Isaac Asimov
A Betty Prashker, que insistió, y a
Lester del Rey, que me azuzó.
Prólogo
El Primer Imperio Galáctico se
derrumbaba. Hacía siglos que declinaba y se debilitaba, y sólo un hombre se dio
plena cuenta de ello.
Ese hombre fue Hari Seldon, el último
gran científico del Primer Imperio; y fue él quien perfeccionó la
psicohistoria, la ciencia del comportamiento humano reducido a ecuaciones
matemáticas.
El ser humano individual es
imprevisible, pero Seldon descubrió que las reacciones de la masa humana podían
ser tratadas estadísticamente. Cuanto mayor es la masa, mayor es la exactitud
de la predicción. Y el volumen de las masas humanas con las que Seldon trabajó
fue nada menos que el de la población de los millones de mundos habitados de la
Galaxia.
Las ecuaciones de Seldon le revelaron
que, de ser abandonado a su suerte, el Imperio caería y transcurrirían treinta
mil años de desdicha y agonía humanas antes de que un Segundo Imperio emergiera
de las ruinas. No obstante, si fuera posible modificar algunas de las
condiciones existentes, ese interregno podría reducirse a un solo milenio,
únicamente un millar de años.
Con objeto de lograrlo, Seldon
estableció dos colonias de científicos a las que llamó «Fundaciones». Con toda
intención, las colocó «en extremos opuestos de la Galaxia». La Primera
Fundación, centrada en las ciencias físicas, fue instituida con un gran
despliegue de publicidad. La existencia de la otra, la Segunda Fundación, un
mundo de científicos psicohistóricos y «mentales», fue sumida en el silencio.
En la Trilogía de las Fundaciones se
relata la historia de los cuatro primeros siglos del interregno. La Primera
Fundación (conocida simplemente como «la Fundación», ya que la existencia de
otra era desconocida para casi todos) empezó como una pequeña comunidad perdida
en el vacío de la Periferia Exterior de la Galaxia. Periódicamente se
enfrentaba a una crisis derivada de las relaciones humanas y las corrientes
sociales y económicas de la época. Su libertad de movimientos se limitaba a una
línea determinada, y cuando se movía en esa dirección, un nuevo horizonte de
desarrollo se abría ante ella. Todo había sido planeado por Hari Seldon,
fallecido hacía ya mucho tiempo.
La Primera Fundación, con su ciencia
superior, se apoderó de los planetas bárbaros que la rodeaban. Se enfrentó a
los anárquicos guerreros que se habían separado del Imperio moribundo y los
derrotó. Se enfrentó a los restos del propio Imperio, bajo su último emperador
poderoso y su último general poderoso, y los derrotó.
Parecía que el «Plan Seldon» seguía su
curso normal y nada podía evitar que el Segundo Imperio fuese establecido a
tiempo, y con un mínimo de devastación intermedia.
Pero la psicohistoria es una ciencia
estadística. Siempre existe una pequeña posibilidad de que algo falle, y algo
falló, algo que Hari Seldon no pudo prever. Un hombre, llamado el Mulo,
apareció repentinamente. Tenía poderes mentales en una Galaxia que carecía de
ellos. Moldeaba las emociones de los hombres y formaba sus mentes de modo que
sus más acérrimos adversarios se convertían en sus leales servidores. Los
ejércitos no podían, no querían, luchar contra él. La Primera Fundación cayó y
el Plan Seldon pareció haber fracasado.
Quedaba la misteriosa Segunda Fundación,
a la que la súbita aparición del Mulo había cogido desprevenida, pero que ahora
elaboraba lentamente un contraataque. Su gran defensa era el hecho de su
emplazamiento desconocido. El Mulo la buscó con el propósito de conquistar la
Galaxia completa. Los fieles que sobrevivieron a la Primera Fundación la
buscaron para obtener ayuda.
Ninguno la encontró. El Mulo fue
detenido por la acción de una mujer, Bayta Darell, y eso proporcionó tiempo
suficiente a la Segunda Fundación para organizar la acción adecuada y, con
ella, detener al Mulo para siempre. Lentamente se prepararon para restablecer
el Plan Seldon.
Pero, en cierto modo, la seguridad de
la Segunda Fundación había desaparecido. La Primera Fundación conocía la
existencia de la Segunda, y la Primera no deseaba un futuro en el que
estuvieran fiscalizados por los mentalistas. La Primera Fundación era superior
en fuerza física, mientras que la Segunda Fundación no sólo estaba en
desventaja por ese hecho, sino por tener que realizar una doble labor: tenía que
detener a la Primera Fundación, a la vez que recobrar su anonimato.
La Segunda Fundación, bajo su gran
«primer orador», Preem Palver, consiguió hacerlo. La Primera Fundación fue
inducida a creer que había vencido, que había derrotado a la Segunda Fundación,
y fue adquiriendo cada vez más poder en la Galaxia, totalmente ignorante de que
la Segunda Fundación seguía existiendo.
Ya han pasado cuatrocientos noventa y
ocho años desde que la Primera Fundación apareció en escena. Se encuentra en el
apogeo de su poder, pero hay un hombre que no acepta las apariencias...
1
CONSEJERO
1
- Naturalmente no lo creo - dijo Golan
Trevize, deteniéndose en los anchos escalones de Seldon Hall y contemplando la
ciudad bañada por el sol.
Términus era un planeta templado, con un
elevado porcentaje de agua/tierra. Como Trevize pensaba a menudo, la
introducción del control climático lo había hecho mucho más cómodo y
considerablemente menos interesante.
- No creo nada en absoluto - repitió,
sonriendo.
Sus dientes blancos y uniformes
brillaron en su rostro juvenil.
Su compañero y colega, Munn Li Compor,
que había adoptado un segundo nombre a despecho de la tradición de Términus,
meneó la cabeza con desasosiego.
- ¿Qué es lo que no crees? ¿Que hemos
salvado la ciudad?
- Oh, eso sí que lo creo. Lo hemos
hecho, ¿no?
Y Seldon dijo que lo haríamos, y que
actuaríamos correctamente haciéndolo así, y que él lo sabía todo hace
quinientos años.
Compor bajó la voz y dijo casi en un
susurro: - Mira, no me importa que me hables de este modo, porque sé que hablas
por hablar, pero si vas gritándolo por ahí otros te oirán y, francamente, no
quiero estar cerca de ti cuando caiga el rayo. No sé lo preciso que será.
La sonrisa de Trevize permaneció
inalterable y dijo:
- ¿Hay algo malo en decir que la ciudad
está salvada? ¿Y que lo hemos hecho sin guerra?
- No había nadie a quien combatir -
repuso Compor. Tenía el cabello de un amarillo mantecoso y los ojos de un azul
celeste, y siempre resistía el impulso de alterar esos tonos pasados de moda.
- ¿No has oído hablar nunca de la
guerra civil, Compor? - preguntó Trevize. Este era alto, tenía el cabello
negro, ligeramente ondulado, y la costumbre de andar con los pulgares metidos
en el cinturón de suave fibra que siempre llevaba.
- ¿Una guerra civil por el emplazamiento
de la capital?
- La cuestión fue suficiente para
provocar una Crisis Seldon. Destruyó la carrera política de Hanni. Nos
introdujo a ti y a mí en el Consejo a raíz de las últimas elecciones, y el
problema persistió... - Movió lentamente una mano, de delante atrás, como una
balanza al nivelarse.
Se detuvo en los escalones, sin hacer
caso de los otros miembros del gobierno y medios informativos, así como de las
personas influyentes que habían conseguido invitación para presenciar el
regreso de Seldon (o, en todo caso, el regreso de su imagen).
Todos bajaban las escaleras, hablando,
riendo, enorgulleciéndose de la perfección de todo, y complaciéndose en la
aprobación de Seldon.
Trevize permaneció inmóvil y dejó pasar
a la multitud. Compor, que estaba dos escalones más abajo, se detuvo; una
invisible cuerda se extendía entre ellos.
- ¿No vienes? - preguntó.
- No hay prisa. La reunión del Consejo
no empezará hasta que la alcaldesa Branno haya repasado la situación con su
estilo firme y escueto. No tengo prisa por soportar otro aburrido discurso.
¡Mira la ciudad!
- Ya la veo. También la vi ayer.
- Sí. Pero ¿la viste hace quinientos
años, cuando fue fundada?
- Cuatrocientos noventa y ocho - le
corrigió automáticamente Compor -. Dentro de dos años celebrarán el quinto
centenario y la alcaldesa Branno aún seguirá en su cargo, salvo imprevistos que
todos esperamos no se produzcan.
- Esperémoslo - dijo secamente Trevize
-. Pero ¿cómo era hace quinientos años, cuando fue fundada? ¡Una ciudad! ¡Una
pequeña ciudad, ocupada por un grupo de hombres que preparaban una Enciclopedia
que nunca se terminó!
- Claro que se terminó.
- ¿Te refieres a la Enciclopedia
Galáctica que tenemos ahora? Lo que tenemos no es aquello en lo que ellos
trabajaban. Lo que tenemos está en una computadora y es revisado diariamente.
¿Has visto alguna vez el original incompleto?
- ¿El que está en el Museo Hardin?
- El Museo de los Orígenes Salvador
Hardin. Llamémosle por un nombre completo, por favor, ya que eres tan
puntilloso respecto a las fechas exactas. ¿Lo has visto?
- No. ¿Debería haberlo hecho?
- No, no vale la pena. Pero, en todo
caso, ahí estaban... un grupo de enciclopedistas, formando el núcleo de una
ciudad, una pequeña ciudad en un mundo virtualmente desprovisto de metales,
girando alrededor de un sol aislado del resto de la Galaxia, en el límite, el
mismo límite. Y ahora, quinientos años más tarde, somos un mundo suburbano.
Esto es un gran parque, con todo el metal que queremos. ¡Ahora estamos en el
centro de todo!
- No exactamente - replicó Compor -.
Aún giramos en torno a un sol aislado del resto de la Galaxia. Aún estamos en
el mismo límite de la Galaxia.
- Ah, no, eso lo dices sin pensar. Esa
fue la causa de esta pequeña Crisis Seldon. Somos algo más que el aislado mundo
de Términus. Somos la Fundación, que extiende sus tentáculos por toda la
Galaxia y gobierna esa Galaxia desde su emplazamiento en el mismo límite.
Podemos hacerlo porque no estamos aislados, excepto en la situación, y eso no
cuenta.
- De acuerdo. Lo acepto. - Evidentemente
a Compor le era indiferente y bajó otro escalón. La cuerda invisible que había
entre ellos se estiró aún más. Trevize alargó una mano como para tirar de su
amigo escalones arriba.
- ¿No ves lo que eso significa, Compor?
Ha habido un cambio enorme, pero nosotros no lo aceptamos. En el fondo del
corazón queremos la pequeña Fundación, la sencilla organización de un solo
mundo que teníamos en los viejos tiempos, en aquellos tiempos de férreos héroes
y nobles santos que se han ido para siempre.
- ¡Oh, vamos!
- Hablo en serio. Mira Seldon Hall.
Para empezar, durante las primeras crisis de la época de Salvor Hardin, sólo
era la Bóveda del Tiempo, un pequeño auditorio donde aparecía la imagen
olográfica de Seldon. Eso era todo. Ahora es un mausoleo colosal, pero ¿tiene
una rampa con campo de fuerza? ¿Una cinta transportadora? ¿Un ascensor
gravítico? No, sólo estos escalones, y nosotros los bajamos y subimos como
Hardin habría tenido que hacerlo. En una época extraña e imprevisible, nos
aferramos con miedo al pasado.
Alargó apasionadamente el brazo.
- ¿Hay algún componente estructural
visible que sea metálico? Ninguno. No sería conveniente, ya que en tiempos de
Salvor Hardin no había metales nativos y casi ninguno importado. Incluso
instalamos plástico antiguo, rosado por los años, cuando construimos este
enorme conglomerado, a fin de que los visitantes de otros mundos puedan
detenerse y exclamar: «¡Galaxia! ¡Qué hermoso plástico antiguo!» Te lo digo,
Compor, es una farsa.
- Así pues, ¿es esto en lo que no crees?
¿En Seldon Hall?
- Y en todo su contenido - dijo Trevize
en un furioso susurro -. No creo que tenga sentido esconderse aquí, en el
límite del Universo, sólo porque nuestros antepasados lo hicieron. Creo que
deberíamos estar ahí fuera, en medio de todo.
- Pero Seldon dice que te equivocas. El
Plan Seldon está desarrollándose tal como debe.
- Lo sé. Lo sé. Y todos los niños de
Términus son educados para creer que Hari Seldon formuló un Plan, que lo previo
todo hace cinco siglos, que instituyó la Fundación de modo que anticipó ciertas
crisis, y dispuso que su imagen apareciera olográficamente durante esas crisis,
y nos dijera lo mínimo que deberíamos saber para continuar hasta la siguiente
crisis, y así nos conduciría a través de mil años de historia hasta que
pudiéramos edificar un Segundo y Mayor Imperio Galáctico sobre las ruinas de la
vieja y decrépita estructura que estaba derrumbándose hace cinco siglos y se
desintegró completamente hace dos siglos.
- ¿Por qué me dices todo esto, Golan?
- Porque te digo que es una farsa. Todo
es una farsa, Y aun en el caso de que en un principio fuese real, ¡ahora es una
farsa! No somos dueños de nosotros mismos. No somos nosotros quienes seguimos
el Plan.
Compor miró escrutadoramente al otro.
- Ya me habías dicho cosas así antes de
ahora, Golan, pero siempre había pensado que sólo decías ridiculeces para
excitarme. Por la Galaxia, ahora creo que hablas en serio.
- ¡Claro que hablo en serio!
- No puede ser. O bien es una broma
pesada a mis expensas o bien has perdido la razón.
- Ni lo uno ni lo otro - dijo Trevize,
ya calmado, metiendo los pulgares en el cinturón como si ya no necesitara los
gestos de las manos para acentuar la pasión -. Admito haber especulado otras
veces sobre ello, pero solo fue por intuición. Sin embargo, la farsa que esta
mañana se ha desarrollado ahí adentro me ha abierto los ojos y pretendo, a mi
vez, abrir los ojos al Consejo.
Compor exclamó:
- ¡Estás loco!
- De acuerdo. Ven conmigo y escucha.
Los dos bajaron las escaleras. Eran los
únicos que quedaban, los últimos en completar el descenso. Y mientras Trevize
se adelantaba ligeramente, los labios de Compor se movieron en silencio,
lanzando una muda palabra en dirección a la espalda del otro:
«¡Tonto!»
2
La alcaldesa Harla Branno declaró
abierta la sesión del Consejo Ejecutivo. Sus ojos habían mirado a los reunidos
sin muestras visibles de interés; no obstante, ninguno dudó de que había
advertido quiénes estaban presentes y quiénes no habían llegado todavía.
Su cabello gris estaba peinado en un
estilo que no era marcadamente femenino ni imitación del masculino. Era el modo
en que ella lo llevaba, nada más. Su rostro desapasionado no destacaba por su
belleza, pero no era precisamente belleza lo que uno esperaba ver en él.
Era el administrador más capaz del
planeta. Nadie podía acusarla de poseer la brillantez de los Salvor Hardin y
los Hober Mallow, cuyas historias animaron los primeros dos siglos de
existencia de la Fundación, pero tampoco nadie podía asociarla con las locuras
de los hereditarios Indbur que habían gobernado la Fundación antes de la
aparición del Mulo.
Sus discursos no excitaban la mente de
los hombres, ni tenía el don del dramatismo, pero poseía la capacidad de tomar
decisiones sensatas y defenderlas mientras estuviese convencida de que eran
acertadas. Sin un carisma evidente, tenía la habilidad de persuadir a los
votantes de que esas decisiones serían acertadas.
Puesto que, según la doctrina de
Seldon, el cambio histórico es muy difícil de alterar (siempre salvando lo
imprevisible, cosa que la mayoría de seldonistas suele olvidar, pese al
incidente del Mulo), la Fundación podía haber mantenido su capital en Términus
bajo cualquier circunstancia. Pero esto es un imponderable. Seldon, en su
reciente aparición como un simulacro de quinientos años de edad, había fijado
tranquilamente la probabilidad de continuar en Términus en un 87,2 por 100.
No obstante, incluso para los
seldonistas, ello significaba que había un 12,8 por 100 de posibilidades de que
se hubiese realizado el traslado a algún punto más cercano al centro de la
Confederación de la Fundación, con todas las fatales consecuencias que Seldon
había esbozado. El hecho de que esta posibilidad de uno entre ocho no hubiese
tenido lugar se debía a la alcaldesa Branno.
Era indudable que ella no lo hubiese
permitido.
Incluso en períodos de considerable
impopularidad, se había aferrado a la decisión de que Términus era la sede
tradicional de la Fundación y continuaría siéndolo. Sus enemigos políticos
habían caricaturizado su pronunciada mandíbula (con cierta efectividad, había
que admitirlo) como un bloque colgante de granito.
Y ahora Seldon había respaldado su
punto de vista y, al menos por el momento, eso le proporcionaba una
considerable ventaja política Al parecer había dicho un año antes que si Seldon
la respaldaba en su próxima aparición, consideraría su labor felizmente
concluida. Entonces se retiraría y asumiría el papel de ex estadista, en lugar
de exponerse a los dudosos resultados de otras guerras políticas.
Nadie la había creído realmente. Estaba
familiarizada con las guerras políticas hasta un extremo que pocos habían
alcanzado, y ahora que la imagen de Seldon había aparecido y desaparecido no
daba muestras de querer retirarse.
Habló con una voz perfectamente clara y
un marcado acento de la Fundación (en otros tiempos había sido embajadora en
Mandress, pero no había adoptado el estilo dialéctico imperial que ahora estaba
en, boga, y formó parte de lo que había sido una incursión casi imperial en las
Provincias Interiores).
Dijo:
- La Crisis Seldon ha terminado y es
tradición, muy prudente a mi juicio, que no se tomen represalias de ninguna
clase, ni de hecho ni de palabra, contra los que han respaldado al bando
equivocado. Muchas personas honestas creían tener buenas razones para querer lo
que Seldon no quería. No tiene objeto humillarlas hasta el punto en que sólo
puedan recobrar su dignidad censurando el Plan Seldon. A su vez, existe la
arraigada y deseable costumbre de que quienes hayan apoyado al bando perdedor
acepten alegremente la derrota, sin más discusión. El tema ha quedado relegado
al olvido, por ambos lados, para siempre.
Hizo una pausa, escrutó las caras
reunidas durante un momento, y después prosiguió:
- La mitad del tiempo ha pasado,
miembros del Consejo; la mitad del período de mil años entre imperios. Ha sido
una época llena de dificultades, pero hemos recorrido un largo camino. En
efecto, ya somos casi un Imperio Galáctico y no quedan enemigos externos de
importancia.
»El interregno habría durado treinta
mil años, a no ser por el Plan Seldon. Después de treinta mil años de
desintegración, quizá no habría quedado fuerza suficiente para volver a formar
un imperio. Quizá sólo habrían quedado mundos aislados y probablemente
moribundos.
»Lo que hoy tenemos se lo debemos a Hari
Seldon, y en él hemos de confiar siempre. El peligro de aquí en adelante,
consejeros, somos nosotros mismos, y a partir de ahora no debe haber dudas
oficiales sobre el valor del Plan. Convengamos ahora, sosegada y firmemente, en
que no deben haber dudas, críticas o condenas oficiales del Plan. Tenemos que
apoyarlo incondicionalmente. Ha demostrado su efectividad a lo largo de cinco
siglos. Constituye la seguridad de la humanidad y no debe ser alterado.
¿Convenido?
Hubo un sordo murmullo. La alcaldesa
apenas levantó la mirada para obtener pruebas visuales de conformidad. Conocía
a todos los miembros del Consejo y sabía cómo reaccionaria cada uno. Después de
la victoria, no habría objeciones. El año siguiente, tal vez. Ahora, no.
Abordaría los problemas del año siguiente el año siguiente.
Siempre que no...
- ¿Control mental, alcaldesa Branno? –
preguntó Golan Trevize, enfilando el pasillo a grandes zancadas y hablando a
gritos, como para compensar el silencio del resto. No se molestó en ocupar su
asiento que, en su calidad de nuevo miembro, estaba en la última fila.
Branno siguió sin levantar la mirada.
- ¿Sus opiniones, consejero Trevize? -
dijo.
- Que el gobierno no puede prohibir la
libertad de expresión; que todos los individuos, y con más motivo los consejeros
y consejeras, que han sido elegidos con este fin, tienen el derecho a discutir
los temas políticos del día; y que ningún tema político puede ser disociado del
Plan Seldon.
Branno enlazó las manos y levantó la
mirada. Su rostro era inexpresivo.
- Consejero Trevize, ha entrado
irregularmente en este debate y ha interrumpido la sesión al hacerlo así. No
obstante, le he pedido su opinión y voy a contestarle – replicó -. No hay
límite para la libertad de expresión dentro del contexto del Plan Seldon. Es sólo
el Plan en si lo que nos limita por su misma naturaleza. Hay muchas maneras de
interpretar los acontecimientos antes de que la imagen tome la decisión final,
pero una vez la toma, esta decisión no puede seguir siendo cuestionada en el
Consejo. Tampoco puede ser cuestionada de antemano, como diciendo: «Si Hari
Seldon declarara esto y aquello, estaría equivocado.»
- ¿Y si uno lo pensara de verdad,
señora alcaldesa?
- Entonces podría decirlo, en el caso
de que esa persona fuese un particular y discutiera el asunto en un contexto
particular.
- Así pues, ¿quiere decir que las
limitaciones a la libertad de expresión que usted propone afectan exclusiva y
específicamente a los funcionarios gubernamentales?
- Exactamente. Esta no es una norma
nueva de la ley de la Fundación. Ha sido aplicada con anterioridad por alcaldes
de todas las facciones. Un punto de vista particular no significa nada; la
expresión oficial de una opinión tiene peso y puede ser peligrosa. No hemos
llegado hasta tan lejos para exponernos ahora al peligro.
- Permítame indicarle, señora
alcaldesa, que esa norma suya ha sido aplicada, escasa e irregularmente, a
ciertos decretos del Consejo. Nunca se ha aplicado a algo tan vasto e
indefinible como el Plan Seldon.
- El Plan Seldon necesita más protección,
porque es precisamente ahí donde las dudas pueden ser más fatales.
- ¿No consideraría usted, alcaldesa
Branno...?
- Trevize se volvió, dirigiéndose ahora
a los miembros del Consejo, que parecían haber contenido unánimemente la
respiración, como esperando el resultado del duelo -. ¿No considerarían
ustedes, miembros del Consejo, que hay motivos para pensar que no existe ningún
Plan Seldon?
- Todos hemos sido testigos de su
funcionamiento hoy mismo - dijo la alcaldesa Branno, más sosegada cuanto mayor
era el apasionamiento y la elocuencia de Trevize.
- Precisamente porque hoy hemos visto
su funcionamiento, consejeros y consejeras, podemos darnos cuenta de que el
Plan Seldon, tal como nos han enseñado a creer, no puede existir.
- Consejero Trevize, éste no es su
turno de intervención y no debe continuar en esta línea.
- Tengo los privilegios de mi cargo,
alcaldesa.
- Esos privilegios han sido revocados,
consejero.
- Usted no puede revocarlos. Su
declaración limitando la libertad de expresión no puede tener, en sí misma, la
fuerza de ley. El Consejo no ha votado formalmente, alcaldesa, y aunque lo
hubiera hecho, yo tendría derecho a cuestionar su legalidad.
- La revocación, consejero, no tiene
nada que ver con mi declaración protegiendo el Plan Seldon.
- Entonces, ¿en qué se basa?
- Se le acusa de traición, consejero.
Haré el favor al Consejo de no arrestarle dentro de la Cámara, pero en la
puerta le esperan miembros de Seguridad que le tomarán bajo su custodia cuando
salga. Ahora le pido que salga sin oponer resistencia. En el caso de que haga
algún movimiento imprudente, lo consideraremos un peligro inmediato y Seguridad
entrará en la Cámara. Confío en que no sea necesario.
Trevize frunció el ceño. En la sala
reinaba un silencio absoluto. (¿Acaso todos lo esperaban, todos menos él y
Compor?) Dirigió la mirada hacia la salida. No vio nada, pero estaba seguro de
que la alcaldesa Branno no fanfarroneaba.
Balbuceó con rabia:
- Repre.., represento a un importante
grupo de votantes, alcaldesa Branno...
- Sin duda se sentirán decepcionados.
- ¿En qué pruebas basa esta absurda
acusación?
- Lo sabrá en su momento, pero puede
estar seguro de que tenemos todo lo que necesitamos. Es usted un joven muy
indiscreto y debería haber comprendido que alguien podía ser amigo suyo y, sin
embargo, no estar dispuesto a ayudarle en su traición.
Trevize se volvió en redondo para fijar
la mirada en los ojos azules de Compor, que no se inmutó.
La alcaldesa Branno dijo
tranquilamente:
- Recuerden todos los testigos que
cuando he hecho mi última declaración, el consejero Trevize se ha vuelto a
mirar al consejero Compor. ¿Quiere salir ahora, consejero, o me obligará a
incurrir en el deshonor de un arresto dentro de la Cámara?
Golan Trevize se volvió, subió
nuevamente los escalones y, en la puerta, dos hombres uniformados y armados lo
flanquearon.
Harla Branno, mirándolo impasiblemente,
murmuró a través de sus labios apenas entreabiertos:
- ¡Tonto!
3
Liono Kodell había sido director de
Seguridad durante todo el período de administración de la alcaldesa Branno.
Como le gusta decir, no era un trabajo agotador, aunque naturalmente nadie
sabía si mentía o no. No parecía mentiroso, pero eso no significaba nada.
Tenía un aspecto agradable y cordial, y
muy posiblemente eso fuera adecuado para el cargo. Estaba bastante por debajo
de la estatura media, y bastante por encima del peso medio; llevaba un tupido
bigote (algo insólito para un ciudadano de Términus) que ya era más blanco que
gris; tenía unos brillantes ojos marrones, y un parche característico de un
color básico marcaba el bolsillo superior de su mono pardusco.
- Siéntese, Trevize. Me gustaría que
habláramos amistosamente, si es posible - dijo.
- ¿Amistosamente? ¿Con un traidor? –
Trevize introdujo ambos pulgares en el cinturón y permaneció en pie.
- Con un acusado de traición. Aún no
hemos llegado al punto en que una acusación, aunque sea hecha por la propia
alcaldesa, equivalga a una condena. Confío en que nunca lleguemos. Mi misión es
absolverle, si puedo. Preferiría hacerlo ahora, cuando todavía no se ha causado
ningún daño, excepto, quizá, a su orgullo, que verme forzado a exponer el caso
en juicio público. Espero que opine igual que yo.
Trevize no se ablandó.
- No se moleste en congraciarse
conmigo. Su misión es tratarme como si fuese un traidor. No lo soy, y me
desagrada tener que demostrar este punto a su satisfacción. ¿Por qué no
demuestra usted su lealtad a mi satisfacción?
- En principio, no hay inconveniente.
Sin embargo, lo triste del caso es que yo tengo el poder de mi lado, y usted
no. Por este motivo el privilegio de interrogar es mío, no suyo. Si alguna
sospecha de deslealtad o traición recayera sobre mí, supongo que me
reemplazarían, y entonces sería interrogado por algún otro que, espero
seriamente, no me trataría peor de lo que yo pretendo tratarle a usted.
- ¿Y cómo pretende tratarme?
- Confío en que como a un amigo, y a un
igual, si usted está dispuesto a hacer lo mismo.
- ¿Puedo pedirle una copa? - preguntó
Trevize con amargura.
- Más tarde, quizá, pero ahora le ruego
que se siente. Se lo pido como amigo.
Trevize titubeó y luego se sentó. De
repente le pareció absurdo mantener su actitud desafiante.
- Y ahora, ¿qué? - preguntó Trevize con
amargura.
- Ahora, ¿puedo pedirle que conteste a
mis preguntas sinceramente y sin evasivas?
- ¿Y si no lo hago? ¿Cuál es la
amenaza? ¿Una sonda psíquica?
- Espero que no.
- Yo también lo espero. No es sistema
para un consejero. No revelaría una traición, y cuando me absolvieran, pediría
su cabeza y quizá también la de la alcaldesa. Tal vez valdría la pena someterme
a una sonda psíquica.
Kodell frunció el ceño y meneó
ligeramente la cabeza.
- Oh, no. Oh, no: Hay demasiado peligro
de lesión cerebral. A veces resulta difícil de curar, y no le compensaría.
Seguro. Verá, algunas veces, cuando no hay más remedio que utilizar la sonda
psíquica...
- ¿Una amenaza, Kodell?
- Una declaración de hecho, Trevize. No
me interprete mal, consejero. Si debo recurrir a ese sistema lo haré, y aunque
sea usted inocente no le servirá de nada.
- ¿Qué quiere decir?
Kodell accionó un interruptor que había
en la mesa frente a él y dijo:
- Todo lo que yo le pregunte y usted me
conteste será grabado, tanto en imagen como en sonido. No quiero ninguna
declaración gratuita o fuera de tono. Por lo menos, esta vez. Estoy seguro de
que lo comprende.
- Comprendo que sólo grabará lo que le
plazca - dijo Trevize con desprecio.
- Es cierto, pero le repito que no me
interprete mal. No falsearé nada de lo que usted diga. Lo utilizaré o no, eso
es todo. Pero usted sabrá que no lo utilizaré y no nos hará perder el tiempo ni
a usted ni a mí.
- Ya lo veremos.
- Tenemos razones para pensar,
consejero Trevize - y el toque de formalidad que imprimió a su voz fue prueba
suficiente de que estaba grabando -, que ha declarado abiertamente y en numerosas
ocasiones que no cree en la existencia del Plan Seldon.
Trevize contestó con lentitud:
- Si lo he dicho tan abiertamente, y en
numerosas ocasiones, ¿qué más necesitan?
- No perdamos el tiempo en
subterfugios, consejero. Usted sabe que lo que deseo es un reconocimiento
explícito en su propia voz, caracterizada por sus propias huellas sonoras, bajo
condiciones en las que tiene pleno dominio de sí mismo.
- ¿Porque, supongo, el empleo de algún
producto hipnótico, químico o no, alterada las huellas sonoras?
- Muy notablemente.
- ¿Y usted está ansioso por demostrar
que no ha utilizado ningún método ilegal para interrogar a un consejero? No le
culpo.
- Me alegro de que no me culpe,
consejero. Así pues, continuemos. Usted ha declarado abiertamente, y en numerosas
ocasiones, que no cree en la existencia del Plan Seldon. ¿Lo admite?
Trevize dijo lentamente, escogiendo las
palabras:
- No crea que lo que llamamos Plan de
Seldon tenga el significado que solemos darle.
- Una declaración muy imprecisa. ¿Le
importaría explicarse con más detalle?
- Opino que la creencia general de que
Hari Seldon, hace quinientos años, utilizando la ciencia matemática de la
psicohistoria, trazó el curso de los acontecimientos humanos hasta el último
detalle y que nosotros seguimos un curso destinado a llevarnos desde el Primer
Imperio Galáctico hasta el Segundo Imperio Galáctico por la línea de máxima
probabilidad, es ingenua. No puede ser así.
- ¿Quiere usted decir que, en su
opinión, Hari Seldon nunca existió?
- De ningún modo. Claro que existió.
- ¿Que no desarrolló la ciencia de la
psicohistoria?
- No, claro que no quiero decir tal
cosa. Escuche, director, se lo habría explicado al Consejo si me lo hubieran
permitido, y voy a explicárselo a usted. La verdad de lo que le diré es tan terminante...
El director de Seguridad había
desconectado silenciosamente, y sin ningún disimulo, el aparato grabador.
Trevize hizo una pausa y frunció el
ceño.
- ¿Por qué ha hecho eso?
- Me está haciendo perder el tiempo,
consejero.
No le he pedido un discurso.
- Me ha pedido que explique mi punto de
vista, ¿no?
- De ningún modo. Le he pedido que
conteste mis preguntas; sencilla, directa y francamente. Conteste sólo las
preguntas y no añada nada más. Hágalo y no tardaremos demasiado.
Trevize dijo:
- Quiere decir que me arrancará
declaraciones que reforzarán la versión oficial de lo que supuestamente he
hecho.
- Sólo le pedimos que diga la verdad, y
le aseguro que no falsearemos sus declaraciones. Intentémoslo de nuevo, por
favor. Estábamos hablando de Hari Seldon. - Volvió a poner la grabadora en
marcha y repitió con calma -: ¿Que no desarrolló la Ciencia de la
psicohistoria?
- Claro que desarrolló la ciencia que
llamamos psicohistoria - dijo Trevize, sin poder disimular su impaciencia y
gesticulando con exasperada pasión.
- Que usted definiría... ¿cómo?
- ¡Galaxia! Suele definirse como la
rama de las matemáticas que estudia las reacciones generales de amplios grupos
de seres humanos ante determinados estímulos y bajo determinadas
circunstancias. En otras palabras, se cree que predice los cambios sociales e
históricos.
- Ha dicho «se cree». ¿Lo duda usted
bajo el punto de vista de la experiencia matemática?
- No - contestó Trevize -. Yo no soy
psicohistodador. Tampoco lo es ningún miembro del gobierno de la Fundación, ni
ningún ciudadano de Términus, ni ningún... .
Kodell alzó la mano y dijo suavemente:
- ¡Consejero, por favor! - Y Trevize se
calló.
- ¿Tiene usted algún motivo para
suponer que Hari Seldon no hizo los análisis necesarios que combinarían, con la
mayor eficacia posible, los factores de máxima probabilidad y menor duración en
el camino que conduce del Primer al Segundo Imperio por medio de la Fundación?
- continuó Kodell.
- Yo no estaba allí - dijo
sardónicamente Trevize -. ¿Cómo quiere que lo sepa?
- ¿Puede saber que no lo hizo?
- No.
- ¿Niega usted, quizá, que la imagen
olográfica de Hari Seldon que ha aparecido durante cada una de las crisis
históricas acaecidas durante los últimos quinientos años es, en realidad, una
reproducción del mismo Hari Seldon, hecha en el último año de su vida, poco
antes de la constitución de la Fundación?
- Supongo que no puedo negarlo.
- Lo «supone». ¿Pretende usted decir
que es un fraude, un engaño urdido por alguien en el pasado con algún
propósito?
Trevize suspiró.
- No. No afirmo tal cosa.
- ¿Está dispuesto a afirmar que los
mensajes transmitidos por Hari Seldon han sido manipulados de algún modo por
alguien determinado?
- No. No tengo motivos para creer que
dicha manipulación sea posible o provechosa.
- Comprendo. Usted ha presenciado la
más reciente aparición de la imagen de Seldon. ¿Le ha parecido que su análisis,
preparado hace quinientos años, no se ajusta a las circunstancias actuales con
suficiente exactitud?
- Al contrario - dijo Trevize con
súbito regocijo -. Se ajusta con toda exactitud.
Kodell pareció indiferente a la emoción
del otro.
- Y no obstante, consejero, tras la
aparición de Seldon, usted sigue manteniendo que el Plan Seldon no existe.
- Claro que sí. Mantengo que no existe
precisamente porque el análisis se ajusta con tal exactitud...
Kodell había desconectado la grabadora.
- Consejero - dijo, meneando la cabeza
-, me obliga a borrar. Le pregunto si sigue manteniendo esa extraña creencia
suya y empieza a darme razones. Déjeme repetirle la pregunta: Y no obstante,
consejero, tras la aparición de Seldon, usted sigue manteniendo que el Plan
Seldon ni existe.
- ¿Cómo lo sabe? Nadie ha tenido la
oportunidad de hablar con el amigo que me delató, Compor, después de la
aparición.
- Digamos que lo hemos supuesto,
consejero. Y digamos que usted ya ha contestado, «claro que si». Si quiere
volver ó decirlo, sin añadir nada más, podremos continuar.
- Claro que sí - dijo Trevize con
ironía.
- Bueno – dijo Kodell -, escogeré el
«claro que Si» que suene más natural. Gracias, consejero.
- Y desconectó nuevamente la grabadora.
Trevize preguntó:
- ¿Eso es todo?
- Para lo que yo necesito, si.
- Al parecer, lo que usted necesita es
una serie de preguntas y respuestas que pueda presentar a Términus y a toda la
Confederación de la Fundación a la cual gobierna, para demostrar que acepto
totalmente la leyenda del Plan Seldon. Esto hará parecer quijotesca o demente
cualquier desmentida que yo haga después.
- O incluso una traición a los ojos de
una excitada multitud que ve el Plan como esencial para la seguridad de la
Fundación. Quizá no sea necesario divulgar esto, consejero Trevize, si podemos
llegar a algún acuerdo, pero si fuera necesario nos encargaríamos de que la
Confederación lo oyera.
- ¿Es usted suficientemente tonto, señor
– dijo Trevize, con el ceño fruncido -, para no querer saber lo que realmente
tengo que decir?
- Como ser humano estoy muy interesado
en saberlo, y si llega el momento apropiado le escucharé con interés y un
cierto grado de escepticismo. Sin embargo, como director de Seguridad, tengo,
en este momento, exactamente lo que necesito.
- Espero que sepa que no les servirá de
nada, ni a usted ni a la alcaldesa.
- Aunque le parezca extraño, no opino
lo mismo. Ahora ya puede marcharse. Custodiado, naturalmente.
- ¿Adónde me van a llevar?
Kodell tan sólo sonrió.
- Adiós, consejero. No ha cooperado
demasiado, pero habría sido poco realista esperar que lo hiciera.
Alargó la mano.
Trevize, levantándose, simuló no verla.
Se alisó las arrugas del cinturón y dijo:
- No hace más que retrasar lo
inevitable. Debe de haber otros que piensan como yo, o los habrá más tarde.
Encarcelarme o matarme causará extrañeza y, a la larga, acelerará la
generalización de esa manera de pensar. Al final la verdad y yo ganaremos.
Kodell retiró la mano y sacudió
lentamente la cabeza.
- De verdad, Trevize – dijo -, usted es
tonto.
4
Era medianoche cuando dos guardias
fueron a sacar a Trevize de lo que era, tenía que admitirlo, una lujosa
habitación en la Dirección General de Seguridad. Lujosa, pero cerrada con
llave. La celda de una prisión, en todo caso.
Trevize dispuso de más de cuatro horas
para intentar justificarse amargamente, paseando con nerviosismo de un lado a
otro durante todo el rato.
¿Por qué había confiado en Compor?
¿Por qué no? Parecía tan claramente
convencido.
No, eso no. Parecía tan dispuesto a
dejarse convencer. No, eso tampoco. Parecía tan estúpido, tan fácilmente
dominado, tan ciertamente desprovisto de cerebro y opiniones propias que
Trevize aprovechó la ocasión de utilizarlo como una cómoda caja armónica.
Compor había ayudado a Trevize a mejorar y pulir sus opiniones. Había resultado
útil, y Trevize había confiado en él por la sencilla razón de que le había
convenido hacerlo así.
Pero ahora era inútil intentar decidir
si debía haber descubierto el juego de Compor. Debía haber seguido la regla: no
confiar en nadie.
Sin embargo, ¿puede uno vivir sin
confiar en nadie?
Evidentemente había que hacerlo.
Y, ¿quién habría pensado que Branno
tendría la audacia de arrestar a un miembro del Consejo, y que ni uno solo de
los demás consejeros movería un dedo para proteger a uno de los suyos? Aunque
hubieran discrepado totalmente con Trevize, aunque hubieran estado dispuestos a
apostar su sangre, hasta la última gota, por la rectitud de Branno; de todos
modos, deberían haberse rebelado, por principio, contra esa violación de sus
prerrogativas. A veces llamaban a Branno «la mujer de bronce», y ciertamente
actuaba con rigor metálico...
A menos que ella misma ya estuviera en
las garras de...
¡No! ¡Este camino desembocaba en la
paranoia!
Y sin embargo...
Su mente andaba de puntillas y en
círculos, y no había podido librarse de los pensamientos inútiles repetitivos
cuando llegaron los guardias.
- Tendrá que venir con nosotros,
consejero – dijo el mayor de los dos con gravedad desprovista de emoción. Su
insignia revelaba su graduación de teniente. Tenía una pequeña cicatriz en la
mejilla derecha, y parecía cansado, como si hubiera estado en su puesto
demasiado tiempo y hubiera hecho demasiado poco, como podía esperarse de un
soldado cuyo pueblo había vivido en paz durante más de un siglo.
Trevize no se movió.
- Su nombre, teniente.
- Soy el teniente Evander Sopellor,
consejero.
- Se dará cuenta de que está
quebrantando la ley, teniente Sopellor. No puede arrestar a un consejero.
