agarraba la mente de Novi en una lucha difícil y silenciosa.
Ella le contuvo con igual habilidad, pero no pudo mantener la mente cerrada frente a él, o quizá no deseó hacerlo.
Gendibal le habló como si fuese otro orador.
- Has desempeñado un papel, me has engañado, me has atraído hasta aquí, y perteneces a la especie de la que surgió el Mulo.
- El Mulo fue una aberración, orador. Yo/nosotros no somos Mulos. Yo/nosotros somos Gaia. La esencia completa de Gaia fue descrita en lo que ella comunicó con toda minuciosidad, con mucha más que si lo hubiese hecho con palabras.
- Todo un planeta vivo - dijo Gendibal.
- Y con un campo mentálico mayor, puesto que es un todo, que el tuyo que eres un individuo. Por favor, no resistas con tanta fuerza. Temo el. peligro de lastimarte, cosa que no deseo hacer.
- Incluso como planeta vivo, no sois más fuertes que la suma de mis colegas de Trántor. En cierto modo, nosotros también somos un planeta vivo.
- Sólo unos miles de personas en cooperación mentálica, orador, y no puedes recurrir a su ayuda, porque yo la he bloqueado. Compruébalo y verás.
- ¿Qué te propones, Gaia?
- Me gustaría, orador, que me llamaras Novi. Lo que hago ahora lo hago como Gaia, pero también soy Novi, y para ti, sólo soy Novi.
- ¿Qué te propones, Gaia?
Se produjo el temblor mentálico equivalente a un suspiro y Novi dijo:
- Permaneceremos en triple estancamiento. Tú retendrás a la alcaldesa Branno a través de su escudo, y yo te ayudaré a hacerlo, y no nos cansaremos. Supongo que tú mantendrás tu control sobre mí, y yo mantendré el mío sobre ti, y tampoco nos cansaremos haciéndolo. Y así seguiremos.
- ¿Hasta cuándo?
- Como ya te he dicho... Estamos esperando al consejero Trevize de Términus, Es él quien romperá el estancamiento. como le parezca.
84
La computadora del Estrella Lejana localizó las dos naves y Golan Trevize las proyectó juntas en la pantalla.
Ambas pertenecían a la Fundación. Una de ellas se parecía extraordinariamente al Estrella Lejana y sin duda era la nave de Compor. La otra era más grande y mucho más potente.
Se volvió hacia Bliss y preguntó:
- Bueno, ¿sabe lo que está sucediendo? ¿Puede explicarme algo ahora?
- ¡Sí! ¡No se alarme! No le causarán ningún daño.
- ¿Por qué cree todo el mundo que estoy paralizado por el pánico? - inquirió Trevize con petulancia.
Pelorat se apresuró a decir:
- Déjela hablar, Golan. No la trate de este modo.
Trevize levantó los brazos en un gesto de impaciente rendición.
- No la trataré de este modo. Hable, señorita.
Bliss explicó:
- En la nave más grande está la gobernadora de su Fundación. Con ella...
Trevize preguntó con asombro:
- ¿La gobernadora? ¿Se refiere a la vieja Branno?
- Sin duda ése no es su título - dijo Bliss, frunciendo ligeramente los labios con diversión -. Pero es una mujer. - Hizo una pequeña pausa, como si escuchara atentamente al resto del organismo general del que formaba parte -. Su nombre es Harlabranno.
Parece extraño que sólo tenga cuatro sílabas si es tan importante en su mundo, pero supongo que los no gaianos tienen sus propias costumbres.
- Supongo - respondió Trevize con sequedad -. Ustedes la llamarían Brann, con toda probabilidad. Pero, ¿qué hace aquí? ¿ Por qué no está en...? Ya comprendo. Gaia también la ha atraído hasta aquí. ¿Por qué?
Bliss no contestó a esta pregunta, pero dijo:
- Con ella está Lionokodell, cinco sílabas, a pesar de ser su subordinado. Parece una falta de respeto. Es un funcionario importante de su mundo. Con ellos están otras cuatro personas que controlan las armas de la nave. ¿Quiere saber sus nombres?
- No. Supongo que en la otra nave hay un solo hombre, Munn Li Compor, y que representa a la Segunda Fundación. Es evidente que ustedes han reunido a ambas Fundaciones. ¿Por qué?
- No exactamente, Trev quiero decir, Trevize.
- Oh, adelante, siga llamándome Trev. No me importa en absoluto.
- No exactamente, Trev. Compor ha abandonado esa nave y ha sido reemplazado por dos personas.
Una es Storgendibal, un funcionario importante de la Segunda Fundación. Se le llama orador.
Un funcionario importante? Me imagino que tiene poder mentálico.
- Oh, Mucho.
- ¿Podrán controlarlo?
- Desde luego. La segunda persona, que está en la nave con él, es Gaia.
- ¿Es uno de ustedes? .
- Si. Su nombre es Suranoviremblastiran. Debería ser mucho más largo, pero ha estado mucho tiempo lejos de mí/nosotros/resto.
- ¿Es capaz de dominar a un alto funcionario de la Segunda Fundación?
- No es ella, sino Gaia quien le domina. Ella/yo/nosotros/todos somos capaces de machacarlo.
- ¿Es eso lo que va a hacer? ¿Vas a machacarlo a él y a Branno? ¿Qué significa esto? ¿Es que Gaia va a destruir las Fundaciones y a establecer un Imperio Galáctico por su cuenta? ¿El Mulo otra vez? Un Mulo más poderoso...
- No, no, Trev. No se agite. No debe hacerlo. Los tres están en un estancamiento. Están esperando.
- ¿Qué esperan?
- Su decisión.
- Ya estamos en las mismas. ¿Qué decisión? ¿Por qué yo?
- Por favor, Trev - dijo Bliss -. Pronto lo sabrá. Yo/nosotros/ella hemos dicho todo lo que yo/nosotros/ella podemos por ahora.
85
Branno declaró con cansancio:
- Es evidente que he cometido un error, Liono, que puede ser fatal.
- ¿Cree que debe admitirlo? - murmuró Kodell a través de sus labios inmóviles.
- Ellos saben lo que pienso. No perderemos nada diciéndolo. También saben lo que usted piensa aunque no mueva los labios. Tendría que haber esperado hasta que el escudo estuviera más perfeccionado.
Kodell repuso:
- ¿Cómo iba a saberlo, alcaldesa? Si hubiéramos esperado hasta que la seguridad fuese doble y triple y cuádruple e infinitamente grande, habríamos esperado siempre. Sin duda, lamento que hayamos venido nosotros en persona. Habría sido mejor experimentarlo con otro; con su pararrayos, Trevize, por ejemplo.
Branno suspiró.
- No quería ponerlos sobre aviso, Liono. Sin embargo, usted ha puesto el dedo en la llaga. Debería haber esperado hasta que el escudo fuese razonablemente impenetrable. No absolutamente impenetrable, pero sí razonablemente. Sabía que ahora tenía una filtración perceptible, pero no podía seguir esperando. Solucionar la filtración habría significado esperar hasta el término de mis funciones y quería hacerlo durante mi mandato... y quería estar presente. Así que, como una tonta, me convencí a mí misma de que el escudo era adecuado. No quise escuchar ninguna advertencia, ni siquiera sus dudas, Liono.
- Aún es posible que venzamos, si somos pacientes.
- ¿Puede dar la orden de abrir fuego contra la otra nave?
- No, no puedo, alcaldesa. Por alguna razón, el pensamiento es algo que no puedo dominar.
- Yo tampoco. Y si usted o yo lográsemos dar la orden, estoy segura de que los tripulantes no la obedecerían, porque no serían capaces de hacerlo.
- En las circunstancias actuales no, alcaldesa, pero las circunstancias podrían cambiar De hecho, un nuevo actor está apareciendo en escena.
Señaló la pantalla. La computadora de la nave había dividido automáticamente la pantalla cuando una nueva nave entró en su campo de acción. La segunda nave apareció en el lado derecho.
- ¿Puede ampliar la imagen, Liono?