El teniente dijo:
- Tenemos órdenes directas, señor.
- Eso no importa. No pueden ordenarle
que arreste a un consejero. Debe comprender que se expone a un consejo de
guerra.
El teniente dijo:
- No le estoy arrestando, consejero.
- Entonces no tengo que ir con usted,
¿verdad?
- Nos han ordenado que le escoltemos
hasta su casa.
- Conozco el camino.
- Y que le protejamos hasta llegar a
ella.
- ¿De qué? ¿O de quién?
- De cualquier multitud que pueda
reunirse.
- ¿A medianoche?
- Por eso hemos esperado hasta
medianoche, señor. Y ahora, señor, por su propia seguridad, debo pedirle que
venga con nosotros. Puedo decirle, no como amenaza, sino como información, que
estamos autorizados a emplear la fuerza si es necesario.
Trevize reparó en los látigos
neurónicos con que iban armados. Se levantó con lo que esperaba fuese dignidad.
- A mi casa, pues. ¿O descubriré que
van a llevarme a la cárcel?
- No hemos recibido instrucciones de
mentirle, señor - dijo el teniente con un orgullo propio.
Trevize comprendió que estaba en
presencia de un profesional, que exigiría una orden directa antes de mentir, y
que incluso entonces su expresión y tono de voz le delatarían.
Trevize dijo:
- Le pido perdón, teniente. No quería
dar a entender que dudaba de su palabra.
Un vehículo de superficie les aguardaba
en el exterior. La calle estaba vacía y no había indicios de hombre alguno,
mucho menos de una multitud, pero el teniente no había faltado a la verdad. No
había dicho que en el exterior hubiese una multitud o que fuera a congregarse.
Se había referido a «cualquier multitud que pueda reunirse». Sólo había dicho
«pueda».
El teniente mantuvo cuidadosamente a
Trevize entre sí mismo y el vehículo. Trevize no habría podido escabullirse y
huir. El teniente entró después de él y se sentó a su lado en la parte trasera.
El coche arrancó.
Trevize dijo:
- Una vez esté en casa, supongo que
podré hacer lo que quiera..., que podré marcharme, por ejemplo, si así lo
deseo.
- No tenemos órdenes de obstaculizar
sus movimientos, consejero, en ningún sentido, excepto en el caso de que
supongan un peligro para usted.
- ¿Un peligro? ¿Le importaría concretar
un poco más?
- Tengo instrucciones de comunicarle
que una vez esté en su casa, no podrá salir de ella. Las calles no son seguras
para usted y yo soy responsable de su seguridad.
- Quiere decir que estoy bajo arresto
domiciliario.
- No soy abogado, consejero. No sé lo
que eso significa.
Desvió la mirada hacia el frente, pero
su codo tocó el costado de Trevize. Trevize no habría podido moverse, ni
siquiera un poco, sin que el teniente lo notara.
El coche se detuvo ante la pequeña casa
de Trevize en el suburbio de Flexner. En ese momento no vivía con nadie,
Flavella se había cansado de la vida irregular que su cargo de consejero le
obligaba a llevar, y no esperaba que nadie estuviera aguardándole.
- ¿Puedo bajar? - preguntó Trevize.
- Yo bajaré primero, consejero. Le
escoltaremos hasta dentro.
- ¿Por mi seguridad?
- Sí, señor.
Dos guardias esperaban en el vestíbulo.
Había una lamparilla encendida, pero las ventanas habían sido opacadas y no se
veía ninguna luz desde el exterior.
Durante un momento se sintió indignado
por la invasión y después se encogió de hombros. Si el Consejo no podía
protegerle en la misma Cámara del Consejo, era evidente que su casa no podía
servirle de fortaleza.
Trevize dijo:
- ¿A cuántos de ustedes tengo aquí? ¿A
un regimiento?
- No, consejero - dijo una voz, recia y
firme -. Sólo hay una persona aparte de las que ve, y hace mucho rato que le
espero.
Harla Branno, alcaldesa de Términus,
apareció en el umbral de la puerta que conducía al salón.
- ¿No le parece que ya es hora de que
hablemos?
Trevize la miró con asombro.
- Todo este jaleo para...
Pero Branno le interrumpió con voz baja
y enérgica:
- Silencio, consejero. Y ustedes
cuatro, fuera. ¡Fuera! Aquí todo irá bien.
Los cuatro guardias saludaron y giraron
sobre sus talones. Trevize y Branno se quedaron solos.
2
ALCALDESA
5
Branno había esperado una hora,
reflexionando fatigosamente. Hablando con propiedad, era culpable de
allanamiento de morada. Lo que es más, había violado, de forma totalmente
inconstitucional, los derechos de un consejero. Según las estrictas leyes que
establecían las prerrogativas de los alcaldes, desde la época de Indbur III y
el Mulo, hacía casi dos siglos, podía ser inculpada.
Sin embargo, ese preciso día y durante
veinticuatro horas no podía cometer ninguna equivocación.
Pero pasaría. Se agitó con nerviosismo.
Los primeros dos siglos habían sido la
Edad de Oro de la Fundación, la Era Heroica; al menos retrospectivamente, si no
para los desdichados que vivieron en una época tan insegura. Salvor Hardin y
Hober Mallow fueron los dos grandes héroes, semidivinizados hasta el punto de
rivalizar con el incomparable Hari Seldon en persona. Los tres constituían un
trípode sobre el que descansaba toda la leyenda de la Fundación (e incluso la
historia de la Fundación).
No obstante, en aquellos días la
Fundación sólo era un mundo insignificante, con un tenue dominio sobre los
Cuatro Reinos y únicamente una idea aproximada del grado de protección que el
Plan Seldon ejercía sobre ella, defendiéndola incluso contra los restos del
potente Imperio Galáctico.
Y a medida que aumentaba el poder de la
Fundación como entidad política y comercial, disminuía la importancia de sus
gobernantes y combatientes.
Lathan Devers había sido casi olvidado.
Si por algo se le recordaba, era por su trágica muerte en las minas de esclavos
más que por su innecesaria pero triunfal lucha contra Bel Riose.
En cuanto a Bel Riose, el adversario
más noble de la Fundación, también había sido casi olvidado, eclipsado por el
Mulo, el único de todos sus enemigos capaz de truncar el Plan Seldon y vencer y
dominar a la Fundación. Sólo él era el Gran Enemigo; en realidad, el último de
los Grandes.
Pocos recordaban que el Mulo había sido
derrotado, en esencia, por una sola persona, una mujer, Bayta Darell, y que
había logrado la victoria sin ayuda de nadie, sin siquiera el apoyo del Plan
Seldon.
También se había casi llegado a olvidar
que su hijo y su nieta, Toran y Arkady Darell, derrotaron a la Segunda
Fundación, consiguiendo que la Fundación, la Primera Fundación, recuperase la
supremacía.
Estos triunfadores de tiempos recientes
ya no eran figuras heroicas. Los tiempos se habían vuelto demasiado expansivos
para hacer otra cosa que reducir a los héroes a ordinarios mortales. Además, la
biografía de Arkady sobre su abuela la había convertido de heroína en personaje
de novela.
Y desde entonces no había habido
héroes; ni siquiera personajes de novela. La guerra kalganiana fue el último
momento de violencia que afectó a la Fundación, y ése fue un conflicto de poca
relevancia.
¡Casi dos siglos de virtual paz! Ciento
veinte años sin el más leve arañazo en una sola nave. Había sido una paz buena,
Branno lo reconocía, una paz beneficiosa. La Fundación no había constituido un
Segundo Imperio Galáctico, según el Plan Seldon, sólo estaba a medio camino de
hacerlo, pero, como la Confederación de la Fundación, ejercía un fuerte control
económico sobre un tercio de las diseminadas unidades políticas de la Galaxia,
e influía en lo que no dominaba. Había pocos lugares donde «Soy de la
Fundación» no causara respeto. Nadie tenía más alto rango en todos los millones
de mundos habitados que el alcalde de Términus.
Este seguía siendo el título. Había
sido heredado del caudillo de una ciudad pequeña, aislada y casi olvidada en el
límite de la civilización, casi cinco siglos antes, pero a nadie se le
ocurriría cambiarlo o darle un átomo de sonido más glorioso. Sólo el casi
olvidado título de Majestad Imperial podía rivalizar con él.
Excepto en la propia Términus, donde
los poderes del alcalde estaban cuidadosamente limitados, el recuerdo de los
Indbur aún perduraba. No era su tiranía lo que el pueblo no podía olvidar, sino
el hecho de que habían perdido frente al Mulo.
Y allí estaba ella, Harla Branno, la
más fuerte desde la muerte del Mulo (ella lo sabía) y únicamente la quinta
mujer en ocupar el cargo. Sólo ese día había podido utilizar abiertamente su
poder.
Había luchado por su interpretación de
lo que era correcto y lo que debía serlo, contra la tenaz oposición de quienes
aspiraban al prestigioso Interior de la Galaxia y al aura del poder Imperial, y
había vencido.
Aún no, había dicho. ¡Aún no! Lanzaos
demasiado pronto hacia el Interior y perderéis por esta razón y aquélla. Y
Seldon había aparecido y la había respaldado con un lenguaje casi idéntico al
suyo.
Esto la había hecho, por una vez y a
juicio de toda la Fundación, tan sabia como el propio Seldon. Sin embargo, no
ignoraba que podían olvidarlo en cualquier momento.
Y este joven se atrevía a desafiarla en
un día tan señalado.
¡Y se atrevía a tener razón!
Este era el peligro. ¡Tenía razón! ¡Y
como tenía razón, podía destruir la Fundación!
Y ahora se encontraba frente a él y
estaban solos.
- ¿No podía venir a verme en privado?
¿Tenía que gritarlo en la Cámara del Consejo por un deseo estúpido de ponerme
en ridículo? ¿Qué es lo que ha hecho, muchacho insensato? - dijo tristemente.
6
Trevize se sintió enrojecer y luchó por
controlar su ira. La alcaldesa era una mujer a punto de cumplir los sesenta y
tres años. Dudó en lanzarse a una violenta discusión con alguien que casi le
doblaba la edad.
Además, ella tenía experiencia en
guerras políticas y sabía que si lograba irritar a su oponente desde un
principio casi habría ganado la batalla. Pero para que dicha táctica resultara
efectiva se necesitaba público y allí no había público ante el que uno pudiera
ser humillado. Sólo estaban ellos dos.
Por lo tanto hizo caso omiso de sus
palabras y se esforzó en examinarla desapasionadamente. Era una anciana vestida
a la moda unisex que prevalecía desde hacía dos generaciones. No le sentaba
bien. La alcaldesa, líder de la Galaxia, si es que había algún líder, era una
simple anciana que podría haber sido confundida fácilmente con un anciano si,
en vez de llevar su cabello gris oscuro recogido en un tirante moño, lo hubiese
llevado suelto al estilo tradicional masculino.
Trevize sonrió con simpatía. Por más
que una anciana oponente se esforzara en que el epíteto «muchacho» sonara como
un insulto, este «muchacho» en particular tenía la ventaja de la juventud y la
apostura, así como la plena conciencia de ambas.
- Es cierto. Tengo treinta y dos años
y, por lo tanto, soy un muchacho, por así decirlo. También soy un consejero y,
por lo tanto, ex officio, insensato. Lo primero es inevitable. En cuanto a lo
segundo, sólo puedo decir que lo siento - dijo.
- ¿Sabe lo que ha hecho? No se quede
ahí, intentando mostrarse ingenioso. Siéntese. Ponga el cerebro en
funcionamiento, si es que puede, y contésteme racionalmente.
- Sé lo que he hecho. He dicho la
verdad tal como la veo.
- ¿Y en un día como hoy trata de
desafiarme con ella? ¿En un día como hoy, cuando mi prestigio es tal que he
podido expulsarle de la Cámara del Consejo y arrestarle, sin que nadie se
atreviese a protestar?
- El Consejo recobrará el aliento y
protestará. Quizá estén protestando ahora mismo. Y me escucharán todavía más
gracias a la persecución de que usted me hace objeto.
- Nadie le escuchará porque si le
creyera capaz de continuar lo que ha estado haciendo, seguiría tratándole como
a un traidor sin reparar en medios.
- En ese caso, debería someterme a
juicio. Tendría una oportunidad ante el tribunal.
- No cuente con eso. Los poderes del
alcalde en caso de emergencia son enormes, aunque raramente se utilicen.
- ¿Sobre qué base declararía una
emergencia?
- Inventaría cualquier motivo. Sigo
siendo muy ingenua y no temo los riesgos políticos. No me presione, joven.
Llegaremos a. un acuerdo ahora o jamás recuperará su libertad. Pasará el resto
de su vida en prisión. Se lo garantizo.
Sus ojos se encontraron; grises los de
Branno, marrones los de Trevize.
Trevize dijo:
- ¿Qué clase de acuerdo?
- Ah. Siente curiosidad. Eso está
mejor. Ahora podremos dejar de atacarnos y empezar a hablar. ¿Cuál es su punto
de vista?
- Lo sabe muy bien. Ha estado
chismorreando con Compor, ¿no es así?
- Quiero que usted me lo explique... a
la luz de la Crisis Seldon recién ocurrida.
- ¡Muy bien, si eso es lo que quiere...
señora alcaldesa! -(Había estado a punto de decir «anciana») -. La imagen de
Seldon ha sido demasiado precisa, excesivamente precisa después de quinientos
años. Según creo, es .la octava vez que aparece. En algunas ocasiones, no hubo
nadie para oírle. Al menos en una ocasión, en tiempos de Indbur III, lo que
dijo no se ajustaba en absoluto a la realidad..., pero eso fue en tiempo del
Mulo, ¿verdad? Sin embargo, ¿cuándo, en cualquiera de esas ocasiones, ha sido
tan preciso como hoy? - Trevize se permitió una ligera sonrisa -. Nunca, señora
alcaldesa, ateniéndonos a nuestras grabaciones, ha conseguido Seldon describir
la situación tan perfectamente, hasta el más pequeño detalle.
Branno dijo:
- ¿Esta sugiriendo que la aparición de
Seldon, la imagen olográfica, ha sido falsificada; que las grabaciones de
Seldon han sido preparadas por un contemporáneo como, por ejemplo, yo misma;
que un actor desempeñaba el papel de Seldon?
- No sería imposible, señora alcaldesa,
pero lo que quiero decir no es eso. La verdad es mucho peor. Creo que lo que
vemos es la imagen de Seldon, y que su descripción del momento actual es la
descripción que preparó hace quinientos años. Es lo que le he dicho a su
colaborador, Kodell, quien me ha guiado cuidadosamente a través de una charada
en la que yo parecía respaldar las supersticiones de cualquier miembro poco
reflexivo de la Fundación.
- Sí. En caso necesario, utilizaremos
la grabación para demostrar a la Fundación que usted nunca ha estado realmente
en la oposición.
Trevize extendió los brazos.
- Pero lo estoy. El Plan Seldon, tal
como nosotros creemos que es, no existe; no ha existido desde hace quizá dos
siglos. Lo sospecho desde hace años. Y lo que hemos visto en la Bóveda del
Tiempo hace doce horas lo demuestra.
- ¿Porque Seldon ha sido demasiado
preciso?
- Eso es. No sonría. Es la prueba
concluyente.
- Como ve, no sonrío. Prosiga.
- ¿Cómo puede haber sido tan preciso?
Hace dos siglos, el análisis de Seldon sobre lo que entonces era el presente
fue completamente erróneo. Habían pasado trescientos años desde el
establecimiento de la Fundación y volvió a equivocarse. ¡Completamente!
- Eso, consejero, lo ha explicado usted
mismo hace unos momentos. La causa fue el Mulo. El Mulo era un mutante con
intenso poder mental y no había habido manera de tenerle en cuenta en el Plan.
- Pero, de todos modos, surgió. El Plan
Seldon fue interrumpido. El Mulo no gobernó durante mucho tiempo y no tuvo
sucesores. La Fundación recuperó su independencia y su dominio, pero ¿cómo pudo
el Plan Seldon reanudar su curso después de un descalabro tan enorme?
Branno frunció el ceño y enlazó
fuertemente las manos.
- Ya sabe la respuesta. Somos una de
dos Fundaciones. Ha leído los libros de historia.
- He leído la biografía de Arkady sobre
su abuela, después de todo es una lectura obligatoria en la escuela, y también
he leído sus novelas. He leído la versión oficial de la historia del Mulo y los
que gobernaron a continuación. ¿Me permite que dude de ellas?
- ¿En qué sentido?
- Oficialmente nosotros, la Primera
Fundación, debíamos preservar los conocimientos de las ciencias físicas y
ampliarlos. Debíamos actuar abiertamente, de modo que nuestro desarrollo
histórico siguiera el Plan Seldon, lo supiéramos o no. Sin embargo también
estaba la Segunda Fundación, que debía conservar y desarrollar las ciencias
psicológicas, incluida la psicohistoria, y su existencia debía ser un secreto
incluso para nosotros. La Segunda Fundación era el órgano sintonizador del
Plan, y actuaba ajustando las corrientes de la historia galáctica, cuando se
desviaban del camino trazado por el Plan.
- Se está contestando a sí mismo - dijo
la alcaldesa -. Bayta Darell derrotó al Mulo, quizá bajo la inspiración de la
Segunda Fundación, aunque su nieta asegure que no fue así. Sin embargo, no cabe
duda de que fue la Segunda Fundación la que luchó por encarrilar la historia
galáctica hacia el plan tras la muerte del Mulo, y es evidente que lo logró.
Así pues, ¿se puede saber de qué está
hablando, consejero?
- Señora alcaldesa, si nos guiamos por
el relato de Arkady Darell, está claro que la Segunda Fundación, al intentar
corregir la historia galáctica, desbarató todo el proyecto de Seldon, ya que al
intentar corregir destruyó su propio carácter secreto. Nosotros, la Primera
Fundación, descubrimos que nuestro homónimo, la Segunda Fundación, existía, y
no podíamos vivir sabiendo que nos estaban manipulando. Por lo tanto,
emprendimos la búsqueda de la Segunda Fundación para destruirla.
Branno asintió.
- Y, según el relato de Arkady Darell,
lo conseguimos, aunque como es evidente, después de que la Segunda Fundación
volviera a encauzar firmemente la historia galáctica tras la interrupción
causada por el Mulo. Y sigue encauzada.
- ¿Cómo puede usted creer eso? La
Segunda Fundación, según el relato, fue localizada y sus diversos miembros
eliminados. Esto sucedió en el año 378 E.F., hace ciento veinte años. Durante
cinco generaciones hemos actuado, aparentemente, sin la Segunda Fundación, y
sin embargo hemos seguido el curso del Plan hasta tal punto que usted y la
imagen de Seldon han hablado de un modo casi idéntico.
- La interpretación más lógica es que
yo he discernido el modo en que se desarrolla la historia con gran perspicacia.
- Perdóneme. No dudo de su gran
perspicacia, pero creo que la explicación más lógica es que la Segunda
Fundación no fue destruida. Sigue dirigiéndonos. Sigue manipulándonos. Y éste
es el motivo por el que hemos reanudado el curso del Plan Seldon.
7
Si la alcaldesa se sintió escandalizada
por tal declaración, no lo demostró.
Era más de la una de la madrugada y
deseaba ansiosamente zanjar la cuestión, pero no podía precipitarse. Aquel
joven tenía cualidades dignas de ser aprovechadas y ella no quería impulsarle a
romper la cuerda. No queda tener que librarse de él, si antes podía sacarle
partido.
- ¿De verdad? ¿Afirma, entonces, que el
relato de Arkady sobre la guerra kalganiana y la destrucción de la Segunda
Fundación es falso? ¿Inventado? ¿Una estratagema? ¿Una mentira? - preguntó.
Trevize se encogió de hombros.
- No tiene por qué serlo. Ese es otro
asunto. Supongamos que el relato de Arkady fuese totalmente cierto, a su
entender. Supongamos que todo ocurrió exactamente como Arkady dijo: que el
emplazamiento de la Segunda Fundación fue descubierto, y que sus miembros
fueron eliminados. Sin embargo, ¿Cómo podemos asegurar que los exterminamos a
todos? La Segunda Fundación tenía bajo su dominio a toda la Galaxia. No sólo
manipulaban la historia de Términus o de la Fundación. Sus responsabilidades
abarcaban algo más que nuestra capital o toda Nuestra Confederación. Seguro que
había algún miembro de la Segunda Fundación a mil pársecs de distancia o más.
¿Es posible que los extermináramos a todos?
»Y si no lo hicimos, ¿Podíamos decir
que habíamos Vencido? ¿Pudo el Mulo haberlo dicho en su época? Conquistó
Términus y, junto con él todos los mundos que controlaba directamente, pero los
mundos comerciantes independientes se mantuvieron firmes. Conquistó los Mundos
Comerciantes, pero quedaron tres fugitivos: Ebling Mis, Bayta Darell y su marido.
Consiguió dominar a ambos hombres y dejó a Bayta en libertad. Lo hizo, según el
relato de Arkady, a causa de un sentimiento. Y eso fue suficiente. A juzgar por
la versión de Arkady, había una sola persona, Bayta, que podía actuar a su
antojo, y debido a ello el Mulo no consiguió localizar la Segunda Fundación y,
por lo tanto, fue derrotado.
»¡Una sola persona sin controlar, y
todo se perdió! Aquí se demuestra la importancia de una persona, pese a todas
las leyendas que rodean al Plan Seldon en el sentido de que el individuo no es
nada y la masa lo es todo.
»Y si nosotros no sólo dejamos con vida
a un miembro de la Segunda Fundación, sino a varias docenas, como parece
probable, ¿qué pudo ocurrir? ¿No es posible que se agruparan, reconstruyeran
sus fortunas, volvieran a desempeñar su profesión, multiplicaran su número por
medio del reclutamiento y la instrucción, y nos convirtieran una vez más en
peones?
Branno dijo con gravedad:
- ¿Lo cree así?
- Estoy seguro de ello.
- Pero, dígame, consejero. ¿Por qué iban
a molestarse? ¿Por qué un grupo tan exiguo iba a aferrarse desesperadamente a
un deber que nadie acoge con satisfacción? ¿Qué les impulsa a encauzar a la
Galaxia hacia el Segundo Imperio Galáctico? Y si ese grupo tan pequeño insiste
en cumplir su misión, ¿por qué vamos a preocuparnos? ¿Por qué no aceptamos el
curso del Plan y nos alegramos de que ellos se encarguen de que no nos
desviemos o perdamos?
Trevize se llevó la mano a los ojos y
se los restregó. A pesar de su juventud, parecía el más cansado de los dos.
Miró fijamente a la alcaldesa y dijo:
- No puedo creerla. ¿Acaso tiene la
impresión de que la Segunda Fundación hace esto por nosotros? ¿Que son una
especie de idealistas? ¿No le bastan sus conocimientos de política, de las
consecuencias prácticas del poder y la manipulación, para darse cuenta de que
lo hacen por ellos mismos?
»Nosotros somos el filo cortante. Somos
el motor, la fuerza. Trabajamos y sudamos, sangramos y lloramos. Ellos se
limitan a controlar, ajustando un amplificador aquí, cerrando un contacto allí,
y haciéndolo con tranquilidad y sin riesgo para sí mismas. Después, cuando todo
esté hecho y cuando, tras mil años de esfuerzos y luchas, hayamos establecido
el Segundo Imperio Galáctico, los miembros de la Segunda Fundación se introducirán
en él como la elite gobernante.
Branno dijo:
- Entonces, ¿quiere eliminar la Segunda
Fundación? Estando a mitad de camino del Segundo Imperio, ¿quiere correr el
riesgo de completar la labor nosotros solos y actuar como nuestra propia elite?
¿Eso es?
- ¡Exactamente! ¡Exactamente! ¿Acaso
usted no lo desea? Usted y yo no viviremos para verlo, pero usted tiene nietos
y yo puedo llegar a tenerlos, y ellos tendrán nietos, y así sucesivamente.
Quiero que ellos vean el fruto de nuestros esfuerzos y quiero que nos recuerden
como el origen, y nos ensalcen por lo que hemos realizado. No quiero que toda
la gloria corresponda a una conspiración tramada por Seldon, que no es un héroe
de mi gusto. Le aseguro que es una amenaza mayor que el Mulo... si permitimos
que su Plan siga adelante. Por la Galaxia, ojalá el Mulo hubiese desviado el
Plan enteramente, y para siempre. Le habríamos sobrevivido. El era único en su
clase y muy mortal. La Segunda Fundación parece ser inmortal.
- Pero a usted le gustaría destruir la
Segunda Fundación, ¿no es así?
- ¡Si supiera cómo!
- Ya que no lo sabe, ¿no cree que
probablemente ellos lo destruirían a usted?
Trevize adoptó una actitud despectiva.
- He llegado a pensar que incluso usted
podría estar bajo control. Su acertada suposición de lo que diría la imagen de
Seldon y su modo de tratarme podrían ser obra de la Segunda Fundación. Usted
podría ser una cáscara hueca con un contenido de la Segunda Fundación.
- Entonces, ¿por qué me habla como lo
está haciendo?
- Porque si usted esta controlada por
la Segunda Fundación, yo estoy perdido de todos modos y bien puedo dar rienda
suelta a mi ira; y porque, en realidad, no creo que esté bajo su control, sino
que no se da cuenta de lo que hace.
Branno dijo:
- Así es. No estoy bajo el control de
nadie más que el mío. Sin embargo, ¿puede estar seguro de que digo la verdad?
Si estuviese controlada por la Segunda Fundación, ¿lo admitiría? ¿Sabría yo
misma que estaba bajo su control?
»Pero no tiene objeto hacerse tales
preguntas. Yo creo que no estoy controlada y usted debe creerlo también. Sin
embargo, piense en esto. Si la Segunda Fundación existe, no cabe duda de que su
mayor empeño es asegurarse de que ningún habitante de la Galaxia conozca su
existencia. El Plan Seldon sólo funciona bien si los peones, nosotros,
ignoramos cómo funciona el Plan y cómo somos manipulados.
La Segunda Fundación fue destruida en
tiempos de Arkady porque el Mulo centró la atención de la Fundación en la
Segunda Fundación. ¿O debería decir casi destruida, consejero?
»De esto podemos deducir dos
corolarios. Primero, podemos suponer razonablemente, que interfieren lo menos
posible. Podemos suponer que les resultaría imposible apoderarse de todos
nosotros. Incluso la Segunda Fundación, si existe, debe de tener un poder
limitado. Apoderarse de algunos y permitir que otros lo adivinaran
distorsionaría el Plan.
Por lo tanto, llegamos a la conclusión
de que su interferencia es tan discreta, indirecta y escasa como es posible...
y, en consecuencia, yo no estoy controlada. Y usted tampoco.
Trevize dijo:
- Este es un corolario y yo tiendo a
aceptarlo porque deseo hacerlo, quizá. ¿Cuál es el otro?
- Uno más simple e inevitable. Si la
Segunda Fundación existe y quiere guardar el secreto de esa existencia, una
cosa es segura. Cualquiera que piense que aún existe, y hable de ello, y lo
anuncie, y lo grite a toda la Galaxia debe ser eliminado, acallado, aniquilado
inmediatamente. ¿No llegaría usted también a esta conclusión?
Trevize dijo:
- ¿Por eso me ha arrestado, señora
alcaldesa? ¿para protegerme de la Segunda Fundación?
- En cierto modo. Hasta cierto punto.
La cuidadosa grabación que Liono Kodell ha hecho de sus creencias será
publicada no sólo para evitar que el pueblo de Términus y la Fundación se
altere indebidamente, sino también para evitar que la Segunda Fundación lo
haga. Si existe, no quiero que se fije en usted.
- ¿En serio? - dijo Trevize con marcada
ironía -. ¿Por mi bien? ¿Por mis hermosos ojos marrones?
Branno se agitó y después, sin previo
aviso, se rió quedamente y dijo:
- No soy tan vieja, consejero, para no
ver que tiene unos hermosos ojos marrones y, hace treinta años, ése podría
haber sido motivo suficiente. Sin embargo, ahora no movería un dedo para
salvarlos, como tampoco a todo el resto de su cuerpo si sólo sus ojos corrieran
peligro. Pero si la Segunda Fundación existe, y si atraemos su atención hacia
usted quizá no se detenga ahí. Debo tener en cuenta mi propia vida, y la de
muchos otros más inteligentes y valiosos que usted, así como todos los planes
que hemos hecho.
- ¡NO me diga! ¿Así que cree en la
existencia de la Segunda. Fundación, ya que reacciona tan cautelosamente ante
la posibilidad de su respuesta?
Branno descargó un puñetazo sobre la
mesa que tenía delante.
- ¡Claro que creo en ella, grandísimo
tonto! Si no supiera que la Segunda Fundación existe, y si no estuviera
combatiéndoles tan firme y efectivamente como es posible, ¿me importaría lo que
usted dijera sobre este tema? Si la Segunda Fundación no existiera, ¿importaría
que usted declarase lo contrario? Hace meses que deseaba silenciarle, para que
sus afirmaciones no trascendieran pero carecía del poder político para tratar
severamente a un concejal. La aparición
de Seldon me ha hecho ganar fuerza y me ha dado el poder, aunque sólo sea
temporal, y en este preciso momento, sus afirmaciones han trascendido. He
actuado con rapidez, y ahora le haré matar sin un solo remordimiento o un
microsegundo de vacilación... si no hace exactamente lo que le diga.
»Toda nuestra conversación, a una hora
en la que preferiría estar durmiendo en la cama, ha tenido como objeto lograr
que me crea cuando le digo esto. Quiero que sepa que el problema de la Segunda
Fundación, que usted mismo ha esbozado, me da razón suficiente para hacerle un
lavado de cerebro sin juicio.
Trevize casi se levantó del asiento.
- Oh, no haga ningún movimiento. Yo
sólo soy una anciana, como seguramente debe estar diciéndose a sí mismo, pero
antes de que pudiera ponerme una mano encima, estaría muerto. Mis hombres,
muchacho insensato, nos observan de cerca – dijo Branno.
Trevize se sentó y, con voz un poco
trémula, replicó:
- No la comprendo. Si creyera que la
Segunda Fundación existe, no hablaría tan libremente de ella. No se expondría a
los peligros a los que, según usted, me estoy exponiendo yo.
- Entonces, reconoce que tengo más
sentido común que usted. En otras palabras, usted cree que la Segunda Fundación
existe, pero habla libremente de ella, porque es un necio. Yo creo que existe,
y también hablo libremente..., pero sólo porque he tomado precauciones. Ya que
parece haber leído con detenimiento la historia de Arkady, quizá recuerde que
habla de un invento hecho por su padre llamado «Dispositivo Estático Mental».
Sirve de escudo frente a la clase de poder mental que posee la Segunda
Fundación. Aún existe y, además, ha sido mejorado bajo el mayor de los
secretos. Por el momento, esta casa se halla razonablemente a salvo de sus
fisgoneos. Una vez explicado esto, déjeme decirle lo que va a hacer.
-¿Qué?
- Deberá averiguar si lo que usted y yo
creemos es realmente así. Deberá averiguar si la Segunda Fundación todavía
existe y, en ese caso, dónde. Esto significa que tendrá que abandonar Términus
e ir adonde sea, aunque al final tal vez resulte, como en tiempos de Arkady,
que la Segunda Fundación está entre nosotros. Significa que no regresará hasta
que tenga algo que comunicarnos; y si no tiene nada que comunicarnos, no
regresará nunca, y la población de Términus contará con un tonto menos.
Trevize se sorprendió tartamudeando:
- Por Términus, ¿se puede saber cómo
lograré buscarlos sin que se enteren? Se limitarán a darme muerte, y usted no
sabrá más que antes.
- Entonces no les busque, muchachito
ingenuo. Busque alguna otra cosa. Busque alguna otra cosa con todo su empeño y
todas sus fuerzas, y si, mientras tanto, se tropieza con ellos porque no se han
molestado en prestarle atención alguna, ¡buena suerte! En ese caso, puede
enviarnos información por hiperondas blindadas y codificadas, y le dejaremos
regresar como recompensa.
- Supongo que ya ha pensado en lo que
debo buscar.
- Claro que lo he pensado. ¿Conoce a
Janov Pelorat?
- Jamás he oído hablar de él.
- Lo conocerá mañana. El le dirá lo que
debe buscar y se marchará con usted en una de nuestras naves más
perfeccionadas. Sólo serán ustedes dos, pues sería absurdo arriesgar más vidas.
Y si intenta volver sin tener los datos que necesitamos, le arrojaremos fuera
del espacio antes de que llegue a un pársec de Términus. Eso es todo. La
conversación terminado.
Se levantó, miró sus manos desnudas, y
luego se puso lentamente los guantes. Se dirigió hacia la puerta, que abrieron
dos guardias, armas en mano. Estos se apartaron para dejarla pasar. Al llegar
al umbral se volvió.
- Fuera hay otros guardias. No haga
nada sospechoso o nos evitará la molestia de su existencia.
- Entonces usted también perdería las
ventajas que puedo proporcionarle - dijo Trevize y, con un esfuerzo, consiguió
decirlo despreocupadamente.
- Correremos ese riesgo - dijo Branno
con una sonrisa desprovista de regocijo.
8
- He oído toda la conversación. Ha
hecho gala de una paciencia extraordinaria - dijo Liono Kodell, que la esperaba
en el exterior.
- Pero estoy extraordinariamente
cansada. Creo que el día ha tenido setenta y dos horas. Ahora debe ocuparse
usted.
- Lo haré, pero dígame... ¿Había realmente
un Dispositivo Estático Mental dentro de la casa?
- Oh, Kodell - dijo Branno con
cansancio -. Usted lo sabe mejor que yo. ¿Qué probabilidades había de que
estuvieran vigilándonos? ¿Se imagina que la Segunda Fundación lo vigila todo,
en todas partes, siempre? Yo no soy tan romántica como Trevize; él puede
pensarlo, pero yo no. Y aunque así fuera, si la Segunda Fundación tuviese ojos
y oídos en todas partes, ¿no nos habría delatado inmediatamente la presencia de
un DEM? Y ¿no habría su uso demostrado a la Segunda Fundación que existía un
escudo contra sus poderes, una vez detectaran una región mentalmente opaca?
¿Acaso el secreto de la existencia de dicho escudo, hasta que estemos
preparados para utilizarlo al máximo, no vale más, no sólo que Trevize, sino
que usted y yo juntos? Y sin embargo...
Estaban en el vehículo de superficie, y
Kodell conducía.
- Y sin embargo... - dijo éste.
- Y sin embargo, ¿qué? - preguntó
Branno -. Oh, sí. Y sin embargo, ese joven es inteligente. Le he llamado tonto
media docena de veces de distintas maneras con objeto de mantenerle en su
lugar, pero no lo es. Es joven y ha leído demasiadas novelas de Arkady Darell,
y ellas le han hecho creer que la Galaxia es así, pero posee una gran
perspicacia y será una lástima perderlo.
- Entonces, ¿está segura de que se
perderá?
- Completamente segura - dijo Branno
con tristeza -. De todos modos, es mejor así. No necesitamos jóvenes románticos
que ataquen a ciegas y destrocen, quizás en un instante, lo que nos ha costado
años construir. Además, nos será de utilidad. No cabe duda de que atraerá la
atención de la Segunda Fundación, suponiendo que en realidad exista y se
interese por nosotros. Y mientras se ocupan de él, posiblemente nos dejen en
paz. Quizá consigamos algo más que eso. Es posible que, en su preocupación por
Trevize, lleguen a delatarse a sí mismos, dándonos la oportunidad y el tiempo
para tomar medidas preventivas.
- Así pues, Trevize atraerá el rayo.
Los labios de Branno se crisparon.
- Ah, la metáfora que he estado
buscando. El es nuestro pararrayos, absorberá la descarga y nos protegerá del
mal.
- ¿Y ese Pelorat que también estará en
el radio de acción del rayo?
- Quizá también sufra, Eso no puede
evitarse.
Kodell asintió.
- Bueno, ya sabe lo que Salvor Hardin
solía decir:,«Nunca dejes que tu sentido de la moralidad te impida hacer lo que
está bien,»
En este momento no tengo ningún sentido
de la moralidad – murmuró Branno – Tengo el sentido del cansancio óseo. Y sin
embargo..., podría nombrar a muchas personas cuya pérdida no me importaría
tanto como la de Golan Trevize. Es un joven muy guapo. Y naturalmente, él lo
sabe. - Sus últimas palabras fueron un susurro casi inaudible; cerró los ojos y
se sumió en un sueño ligero.
3
HISTORIADOR
9
Janov Pelorat tenía el cabello blanco y
su cara, en reposo, era bastante inexpresiva. Pocas veces dejaba de serlo. De
estatura y peso medios, tendía a moverse sin prisa y a hablar con ponderación.
Aparentaba mucha más edad de los cincuenta y dos años que tenía.
Nunca había salido de Términus, algo de
lo más insólito, en especial para una persona de su profesión. El mismo no
estaba seguro de si había ido adoptando sus sedentarias costumbres a causa de,
o a pesar de, su obsesión por la historia.
La obsesión le había sobrevenido
repentinamente a la edad de quince años cuando, a raíz de una indisposición, le
regalaron un libro de leyendas antiguas. En él encontró la reiterada alusión a
un mundo que estaba solo y aislado, un mundo que ni siquiera era consciente de
su aislamiento, ya que nunca había conocido otra cosa.
Su indisposición empezó a remitir
inmediatamente. Al cabo de dos días había leído el libro tres veces y ya no
tenía que guardar cama. Al día siguiente estaba frente a la terminal de la
computadora, averiguando todo lo que la Biblioteca de la Universidad de
Términus pudiera tener sobre leyendas similares.
Eran precisamente estas leyendas lo que
le había ocupado desde entonces. La Biblioteca de la Universidad de Términus no
había sido un gran recurso en este aspecto, pero, con el paso de los años,
descubrió el placer de los préstamos interbibliotecarios.
Tenía impresiones en su poder que había
recibido por señales de hiperradiación desde lugares tan lejanos como Ifnia.
Se convirtió en profesor de historia
antigua y ahora, treinta y siete años más tarde, estaba empezando su primer año
sabático, que había solicitado con la idea de realizar un viaje por el espacio
(el primero) hasta el mismo Trántor.
Pelorat era plenamente consciente de lo
insólito que resultaba para una persona de Términus no haber estado nunca en el
espacio. Nunca había tenido la intención de ser notable en ese sentido en
particular. Sin embargo, siempre que se le había presentado la oportunidad de
ir al espacio, un nuevo libro, un nuevo estudio o un nuevo análisis se lo había
impedido. Entonces retrasaba su proyectado viaje hasta haber estudiado a fondo
el nuevo tema y haber añadido, si ello era posible, otro dato de hecho,
especulación o imaginación a la montaña que había reunido. Después de todo, lo
único que lamentaba era no haber hecho nunca aquel viaje a Trántor.
Trántor había sido la capital del
Primer Imperio galáctico. Había sido la sede de los emperadores durante doce
mil años y, antes de eso, la capital de uno de los reinos preimperiales más
importantes que, poco a poco, había capturado o absorbido de algún otro modo a
los otros reinos para constituir el imperio.
Trántor había sido una ciudad rodeada
de mundos, una ciudad revestida de metal. Pelorat había leído sobre ella, en
las obras de Gaal Dornick, que la había visitado en tiempos del propio Hari
Seldon. El volumen de Dornick ya no circulaba, y el que pertenecía a Pelorat
habría podido venderse por la mitad del salario anual del historiador. La
sugerencia de que pudiera separarse de él lo habría horrorizado.
Naturalmente, lo que le interesaba a
Pelorat de Trántor era la Biblioteca Galáctica, que en tiempos imperiales
(cuando era la Biblioteca Imperial) había sido la mayor de la Galaxia. Trántor
fue la capital del Imperio más extenso y populoso que la humanidad había visto
jamás. Había sido una ciudad mundial con una población superior a los cuarenta
mil millones, y su biblioteca había sido el archivo de todas las obras
creativas (y no tan creadas) de la humanidad, el compendio completo de sus
conocimientos. Y todo estaba computarizado de un modo tan complejo que se
necesitaba ser un experto para manejar los ordenadores.
Y lo que era más, la biblioteca había
subsistido.
Para Pelorat, esto resultaba asombroso
en grado sumo. Cuando Trántor cayó y fue saqueada, hacía casi dos siglos y
medio, sufrió una terrible destrucción, y los relatos de sufrimientos y muerte
eran escalofriantes. A pesar de ello, la biblioteca subsistió, protegida (según
se decía) por los estudiantes universitarios, que emplearon armas sumamente ingeniosas.
(Algunos creían que la defensa llevada a cabo por los estudiantes había sido
excesivamente mitificada.)
En cualquier caso, la biblioteca había
resistido a través del período de devastación. Ebling Mis había hecho su
trabajo en una biblioteca intacta en un mundo destruido, cuando casi había
localizado la Segunda Fundación (según la historia que el pueblo de la
Fundación aún creía, pero que los historiadores siempre han tratado con
reservas). Las tres generaciones de Darell (Bayta, Toran y Arkady) habían
estado en Trántor en una u otra época. Sin embargo, Arkady no había visitado la
biblioteca, y desde entonces la biblioteca no había figurado en la historia
galáctica.
Ningún miembro de la Fundación había
estado en Trántor desde hacía ciento veinte años, pero no existían motivos para
creer que la biblioteca no siguiera todavía allí. El mero hecho de no saber
nada de ella era la prueba más segura de que aún subsistía, Su destrucción
habría sido sonada.
La biblioteca era anticuada y arcaica,
lo había sido incluso en tiempos de Ebling Mis, pero eso formaba parte de su
atractivo. Pelorat siempre se frotaba las manos con excitación cuando pensaba
en una biblioteca vieja y anticuada. Cuanto más vieja y más anticuada fuese,
más probabilidades había de que tuviese lo que él necesitaba. En sus sueños,
entraba en la biblioteca y preguntaba con jadeante alarma; «¿Ha sido
modernizada la biblioteca? ¿Han retirado las viejas grabaciones?» Y siempre se
imaginaba la respuesta de polvorientos y ancianos bibliotecarios: «Sigue tal
como estaba, profesor.»
Y ahora su sueño se convertiría en
realidad. La propia alcaldesa se lo había asegurado. Ignoraba cómo se había
enterado de su trabajo. No había conseguido publicar muchos documentos. Poco de
lo que había hecho era suficientemente sólido para ser publicado y lo que había
aparecido no dejó huella. Sin embargo, se decía que Branno, «la mujer de
bronce», sabía todo lo que pasaba en Términus y tenía ojos en el extremo de
cada dedo. Pelorat casi se inclinaba a creerlo, pero si ella conocía su
trabajo, ¿por qué no había visto su importancia y le había prestado un poco de
apoyo financiero mucho antes?
Por alguna razón, pensó, con toda la
amargura que podía generar, la Fundación tenía los ojos firmemente clavados en
el futuro. Era el Segundo Imperio y su destino lo que les absorbía. No tenían
tiempo, ni deseos de ahondar en el pasado, y les irritaba que otros lo
hicieran.
Eran unos necios, naturalmente; pero él
solo no podía erradicar tanta necedad. Y quizá. fuese mejor así. Podría emprender
la búsqueda por su cuenta y llegaría el día en que seria recordado como el gran
pionero de lo importante.
Por supuesto, ello significaba (y era
demasiado honesto intelectualmente para negarse a verlo) que también él estaba
absorto en el futuro, un futuro en el que se le reconocería y sería un héroe de
la magnitud de Hari Seldon. De hecho, incluso más importante, pues, ¿cómo podía
compararse la investigación sobre un futuro de un milenio de duración,
claramente visualizado, con la investigación sobre un pasado perdido de al
menos veinticinco milenios de antigüedad?
Y éste era el día; éste era el día.
La alcaldesa había dicho que sería el
día siguiente a la aparición de la imagen de Seldon. Esa era la única razón por
la que Pelorat había estado interesado en la Crisis Seldon, que durante meses
había preocupado a todos los habitantes de Términus e incluso a casi todos los
habitantes de la Confederación.
A él le había parecido totalmente
irrelevante la cuestión de si la capital de la Fundación permanecía en Términus
o era trasladada a algún otro lugar. Y ahora que la crisis había sido resuelta,
continuaba sin saber con certeza cuál era la alternativa apoyada por Hari
Seldon, o si la cuestión en debate había sido mencionada.
Bastaba con que Seldon hubiese aparecido
y que ahora éste fuera el día.
Eran poco más de las dos de la tarde
cuando un vehículo de superficie se detuvo frente a su casa, algo aislada en
las afueras de la ciudad de Términus.
Una de las puertas traseras se abrió.
Un guardia con el uniforme del Cuerpo de Seguridad de la Alcaldía se apeó,
seguido por un hombre joven y otros dos guardias.
Pelorat se sintió impresionado a pesar
suyo. La alcaldesa no sólo conocía su trabajo sino que también lo consideraba
de la mayor importancia. La persona que debería acompañarle iba escoltada por
una guardia de honor, y le habían prometido una nave de primera clase que su
compañero pilotaría.
¡De lo más halagador! ¡De lo más...!
El ama de llaves de Pelorat abrió la
puerta. El hombre joven entró y los dos guardias se colocaron a ambos lados de
la entrada. Por la ventana, Pelorat vio que el tercer guardia permanecía fuera
y que un segundo vehículo de superficie acababa de llegar.
¡Guardias adicionales!
¡Desconcertante!
Se volvió al oír entrar al joven en la
habitación y se sorprendió al reconocerle. Le había visto en holoemisiones.
- Usted es ese consejero. ¡Usted es
Trevize! - exclamó.
- Golan Trevize. Así es. ¿Y usted es el
profesor Janov Pelorat?
- Si, sí - dijo Pelorat -. ¿Es usted el
que...?
- Vamos a ser compañeros de viaje -
dijo Trevize con voz átona -. O eso es lo que me han comunicado.
- Pero usted no es historiador.
- No, no lo soy. Como usted mismo ha
dicho, soy consejero, un político.
Si... Si... Pero ¿en qué estoy
pensando? Yo soy historiador; por lo tanto, ¿para qué necesitamos otro? Usted
sabe pilotar una nave espacial.
- Si, lo hago bastante bien.
- Bueno, pues eso es lo que
necesitamos. ¡Excelente!. Temo no ser uno de sus prácticos pensadores, joven,
de modo que si usted lo es, formaremos un buen equipo.
- En este momento, no me siento
abrumado por la excelencia de mis propios pensamientos, pero al parecer no
tenemos más alternativa que intentar formar un buen equipo - replicó Trevize.
- Entonces esperemos que yo pueda
superar mi incertidumbre acerca del espacio, ¿sabe? Soy un ratón de biblioteca,
por decirlo de alguna manera. Por cierto, ¿le apetece una taza de té? Voy a
decirle a Kloda que nos prepare algo. Después de todo, creo que tardaremos
varias horas en irnos. Sin embargo, yo estoy preparado. Tengo lo necesario para
los dos, La alcaldesa ha cooperado mucho. Sorprendente... su interés por el
proyecto.
- Así pues, ¿estaba al corriente de
esto? ¿Desde cuando?- pregunto Trevize.
- La alcaldesa me lo propuso - aquí
Pelorat frunció ligeramente el ceño y dio la impresión de estar haciendo
ciertos cálculos - hace dos, o quizá tres semanas. Yo estuve encantado. Y ahora
que tengo clara la idea de que necesito un piloto y no un segundo historiador,
también estoy encantado de que mi compañero sea usted, mi querido amigo.
- Hace dos, o quizá tres semanas -
repitió Trevize, un poco aturdido -. Entonces ha estado preparada todo ese
tiempo. Y yo... - Su voz se desvaneció.
- ¿Perdón?
- Nada, profesor. Tengo la mala
costumbre de murmurar. Tendrá que acostumbrarse a ello, si nuestro viaje se
alarga.
- Se alargará. Se alargará - dijo
Pelorat, empujando al otro hacia la mesa del comedor, donde el ama de llaves
estaba preparando un esmerado té -. No tiene limite de tiempo. La alcaldesa
dijo que podíamos estar fuera todo lo que quisiéramos y que toda la Galaxia se
extendía ante nosotros y que adonde fuéramos contaríamos con los fondos de la
Fundación. Naturalmente, añadió que deberíamos ser razonables. Yo se lo
prometí. - Se rió entre dientes y se frotó las manos -. Siéntese, mi buen
amigo, siéntese. Esta puede ser nuestra última comida en Términus en mucho
tiempo.
Trevize se sentó y dijo:
- ¿Tiene familia, profesor?
- Tengo un hijo. Forma parte del cuerpo
docente de la Universidad de Santanni. Es químico, creo, o algo así. Salió a su
madre. Ella no está conmigo desde hace mucho tiempo, de modo que como verá no
tengo responsabilidades, ni rehenes activos a quienes favorecer. Confío en que
usted tampoco los tenga... Coja un bocadillo, muchacho. .
- Ningún rehén por el momento. Alguna
que otra mujer. Vienen y se van.
- Sí. Sí. Delicioso cuando funciona.
Incluso más delicioso cuando descubres que no es necesario tomárselo en serio.
Ningún hijo, supongo.
- Ninguno.
- ¡Bien! Verá, estoy de un humor
excelente. Me ha cogido desprevenido al llegar. Lo admito. Pero ahora le
encuentro muy estimulante. Lo que necesito es juventud y entusiasmo, y alguien
que sepa moverse por la Galaxia. Vamos a emprender una búsqueda, ¿sabe? Una
búsqueda extraordinaria. – El tranquilo rostro y la tranquila voz de Pelorat
alcanzaron una animación insólita sin cambio preciso alguno de expresión o
entonación -. Me pregunto si se lo habrán contado.
Los ojos de Trevize se empequeñecieron.
- Una búsqueda extraordinaria?
- Si, desde luego. Una perla de gran
precio está escondida entre las decenas de millones de mundos habitados en la
Galaxia, y no tenemos más que pistas insignificantes para guiarnos. De todos
modos, el premio sería increíble si la encontráramos. Si usted y yo tenemos
éxito, muchacho, Trevize debería decir, ya que no es mi intención tratarle con
condescendencia, nuestros nombres sonarán a lo largo de los siglos hasta el fin
de los tiempos.
- El premio del que habla..., esa perla
de gran precio...
- Parezco Arkady Derell, la escritora,
ya sabe, hablando de la Segunda Fundación, ¿verdad? No me extraña que esté
sorprendido. - Pelorat inclinó la cabeza hacia atrás como si fuera a estallar
en carcajadas, pero se limitó a sonreír -. Nada tan tonto y carente dé
importancia, se lo aseguro.
- Si no está hablando de la Segunda
Fundación, profesor, ¿ de qué está hablando? - preguntó Trevize.
Pelorat se mostró súbitamente grave,
casi arrepentido.
- Ah, ¿entonces la alcaldesa no se lo
explicado? Es muy raro, ¿sabe? He pasado décadas resentido con el gobierno y su
incapacidad para comprender lo que estoy haciendo, y ahora la alcaldesa Branno
se muestra notablemente generosa.
- Si – dijo Trevize, sin tratar de
ocultar un tono de ironía -, es una mujer de notable filantropía, pero no me ha
explicado de qué se trata todo esto.
- ¿Entonces no está al tanto de mi
investigación?
- No. Lo siento.
- No necesita disculparse. Es normal.
No he causado exactamente un revuelo. Déjeme explicárselo.
Usted y yo vamos a buscar, y encontrar,
pues se me ha ocurrido una excelente posibilidad, la Tierra.
10
Trevize no durmió bien aquella noche.
Una y otra vez, examinó la prisión que
la anciana había edificado a su alrededor. No pudo encontrar ninguna salida.
Le estaban conduciendo al exilio y él
no podía hacer nada para evitarlo. La alcaldesa había sido inexorable y ni
siquiera se había tomado la molestia de disfrazar la inconstitucionalidad de
todo ello. El había confiado en sus derechos de consejero y ciudadano de la
Confederación, y ella no les había otorgado ningún valor.
Y ahora ese Pelorat, ese extraño
académico que parecía estar ubicado en el mundo sin formar parte de él, le
decía que la temible anciana llevaba semanas haciendo preparativos para
aquello.
Se sentía como el «muchacho» que ella
le había llamado.
Iban a exiliarle con un historiador que
se empeñaba en dirigirse a él como «mi querido amigo» y parecía estar sufriendo
un mudo ataque de alegría causado por el inicio de la búsqueda galáctica de...
¿la Tierra?
En nombre de la abuela del Mulo, ¿qué
era la Tierra?
Lo había preguntado. ¡Naturalmente! Lo
había preguntado en cuanto se hizo mención de ella.
Había dicho:
- Perdóneme, profesor. Soy un total
ignorante de su especialidad y confío en que no se molestará si le pido una
explicación en términos sencillos. ¿Qué es la Tierra?
Pelorat lo miró con gravedad mientras
veinte segundos transcurrían lentamente. Luego, dijo:
- Es un planeta. El planeta original.
Aquel donde primero aparecieron seres humanos, mi querido amigo.
Trevize se asombró.
- No entiendo lo que eso significa.
- ¿Dónde primero aparecieron?
¿Procedentes de que lugar.
- De ningún lugar. Es el planeta donde
la humanidad se desarrolló a través de procesos evolutivos desde animales
inferiores.
Trevize reflexionó, y luego meneó la
cabeza. Una expresión de fastidio pasó brevemente por el rostro de Pelorat. Se
aclaró la garganta y dijo:
- Hubo un tiempo en que Términus no
estaba habitado por seres humanos. Fue colonizado por seres humanos procedentes
de otros mundos. Supongo que lo sabia, ¿verdad?
- Si, naturalmente - dijo Trevize con
impaciencia. Se sintió irritado por la súbita actitud pedagógica del otro.
- Muy bien. Esto también reza para
todos los demás mundos. Anacreonte, Santanni, Kalgan..., todos ellos. Todos, en
algún momento del pasado, fue, ron fundados. Llegaron personas de otros mundos.
Reza incluso para Trántor. Puede haber sido una gran Metrópoli durante veinte
mil años, pero antes no lo era.
- Pues, ¿qué era antes?
- Un planeta vacío. Por lo menos, de
seres humanos.
- Es difícil de creer.
- Es verdad. Los viejos documentos lo
demuestran.
- ¿De dónde procedían las personas que
colonizaron Trántor? .
- Nadie lo sabe con certeza. Hay
cientos de planetas que aseguran haber estado poblados en la oscura neblina de
la antigüedad y cuyos habitantes explican cuentos fantásticos sobre la
naturaleza del primer advenimiento de la humanidad. Los historiadores tendemos
a descartar tales cosas y a meditar sobre la «Cuestión del Origen».
- ¿Qué es eso? Nunca he oído hablar de
ello.
- No me sorprende. Ahora no es un
problema histórico popular, lo admito, pero hubo una época durante la
decadencia del Imperio en que gozó de cierto interés entre los intelectuales.
Salvor Hardin lo menciona brevemente en sus memorias. Es la cuestión de la
identidad y emplazamiento del planeta donde todo empezó. Si miramos hacia
atrás, la humanidad fluye hacia el centro desde los mundos establecidos más
recientemente hacia otros más antiguos, y hacia otros incluso más antiguos,
hasta que todos se concentran en uno: el original.
Trevize se percató enseguida del fallo
evidente del argumento.
- ¿No es posible que hubiera un gran
número de mundos originales?
- Claro que no. Todos los seres humanos
de toda la Galaxia pertenece a una sola especie. Una sola especie no puede
originarse en más de un planeta.
Completamente imposible.
- ¿Cómo lo sabe?
- En primer lugar... - Pelorat dio un
golpecito en el dedo índice de su mano izquierda con el dedo índice de la
derecha, y luego pareció cambiar de opinión respecto a lo que indudablemente
habría sido una larga y complicada exposición. Dejó caer ambas manos a lo largo
del cuerpo y dijo con gran seriedad -: Mi querido amigo, le doy mi palabra de
honor.
Trevize se inclinó ceremoniosamente y
replicó:
- Jamás se me ocurriría dudar de ella,
profesor Pelorat. Así pues, digamos que hay un solo planeta de origen, pero ¿no
podría haber cientos que reclaman ese honor? .
- No sólo podría haberlos, sino que los
hay. Sin embargo, ninguno de ellos presenta una evidencia terminante. Ni uno
solo de los centenares que aspiran al mérito de la prioridad revela indicio
alguno de una sociedad prehiperespacial, y mucho menos indicios de evolución
humana a partir de organismos prehumanos.
- Así pues, ¿está diciendo que hay un
planeta de origen, pero que, por alguna razón, no reclama ese mérito?
- Ha dado en el clavo.
- ¿Y usted va a buscarlo?
- Nosotros, Esta es nuestra misión. La
alcaldesa Branno lo ha dispuesto todo. Usted pilotará nuestra nave hasta
Trántor.
- ¿Hasta Trántor? No es el planeta de
origen usted mismo acaba de decirlo.
- Claro que no es Trántor; es la
Tierra.
- En ese caso, ¿por qué no me está
diciendo que pilote la nave hasta la Tierra?
- Veo que no me explico con claridad.
La Tierra es un nombre legendario. Está encerrado en antiguas leyendas. No
tiene un significado del que podamos estar seguros, pero es conveniente emplear
la palabra como un corto sinónimo de «el planeta de origen de la especie
humana». Sin embargo, nadie sabe qué planeta del espacio es el que nosotros
definimos como «la Tierra».
- ¿Lo sabrán en Trántor?
- Ciertamente espero encontrar
información allí. Trántor es la sede de la Biblioteca Galáctica, la más grande
del sistema.
- Seguramente esa biblioteca ha sido
revisada por esas personas que, según usted, estaban interesadas en la
«Cuestión del Origen» en tiempos del Primer Imperio.
Pelorat asintió con aire pensativo.
- Sí, pero quizá no suficientemente a
fondo. Yo sé muchas cosas sobre la «Cuestión del Origen» que quizá los
imperiales de hace cinco siglos no sabían. Quizá yo revise los viejos
documentos con mayor discernimiento, ¿sabe? Hace mucho tiempo que pienso en
esto y se me ha ocurrido una excelente posibilidad.
- Me imagino que le ha explicado todo
esto a la alcaldesa Branno, y ella lo aprueba.
- ¿Aprobarlo? Mi querido amigo, estaba
extasiada. Me dijo que seguramente Trántor era el sitio idóneo para encontrar
todo lo que necesitaba saber.
- No lo dudo - murmuró Trevize.
Esto fue parte de lo que le ocupó
aquella noche. La alcaldesa Branno le enviaba fuera para averiguar lo que
pudiese sobre la Segunda Fundación. Le enviaba con Pelorat para que pudiese
disfrazar su verdadero propósito con la pretendida búsqueda de la Tierra, una
búsqueda que podía conducirle a cualquier lugar de la Galaxia. De hecho, era
una tapadera perfecta, y admiró la ingenuidad de la alcaldesa.
Pero ¿y Trántor? ¿Qué sentido tenía
aquello? Una vez estuvieran en Trántor, Pelorat encontrada el camino de la
Biblioteca Galáctica y no volvería a salir. Con interminables montones de
libros, películas y grabaciones, con innumerables datos procesados y
representaciones simbólicas, seguramente no querría marcharse jamás.
Aparte de esto. . .
Ebling Mis había ido una vez a Trántor,
en tiempos del Mulo. La historia contaba que allí había encontrado la ubicación
de la Segunda Fundación y había muerto antes de poder revelarla. Pero también
éste fue el caso de Arkady Darell, y ella había conseguido localizar la Segunda
Fundación. Pero la ubicación que encontró estaba en el propio Términus, y allí
el nido de sus miembros fue arrasado. El emplazamiento actual de la Segunda
Fundación debía de ser distinto, de modo que, ¿qué otra cosa tenía Trántor que
decir? Si estaba buscando la Segunda Fundación, era mejor ir a cualquier lugar
menos a Trántor.
Aparte de esto. . .
Ignoraba qué otros planes tenía Branno,
pero no estaba dispuesto a seguirle la corriente. ¿Así que Branno se había
mostrado extasiada acerca de un viaje a Trántor? ¡Muy bien, si Branno quería
Trántor, no irían a Trántor! A cualquier otro sitio. ¡Pero no a Trántor!
Y agotado, ya cerca del amanecer, Trevize
se sumió en un ligero sueño intermitente.
11
El día que siguió al arresto de Trevize
fue bueno para la alcaldesa Branno Recibió más alabanzas de las que en realidad
merecía y el incidente ni siquiera se mencionó.
No obstante, ella sabía que el Consejo
no tardaría en recobrarse de su parálisis y que haría preguntas. Tendría que
actuar con rapidez. Así pues, dejando a un lado gran cantidad de asuntos, se
dedicó al caso de Trevize.
Cuando Trevize y Pelorat estaban
hablando de la Tierra, Branno estaba frente al consejero Munn Li Compor en su
despacho de la alcaldía. Mientras él tomaba asiento al otro lado de la mesa,
claramente seguro de sí mismo, lo estudió una vez más.
Era más bajo y delgado que Trevize y
solo dos años mayor. Ambos eran consejeros novatos, jóvenes e impetuosos, y eso
debía de ser lo único que tenían en común, pues eran diferentes en todos los
demás aspectos.
Mientras Trevize parecía irradiar una
ceñuda intensidad, Compor brillaba con una confianza en sí mismo casi serena.
Quizá fuesen su cabello rubio y sus ojos azules, nada comunes entre los
habitantes de la Fundación. Estos le conferían una delicadeza casi femenina que
(a juicio de Branno) le hacían menos atractivo para las mujeres de lo que era
Trevize. Sin embargo, él estaba claramente orgulloso de su aspecto, y le sacaba
el máximo partido dejándose el cabello largo y asegurándose de que estuviera
cuidadamente ondulado. Llevaba una tenue sombra azul debajo de las cejas para
acentuar el color de los ojos. (Las sombras de diversos tonos sé habían
generalizado entre los hombres a lo largo de los últimos diez años).
No era un tenorio. Vivía reposadamente
con su Esposa, pero aun no había revelado intenciones paternales y no se le
conocía una segunda compañera clandestina. En eso también era diferente de
Trevize, que cambiaba de amante con la misma frecuencia que alternaba los
chillones cinturones por los que se caracterizaba.
Había pocas cosas acerca de ambos
consejeros que el departamento de Kodell no hubiera descubierto, y el propio
Kodell se hallaba sentado silenciosamente en un rincón de la habitación,
rezumando su acostumbrado buen humor.
Branno dijo:
- Consejero Compor, ha prestado un gran
servicio a la Fundación, pero desgraciadamente para usted, no es de los que
pueden ensalzarse en público o recompensarse del modo habitual.
Compor sonrió. Tenía unos dientes
blancos y uniformes, y Branno se preguntó ociosamente durante un fugaz momento
si todos los habitantes del Sector de Sirio tenían el mismo aspecto. Compor
declaraba proceder de esa región, bastante periférica, basándose en las
afirmaciones de su abuela materna, quien también había sido rubia y de ojos
azules y quien había mantenido que su madre era del Sector de Sirio. Sin
embargo, según Kodell, no existía ninguna evidencia concluyente a favor de
ello.
Siendo las mujeres como eran, había
dicho Kodell, bien podía haber alegado una ascendencia lejana y exótica para
incrementar su encanto y ya formidable atractivo.
- ¿Es así cómo somos las mujeres? -
había preguntado Branno con sequedad, y Kodell había sonreído y murmurado que
se refería a mujeres corrientes, naturalmente.
- No es necesario que los habitantes de
la Fundación estén al corriente de mi servicio... sólo que usted lo esté - dijo
Compor.
- Lo estoy y no lo olvidaré. Lo que tampoco
haré es dejarle creer que sus obligaciones ya han concluido. Se ha lanzado a
una empresa complicada y debe continuar. Queremos más sobre Trevize.
- Le he contado todo lo que sé respecto
a él.
- Eso es lo que quiere hacerme creer.
Quizá lo crea usted mismo. No obstante, conteste mis preguntas. ¿Conoce a un
caballero llamado Janov Pelorat?
La frente de Compor se arrugó por
espacio de Un momento, pero se alisó
casi enseguida y dijo con lentitud:
- Quizá lo recordaría si lo viera, pero
el nombre no me suena.
- Es un erudito.
La boca de Compor se abrió en un
despectivo aunque mudo «¡Oh!», como si le sorprendiera que la alcaldesa
esperase que él conociera a eruditos.
- Pelorat es una persona interesante
que, por razones particulares, tiene la ambición de visitar Trántor. El
consejero Trevize le acompañará. Ahora bien, ya que usted ha sido un buen amigo
de Trevize y quizá conoce su sistema de pensar, dígame... ¿Cree que Trevize
consentirá en ir a Trántor? – preguntó Branno.
Compor repuso:
- Si usted se encarga de que Trevize
embarque en la nave, y si la nave es pilotada hasta Trántor, ¿qué puede hacer
más que ir allí? ¿Acaso le cree capaz de amotinarse y adueñarse de la nave?
- No me ha entendido. El y Pelorat
estarán solos en la nave y será Trevize quien la pilote.
- ¿Está preguntando si iría
voluntariamente a Trántor?
- Sí, eso es lo que estoy preguntando.
- Señora alcaldesa, ¿cómo voy a saber
yo lo que él hará?
- Consejero Compor, usted ha estado
cerca de Trevize. Sabe que cree en la existencia de la Segunda Fundación. ¿No
le había hablado nunca de sus teorías sobre dónde podría estar, dónde podría
encontrarse?
- Nunca, señora alcaldesa.
- ¿Cree que la encontrará?
Compor se rió entre dientes.
- Creo que la Segunda Fundación, fuera
lo que fuese y por muy importante que hubiera llegado a ser, fue arrasada en
tiempos de Arkady Darell. Creo su historia.
- ¿De veras? En este caso, ¿por qué
traicionó a su amigo? Si estaba buscando algo que no existe, ¿qué mal podía
haber hecho planteando sus originales teorías?
- No sólo la verdad puede perjudicar.
Es posible que sus teorías fueran simplemente originales, pero podrían haber
inquietado al pueblo de Términus e, introduciendo dudas y temores respecto al
papel de la Fundación en el gran drama de la historia galáctica, podrían haber
debilitado su liderazgo de la Federación y sus sueños sobre un Segundo Imperio
Galáctico. Está claro que usted también lo creyó así, o no le habría arrestado
en la misma Cámara del Consejo, y ahora no se vería obligada a exiliarle sin un
juicio. ¿Por qué lo ha hecho, si es que puedo preguntarlo, alcaldesa? -
contestó Compor.
- Digamos que fui suficientemente cauta
para considerar si había alguna pequeña posibilidad de que tuviese razón, y si
la expresión de sus opiniones podía ser activa y directamente peligrosa.
Compor no dijo nada.
Branno añadió:
- Estoy de acuerdo con usted, pero las
responsabilidades de mi cargo me obligan a tener en cuenta esa posibilidad.
Déjeme volver a preguntarle si le dio alguna indicación acerca de dónde cree
que está la Segunda Fundación, y adónde puede ir.
- No me dio ninguna.
- ¿Nunca le insinuó nada en ese
sentido?
- No, claro que no.
- ¿Nunca? No se apresuré a contestar.
¡Piense!
¿Nunca?
- Nunca - dijo Compor con firmeza.
- ¿Ninguna alusión? ¿Ningún comentario
en broma? ¿Ningún garabato? ¿Ningún ensimismamiento en momentos que adquieran
significado al recordarlos?
- Nada. Se lo digo, señora alcaldesa,
sus sueños sobre la Segunda Fundación son de lo más inconsistente. Usted lo
sabe, y es una pérdida de tiempo preocuparse por ello.
- ¿No estará por casualidad cambiando
súbitamente de bando y protegiendo al amigo que puso en mis manos?
- No - dijo Compor -. Se lo entregué
por lo que me parecieron razones buenas y patrióticas. No tengo ningún motivo
para lamentar mi decisión, o cambiar de actitud.
- Entonces, ¿no puede darme ninguna
pista sobre el lugar a donde irá cuando tenga una nave a su disposición?
- Como ya le he dicho...
- Y no obstante, consejero - y en este
punto las arrugas del rostro de la alcaldesa se acentuaron hasta darle una
expresión nostálgica -, me gustaría saber. a dónde va.
- En ese caso, creo que debería colocar
un hiperrelé en su nave.
- Ya había pensado en ello, consejero.
Sin embargo, Trevize es un hombre receloso y creo que lo encontraría..., por
muy astutamente que lo colocáramos. Naturalmente, podríamos colocarlo de tal
modo que fuera imposible retirarlo sin dañar la nave, y se viera obligado a
dejarlo en su lugar...
- Una idea excelente.
- Pero entonces - dijo Branno - estaría
inhibido. Quizá no fuese a donde ira si se sintiera libre. Los datos que
obtendría me resultarían inútiles.
- En ese caso, parece ser que no puede
averiguar a dónde irá.
- Tal vez si, porque tengo la intención
de ser muy primitiva. Una persona que espera algo sofisticado y toma
precauciones contra ello no suele pensar en lo primitivo. Me propongo hacer
seguir a Trevize.
- ¿Hacerle seguir?
- Exactamente. Por otro piloto en otra
astronave. ¿Ve como se sorprende? El se sorprenderá del mismo modo. Quizá no se le ocurra examinar el
espacio en busca de una masa de escolta y, de todos modos, nos aseguraremos de
que su nave no esté equipada con nuestros últimos aparatos de detección de
masa.
- Señora alcaldesa, hablo con todo el
respeto posible, pero debo señalar que usted carece de experiencia en el vuelo
espacial. Hacer seguir a una nave por otra es algo que no se hace nunca...
porque no
daría resultado. Trevize escapará en el
primer salto hiperespacial. Aunque no sepa que le siguen, ese primer salto será
su camino hacia la libertad. Si no tiene un hiperrelé a bordo de la nave, no
puede ser rastreado - dijo Compor.
- Admito mi falta de experiencia. A
diferencia de usted y Trevize, no he recibido instrucción naval. Sin embargo,
mis asesores, que si han recibido esa instrucción, me dicen que si una nave, es
observada inmediatamente antes de un salto, su dirección, velocidad y
aceleración hacen posible Adivinar cuál puede ser el salto..., en líneas
generales. Con una buena computadora y un buen criterio, un perseguidor podría
duplicar el salto con exactitud suficiente para volver a encontrar el rastro en
el otro extremo, especialmente si el perseguidor tiene un buen detector de
masa.
- Esto podría ocurrir una vez - dijo
Compor con energía -, incluso dos veces si el perseguidor es muy afortunado,
pero nada más. No se puede confiar en estas cosas.
- Quizá, nosotros podamos. Consejero
Compor, usted compitió en hipercarreras en su juventud. Como ve, lo sé casi
todo sobre usted. Es un piloto excelente y ha hecho cosas asombrosas en lo
referente a seguir a un competidor a través de un salto.
Los ojos de Compor se agrandaron. Casi
se retorció en su silla.
- En aquella época estaba en la
universidad. Ahora soy más viejo.
- No demasiado viejo. Aún no ha
cumplido los treinta y cinco. Por lo tanto, usted seguirá a Trevize, consejero.
Adondequiera que vaya, usted lo seguirá, y me informará de ello. Saldrá poco
después de que Trevize lo haga, y lo hará dentro de unas cuantas horas. Si
rehusa la misión, consejero, será encarcelado por traición. Si embarca en la
nave que le proporcionaremos y fracasa, no se moleste en regresar. Será
arrojado fuera del espacio si lo intenta.
Compor se puso bruscamente en pie.
- Tengo una vida que vivir. Tengo un
trabajo que hacer. Tengo una esposa. No puedo abandonarlo Tendrá que hacerlo.
Aquellos de nosotros que elegimos servir a la Fundación debemos estar
preparados en todo momento para servirla de un modo prolongado e incómodo, si
eso fuese necesario.
- Mi esposa debe ir conmigo,
naturalmente.
- ¿Me toma por una idiota? Ella se
queda aquí, naturalmente.
- ¿Cómo rehén?
- Si le gusta la palabra. Yo prefiero decir
que usted va a ponerse en peligro y mi bondadoso corazón quiere que ella se
quede aquí, donde no estará en peligro. No hay nada que discutir. Usted se
halla bajo arresto igual que Trevize, y estoy segura de que comprende que debo
actuar con rapidez... antes de que la euforia que envuelve Términus se
desvanezca. Me temo que mi estrella pronto palidecerá.
12
- No ha tenido clemencia con él, señora
alcaldesa - dijo Kodell.
La alcaldesa replicó con un bufido:
- ¿Por qué iba a tenerla? Traicionó a
un amigo.
- Eso nos fue muy útil.
- Sí, dio esa casualidad. Sin embargo,
su próxima traición podría no serlo.
- ¿Por qué iba a haber otra?
- Vamos, Liono - dijo Branno con impaciencia
-, no se haga el tonto conmigo. Cualquiera que hace gala de una aptitud para la
traición debe ser considerado capaz de volver a utilizarla.
- Puede utilizar esa aptitud para
cooperar una vez más con Trevize. Juntos, pueden...
- Usted no cree tal cosa. Con toda su
insensatez e ingenuidad, Trevize avanza en línea recta hacia su objetivo. No
comprende la traición y nunca, bajo ninguna circunstancia, confiará en Compor
por segunda vez.
- Perdóneme, alcaldesa, pero permítame
asegurarme de que la entiendo. ¿Hasta dónde, entonces, puede usted confiar en
Compor? ¿Cómo sabe que seguirá a Trevize e informará sinceramente? ¿Cuenta con
sus temores por el bienestar de su esposa como un freno? ¿Su deseo de regresar
a ella? – preguntó Kodell.
- Esos son dos factores, pero no
depende enteramente de ellos. En la nave de Compor habrá un hiperrelé. Trevize
tendría sospechas de una persecución y abriría bien los ojos. Sin embargo,
Compor, siendo el perseguidor, no creo que sospeche de una persecución, y no
abrirá bien los ojos. Naturalmente, si lo hace, y lo descubre, tendremos que
depender de los atractivos de su esposa.
Kodell se echó a reír.
- ¡Pensar que en otros tiempos tuve que
darle lecciones! ¿Y el fin de la persecución?
- Una capa doble de protección. Si
Trevize es capturado, tal vez Compor siga adelante y nos dé la información que
Trevize no podrá damos.
- Una pregunta más. ¿Y si, por
casualidad, Trevize encuentra la Segunda Fundación, y nos enteramos a través de
él, o a través de Compor, o si hallamos motivos para sospechar su
existencia..., pese a la muerte de ambos?
- Yo espero que la Segunda Fundación
exista, Liono - dijo ella -. De todos modos, el Plan Seldon no va a servimos
mucho tiempo más. El gran Hari Seldon lo trazó en los últimos días del Imperio,
cuando el adelanto tecnológico casi se había detenido.
Seldon también fue un producto de su
tiempo, y por muy brillante que fuese su semimítica ciencia de la
psicohistoria, no pudo crecer sin raíces. Seguramente no permitiría un rápido
avance tecnológico.
La Fundación está lográndolo, en
especial durante este último siglo. Tenemos aparatos de detección de masa tan
perfeccionados como nadie ha soñado, computadoras que responden al pensamiento,
y, por encima de todo, protección mental. La Segunda Fundación no puede seguir
controlándonos mucho tiempo más, si es que ahora lo hacen. Yo quiero, en mis
últimos años de poder, encauzar a Términus por un nuevo camino.
- ¿Y si, en realidad, no hay una
Segunda Fundación?
- Entonces iniciaremos ese nuevo camino
inmediatamente.
13
El inquieto sueño que finalmente venció
a Trevize no duró mucho. Alguien le tocó en el hombro por segunda vez.
Trevize se despertó sobresaltado,
confuso e incapaz de entender por qué estaba en una cama desconocida.
- ¿Qué. .. ? ¿Qué... ?
Pelorat le dijo en un tono lleno de
excusas:
- Lo siento, consejero Trevize. Usted
es mi invitado y tendría que dejarle descansar, pero la alcaldesa está aquí. -
Se hallaba en pie junto a la cama, vestido con un pijama de franela y temblando
ligeramente.
Los sentidos de Trevize se despertaron
y recordó.
La alcaldesa estaba en el salón de
Pelorat, tan serena como siempre. Kodell se encontraba con ella, frotándose el
bigote.
Trevize se ajustó debidamente el
cinturón y se preguntó si los dos, Branno y Kodell, habrían estado separados
alguna vez.
Trevize dijo burlonamente:
- ¿Es que el Consejo ya se ha
recuperado? ¿Están sus miembros preocupados por la ausencia de uno de ellos?
La alcaldesa contestó:
- Hay señales de vida, si, pero no
tantas como para que le sirvan de algo. Lo único importante es que aún tengo
poder para obligarle a marcharse. Será conducido al puerto espacial de
Ultimate...
- ¿Por qué no al puerto espacial de
Términus, señora alcaldesa? ¿Me privarán de la despedida de mis numerosos
partidarios?
- Veo que ha recobrado su afición por
las simplezas de la adolescencia, consejero, y me alegro.
Acalla lo que de otro modo podría ser
un creciente remordimiento de conciencia. En el puerto espacial de Ultimate,
usted y el profesor Pelorat se marcharán tranquilamente.
- ¿Y nunca regresaremos?
- Y quizá nunca regresarán.
Naturalmente - y en este punto esbozó una fugaz sonrisa -, si descubren algo de
tanta importancia y utilidad que incluso yo pueda alegrarme de tenerles aquí
con su información, regresarán. Quizá incluso sean recibidos con honores.
Trevize asintió con indiferencia.
- Eso puede ocurrir.
- Casi todo puede ocurrir. En cualquier
caso, estarán cómodos. Se les ha asignado un crucero de bolsillo recién
terminado, el Estrella Lejana, bautizado como el crucero de Hober Mallow. Una
sola persona puede manejarlo, aunque albergará un máximo de tres personas con
razonable comodidad.
Trevize se sorprendió hasta el punto de
olvidar su fingida actitud de festiva ironía.
- ¿Completamente armado?
- Desarmado, pero completamente
equipado en lo demás. Adondequiera que vayan serán ciudadanos de la Fundación y
siempre habrá un cónsul hacia el que puedan volverse, dé modo que no requerirán
armas. Dispondrán de todos los fondos que necesiten. Aunque quizá deba añadir
que no son fondos ilimitados.
- Es usted muy generosa.
- Lo sé, consejero. Pero, consejero,
entiéndame. Usted ayudará al profesor Pelorat a buscar la Tierra. A pesar de lo
que usted piense que está buscando, está buscando la Tierra. Todos aquellos a
los que conozca deben entenderlo así. Y recuerde siempre que el Estrella Lejana
no está armado.
- Estoy buscando la Tierra - dijo
Trevize -. Lo entiendo perfectamente.
- Entonces ya puede marcharse.
- Perdóneme, pero seguramente hay
muchos detalles de los que no hemos hablado. Piloté naves en mi juventud, pero
no tengo experiencia en cruceros de bolsillo último modelo. ¿Y si no sé
pilotarlo?
- Me han dicho que el Estrella Lejana
está totalmente computadorizado. Y antes de que me lo pregunte, usted no tiene
que saber manejar la computadora de una nave último modelo. Ella misma le dirá
lo que necesite saber. ¿Desea alguna otra cosa?
Trevize se miró tristemente.
- Cambiarme de ropa.
- La encontrará a bordo de la nave,
incluyendo esas fajas que lleva, o cinturones, o como se llamen. El profesor
también dispondrá de lo que necesite. Todo lo razonable ya se halla a bordo,
aunque me apresuro a añadir que eso no incluye la compañía femenina.
- Lástima - dijo Trevize -. Sería
agradable, pero, en fin, da la casualidad de que en este momento no tengo una
candidata adecuada. Sin embargo, me imagino que la Galaxia es populosa y que
una vez lejos de aquí podré hacer lo que me plazca.
- ¿Respecto a su compañía? Desde luego.
Se levantó pesadamente.
- Yo no le acompañaré al espaciopuerto
– dijo -, pero hay quienes lo harán, y le aconsejo que no se esfuerce en hacer
nada que no le digan. Creo que le matarían si intentara escapar. El hecho de
que yo no esté con ellos impedirá cualquier inhibición.
- No haré ningún esfuerzo que no esté
autorizado, señora alcaldesa, pero una cosa... - dijo Trevize.
- ¿Si?
Trevize pensó con rapidez y finalmente,
con una sonrisa que deseó no pareciera forzada, dijo:
- Quizá llegue el día, señora
alcaldesa, en que usted me pida un esfuerzo. Entonces haré lo que me parezca
mejor, pero recordaré estos dos últimos días.
La alcaldesa Branno suspiró.
- Ahórreme el melodrama. Si ese día
llega, llegará, pero por ahora... no le pido nada.
4
ESPACIO
14
La nave resultaba incluso más
impresionante de lo que Trevize, a tenor de sus recuerdos de la época en que el
nuevo tipo de crucero fue ampliamente divulgado, había esperado.
No era el tamaño lo que impresionaba,
pues era bastante pequeña. Estaba diseñada para alcanzar la máxima
maniobrabilidad y velocidad, para motores totalmente gravíticos, y por encima
de todo para una computadorización avanzada. No necesitaba envergadura; ésta
habría frustrado su propósito.