- Sin ninguna dificultad. El miembro de la Segunda Fundación es hábil. Somos libres de hacer cualquier cosa que no le cree problemas.
- Bueno - dijo Branno, escudriñando la pantalla -, ése es el Estrella Lejana, estoy segura. Y me imagino que Trevize y Pelorat se encuentran a bordo.
- Luego, con amargura -: A no ser que también hayan sido reemplazados por miembros de la Segunda Fundación. Mi pararrayos ha sido realmente muy eficaz. Si mi escudo hubiera sido más fuerte...
- ¡Paciencia! - rogó Kodell.
Una voz resonó en los confines de la sala de mando de la nave y Branno supo de algún modo que no se componía de ondas sonoras. La oyó en su propia mente y una ojeada a Kodell le bastó para saber que él también la había oído.
La voz dijo:
- ¿Me oye, alcaldesa Branno? Si es así, no se moleste en decir nada. Será suficiente con que lo piense.
Branno preguntó con calma:
- ¿Quién es usted?
- Yo soy Gaia.
86
Cada una de las tres naves se hallaba esencialmente inmóvil con respecto a las otras dos. Las tres giraban con gran lentitud alrededor del planeta Gaia, como un lejano satélite tripartito del planeta. Las tres acompañaban a Gaia en su interminable viaje en torno a su sol.
Trevize seguía observando la pantalla, cansado de hacer conjeturas sobre cuál sería su papel, la razón por la que le habían obligado a recorrer un millar de pársecs. El sonido que percibió en la mente no le sobresaltó. Fue como si hubiera estado esperándola.
El sonido dijo:
- ¿Me oye, Golan Trevize? Si es así, no se moleste en decir nada. Será suficiente con que lo piense.
Trevize miró a su alrededor. Pelorat, claramente sobresaltado, miraba en todas direcciones, como intentando hallar la fuente de la voz. Bliss estaba tranquilamente sentada, con las manos en el regazo. Trevize no dudó ni por un momento de que era consciente del sonido.
Pasó por alto la orden de utilizar los pensamientos y habló articulando las palabras con deliberada claridad.
- Si no averiguo de qué se trata todo esto, no haré nada de lo que me pidan.
Y la voz dijo:
- Está a punto de averiguarlo.
87
Novi dijo:
- Todos ustedes me oirán en su mente. Todos ustedes son libres de responder con el pensamiento. Me encargaré de que todos ustedes se oigan unos a otros.
Y, como todos ustedes saben, estamos bastante cerca, de modo que, a la velocidad de la luz del campo mentálico espacial, no habrá retrasos inconvenientes.
Para empezar, todos estamos aquí porque así se ha dispuesto.
- ¿De qué manera? - preguntó la voz de Branno.
- Sin manipulación mental - dijo Novi -. Gala no ha intervenido en ninguna mente. No es nuestro estilo. Nos limitamos a valernos de la ambición. La alcaldesa Branno quería establecer un Segundo Imperio inmediatamente; el orador Gendibal quería ser primer orador. Bastó con alentar estos deseos y seguir la corriente, de un modo selectivo y con criterio.
- Yo sé cómo me atrajeron aquí - declaró Gendibal con rigidez. Y era cierto. Sabía por qué se había sentido tan ansioso de salir al espacio, tan ansioso de perseguir a Trevize, tan seguro de poder controlarlo todo. Fue por causa de Novi. ¡Oh, Novi!
- El caso del orador Gendibal era muy especial.
Tenía una gran ambición, pero también una debilidad que nos facilitó las cosas. El sería bondadoso con una persona a la que hubieran enseñado a considerarse inferior en todos los aspectos. Yo me aproveché de esto y lo volví contra él. Yo/nosotros estoy/estamos avergonzada/avergonzados. La excusa es que el futuro de la Galaxia está en peligro.
Novi hizo una pausa y su voz (aunque no hablara por medio de las cuerdas vocales) se tornó más sombría, y su cara, más seria.
- El momento había llegado. Gaia no podía seguir esperando. Durante más de un siglo, el pueblo de Términus había estado desarrollando un escuda mentálico. Si dejábamos pasar otra generación, sería impenetrable incluso para Gaia, y ellos podrían utilizar sus armas físicas a voluntad. La Galaxia no sería capaz de hacerles frente y un Segundo Imperio, a la manera de Términus, sería establecido de inmediato, a pesar del Plan Seldon, a pesar de la gente de Trántor, a pesar de Gaia. La alcaldesa Branno tenía que ser inducida de algún modo a dar el paso mientras el escudo seguía siendo imperfecto.
»Después está Trántor. El Plan Seldon funcionaba perfectamente, pues el mismo Gaia velaba para mantenerlo encauzado con toda precisión. Y durante más de un siglo había habido primeros oradores quietistas, de modo que Trántor vegetaba. Sin embargo, ahora Stor Gendibal medraba rápidamente. Sin duda se convertiría en primer orador y, bajo su mando, Trántor asumiría un papel activista. Sin duda se concentraría en el poder físico y reconocería el peligro de Términus y tomaría medidas contra él. Si podía actuar contra Términus antes de que su escudo estuviera perfeccionado, el Plan Seldon vería cumplido su objetivo con un Segundo Imperio Galáctico, a la manera de Trántor, a pesar del pueblo de Términus y a pesar de Gaia. En consecuencia, Gendibal tenía que ser inducido de algún modo a dar el paso antes de convertirse en primer orador.
»Afortunadamente, gracias a que Gaia ha trabajado mucho durante décadas, hemos traído a ambas Fundaciones al lugar adecuado en el momento adecuado. Repito todo esto principalmente para que el consejero Golan Trevize de Términus lo entienda.
Trevize intervino de inmediato y volvió a pasar por alto el esfuerzo de conversar por medio del pensamiento. Habló con firmeza:
- No lo entiendo. ¿Qué hay de malo en ambas versiones del Segundo Imperio Galáctico?
Novi contestó:
- El Segundo Imperio Galáctico, desarrollado a la manera de Términus, será un Imperio militar, establecido por la fuerza, mantenido por la fuerza y, con el tiempo, destruido por la fuerza. No será más que el Primer Imperio Galáctico renacido. Este es el parecer de Gaia.
»El Segundo Imperio Galáctico, desarrollado a la manera de Trántor, será un Imperio paternalista, establecido por el cálculo, mantenido por el cálculo, y en perpetua muerte en vida por el cálculo. Será un callejón sin salida. Este es el parecer de Gaia.
- ¿Y qué ofrece Gaia como alternativa? - preguntó Trevize.
- ¡Un Gaia más grande! ¡Una Galaxia más grande! Todos los planetas habitados tan vivos como Gaia. Todos los planetas vivientes combinados en una vida hiperespacial aún más grande. La participación de todos los planetas deshabitados. De todas las estrellas. De todas las partículas de gas interestelar. Quizás incluso del gran agujero negro central. Una galaxia viviente que pueda hacerse favorable a toda clase de vida por medios que aún no podemos prever. Un sistema de vida fundamentalmente distinto de todos los que han imperado hasta ahora y sin repetir ninguno de los viejos errores.
- Originando otros nuevos - murmuró Gendibal con sarcasmo.
- Hemos tenido miles de años de Gaia para corregirlos.
- Pero no a escala galáctica.
Trevize, pasando por alto el corto intercambio de pensamientos y yendo a lo que le interesaba, preguntó:
- ¿Y cuál es mi papel en todo esto?
La voz de Gaia, canalizada a través de la mente de Novi, tronó:
- ¡Escoger! ¿Qué alternativa debe prevalecer?
Un profundo silencio sucedió a esta revelación y después, en ese silencio, la voz de Trevize, al fin mental, pues estaba demasiado atónito para hablar, sonó ahogada y todavía desafiante:
- ¿Por qué yo?
Novi dijo:
- Aunque reconocimos que había llegado el momento en que Términus o Trántor serían demasiado poderosos para ser atajados o, lo que es peor, en que ambos podrían ser tan poderosos que devastaran la Galaxia con su equilibrio de fuerzas, seguimos sin poder hacer nada. Para nuestros propósitos, necesitábamos a alguien, una persona determinada, con talento para la corrección. Encontramos al consejero.
No, el mérito no es nuestro. La gente de Trántor lo encontró por medio del hombre llamado Compor, aunque ni siquiera ellos sabían lo que tenían. El acto de encontrar al consejero atrajo nuestra atención hacia él. Golan Trevize tiene el don de saber qué hay que hacer.
- Lo niego - dijo Trevize.
- De vez en cuando, está seguro. Y nosotros queremos que esta vez esté seguro por el bien de la Galaxia. Quizás él no desee la responsabilidad. Puede que haga lo posible para no tener que escoger. No obstante, se dará cuenta de que hay que hacerlo. ¡Estará seguro! Y entonces escogerá. En cuanto lo encontramos, supimos que la búsqueda había terminado, y hemos trabajado durante años para alentar una línea de acción que, sin interferencias mentálicas directas, afectara a los acontecimientos de tal modo que los tres, la alcaldesa Branno, el orador Gendibal y el consejero Trevize, estuvieran en las cercanías de Gaia al mismo tiempo. Lo hemos conseguido.
- En este lugar del espacio, en las presentes circunstancias, ¿no es verdad, Gaia, si es así como quiere que la llame, que puede vencer tanto a la alcaldesa cómo al orador? ¿No es verdad que puede establecer esa Galaxia viviente de la que habla sin que yo haga nada? ¿por qué, entonces, no lo hace? – preguntó Trevize.
Novi contestó:
- No sé si podré explicárselo a su entera satisfacción. Gaia fue formado hace miles de años con la ayuda de robots que, durante un corto período de tiempo, sirvieron a la especie humana y ahora ya no la sirven. Nos hicieron comprender claramente que sólo podríamos sobrevivir con la aplicación estricta de las Tres Leyes de la Robótica a la vida en general. La Primera Ley, en esos términos, es: «Gaia no debe dañar la vida o, por medio de la inacción, permitir que la vida llegue a ser dañada.» Hemos observado esta norma a lo largo de toda nuestra historia y no podemos hacer otra cosa.
»El resultado es que ahora estamos indefensos. No podemos imponer nuestra visión de la Galaxia viviente a un millón de billones de seres humanos y otras incontables formas de vida y perjudicar tal vez a muchos. Tampoco podemos quedarnos sin hacer nada mientras la mitad de la Galaxia se destruye a sí misma en una lucha que habríamos podido evitar. No sabemos si la acción o la inacción costará menos a la Galaxia; y si escogemos la acción, tampoco sabemos si respaldar a Términus o a Trántor costará menos a la Galaxia. Así pues, dejemos que el consejero Trevize decida y, cualquiera que sea su decisión, Gaia la acatará.
Trevize inquirió:
- ¿Cómo esperan que tome una decisión? ¿Qué hago?
Novi contestó:
- Tiene su computadora. La gente de Términus no sabia que, cuando la hizo, la hizo mejor de lo que sabía. La computadora que hay en su nave incorpora parte de Gaia. Coloque las manos sobre las terminales y piense. Puede pensar que el escudo de la alcaldesa Branno es impenetrable, por ejemplo. Si lo hace, es posible que ella utilice inmediatamente sus armas para inmovilizar o destruir las otras dos naves, establecer la autoridad física sobre Gaia y, más tarde, sobre Trántor.
- ¿Y no harán nada para impedirlo? – preguntó Trevize con estupefacción.
- Absolutamente nada. Sí usted está seguro de que la dominación de Términus hará menos daño a la Galaxia que cualquier otra alternativa, contribuiremos gustosamente al establecimiento de dicha dominación, incluso a costa de nuestra propia destrucción.
»Por otra parte, quizás encuentre el campo mentálico del orador Gendibal y quizás entonces una sus esfuerzos multiplicados por la computadora a los de él. En este caso, él se librará de mí y me rechazará.
Quizás entonces ajuste la mente de la alcaldesa y, en combinación con sus naves, establezca la dominación física sobre Gaia y asegure la supremacía continuada del Plan Seldon. Gaia no hará nada para impedirlo.
»O puede que encuentre mi campo mentálico y se una a él, en cuyo caso la Galaxia viviente se pondrá en marcha hasta llegar a su realización, no en esta generación o la próxima, sino tras siglos de trabajo durante los que el Plan Seldon continuará. La elección es suya.
La alcaldesa Branno dijo:
- ¡Espere! No tome la decisión todavía. ¿Puedo hablar?
Novi contestó:
- Puede hablar sin reservas. Igual que el orador Gendibal.
- Consejero Trevize - dijo Branno -. La última vez que nos vimos en Términus, usted declaró: «Quizá llegue el día, señora alcaldesa, en que usted me pida un esfuerzo. Entonces haré lo que me parezca mejor, pero recordaré estos dos últimos días.» - No sé si previó todo esto, o intuyó que sucedería, o simplemente tenía lo que esta mujer que habla de una Galaxia viviente llama talento para la corrección. En cualquier caso, usted estaba en lo cierto. Le pido que haga un esfuerzo por el bien de la Confederación.
»Tal vez sienta la tentación de vengarse de mí por haberle arrestado y exiliado. Le pido que recuerde que lo hice por lo que consideraba el bien de la Confederación de la Fundación. Incluso si me equivoqué o incluso si actué por un despiadado egoísmo, recuerde que fui yo quien lo hice, y no la Confederación. No destruya ahora toda la Confederación por un deseo
de desquitarse por lo que yo sola le he hecho. Recuerde que es un miembro de la Fundación y un ser humano, que no quiere ser una cifra en los planes de los insensibles matemáticos de Trántor o menos que una cifra en un revoltijo galáctico de vida y no vida. Usted quiere que usted mismo, sus descendientes, sus compatriotas, sean organismos independientes, con libre albedrío. Sólo esto importa.
»Estos otros pueden decirle que nuestro Imperio llevará al derramamiento de sangre y a la miseria, pero no es necesario. Podemos elegir libremente si debe ser así o no. Podemos escoger que no sea así.
Y, en todo caso, es mejor ir a la derrota con libre albedrío que vivir en una seguridad sin sentido como piezas de una máquina. Observe que ahora le están pidiendo que tome una decisión como un ser humano con voluntad propia. Esas cosas de Gaia son incapaces de decidir nada porque su maquinaria no se lo permite, de modo que dependen de usted. Y se destruirán a sí mismos si usted se lo ordena. ¿Es eso lo que desea para toda la Galaxia?
Trevize respondió:
- No sé si tengo libre albedrío, alcaldesa. Mi mente puede haber sido manipulada sutilmente, con objeto de que dé la contestación deseada.
- Su mente está intacta - dijo Novi -. Si pudiéramos ajustarla para favorecer nuestros propósitos, esta reunión sería innecesaria. Si fuéramos tan amorales, habríamos hecho lo que hubiésemos considerado más agradable para nosotros sin preocuparnos de las necesidades y del bien de la humanidad en conjunto.
- Creo que ahora me toca a mí hablar - dijo Gendibal -. Consejero Trevize, no se deje guiar por la estrechez de miras. El hecho de que haya nacido en Términus no debe impulsarle a creer que Términus debe anteponerse a la Galaxia. Ya hace cinco siglos que la Galaxia actúa en conformidad con el Plan Seldon, dentro y fuera de la Confederación de la Fundación.
»Usted forma, y ha formado, parte del Plan Seldon por encima y más allá de su papel secundario de miembro de la Fundación. No haga nada para alterar el Plan, ni por un limitado concepto de patriotismo ni por un romántico anhelo de cosas nuevas y experimentales. Los miembros de la Segunda Fundación no pondrán trabas de ninguna clase al libre albedrío de la humanidad. Somos guías, no déspotas.