Era un aparato individual que podía
reemplazar, ventajosamente, a las naves antiguas que requerían una tripulación
de doce miembros o más. Con una segunda o incluso una tercera persona para
establecer turnos de guardia, una nave así podía derrotar a una flotilla de
naves mayores no pertenecientes a la Fundación. Además, podía superar la
velocidad de cualquier otra nave existente y escapar.
Había cierta elegancia en su diseño; ni
una línea inútil, ni una curva superflua dentro o fuera. Hasta el último metro
cúbico de volumen estaba aprovechado al máximo, como para crear una paradójica
sensación de amplitud en su interior. Nada de lo que la alcaldesa pudiera haber
dicho sobre la importancia de su misión habría impresionado a Trevize más que
la nave con que debería realizarla.
Branno «la mujer de bronce», pensó con
disgusto, lo había empujado hacia una peligrosa misión de la mayor importancia.
Quizás él no habría aceptado con tal determinación si ella no hubiera dispuesto
las cosas de modo que él quisiera demostrarle lo que era capaz de hacer.
En cuanto a Pelorat, estaba
maravillado.
- ¿Creería usted - dijo, colocando un
suave dedo sobre el casco antes de trepar al interior - que nunca me he
acercado a una astronave?
- Si usted lo dice, naturalmente, le
creeré, profesor, pero, ¿cómo lo ha conseguido?
- Si he de serle sincero, no lo sé, mi
querido ami..., quiero decir, mi querido Trevize. Supongo que estaba demasiado
ocupado con mi investigación. Cuando se tiene una excelente computadora capaz
de llegar a otras computadoras en cualquier lugar de la Galaxia, uno apenas
necesita moverse de casa, ¿sabe? Por alguna razón, pensaba que las astronaves
eran más grandes que ésta.
- Este es un modeló pequeño, sin
embargo por dentro es mucho más grande que cualquier otra nave de su tamaño.
- ¿Cómo es posible? Se está usted
burlando de mi ignorancia.
- No, no. Hablo en serio. Esta es una
de las primeras naves que ha sido completamente gravitizada.
- ¿Qué significa eso? Pero, por favor,
no lo explique si se trata de algo muy técnico. Aceptaré su palabra, tal como
usted aceptó ayer la mía en lo referente a la única especie de la humanidad y
el único mundo de origen.
- Intentémoslo, profesor Pelorat.
Durante los miles de años de vuelo espacial, hemos tenido motores químicos,
motores iónicos y motores hiperatómicos, y todos ellos han sido voluminosos. La
vieja Flota imperial tenía naves de quinientos metros de longitud y no más
espacio vital que el de un pequeño departamento. Felizmente la Fundación se ha
especializado en la miniaturización durante todos los siglos de su existencia,
gracias a su falta de recursos materiales. Esta nave es la culminación. Utiliza
la antigravedad y el aparato que lo hace posible ocupa muy poco espacio y está
incluido en el casco. Si no fuese porque aún necesitamos el...
Un guardia de Seguridad se acercó.
- ¡Tendrán que darse prisa, caballeros!
El cielo empezaba a clarear, aunque
todavía faltaba media hora para que amaneciese.
Trevize miró a su alrededor.
- ¿Está mi equipaje a bordo?
- Sí, consejero, encontrará la nave
totalmente equipada.
- Con ropa, supongo, que no será de mi
talla ni de mi gusto.
El guardia sonrió, de improviso y casi
con infantilismo.
- Creo que lo será – dijo -. La
alcaldesa nos ha hecho trabajar de lo lindo durante estas últimas treinta o
cuarenta horas y hemos conseguido un duplicado de todo lo que tenía. Con dinero
no hay problemas. Escuche - miró a su alrededor, como para asegurarse de que
nadie observaba su súbita fraternización -, son ustedes muy afortunados. Es la
mejor nave del mundo, totalmente equipada, a excepción del armamento. Vivirán a
cuerpo de rey.
- Pero de rey destronado - dijo Trevize
-. Bueno, profesor, ¿está listo?
- Con esto lo estoy - dijo Pelorat, y
levantó una oblea cuadrada de unos veinte centímetros de lado, guardada en un
estuche de plástico plateado. Trevize cayó repentinamente en la cuenta de que
Pelorat no la había soltado desde que salieron de su casa, cambiándosela de una
mano a otra pero sin dejarla un momento, ni siquiera cuando se detuvieron a
desayunar.
- ¿Qué es eso, profesor?
- Mi biblioteca. Está clasificada por
temas y orígenes, y la he condensado toda en una oblea. Si piensa que esta nave
es una maravilla, ¿qué hay de esta oblea? ¡Una biblioteca completa! ¡Todo lo
que he reunido! ¡Maravilloso! ¡Maravilloso!
- Bueno - dijo Trevize -, vivimos a
cuerpo de rey.
15
Trevize se maravilló al ver el interior
de la nave.
La utilización del espacio era
ingeniosa. Había una habitación con comida, ropa, películas y juegos. Había un
gimnasio, un salón y dos dormitorios casi idénticos.
- Este - dijo Trevize - debe ser el
suyo, profesor. Al menos, contiene un Lector FX.
- Bien - dijo Pelota con satisfacción
-. He sido un tonto evitando los viajes espaciales durante tanto tiempo. Podría
vivir aquí, mi querido Trevize, con absoluta satisfacción.
- Más espacioso de lo que esperaba -
dijo Trevize complacido.
- ¿Y los motores están realmente en el
casco, como usted ha dicho?
- Los aparatos de control lo están, en
todo caso. No tenemos que almacenar combustible o utilizarlo. Utilizaremos las
existencias de energía fundamental del Universo; así pues, el combustible y los
motores están... ahí fuera. - Hizo un gesto impreciso.
- Bueno, ahora que lo pienso... ¿qué
ocurrirá si algo falla?
Trevize se encogió de hombros.
- He sido adiestrado en navegación
espacial, pero no en estas naves. Si hay algún fallo en los controles
gravíticos me temo que no podré hacer nada.
- Pero ¿sabe conducir esta nave?
¿Pilotarla?
- Ni yo mismo lo sé.
Pelorat dijo:
- ¿Supone que es una nave automatizada?
¿Es posible que seamos simples pasajeros? Tal vez no tengamos que hacer
absolutamente nada.
- Eso ocurre en el caso de
transbordadores entre planetas y estaciones espaciales dentro del sistema
estelar, pero nunca he oído hablar de un viaje hiperespacial automatizado. Al
menos, hasta ahora.
Miró de nuevo a su alrededor y sintió
una cierta aprensión. ¿Se las habría ingeniado la bruja de la alcaldesa para
maniobrar hasta tal punto a espaldas suyas? ¿Había la Fundación automatizado
también los viajes interestelares, y se proponían depositarle en Trántor contra
su voluntad, y sin consultarle más que al resto de los enseres de la nave?
- Profesor, usted siéntese. La
alcaldesa dijo que esta nave estaba totalmente computadorizada. Si en su
habitación hay un Lector FX, en la mía debe haber una computadora. Póngase
cómodo y déjeme echar una ojeada por mi cuenta - dijo, con una optimista
animación que no sentía.
Pelorat se mostró instantáneamente
ansioso.
- Trevize, mi querido compañero... No
irá a desembarcar, ¿verdad?
- No tengo la menor intención de
hacerlo, profesor. Y si lo intentara, puede estar seguro de que me lo impedirían.
La alcaldesa ya habrá dado órdenes en ese sentido. Lo único que me propongo
hacer es averiguar qué pone en funcionamiento al Estrella Lejana. – Sonrió -.
No le abandonaré, profesor.
Aún sonreía cuando entró en lo que
parecía ser su dormitorio, pero su cara recobró la seriedad mientras cerraba
suavemente la puerta tras de si.
Tenía que haber algún medio de
comunicarse con un planeta situado en las cercanías de la nave. Era imposible
imaginarse una nave deliberadamente aislada de sus alrededores y, por lo tanto,
en algún lugar, quizás en un nicho de la pared, habría un comunicador. Lo
utilizaría para llamar al despacho de la alcaldesa y preguntarle por los
controles.
Inspeccionó minuciosamente las paredes,
la cabecera de la cama, y los funcionales muebles. Si aquí no encontraba nada,
revisada el resto de la nave.
Estaba a punto de abandonar la búsqueda
cuando percibió un destello luminoso sobre la lisa superficie marrón de la
mesa. Un círculo luminoso, con nítidas letras que rezaban: INSTRUCCIONES DE LA
COMPUTADORA.
¡Ah!
Sin embargo, su corazón latió con
rapidez. Había computadoras y computadoras, y había programas que no resultaban
sencillos de descifrar. Trevize nunca había cometido el error de subestimar su
propia inteligencia, pero, por otra
parte, él no era un Gran Maestro. Había quienes tenían habilidad para usar una
computadora, y quienes no la tenían.... y Trevize sabía muy bien a qué grupo
pertenecía.
Durante la época que pasó en la Armada
de la Fundación, había alcanzado el rango de teniente, y de vez en cuando había
sido oficial de servicio y había tenido la oportunidad de usar la computadora
de la nave. Sin embargo, nunca había estado a cargo exclusivo de ella, y nunca
se le había exigido que supiera nada más que las maniobras rutinarias encomendadas
al oficial de servicio.
Recordó, con una sensación de
aprensión, los volúmenes ocupados por un programa enteramente descrito en
impresión, y recordó la conducta del sargento técnico Krasnet ante el tablero
de mandos de computadora de la nave. Lo manejaba como si fuese el instrumento
musical más complejo de la Galaxia, y lo hacía con aire de indiferencia, como
si su simplicidad le aburriera; y aun así había tenido que consultar los
volúmenes algunas veces, maldiciéndose a sí mismo con desconcierto.
Trevize colocó un vacilante dedo sobre
el círculo luminoso y la luz se extendió inmediatamente hasta cubrir la
superficie de la mesa. Sobre ella apareció el contorno de dos manos: una
derecha y una izquierda. Con un movimiento suave y repentino, la superficie de
la mesa se inclinó hasta un ángulo de cuarenta y cinco grados.
Trevize tomó asiento frente a la mesa.
Las palabras no eran necesarias. Lo que se esperaba de él estaba claro.
Colocó las manos sobre los contornos,
situados de modo que pudiera hacerlo sin esfuerzo. La superficie de la mesa le
pareció suave, casi aterciopelada, cuando la tocó; y sus manos se hundieron.
Miró sus manos con asombro, pues no se
habían
hundido en absoluto. A juzgar por lo
que le revelaron sus ojos, estaban sobre la superficie. Sin embargo, para su
sentido del tacto era como si la superficie de la mesa hubiese cedido, y como
si algo estuviera sujetando sus manos con suavidad.
¿Eso era todo?
Y ahora, ¿qué?
Miró a su alrededor y luego cerró los
ojos en respuesta a una sugerencia.
No había oído nada. ¡No había oído
nada!
Pero dentro de su cerebro, como si
fuese un impreciso pensamiento propio, estaba la frase: «Por favor, cierra los
ojos. Relájate. Haremos la conexión.»
¿A través de las manos?
Por alguna razón Trevize siempre había
supuesto que si uno iba a comunicarse mentalmente con una computadora, lo hada
a través de un capuchón colocado sobre la cabeza y con electrodos encima de los
ojos y el cráneo.
¿Las manos?
Pero ¿por qué no las manos? Trevize se
sintió como si flotara, casi amodorrado, pero sin pérdida de agudeza mental.
¿Por qué no las manos?
Los ojos no eran más que órganos
sensoriales. El cerebro no era más que un tablero de distribución central,
encajado en hueso y aislado de la superficie activa del cuerpo. Las manos eran
la superficie activa, las manos eran las que tocaban y manipulaban el Universo.
Los seres humanos pensaban con las
manos. Las manos eran la respuesta de la curiosidad, eran las que palpaban y
pellizcaban, giraban, levantaban y sopesaban. Había animales que tenían un
cerebro de respetable tamaño, pero no tenían manos y eso constituía la gran
diferencia.
Y mientras él y la computadora estaban
cogidos de las manos, sus pensamientos se fusionaron y ya no importó que
tuviera los ojos abiertos o cerrados.
Abrirlos no mejoraba su visión y
cerrarlos no la empañaba.
De ambos modos, veía la habitación con
total claridad; no sólo en la dirección en que miraba, sino todo su alrededor,
por encima y por debajo.
Vio todas las habitaciones de la
astronave y también vio el exterior. Había salido el sol y su fulgor estaba
empañado por la neblina matinal, pero pudo mirarlo directamente sin
deslumbrarse, pues la computadora filtraba automáticamente las ondas luminosas.
Notó el suave viento y su temperatura,
y percibió los sonidos del mundo que lo rodeaba. Detectó el campo magnético del
planeta y las minúsculas cargas eléctricas de la pared de la nave.
Adquirió conciencia de los mandos del
vehículo, sin saber siquiera lo que eran con exactitud. Sólo supo que si quería
levantar la nave, o hacerla girar, o acelerarla, o utilizar cualquiera de sus
recursos, el proceso sería el mismo que para realizar el proceso análogo con su
cuerpo. Sólo tenía que utilizar su voluntad.
Sin embargo, su voluntad no estaba
libre de impurezas. La propia computadora podía anularla. En el momento
presente, había una frase formada en la cabeza y él supo exactamente cuándo y
cómo despegaría la nave. No había flexibilidad en lo que a eso se refería.
Asimismo supo con igual seguridad que después podría decidir él solo.
Al extender hacia fuera la red de su
conciencia aumentada por la computadora, descubrió que percibía el estado de la
atmósfera superior; que veía las configuraciones climáticas; que detectaba las
demás naves que avanzaban hacia arriba y las que circulaban hacia abajo. Todo
esto tenía que tomarse en cuenta y la computadora estaba tomándolo en cuenta.
Si la computadora no lo hubiera hecho, comprendió Trevize, habría bastado con
que él deseara que lo hiciera.
Y en cuanto a los volúmenes de
programación, no había ninguno. Trevize pensó en el sargento técnico Krasnet y
sonrió. Había leído mucho sobre la inmensa revolución que la gravítica causaría
en el mundo, pero la fusión de computadora y mente aún era un secreto de
Estado. Sin lugar a dudas causaría una revolución todavía mayor.
Era consciente de que el tiempo pasaba.
Sabía exactamente qué hora era por el patrón local de Términus y el patrón
galáctico.
¿Cómo puso fin a la conexión?
En el momento que el pensamiento se
introdujo en su mente, sus manos se alzaron y la superficie de la mesa regresó
a su posición original; Trevize quedó abandonado a sus propios sentidos.
Se sintió ciego y desvalido como si,
durante un rato, hubiese estado abrazado y protegido por un ser supremo y ahora
estuviese abandonado. De no haber sabido que podía volver a establecer contacto
en cualquier momento, la sensación le habría hecho llorar.
Por el contrario, se limitó a hacer un
esfuerzo para volver a orientarse, para ajustarse a los límites, y luego se
levantó con inseguridad y salió de la habitación.
Pelorat levantó los ojos.
Evidentemente, había puesto a punto su lector y dijo:
- Funciona muy bien. Tiene un excelente
programa de investigación... ¿Ha encontrado los mandos, muchacho?
- Sí, profesor. Todo va bien.
- En ese caso, ¿no deberíamos hacer
algo respecto al despegue? Quiero decir, para autoprotegernos. ¿No debemos
atarnos o algo así? He buscado algún tipo de instrucciones, pero no he
encontrado nada y eso me ha puesto nervioso. He tenido que recurrir a mi
biblioteca. Por alguna razón cuando trabajo en mi...
Trevize había alzado las manos como
para detener el torrente de palabras. Ahora tuvo que levantar la voz para
hacerse oír.
- Nada de eso es necesario, profesor.
La antigravedad es el equivalente de la no inercia. No hay sensación de
aceleración cuando cambia la velocidad, ya que toda la nave experimenta el
cambio simultáneamente.
- ¿Quiere decir que no sabremos cuándo
despegamos del planeta y nos internamos en el espacio?
- Eso es exactamente lo que quiero
decir, porque mientras le he estado hablando, hemos despegado.
Atravesaremos la atmósfera superior
dentro de muy pocos minutos, y en media hora estaremos en el espacio exterior.
16
Pelorat pareció encogerse un poco
mientras miraba fijamente a Trevize. Su alargada cara rectangular palideció
tanto que, sin demostrar ninguna otra emoción, irradió una gran ansiedad.
Luego desvió los ojos hacia la derecha
y hacia la izquierda.
Trevize recordó cómo se sintió en su
primer viaje más allá de la atmósfera y dijo del modo más desapasionado que
pudo:
- Janov - era la primera vez que se
dirigía tan familiarmente al profesor, pero en este caso la experiencia se
dirigía a la inexperiencia y era necesario parecer el más viejo de los dos -,
aquí estamos totalmente seguros. Nos hallamos en el seno metálico de una nave
de guerra de la Flota de la Fundación. No estamos enteramente armados, pero no
hay lugar en la Galaxia donde el nombre de la Fundación no nos proteja. Incluso
si alguna nave enloqueciera y nos atacara, podríamos ponernos fuera de su
alcance en un momento. Y le aseguro que he descubierto que puedo manejar la
nave a la perfección.
Pelorat dijo:
- Es el pensamiento, Go... Golan, de la
nada...
Términus. Solo hay una fina capa de
aire muy tenue entre nosotros en la superficie y la nada está justo encima. Lo
único que estamos haciendo es atravesar esa insignificante capa.
- Puede ser insignificante, pero la
respiramos.
- Aquí también respiramos. El aire de
esta nave es más limpio y más puro, y se mantendrá indefinidamente más limpio y
más puro que la atmósfera natural de Términus.
- ¿Y los meteoritos?
- ¿Los meteoritos? .
- La atmósfera nos protege de los
meteoritos.
Y de la radiación.
Trevize dijo:
- La humanidad ha viajado por el
espacio durante veinte milenios, creo...
- Veintidós. Si nos guiamos por la
cronología hallblockiana, es indudable que, contando los...
- ¡Basta! ¿Sabe usted de algún
accidente por meteoritos o de alguna muerte por radiación? Es decir, algo
reciente. Es decir, ¿casos de naves de la Fundación?
- La verdad es que no estoy al tanto de
las noticias sobre estas cuestiones, pero yo soy historiador, muchacho, y...
- Históricamente, si, ha habido tales
cosas, pero la tecnología progresa. No hay un meteorito del tamaño necesario
para dañarnos que pueda acercarse a nosotros antes de que tomemos las medidas
evasivas necesarias. Cuatro meteoritos que vinieran simultáneamente hacia
nosotros desde las cuatro direcciones trazadas desde los vértices de un
tetraedro tal vez podrían destruirnos, pero calcule las posibilidades de que
eso ocurra y comprobará que morirá de vejez un trillón de trillón de veces
antes de tener la mitad de posibilidades de observar un fenómeno tan
interesante.
- ¿Quiere decir, si usted estuviera
ante la computadora?
- No - dijo Trevize con desprecio -. Si
yo manejara la computadora sobre la base de mis propios sentidos y reacciones,
seríamos alcanzados incluso antes de que yo supiera lo que estaba pasando. Es
la propia computadora la que trabaja, y reacciona millones de veces más
rápidamente que usted o yo.
- Alargó la mano de repente -. Janov,
déjame mostrarle lo que la computadora puede hacer, y cómo es el espacio.
Pelorat lo miró fijamente, con los ojos
muy abiertos. Luego, se rió.
- No estoy seguro de querer saberlo,
Golan.
- Claro que no está seguro, Janov,
porque no sabe qué es lo que le espera. ¡Corra el riesgo! ¡Venga! ¡A mi
habitación!
Trevize cogió al otro de la mano, en
parte guiándolo, en parte arrastrándolo. Mientras se sentaba ante la
computadora, dijo:
- ¿Ha visto la Galaxia alguna vez, Janov?
¿La ha mirado alguna vez?
Pelorat contestó:
- ¿Quiere decir en el cielo?
- Sí, por supuesto. ¿Dónde, si no?
- La he visto. Todo el mundo la ha
visto. Si uno levanta los ojos, la ve.
- ¿La ha contemplado alguna vez en una
noche oscura y clara, cuando los Diamantes están debajo del horizonte?
Los «Diamantes» constituían las pocas
estrellas que tenían la suficiente luminosidad y estaban suficientemente cerca
para brillar con moderada intensidad en el cielo nocturno de Términus. Era un
pequeño grupo que ocupaba una anchura de no más de veinte grados, y durante
gran parte de la noche estaban debajo del horizonte. Aparte del grupo, había un
puñado de estrellas mortecinas, apenas discernibles a simple vista. No había
nada más que la consistencia lechosa de la Galaxia; éste era el panorama a que
uno podía aspirar viviendo en un mundo como Términus, que estaba en el borde
extremo de la espiral más exterior de la Galaxia.
- Supongo que sí, pero ¿por qué
contemplarla? Es un panorama corriente.
- Claro que es un panorama corriente -
dijo Trevize -. Por eso nadie lo ve. ¿Para qué mirarlo, si puedes verlo
siempre? Pero ahora usted lo verá, y no desde Términus, donde la neblina y las
nubes se interponen continuamente. Lo verá como nunca lo vería desde
Términus... por mucho que mirara, y por muy oscura y clara que fuese la noche.
¡Ojalá yo no hubiera estado nunca en el espacio, para que, como usted, pudiese
ver la Galaxia en toda su belleza por primera vez!
Empujó una silla hacia Pelorat.
- Siéntese aquí, Janov. Esto puede
requerir cierto tiempo. Tengo que continuar habituándome a la computadora. Por
lo que ya he experimentado, sé que la visión es olográfica, de modo que no
necesitaremos pantalla de ninguna clase. Entra en contacto directo con mi
cerebro, pero creo que puedo lograr que produzca una imagen objetiva para que
usted también la vea... Apague la luz, ¿quiere? No... ¡qué tontería! La
computadora lo hará. Quédese donde está.
Trevize estableció contacto con la
computadora, asiéndole las manos afectuosa e íntimamente.
La luz se amortiguó, y luego se apagó
del todo; Pelorat se agitó en la oscuridad.
- No se ponga nervioso, Janov. Quizá
tarde un poco en controlar la computadora, o sea que deberá tener paciencia
conmigo. ¿Lo ve? ¿El creciente? - dijo Trevize.
Estaba suspendido frente a ellos en la
oscuridad.
Algo empañado y fluctuante en un
principio, pero adquiriendo mayor nitidez y luminosidad.
La voz de Pelorat reflejaba cierto
temor.
- ¿Es eso Términus? ¿Tan lejos estamos
de él?
- Sí, la nave va muy de prisa.
El vehículo estaba entrando en la
sombra nocturna de Términus, que se veía bajo la forma de un grueso creciente
de brillante luz. Trevize tuvo el impulso momentáneo de dirigir la nave en un
amplio arco que les llevara hasta el lado diurno del planeta para demostrarlo
en toda su belleza, pero se contuvo.
Tal vez esto fuese una novedad para
Pelorat, pero la belleza resultaría insustancial. Había demasiadas fotografías,
demasiados mapas, demasiados globos.
Todos los niños sabían cómo era
Términus. Un planeta hídrico (más que la mayoría), rico en agua y pobre en
minerales, rico en agricultura y pobre en industria pesada, pero el mejor de la
Galaxia en alta tecnología y en miniaturización.
Si lograra que la computadora utilizase
microondas y lo trasladara a un modelo visible, verían cada una de las diez mil
islas habitadas de Términus, junto con la única de ellas de extensión
suficiente para ser considerada continente, la que albergaba la ciudad de
Términus y...
¡Cambia!
Sólo fue un pensamiento, un ejercicio
de la voluntad, pero el panorama cambió inmediatamente. El creciente iluminado
se desplazó hacia los limites de visión y desapareció tras el borde. La
oscuridad del espacio sin estrellas llenó sus ojos.
Pelorat se aclaró la garganta.
- Me gustaría que volviera a enfocar
Términus, muchacho. Me siento como si me hubiesen cegado.
- Había cierta tensión en su voz.
- No está ciego. ¡Mire!
En el campo de visión apareció una
tenue neblina de pálida translucidez. Se extendió y fue abrillantándose, hasta
que toda la habitación pareció resplandecer.
¡Cóntraela!
Otro ejercicio de voluntad y la Galaxia
se retiró, como vista a través de un telescopio decreciente que iba haciéndose
más potente en su capacidad para decrecer. La Galaxia se contrajo y al fin se
convirtió en una estructura de luminosidad variable.
¡Ilumínala!
Se hizo más luminosa sin cambiar de
tamaño, y como el sistema estelar al que Términus pertenecía estaba encima del
plano galáctico, no se veía exactamente en el borde. Era una espiral doble
sumamente condensada, con curvilíneas fisuras de oscuras nebulosas que veteaban
el borde resplandeciente del lado de Terminus. La cremosa neblina del núcleo,
lejano y menguado por la distancia, parecía insignificante.
Pelorat dijo en un susurro atemorizado:
- Tiene razón. Nunca la había visto
así. Nunca había soñado que tenia tanto detalle.
- ¿Cómo iba a hacerlo? No se puede ver
la mitad exterior cuando la atmósfera de Términus se interpone. Apenas se ve el
núcleo desde la superficie de Términus.
- Es una lástima que la veamos tan de
frente.
- No tenemos por qué. La computadora
puede mostrarla en cualquier orientación. Sólo he de expresar el deseo... y ni
siquiera en voz alta.
¡Cambia las coordenadas!
Este ejercicio de voluntad no fue en
modo alguno una orden precisa. Sin embargo, a medida que la imagen de la
Galaxia empezaba a sufrir un lento cambio, su mente guió a la computadora y le
hizo hacer lo que deseaba.
La Galaxia estaba girando lentamente
para que pudiera verse en ángulo recto con el plano galáctico. Se desplegó como
un gigantesco y brillante remolino, con curvas de oscuridad, nudos de fulgor, y
una llamarada central casi sin rasgos característicos.
Pelorat preguntó:
- ¿Cómo puede la computadora verla
desde una posición en el espacio que debe estar a más de cincuenta mil pársecs
de este lugar? - Luego, añadió, en un susurro ahogado -: Le ruego que me
perdone por preguntar. No sé nada de todo esto.
Trevize dijo:
- Yo sé tan poco como usted sobre esta
computadora. Sin embargo, incluso una computadora sencilla puede ajustar las
coordenadas y mostrar la Galaxia en cualquier posición, partiendo de lo que
percibe en la posición natural, es decir, la que aparecería desde la posición
local de la computadora en el espacio. Naturalmente, sólo utiliza la
información que percibe en un principio, de modo que cuando cambia a la vista
de costado encontramos vacíos y borrones en lo que muestra. No obstante, en
este caso...
- ¿Sí?
- Tenemos una vista excelente. Sospecho
que la computadora está equipada con un mapa completo de la Galaxia y por eso
puede mostrarla desde cualquier ángulo con igual facilidad.
- ¿A qué se refiere al hablar de un
mapa completo?
- Las coordenadas espaciales de todas
las estrellas deben estar en el banco de datos de la computadora.
- ¿De todas las estrellas? - Pelorat parecía
sobrecogido.
- Bueno, quizá no de los trescientos
mil millones. Incluiría, sin lugar a dudas, las estrellas que brillan sobre
planetas habitados, y probablemente todas las estrellas de la clase espectral K
y más brillantes. Eso significa unos setenta y cinco mil millones, por lo
menos.
- ¿Todas las estrellas de un sistema
habitado?
- No puedo asegurarlo; quizá no todas.
Al fin y al cabo, había veinticinco millones de sistemas habitados en tiempos
de Hari Seldon; parecen muchos, pero sólo es una estrella de cada doce mil. Y
después, en los cinco siglos posteriores a Seldon, la desintegración general
del Imperio no truncó la colonización. Yo diría que la impulsó. Aún hay muchos
planetas habitables donde establecerse, de modo que ahora debe de haber treinta
millones. Es posible que no todos los planetas nuevos estén en los archivos de
la Fundación.
- Pero ¿y los viejos? Seguramente
constan todos sin excepción.
- Supongo que sí. Naturalmente, no
puedo garantizarlo, pero me sorprendería que algún sistema habitado y
colonizado desde hace tiempo no se hallara en los archivos. Déjeme enseñarle
algo... si mi habilidad para controlar la computadora llega hasta tan lejos.
Las manos de Trevize se pusieron un
poco rígidas con el esfuerzo y parecieron hundirse más en el apretón de la
computadora. Quizá eso no hubiera sido necesario; quizá sólo hubiera tenido que
pensar silenciosa y relajadamente: ¡Términus!
Eso fue lo que pensó y, en respuesta,
surgió un fulgurante diamante rojo en el mismo borde del remolino.
- Ahí está nuestro sol - dijo con
excitación -.
Esa es la estrella alrededor de la cual
gira Términus.
- Ah - dijo Pelorat con un leve y
trémulo suspiro.
Un brillante punto de luz amarilla
adquirió vida en un gran racimo de estrellas hundidas en el corazón de la
Galaxia, pero situadas muy a un lado de la llamarada central. Estaba bastante
más cerca del borde de la Galaxia correspondiente a Términus que del otro lado.
- Y eso - dijo Trevize - es el sol de
Trántor.
Otro suspiro, y después Pelorat dijo:
- ¿Está seguro? Siempre se ha afirmado
que Trántor está situado en el centro de la Galaxia.
- Así es, en cierto modo. Está todo lo
cerca del centro que puede estar un planeta sin dejar de ser habitable. Está
más cerca que cualquier otro sistema habitado importante. El verdadero centro
de la Galaxia consiste en un agujero negro con una masa de casi un millón de
estrellas, de modo que el centro es un lugar violento. Que sepamos nosotros, no
hay vida en él y quizás es que no puede haberla.
Trántor está en el subanillo más
interior de los brazos espirales y, créame, si pudiera ver su cielo nocturno,
pensaría que estaba en el centro de la Galaxia.
Está rodeado por un racimo de estrellas
sumamente denso.
- ¿Ha estado en Trántor, Golan? -
preguntó Pelorat con clara envidia.
- En realidad no, pero he visto
representaciones olográficas de su cielo.
Trevize contempló la Galaxia con
expresión sombría. A raíz de la gran búsqueda de la Segunda Fundación durante
la época del Mulo, ¡cómo habían jugado todos con mapas galácticos, y cuántos
volúmenes se habían escrito y filmado sobre el tema!
Y todo porque Hari Seldon había dicho,
al principio, que la Segunda Fundación se establecería «en el otro extremo de
la Galaxia», llamando al lugar «Extremo de las Estrellas».
¡En el otro extremo de la Galaxia!
Mientras Trevize lo pensaba, una fina línea azul adquirió vida, extendiéndose
desde Términus, a través del agujero negro central de la Galaxia, hasta el otro
extremo.
Trevize casi dio un salto. No había
ordenado directamente la línea, pero había pensado en ella con mucha claridad y
eso había bastado para la computadora.
Pero, naturalmente, la ruta de la línea
recta hasta el lado opuesto de la Galaxia no era necesariamente una indicación
del «otro extremo» sobre el que Seldon había hablado. Fue Arkady Darell (si uno
daba crédito a su biografía) quien utilizó la frase «un círculo no tiene fin»
para indicar lo que ahora todos aceptaban como verdad...
Y aunque Trevize intentó repentinamente
suprimir el pensamiento, la computadora era demasiado rápida para él. La línea
azul se desvaneció y fue reemplazada por un círculo que bordeaba nítidamente la
Galaxia en color azul y pasaba a través del punto rojo intentos del sol de
Términus.
Un círculo no tiene fin, y si el
círculo empezaba en Términus, en el caso de buscar el otro extremo, simplemente
volvería a Términus, y allí era donde se había encontrado a la Segunda
Fundación, habitando el mismo mundo que la Primera.
Pero ¿y si en realidad no había sido
hallada, si el supuesto descubrimiento de la Segunda Fundación había sido una
ilusión? Aparte de una línea recta y un círculo, ¿qué podía tener sentido en la
conexión?
Pelorat dijo:
- Está creando ilusiones? ¿Por qué hay
un círculo azul?
- Sólo estaba comprobando los mandos.
¿Le gustaría localizar la Tierra?
Durante unos momentos reinó el
silencio, y luego Pelorat dijo:
- ¿Bromea?
- No. Lo voy a intentar.
Lo hizo. No sucedió nada.
- Lo siento - dijo Trevize.
- ¿No está? ¿La Tierra no está?
- Supongo que podría haber pensado
erróneamente la orden, pero eso no parece probable. Es más probable que la
Tierra no figure en los datos de la computadora.
Pelorat dijo:
- Puede figurar bajo otro nombre.
Trevize se aferró rápidamente a eso.
- ¿Qué otro nombre, Janov?
Pelorat no dijo nada y Trevize sonrió
en la oscuridad. Se le ocurrió pensar que las cosas podrían estar empezando a
encajar. Dejémoslo por un rato. Que maduren. Cambió deliberadamente de tema y
dijo:
- Me pregunto si podemos manipular el
tiempo.
- ¿El tiempo? ¿Cómo podemos hacerlo?
- La Galaxia da vueltas. Términus tarda
casi quinientos millones de años en recorrer la gran circunferencia de la
Galaxia una sola vez. Como es natural, las estrellas que están más cerca del
centro completan la vuelta mucho más rápidamente. El movimiento de cada
estrella, en relación al agujero negro central, puede ser registrado en la
computadora y, en ese caso, es posible lograr que la computadora multiplique
cada movimiento millones de veces y el efecto giratorio resulte visible. Puedo
intentar que lo haga.
Lo intentó y no pudo evitar que sus
músculos se tensaran con el esfuerzo de voluntad que estaba realizando, como si
estuviera apoderándose de la Galaxia, acelerándola, retorciéndola, obligándola
a girar contra una terrible resistencia.
La Galaxia estaba moviéndose.
Lentamente, poderosamente, se retorcía en la dirección que debía estar
siguiendo para estrechar los brazos espirales.
El tiempo pasaba con increíble rapidez
mientras observaban, un tiempo falso y artificial, y entretanto las estrellas
se convirtieron en objetos evanescentes.
Algunas de las más grandes, aquí y
allí, enrojecieron y se hicieron más brillantes antes de dilatarse y
convertirse en gigantes de color rojo. Luego, una estrella de los racimos
centrales estalló silenciosamente en una llamarada cegadora que, durante una
minúscula fracción de segundo, oscureció la Galaxia y desapareció. Luego, otra,
en uno de los brazos espirales hizo lo mismo, y luego otra, no muy lejos de
ellos.
- Supernovas - dijo Trevize con voz un
poco temblorosa.
¿Era posible que la computadora predijera
exactamente qué estrellas explotarían y cuándo? ¿O sólo utilizaba una maqueta
simplificada que servía para mostrar el futuro estelar en términos generales,
más que precisos?
Pelorat dijo en un ronco susurro:
- La Galaxia parece un ser vivo arrastrándose
por el espacio.
- Así es - dijo Trevize -, pero empiezo
a cansarme. A menos que aprenda a hacerlo de un modo más distendido, no seré
capaz de jugar a esto durante mucho rato.
Se relajó. La Galaxia disminuyó la
velocidad, luego se detuvo, y luego se inclinó hasta colocarse en a perspectiva
lateral desde la que la habían visto al principio.
Trevize cerró los ojos y respiró
profundamente.
Era consciente de que Términus iba
quedando atrás, y de que los últimos jirones perceptibles de la atmósfera
habían desaparecido de sus alrededores. Era consciente de todas las naves que
llenaban el espacio próximo a Términus.
No se le ocurrió comprobar si había
algo especial en alguna de esas naves. ¿Había alguna que fuese gravítica como
la suya y que siguiera su trayectoria de un modo demasiado preciso para ser
casual?
5
ORADOR
17
¡Trántor!
Durante ocho mil años fue la capital de
una extensa y poderosa entidad política que abarcaba una agrupación de sistemas
planetarios en constante crecimiento. Durante los doce mil años siguientes fue
la capital de una entidad política que abarcaba toda la Galaxia. Fue el centro,
el corazón, el epítome del Imperio Galáctico.
Era imposible pensar en el Imperio sin
pensar en Trántor.
Trántor no alcanzó su culminación
física hasta que el Imperio se halló en plena decadencia. De hecho, nadie se
percató de que el Imperio había perdido su poderío y su empuje porque Trántor
conservaba el fulgor de su brillante metal.
Su desarrollo llegó al punto máximo
cuando se convirtió en una ciudad extendida por todo el planeta. Su población
se estabilizó (por decreto) en los cuarenta y cinco mil millones, y las únicas
zonas verdes se hallaban en el Palacio Imperial y el complejo de la
Universidad/Biblioteca Galáctica.
La superficie de Trántor fue revestida
de metal.
Tanto sus desiertos como sus zonas
fértiles fueron recubiertas y se convirtieron en hormigueros humanos, junglas
administrativas, elaboraciones computadorizadas, grandes almacenes de alimentos
y piezas de repuesto. Sus cordilleras fueron abatidas, y sus abismos
rellenados. Los interminables pasillos de la ciudad discurrían bajo las
plataformas continentales, y los océanos se transformaron en enormes cisternas
acuaculturales subterráneas, la única (e insuficiente) fuente nativa de
alimentos y minerales.
Las relaciones con los mundos
exteriores, de los que Trántor obtenía los recursos que necesitaba, dependían
de sus mil espaciopuertos, sus diez mil naves de guerra, sus cien mil naves
comerciales, y su millón de cargueros espaciales.
Ninguna ciudad tan extensa fue nunca
reconvertida tan rigurosamente. Ningún planeta de la Galaxia había hecho nunca
tanto uso de la energía solar o llegado a tales extremos para librarse del
calor residual. Brillantes radiadores se alzaban hasta la tenue atmósfera superior
en el lado nocturno y se retiraban al interior de la ciudad metálica en el lado
diurno. Mientras el planeta giraba, los radiadores iban elevándose a medida que
la noche caía progresivamente sobre el mundo, e iban descendiendo a medida que
el día rompía. De este modo Trántor siempre tenía una asimetría artificial que
casi era su símbolo.
En su apogeo, ¡Trántor gobernó el
Imperio!
Lo hizo mal, pero nada habría podido
hacerlo bien. El Imperio era demasiado grande para ser gobernado por un solo
mundo, incluso bajo los emperadores más dinámicos. ¿Qué otra cosa pudo hacer
Trántor más que gobernarlo mal cuando, en los siglos de decadencia, la corona
imperial estuvo a merced de taimados políticos y necios incompetentes. Y la
burocracia se convirtió en una subcultura de corruptibles?
Pero incluso en sus peores épocas hubo
innumerables factores positivos. El imperio galáctico no habría podido ser
gobernado sin Trántor.
El Imperio fue derrumbándose
ininterrumpidamente, pero, mientras Trántor siguió siendo Trántor, continuó
habiendo un núcleo del Imperio y éste re tuvo un aire de orgullo, de
prosperidad, de tradición, poder y... exaltación.
Sólo cuando sucedió lo inimaginable;
cuando Trántor finalmente cayó y fue saqueado; cuando sus ciudadanos fueron
asesinados por millones y condenados a la inanición por millones; cuando su
resistente capa metálica fue abollada, perforada y fundida por el ataque de la
flota «bárbara», sólo entonces se consideró que el Imperio había caído. Los
supervivientes de aquel mundo tan glorioso destrozaron lo que había quedado y,
en una generación, Trántor pasó de ser el planeta más grande que la raza humana
había visto jamás a convertirse en un inconcebible laberinto de ruinas.
Esto había sucedido casi dos siglos y
medio antes. En el resto de la Galaxia aún se recordaba Trántor tal como había
sido. Viviría eternamente como el escenario preferido de las novelas
históricas, el símbolo y el recuerdo preferido del pasado, la palabra preferida
para adagios como «Todas las naves estelares aterrizan en Trántor», «Como
buscar a una persona en Trántor» y «Se parece como esto y Trántor».
En todo el resto de la Galaxia...
¡Pero no sucedía lo mismo en el propio
Trántor! Allí el antiguo Trántor estaba olvidado. El metal de la superficie
había desaparecido casi en todas partes. Trántor era ahora un mundo de
campesinos autosuficientes casi despoblado, un lugar al que las naves
comerciales raramente acudían y no eran particularmente bien recibidas cuando
lo hacían. La misma palabra «Trántor», aunque todavía en uso oficial, había
desaparecido del lenguaje popular. Los trantorianos lo llamaban «Hame», que en
su dialecto era el equivalente de «Hogar», en el idioma galáctico.
Quindor Shandess pensaba en todo esto y
mucho más mientras permanecía sumido en un grato estado de somnolencia, en el
cual podía dejar que su mente discurriera a lo largo de una línea de
pensamiento automotriz y no organizada.