»Y ofrecemos un Segundo Imperio Galáctico fundamentalmente distinto al Primero. A lo largo de la historia humana, ninguna década de las decenas de miles de años transcurridas desde el inicio de los viajes hiperespaciales se ha librado de derramamientos de sangre y muertes violentas en toda la Galaxia, incluso en aquellas épocas en que la misma Fundación estaba en paz. Escoja a la alcaldesa Branno y eso continuará indefinidamente. Será una lamentable rutina. El Plan Seldon al fin nos ofrece una liberación, y no a costa de convertirnos en un átomo más de una Galaxia de átomos, siendo reducidos a la igualdad con la hierba, las bacterias y el polvo.
Novi dijo:
- Estoy de acuerdo con lo que el orador Gendibal ha declarado sobre el Segundo Imperio de la Primera Fundación. Sin embargo, no lo estoy con lo que ha declarado sobre el de ellos. Al fin y al cabo, los oradores de Trántor son seres humanos libres e independientes y siempre lo han sido. ¿Están libres de rivalidades destructivas, de luchas políticas, de querer progresar a cualquier precio? ¿No hay disputas e incluso odios en la Mesa de Oradores, y serán siempre unos guías a los que ustedes se atrevan a seguir? Haga jurar al orador Gendibal por su honor y pregúnteselo.
- No es necesario hacerme jurar por mi honor - replicó Gendibal -. Admito libremente que en la Mesa tenemos nuestros odios, rivalidades y traiciones. Pero una vez se toma una decisión, todos la acatan. Jamás ha habido una excepción.
- ¿Y si no hago ninguna elección? - dijo Trevize.
- Tiene que hacerla - contestó Novi -. Sabrá que es lo correcto y, por lo tanto, hará una elección.
- ¿Y si intento elegir y no puedo?
- Tiene que hacerlo.
- ¿De cuánto tiempo dispongo? - preguntó Trevize.
- Hasta que esté seguro, tarde lo que tarde - repuso Novi.
Trevize guardó silencio.
Aunque los otros también se mantenían en silencio, a Trevize le pareció oír los latidos de su corriente sanguínea.
Oyó la voz de la alcaldesa decir firmemente:
- ¡Libre albedrío!
La voz del orador Gendibal dijo perentoriamente:
- ¡Guía y paz!
La voz de Novi dijo con anhelo:
- Vida.
Trevize se volvió y encontró a Pelorat mirándole fijamente.
- Janov, ¿ha oído todo esto? - le preguntó.
- Sí, lo he oído, Golan.
- ¿Qué opina?
- La decisión no es mía.
- Lo sé. Pero dígame qué opina.
- No lo sé. Las tres alternativas me asustan. Y, sin embargo, me viene a la memoria un pensamiento un tanto extraño. ..
- ¿Sí?
- La primera vez que salimos al espacio, usted me enseñó la Galaxia. ¿Lo recuerda?
- Desde luego.
- Usted aceleró el tiempo y la Galaxia giró visiblemente. Y yo dije, como anticipándome a este mismo momento: «La Galaxia parece una cosa viviente, arrastrándose por el espacio.» ¿Cree que, en cierto sentido, ya está viva?
Y Trevize, al recordar aquel momento, se sintió repentinamente seguro. De pronto recordó su corazonada de que Pelorat también desempeñaría un papel esencial. Se volvió de prisa, ansioso de no tener tiempo para pensar, para dudar, para mostrarse indeciso.
Colocó las manos sobre las terminales y pensó con una intensidad desconocida hasta entonces.
Había tomado la decisión, la decisión de la que dependía el destino de la Galaxia.
Conclusión
88
La alcaldesa Harla Branno tenía motivo para estar satisfecha. La visita de Estado no había durado mucho, pero había sido enormemente productiva.
Como en un deliberado intento de evitar la arrogancia, dijo:
- Por supuesto, no podemos confiar totalmente en ellos.
Se hallaba observando la pantalla. Las naves de la flota estaban, una por una, en el hiperespacio y regresaban a sus bases normales.
No cabría ninguna duda de que su presencia había impresionado a Sayshell, pero no podían haber dejado de advertir dos cosas: una, que las naves habían permanecido en espacio de la Fundación en todo momento; dos, que una vez Branno había indicado que se marcharan, realmente se marchaban con celeridad.
Por otra parte, Sayshell tampoco olvidaría que esas naves podían ser llamadas nuevamente a la frontera con un día de antelación, o menos. Era una maniobra que había combinado una demostración de poder y una demostración de buena voluntad.
- Cierto - repuso Kodell -, no podemos confiar totalmente en ellos, pero tampoco podemos confiar totalmente en nadie de la Galaxia, y Sayshell observará los términos del acuerdo por su propio interés. Hemos sido generosos.
- Lo más importante es elaborar los detalles y pronostico que eso requerirá meses. Las pinceladas generales pueden aceptarse en un momento, pero luego vienen los matices: cómo disponemos la cuarentena de importaciones y exportaciones, cómo pesamos el valor de su grano y ganado comparados con los nuestros, y así sucesivamente - dijo Branno.
- Lo sé, pero con el tiempo se hará y el mérito será suyo, alcaldesa. Era una jugada audaz y admito que yo dudaba de su cordura.
- Vamos, Liono. Sólo era cuestión de que la Fundación reconociese el orgullo sayshelliano. Han conservado una cierta independencia desde los primeros tiempos. En realidad, es admirable.
- Sí, ahora que ya no nos estorbará más.
- Exactamente, de modo que sólo era necesario doblegar nuestro propio orgullo como un gesto hacia ellos. Admito que me costó un esfuerzo decidir que yo, en calidad de alcaldesa de una Confederación poderosísima, debía condescender a visitar un grupo estelar provincial, pero una vez tomé la decisión no me dolió demasiado. Y les agradó. Tuvimos que confiar en que aprobarían la visita cuando trasladamos nuestras naves a la frontera, pero significó ser humilde y sonreír mucho.
Kodell asintió.
- Abandonamos la apariencia del poder para preservar su esencia.
- Exactamente. . . ¿Quién dijo eso?
- Creo que se dice en una obra de Eriden, pero no estoy seguro. Podemos preguntárselo a alguno de nuestros literatos cuando lleguemos a casa.
- Si me acuerdo. Tenemos que apresurar la devolución de la visita por parte de los sayshellianos a Términus y encargarnos de que reciban el trato adecuado como iguales. Y me temo, Liono, que deberá tomar medidas extremas de seguridad. Es posible que nuestros exaltados se indignen y no sería prudente someterlos a la menor humillación o manifestación de protesta.
- Desde luego - contestó Kodell -. Por cierto, fue una jugada muy hábil enviar a Trevize.
- ¿Mi pararrayos? Funcionó mejor de lo que yo misma pensaba, la verdad. Se presentó en Sayshell y atrajo el rayo en forma de protestas con una velocidad que me pareció increíble. ¡Espacio! Fue una excusa perfecta para mi visita; preocupación de que un ciudadano de la Fundación hubiese podido molestarles y gratitud por su indulgencia.
- ¡Muy astuto! Sin embargo- ¿no cree que habría sido mejor traer a Trevize con nosotros?
- No. Pensándolo bien, prefiero tenerle en cualquier lugar menos en Términus. Allí sería un factor perturbador. Sus tonterías sobre la Segunda Fundación sirvieron de excusa para enviarle fuera y, naturalmente, contábamos con Pelorat para llevarle a Sayshell, pero no quiero que regrese y continúe difundiendo esas tonterías. Nunca se sabe adónde nos llevaría eso.
Kodell se rió entre dientes.
- Dudo que jamás volvamos a encontrar a alguien más crédulo que un académico intelectual. Me pregunto cuánto habría tragado Pelorat si le hubiésemos alentado.
- Creer en la existencia literal del mítico Gaia sayshelliano fue más que suficiente..., pero olvidémoslo. Tendremos que enfrentarnos con el Consejo en cuanto regresemos, y necesitaremos sus votos para el tratado sayshelliano. Por fortuna poseemos la declaración de Trevize en el sentido de que abandonó Términus voluntariamente. Daré una disculpa oficial por el breve arresto de Trevize y eso satisfará al Consejo.