Había sido primer orador de la Segunda
Fundación durante dieciocho años, y bien podría seguir siéndolo durante otros diez
o doce si su mente se mantenía razonablemente vigorosa y era capaz de continuar
librando guerras políticas.
Era el cargo análogo, el fiel reflejo
del de alcalde de Términus, que gobernaba la Primera Fundación, pero ¡qué
diferentes en todos los aspectos! El alcalde de Términus era conocido en toda
la Galaxia y, por lo tanto, la Primera Fundación era simplemente «la Fundación»
para todos los mundos. El primer orador de la Segunda Fundación sólo era
conocido por sus compañeros.
Y, sin embargo, era la Segunda
Fundación, bajo él mismo y sus predecesores, la que detentaba el verdadero
poder. La Primera Fundación era superior en el reino del poder físico, de la
tecnología, de las armas bélicas. La Segunda Fundación era superior en el reino
del poder mental, del intelecto, de la capacidad para controlar. En un
conflicto entre las dos, ¿acaso importaría de cuántas naves y armas dispusiera
la Primera Fundación, si la Segunda Fundación podía controlar las mentes de
aquellos que controlaban las naves y las armas?
Pero ¿durante cuánto tiempo podía él
recrearse en esta certeza de su poder secreto?
Era el vigésimo quinto primer orador y
ya llevaba en el cargo más tiempo del habitual. ¿Debería, tal vez, no seguir
aferrándose a él y ceder el paso a los aspirantes más jóvenes? Estaba el orador
Gendibal, el más perspicaz de la Mesa y el que se había incorporado más
recientemente a ella. Esa noche pasarían un rato juntos y Shandess lo esperaba
con interés. ¿Debería esperar también el posible acceso al poder de Gendibal
algún día?
La respuesta a la pregunta era que
Shandess no pensaba realmente dejar su puesto. Lo disfrutaba demasiado.
Permanecía allí, en su vejez, aún
perfectamente capaz de cumplir con sus obligaciones. Su cabello era gris, pero
siempre había sido de un color claro y lo llevaba muy corto, de modo que el
color apenas importaba. Tenía los ojos de un azul pálido y su ropa se ajustaba
al sobrio estilo de los campesinos trantorianos.
El primer orador podía pasar entre los
habitantes de Hame como uno de ellos, si así lo deseaba, pero su oculto poder
seguía existiendo. Podía optar por concentrar sus ojos y su mente en cualquier
momento; entonces ellos actuarían según su voluntad y después no recordarían
nada.
Rara vez ocurría. Casi nunca. La Regla
de Oro de la Segunda Fundación era: «No hagas nada a menos que sea preciso, y
cuando sea preciso actuar... vacila.» .
El primer orador suspiró quedamente.
Vivir en la vieja universidad, con la melancólica grandeza de las minas del
Palacio Imperial no demasiado lejos, impulsaba a preguntarse de vez en cuando
si la Regla de Oro era realmente de oro.
En los días del Gran Saqueo, la Regla
de Oro había sido extremada hasta el límite. No había modo de salvar Trántor
sin sacrificar el Plan Seldon de establecer un Segundo Imperio. Habría sido
humano salvar a los cuarenta y cinco mil millones de víctimas, pero no habrían
podido ser salvadas sin retención del núcleo del Primer Imperio y eso sólo
habría retrasado el cumplimiento de las previsiones. Habría llevado a una
destrucción mayor unos siglos más tarde, y quizá el Segundo Imperio nunca...
Los primeros oradores anteriores habían
trabajado en el previsto saqueo durante décadas, pero no habían encontrado
ninguna solución, ningún medio para asegurar tanto la salvación de Trántor como
el posible establecimiento del Segundo Imperio. ¡Hubo que escoger el mal menor,
y Trántor había muerto!
Los miembros de la Segunda Fundación de
aquella época consiguieron salvar, por un estrechísimo margen, el complejo de
la universidad/biblioteca, y esto también había generado un sentimiento de
culpabilidad. Aunque nadie había demostrado jamás que la salvación del complejo
condujera al meteórico ascenso del Mulo, siempre persistió la intuición de que
existía una relación.
¡Qué cerca habían estado de destruirlo todo!
Sin embargo, tras las décadas del
saqueo y el Mulo, llegó la Edad de Oro de la Segunda Fundación.
Antes de eso, durante más de dos siglos
y medio después de la muerte de Seldon, los miembros de la Segunda Fundación se
habían escondido como topos en la biblioteca, con el único fin de no cruzarse
en el camino de los imperiales. Ejercieron de bibliotecarios en una sociedad
decadente cada vez menos interesada por la ahora mal llamada Biblioteca
Galáctica, que cayó en el desuso que tanto convenía a la Segunda Fundación.
Fue una vida innoble. Se limitaron a
conservar el Plan, mientras en el extremo de la Galaxia, la Primera Fundación
luchaba por sobrevivir contra enemigos cada vez más poderosos sin la ayuda de
la Segunda Fundación ni la seguridad de que existiera realmente.
Fue el Gran Saqueo lo que liberó a la
Segunda Fundación, otro motivo (el joven Gendibal, que tenía valor, había dicho
recientemente que fue el motivo principal) por el que se permitió que el saqueo
tuviera lugar.
Después del Gran Saqueo, el Imperio
desapareció y, durante los últimos tiempos, los supervivientes trantorianos
nunca habían entrado en el territorio de la Segunda Fundación sin ser
invitados. Los miembros de la Segunda Fundación se encargaron de que el
complejo universidad/biblioteca, que había sobrevivido al saqueo, también
sobreviviera a la Gran Renovación. Las ruinas del palacio fueron asimismo
preservadas. El metal había desaparecido de casi todo el resto del mundo. Los
amplios e interminables corredores estaban cubiertos, rellenados, destruidos,
abandonados; todo bajo piedra y tierra; todo excepto en ese lugar, donde el
metal aún circundaba los antiguos espacios abiertos.
Podía ser considerado un gran monumento
a la
grandeza, el sepulcro del Imperio pero
para los trantorianos, los hamenianos, esos eran lugares embrujados, llenos de
fantasmas a los que no se debía molestar. Sólo los miembros de la Segunda
Fundación penetraban en los antiguos corredores o tocaban el brillante titanio.
Y aun así, todo había estado a punto de
perderse a causa del Mulo.
El Mulo había estado en Trántor. ¿Y si
hubiera descubierto la naturaleza del mundo donde se encontraba? Sus armas
físicas eran mucho más poderosas que aquellas de las que la Segunda Fundación
disponía, y sus armas mentales casi igualmente poderosas. La Segunda Fundación
siempre se vería obstaculizada por la necesidad de no hacer nada más que lo
preciso, y por la certeza de que casi cualquier esperanza de ganar la lucha
inmediata podría comportar una pérdida aún mayor.
De no haber sido por Bayta Darell y su
rápida decisión... ¡Y eso también se produjo sin la ayuda de la Segunda
Fundación!
Y después.., la Edad de Oro, durante la
cual los primeros oradores de la época hallaron de algún modo los medios para
pasar a la acción, deteniendo al Mulo en su carrera de conquistas, controlando
al fin su mente; y deteniendo luego a la propia Primera Fundación cuando reveló
una suspicacia y una curiosidad excesivas sobre la naturaleza y la identidad de
la Segunda Fundación. Fue Preem Palver, decimonoveno primer orador y el más
grande de todos, quien consiguió poner fin a todo peligro, no sin terribles
sacrificios, y restauró el Plan Seldon.
Ahora, desde hacía ciento veinte años,
la Segunda Fundación volvía a estar donde había estado, escondida en una zona
embrujada de Trántor. Ya no se escondían de los imperiales, sino todavía de la
Primera Fundación, una Primera Fundación casi tan extensa como el antiguo
Imperio Galáctico, é incluso más poderosa en tecnología.
El primer orador cerró los ojos bajo el
cálido sol y se sumió en ese estado irreal de relajantes experiencias
alucinatorias que no eran sueños ni pensamientos conscientes.
Tenía que desterrar la melancolía. Todo
iría bien. Trántor aún era la capital de la Galaxia, pues la Segunda Fundación
estaba aquí y detentaba más poder y capacidad de control de los que el
emperador había tenido jamás.
La Primera Fundación sería contenida y
guiada, y se movería correctamente. Por muy formidables que fuesen sus naves y
sus armas, no podrían hacer nada mientras los líderes clave pudieran ser, en
caso de necesidad, mentalmente controlados.
Y el Segundo Imperio llegaría, pero no
sería como el primero. Sería un imperio federado, en el que cada una de sus
partes tendría un considerable autogobierno, a fin de que no se diese la fuerza
aparente y la debilidad real de un gobierno unitario y centralizado. El nuevo
imperio sería más liberal, más manejable, más flexible, más capaz de resistir
la tensión, y siempre, siempre, sería guiado por los ocultos hombres y mujeres
de la Segunda Fundación. Trántor seguiría siendo entonces la capital más
poderosa con sus cuarenta mil psicohistoriadores de lo que lo había sido jamás
con sus cuarenta y cinco mil millones...
El primer orador se despertó con un
sobresalto.
El sol estaba bajo en el cielo. ¿Habría
murmurado?
¿Habría dicho algo en voz alta?
Si la Segunda Fundación tenía que saber
mucho y decir poco, los oradores tenían que saber más y decir menos, y el
primer orador tenía que ser el que más supiera y el que menas dijera.
Sonrió irónicamente. Siempre resultaba
tan tentador convertirse en un patriota trantoriano, creer que la finalidad del
Segundo Imperio era conseguir la hegemonía trantoriana... Seldon ya lo había
advertido; había previsto incluso esto, cinco siglos antes de que pudiera
pasar.
Sin embargo, el primer orador no había
dormido demasiado. Aún no era la hora de la audiencia de Gendibal.
Shandess esperaba con interés esa
reunión privada. Gendibal era suficientemente joven para mirar el Plan con ojos
nuevos, y suficientemente sagaz para ver lo que otros quizá no ludiesen. Y no
era imposible que Shandess aprendiera algo oyendo lo que el joven tenía que
decir.
Nadie sabría jamás con certeza lo mucho
que Preem Palver, el gran Palver en persona, había aprendido el día en que el
joven Kol Benjoam, que aún no tenía treinta años, fue a verle para hablar sobre
los posibles modos de controlar la Primera Fundación. Benjoam, que más tarde
sería reconocido como el mayor teórico desde Seldon, nunca habló de esa
audiencia en años posteriores, pero al fin se convirtió en el vigésimo primer
orador. Hubo algunos que atribuyeron a Benjoam, más que a Palver, los grandes
logros de la administración de Palver.
Shandess se distrajo pensando en lo que
Gendibal podría decir. Era tradicional que los jóvenes entusiastas, al hallarse
por primera vez a solas con el primer orador, condensaran toda su tesis en la
primera frase. E indudablemente no solicitaban esa importante primera audiencia
por algo trivial, ya que toda su carrera subsiguiente se derrumbaría si el
primer orador les consideraba personas de pocas luces.
Cuatro horas más tarde, Gendibal se
presentó ante él. El joven no daba muestras de nerviosismo. Esperó
tranquilamente a que Shandess hablara primero.
- Ha solicitado una audiencia privada,
orador, para tratar de un asunto importante. ¿Quiere hacer el favor de
resumirme este asunto? - dijo Shandess.
Y Gendibal, hablando serenamente, casi
como si estuviera describiendo lo que acababa de cenar, exclamó:
- ¡Primer orador, el Plan Seldon no
tiene sentido!
18
Stor Gendibal no necesitaba la
evidencia de que otros reconocieran su valía. No recordaba una época durante la
que no se hubiera sentido diferente.
Fue reclutado para la Segunda
Fundación, cuando sólo era un niño de diez años, por un agente que reconoció el
potencial de su mente.
Después cursó sus estudios con
asombrosa facilidad y se aficionó a la psicohistoria como una astronave
responde a un campo de gravedad. La psicohistoria tiró de él y él se curvó
hacia ella, leyendo el texto de Seldon sobre las leyes fundamentales cuando
otros muchachos de su edad simplemente intentaban resolver ecuaciones
diferenciales.
A los quince años ingresó en la
Universidad Galáctica de Trántor (como había sido rebautizada oficialmente la
Universidad de Trántor), tras una entrevista durante la cual, al ser preguntado
sobre sus ambiciones, contestó resueltamente: «Ser primer orador antes de los
cuarenta.»
No se había molestado en aspirar al
sillón del primer orador sin merecimientos. Alcanzarlo, de un modo u otro,
parecía ser una certidumbre para él.
Era hacerlo en la juventud lo que
parecía ser su objetivo. Incluso Preem Palver contaba cuarenta y dos años
cuando accedió al cargo.
La expresión del entrevistador cambió
cuando Gendibal le reveló su propósito, pero el joven ya dominaba el
psicolenguaje y supo interpretar ese cambio. Supo, con tanta certeza como si el
entrevistador lo hubiera anunciado, que éste haría una pequeña anotación en su
expediente en el sentido de que sería difícil de manejar.
¡Naturalmente!
Gendibal se proponía ser difícil de
manejar.
Ahora tenía treinta años. Cumpliría
treinta y uno al cabo de dos meses, y ya era miembro del Consejo de Oradores.
Disponía de nueve años, como máximo para convertirse en primer orador y sabia
que lo lograría. La audiencia con el actual primer orador era crucial para sus
planes y, mientras la preparaba con el fin de causar la impresión deseada, no
había regateado esfuerzos para pulir su dominio del psicolenguaje.
Cuando dos oradores de la Segunda
Fundación se comunican entre sí, el lenguaje no se parece a ningún otro de la
Galaxia. Es tanto un lenguaje de gestos fugaces como de palabras; consiste
tanto en detectar cambios mentales como en cualquier otra cosa.
Un extraño oiría poco o nada, pero en
un corto espacio de tiempo, se habrían intercambiado muchas ideas en forma de
pensamientos, y la comunicación sería imposible de transmitir en su forma
literal a alguien que no fuera otro orador.
El lenguaje de los oradores tenía sus
ventajas en velocidad e infinita discreción, pero tenía el inconveniente de
impedir el ocultamiento de la verdadera opinión.
Gendibal conocía su propia opinión del
primer orador. Pensaba que el primer orador era un hombre que ya no estaba en
su plenitud mental. El primer orador, a juicio de Gendibal, no esperaba ninguna
crisis, no se hallaba preparado para enfrentarse a una crisis, y carecía de
astucia para resolverla si aparecía. Pese a toda la buena voluntad y amabilidad
de Shandess, con él el desastre era inminente.
Gendibal tenía que borrar todo esto no
sólo de las palabras, gestos y expresiones faciales, sino incluso de sus
pensamientos. No conocía ningún modo de hacerla con tal eficacia que el primer
orador no percibiera el más leve indicio de todo ello.
Gendibal tampoco podía ignorar algunos
de los sentimientos del primer orador hacia él. A través de la afabilidad y
benevolencia, completamente aparentes y razonablemente sinceras, Gendibal
percibía el distante matiz de condescendencia y diversión, y reforzó el dominio
de su propia mente para no revelar ningún resentimiento, o el mínimo posible.
El primer orador sonrió y se recostó en
su butaca. No llegó a apoyar los pies en la superficie de la mesa, pero reflejó
la mezcla correcta de confiada naturalidad e informal amistad, lo suficiente de
cada una para mantener la incertidumbre de Gendibal respecto al efecto causado
por su declaración.
Ya que Gendibal no había sido invitado
a sentarse, las acciones y actitudes de que disponía para minimizar la
incertidumbre eran limitadas. El primer orador no lo ignoraba.
- ¿El Plan Seldon no tiene sentido?
¡Qué afirmación tan notable! ¿Ha mirado el Primer Radiante últimamente, orador
Gendibal? - dijo Shandess.
- Lo estudio con frecuencia, primer
orador. Es mi deber hacerlo así y también un placer.
- ¿Por casualidad no estudiará sólo las
partes
que le incumben de un modo directo? ¿Lo
observa microscópicamente; un sistema de ecuaciones aquí, una línea de ajuste
allí? Es muy importante, desde luego, pero yo siempre lo he considerado un
excelente ejercicio para observar el curso completo. El estudio del Primer
Radiante, acre por acre, tiene su utilidad, pero observarlo como un continente
es inspirativo. Si he de decirle la verdad, orador, yo mismo no lo he hecho
desde hace tiempo. ¿Le gustaría unirse a mí?
Gendibal no se atrevió a guardar un
silencio demasiado prolongado. Tenía que hacerse, y debía hacerse fácil y
agradablemente, o más valdría no hacerlo.
- Sería un honor y un placer, primer
orador.
El primer orador bajó una palanca
acoplada al lado de su mesa. Había una igual en el despacho de cada orador, y
la del despacho de Gendibal no era en modo alguno inferior a la del primer
orador La Segunda Fundación era una sociedad igualitaria en todas sus
manifestaciones superficiales, las poco importantes. De hecho, la única prerrogativa
oficial del primer Orador era la que su título llevaba explícita:
Siempre hablaba primero.
La habitación se oscureció al ser
accionada la palanca, pero casi enseguida, la oscuridad dio paso a una penumbra
nacarada. Las dos paredes largas adquirieron una tonalidad cremosa que después
se hizo más brillante y blanca, y finalmente aparecieron unas ecuaciones
impresas con nitidez, aunque tan pequeñas que no podían leerse fácilmente.
- Si no tiene objeciones - dijo el
primer orador, dejando muy claro que no permitiría ninguna - reduciremos la
ampliación para ver todas las que podamos a la vez.
La nítida tipografía se redujo a
finísimos trazos, borrosos meandros negros sobre el fundo nacarado.
El primer orador pulsó las teclas de un
pequeño tablero de mandos empotrado en el brazo de su sillón.
- Retrocederemos hasta el principio,
hasta la época de Hari Seldon, y lo ajustaremos a un pequeño movimiento hacia
delante. Pondremos el obturador para que sólo veamos una década de desarrollo
cada vez. Eso proporciona una maravillosa sensación del flujo de la historia,
sin que los detalles distraigan. Me pregunto si ha hecho esto en alguna
ocasión.
- Nunca exactamente así, primer orador.
- Debería hacerlo. Es una sensación
maravillosa.
Observe la escasez de trazos negros que
hay al principio. No hubo muchas alternativas en las primeras décadas. Sin
embargo, las ramificaciones aumentan exponencialmente con el tiempo. De no ser
porque, tan pronto como se toma una ramificación determinada, hay una extinción
de un vasto conjunto de las restantes en su futuro, pronto serían difíciles de
manejar. Naturalmente, al tratar con el futuro, debemos tener cuidado con las
extinciones en que confiamos.
- Lo sé, primer orador. - Hubo un toque
de sequedad en la contestación que Gendibal no pudo erradicar del todo.
El primer orador no respondió a ella.
- Observe las sinuosas líneas de
símbolos en rojo.
No se ajustan a ninguna norma. A todas
luces, deberían existir fortuitamente, ya que cada orador obtiene su cargo
introduciendo mejoras en el plan original de Seldon. Parece que, después de
todo, no hay modo de predecir dónde puede introducirse fácilmente una mejora o
adónde podría un orador orientar sus intereses o su capacidad; pese a todo ello
yo sospecho desde hace tiempo que la mezcla de Negro Seldon y Rojo Orador sigue
una estricta ley que depende en gran medida del tiempo y poca cosa más.
Gendibal siguió observando cómo pasaban
los años y cómo los finos trazos negros y rojos formaban un dibujo entrelazado
casi hipnótico. Naturalmente, el dibujo en sí no significaba nada, lo que
contaba eran los símbolos de que estaba compuesto.
Aquí y allí aparecía una línea de color
azul intenso, curvándose, ramificándose, y destacándose, para caer finalmente
sobre sí misma y desvanecerse en el negro o el rojo.
El primer orador dijo:
- Desviación Azul - y la sensación de
repugnancia originada en ambos llenó el espacio que los separaba -. Se repite
una y otra vez, de modo que pronto llegaremos al Siglo de las Desviaciones.
Así fue. Vieron claramente cuándo el
nefasto fenómeno del Mulo llenó momentáneamente la Galaxia, ya que el Primer
Radiante se espesó de pronto de numerosas líneas azules, que se multiplicaban
más rápidamente de lo que desaparecían, hasta que la misma habitación pareció
volverse azul a medida que las líneas se hacían más gruesas y marcaban la pared
con una contaminación cada vez más brillante. (Esta era la única palabra)
Alcanzó su punto culminante y luego
palideció, se hizo menos densa, y continuó así durante un largo siglo antes de disolverse
definitivamente. Cuando hubo desaparecido, y cuando el Plan hubo vuelto al
negro y el rojo, se vio claramente que la mano de Preem Palver había estado
allí.
Adelante, adelante.. .
- Este es el presente - dijo el primer
orador.
Adelante, adelante...
De pronto tuvo lugar una concentración
de líneas en un compacto nudo negro con muy poco rojo.
- Este es el establecimiento del
Segundo Imperio - dijo el primer orador.
Desconectó el Primer Radiante y la
habitación quedó bañada por la luz ordinaria.
Gendibal dijo:
- Ha sido una experiencia emocionante.
- Si - sonrió el primer orador -, y
usted procura no identificar la emoción, ya que no le conviene hacerlo. No
importa. Déjeme poner en claro algunas cosas.
»Observará, en primer lugar, la casi
total ausencia de desviación azul tras la época de Preem Palver, durante las
últimas doce décadas, en otras palabras. Observará que no hay probabilidades
razonables de desviaciones por encima de la quinta clase durante los cinco
siglos siguientes. Observará, asimismo, que hemos empezado a extender las
mejoras de la psicohistoria más allá del establecimiento del Segundo Imperio.
Como ya debe saber, Hari Seldon, a pesar de ser un genio extraordinario, no es,
y no podía ser, omnisciente. Nosotros le hemos superado. Sabe, mas más sobre
psicohistoria de lo que él pudo llegar a saber.
»Seldon terminó sus cálculos con el
Segundo Imperio y nosotros hemos continuado más allá. En realidad, y lo digo
sin ánimo de ofender, el nuevo Hiper-Plan que va más allá del establecimiento
del Segundo Imperio es, en gran parte, obra mía y me ha servido para obtener el
cargo que ocupo.
»Se lo digo para que me ahorre charlas
innecesarias. Con todo esto, ¿cómo puede llegar a la conclusión de que el Plan
Seldon no tiene sentido? Carece de defectos. El mero hecho de que sobreviviera
al Siglo de las Desviaciones, con todo el respeto debido al genio de Palver, es
la mejor prueba de que no tiene ningún defecto. ¿Dónde está su debilidad,
joven, para que usted califique el Plan de algo sin sentido?
Gendibal se enderezó con rigidez.
- Tiene usted razón, primer orador. El
Plan Seldon carece de defectos.
- Así pues, ¿retira su afirmación?
- No, primer orador. Su falta de
defectos es un defecto. ¡Su perfección es fatal!
19
El primer orador miró a Gendibal con
ecuanimidad. Había aprendido a controlar sus expresiones y le divertía observar
la ineptitud de Gendibal en ese aspecto, En cada intercambio, el joven hacía lo
posible para ocultar sus sentimientos, pero cada vez los exhibía completamente.
Shandess lo examinó con imparcialidad.
Era un joven delgado, que apenas sobrepasaba la mediana estatura, de labios
finos e inquietas manos huesudas. Tenía unos ojos oscuros y desprovistos de
humor que tendían a encenderse.
El primer orador comprendió que no le
resultaría fácil disuadirle de sus convicciones.
- Habla usted en paradojas, orador -
dijo.
- Parece una paradoja, primer orador,
porque hay demasiados factores en el Plan de Seldon que damos por sentados y
aceptamos de modo demasiado incondicional.
- ¿Qué es, entonces, lo que usted
cuestiona?
- La misma base del Plan. Todos sabemos
que el Plan no funcionará si su naturaleza, o incluso su existencia, es
conocida por demasiados de aquellos cuya conducta está destinado a predecir.
- Creo que Hari Seldon lo comprendió
así. Incluso creo que hizo de ello uno de los dos axiomas fundamentales de la
psicohistoria.
- No previo la aparición del Mulo,
primer orador, y por lo tanto no pudo prever hasta qué punto se convertiría la
Segunda Fundación en una obsesión para los habitantes de la Primera Fundación,
una vez que el Mulo les hubo revelado su importancia.
- Hari Seldon... - y por espacio de un
momento, el Primer orador se estremeció y guardó silencio.
El aspecto físico de Hari Seldon era
conocido por todos los miembros de la Segunda Fundación.
Sus reproducciones en dos y en tres
dimensiones, fotográficas y olográficas, en bajorrelieve y en bulto redondo,
sentado y de pie, eran muy numerosas. Todas lo representaban en los últimos
años de su vida. Todas reproducían a un hombre viejo y afable, con el rostro
arrugado por la sabiduría de la edad, simbolizando la quintaesencia del genio
bien maduro.
Pero ahora el primer orador recordó
haber visto una fotografía de Seldon cuando era joven. La fotografía fue
desechada, ya que la idea de un Seldon joven constituía prácticamente una
contradicción inmediata. Sin embargo, Shandess la había visto, y de repente se
le ocurrió pensar que Stor Gendibal tenía un parecido muy notable con el joven
Seldon.
¡Ridículo! Era la clase de superstición
que afligía a todo el mundo, de vez en cuando, por muy racional que uno pudiera
ser. Se había dejado engañar por una similitud fugitiva. Si tuviese la
fotografía ante sí, enseguida vería que la similitud era una ilusión. No
obstante, ¿por qué se le había ocurrido esa tonta idea precisamente ahora?
Se recobró. Había sido un
estremecimiento momentáneo, una efímera desviación mental, demasiado breve para
ser observada por nadie más que un orador. Gendibal podía interpretarla como
quisiera.
- Hari Seldon - dijo firmemente la
segunda vez sabía muy bien que había un número infinito de posibilidades que no
podía prever, y por eso estableció la Segunda Fundación. Nosotros tampoco
previmos al Mulo, pero lo reconocimos cuando emprendió nuestra búsqueda, y lo
detuvimos. No previmos la obsesión subsiguiente de la Primera Fundación por
nosotros, pero la reconocimos cuando se produjo y la detuvimos. ¿Qué es lo que
usted desaprueba en todo esto?
- En primer lugar - dijo Gendibal -, la
obsesión de la Primera Fundación por nosotros aún no ha terminado.
Hubo una merma sustancial en la
deferencia con que Gendibal había estado hablando. Había percibido el
estremecimiento en la voz del primer orador (decidió Shandess) y lo había
interpretado como inseguridad. Eso tenía que combatirse.
El primer orador dijo enérgicamente:
- Permítame anticipar los
acontecimientos. Habrá personas en la Primera Fundación que, comparando las
grandes dificultades de los casi cuatro primeros siglos de existencia con la
placidez de las últimas doce décadas, llegarán a la conclusión de que esto no
puede ser a menos que la Segunda Fundación esté velando por el Plan, y,
naturalmente, acertarán en su conclusión. Deducirán que la Segunda Fundación
puede no haber sido destruida después de todo, y, naturalmente, acertarán en su
deducción. De hecho, hemos sido informados de que hay un joven en el
mundo-capital de la Primera Fundación, un miembro de su gobierno, que está
plenamente convencido de todo esto. He olvidado cómo se llama ...
- Golan Trevize - dijo Gendibal con
suavidad -. Fui yo quien consignó el asunto en los informes en primer lugar, y
fui yo quien envió el asunto a su despacho.
- ¿Ah, sí? - dijo el primer orador con
exagerada cortesía -. Y ¿cómo se fijó en él?
- Uno de nuestros agentes en Términus
envió un tedioso informe sobre los miembros del Consejo que acababan de ser
elegidos, algo totalmente rutinario que suele enviarse a todos los oradores y a
lo cual todos los oradores suelen hacer caso omiso. Este me llamó la atención
por la naturaleza de la descripción de un nuevo consejero, Golan Trevize. Según
la descripción, está muy seguro de sí mismo y es extraordinariamente combativo.
- Reconoció a un espíritu afín,
¿verdad?
- De ningún modo - dijo Gendibal con
rigidez -.
Parece una persona imprudente que disfruta
haciendo cosas ridículas, una descripción que no puede aplicarse a mí. En
cualquier caso, ordené un estudio en profundidad. No tardé mucho en deducir que
habría sido un buen material para nosotros si lo hubieran reclutado a una edad
temprana.
- Tal vez - dijo el primer orador -
pero ya sabe que no reclutamos en Términus.
- Lo sé muy bien. En cualquier caso,
incluso sin nuestra instrucción, posee una intuición extraordinaria.
Naturalmente, es muy indisciplinada. Así pues, no me sorprendió que hubiese
deducido el hecho de que la Segunda Fundación aun existe. Sin embargo, me
pareció suficientemente importante para enviar un informe sobre el asunto a su
despacho.
- ¿Debo entender que eso no es todo?
- Habiendo deducido el hecho de que aún
existimos, gracias a sus facultades intuitivas altamente desarrolladas, lo
utilizó de un modo indisciplinado y, como resultado, ha sido exilado de
Términus.
El primer orador enarcó las cejas.
- Se calla de repente. Quiere que yo
interprete el significado. Sin emplear la computadora, déjeme aplicar
mentalmente una burda aproximación de las ecuaciones de Seldon y adivinar que
una astuta alcaldesa, capaz de sospechar que la Segunda Fundación existe,
prefiere no tener a un individuo indisciplinado que lo grite a la Galaxia y alerte
del peligro a la susodicha Segunda Fundación. Deduzco que Branno, la mujer de
bronce, pensó que Términus estará más seguro con Trevize lejos del planeta.
- Podría haber encarcelado a Trevize o
haberle hecho asesinar secretamente.
- Las ecuaciones no son fiables cuando
se aplican a las personas aisladas, como usted bien sabe. Sólo tratan con la
humanidad en masa. La conducta individual es, por lo tanto, imprevisible, y
podemos deducir que la alcaldesa es una persona aislada convencida de que el
encarcelamiento, y mucho más el asesinato, es una crueldad.
Gendibal no dijo nada durante un rato.
Fue un silencio elocuente, y lo mantuvo lo suficiente para que el primer orador
empezara a sentirse inseguro de sí mismo, pero no tanto como para producir una
ira defensiva.
La cronometró hasta el segundo y luego
dijo:
- Yo no lo interpreto así. Creo que
Trevize, en este momento, representa el filo cortante de la mayor amenaza para
la Fundación en toda su historia, ¡un peligro incluso mayor que el Mulo!
20
Gendibal estaba satisfecho. La fuerza
de la aseveración había dado resultado. El primer orador no la esperaba y se
hallaba desprevenido. A partir de ese momento, Gendibal dominaba la situación.
Si tenía alguna duda al respecto, se desvaneció con el siguiente comentario de
Shandess.
- ¿Tiene esto algo que ver con su
argumento de que el Plan Seldon carece de sentido?
Gendibal apostó por una certeza
absoluta; atacando con una pedantería que no permitiría recobrarse al primer
orador, dijo:
- Primer orador, es un artículo de fe
que fue Preem Palver quien encauzó de nuevo el Plan tras la aberración del
Siglo de las Desviaciones. Observe el Primer Radiante y verá que las
desviaciones no desaparecieron hasta dos décadas después de la muerte de
Palver, y que desde entonces no ha aparecido ni una sola desviación. El mérito
podría atribuirse a los primeros oradores que sucedieron a Palver, pero es
improbable.
- ¿Improbable? Admito que ninguno de
nosotros hemos sido un Palver, pero... ¿por qué es improbable?
- Permítame demostrárselo, primer
orador. Utilizando las matemáticas de la psicohistoria, puedo probar claramente
qué las posibilidades de total desaparición de las desviaciones son demasiado
pequeñas para haberse producido gracias a algo que la Segunda Fundación sea
capaz de hacer. No es necesario que me dé permiso si carece de tiempo o el
deseo de ver la demostración, que requerirá media hora de gran atención. Como
alternativa, puedo solicitar la reunión plenaria de la Mesa de Oradores y
demostrarlo allí. Pero ello significaría una pérdida de tiempo para mí y
controversias innecesarias.
- Si, y una posible perdida de
prestigio para mi... Demuéstreme la cuestión ahora. Pero una advertencia – el
primer orador estaba haciendo un esfuerzo heroico por recobrarse -: Si lo que
me demuestra es inútil, no lo olvidaré.
- Si se revela inútil - dijo Gendibal
con un orgullo fácil que pisoteó al otro -, tendrá mi dimisión en el acto.
En realidad, tardaron mucho más de
media hora, pues el primer orador puso en duda las matemáticas con intensidad
casi salvaje.
Gendibal redujo el tiempo cuanto pudo
utilizando su Micro-Radiante. El aparato, que localizaba olográficamente
cualquier porción del vasto Plan y no requería paredes ni tableros de mando,
había sido puesto en uso hacía sólo una década y el primer orador no había
aprendido a manejarlo. Gendibal lo sabía. El primer orador era consciente de
ello.
Gendibal lo sujetó con el pulgar
derecho y manipuló los mandos con los cuatro dedos restantes, utilizando
deliberadamente la mano como si fuera un instrumento musical. (En realidad,
había escrito un pequeño artículo sobre las analogías.)
Las ecuaciones que Gendibal mostró (y
encontró con certera facilidad) se movieron sinuosamente de delante atrás para
acompañar sus comentarios. Podía obtener definiciones, si era necesario,
establecer axiomas, y mostrar gráficos, tanto bidimensionales como
tridimensionales, así como proyectar relaciones multidimensionales.
Los comentarios de Gendibal fueron
claros e incisivos, y el primer orador abandonó la partida. Estaba derrotado y
dijo:
- No recuerdo haber visto ningún
análisis de esta naturaleza. ¿De quién es obra?
- Es obra mía, primer orador. He
publicado las matemáticas básicas utilizadas aquí.
- Muy ingenioso, orador Gendibal. Algo
como esto le hará llegar a ser candidato al puesto de primer orador, si yo
muero... o me retiro.
- No he pensado en eso, primer
orador.., pero como no hay posibilidad de que usted me crea, retiro el
comentario, He pensado en ello y confío en que seré primer orador, ya que quien
acceda al cargo deberá seguir un procedimiento que sólo yo veo con claridad.
- Sí - dijo el primer orador -, la
falsa modestia puede ser muy peligrosa. ¿Qué procedimiento? Quizás el primer
orador actual también pueda seguirlo.
Si soy demasiado viejo para haber dado
el mismo salto creativo que usted, no lo soy tanto que no pueda seguir su
dirección.
Era una elegante rendición, y el
corazón dé Gendibal empezó a simpatizar, bastante inesperadamente, con el
anciano, aun sabiendo que ésa era la intención del primer orador.
- Gracias, primer orador, porque
necesitaré toda su ayuda. No puedo esperar convencer a la Mesa sin su
esclarecido liderazgo. - Cumplido por cumplido -. Así pues, deduzco que mi
demostración le ha convencido de que es imposible que el Siglo de las Desviaciones
haya sido corregido por nuestra política o que todas las desviaciones hayan
cesado desde entonces.
- Eso es evidente para mi - dijo el
primer orador -. Si sus matemáticas son correctas, para que el Plan se
recuperase como lo hizo y para que funcione tan perfectamente como parece estar
funcionando, sería necesario que nosotros pudiéramos predecir las reacciones de
pequeños grupos de personas, incluso de una persona, con cierto grado de
seguridad.
- Así es. Ya que las matemáticas de la
psicohistoria no permiten tal cosa, las desviaciones no deberían haber
desaparecido y, lo que es más, no deberían haber permanecido ausentes. A esto
me refería al decir que el defecto del Plan Seldon era su perfección.
- Entonces, o el Plan Seldon posee
desviaciones, o hay algún error en sus matemáticas. Puesto que debo admitir que
el Plan Seldon no ha revelado desviaciones en un siglo o más, se deduce que hay
algún error en sus matemáticas... aunque yo no haya detectado ninguna
equivocación o desliz - afirmó el primer orador.
- Hace usted mal - dijo Gendibal –
excluyendo una tercera alternativa. Es muy posible que el Plan Seldon no tenga
ninguna desviación y que no haya ningún error en mis matemáticas cuando
predicen que eso es imposible.
- No veo la tercera alternativa.
- Supongamos que el Plan Seldon esté
siendo controlado por medio de un método psicohistórico tan avanzado que las
reacciones de pequeños grupos de personas, incluso de una sola persona, puedan
ser previstas, un método que la Segunda Fundación no posee. ¡Entonces, y sólo
entonces, mis matemáticas predecirían que el Plan Seldon no "debería
sufrir ninguna desviación! .
Durante un rato (según los patrones de
la Segunda Fundación) el primer orador no contestó. Al fin dijo:
- Yo no sé de ningún método psicohistórico
tan avanzado y, por lo que deduzco de sus palabras, usted tampoco. Si usted y
yo no lo conocemos, la posibilidad de que algún otro orador, o algún grupo de
oradores, haya desarrollado tal micropsicohistoria, si puedo llamarla así, y la
haya ocultado al resto de la Mesa es infinitamente pequeña. ¿No está de
acuerdo?
- Lo estoy.
- Entonces, o bien su análisis es
erróneo o bien la micropsicohistoria está en manos de algún grupo ajeno a la
Segunda Fundación.
- Exactamente, primer orador; la última
alternativa debe ser exacta.
- ¿Puede demostrar la verdad de tal
aseveración?
- No puedo, de un modo formal; pero
consideremos... ¿ No ha habido ya una persona que podía afectar al Plan Seldon
tratando con seres individuales?
- Supongo que está refiriéndose al
Mulo.
- Sí, desde luego.
- El Mulo sólo pudo interrumpir el
Plan. Ahora el problema es que el Plan Seldon está funcionando demasiado bien,
considerablemente más cerca de la perfección de lo que permitirían sus
matemáticas.
Usted necesitaría un Anti-Mulo, alguien
que sea tan capaz de pisotear el Plan como lo fue el Mulo, pero que actúe por
el motivo opuesto, no para interrumpirlo sino para perfeccionarlo. .
- Exactamente, primer orador. Ojalá se
me hubiera ocurrido esa expresión. ¿Qué era el Mulo? Un mutante. Pero ¿de dónde
venía? ¿Cómo llegó a existir? Nadie lo sabe con certeza. ¿No podría haber más?
- Aparentemente no. Lo único que se
sabe con seguridad sobre el Mulo es que era estéril. De ahí su nombre. ¿0 cree
usted que eso es un mito?
- No me refiero a los descendientes del
Mulo. ¿No podría ser que el Mulo fuera un miembro aberrante de lo que es, o
ahora está llegando a ser, un considerable grupo de personas con los mismos
poderes que él, que, por alguna razón que sólo ellos conocen, no están interrumpiendo
el Plan Seldon sino respaldándolo?
- ¿Por qué, en nombre de la Galaxia,
iban a respaldarlo?
- ¿Por qué lo respaldamos nosotros?
Planeamos un Segundo Imperio en el que nosotros, o más bien nuestros
descendientes intelectuales, seremos quienes tomemos las decisiones. Si algún
otro grupo está respaldando el Plan, incluso más eficientemente que nosotros,
no puede tener la intención de dejarnos tomar las decisiones en su lugar. Ellos
lo harán, pero ¿con qué fin? ¿No deberíamos tratar de averiguar hacia qué clase
de Segundo Imperio nos están arrastrando?
- ¿Y cómo se propone averiguarlo?
- Bueno, ¿por qué ha exilado la
alcaldesa de Términus a Golan Trevize? Al hacerlo, deja que una persona
posiblemente peligrosa circule con libertad por toda la Galaxia. No puedo creer
que lo haga por motivos humanitarios. Históricamente los gobernantes de la
Primera Fundación siempre han actuado de un modo realista, lo cual significa,
normalmente, sin miramientos por la «moralidad». Uno de sus héroes, Salvor
Hardin, les aconsejó en contra de la moralidad, sin ir más lejos. No, creo que
la alcaldesa actuó bajo coacción de agentes de los Anti-Mulos, para usar su
frase. Creo que han reclutado a Trevize y creo que él es la punta de lanza del
peligro para nosotros. Un peligro mortal.
Y el primer orador dijo:
- Por Seldon, es posible que tenga
razón. Pero, ¿cómo nos las arreglaremos para convencer a la Mesa?
- Primer orador, usted subestima su
eminencia.
6 LA
TIERRA
21
Trevize se sentía acalorado y molesto.
El y Pelorat estaban sentados en la pequeña zona dedicada a comedor, donde
acababan de almorzar.
Pelorat dijo:
- Sólo hace dos días que estamos en el
espacio y ya me encuentro muy cómodo, aunque añoro el aire fresco, la
naturaleza, y todo eso. ¡Es extraño! Nunca sé me ocurrió fijarme en esas cosas
cuando las tenía a mi alrededor. De todos modos, entre mi oblea y esa notable
computadora suya, llevo toda mi biblioteca conmigo... o todo lo que me importa,
cuando menos. Y ya no me siento nada asustado de estar en el espacio. ¡Asombroso!
Trevize hizo un sonido ambiguo. Tenía
los ojos fijos en el infinito.
Pelorat dijo con amabilidad:
- No pretendo molestarle, Golan, pero
creo que no me está escuchando. No es que yo sea una persona muy
interesante..., siempre he sido un poco aburrido, ¿sabe? Sin embargo, usted
parece preocupado por alguna otra cosa. ¿Tenemos problemas? No debe
ocultármelo, ¿sabe? Supongo que yo no podría hacer demasiado, pero tampoco me
dejaría llevar por el pánico, querido muchacho.
- ¿Problemas? - Trevize pareció volver
a sus cabales, y frunció ligeramente el ceño.
- Me refiero a la nave. Es un modelo
nuevo, y supongo que algo podría fallar. - Pelorat se permitió una leve y
atemorizada sonrisa.
Trevize meneó la cabeza enérgicamente.
- He sido un estúpido dejándole en tal
incertidumbre, Janov. A la nave no le pasa nada. Funciona a la perfección. Es
sólo que he estado buscando un hiperrelé.
- Ah, comprendo..., aunque no
demasiado. ¿Qué es un hiperrelé?
- Bueno, se lo explicaré, Janov. Yo
estoy en comunicación con Términus. Al menos, puedo estarlo siempre que lo
desee, y Términus puede, a su vez, comunicarse con nosotros. Conocen la
situación de la nave, pues han observado su trayectoria. Aunque no lo hubieran
hecho, podrían localizarnos registrando el espacio cercano en busca de una
masa, lo que les advertiría sobre la presencia de una nave o, posiblemente, un
meteorito. Pero también podrían detectar un patrón energético, que no sólo
diferenciaría una nave de un meteorito sino que identificaría a una nave
determinada, pues no hay dos naves que utilicen la energía del mismo modo. En
ciertos aspectos, nuestro patrón resulta característico, por mucho que
conectemos o desconectemos aparatos o instrumentos. La nave puede ser
desconocida, naturalmente, pero si es una nave cuyo patrón energético esté
registrado en Términus, como el nuestro, puede ser identificada en cuanto se la
detecta.
Pelorat dijo:
- Me parece, Golan, que el avance de la
civilización no es más que un ejercicio en la limitación de la intimidad.
- Quizá tenga razón. Sin embargo, antes
o después tenemos que movernos por el hiperespacio o estaremos condenados a
permanecer dentro de un radio de uno o dos pársecs de Términus durante el resto
de nuestras vidas. Entonces seremos incapaces de emprender viajes interestelares.
Además, al pasar por el hiperespacio sufrimos una discontinuidad en el espacio
ordinario. Pasamos de aquí allí, y me refiero a un vacío de cientos de pársecs,
algunas veces, en un instante de tiempo experimentado. De repente estamos
enormemente lejos en una dirección que es muy difícil predecir y, en un sentido
práctico, ya no podemos ser detectados.
- Lo comprendo. Sí.
- A menos, naturalmente, que hayan
colocado un hiperrelé a bordo. El hiperrelé envía una señal a través del
hiperespacio, una señal característica de esta nave, y las autoridades de
Términus saben dónde estamos en todo momento. Esto responde a su pregunta,
¿verdad? No habría ningún lugar en la Galaxia donde pudiéramos escondernos y
ninguna combinación de saltos por el hiperespacio nos permitiría eludir sus
instrumentos.
- Pero, Golan - dijo Pelorat con
suavidad -, ¿acaso no necesitamos la protección de la Fundación?
- Sí, Janov, pero no siempre. Usted ha
dicho que el avance de la civilización significaba la continua restricción de
la intimidad. Bueno, yo no quiero estar tan avanzado. Quiero libertad para
moverme a mi antojo sin ser detectado, a menos que quiera protección. De modo
que me sentiría mejor, mucho mejor, si no hubiera un hiperrelé a bordo.
- ¿Lo ha encontrado, Golan?
- No, aún no. En todo caso, podría
volverlo inoperante de alguna manera.
- ¿Reconocería uno si lo viera?
- Esta es una de las dificultades.
Quizá no lo reconociera. Sé cómo suele ser un hiperrelé y sé cómo examinar un
objeto sospechoso..., pero ésta es una nave último modelo, diseñada para
misiones especiales. El hiperrelé puede haber sido incorporado a su diseño de
forma que no de ninguna muestra de su presencia.
- Por otra parte, quizá no haya ningún
hiperrelé en la nave y éste sea el motivo por el que no lo ha encontrado.
- No me atrevo a confiar en ello y no
me gusta la idea de dar un salto hasta que lo sepa.
El rostro de Pelorat se iluminó.
- Por eso hemos estado dando vueltas en
el espacio. Me preguntaba por qué no habíamos saltado.
He oído hablar de los saltos, ¿sabe? La
verdad es que estaba un poco nervioso pensando en ello, preguntándome cuándo me
ordenaría que me atara o tomase una pastilla o algo así.
Trevize esbozó una sonrisa.
- No debe tener miedo. Las cosas ya no
son como antes. En una nave como ésta, la computadora lo hace todo. Tú le das
las instrucciones y ella se encarga del resto. No nos daremos cuenta de nada,
excepto de que el panorama ha cambiado de repente.
Si ha estado alguna vez en una sesión
de diapositivas, sabrá lo que ocurre cuando se proyecta una diapositiva en
lugar de otra. Pues bien, el salto será algo parecido.
- ¡Caramba! ¿No se nota nada? ¡Qué
curioso! Lo encuentro un poco decepcionante.
- Yo nunca he notado nada y las naves
en que he viajado no eran tan sofisticadas como ésta. Pero no es por el
hiperrelé por lo que no hemos saltado. Tenemos que alejarnos un poco más de
Términus, y del sol. Cuanto más lejos estemos de cualquier objeto macizo, más
fácil nos resultará controlar el salto, y salir de nuevo al espacio en las
coordenadas deseadas. En una emergencia, puedes arriesgarte a dar un salto
cuando sólo estás a doscientos kilómetros de la superficie de un planeta y
confiar en que tendrás la suerte de terminarlo a salvo. Como en la Galaxia hay
mucho más volumen seguro que inseguro, puedes confiar en lograrlo. Sin embargo,
siempre hay la posibilidad de que factores accidentales te hagan reaparecer a
unos pocos millones de kilómetros de una estrella grande o en el núcleo
galáctico, y entonces te fríes antes de poder pestañear.
Cuanto más lejos estés de una masa, más
remotos serán estos factores y menos probable que se produzca un contratiempo.
- En ese caso, alabo su prudencia. No
tenemos ninguna prisa.
- Exactamente. Además, me encantaría
encontrar el hiperrelé antes de hacer nada. O encontrar un modo de convencerme
a mí mismo de que no hay ningún hiperrelé.
Trevize pareció sumirse nuevamente en
su concentración privada y Pelorat dijo, alzando un poco la voz para superar la
barrera de preocupación:
- ¿De cuánto tiempo disponemos?
- ¿Qué?
- Quiero decir, ¿cuándo efectuaría el
salto si no estuviese inquieto por el hiperrelé, mi querido amigo?
- Teniendo en cuenta nuestra velocidad
y trayectoria, yo diría que cuatro días después del despegue.
Lo calcularé exactamente con ayuda de
la computadora.
- Bueno, entonces, aún dispone de dos
días para seguir buscando. ¿Puedo hacerle una sugerencia?
- Adelante.
- Sé por mi propio trabajo, muy
distinto del suyo, naturalmente, pero quizá podamos generalizar, que
concentrarse demasiado en un problema determinado es contraproducente. ¿Por qué
no se relaja y habla de alguna cosa? Quizá su subconsciente, liberado del peso
de la concentración, resuelva el problema por usted.
Trevize pareció momentáneamente molesto
y luego se echó a reír.
- Bueno, ¿por qué no? Dígame, profesor,
¿qué le hizo interesarse por la Tierra? ¿Qué le inspiró esa extraña teoría
sobre un planeta concreto del que procedemos todos?
- ¡Ah! - Pelorat inclinó la cabeza en
actitud meditativa -. Eso es retroceder mucho. Más de treinta años. Yo pensaba
ser biólogo cuando iba a la escuela. Estaba particularmente interesado por la
variación de las especies en los distintos mundos.
La variación, como usted sabe, bueno,
quizá no lo sepa, de modo que no le importará que se lo explique, es muy
pequeña. Todas las formas de vida existentes en la Galaxia, al menos todas las
que hemos descubierto hasta ahora, tienen en común una composición de agua,
proteínas y ácido nucleico.
Trevize dijo:
- Yo fui a la escuela militar, donde
hacían hincapié en la tecnología nuclear y gravitica, pero no soy exactamente
un especialista. Sé algunas cosas sobre la base química de la vida. Nos
enseñaron que el agua, las proteínas y los ácidos nucleicos son la única base
posible para la vida.
- En mi opinión, ésa es una conclusión
injustificada. Es mejor decir que aún no ha sido encontrada ninguna otra forma
de vida, o, en todo caso, reconocida, y nada más. Lo más sorprendente es que
las especies indígenas, es decir, las especies encontradas en un solo planeta y
ningún otro, son escasas en número. La mayoría de las especies que existen,
incluido el Homo sapiens en particular, están repartidas por todos o casi todos
los mundos habitados de la Galaxia y son muy parecidas bioquímica, fisiológica
y morfológicamente. Por otra parte, las especies indígenas se diferencian
enormemente de las formas diseminadas y unas de otras.
- ¿Y bien?
- La conclusión es que un mundo de la
Galaxia, un solo mundo, es distinto del resto. Decenas de millones de mundos de
la Galaxia, nadie sabe exactamente cuántos, han desarrollado vida. Era una vida
simple, una vida escasa, una vida débil; no muy diversificada, difícilmente
mantenida y difícilmente extendida. Un mundo, sólo un mundo, desarrolló vida en
millones de especies, muchos millones, algunas muy especializadas, altamente
desarrolladas, muy propensas a multiplicarse y extenderse, y entre ellas nos
encontramos nosotros. Nosotros fuimos suficientemente inteligentes para formar
una civilización, para desarrollar los vuelos hiperespaciales, y para colonizar
la Galaxia, y, al extendemos por la Galaxia, tomamos muchas otras formas de
vida, formas relacionadas entre sí y con nosotros.
- Si uno se detiene a pensarlo - dijo
Trevize con bastante indiferencia -, supongo que es lógico. Es decir, aquí
estamos en una Galaxia humana. Si suponemos que todo empezó en un solo mundo,
ese mundo tendría que ser distinto. Pero ¿por qué no? Las posibilidades de
desarrollar vida de un modo tan tumultuoso deben ser muy pocas, quizás una en
cien millones de modo que es posible que sucediera en un mundo entre cien
millones. Tuvo que ser uno.
- Pero ¿que es lo que hizo a ese mundo
concreto tan distinto de los demás? - inquirió Pelorat con excitación -.
¿Cuáles fueron las condiciones que lo hicieron único?
- Simple casualidad, tal vez. Después
de todo, los seres humanos y las formas de vida que trajeron consigo ya existen
en decenas de millones de planetas, todos los cuales pueden sustentar vida, de
modo que todos esos mundos deben reunir las condiciones necesarias.
- ¡No! Una vez la especie humana hubo
evolucionado, una vez hubo desarrollado una tecnología, una vez se hubo
endurecido en la ardua lucha por la supervivencia, fue capaz de adaptarse a la
vida en cualquier mundo, por muy inhóspito que éste fuera; en Términus, por
ejemplo. Pero ¿puede usted imaginar que la vida inteligente se haya
desarrollado en Términus? Cuando Términus fue ocupada por seres humanos en
tiempos de los enciclopedistas, la forma de vida vegetal más avanzada que
producía era una planta musgosa que crecía sobre las piedras; las formas de
vida animal más avanzadas eran pequeñas formaciones coralinas en el mar y
organismos voladores similares a insectos en la tierra.
Nosotros los aniquilamos y surtimos el
mar y la tierra de peces, conejos, cabras, yerba, cereales, árboles y así
sucesivamente. No nos queda nada de la vida indígena, excepto lo que existe en
los zoológicos y acuarios.
- Hmm - dijo Trevize.
Pelorat lo miró durante un minuto, y
después suspiró y dijo:
- No le importa demasiado, ¿verdad? ¡Notable! Por alguna razón,
nunca encuentro a nadie que le importe. Supongo que es culpa mía. No puedo
hacerlo interesante, aunque a mi me interese tanto.
Trevize dijo:
- Es interesante. Lo es. Pero...
pero... ¿y qué?
- ¿No le parece que podría ser
científicamente interesante estudiar un mundo que dio origen al único
equilibrio ecológico indígena realmente floreciente que la Galaxia ha visto
jamás?
- Tal vez, sí eres biólogo. Yo no lo
soy. Tendrá que perdonarme.
- Naturalmente, querido amigo. Lo malo
es que tampoco he encontrado nunca a un biólogo que es, tuviera interesado. Ya
le he dicho que quería especializarme en biología. Planteé el tema a mi
profesor y ni siquiera él se mostró interesado. Me recomendó que dedicara mis
esfuerzos a algún problema práctico. Esto me decepcionó tanto que cambié la
biología por la historia, que, en todo caso, había sido una de mis aficiones
desde la adolescencia, y abordé la «Cuestión del Origen» desde ese ángulo.
Trevize dijo:
- Pero al menos le ha proporcionado un
trabajo para toda la vida, de modo que debe alegrarse de que su profesor fuera
tan ignorante.
- Sí, supongo que podría mirarse de ese
modo. Y es un trabajo interesante, del que nunca me canso... Pero desearía que
a usted le interesara. Odio esta sensación de hablar siempre conmigo mismo.
Trevize inclinó la cabeza hacia atrás y
se echó a reír de buena gana.
El sereno rostro de Pelorat adquirió
una expresión ofendida.
- ¿Por qué se ríe de mí?
- De usted no, Janov - dijo Trevize -.
Me reía
de mi propia estupidez. A usted le
estoy muy agradecido. Tenía toda la razón, ¿sabe?
- ¿Al reconocer la importancia de los
orígenes humanos?
- No, no.. . Bueno, sí, en eso
también.. . Pero me refería a que ha tenido razón aconsejándome que dejara de
pensar conscientemente en mi problema y volviera mi mente hacia otro lado. Ha
dado resultado. Cuando usted hablaba del modo en que evolucionó la vida, al fin
se me ha ocurrido que sabía cómo encontrar ese hiperrelé si existía.
- ¡Oh, eso!
- ¡Si, eso! Es mi monomanía en este
momento.
He buscado ese hiperrelé como si
estuviera en mi viejo lanchón de una nave escuela, examinando cada parte de la
nave con la vista, buscando algo que destacara del resto. Había olvidado que
esta nave es un elaborado producto de miles de años de evolución tecnológica.
¿No lo entiende?
- No, Golan.
- Tenemos una computadora a bordo.
¿Cómo puedo haberlo olvidado?
Agitó la mano y fue hacia su propia
habitación, arrastrando a Pelorat consigo.
- Sólo he de intentar comunicarme -
dijo, colocando las manos en el contacto de la computadora.
Era cuestión de intentar comunicar con
Términus, que ahora estaba a varios miles de kilómetros.
¡Llama! ¡Habla! Fue como si las
terminaciones nerviosas brotaran y crecieran, extendiéndose con asombrosa
velocidad, la velocidad de la luz, naturalmente, para establecer contacto.
Trevize se sorprendió tocando...,
bueno, no exactamente tocando, sino percibiendo..., bueno, no exactamente
percibiendo, sino..., no importaba, pues no había una palabra para ello.
Fue consciente de que Términus estaba a
su alcance y, aunque la distancia entre él y el planeta se incrementaba a razón
de unos veinte kilómetros por segundo, el contacto persistió como si el planeta
y la nave estuvieran inmóviles y separados por unos pocos metros.
No dijo nada. No pensó nada. Unicamente
estaba comprobando el principio de comunicación; no estaba comunicándose
activamente.
Más allá, a ocho pársecs de distancia,
estaba Anacreonte, el planeta grande más cercano, a la vuelta de la esquina,
según los patrones galácticos. Enviar un mensaje por el mismo sistema, de
velocidad equivalente a la de la luz, que acababa de funcionar con Terminus, y
recibir una respuesta, requeriría cincuenta y dos años.
¡Comunícate con Anacreonte! ¡Piensa en
Anacreonte! Piensa en él tan intensamente como puedas.
Conoces su situación en relación a
Términus y el núcleo galáctico; has estudiado su planetografía e historia; has
resuelto problemas militares para recuperar Anacreonte (en el caso imposible,
actualmente, de que fuera tomado por un enemigo).
¡Espacio! Has estado en Anacreonte.
¡Imagínatelo! ¡Imagínatelo! Sentirás
que estás sobre él vía hiperrelé.
¡Nada! Sus terminaciones nerviosas
vibraron y finalmente no se detuvieron en ningún sitio.
Trevize se liberó.
- No hay ningún hiperrelé a bordo del
Estrella Lejana, Janov. Estoy seguro. Y si no hubiera seguido su sugerencia, me
pregunto cuánto hubiese tardado en llegar a esta conclusión.
Pelorat, sin mover un solo músculo
facial, resplandeció de alegría.
- Me satisface haberle servido de
ayuda. ¿Significa esto que saltamos?
- No, esperaremos dos días más, para
estar seguros. Tenemos que alejarnos de la masa, ¿recuerda? Normalmente,
considerando que tengo una nave nueva y desconocida sobre la que no sé casi
nada, tardaría dos días en calcular el procedimiento exacto, la hiperpropulsión
correcta para el primer salto, en particular. No obstante, tengo la corazonada
de que la computadora lo hará todo.
- ¡Caramba! Eso significa que tenemos
por delante un aburrido espacio de tiempo, creo yo.
- ¿Aburrido? - Trevize sonrió
ampliamente -. ¡Nada de eso! Usted y yo, Janov, vamos a hablar de la Tierra.
Pelorat dijo:
- ¿En serio? ¿Acaso intenta complacer a
un viejo? Es usted muy amable. De verdad.
- ¡Tonterías! Lo que intento es
complacerme a mí mismo. Janov, ha hecho de mí un converso. A resultas de lo que
me ha explicado, creo que la Tierra es el objeto más importante y más
interesante del universo.
22
Trevize debió comprenderlo en el
momento en que Pelorat le expuso su punto de vista sobre la Tierra. No
reaccionó inmediatamente porque estaba obsesionado por el problema del
hiperrelé. Y en cuanto el problema desapareció, reaccionó.
Tal vez la aseveración que Hari Seldon
repetía con más frecuencia era el comentario de que la Segunda Fundación estaba
«en el otro extremo de la Galaxia» con relación a Términus. Seldon incluso
había bautizado el lugar. Estaría «en el Extremo de las Estrellas».
Esto fue incluido por Gaal Dornick en
su informe sobre el día del juicio ante el tribunal imperial.
«El otro extremo de la Galaxia»; éstas
eran las palabras que Seldon había dicho a Dornick, y a partir de aquel día su
significado había sido objeto de debate.
¿Qué era lo que conectaba un extremo de
la Galaxia con «el otro extremo»? ¿Era una línea recta, una espiral, un
círculo, o qué?
Y ahora, luminosamente, Trevize
comprendió que no era una línea, ni una curva, lo que debía, o podría,
dibujarse sobre el mapa de la Galaxia. Era algo más sutil que esto.
Estaba completamente claro que uno de
los extremos de la Galaxia era Términus. Se hallaba en el limite de la Galaxia,
sí, nuestro límite de la Fundación, que daba a la palabra «extremo» un sentido
literal. Sin embargo, también era el mundo más nuevo de la Galaxia en época de
Seldon, un mundo que estaba a punto de fundarse, que aún no había contado para
nada.
¿Qué sería el otro extremo de la
Galaxia, desde este punto de vista? ¿El límite de la otra Fundación? ¿El mundo
más viejo de la Galaxia? Y según el argumento expuesto por Pelorat, sin saber
qué estaba exponiendo, sólo podía ser la Tierra. La Segunda Fundación bien
podía estar en la Tierra.
Sin embargo, Seldon había dicho que el
otro extremo de la Galaxia estaba «en el Extremo de las Estrellas». ¿Quién
podía decir que no hablaba metafóricamente? Rastreando la historia de la
humanidad como Pelorat había hecho, la línea iría desde cada sistema
planetario, cada estrella que brillaba sobre un planeta habitado, hasta algún
otro sistema planetario, alguna otra estrella de la que habrían venido los
primeros inmigrantes, y después hasta una estrella anterior a ésa, y finalmente,
todas las líneas terminarían en el planeta donde se había originado la
humanidad. La estrella que brillaba sobre la Tierra era el «Extremo de las
Estrellas».
Trevize sonrió y dijo casi
afectuosamente:
- Cuénteme algo sobre la Tierra, Janov.
Pelorat meneó la cabeza.
- En realidad, le he contado todo lo
que hay.
Averiguaremos más en Trántor.
Trevize dijo:
- No, no lo haremos, Janov. Allí no
averiguaremos nada. ¿Por qué? Porque no iremos a Trántor. Yo dirijo esta nave y
le aseguro que no iremos.
Pelorat se quedó con la boca abierta.
Luchó por recobrar el aliento durante unos momentos y luego exclamó con
desconsuelo:
- ¡Oh, mi querido amigo!
- Vamos, Janov. No se ponga así.
Encontraremos la Tierra - dijo Trevize.
- Pero sólo en Trántor podíamos...
- No, no es así. Trántor sólo es un
lugar donde uno puede estudiar películas quebradizas y documentos polvorientos,
y volverse igualmente quebradizo y polvoriento.
- Durante décadas, he soñado...
- Ha soñado con encontrar la Tierra.
- Pero sólo en...
Trevize se levantó, se inclinó hacia
delante, agarró a Pelorat por el escote de la túnica, y dijo:
- No repita eso, profesor. No lo
repita. La primera vez que me dijo que íbamos a buscar la Tierra, incluso antes
de que llegáramos a esta nave, me aseguró que la encontraríamos porque, y cito
sus propias palabras, «se me ha ocurrido una excelente posibilidad». Ahora no
quiero volver a oírle decir Trántor nunca más. Sólo quiero que me hable de esta
excelente posibilidad.
- Pero tiene que confirmarse. Hasta
ahora sólo es una idea, una esperanza, una vaga posibilidad.
- ¡Bien! ¡Hábleme de ella!
- Usted no lo entiende. No entiende
nada. No es un campo en el que nadie más que yo haya hecho investigaciones. No
hay nada histórico, nada firme, nada real. La gente habla de la Tierra como si
fuera un hecho, y también como si fuera una leyenda. Hay millones de relatos
contradictorios...
- Bueno, entonces, ¿en qué ha
consistido su investigación?
- Me he visto obligado a reunir todos
los relatos, todos los detalles de supuesta historia, todas las leyendas, todas
las fábulas. Incluso novelas. Cualquier cosa que incluya el nombre de la Tierra
o la idea de un planeta de origen. Durante más de treinta años, he reunido todo
lo que he podido encontrar en todos los planetas de la Galaxia. Si ahora
pudiese encontrar algo más fiable en la Biblioteca Galáctica de... Pero usted
no me deja pronunciar esa palabra.
- Así es. No la pronuncie. En cambio,
dígame que uno de esos documentos le ha llamado la atención, y dígame sus
razones para pensar que ése, entre todos ellos, debería legitimarse.
Pelorat meneó la cabeza.
- Vamos, Golan, si me disculpa por
decírselo, habla como un soldado o un político. No es así cómo funciona la
historia.
Trevize inspiró profundamente y se
contuvo.
- Explíqueme cómo funciona, Janov.
Tenemos dos días! Edúqueme.
- No se puede confiar en una sola
leyenda, ni siquiera en un solo grupo. He tenido que reunirlas todas,
analizarlas, organizarlas, establecer símbolos para representar distintos
aspectos de su contenido; relatos de climas imposibles, detalles astronómicos
de sistemas planetarios en desacuerdo con lo que realmente existe, lugar de
origen de héroes específicamente declarados como no nativos, y centenares de
documentos más. No le enumeraré la lista completa. Dos días no serían
suficientes. Como le he dicho, yo he tardado más de treinta años.
»Después elaboré un programa para que
la computadora examinara todas esas fábulas en busca de componentes comunes, y
busqué una transformación que eliminara las verdaderas imposibilidades. Fui
haciendo un modelo de cómo debió de ser la Tierra. Al fin y al cabo, si todos
los seres humanos se originaron en un solo planeta, ese planeta debe
representar el único hecho que todas las fábulas sobre los orígenes, todos los
relatos sobre los héroes, tienen en común. Bueno, ¿quiere que entre en detalles
matemáticos?
Trevize respondió:
- Ahora no, gracias, pero ¿cómo sabe
que sus matemáticas no le engañarán? Sabemos con certeza que Términus fue
fundado hace sólo cinco siglos y que los primeros seres humanos llegaron como
una colonia desde Trántor, pero habían sido seleccionados por docenas, si no
por centenares, en otros mundos. Sin embargo, alguien que no lo supiera podría
suponer que Hari Seldon y Salvor Hardin, ninguno de los cuales nació en Términus,
procedían de la Tierra, y que Trántor era el nombre que designaba a la Tierra.
Indudablemente, si se emprendiera la búsqueda del Trántor descrito en tiempos
de Seldon, un mundo revestido de metal, no se encontraría y podría ser
considerado una fábula imposible.
Pelorat parecía complacido.
- Retiro mi observación anterior sobre
soldados y políticos, mi querido amigo. Tiene usted una gran intuición.
Naturalmente, tuve que establecer controles. Inventé un centenar de falsedades
basadas en deformaciones de la historia real e imitaciones de fábulas del tipo
que yo había reunido. Después traté de incorporar mis invenciones al modelo.
Una de ellas incluso estaba basada en la historia reciente de Términus. La
computadora las rechazó todas. Absolutamente todas. Sin duda, eso también
podría significar que carezco de inventiva para idear algo razonable, pero hice
lo que pude.
- Estoy seguro de ello, Janov. ¿Qué le
dijo su modelo respecto a la Tierra?
- Una serie de cosas con diversos
grados de verosimilitud. Una especie de perfil. Por ejemplo, aproximadamente un
noventa por ciento de los planetas habitados de la Galaxia tienen períodos
rotativos de veintidós a veintiséis Horas de Tiempo Galáctico.
Pues bien...
Trevize le interrumpió.
- Confío en que no prestara atención a
eso, Janov. Ahí no hay misterio. Para que un planeta sea habitable, no debe
girar con tal rapidez que la circulación de aire produzca condiciones
tormentosas imposibles, ni con tal lentitud que la variación de temperatura sea
extrema. Es una propiedad autoselectiva.
Los seres humanos prefieren vivir en
planetas con características adecuadas y después, cuando todos los planetas
habitables tienen características parecidas, algunos dicen: « ¡Qué asombrosa
coincidencia!», cuando no es nada asombroso y ni siquiera una coincidencia.
- De hecho - dijo Pelorat con
tranquilidad -, éste es un fenómeno muy conocido en la ciencia social. En
física también, me parece..., pero yo no soy físico y no estoy seguro de ello.
En todo caso, se llama «principio antrópico». El observador influye sobre los
sucesos que observa por el simple hecho de observarlos o estar allí para
observarlos. Pero la pregunta es: ¿Dónde está el planeta que sirvió de modelo?
¿Qué planeta gira precisamente en un Día de Tiempo Galáctico o Veinticuatro
Horas de Tiempo Galáctico?
Trevize pareció pensativo y echó hacia
fuera el labio inferior.
- ¿Cree que podría ser la Tierra? El
tiempo galáctico pudo basarse en las características locales de cualquier
mundo, ¿no es verdad?
- No es probable. No se ajustaría a la
forma de ser del hombre. Trántor fue el mundo-capital de la Galaxia durante
doce mil años, el mundo más populoso durante veinte mil años, pero no impuso su
período rotativo de 1,08 Días de Tiempo Galáctico en toda la Galaxia. Y el
período rotativo de Términus es 0,91 DTG, a pesar de lo cual no lo hacemos
valer en los planetas dominados por nosotros. Cada planeta utiliza sus propios
cálculos particulares en su propio sistema de Días Planetarios Locales, y para
cuestiones de importancia interplanetaria se establecen valores, con la ayuda
de computadoras, entre los DPL y los DTG. ¡El Día de Tiempo Galáctico debe
proceder de la Tierra!
- ¿Por qué debe?
- En primer lugar, la Tierra fue una
vez el único mundo habitado, de modo que su día y año debían ser las normas por
las que se regían, y muy probablemente continuaron siéndolo, por inercia
social, a medida que se poblaban otros mundos. Además, el modelo que yo hice
era el de una Tierra que giraba sobre su eje en sólo veinticuatro Horas de
Tiempo Galáctico y que giraba en torno a su sol en sólo un Año de Tiempo
Galáctico.
- ¿No podría ser una coincidencia?
Pelorat se echó a reír.
- Ahora es usted quien habla de
coincidencias. ¿ Se atrevería a apostar que una cosa así es una coincidencia?
- De acuerdo, de acuerdo - murmuró
Trevize.
- De hecho, esto no es todo. Hay una
arcaica medida de tiempo llamada mes...
- He oído hablar de ella.
- Al parecer, corresponde al período de
revolución del satélite de la Tierra alrededor de la Tierra. Sin embargo...
- ¿Sí?
- Bueno, uno de los factores más
asombrosos del modelo es que el satélite que acabo de mencionar es enorme; mide
más de una cuarta parte del diámetro de la misma Tierra.
- Jamás he oído nada igual, Janov. No
hay un solo planeta habitado en toda la Galaxia con un satélite así.
- Pero eso es bueno - dijo Pelorat con
animación -. Si la Tierra es un mundo único en su producción de especies
diferenciadas y en la evolución de la inteligencia, necesitamos alguna
singularidad física.
- Pero ¿qué relación podría tener un
satélite grande con las especies diferenciadas, la inteligencia, y todo eso?
- Bueno, ha puesto el dedo en la llaga.
No lo sé con exactitud. Pero vale la pena estudiarlo, ¿no cree?
Trevize se puso en pie y cruzó los
brazos sobre el pecho.
- ¿Dónde está el problema, entonces?
Consulte las estadísticas sobre planetas habitados y encuentre uno que tenga un
período de rotación. y de revolución de un Día de Tiempo Galáctico y un Año de
Tiempo Galáctico respectivamente. Y si también, posee un satélite gigantesco,
habrá encontrado lo que busca. Deduzco, por eso de que «se me ha ocurrido una
excelente posibilidad», que ya ha hecho todo esto, y que ha encontrado su
mundo.
Pelorat pareció desconcertada.
- Pues, verá, esto no es exactamente lo
que sucedió. Es cierto que repasé las estadísticas, o al menos se lo encargué
al departamento de astronomía y..., bueno, para decirlo sin rodeos, ese mundo
no existe.
Trevize volvió a sentarse bruscamente.
- Pero eso echa por tierra todo su
argumento.
- No del todo, creo yo.
- ¿Cómo que no del todo? Hace un modelo
con toda clase de descripciones detalladas y no logra encontrar nada que
concuerde. Entonces, su modelo no sirve para nada. Tiene que empezar desde el
principio.
- No. Esto sólo significa que las
estadísticas sobre los planetas habitados son incompletas. Al fin y al cabo,
hay decenas de millones de ellos, y algunos son mundos muy oscuros. Por
ejemplo, no hay datos exactos sobre la población de casi la mitad.
Y respecto a seiscientos cuarenta mil
mundos habitados casi no hay más información que sus nombres, y a veces su
localización. Algunos galactógrafos han estimado que puede haber hasta diez mil
planetas habitados que ni siquiera figuran en la lista. Presumiblemente, los
mundos lo prefieren así. Durante la Era Imperial, esto pudo ayudarles a evitar
los impuestos.
- Y en los siglos que siguieron - dijo
Trevize con cinismo -, pudo ayudarles a constituirse en una base para los
piratas, lo cual seguramente se reveló más productivo que el comercio
ordinario.
- Yo no sé nada de eso - dijo Pelorat
en tono de duda.
Trevize prosiguió:
- De todos modos, creo que la Tierra
tendría que estar en la lista de planetas habitados, cualesquiera que fuesen
sus propios deseos. Por definición, sería el más viejo de todos ellos, y no
pudo ser pasado por alto en los primeros siglos de civilización galáctica. Y
una vez en la lista, permanecería en ella. No hay duda de que también ahora
podemos contar con la inercia social.
Pelorat titubeó y pareció angustiado.
- En realidad, hay... hay un planeta
llamado Tierra en la lista de planetas habitados.
Trevize lo miró con asombro.
- Tengo la impresión de que, hace un
rato, me ha dicho que la Tierra no figuraba en la lista.
- Como la Tierra, así es. Sin embargo,
hay un planeta llamado Gaia.
- ¿Qué tiene eso que ver? ¿Gahyah?
- Se deletrea G-A-I-A. Significa
«Tierra».
- ¿Por qué significaría Tierra, Janov,
en vez de cualquier otra cosa? Ese nombre no tiene sentido para mí.
El rostro normalmente inexpresivo de
Pelorat se distendió en algo semejante a una mueca.
- No sé si creerá lo que voy a
decirle... Si me guío por mi análisis de las leyendas, en la Tierra había
varios idiomas distintos, mutuamente ininteligibles.
- ¿Qué?
- Si. Al fin y al cabo, nosotros
tenemos mil modos de hablar distintos en toda la Galaxia...
- Es cierto que en toda la Galaxia hay
variaciones dialécticas, pero no son mutuamente ininteligibles. Y aunque
comprender algunas, de ellas sea un poco difícil, todos compartimos el idioma
galáctico.
- Desde luego, pero hay constantes
viajes interestelares. ¿Y si algún mundo estuviera aislado durante un largo
período?
- Pero usted habla de la Tierra. Un
solo planeta. ¿Dónde está el aislamiento?
- No olvide que la Tierra es el planeta
de origen, donde en una época la humanidad debió ser más primitiva de lo
imaginable. Sin viajes interestelares, sin computadoras, sin tecnología de
ninguna clase, evolucionando a partir de antepasados no humanos.
- Es tan ridículo...
Pelorat bajó la cabeza con evidente
turbación.
- Quizá sea mejor no hablar de ello, querido
muchacho. Nunca he conseguido que resultara convincente para nadie. Es culpa
mía, estoy seguro.
Trevize se mostró instantáneamente
contrito.
- Janov, le pido perdón. He hablado sin
pensar. Después de todo, éstos son puntos de vista a los que no estoy
acostumbrado. Usted ha estado desarrollando sus teorías durante más de treinta
años, mientras que yo es la primera vez que las oigo. Tiene que ser indulgente.
Escuche, me imaginaré que la Tierra está habitada por unos seres primitivos que
hablan dos lenguas completamente distintas y mutuamente ininteligibles...
- Media docena, tal vez - dijo Pelorat
con timidez -. Es posible que la Tierra estuviera dividida en varias áreas de
tierra, y es posible que, al principio, no hubiera comunicaciones entre ellas.
Los habitantes de cada área de tierra debieron desarrollar una lengua
individual.
Trevize aventuró con cautelosa
gravedad:
- Y es posible que en cada una de estas
áreas de tierra, una vez se tuvo conocimiento de las demás, debatieran la
«Cuestión del Origen» y se preguntaran en cuál de ellas los seres humanos
habían surgido de otros animales por primera vez.
- Es muy posible, Golan. Sería una
actitud muy natural por su parte.
- Y en una de estas lenguas, Gaia
significa Tierra. Y la misma palabra «Tierra» se deriva de otra de esas
lenguas.
- Sí, sí.
- Y mientras que el idioma galáctico se
derivó de la lengua en que «Tierra» significa «Tierra», los habitantes .de la
Tierra llaman «Gaia» a su planeta porque así se le designaba en otra de sus
lenguas.
- ¡Exactamente! Es usted muy rápido,
Golan.
- Pero a mí me parece que no es
necesario hacer un misterio de todo esto. Si Gaia es realmente la Tierra, a
pesar de la diferencia de nombres, Gaia, según su argumento anterior, debe
tener un periodo de rotación de un Día Galáctico, un período de revolución de
un Año Galáctico, y un satélite gigantesco que gira a su alrededor en un mes.
- Si, tendría que ser así.
- Pero, ¿reúne o no reúne estos
requisitos?
- No lo sé. La información no consta en
las tablas.
- ¿En serio? Entonces, Janov, ¿qué le
parece si vamos a Gaia y cronometramos sus períodos y observamos su satélite?
- Me gustaría, Golan - titubeó Pelorat
-. Lo malo es que su localización tampoco consta en ningún sitio.
- ¿Quiere decir que todo lo que tiene
es el nombre y nada más, y que ésta es su excelente posibilidad?
- ¡Precisamente por este motivo quiero
ir a la Biblioteca Galáctica!
- Bueno, espere. Dice que las tablas no
dan la situación exacta. ¿Dan algún tipo de información?
- Lo sitúan en el sector. de Sayshell...
y añaden un interrogante.
- Entonces... Janov, no se desanime.
¡Iremos al sector de Sayshell y nos las arreglaremos para encontrar Gaia!.
7
CAMPESINO
23
Stor Gendibal corría a ritmo moderado
por el camino rural cercano a la universidad. No era habitual que los miembros
de la Segunda Fundación se internaran en el mundo campesino de Trántor.
Indudablemente, podían hacerlo, pero cuando lo hacían, no llegaban muy lejos ni
estaban demasiado rato.
Gendibal era una excepción y, en
tiempos pasados, se había preguntado por qué. Formularse toda clase de
preguntas significaba explorar la propia mente, algo que los oradores, en
particular, eran alentados a hacer. Sus mentes eran simultáneamente sus armas y
sus blancos, y tenían que estar bien entrenados tanto en el ataque como en la
defensa.
Gendibal había llegado a la conclusión,
muy satisfactoria para él, de que era diferente porque procedía de un planeta
más frío y más macizo que la media de los planetas habitados. Cuando le
llevaron a Trántor siendo un muchacho (a través de la red tendida secretamente
sobre la Galaxia por agentes de la Segunda Fundación en busca de talento), se
encontró, por lo tanto, en un campo de gravedad más ligero y un clima
deliciosamente suave. Naturalmente disfrutaba más que otros estando al aire
libre.
Durante sus primeros años en Trántor
adquirió conciencia de su constitución menuda y enclenque, y temió que el
asentamiento en la comodidad de un mundo benigno le volviera realmente fofo.
Por lo tanto, empezó a realizar una serie de ejercicios físicos que, a pesar de
no haber transformado su apariencia, lo mantenían fuerte y ágil. Parte de su
régimen eran estos largos paseos, sobre los que murmuraban algunos miembros de
la Mesa de Oradores. Gendibal hacía caso omiso de sus habladurías.
Mantenía sus propias costumbres, pese
al hecho de pertenecer a una primera generación. Todos los demás miembros de la
Mesa pertenecían a una segunda o tercera generación, y tenían padres y abuelos
que habían sido integrantes de la Segunda Fundación. Además, eran mayores que
él. Así pues, ¿qué podía esperarse más que murmuraciones?
Según una vieja costumbre, todas las
mentes de la Mesa de Oradores estaban abiertas (supuestamente en su totalidad,
aunque era raro el orador que no mantuviera un rincón de intimidad en alguna
parte, a la larga inútilmente, claro) y Gendibal sabía que lo que sentían era
envidia. Ellos también lo sabían, del mismo modo que Gendibal sabía que su
propia actitud era defensiva, para compensar su ambición.
Y ellos tampoco lo ignoraban.
Además (la mente de Gendibal volvió a
las razones de sus paseos por el campo), había pasado su infancia en un mundo
completo, extenso y hermoso, con paisajes grandiosos y variados, y en un fértil
valle de ese mundo, rodeado por lo que él consideraba la cordillera más bella
de la Galaxia, que resultaba increíblemente espectacular en el riguroso
invierno de ese mundo. Recordó su antiguo mundo y las glorias de una infancia
ya lejana. Soñaba a menudo con ello. ¿Cómo podía resignarse a permanecer
confinado en unas pocas docenas de kilómetros cuadrados de arquitectura
antigua?
Miró despectivamente a su alrededor
mientras corría. Trántor era un mundo benigno y agradable, pero no escarpado y
hermoso. A pesar de ser un mundo agrícola, no era un planeta fértil.
Nunca lo había sido. Quizás esto, junto
con otros factores, fue la razón de que se convirtiera en el centro
administrativo de, primero, una extensa unión de planetas, y después un Imperio
Galáctico. No tenía ninguna cualidad especial para ser otra cosa. No era extraordinariamente
bueno en ningún sentido.