- Puedo confiar en usted para dar jabón, alcaldesa - dijo Kodell con sequedad -. ¿Ha considerado, no obstante, que Trevize puede seguir buscando la Segunda Fundación?
- Déjelo - repuso Branno, encogiéndose de hombros -, mientras no lo haga en Términus. Lo mantendrá ocupado y no lo llevará a ningún sitio. La existencia continuada de la Segunda Fundación es nuestro mito del siglo, tal como Gaia es el mito de Sayshell.
Se recostó en la butaca y dio muestras de una gran jovialidad.
- Y ahora tenemos Sayshell en nuestro poder... y cuando ellos se den cuenta, será demasiado tarde para librarse. Así que el desarrollo de la Fundación continúa y continuará, ininterrumpida y regularmente.
- Y el mérito será sólo suyo, alcaldesa.
- Tampoco eso me había pasado inadvertido - dijo Branno, y su nave se introdujo en el hiperespacio y reapareció en el espacio cercano a Términus.
89
El orador Stor Gendibal, de nuevo en su propia nave, tenía motivo para estar satisfecho. El encuentro con la Primera Fundación no había durado mucho, pero había sido enormemente productivo.
Había enviado un mensaje sin mencionar su triunfo. Por el momento, sólo era necesario informar al primer orador de que todo había ido bien (como él mismo habría adivinado por el hecho de no haber tenido que utilizar la fuerza general de la Segunda Fundación). Los detalles vendrían luego.
Describiría cómo un delicado y pequeñísimo ajuste en la mente de la alcaldesa Branno había desviado sus pensamientos de la grandiosidad imperialista a la utilidad práctica de un tratado comercial; cómo un delicado ajuste en la mente del caudillo de la Unión de Sayshell había impulsado una invitación a la alcaldesa para parlamentar, y cómo, de allí en adelante, se había llegado a un acercamiento sin ningún otro ajuste y con Compor de regreso hacia Términus en su propia nave para velar por el cumplimiento del acuerdo. Casi había sido, pensó Gendibal con complacencia, un ejemplo de libro de texto sobre los buenos resultados logrados por una mentálica bien aplicada.
Estaba seguro de que eso aplastaría a la oradora Delarmi, y causaría su propia exaltación a primer orador poco después de la presentación de los detalles en una reunión formal de la Mesa.
Y no se negaba a sí mismo la importancia de la presencia de Sura Novi, aunque eso no había por qué recalcarlo ante los oradores en general. No sólo había sido esencial para su victoria, sino que le daba la excusa que ahora necesitaba para dar rienda suelta a un impulso infantil (y muy humano, pues incluso los oradores son humanos) de mostrar su alborozo ante lo que sin duda era una admiración garantizada.
Gendibal sabía que la muchacha no había comprendido nada de lo sucedido, pero era consciente de que él había solucionado el asunto a su conveniencia y rebosaba orgullo. Acarició la uniformidad de su mente y sintió el calor de ese orgullo.
- No habría podido hacerlo sin ti, Novi - dijo -. Gracias a ti supe que la Primera Fundación... los pasajeros de la nave grande.
- Sí, maestro, sé a quiénes te refieres.
- Gracias a ti, supe que tenían un escudo, junto con débiles poderes mentales. Por el efecto sobre tu mente, pude conocer las características de ambas cosas con gran exactitud. Supe el modo de traspasar una y desviar la otra con la máxima eficiencia:
Novi declaró con cierta vacilación:
- No entiendo bien lo que dices, maestro, pero habría hecho mucho más para ayudar, si hubiese podido.
- Lo sé, Novi. Pero lo que hiciste fue suficiente. Es asombroso lo peligrosos que podrían haber sido. Pero cogidos ahora, antes de que su escudo o su campo estuvieran más perfeccionados, podían ser atajados. La alcaldesa regresa ahora a Términus, olvidados el escudo y el campo, satisfecha de haber obtenido un tratado comercial con Sayshell que lo convertirá en una parte de la Confederación. No niego que queda mucho por hacer para desmantelar el trabajo que han realizado respecto al escudo y al campo, algo en relación a lo cual hemos sido muy negligentes, pero se hará.
Meditó unos momentos y prosiguió en voz más baja:
- Dimos por hechas demasiadas cosas acerca de la Primera Fundación. Tenemos que someterles a una estrecha vigilancia. Tenemos que unir a la Galaxia de algún modo. Tenemos que utilizar la mentálica para fomentar una mayor colaboración de conciencia. Eso encajaría en el Plan. Estoy convencido de ello y me encargaré de hacerlo.
Novi dijo con ansiedad:
- ¿Maestro?
Gendibal sonrió de pronto.
- Lo siento. Estoy hablando conmigo mismo.
Novi, ¿te acuerdas de Rufirant?
- ¿Ese campesino de cabeza hueca que te atacó?
Yo diría que sí.
- Estoy convencido de que los agentes de la Primera Fundación, armados con escudos personales, lo dispusieron así, junto con todas las demás anomalías que nos han sobrevenido. ¡Y pensar que no me di cuenta de una cosa como ésta! Pero, bueno, supongo que ese mito de un mundo misterioso, esa superstición sayshelliana relativa a Gaia, me hizo pasar por alto la Primera Fundación. También en esto tu mente me resultó muy útil. Me ayudó a determinar que la fuente del campo mentálico era la nave de guerra y nada más.
Se frotó las manos.
- ¿Maestro? - dijo Novi tímidamente.
- ¿Sí, Novi?
- ¿ No te recompensarán por lo que has hecho?
- Por supuesto. Shandess se retirará y yo seré primer orador. Entonces tendré la oportunidad de hacer que seamos un factor activo en la revolución de la Galaxia.
- ¿Primer orador?
- Sí, Novi. Seré el sabio más importante y poderoso de todos.
- ¿El más importante? - Parecía desconsolada.
- ¿Por qué pones esta cara, Novi? ¿No quieres que me recompensen?
- Sí, maestro, claro que quiero. Pero si tú eres el sabio más importante de todos, no querrás u una hameniana cerca de ti. No sería correcto.
- ¿Eso crees? ¿Quién va a impedírmelo? – Sintió una oleada de afecto por ella -. Novi, tú permanecerás conmigo dondequiera que esté y sea lo que sea. ¿Crees que me arriesgaría a tratar con los lobos que tenemos de vez en cuando en la Mesa sin que tu mente me dijera, incluso antes de saberlo ellos mismos, cuáles podrían ser sus emociones? Tienes una mente tan inocente, tan uniforme... Además... - pareció sobresaltarse ante una súbita revelación -. Además de esto, me... me gusta tenerte conmigo y me propongo conservarte a mi lado. Es decir, si tú quieres.
- Oh, maestro - susurró Novi, y cuando él le pasó un brazo alrededor de la cintura, apoyó la cabeza en su hombro.
En lo más profundo, donde la mente superficial de Novi apenas podía reparar en ella, la esencia de Gaia perduraba y guiaba los acontecimientos, pero era esa máscara impenetrable lo que hacía posible la continuación de aquella gran labor.
Y esa máscara, la que pertenecía a la hameniana, era completamente feliz. Era tan feliz que Novi casi no lamentaba la distancia que le separaba de ella misma/ellos/todos, y se sintió satisfecha de ser, a partir de aquel momento, lo que aparentaba ser.
90
Pelorat se frotó las manos y, con un entusiasmo cuidadosamente reprimido, comentó:
- ¡Cuánto me alegro de estar otra vez en Gaia! - Umm - dijo Trevize, abstraído.
- ¿Sabe qué me ha contado Bliss? La alcaldesa regresa a Términus con un tratado comercial con Sayshell. El orador de la Segunda Fundación regresa a Trántor convencido de que lo ha arreglado todo, y esa mujer, Novi, va con él para asegurarse de que inicie los cambios que originarán «Galaxia». Y ninguna de las dos Fundaciones sospecha siquiera que Gaia existe. Es realmente asombroso.
- Lo sé - contestó Trevize -. También a mi me lo han comunicado. Pero nosotros sabemos que Gaia existe y podemos hablar.