Tras el Gran Saqueo, lo único que
mantuvo a Trántor en pie fue sus enormes reservas de metal. Era una gran mina
que abastecía a medio centenar de mundos de acero de aleación, aluminio,
titanio, cobre, magnesio... De este modo devolvía lo que había acumulado
durante miles de años, y sus existencias se reducían a una velocidad cientos de
veces superior a la velocidad original de acumulación.
Aún había enormes reservas de metal,
pero estaban bajo tierra y era difícil llegar a ellas. Los campesinos
hamenianos (que nunca se llamaban a sí mismos «trantoríanos», término que ellos
consideraban de mal agüero y, por lo tanto, los miembros de la Segunda
Fundación se reservaban para sí) se mostraban reacios a seguir tratando con el
metal. Superstición, indudablemente.
Una insensatez por su parte. El metal
que permanecía bajo tierra bien podía estar envenenando el suelo y mermando aún
más su fertilidad. Y sin embargo, por otro lado, la población estaba muy
extendida y vivían de la tierra. Y siempre había alguna venta de metal.
Los ojos de Gendibal recorrieron el
llano horizonte. Trántor estaba geológicamente vivo, como casi todos los
planetas habitados, pero habían transcurrido cien millones de años, por lo
menos, desde que tuvo lugar el último período geológico importante de formación
montañosa. Todas las altiplanicies existentes habían sido erosionadas hasta
convertirse en colinas suaves. En realidad, muchas de ellas habían sido
allanadas durante el gran período de revestimiento metálico de la historia de
Trántor.
Al sur, más allá del alcance de la
vista, estaba la Costa de capital Bay, y aun más allá, el océano Oriental;
ambos se habían vuelto a formar tras la rotura de las cisternas subterráneas.
Hacia el norte estaban las torres de la
universidad galáctica, oscureciendo la biblioteca (que era comparativamente más
achatada y ancha, y subterránea en su mayor parte), y los restos del Palacio
Imperial, todavía más al norte.
A su alrededor había granjas en las
cuales se veía algún edificio de vez el cuando. Pasó junto a grupos de vacas,
cabras y gallinas, la amplia variedad de animales domésticos que se encontraba
en cualquier granja trantoriana. Ninguno de ellos le prestó atención.
Gendibal pensó que en cualquier lugar
de la Galaxia, en cualquiera de los muchos mundos habitados, vería esos mismos
animales, y que en ninguno de ellos serían exactamente iguales. Recordó las
cabras de su hogar y su dócil cabrita particular a la que en otros tiempos
había ordeñado. Eran mucho más grandes y resueltas que los pequeños y
filosóficos ejemplares traídos a Trántor y criados allí desde el Gran Saqueo.
En todos los mundos habitados de la Galaxia había variedades de cada uno de
estos animales en número imposible de calcular, y no había hombre alguno en
ningún mundo que no jurara por su variedad favorita, ya fuera por su carne, su
leche, sus huevos, su lata, o lo que pudiera producir.
Como de costumbre, no había ningún
hameniano a la vista. Gendibal tenía el presentimiento de que los campesinos
procuraban no dejarse ver por los que ellos llamaban «serios» (una
degeneración, quizá deliberada, de la palabra «sabios» en su dialecto). Otra
superstición.
Gendibal alzó los ojos hacia el sol de
Trántor. Estaba bastante alto, pero su calor no era opresivo. En ese lugar, en
esa latitud, el calor nunca agobiaba y el frío nunca helaba. (Gendibal incluso
añoraba el frío intenso algunas veces, o eso se imaginaba. Nunca había vuelto a
su mundo de origen. Quizá, se confesaba a sí mismo, porque no quería
desilusionarse.)
Tuvo la agradable sensación de unos
músculos flexibles y ejercitados al máximo, y decidió que ya había corrido
bastante. Redujo la velocidad a un paso normal, respirando profundamente.
Ya estaba dispuesto para la próxima
reunión de la Mesa y para un último empujón que provocara un cambio de
política, una nueva actitud que reconociera el creciente peligro de la Primera
Fundación y otros lugares, y que pusiera fin a la fatal confianza en el
«perfecto» funcionamiento del Plan. ¿Cuándo comprenderían que la misma
perfección era la señal dé peligro más clara?
De haberlo propuesto cualquier otro,
habría sido aceptado sin problemas, y él lo sabia. Tal como estaban las cosas,
habría problemas, pero lo aceptarían de todos modos, pues el viejo Shandess le
respaldaba e indudablemente continuaría haciéndolo.
No desearía figurar en los libros de
historia como el único primer orador bajo el cual la Segunda Fundación se había
marchitado.
¡Hameniano!
Gendibal se sobresaltó. Fue consciente
del lejano zarcillo mental mucho antes de ver a la persona. Era una mente
hameniana, de campesino, burda y nada sutil. Gendibal se retiró cautelosamente,
dejando una huella tan ligera que resultara imposible de descubrir. La política
de la Segunda Fundación era muy firme en este aspecto. Los campesinos eran los
inconscientes protectores de la Segunda Fundación. Había que interferir lo
menos posible.
Cualquiera que visitara Trántor por
negocios o turismo nunca veía nada más que campesinos, y quizás algunos sabios
insignificantes que vivían en el pasado. Si los campesinos desaparecían o su
inocencia era alterada, los sabios serían más conspicuos y eso tendría
resultados catastróficos. (Esta era una de las demostraciones clásicas que los
universitarios novatos debían realizar por sí solos. Las tremendas desviaciones
exhibidas en el Primer Radiante, cuando las mentes de los campesinos sufrían la
más ligera alteración, eran asombrosas.)
Gendibal lo vio. Indudablemente era un
campesino, hameniano hasta la médula. Casi parecía una caricatura de lo que
debía ser un campesino trantoriano: alto y corpulento, de piel morena,
toscamente vestido, con los brazos desnudos, el cabello oscuro, los ojos
oscuros, y una torpe manera de andar. Gendibal incluso creyó percibir su olor a
establo. (No debía despreciarlos tanto, pensó. A Preem Palver no le había
importado desempeñar el papel de campesino cuando fue necesario para sus
planes. Vaya un granjero debió de ser; bajo, rollizo y apacible. Fue su mente
lo que engañó a la joven Arkady, no su cuerpo.)
El campesino se iba acercando a él,
caminando torpemente, mirándolo sin disimulo, cosa que hizo fruncir el ceño a
Gendibal. Ningún hameniano, fuera hombre o mujer, lo había mirado jamás de ese
modo. Incluso los niños echaban a correr y escudriñaban desde lejos.
Gendibal no aflojó su propio paso.
Había espacio suficiente para cruzarse con el otro sin un comentario o una
mirada, y eso sería lo mejor. Decidió mantenerse alejado de la mente del
campesino.
Gendibal se hizo a un lado, pero el
campesino no siguió adelante. Se detuvo, separó las piernas, extendió sus
fornidos brazos como para cerrarle el paso y dijo:
- ¡Hey! ¿Ser tú serio?
Aunque lo intentó, Gendibal no pudo
dejar de percibir la oleada de belicosidad que surgió de aquella mente. Se
detuvo. Sería imposible intentar pasar de largo sin conversación, y eso
resultaría, en sí mismo, una labor fatigosa. Habituado como estaba a la veloz y
sutil interacción de sonido, expresión, pensamiento y mentalidad que se
combinaban para formar la comunicación entre los miembros de la Segunda
Fundación, era muy fastidioso recurrir únicamente a la combinación de palabras.
Era como levantar una piedra con el brazo y el hombro, teniendo una palanca al
lado.
Gendibal contestó, tranquilamente y con
cautelosa falta de emoción:
- Soy un sabio. Sí.
- ¡Hey! Tú soy un serio. ¿No hablas tú
como uno? ¿Y no puedo yo ver que tú ser uno o soy uno?
- Inclinó burlonamente la cabeza -.
Siendo, como tú ser, pequeño y débil y pálido y orgulloso.
- ¿Qué quieres de mí, hameniano? –
preguntó Gendibal, impasible.
- Yo ser llamado Rufirant. Y Karoll ser
mi primero. - Su acento se tornó perceptiblemente más hameniano. Arrastraba las
erres con un sonido gutural.
Gendibal dijo:
- ¿Qué quieres de mi, Karoll Rufirant?
-¿Y cómo ser tú llamado, serio?
- ¿Acaso importa? Puedes continuar
llamándome «sabio».
- Si yo pregunto, importa que tú
contestes, pequeño serio orgulloso.
- Bueno, en ese caso, me llamo Stor
Gendibal y ahora debo atender a mis asuntos.
- ¿Cuáles ser tus asuntos? .
Gendibal notó que se le erizaba el vello
de la nuca. Había otras mentes presentes. No necesitó volverse para saber que
había otros tres hamenianos detrás de él. Algo más lejos había otros. El olor a
campesino era fuerte.
- Mis asuntos, Karoll Rufirant, no son
de vuestra incumbencia.
- ¿Verdad? - Rufirant alzó la voz -.
Compañeros, dice que sus asuntos no ser nuestros.
Hubo una carcajada a su espalda y se
oyó una voz.
- Dice verdad, porque sus asuntos ser
los libros y las computadoras, y eso ser malo para los verdaderos hombres.
- Cualesquiera que sean mis asuntos -
dijo Gendibal con firmeza -, ahora debo marcharme.
- ¿Y cómo harás eso, serio? - preguntó
Rufirant.
- Pasando junto a ti.
- ¿Tú lo intentarías? ¿Tú no temerías
ser detenido?
- ¿Por ti y todos tus compañeros? ¿O
por ti solo?
- Gendibal adoptó súbitamente el
dialecto hameniano -. ¿Tener miedo de luchar solo?
Estrictamente hablando, no era correcto
pincharle de esa manera, pero impediría un ataque en masa y había que
impedirlo, con objeto de que no provocara una indiscreción aún mayor por su
parte.
Dio resultado. La expresión. de
Rufirant se tornó amenazadora.
- Si hay miedo, librero, tú ser el que
lo tienes.
Compañeros, atrás. Hacer sitio y
dejarle pasar para que él vea si tengo miedo.
Rufirant levantó sus fornidos brazos y
los agitó en el aire. Gendibal no temía la ciencia pugilistica del campesino;
pero siempre había la posibilidad de que un golpe bien dirigido diera en el
blanco.
Gendibal se acercó cautelosamente,
trabajando con delicada velocidad en la mente de Rufirant. No mucho, sólo un
toque imposible de detectar, pero sí lo suficiente para adormecer sus reflejos.
Después se retiró, y fue introduciéndose en las de todos los demás, que ahora
ya eran bastantes. La mente del orador Gendibal siguió trabajando con
virtuosismo, sin quedarse en una mente el tiempo suficiente para dejar marca,
pero si el necesario para detectar algo que pudiera resultarle útil.
Se acercó al campesino con prudencia,
alerta, consciente y aliviado de que nadie hiciera ademán de intervenir.
Rufirant atacó de repente, pero
Gendibal lo leyó en su mente, antes de que uno solo de sus músculos empezara a
tensarse, y se hizo a un lado. El golpe se perdió en el vacío, aunque casi le
rozó. Pero Gendibal se mantuvo firme. Los otros exhalaron un suspiro colectivo.
Gendibal no intentó parar o devolver
ningún golpe. Lo primero habría sido difícil sin paralizar su propio brazo y lo
segundo habría sido inútil, pues el campesino lo resistiría sin dificultad.
Sólo podía manejar al hombre como si
fuera un toro, obligándole a fallar. Eso serviría para desmoralizarle de un
modo que una oposición directa no podría hacer.
Como un toro furioso, Rufirant cargó.
Gendibal estaba preparado y se apartó lo suficiente para que el campesino
fallara el golpe. Una nueva carga un nuevo fallo.
Gendibal notó que su propia respiración
empezaba a silbar a través de su nariz. El esfuerzo físico era pequeño, pero el
esfuerzo mental de intentar controlar sin excederse era enormemente difícil. No
lo resistiría mucho más.
Oprimió ligeramente el mecanismo disparador
del miedo de Rufirant, intentando despertar de un modo minimalista lo que sin
duda era el supersticioso temor del campesino hacia los sabios, y dijo con la
máxima tranquilidad posible:
- Ahora me marcho.
La cara de Rufirant enrojeció de ira,
pero durante un momento no se movió. Gendibal percibió sus pensamientos. El
pequeño sabio se había desvanecido como por arte de magia. Gendibal notó que el
temor del otro aumentaba, y durante un momento...
Pero después la ira hameniana surgió
con más fuerza y ahogó el miedo.
Rufirant gritó:
- ¡Compañeros! El serio ser bailarín.
Salta sobre mis pies ágiles y desprecia las reglas del honesto golpe por golpe
hameniano. Agarradlo. Sujetadlo.
Ahora cambiaremos golpe por golpe. El
puede ser el primero en golpear, ventaja que le doy, y yo... yo seré el último.
Gendibal observó los huecos que
quedaban entre aquellos que ahora lo rodeaban. Su única oportunidad era
mantener una abertura el tiempo suficiente para pasar, y después echar a
correr, confiando en su propia agilidad y en su capacidad para embotar la
voluntad de los campesinos.
Hizo un regate tras otro, con la mente
dolorida por el esfuerzo.
No daría resultado. Había demasiados y
la necesidad de ajustarse a las reglas de la conducta trantoriana era demasiado
constrictiva.
Notó unas manos sobre sus brazos. Lo
sujetaron.
Tendría que introducirse al menos en
unas cuantas de aquellas mentes. Sería inaceptable y su carrera quedaría
destruida. Pero su vida, su propia vida estaba en peligro.
¿Cómo había sucedido una cosa así?
24
La reunión de la Mesa no estaba
completa. No era costumbre esperar si algún orador llegaba tarde. Además, pensó
Shandess, la Mesa tampoco estaba en disposición de esperar. Stor Gendibal era
el más joven y no parecía consciente de este hecho. Actuaba como si la juventud
fuese una virtud en si misma y la edad una cuestión de negligencia por parte de
aquellos que deberían ser más sabios. Gendibal no gozaba del aprecio de los
demás oradores. Pero éste no era el asunto que ahora se debatía.
Delora Delarmi interrumpió su
ensoñación. Estaba mirándolo con sus grandes ojos azules, y su redonda cara,
con su acostumbrado aire de inocencia y cordialidad, encubría una mente aguda
(para todos excepto para los miembros de la Segunda Fundación de su propio rango)
y ferocidad de concentración. Con una sonrisa, dijo:
- Primer orador, ¿seguimos esperando? -
la reunión aún no había sido declarada oficialmente abierta de modo que,
estrictamente hablando, podía iniciar la conversación, aunque otro habría
esperado que Shandess hablara primero por respeto a su título.
Shandess la miró con benevolencia, a
pesar de la leve falta de cortesía.
- Normalmente no lo haríamos, oradora
Delarmi, pero ya que la Mesa se reúne precisamente para oír al orador Gendibal,
es aconsejable quebrantar la costumbre.
- ¿Dónde está, primer orador?
- Eso, oradora Delarmi, no lo sé.
Delarmi miró en torno al rectángulo de
caras.
Estaba el primer orador y lo que
debería haber sido otros once oradores. Sólo doce. A lo largo de cinco siglos,
la Segunda Fundación había aumentado sus atribuciones y sus deberes, pero todos
los intentos para aumentar el número de miembros de la Mesa más allá de doce
habían fracasado.
Habían sido doce tras la muerte de
Seldon, cuando el segundo primer orador (el propio Seldon siempre había sido
considerado como el primero de ellos) lo decidió así, y seguían siendo doce.
¿Por qué doce? Este número podía
dividirse fácilmente en grupos de idéntico tamaño. Era suficientemente pequeño
para consultarse como un todo y suficientemente grande para trabajar en
subgrupos. Mayor, habría sido difícil de manejar; menor, demasiado inflexible.
Eso decían las explicaciones. De hecho,
nadie sabía por qué había sido elegido ese número, o por qué debía ser
inmutable. Pero, bueno, incluso la Segunda Fundación podía ser esclava de la
tradición.
Delarmi sólo requirió un fugaz momento
para que su mente pasara revista a la cuestión, mientras miraba una cara tras
otra, y una mente tras otra, y después, sardónicamente, el asiento vacío, el
asiento del orador más nuevo.
Le satisfacía que nadie simpatizara con
Gendibal. En su opinión, el joven tenía todo el encanto de un ciempiés y había
que tratarlo como tal. Hasta entonces, sólo su incuestionable capacidad y
talento habían impedido que alguien propusiera abiertamente un juicio de
expulsión. (Sólo dos oradores habían sido residenciados, aunque no condenados,
durante los cinco siglos de historia de la Segunda Fundación.)
Sin embargo, el evidente desprecio que
implicaba
faltar a una reunión de la Mesa era
peor que muchas ofensas, y a Delarmi le satisfizo observar que la
predisposición a un juicio había aumentado considerablemente.
- Primer orador, si usted ignora el
paradero del Orador Gendibal, yo tendré sumo gusto en decírselo - manifestó.
- ¿Sí, oradora?
- ¿Quién de nosotros no sabe que ese
joven no utilizó ningún tratamiento honorífico para designarle y, naturalmente,
todos lo notaron - encuentra continuos pretextos para estar entre los
hamenianos? No se cuales pueden ser esos pretextos, pero en este momento está
con ellos y su interés por ellos es suficientemente importante para tener
prioridad sobre esta Mesa.
- Creo - dijo otro de los oradores -
que únicamente anda o corre como una forma de ejercicio físico.
Delarmi volvió a sonreír. Le gustaba
sonreír, No le costaba nada.
- La universidad, la biblioteca, el
palacio y todos los terrenos que los rodean son nuestros. Es pequeño en
comparación con el planeta entero, pero hay espacio suficiente, creo yo, para
el ejercicio físico.., Primer orador, ¿no deberíamos empezar?
El primer orador suspiró interiormente.
Tenía plenos poderes para seguir haciendo esperar a la Mesa, o incluso para
aplazar la reunión hasta un momento en que Gendibal estuviera presente. Sin
embargo, ningún primer orador podía desenvolverse satisfactoriamente durante
mucho tiempo sin el apoyo, al menos pasivo, de los demás oradores, y nunca era
aconsejable irritarles, Incluso Preem Palver había tenido que recurrir alguna
vez a los halagos para salirse con la suya. Además, la ausencia de Gendibal era
irritante, aun para el primer orador. El joven orador necesitaba saber que no
era tan importante como suponía.
Y ahora, como primer orador, fue el
primero en hablar, diciendo:
- Empezaremos. El orador Gendibal ha
expuesto algunas deducciones sorprendentes basadas en los datos del Primer
Radiante. Cree que hay una organización que trabaja para mantener el Plan
Seldon más eficientemente que nosotros mismos, y que lo hace en su propio
beneficio. Por lo tanto, él opina que debemos averiguar algo más al respecto
para poder defendernos. Todos ustedes, ya han sido informados sobre el tema, y
esta reunión es para darles la oportunidad de interrogar al orador Gendibal, a
fin de poder llegar a alguna conclusión sobre la política futura.
De hecho, era incluso innecesario decir
tanto. Shandess mantuvo su mente abierta de modo que todos lo sabían, Hablar
era una cuestión de cortesía.
Delarmi miró rápidamente a su
alrededor. Los otros diez parecían dispuestos a dejarle asumir el papel de
portavoz anti-Gendibal.
Sin embargo, Gendibal - volvió a omitir
el tratamiento honorífico - no sabe y no puede decir qué o quién es esa otra
organización. Lo formuló inequívocamente como una afirmación que rozaba la
descortesía. Fue tanto como decir: Puedo analizar su mente; no necesita
molestarse en explicar nada.
El primer orador percibió la
descortesía y tomó una rápida decisión de hacer caso omiso de ella.
- El hecho de que el orador Gendibal –
evito puntillosamente la omisión del tratamiento honorífico y ni siquiera
recalcó el hecho subrayándolo- no sepa y no pueda decir qué es la otra
organización, no significa que no exista. Los habitantes de la Primera
Fundación, a lo largo de casi toda su historia, no sabían virtualmente nada de
nosotros y, de hecho, ahora apenas saben algo más. ¿.Dudan ustedes de nuestra
existencia?
- Esto no significa - dijo Delarmi -
que, porque nosotros seamos desconocidos y no obstante existamos, cualquier
cosa, a fin de existir, sólo necesite ser desconocida. - Y se rió alegremente.
- Muy. cierto. Este es el motivo por el
que la aseveración del orador Gendibal debe ser examinada cuidadosamente. Se
basa en una rigurosa deducción matemática, que yo mismo he revisado y que todos
ustedes deberían estudiar. No es - buscó el matiz mental que mejor expresara su
opinión - antilógico.
- ¿Y ese miembro de la Primera
Fundación, Golan Trevize, que ronda por su mente pero que usted no menciona? -
Otra descortesía y esta vez el primer orador enrojeció un poco.
- El orador Gendibal cree que ese
hombre, Trevize, es el instrumento, quizás inconsciente, de esa Organización y
que no debemos hacer caso omiso de él - respondió el primer orador.
- Si - dijo Delarmi, reclinándose en su
asiento y echando hacia atrás su cabello gris - esa organización, sea lo que
sea, existe, y si es peligrosamente poderosa por sus aptitudes mentales y tan
secreta, ¿puede estar maniobrando tan abiertamente por medio de alguien tan
conspicuo como un consejero exilado de la Primera Fundación?
El primer orador dijo gravemente:
- Podría pensarse que no. Sin embargo,
yo he observado algo de lo más alarmante. No lo comprendo.
- De un modo casi involuntario, sepultó
el pensamiento en su mente, avergonzado de que los otros pudieran verlo.
Todos los oradores advirtieron la
acción mental, y, tal como estaba rigurosamente prescrito, respetaron la
vergüenza. Delarmi también lo hizo, pero lo hizo con impaciencia.
- ¿Podemos suplicar que nos permita
conocer sus pensamientos, ya que comprendemos y perdonamos la vergüenza que
usted pueda sentir? - preguntó utilizando la fórmula adecuada.
El primer orador dijo:
- Como ustedes, yo no veo por qué
deberíamos suponer que el consejero Trevize es un instrumento de la otra
organización, o a qué fin podría servir si lo fuera. Sin embargo, el orador
Gendibal parece seguro de ello, y nadie puede desestimar el posible valor
intuitivo de quien ha llegado a ser orador. Por lo tanto, intenté aplicar el
Plan a Trevize.
- ¿A una sola persona? - dijo uno de
los oradores con sorpresa, y luego indicó su contrición por haber acompañado la
pregunta con un pensamiento que equivalía claramente a: ¡Qué tonto!
- A una sola persona - dijo el primer
orador -, y tiene usted razón. ¡Qué tonto soy! Sé muy bien que el Plan no puede
aplicarse a una sola persona, ni siquiera a pequeños grupos de personas. No
obstante, tenía curiosidad. Extrapolé las intersecciones interpersonales más
allá de los límites razonables, pero lo hice de dieciséis modos distintos y
escogí una región más que un punto. Después utilicé todos los detalles que
sabemos acerca de Trevize, un consejero de la Primera Fundación nunca pasa
completamente desapercibido, y de la alcaldesa de la Fundación. Entones lo
mezclé todo, sin orden ni concierto, me temo. - Hizo Una pausa.
- ¿Y bien? - dijo Delarmi -. Deduzco
que... ¿Fueron sorprendentes los resultados? .
- Como todos ustedes ya habrán
supuesto, no hubo resultados de ninguna clase - dijo el primer orador -. No se
puede hacer nada con una sola persona, y sin embargo..., y sin embargo...
- ¿Y sin embargo?
- He pasado cuarenta años analizando resultados
y estoy acostumbrado a tener una clara sensación de cuáles serán los resultados
antes de analizarlos; y me he equivocado pocas veces. En este caso, a pesar de
que no hubo resultados, tuve la firme sensación de que Gendibal estaba en lo
cierto y Trevize debía ser vigilado.
- ¿Por qué, primer orador? - preguntó
Delarmi, claramente desconcertada por la firme sensación en la mente del primer
orador.
- Me siento avergonzado - dijo el
primer orador - por haber cedido a la tentación de usar el Plan para un fin que
no le corresponde. Me siento mucho más avergonzado ahora por dejarme influir
por algo que es puramente intuitivo. Sin embargo, debo hacerlo, pues la
sensación es muy fuerte. Si el orador Gendibal está en lo cierto, si nos
amenaza un peligro desconocido, tengo la sensación de que cuando llegue el
momento de la crisis, será Trevize quien tenga y juegue la carta decisiva.
- ¿En qué se basa para sentir así? -
dijo Delarmi, escandalizada.
El primer orador Shandess miró en torno
a, la mesa con expresión desconsolada.
- No tengo ninguna base. Las
matemáticas psicohistóricas no revelan nada, pero cuando observé la interacción
de relaciones, me pareció que Trevize era la clave de todo. Hay que prestar
atención a ese joven.
25
Gendibal comprendió que no regresaría a
tiempo para incorporarse a la reunión de la Mesa. Incluso era posible que no
regresara nunca.
Lo sujetaban con firmeza y sondeó
desesperadamente a su alrededor para descubrir cómo podía obligarles a
soltarlo.
Rufirant se encontraba ahora frente a
él exultante.
- ¿Estar preparado ahora, serio? Golpe
por golpe, porrazo por porrazo, al estilo hameniano. Vamos, tú ser el más
pequeño; golpea el primero.
- Entonces, ¿te sujetará alguien a ti,
igual que a mí? - preguntó Gendibal.
Rufirant dijo:
- Soltadle. Nah, nah. Sólo los brazos.
Dejad libre los brazos, pero sujetad fuerte las piernas. No queremos bailes.
Gendibal se sintió clavado al suelo.
Sus brazos estaban libres.
- Golpea, serio - dijo Rufirant -.
Danos un golpe.
Y entonces la inquisidora mente de
Gendibal encontró algo que respondió: indignación, un sentimiento de injusticia
y pena. No tenía alternativa; debería correr el riesgo de un fortalecimiento
total y después improvisar sobre la base de...
¡No hubo necesidad! No había tocado
esta nueva mente, pero reaccionó como él habría deseado Exactamente.
De pronto se dio cuenta de que una
pequeña figura, robusta, con el cabello negro, largo y enmarañado, y los brazos
extendidos entró rápidamente en su campo de visión y empujó con brusquedad al
campesino hameniano.
La figura pertenecía a una mujer.
Gendibal pensó con severidad que era una consecuencia de su gran tensión y
preocupación no haber reparado en ello hasta que sus ojos así se lo dijeron.
- ¡Karoll Rufirant! - chilló al
campesino -. ¡Tú ser bruto y cobarde!
¿Golpe por golpe, al estilo hameniano? Tú ser dos veces el tamaño del serio.
Estarás en más peligro atacándome a mí. ¿Hay fama en empellar a un pobre
escuálido? Hay vergüenza, estoy pensando. Serán un buen montón de dedos
señalando y todos dirán: «Ese ser Rufirant, famoso pega-bebés.» Será risa,
estoy pensando, y ningún hameniano decente beberá contigo... y ninguna
hameniana decente andará contigo.
Rufirant intentaba contener el
torrente, parando los golpes que ella le dirigía, respondiendo débilmente con
un apaciguador: «Vamos, Sura. Vamos, Sura.»
Gendibal fue consciente de que las
manos ya no lo sujetaban, de que Rufirant ya no lo miraba, de que las mentes de
todos ellos ya no le prestaban atención.
Sura tampoco se la prestaba; su furia
estaba concentrada únicamente en Rufirant. Gendibal, ya recobrado, tomó medidas
para mantener esa furia y consolidar la inquietante vergüenza que llenaba la
mente de Rufirant, y para hacer ambas cosas tan ligera y hábilmente que no
dejaran marca. Tampoco ahora hubo necesidad.
La mujer dijo:
- Todos vosotros un paso atrás.
Escuchad bien. Si no ser suficiente que este Karoll, basura ser como gigante
para este famélico, tiene que haber cinco o seis más de vosotros aliados,
amigos para compartir su vergüenza y volver a la granja con gloriosa historia
de arrojo en pegar bebés. «Yo sujeté el brazo del escuálido», dirás tú, «y
gigantesco Rufirant-tarugo le dio en la cara cuando él no estaba para devolver
golpe.» Y tú dirás: «Pero yo sujeté su pie, así que dadme también gloria.» Y
Rufirant-zoquete dirá: «Yo no podía tenerle en su sitio, así que mis compañeros
de arado lo cogieron y, con la ayuda de los seis, le gané.»
- Pero, Sura - objetó Rufirant, casi
gimoteando -, dije a serio que podía dar primer golpe.
- Y temeroso estabas de los fuertes
golpes de sus delgados brazos, ¿no ser así, Rufirant-cabeza dura? Vamos. Déjale
ir adonde va, y el resto de vosotros a vuestras casas derechos, si ser que
estas casas aún quieren hacer un recibimiento para vosotros. Todos teníais grandes
esperanzas de que las hazañas de este día ser olvidadas. Y no lo serán, por,
que yo las esparciré por todas partes si me hacéis rabiar más furiosamente de
lo que rabio ¿hora.
Se alejaron en silencio, con la cabeza
gacha, sin volver la vista atrás.
Gendibal les siguió con la mirada, y
después miró de nuevo a la mujer. Iba vestida con blusa y pantalones, y unos
toscos zapatos cubrían sus pies.
Tenía la cara mojada de sudor y
respiraba fuerte, mente. Su nariz era bastante grande; su pecho, voluminoso (por
lo que Gendibal pudo ver a través de la holgura de la blusa); sus desnudos
brazos, musculosos. Pero es que las hamenianas trabajaban en los campos junto a
sus hombres.
Estaba mirándole severamente, con los
brazos en jarras.
- Bueno, serio, ¿por qué estar
remoloneando? Ir al Lugar de Serios. ¿Tienes miedo? ¿Te acompaño?
Gendibal olió el sudor en ropas que
evidentemente no estaban recién lavadas, pero en vista de las circunstancias
habría sido muy descortés mostrar repulsión.
- Le doy las gracias, señorita Sura...
- El apellido ser Novi - dijo ella con
aspereza -. Sura Novi. Tú puedes decir Novi. No ser necesario decir más.
- Te doy las gracias, Novi. Has sido
una gran ayuda para mí. Estaré encantado de que me acompañes, no porque tenga
miedo sino por el placer de tu compañía. - Y se inclinó elegantemente, como
habría podido hacerlo ante una de las jóvenes de la universidad.
Novi se ruborizó, pareció indecisa, y
después trató de imitar su gesto.
- Placer.., ser mío - dijo, como
buscando las palabras que expresaran adecuadamente su placer y tuvieran un
cierto aire de cultura.
Echaron a andar juntos. Gendibal sabía
muy bien que cada uno de sus lentos pasos le haría llegar aún más tarde a la
reunión de la Mesa, pero ahora ya había tenido la oportunidad de pensar en el
significado de lo ocurrido y se alegraba de prolongar el retraso.
Los edificios de la universidad se
levantaban ante ellos cuando Sura Novi se detuvo y dijo vacilante:
- ¿Maestro Serio?
Al parecer, pensó Gendibal, a medida
que se acercaba a lo que ella llamaba el «Lugar de los Serios», se volvía más
educada. Sintió el momentáneo impulso de decir: «¿Ya no me llamas pobre
escuálido?» Pero eso la habría avergonzado demasiado.
- ¿Sí, Novi?
- ¿Ser muy bonito y rico el Lugar de
los Serios?
- Es bonito - dijo Gendibal.
- Una vez soñé que estar en el Lugar.
Y.., y ser seria.
- Algún día - dijo Gendibal cortésmente
-, te lo mostraré.
La mirada que ella le dirigió revelaba
bien a las claras que no lo interpretaba como una simple muestra de cortesía.
- Sé escribir. Maestro de escuela me
enseña. Si te escribo carta - procuró decirlo con indiferencia -, ¿qué pongo
para que venga a ti?
- Sólo pon «Casa de Oradores,
Apartamento 27», y vendrá a mí. Pero ahora debo irme, Novi.
Volvió a inclinarse, y ella volvió a
tratar de imitar el movimiento. Se alejaron en direcciones opuestas y Gendibal
la apartó enseguida de su mente.
En cambio pensó en la reunión de la
Mesa y, especialmente, en la oradora Delora Delarmi. Sus pensamientos no eran
benévolos.
8
CAMPESINA
26
Los oradores permanecían sentados
alrededor de la mesa, amparados tras su escudo mental. Era como si todos, de
común acuerdo, hubiesen ocultado sus pensamientos para no insultar
irrevocablemente al primer orador después de su declaración sobre Trevize.
Miraron con disimulo a Delarmi e incluso esto fue muy significativo. De todos
los oradores, ella era la más conocida por su irreverencia; incluso Gendibal se
mostraba más respetuoso de los convencionalismos.
Delarmi fue consciente de las miradas y
comprendió que no tenía más alternativa que afrontar la difícil situación. En
realidad no quería eludir el problema. En toda la historia de la Segunda
Fundación, ningún primer orador había sido acusado jamás de análisis erróneo (y
detrás del término, que ella había inventado como encubrimiento, estaba la no
reconocida incompetencia). Ahora dicha acusación era posible. No desaprovechara
la oportunidad.
- ¡Primer orador! - dijo suavemente,
con sus finos labios descoloridos más invisibles que de costumbre en la
blancura general de su cara -. Usted mismo declara que no tiene ninguna base
sobre la que fundar su opinión, que las matemáticas psicohistoricas no revelan
nada. ¿Nos pide que basemos una decisión crucial en una sensación mística?
El primer orador levantó la mirada con
la frente arrugada. Era consciente de la
generalización del escudo mental. Sabía lo que ello significaba y respondió con
frialdad.
- No oculto la falta de evidencia. No
intento engañarles. Lo que ofrezco es la desarrollada capacidad intuitiva de un
primer orador que tiene décadas de experiencia y ha pasado casi toda su vida
analizando el Plan Seldon. - Miró a su alrededor con una orgullosa severidad
que raramente mostraba, y uno por uno los escudos mentales se debilitaron y
cayeron. El de Delarmi (cuando se volvió a mirarla) fue el último.
La oradora, con una cautivadora
franqueza que llenó su mente como si nada hubiese pasado, dijo:
- Naturalmente, acepto su declaración,
primer orador. No obstante, tal vez desee reconsiderarla. En vista de sus
opiniones actuales al respecto, habiendo expresado su vergüenza por tener que
recurrir a la intuición, quizá desee que sus palabras no consten en acta; si
opina que deben...
La voz de Gendibal la interrumpió.
- ¿Cuáles son esas palabras que no
deben constar en acta?
Todos los ojos se volvieron al unísono.
Si no hubieran tenido los escudos levantados durante los cruciales momentos
anteriores, se habrían dado cuenta de su presencia mucho antes de que llegara a
la puerta.
- ¿Todos los escudos levantados hace un
momento? ¿Todos inconscientes de mi entrada? - dijo Gendibal sardónicamente -.
¡Qué reunión tan vulgar de la Mesa tenemos aquí! ¿Nadie estaba al acecho de mi
llegada? ¿O es que todos pensaban que no llegaría?
Esta explosión era una flagrante
violación de todas las normas. Ya era bastante perjudicial para Gendibal haber
llegado tarde, pero entrar sin anunciarse era peor. Y hablar antes de que el
primer orador certificara su presencia era lo peor de todo.
El primer orador se volvió hacia él.
Todo lo demás quedó relegado a segundo término. La cuestión de la disciplina
gozaba de prioridad.
- Orador Gendibal – dijo -, llega
tarde. Llega sin anunciarse. Habla. ¿Hay alguna razón por la que no deba ser
suspendido de sus funciones durante treinta días?
- Naturalmente. La moción de suspensión
no debería ser considerada hasta que hayamos considerado quién ha sido el que
se ha asegurado de que llegaría tarde y por qué. - Las palabras de Gendibal
fueron frías y mesuradas, pero su mente revistió sus pensamientos de ira y a él
no le importó quién lo percibiera.
Sin duda Delarmi lo percibió, y dijo
enérgicamente:
- Este hombre está loco.
- ¿Loco? Esta mujer está loca por decir
tal cosa. O es consciente de su culpabilidad. Primer orador, recurro a usted y
solicito debatir una cuestión de índole personal - dijo Gendibal.
- ¿De qué se trata, orador?
- Primer orador, acuso a uno de los
presentes de intento de asesinato.
La habitación estalló cuando todos los
oradores se pusieron en pie y prorrumpieron en una cháchara simultánea de
palabras, expresión y mentalidad.
El primer orador alzó los brazos y
gritó:
- El orador debe tener la oportunidad
de exponer su cuestión de índole personal. - Se vio obligado a intensificar su
autoridad, mentalmente, de un modo muy inadecuado para el lugar, pero no había
alternativa.
La cháchara cesó.
Gendibal esperó, impasible, hasta que
el silencio fue audible y mentalmente profundo. Entonces dijo:
- Cuando venía hacia aquí, yendo por un
camino hameniano a una distancia y una velocidad que habrían asegurado fácilmente
mi llegada a tiempo para la reunión, he sido detenido por varios campesinos, y
sólo gracias a un milagro he podido librarme de ser golpeado y quizá asesinado.
Por suerte, sólo me he retrasado y acabo de llegar. Permítanme señalar, primer
lugar, que no sé de ningún caso desde el Gran Saqueo en que un miembro de la
Segunda Fundación haya recibido un trato irrespetuoso, y mucho menos bruta por
parte de un hameniano.
- Yo tampoco - dijo el primer orador
Delarmi exclamó.
- ¡Los miembros de la Segunda Fundación
no suelen andar solos por territorio hameniano! ¡Usted provoca estos incidentes
haciéndolo así!
Es cierto - dijo Gendibal - que suelo
andar solo por territorio hameniano. He andado por allí cientos de veces y en
todas direcciones. Sin embargo, nunca he sido abordado antes de hoy. Los demás
no pasean con la misma libertad que yo, pero nadie se exilia a sí mismo del
mundo o se recluye en la universidad, y nadie ha sido abordado jamás.
Recuerdo varias ocasiones en que
Delarmi... - y entonces, como acordándose demasiado tarde del tratamiento
honorífico, lo convirtió deliberadamente en un mortífero insulto -. Quiero
decir que recuerdo haber visto a la oradora Delarmi en territorio hameniano,
más de una vez, y sin embargo ella nunca ha sido abordada.
- Quizá - dijo Delarmi con unos ojos
que echaban chispas - porque no les hablé primero y mantuve las distancias.
Porque me comporté como si mereciera respeto, me lo otorgaron.
- Es extraño - dijo Gendibal -, y
estaba a punto de añadir que era porque usted tenía un aspecto más formidable
que yo. Al fin y al cabo, pocos se atreven a abordarla incluso aquí. Pero,
dígame, ¿por qué razón, con todas las oportunidades que han tenido, escogerían
los hamenianos este día para agredirme, precisamente cuando tenía que asistir a
una importante reunión de la Mesa?
- Si no es a causa de su conducta, debe
haber sido casualidad - dijo Delarmi -. Que yo sepa, ni siquiera las
matemáticas de Seldon han borrado el factor casualidad de la Galaxia, por lo
menos, en el caso de sucesos individuales. ¿O es que usted también habla por
inspiración intuitiva? - Hubo un leve suspiro mental por parte de uno o dos
oradores ante este ataque lateral contra el primer orador.
- No ha sido mi conducta. No ha sido
casualidad. Ha sido una interferencia deliberada - dijo Gendibal.
- ¿Cómo podemos saberlo? - preguntó el
primer orador con amabilidad. No pudo evitar ablandarse frente a Gendibal tras
el último comentario de Delarmi.
- Mi mente está abierta para usted,
primer orador. Le ofrezco, a usted y a toda la Mesa, mi recuerdo de los
acontecimientos.
La transferencia sólo duró unos
momentos. El primer orador exclamó:
- ¡Espantoso! Ha actuado muy bien,
orador, en circunstancias de considerable presión. Estoy de acuerdo en que la
conducta hameniana es anómala y justifica una investigación. Mientras tanto,
sea tan amable de unirse a nuestra reunión...
- ¡Un momento! - interrumpió Delarmi -.
¿Cómo podemos estar seguros de que el relato del orador es exacto?
Gendibal enrojeció al oír el insulto,
pero mantuvo la compostura.
- Mi mente está abierta.
- He visto mentes abiertas que no
estaban abiertas.
- No lo dudo, oradora - dijo Gendibal
-, ya que usted, como el resto de nosotros, debe mantener su propia mente bajo
inspección en todo momento. Sin embargo, mi mente, cuando está abierta, está
abierta.
El primer orador dijo:
- No sigamos: ..
- Una cuestión de índole personal,
primer orador, con disculpas por la interrupción - dijo Delarmi.