- Bliss no lo cree así. Dice que nadie nos creería, y que nosotros lo sabemos. Además, yo, por mi parte, no tengo intención de abandonar Gaia jamás.
Trevize salió de su abstracción. Levantó los ojos y preguntó:
- ¿Qué?
- Voy a quedarme aquí. Verá, es increíble. Hace sólo unas semanas llevaba una vida solitaria en Términus, la misma vida que había llevado durante décadas, inmerso en mis archivos y mis pensamientos y sin otro sueño que ir hacia la muerte, cuando quiera que se produjera, todavía inmerso en mis archivos y pensamientos y llevando mi vida solitaria... vegetando gustosamente. Luego, de un modo repentino e inesperado, me convierto en viajero galáctico, me veo envuelto en una crisis galáctica, y... no se ría, Golan..., he encontrado a Bliss.
- No me río, Janov - dijo Trevize -, pero, ¿está seguro de que sabe lo que hace?
- Oh, sí. Este asunto de la Tierra ya no me parece importante. El hecho de que fuese el único mundo con una ecología variada y con vida inteligente ya ha sido explicado. Los «eternos», ya sabe.
- Sí, lo sé. ¿Y va a quedarse en Gaia?
- Sin ninguna duda. La Tierra es el pasado y estoy cansado del pasado. Gaia es el futuro.
- Usted no forma parte de Gaia, Janov. ¿O acaso cree que puede convertirse en parte de él?
- Bliss dice que puedo convertirme en una pequeña parte de él; intelectualmente, si no biológicamente. Ella me ayudará, por supuesto.
- Pero ya que ella es parte de él, ¿cómo encontrarán ustedes dos una vida común, un punto de vista común, un interés común...?
Estaban en el exterior y Trevize contempló seriamente la tranquila y fructífera isla, y en la lejanía el mar, y en el horizonte, purpurada por la distancia, otra isla; todo ello pacífico, civilizado, y una unidad.
- Janov, ella es un mundo; usted es un insignificante individuo. ¿Y si se cansa de usted? Es joven...
- Golan, ya he pensado en eso. No he pensado en nada más durante días y días. Cuento con que se canse de mí; no soy un idiota romántico. Pero lo que me dé hasta entonces será suficiente. Ya me ha dado bastante. He recibido más de ella de lo que soñaba que existía en la vida. Aunque no volviese a verla a partir de este momento, me sentiría satisfecho.
- No lo creo - dijo Trevize con suavidad -. Me parece que es un idiota romántico y, cuidado, no querría que fuese de otra manera. Janov, no hace mucho que nos conocemos, pero hemos estado juntos cada minuto de varias semanas y... lo siento si le parece una tontería, pero le he tomado mucho afecto.
- Y yo a usted, Golan - dijo Pelorat.
- Y no quiero que nadie le hiera. Debo hablar con Bliss.
- No, Po. Le ruego que no lo haga. La reprenderá. - No la reprenderé. No es una cuestión totalmente relacionada con usted, y quiero hablar a solas con ella. Por favor, Janov, no quiero hacerlo a espaldas suyas, de modo que déme su consentimiento para que hable con ella y aclare unas cuantas cosas. Si me siento satisfecho, le daré mis sinceras felicitaciones y buenos deseos..., y pase lo que pase, siempre guardaré silencio.
Pelorat meneó la cabeza.
- Lo estropeará todo.
- Le prometo que no. Le ruego...
- Bueno... Pero tendrá cuidado, mi querido amigo, ¿verdad?
- Le doy mi palabra de honor.
91
Bliss manifestó:
- Pel dice que quiere verme.
Trevize contestó:
- Si.
Estaban bajo techo, en el pequeño apartamento que le habían asignado.
Bliss se sentó con gracia, cruzó las piernas, y lo miró sagazmente, luminosos sus hermosos ojos marrones y brillante su largo cabello oscuro.
- Usted tiene mala opinión de mí, ¿verdad? La ha tenido desde el principio - dijo.
Trevize permaneció en pie y contestó:
- Usted ve las mentes y su contenido. Sabe lo que pienso de usted y por qué.
Bliss meneó la cabeza con lentitud.
- Su mente es intocable para Gaia. Usted lo sabe. Necesitábamos su decisión y tenía que ser la decisión de una mente clara e intacta. Cuando apresamos su nave, les coloqué dentro de un campo tranquilizante, pero eso era esencial. El pánico o la ira le habrían dañado, y quizá le habrían vuelto inútil para un momento crucial. Y eso fue todo. Jamás podría ir más allá y no lo he hecho, de modo que no sé lo que está pensando.
Trevize objetó:
- Ya he tomado la decisión que debía tomar. Decidí a favor de Gaia y «Galaxia». Así, pues, ¿a qué viene hablar de una mente clara e intacta? Ya tiene lo que quería y ahora puede hacer conmigo todo lo que desee.
- De ningún modo, Trev. Quizá necesitemos otras decisiones en el futuro. Sigue siendo lo que es y, mientras viva, será un extraordinario recurso de la Galaxia. Sin duda hay otros como usted en la Galaxia, y otros como usted aparecerán en el futuro, pero por ahora sabemos de usted.., y sólo de usted. Aún no podemos tocarle.
Trevize reflexionó.
- Usted es Gaia y no quiero hablar con Gaia.
Quiero hablar con usted como individuo, si es que eso significa algo.
- Significa algo. Estamos muy lejos de constituir una fusión común. Puedo desligarme de Gaia durante un rato.
- Si - dijo Trevize -. Creo que puede. ¿Lo ha hecho ahora?
- Lo he hecho.
- Pues, en primer lugar, permítame decirle que ha sido muy hábil. Tal vez no entró en mi mente para influir en mi decisión, pero sin duda entró en la de Janov con este objetivo, ¿no es cierto?
- ¿Cree que lo hice?
- Creo que lo hizo. En el momento crucial, Pelorat me recordó su propia visión de la Galaxia como un ser vivo y eso me indujo a tomar la decisión en aquel momento. El pensamiento pudo ser de él, pero la mente que lo provocó fue la de usted, ¿verdad?
- El pensamiento estaba en su mente, pero había muchos otros. Yo allané el camino ante su reminiscencia de la Galaxia viviente, y no ante sus demás pensamientos. Por lo tanto, ese pensamiento determinado salió con facilidad de su conciencia y le tradujo en palabras. Cuidado, yo no creé el pensamiento. Estaba allí - repuso Bliss.
- Sin embargo, eso supuso una transgresión indirecta de la total independencia de mi decisión, ¿verdad?
- Gaia lo consideró necesario.
- ¿Ah, si? Bueno, quizá se sienta mejor, o más noble, si sabe que aunque el comentario de Janov me impulsó a tomar la decisión en aquel momento, creo que habría sido la misma aun cuando él no me hubiera dicho nada o hubiera intentado convencerme de que tomara una decisión distinta. Quiero que lo sepa.
- Me siento aliviada - dijo Bliss con indiferencia -. ¿Es ésta la razón por la que deseaba verme?
- No.
- ¿Cuál es?
Ahora Trevize se sentó en una silla que había colocado frente a ella, de modo que sus rodillas casi se tocaban. Se inclinó hacia ella.
- Cuando nos aproximamos a Gaia, fue usted quien estaba en la estación espacial. Fue usted quien nos atrapó; fue usted quien vino a buscarnos; es usted quien ha permanecido con nosotros desde entonces... menos durante la comida con Dom, que no compartió con nosotros. En particular, fue usted quien estuvo con nosotros en el Estrella Lejana, cuando tomé la decisión. Siempre usted.
- Yo soy Gaia.
- Eso no lo explica. Un conejo es Gaia. Un guijarro es Gaia. Todo lo que hay en el planeta es Gaia, pero no todo es Gaia en el mismo grado. Algunos son más que otros. ¿Por qué usted?
- ¿Por qué cree?
Trevize dio el salto y dijo:
- Porque no creo que usted sea Gaia. Creo que es más que Gaia.
Bliss hizo un sonido burlón con los labios.
Trevize se mantuvo firme.
- Cuando estaba tomando la decisión, la mujer que acompañaba al orador...
- El la llamó Novi.
- Pues bien, esa Novi dijo que Gaia fue encauzado por unos robots que ya no existen y que Gaia fue aleccionado para observar una versión de las Tres Leyes de la Robótica.
- Es totalmente cierto.
- ¿Y los robots ya no existen?
- Es lo que Novi dijo.
- No es lo que Novi dijo. Recuerdo sus palabras exactas. Dijo: «Gaia fue formado hace miles de años con la ayuda de robots que, durante un corto período de tiempo, sirvieron a la especie humana y ahora ya no la sirven.»
- Y bien, Trev, ¿significa eso que ya no existen?
- No, significa que ya no sirven. ¿No es posible que, en cambio, gobiernen?
- ¡Ridículo!,
- ¿O supervisen? ¿Por qué estaba usted allí en el momento de la decisión? usted no parecía ser esencial. Era Novi quien llevaba el asunto y ella es Gaia. ¿Qué necesidad teníamos de usted? A menos que...
- ¿Bueno? A menos que ¿qué?
- A menos que usted sea la supervisora cuyo papel consista en asegurarse de que Gaia no olvide las Tres Leyes. A menos que sea un robot, tan bien hecho que no puede distinguirse de un ser humano.
- Si no se me puede distinguir de un ser humano, ¿cómo es que usted cree poder hacerlo? – inquirió Bliss con una sombra de sarcasmo.
Trevize se echó hacia atrás.
- ¿No me aseguran todos ustedes que tengo la facultad de estar seguro; de tomar decisiones, ver soluciones, llegar a las conclusiones correctas? No soy yo quien lo afirmo; es lo que ustedes dicen de mí.
Pues bien, desde el momento en que la vi me sentí inquieto. Usted tenía algo raro. Sin duda soy tan susceptible al encanto femenino como el mismo Pelorat, o incluso más, y usted tiene el aspecto de una mujer atractiva. Sin embargo, ni por un momento sentí la más ligera atracción.
- No sabe cuánto me apena oír eso.
Trevize pasó por alto el comentario y dijo:
- Cuando entró en nuestra nave, Janov y yo habíamos estado debatiendo la posibilidad de una civilización no humana en Gaia, y cuando Janov la vio, preguntó, en su inocencia: «¿ Es usted humana?» Quizás un robot deba contestar la verdad, pero supongo que puede ser evasivo. Usted se limitó a decir: «¿No parezco humana?» Sí, parece humana, Bliss, pero permítame volver a preguntárselo. ¿ Es usted humana?
Bliss no contestó y Trevize continuó:
- Creo que incluso en aquel primer momento, intuí que no era una mujer. Es un robot y yo lo supe de algún modo. Y a causa de mi intuición, todos los acontecimientos que siguieron tuvieron sentido para mí, en particular su ausencia de la comida.
- ¿Cree que no puedo comer, Trev? ¿Ha olvidado que tomé un plato de gambas en su nave? Le aseguro que soy capaz de comer y de realizar cualquier otra función biológica. Incluido, antes de que me lo pregunte, el sexo. Y, sin embargo, admito que eso sólo no demuestra que no sea un robot. Los robots habían alcanzado un grado de perfección, incluso miles de años atrás, en que únicamente se diferenciaban de los seres humanos por el cerebro, y únicamente podían ser identificados por quienes sabían manejar campos mentálicos. El orador Gendibal habría podido averiguar si yo era un robot o un ser humano, si se hubiera molestado en mirarme una sola vez.
Naturalmente, no lo hizo.
- Sin embargo, aunque yo carezco de mentálica, estoy convencido de que es un robot.
- ¿Y qué, si lo soy? No admito nada, pero tengo curiosidad. ¿Y qué, si lo soy?
- No es necesario que admita nada. Sé que es un robot. Si necesitaba una última prueba, ésta era su tranquila seguridad de que podía desligarse de Gaia y hablarme como un individuo. No creo que pudiese hacerlo si fuera parte de Gaia, pero no lo es. Es un robot supervisor y, por lo tanto, ajeno a Gaia. Ahora que lo pienso, me pregunto cuántos robots supervisores requiere y posee Gaia.
- Lo repito: no admito nada, pero tengo curiosidad. ¿Y qué, si soy un robot?
- En ese caso, lo que quiero saber es esto: ¿Qué quiere usted de Janov Pelorat? Es amigo mío y, en ciertos aspectos, es un niño. Cree amarla; cree que sólo quiere lo que usted esté dispuesta a darle y que ya le ha dado suficiente. No conoce, y no puede concebir, el dolor de la pérdida del amor o, lo que es lo mismo, el singular dolor de saber que usted no es humana...
- ¿Conoce usted el dolor del amor perdido?
- He tenido mis experiencias. No he llevado la vida recluida de Janov. Mi vida no ha estado consumida y anestesiada por una profesión intelectual que devoró todo lo demás, incluso esposa e hijo. La de él, sí. Y de repente, lo abandona todo por usted.
No quiero que sufra. No dejaré que sufra. Si he servido a Gaia, merezco una recompensa, y mi recompensa es su promesa de que el bienestar de Janov Pelorat será preservado.
- ¿Simulo que soy un robot y le contesto?
Trevize respondió:
- Sí. Ahora mismo.
- Muy bien. Supongamos que sea un robot, Trev, y supongamos que ocupe un cargo de supervisión. Supongamos que haya unos pocos, muy pocos, que tengan un papel similar al mío y supongamos que raramente nos encontremos. Supongamos que nuestra fuerza propulsora sea la necesidad de velar por los seres humanos y supongamos que no haya seres humanos en Gaia, porque todo forma parte de un ser planetario general.
»Supongamos que nos guste cuidar de Gaia, pero no del todo. Supongamos que en nosotros haya algo primitivo que desee ansiosamente un ser humano tal como existían cuando los robots fueron fabricados e ideados. No me interprete mal; no soy tan vieja (suponiendo que sea un robot). Tengo la edad que le dije o, al menos (suponiendo que sea un robot) ésa ha sido la duración de mi existencia. De todos modos (suponiendo que sea un robot), mi propósito fundamental sería el que siempre ha sido y desearía cuidar de un verdadero ser humano.
»Pel es un ser humano. No forma parte de Gaia. Es demasiado viejo para llegar a convertirse en una verdadera parte de Gaia. Quiere quedarse en Gaia conmigo, pues no abriga los mismos sentimientos que usted en relación a mi. El no cree que yo sea un robot. Pues bien, yo también le necesito. Si usted me considera un robot, verá que es cierto. Soy capaz de todas las reacciones humanas y le amaría. Si siguiera insistiendo en que soy un robot, podría no creerme capaz de amar en un místico sentido humano, pero no podría distinguir mis reacciones de las que usted llamaría amor, de modo que, ¿cuál sería la diferencia?
Se calló y lo miró, con intransigente orgullo.
- ¿Me está diciendo que no le abandonaría? - preguntó Trevize.
- Si usted cree que soy un robot, verá por sí mismo que la Primera Ley me impediría abandonarle, a menos que él me ordenara hacerlo y, además, yo estuviese convencida de que lo deseaba realmente y que le haría más daño quedándome que marchándome.
- ¿Acaso un hombre más joven no...?
- ¿Qué hombre más joven? Usted es más joven, pero no le imagino necesitándome en el mismo sentido que Pelorat y, de hecho, usted no me necesita, de modo que la Primera Ley me impediría tratar de asirme a usted.
- No estoy hablando de mí, sino de algún otro hombre más joven...
- No hay ningún otro. ¿Quién hay en Gaia aparte de Pel y de usted mismo que pudiera calificarse de ser humano en el sentido no gaiano?
Trevize dijo, más suavemente:
- ¿Y si no es usted un robot?
- Decídase - repuso Bliss.
- Digo, ¿y si no es un robot?
- Entonces yo digo que, en ese caso, usted no tiene ningún derecho a inmiscuirse. Sólo a mí y a Pel nos corresponde decidir.
- Entonces, vuelvo al punto de partida. Quiero mi recompensa, y esa recompensa es que usted lo trate bien. No insistiré en el detalle de su identidad. Unicamente asegúreme, como una inteligencia a otra, que lo tratará bien.
Y Bliss contestó con suavidad:
- Lo trataré bien... no para recompensarle a usted, sino porque así lo deseo. Es mi más ferviente deseo. Lo trataré bien. - Llamó: «¡.Pel!» Y otra vez:
«¡Pel!»
Pelorat entró desde el exterior.
- Sí, Bliss.
Bliss extendió una mano hacia él.
- Creo que Trev quiere decirnos algo.
Pelorat le cogió la mano y entonces Trevize cogió las dos manos unidas entre las suyas.
- Janov - dijo -, me alegro por ambos.
- ¡Oh, mi querido amigo! - exclamó Pelorat.
Trevize añadió:
- Probablemente me marche de Gaia. Ahora voy a hablar de ello con Dom. No sé cuándo o si volveremos a vernos, Janov, pero, en todo caso, nos ha ido bien juntos.
- Sí, nos ha ido bien - afirmó Pelorat, sonriendo.
- Adiós, Bliss, y, por adelantado, gracias.
- Adiós, Trev.
Y Trevize, agitando la mano, salió de la casa.
92
Dom dijo:
- Hizo bien, Trev. Bueno, hizo lo que yo pensaba que haría.
También ahora estaban comiendo, algo tan poco satisfactorio como la primera vez, pero a Trevize no le importaba. Quizá nunca más volviese a comer en Gaia.
- Hice lo que pensaba que haría usted, pero no, quizá, por la razón que usted pensaba - repuso.
- Sin duda estaba seguro de que su decisión era acertada.
- Sí, lo estaba, pero no por esa mística capacidad de certeza que parezco tener. Si escogí «Galaxia», fue por un razonamiento ordinario, el tipo de razonamiento que cualquier otro habría utilizado para llegar a una decisión. ¿Quiere que se lo explique?
- Desde luego que sí, Trev.
- Habría podido hacer tres cosas. Habría podido unirme a la Primera Fundación, o a la Segunda Fundación, o a Gaia.
»Si me hubiese unido a la Primera Fundación, la alcaldesa Branno habría tomado medidas inmediatas para establecer su dominio sobre la Segunda Fundación y sobre Gaia. Si me hubiese unido a la Segunda Fundación, el orador Gendibal habría tomado medidas inmediatas para establecer su dominio sobre la Primera Fundación y sobre Gaia. En ambos casos, lo que hubiera tenido lugar habría sido irreversible, y si ambas posibilidades constituían la solución equivocada, habría sido una catástrofe irreversible.
»No obstante, si me unía a Gaia, la Primera Fundación y la Segunda Fundación tendrían la convicción de haber obtenido una victoria relativamente pequeña. Entonces todo continuaría como antes, ya que la formación de «Galaxia», según me habían dicho, requeriría generaciones, e incluso siglos.
»Así pues, unirme a Gaia fue mi modo de contemporizar y asegurarme de que quedaría tiempo para modificar las cosas, o incluso invertirlas, si mi decisión resultaba equivocada.
Dom enarcó las cejas. Aparte de esto, su rostro viejo y casi cadavérico se mantuvo inalterable.
- ¿Opina usted que su decisión puede resultar equivocada? - preguntó con su voz aguda.
Trevize se encogió de hombros.
- No lo creo, pero debo hacer una cosa para saberlo con certeza. Tengo la intención de visitar la Tierra, si es que logro encontrar ese mundo.
- Por supuesto no le detendremos si desea abandonamos, Trev. ..
- Yo no encajo en su mundo.
- Igual que Pel; sin embargo, si desea quedarse, le acogeremos con tanto agrado como a él. Pero no le retendremos. Dígame, ¿a qué se debe su interés por la Tierra?
- Pensaba que lo sabía - contestó Trevize.
- No lo sé.
- Hay un dato que me ocultó, Dom. Quizá tuviese sus razones, pero preferiría que no lo hubiera hecho.
- No sé a qué se refiere.
- Escuche, Dom, con objeto de tomar la decisión, utilicé la computadora y durante un fugaz momento me encontré en contacto con las mentes de quienes me rodeaban: la alcaldesa Branno, el orador Gendibal y Novi. Tuve una breve visión de varias cosas que, por sí solas, apenas significaron nada para mí, como, por ejemplo, los diversos efectos que Gaia, según el parecer de Novi, había producido sobre Trántor, efectos que tenían como objetivo inducir al orador a ir a Gaia.
- ;Sí?
- Y una de esas cosas era el expolio de todas las referencias a la Tierra existentes en la biblioteca de Trántor.
-¿El expolio de las referencias a la Tierra?
- Exactamente. Esto significa que la Tierra es muy importante, y no sólo indica que la Segunda Fundación no debe saber nada acerca de ella, sino que yo tampoco. Si voy a hacerme responsable de la dirección del desarrollo galáctico, no acepto voluntariamente la ignorancia. ¿Querrá decirme por qué es tan importante mantener en secreto todo lo relacionado con la Tierra?
Dom contestó con solemnidad:
- Trev, Gaia no sabe nada de ese expolio. ¡Nada!
- ¿Pretende decirme que Gaia no es responsable?
- No lo es.
Trevize reflexionó durante unos momentos, pasando lentamente la lengua sobre sus labios.
- Entonces, ¿quién fue el responsable?
- No lo sé. No veo ninguna utilidad en ello.
Los dos hombres se miraron con asombro y, luego, Dom dijo:
- Tiene usted razón. Creíamos haber llegado a una conclusión de lo más satisfactoria, pero mientras este punto continúe sin aclararse, no podremos descansar. Quédese un tiempo con nosotros y pensaremos en lo que debemos hacer. Después podrá marcharse, con toda nuestra ayuda.
- Gracias - dijo Trevize.
FIN
(por ahora)
Nota del autor
Este libro, aunque autónomo, es una continuación de La Trilogía de las Fundaciones, compuesta de tres libros: Fundación, Fundación e Imperio y Segunda Fundación.
Además, he escrito otros libros que, a pesar de no tratar directamente sobre la Fundación, están ambientados en lo que podríamos llamar «el universo de la Fundación».
Así, en Las estrellas, Como polvo y Las corrientes de espacio, la trama se sitúa durante los años en que Trántor estaba en expansión hacia el Imperio, mientras que Guijarro en el cielo se desarrolla cuando el Primer Imperio Galáctico estaba en el apogeo de su poder. En Guijarro, la Tierra constituye el tema central y en este nuevo libro se alude indirectamente a parte del material que hay en él.
En ninguno de los libros anteriores sobre el universo de la Fundación se menciona a los robots. Sin embargo, en este nuevo libro hay algunas referencias a ellos. En cuánto a esto, quizá les gustaría leer mis historias de robots. Los cuentos cortos se encuentran en El robot completo, mientras que las dos novelas, Las cuevas de acero y El sol desnudo, describen el período «robótico» de la colonización de la Galaxia.
Si desean una descripción de los «eternos» y de la manera en que intervinieron en la historia humana, la encontrarán (no del todo compatible con las referencias de este nuevo libro) en El fin de la eternidad.
En un principio, todos los libros mencionados fueron editados por Doubleday en cubierta dura. La Trilogía de las Fundaciones y El robot completo aún están a la venta con cubierta dura. De los otros, Guijarro en el cielo y El fin de la eternidad, están incluidos en el volumen titulado Los extremos opuestos del Tiempo y la Tierra, mientras que Las estrellas, Como polvo y Las corrientes de espacio están en el volumen titulado Prisioneros de las estrellas.
Ambos volúmenes han sido publicados en cubierta dura. En cuanto a Las cuevas de acero y El sol desnudo están incluidos en el volumen titulado Novelas de robots, que aún puede conseguirse en el Club de Libros de Ciencia Ficción. Y, naturalmente, todos están publicados en ediciones de bolsillo.
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