- ¿De qué se trata, oradora?
- El orador Gendibal ha acusado a uno
de nosotros de intento de asesinato, probablemente instigando al campesino a
atacarle. Mientras la acusación no sea retirada, debo ser considerada posible
asesina, igual que todas las personas reunidas en esta habitación, incluido
usted, primer orador.
- ¿Quiere retirar la acusación, orador
Gendibal - preguntó el primer orador
Gendibal ocupó su asiento y apoyó las
manos sobre los brazos, agarrándolos fuertemente como si tomara posesión de él,
y dijo:
- Así lo haré, en cuanto alguien
explique por qué un campesino hameniano, apoyado por varios más, se empeñaría
en retrasarme cuando venía a esta reunión.
- Puede haber mil razones - dijo el
primer orador -. Repito que este suceso será investigado. ¿Querrá ahora, orador
Gendibal, y a fin de continuar la presente discusión, retirar su acusación?
- No puedo, primer orador. He pasado
largos minutos intentando sondear su mente, con la mayor delicadeza posible, en
busca del modo de alterar su conducta sin daños y he fracasado. Su mente
carecía de la flexibilidad que debería haber tenido. Sus emociones estaban
arraigadas, como por una mente ajena.
Delarmi dijo con una súbita sonrisa:
- ¿Y cree que uno de nosotros era la
mente ajena? ¿No podría haber sido esa misteriosa organización que está
compitiendo con nosotros y es más poderosa que la Segunda Fundación?
- Tal vez - dijo Gendibal.
- En este caso, nosotros, que no somos
miembros de esa organización que sólo usted conoce, no somos culpables y usted
debe retirar su acusación. ¿O quizás está acusando a alguno de los presentes de
hallarse bajo el control de esa extraña organización? Quizá uno de los aquí
presentes no sea lo que parece?
- Quizá - dijo Gendibal con
impasibilidad, consciente de que Delarmi estaba proporcionándole una cuerda con
un lazo corredizo en el extremo.
- Podría parecer - dijo Delarmi,
cogiendo el lazo y preparándose para apretarlo - que su sueño de una
organización secreta, desconocida, oculta y misteriosa, es una pesadilla de
paranoia. Concordaría con su fantasía paranoica de que los campesinos
hamenianos están siendo influidos, y de que los oradores están bajo un control
oculto. Sin embargo, estoy dispuesta a seguir su peculiar línea de pensamiento
durante un rato más. ¿Quién de los aquí presentes, orador, cree que está bajo
control? ¿Podría ser yo?
- No lo creo, oradora. Si intentara
librarse de mí de un modo tan indirecto, no mostraría tan abiertamente su
desagrado hacia mí - replicó Gendibal.
- ¿Una traición doble, quizá? - dijo
Delarmi. Estaba virtualmente ronroneando -. Esta sería una conclusión común en
una fantasía paranoica.
- Podría serlo. Usted tiene más
experiencia que yo en estas cuestiones.
El orador Lestim Gianni interrumpió
acaloradamente.
- Escuche, orador Gendibal, si está
exonerando a la oradora Delarmi, está dirigiendo sus acusaciones contra el
resto de nosotros. ¿Qué motivos tendría cualquiera de nosotros para retrasar su
presencia en esta reunión, y mucho menos para desear su muerte?
Gendibal contestó con rapidez, como si
estuviera aguardando la pregunta.
- Cuando he entrado, estaban hablando
de retirar ciertas palabras del acta, palabras pronunciadas por el primer
orador Yo soy el único orador que no ha podido oír esas palabras. Díganme
cuáles eran y yo les diré el motivo para querer retrasarme.
El primer orador explicó:
- He declarado, y es algo a lo que la
oradora Delarmi y otros se han opuesto seriamente, que, basándome en la
intuición y el uso indebido de las matemáticas psicohistóricas, podía afirmar
que todo el futuro del Plan dependía del exilio del miembro de la Primera
Fundación Golan Trevize.
- Lo que piensen los demás oradores es
cosa suya. Par mi parte, estoy de acuerdo con esa hipótesis. Trevize es la
clave. Encuentro su súbita expulsión de la Primera Fundación demasiado curiosa
para ser inocente - manifestó Gendibal.
Delarmi replicó:
- ¿Quiere decir, orador Gendibal, que
Trevize está en las garras de esa misteriosa organización o que lo están las
personas que le han exilado? ¿Cree quizá, que lo controlan todo y a todos
excepto a usted y al primer orador y a mí, puesto que usted mismo ha declarado
que no lo estoy?
Gendibal dijo:
- Estos desvaríos no requieren
contestación. En cambio, permítame preguntar si hay algún orador que quiera
expresar su conformidad con las tesis del primer orador y mías. Supongo que
habrían leído el resumen matemático que, con la aprobación del primer orador,
he distribuido entre ustedes.
Silencio.
- Repito la pregunta - dijo Gendibal -.
¿Hay alguien?
Silencio.
- Primer orador, ya tiene el motivo
para retrasarme - Gendibal declaró.
- Formúlelo explícitamente - respondió
el primer orador.
- Usted ha expresado la necesidad de
tratar con Trevize, el miembro de la Primera Fundación. Esto representa una
importante iniciativa en política y si los oradores hubieran leído mi resumen,
sabrían lo que sucedía en líneas generales. Si, no obstante, hubieran
discrepado unánimemente con usted, unánimemente, la autolimitación tradicional
le habría impedido seguir adelante. Si un solo orador le respaldara, usted
podría llevar a cabo esta nueva política.
Yo era el orador que le respaldaría,
como sabría cualquiera que hubiese leído mi resumen, y era necesario evitar que
compareciese ante la Mesa. El plan casi ha tenido éxito, pero ahora estoy y
apoyo al Primer orador. Estoy de acuerdo con él y, según la tradición, él puede
pasar por alto la disconformidad de los otros diez oradores.
Delarmi descargó un puñetazo sobre la
mesa.
- De lo cual se deriva que alguien
sabía de antemano qué aconsejaría el primer orador, sabía de antemano que el
orador Gendibal le respaldada y que todo el resto no lo haría; ese alguien
sabía cosas que no podía saber. La segunda consecuencia es que esta iniciativa
no es del agrado de la paranoica organización del orador Gendibal y que están
luchando para impedir que se lleve a cabo y que, por lo tanto, uno o más de nosotros
se halla controlado por esa organización.
- Estas son sus deducciones - convino
Gendibal -. Su análisis es magistral.
- ¿A quién acusa? - preguntó Delarmi.
- A nadie. Recurro al primer orador
para que solucione el problema. Está claro que en nuestra organización hay
alguien que trabaja contra nosotros.
Sugiero que todos los que trabajen para
la Segunda Fundación se sometan a un análisis mental. Todos, incluidos los
mismos oradores. Incluido también yo mismo, y el primer orador.
La reunión de la Mesa se levantó en un
ambiente de mayor confusión y mayor excitación que cualquiera de las celebradas
hasta entonces.
Y cuando el primer orador finalmente la
suspendió, Gendibal, sin hablar con nadie, se dirigió a su habitación. Sabía
muy bien que no tenía ni un solo amigo entre los oradores, y que incluso el
respaldo que el primer orador pudiese darle sería con reservas en el mejor de
los casos.
No sabía con exactitud si temía por sí
mismo o por toda la Segunda Fundación. El sabor de la fatalidad era muy amargo.
27
Gendibal no durmió bien. Tanto sus
pensamientos conscientes como sus sueños inconscientes se centraron en Delora
Delarmi. En un pasaje del sueño, incluso hubo una confusión entre ella y el
campesino hameniano, Rufirant, de modo que Gendibal se encontró ante una
desproporcionada Delarmi que se abalanzaba sobre él con enormes puños y una
dulce sonrisa que revelaba unos dientes como agujas.
Al fin se despertó, más tarde de lo
habitual, con la sensación de no haber descansado y con el timbre del intercomunicador
resonando en sus oídos. Se volvió hacia la mesilla de noche y pulsó el
interruptor.
- ¿Si? ¿Qué hay?
- ¡Orador! - La voz pertenecía al
superintendente de la planta, y no era demasiado respetuosa -. Un visitante
desea hablar con usted.
- ¿Un visitante? - Gendibal accionó su
programa de citas y la pantalla no mostró ninguna antes del mediodía. Apretó el
botón de la hora; eran las 8.32 de la mañana: Preguntó con mal humor -: ¿Quién
espacio es?
- No ha querido dar su nombre, orador.
- Después, con clara desaprobación -: Uno de esos hamenianos, orador. Dice que
usted le invitó. - La última. frase fue pronunciada con una desaprobación aún
más clara.
- Que espere en el recibidor hasta que
yo vaya.
Tardaré un poco.
Gendibal no se apresuró, Mientras hacía
sus abluciones matinales, no dejó de pensar. Que alguien utilizara a los
hamenianos para entorpecer sus movimientos tenía sentido, pero le habría
gustado saber quién era ese alguien. ¿Y qué significaba esta nueva intrusión de
los hamenianos en su propia vivienda? ¿Una complicada trampa de alguna clase?
¿Cómo, en el nombre de Seldon, podía un campesino hameniano entrar en la
universidad? ¿Qué razón podía dar? ¿Qué razón podía tener realmente?
Por espacio de un fugaz momento,
Gendibal se preguntó si debería armarse. Resolvió no hacerlo casi enseguida,
pues estaba desdeñosamente seguro de poder controlar a cualquier campesino en
el recinto de la universidad sin peligro para sí mismo, y sin marcar la mente
del hameniano de un modo inaceptable.
Gendibal llegó a la conclusión de que
estaba demasiado afectado por el incidente del día anterior
Con Karoll Rufirant. Por cierto, ¿sería
el propio campesino? Quizá ya no se hallara bajo la influencia de lo que fuera
o quién fuera y quería ver a Gendibal para disculparse por lo que había hecho,
temeroso de las represalias. Pero ¿cómo habría sabido Rufirant adónde ir o a
quién dirigirse?
Gendibal enfiló resueltamente el
pasillo y entró en la sala de espera. Se detuvo con asombro, y después se
volvió hacia el superintendente, que simulaba estar ocupado en su cubículo de
cristal.
- Superintendente, no me ha dicho que
el visitante era una mujer.
El superintendente contestó con aplomo:
- Orador, le he dicho que era un
hameniano, en general. Usted no me ha preguntado nada más.
- ¿Información mínima, superintendente?
Debo recordar que ésta es una de sus características.
- También debería comprobar si el
superintendente era alguien designado por Delarmi. Y, a partir de ahora,
debería fijarse en los funcionarios que le rodeaban, «subalternos» en los que
era fácil no reparar desde las alturas de su nuevo cargo de orador -. ¿Está
libre alguna sala de conferencias?
El superintendente dijo:
- La número 4 es la única libre,
orador. Lo estará durante tres horas. - Echó una ojeada a la hameniana, y luego
a Gendibal, con inexpresiva inocencia.
- Utilizaremos la número 4,
superintendente, y le aconsejo que preste atención a sus pensamientos.
- Gendibal atacó, sin benevolencia, y
el escudo del superintendente se cerró con demasiada lentitud.
Gendibal sabía muy bien que era
impropio de su dignidad maltratar una mente inferior, pero una persona incapaz
de ocultar una conjetura desagradable contra un superior debía aprender a no
hacerlas. El superintendente tendría un ligero dolor de cabeza durante varias
horas. Se lo había merecido.
28
El nombre de la mujer no le vino
enseguida a la mente y Gendibal no estaba de humor para ahondar más. De todos
modos, ella no podía esperar que lo recordara.
- Tú eres... - dijo con malhumor.
- Yo ser Novi, maestro serio - contestó
ella, casi sin aliento -. Mi primero ser Sura, pero ser llamada sólo Novi.
- Sí, Novi. Nos conocimos ayer; ahora
lo recuerdo. No he olvidado que saliste en mi defensa. – No se decidió a
emplear el acento hameniano en el mismo recinto de la universidad -. ¿Cómo has
llegado hasta aquí?
- Maestro, tú dijiste que yo podía
escribir carta.
Tú dijiste que tenía que decir «Casa de
Oradores, Apartamento 27» Mí misma la traigo y enseño la escritura; mi propia
escritura, maestro. - Lo dijo con una especie de tímido orgullo -. Ellos
preguntan, «¿Para quién ser este escrito?» Yo oí el nombre de ti cuando se lo
dijiste a ese bruto de Rufirant. Yo digo que ser para Stor Gendibal, maestro
serio.
- ¿Y te han dejado pasar, Novi? ¿No te
han pedido que les dieras la carta?
- Yo estar muy asustada. Creo que
quizás ellos sienten pena. Yo digo: «Orador Gendibal prometió enseñarme Lugar
de Serios», y ellos sonríen. Uno de ellos en la puerta de entrada dice al otro:
«Y esto no ser todo lo que él enseñará a ella.» Y me enseñan dónde ir, y dicen
que no ir a otro sitio o me sacan fuera en el momento.
Gendibal enrojeció ligeramente. Por
Seldon, si sintiera la necesidad de una diversión hameniana, no sería de un
modo tan manifiesto y haría la elección de forma más selectiva. Miró a la mujer
trantoriana sacudiendo la cabeza para sus adentros.
Debía de ser muy joven, quizá más joven
de lo que el duro trabajo le hacía aparentar. No podía tener más de veinticinco
años, edad a la que las hamenianas ya solían estar casadas. Llevaba el oscuro
cabello recogido en trenzas que la identificaban como una mujer soltera,
virginal, de hecho, y a él no le extrañó. Su actuación del día anterior había
revelado su carácter indomable, y Gendibal dudaba que hubiera algún hameniano
dispuesto a emparejarse con su afilada lengua y su rápido puño. Su aspecto
tampoco era muy atrayente. Aunque se había esforzado en estar presentable, su
cara era angular y ordinaria, y sus manos rojas y nudosas. Lo que podía verse
de su figura parecía hecho para la resistencia más que para la hermosura.
Su labio inferior empezó a temblar bajo
el escrutinio. El percibió claramente su turbación y miedo, y se compadeció. Le
había sido de gran utilidad el día anterior y eso era lo que contaba.
En un intento por mostrarse jovial y
amable, dijo:
- ¿Así que has venido a ver.., uh... el
Lugar de los Sabios?
Ella abrió desmesuradamente sus ojos
oscuros (eran bastante bonitos) y dijo:
- Maestro, no te enfades con mí, pero
vengo para ser seria mí misma.
- ¿Quieres ser «sabia»? - Gendibal
estaba atónito -. Mi buena mujer...
Hizo una pausa. Por Trántor, ¿cómo
podía uno explicar a una ignorante campesina el nivel de inteligencia,
instrucción y vigor mental requeridos para ser lo que los trantorianos llamaban
un «serio»?
Pero Sura Novi prosiguió
impetuosamente:
- Yo ser escritora y lectora. He leído
libros enteros hasta final y desde principio, también. Y tengo deseo de ser
seria. No deseo ser esposa de campesino. Yo no ser persona para granja. No me
casaré con granjero ni tendré hijos granjeros. - Levantó la cabeza y añadió con
orgullo -: Yo ser preguntada. Muchas veces. Siempre digo «Nanay». Con
educación, pero «Nanay».
Gendibal vio claramente que estaba
mintiendo.
Nadie la había pedido en matrimonio,
pero no lo dejó traslucir.
- ¿Qué harás con tu vida si no te
casas? - preguntó.
Novi dejó caer la mano sobre la mesa,
con la palma hacia abajo.
- Yo seré seria. No seré campesina.
- ¿Y si no puedo conseguir que seas
sabia?
- Entonces no ser nada y espero morir.
Yo ser nada en vida si yo no ser una sería.
Por espacio de un. momento Gendibal
tuvo el impulso de sondear su mente y averiguar el alcance de sus motivaciones.
Pero no sería correcto. Un orador no podía divertirse registrando las mentes
indefensas de los demás. Había un código de la ciencia y la técnica del control
mental, la mentálica, igual que en las otras profesiones. O debería haberlo.
(De pronto se arrepintió de haber atacado al superintendente.)
- ¿Por qué no ser una campesina, Novi?
– Con un poco de manipulación podía lograr que se contentara con eso y
manipular a algún patán hameniáno para que quisiera casarse con ella, y ella
con él.
No causaría ningún daño. Sería un
favor... Pero iba contra la ley y, por lo tanto, era inimaginable.
La muchacha contestó:
- Yo no ser. Un campesino es un
zoquete. Trabaja con terrones de tierra, y él se convierte en terrón de tierra.
Si yo ser campesina, también ser terrón de tierra. No tendré tiempo para leer y
escribir, y olvidaré. Mi cabeza - se llevó la mano a la sien – se volverá agria
y rancia. ¡No! Un serio ser diferente. ¡Pensativo!
Gendibal dedujo que con esa palabra se
refería a «inteligente» más que a «melancólico».
- Un serio - continuó ella - vive con
libros y con.., con.., yo olvido el nombre de esas cosas.
- Hizo un gesto, como si estuviera
realizando una especie de vagas manipulaciones, que no habría significado nada
para Gendibal.., si no hubiera tenido las radiaciones mentales de la joven para
guiarle.
- Microfilms – dijo -. ¿Cómo sabes que
existen los microfilms?
- En libros, leo muchas cosas -
contestó ella con orgullo.
Gendibal no pudo seguir resistiendo el
deseo de saber más. Esta hameniana era de lo más extraordinario; nunca había
oído nada igual. Nunca se reclutaba a los hamenianos, pero si Novi fuese joven,
menor de diez años... .
¡Qué tontería! No la molestaría; no la
molestaría en absoluto, pero ¿de qué servía ser orador si no podía observar
mentes inusuales y aprender de ellas?
- Novi, quiero que te quedes donde
estás. No te muevas. No digas nada. No pienses en decir nada, sólo piensa en
quedarte dormida. ¿Lo entiendes?
El temor volvió a adueñarse de ella.
- ¿Por qué debo haces esto, maestro?
- Porque deseo reflexionar sobre cómo
podrías llegar a ser sabia.
Al fin y al cabo, por mucho que hubiese
leído, no podía saber qué significaba realmente ser un «sabio». Por lo tanto
resultaba imprescindible averiguar qué pensaba ella que era un sabio.
Con mucho cuidado e infinita delicadeza
sondeó su mente; percibiendo sin llegar a tocar, como colocando una mano sobre
una reluciente superficie metálica sin dejar huellas. Para ella un sabio era
alguien que siempre leía libros. No tenía la más ligera idea de por qué uno
leía libros. Para ella, y según la imagen que había en su mente, ser una sabia
era hacer el trabajo que conocía, llevar y traer cosas, cocinar, limpiar,
obedecer órdenes, pero en el recinto de la universidad, donde había muchos
libros y donde tendría tiempo para leerlos y, de un modo muy impreciso, «para
ser enseñada». Todo lo cual significaba que quería ser una sirvienta... su
sirvienta.
Gendibal frunció el ceño. Una sirvienta
hameniana... y, además, vulgar, desgarbada, ignorante, casi iletrada.
Inimaginable.
No le quedaba más remedio que
manipularla. Tenía que haber algún modo de ajustar sus deseos para que se
conformara con ser una campesina, algún modo que no dejara marca, algún modo
por el que ni siquiera Delarmi pudiese denunciarle.
¿O quizás había sido enviada por la
propia Delarmi? ¿Sería todo esto un complicado plan para inducirle a alterar
una mente hameniana, con objeto de poder acusarle?
Ridículo. Estaba a punto de volverse
paranoico. En algún lugar de la sencilla mente de la muchacha, una pequeña
corriente mental debía ser desviada. Solo requería un ligero empujón.
Iba en contra de la ley, pero no
causaría daño y nadie se daría cuenta.
Hizo una pausa.
Atrás. Atrás. Atrás.
¡Espacio! ¡Había estado a punto de
pasarlo por alto!.
¿Era víctima de una ilusión?
¡No! Ahora que se había fijado en ello,
lo discernió claramente. Había un minúsculo zarcillo desordenado; un desorden
anormal. Sin embargo era muy delicado y estaba libre de ramificaciones.
Gendibal emergió de su mente y dijo con
amabilidad:
- Novi.
Los ojos de la muchacha se enfocaron.
- ¿Sí, maestro?
- Puedes trabajar conmigo. Te
convertiré en sabia... - dijo Gendibal.
Alegremente, con ojos centelleantes, la
muchacha exclamó:
- Maestro...
Lo detectó enseguida. La joven iba a
echarse a sus pies. Le puso las manos sobre los hombros y la sujetó
fuertemente.
- No te muevas, Novi. Quédate donde
estás... ¡Quieta!
Fue como si se dirigiera a un animal
semiadiestrado. Cuando vio que la orden había penetrado en su mente, la soltó.
Se percató de los recios músculos que recorrían la parte superior de sus
brazos.
- Si vas a ser una sabia, tienes que
comportarte como ellas. Esto significa que siempre deberás estar tranquila,
hablar en voz baja, y hacer lo que yo te diga. Y tienes que intentar aprender a
hablar como yo. También tendrás que conocer a otros sabios. ¿No te asustarás?
- No me asus... asustaré, maestro, si
tú estar con mí.
- Estaré contigo. Pero ahora,
primeramente... tengo que buscarte una habitación, hacer que te asignen un
lavabo, un sitio en el comedor, y también ropas. Tendrás que llevar ropas más
adecuadas para una sabia, Novi.
- Esto ser todo lo que yo.., - empezó
ella con desconsuelo.
- Te proporcionaremos otras.
Indudablemente tendría que encontrar a
una mujer que se encargara de vestir a Novi. También necesitaría a alguien que
enseñara los rudimentos de la higiene personal a la hameniana. Después de todo,
aunque la ropa que llevaba debía ser la mejor que tenía, y aunque era obvio que
se había emperifollado con esmero, aún despedía un olor que resultaba
ligeramente desagradable.
Y tendría que asegurarse de que la
relación entre ellos quedaba bien entendida. Era un secreto a voces que los
hombres (y también las mujeres) de la Segunda Fundación hacían ocasionales
incursiones entre los hamenianos en busca de placer. Si ello no era motivo de
interferencias en las mentes hamenianas, nadie tenía nada que objetar. Gendibal
nunca lo había hecho, y le gustaba pensar que era porque no tenía necesidad de
unas relaciones sexuales que tal vez fuesen más burdas y más picantes que las
existentes en la universidad. Las mujeres de la Segunda Fundación tal vez
fuesen descoloridas en comparación con las hamenianas, pero estaban limpias y
tenían la piel suave.
Pero incluso si la situación era mal
comprendida y había murmuraciones sobre un orador que no sólo prefería a las
hamenianas sino que traía una a su vivienda, tendría que soportar la vergüenza.
Según parecía, esta campesina, Sura Novi, era la clave de su victoria en el
inevitable duelo que le enfrentaría a la oradora Delarmi y al resto de la Mesa.
29
Gendíbal no volvió a ver a Novi hasta
después de la cena, hora en que fue llevada a su presencia por la mujer a quien
había explicado detalladamente la situación; por lo menos, el carácter no
sexual de la situación. La mujer lo había comprendido; o, por lo menos, no se
atrevió a demostrar que no lo comprendía, lo que era casi igual de válido.
Ahora Noví se encontraba frente a él,
tímida, orgullosa, avergonzada, triunfante; todo a la vez, en una mezcla
incongruente.
- Estás muy guapa, Novi.
La ropa que le habían dado le sentaba
asombrosamente bien y no había duda de que no parecía en absoluto ridícula. ¿Le
habrían comprimido la cintura? ¿O levantado el pecho? ¿O tal vez nada de esto
era visible con su ropa de campesina?
Tenía las nalgas prominentes, pero no
llegaba a resultar antiestético. Su cara, por supuesto, continuaba siendo
vulgar, pero cuando el bronceado de la vida al aire libre desapareciese y ella
aprendiera a cuidarse el cutis, no resultaría fea del todo.
Por el Viejo Imperio, aquella mujer sí
pensaba que Novi iba a convenirse en su amante. Había intentado embellecerla
para él.
Y entonces pensó: «Bueno, ¿por qué no?»
Novi tendría que comparecer ante la Mesa de Oradores, y cuanto más atractiva
estuviera, más fácilmente lograría convencerles.
Con este pensamiento en la mente
recibió el mensaje del primer orador. Llegó con la oportunidad que era habitual
en una sociedad mentálica. Esto se llamaba, más o menos informalmente, el
«efecto de coincidencia». Si piensas vagamente en alguien cuando alguien está
pensando vagamente en ti, hay un estímulo mutuo y creciente que en cuestión de
segundos hace los dos pensamientos nítidos, terminantes y, a todas luces,
simultáneos.
Puede ser asombroso incluso para
quienes lo comprenden intelectualmente, en especial si los vagos pensamientos
preliminares eran tan débiles, por un lado o el otro (o ambos), que habían
pasado desapercibidos.
- No puedo quedarme contigo esta noche,
Novi - dijo Gendibal -. Tengo trabajo que hacer. Te llevaré a tu habitación.
Allí habrá algunos libros y puedes hacer prácticas de lectura. Te enseñaré a
usar la señal por si necesitas ayuda de alguna clase.... y te veré mañana.
30
Gendibal saludó cortésmente:
- ¿Primer orador?
Shandess se limitó a inclinar la
cabeza. Parecía malhumorado y realmente viejo. Parecía un hombre que no
bebiera, pero al que no le sentaría mal un trago. Al fin dijo:
- Le he «llamado»...
- Sin intermediados. Por la naturaleza
de la «llamada» he supuesto que era importante.
- Lo es. Su presa..., el miembro de la
Primera Fundación..., Trevize...
- ¿Sí?
- No viene a Trántor.
Gendibal no se mostró sorprendido.
- ¿Por qué iba a venir? La información
que recibimos fue que se marchaba con un profesor de historia antigua que
estaba buscando la Tierra.
- Sí, el legendario Planeta Original. Y
por eso debería venir a Trántor. Al fin y al cabo, ¿sabe el profesor dónde está
la Tierra? ¿Lo sabe usted? ¿Lo sé yo? ¿Podemos estar seguros de que
verdaderamente existe, o existió alguna vez? - Sin duda tendrían que venir a
esta biblioteca para obtener la información necesaria, si es que puede
obtenerse en algún lugar. Hasta este momento no he creído que la situación
hubiera llegado a un punto crítico; pensaba que el miembro de la Primera
Fundación vendría aquí y, a través de él, nos enteraríamos de lo que
necesitamos saber.
- Este debe ser el motivo por el que no
le permiten venir.
- Pero, entonces, ¿adónde va?
- Aún no lo hemos averiguado.
El primer orador dijo con irritación:
- Parece tomárselo con mucha calma.
- Me pregunto si no es mejor así. Usted
quiere que venga a Trántor para tenerle a buen recaudo y utilizarle como fuente
de información. Sin embargo, ¿no resultará una fuente de información más
valiosa, ya que implicará a otros aún más importantes que él mismo, si va a
donde quiere ir y hace lo que quiere hacer; con tal de que no lo perdamos de
vista? - replicó Gendibal.
- ¡No es suficiente! - exclamó el
primer orador -. Usted me ha persuadido de la existencia de un nuevo enemigo y
ahora no puedo estar tranquilo. Peor aún, me he convencido a mí mismo de que
debemos atraer a Trevize o lo habremos perdido todo, No puedo librarme de la
corazonada de que él, sólo él, es la clave.
Gendibal dijo con vehemencia:
- Suceda lo que suceda, no perderemos,
primer orador. Eso sólo habría sido posible si esos Anti-Mulos, citando otra,
vez su frase, hubieran seguido actuando sin que nosotros lo supiéramos. Pero
ahora sabemos que están ahí. Ya no trabajamos a ciegas. En la próxima reunión
de la Mesa, sí podemos trabajar juntos, empezaremos el contraataque.
El primer orador añadió:
- No ha sido la cuestión de Trevize lo
que me ha impulsado a llamarle. El tema ha surgido primero sólo porque me
parecía una derrota personal. Yo había analizado erróneamente ese aspecto de la
situación. He hecho mal anteponiendo él pique personal a la política general y
pido disculpas. Hay algo más.
- ¿Más serio, primer orador?
- Más serio, orador Gendibal. - El
primer orador suspiró y tabaleó con los dedos sobre la mesa mientras Gendibal
esperaba pacientemente, y al fin dijo con dulzura como si así suavizara el
golpe -: En una reunión de emergencia de la Mesa, convocada por la oradora
Delarmi...
- ¿Sin su consentimiento, primer
orador?
- Para lo que ella quería, sólo
necesitaba el consentimiento de los otros tres oradores, sin incluirme a mí. En
la reunión de emergencia que después fue convocada, ha sido usted residenciado,
orador Gendibal. Se le acusa de ser indigno del cargo de orador y deberá ser
juzgado. Esta es la primera vez en más de tres siglos que se presenta una
demanda de residencia contra un orador...
Gendibal, procurando reprimir cualquier
muestra de ira, dijo:
- Supongo que usted no votó a favor de
la propuesta.
- No lo hice, pero estaba solo. El
resto de la Mesa ha sido unánime, y el resultado fue de diez a uno a favor de
la residencia. Como usted ya sabe, el requisito para dar curso a una residencia
es de ocho votos, incluido el primer orador..., o de diez sin él.
- Pero yo no estaba presente.
- No habría podido votar.
- Habría podido hablar en mi defensa.
- En esta etapa aún no. Los precedentes
son pocos, pero claros. Podrá defenderse en el juicio que, naturalmente, se
celebrará lo antes posible.
Gendibal inclinó la cabeza en actitud
meditativa. Luego, dijo:
- Eso no me preocupa demasiado, primer
orador.
Creo que su impulso inicial era
acertado. La cuestión de Trevize tiene prioridad. ¿Puedo sugerirle que retrase
el juicio por este motivo?
El primer orador alzó la mano.
- No le culpo por no entender la
situación, orador. La residencia es algo tan excepcional que incluso yo he
tenido que consultar los procedimientos legales que implica. No hay nada que sea
prioritario. Tenemos que celebrar inmediatamente el juicio, posponiendo todo lo
demás.
Gendibal colocó los puños sobre la mesa
y se inclinó hacia el primer orador.
- ¿No lo dirá en serio?
- Es la ley. . .
- La ley no debe ser un obstáculo
frente a un peligro claro e inmediato.
- Para la Mesa, orador Gendibal, usted
es el peligro claro e inmediato. ¡No, escúcheme! La ley que corresponde se basa
en la convicción de que nada puede ser más importante que la posibilidad de
corrupción o abuso del poder por parte de un orador.
- Pero yo no soy culpable de ninguna de
las dos cosas, primer orador, y usted lo sabía. Esto es una venganza personal
de la oradora Delarmi. Si hay abuso de poder, es por su parte. Mi delito es que
nunca me he esforzado por hacerme popular, esto sí que lo admito, y no he
prestado bastante atención a necios que son suficientemente viejos para ser
seniles pero suficientemente jóvenes para tener poder.
- ¿Como yo, orador?
Gendibal suspiró.
- Ya lo ve, he vuelto a hacerlo. No me
refiero a usted, primer orador. De acuerdo, entonces; celebremos un juicio
urgente. Celebrémoslo mañana. Aún mejor, esta noche. Terminemos con esto y
después pasemos a la cuestión de Trevize. No podemos esperar.
El primer orador dijo:
- Orador Gendibal. No creo que entienda
la situación. Hemos tenido residencias con anterioridad; no muchas, sólo dos.
Ninguna de ellas dio por resultado una condena. Sin embargo, ¡usted será
condenado! Entonces dejará de ser miembro de la Mesa y no tendrá voz en la
política pública. De hecho, ni siquiera tendrá voto en la reunión anual de la
Asamblea.
- ¿Y usted no hará nada para impedirlo?
- No puedo. Me derrotarían
unánimemente. Entonces me vería obligado a dimitir, que es lo que los oradores
parecen desear en realidad.
- ¿Y Delarmi se convertiría en primera
oradora?
- Es muy posible.
- ¡Pero eso hay que impedirlo!
- ¡Exactamente! Por esa razón tendré
que votar a favor de su condena.
Gendibal tomó aliento.
- Sigo reclamando un juicio urgente.
- Tiene que disponer de tiempo para
preparar su defensa.
- ¿Qué defensa? No escucharán ninguna
defensa. ¡Juicio urgente!
- La Mesa tiene que disponer de tiempo
para preparar su caso.
- No tienen ningún caso y no quieren
tenerlo. Me han acusado en su mente y no necesitan nada más. De hecho,
preferirían condenarme mañana que pasado... y esta noche mejor que mañana.
Comuníqueselo.
El primer orador se puso en pie. Ambos
se miraron fijamente a través de la mesa. El primer orador dijo:
- ¿Por qué tiene tanta prisa?
- La cuestión de Trevize no esperará.
- Una vez usted haya sido condenado y
mi posición se haya debilitado frente a una Mesa unida contra mí, ¿qué habremos
conseguido?
Gendibal dijo en. un vehemente susurro:
- ¡No tema! A pesar de todo, no me
condenarán.
9
HIPERESPACIO
31
- ¿Está preparado, Janov? - preguntó
Trevize.
Pelorat alzó los ojos del libro que
estaba leyendo y contestó:
- ¿Quiere decir, para el salto, viejo
amigo?
- Para el salto hiperespacial. Sí.
Pelorat tragó saliva.
- Bueno... ¿Está seguro de que no
resultará desagradable en ningún sentido? Sé que es una tontería tener miedo,
pero la idea de quedar reducido a incorpóreos taquiones, que nadie ha visto o
detectado jamás...
- Vamos, Janov, es algo muy
perfeccionado. ¡Palabra de honor! Como usted mismo ha explicado, el salto lleva
realizándose cerca de veintidós mil años, y nunca he tenido noticia de una sola
calamidad en el hiperespacio. Quizá salgamos del hiperespacio en un lugar
incómodo, pero entonces el accidente ocurriría en el espacio, no mientras
estamos compuestos de taquiones.
- Un consuelo muy pobre, en mi opinión.
- Tampoco emergeremos en un lugar
equivocado. A decir verdad, pensaba llevarlo a cabo sin avisarle, para que ni
siquiera se enterase de lo que habíamos realizado. Sin embargo, pensándolo
mejor, he creído preferible que lo experimente conscientemente, vea que no hay
problemas de ninguna clase, y lo olvide por completo de ahora en adelante.
- Bueno... - dijo Pelorat con aire de
duda -, supongo que tiene razón pero, sinceramente, yo no tengo ninguna prisa.
- Le aseguro que...
- No, no, viejo amigo, acepto sus
afirmaciones sin reservas. Es sólo que... ¿Ha leído Santerestil Matt?
- Por supuesto. No soy un inculto.
- Indudablemente. Indudablemente. No
debería habérselo preguntado. ¿Lo recuerda?
- Tampoco soy amnésico.
- Al parecer tengo un gran talento
ofensivo. Lo que quiero decir es que no dejo de pensar en las escenas donde
Santerestil y su amigo, Ban, se han escapado del Planeta 17 y están perdidos en
el espacio. Pienso en aquellas escenas perfectamente hipnóticas en medio de las
estrellas, avanzando con lentitud y en profundo silencio, de un modo inmutable,
de un modo... Nunca lo creí, ¿sabe? Me encantó y me emocionó, pero no lo creí
realmente. Pero ahora, cuando apenas me he acostumbrado a la idea de estar en
el espacio, estoy experimentándolo y.., es una tontería, lo sé..., pero no
quiero olvidarlo. Es como si yo fuera Santerestil...
- Y yo, Ban - dijo Trevize con algo de
impaciencia.
- En cierto modo. Las mortecinas y
escasas estrellas de ahí fuera están inmóviles, excepto nuestro sol,
naturalmente, que debe estar disminuyendo de tamaño pero que no vemos. La
Galaxia conserva su mortecina majestad, inalterable. El espacio está sumido en
el silencio y yo no tengo distracciones...
- Excepto yo.
- Excepto usted... Pero es que, Golan,
querido compañero, hablar con usted sobre la Tierra e intentar enseñarle un
poco de prehistoria también tiene sus satisfacciones. Tampoco quiero que esto
se acabe.
- No se acabará. Inmediatamente, en
todo caso. No supondrá que daremos el salto y nos encontraremos en la
superficie de un planeta, ¿verdad? Seguiremos estando en el espacio y el salto
no habrá requerido un tiempo mensurable. Puede pasar una semana antes de que
alcancemos una superficie cualquiera, de modo que tranquilícese.
- Al decir superficie, seguramente no
se refiere a Gaia. Puede que estemos muy lejos de Gaia cuando emerjamos del
salto.
- Lo sé, Janov, pero estaremos en el
sector preciso, si su información es correcta. Si no lo es..., bueno...
Pelorat meneó la cabeza con tristeza.
- ¿De qué nos servirá estar en el
sector preciso si no sabernos las coordenadas de Gaia?
- Janov, suponga que estuviera en
Términus, dirigiéndose hacia la ciudad de Argyropol, y no supiera dónde estaba
esa ciudad excepto que se encontraba en algún lugar del istmo. Una vez llegara
al istmo, ¿qué haría? - dijo Trevize.
Pelorat guardó un prudente silencio,
como si creyera que una respuesta terriblemente sofisticada era lo que se
esperaba de él. Al fin, contestó:
- Supongo que se lo preguntada a
alguien.
- ¡Exactamente! ¿Qué otra cosa se puede
hacer? Y ahora... ¿está preparado?
- ¿Quiere decir, ahora? - Pelorat se
puso rápidamente en pie, y su inexpresiva cara reflejó algo muy parecido ala
preocupación -. ¿Qué debo hacer? ¿Sentarme? ¿Quedarme en pie? ¿Qué?
- Por el Tiempo y el Espacio, Pelorat,
no haga nada. Sólo venga conmigo a mi habitación para que yo pueda utilizar la
computadora, y entonces siéntese o quédese en pie o de saltos mortales..., lo
que le ayude a sentirse mejor. Mi sugerencia es que se siente delante de la
pantalla y observe. Será muy interesante. ¡vamos!
Recorrieron el corto pasillo hasta la
habitación de Trevize, y éste se sentó frente a la computadora.
- ¿Le gustaría hacerlo, Janov? -
preguntó de repente -. Yo le daré las cifras y lo único que usted tendrá que
hacer es pensar en ellas. La computadora se encargará del resto.
Pelorat contestó:
- No, gracias. Por alguna razón, la
computadora no funciona bien conmigo. Usted dice que sólo necesito práctica,
pero no lo creo. Su mente tiene algo especial, Golan...
- No sea tonto.
- No, no. Esa computadora sólo parece
adaptarse bien a usted. Los dos parecen ser un solo organismo cuando están en
contacto. Cuando lo estoy yo, hay dos objetos separados: Janov Pelorat y una
computadora. No es lo mismo.
- Ridículo - dijo Trevize, pero se
sintió vagamente complacido por esta opinión y acarició afectuosamente los
soportes para manos de la computadora.
- Prefiero observar - dijo Pelorat -.
En realidad, preferiría que no sucediera nada, pero como eso no es posible,
observaré. - Fijó ansiosamente los ojos en la pantalla y en la brumosa Galaxia
con el fino polvillo de estrellas mortecinas que se veía en primer término -.
Avíseme cuando esté a punto de suceder.
- Retrocedió lentamente hacia la pared
y se apuntaló.
Trevize sonrió, Colocó las manos encima
de los soportes y sintió la unión mental. Esta se producía más fácilmente cada
día, así como con mayor intimidad, y aunque se hubiera burlado de lo que
Pelorat había dicho, realmente la sentía. Le pareció que apenas necesitaba
pensar en las coordenadas de un modo consciente. Casi parecía que la
computadora sabía lo que él quería, sin el proceso consciente de «decírselo».
Extraía la información de su cerebro por sí misma.
Pero Trevize se la «dijo» y luego pidió
un intervalo de dos minutos antes del salto.
- Vamos a ver, Janov. Tenemos dos
minutos: 120.., 115.., 110. Usted limítese a mirar la pantalla.
Pelorat lo hizo así, con una ligera
tirantez en las comisuras de la boca y conteniendo la respiración.
Trevize dijo suavemente:
- 15 10 . 5.. 4 . 3.., 2.,. 1... 0.
Sin movimiento perceptible, sin
sensación perceptible, el paisaje reflejado en la pantalla cambió. Hubo un
claro espesamiento del campo estelar y la Galaxia se desvaneció.
Pelorat dio un brinco y preguntó:
- ¿Ya está?
- ¿Qué es lo que está? Ha tenido miedo.
Pero eso ha sido culpa suya. No ha sentido nada. Admítalo.
- Lo admito.
- Pues sí, ya está. Tiempo atrás,
cuando los viajes hiperespaciales eran relativamente nuevos, según los libros,
en todo caso, se experimentaba una rara sensación interna y algunas personas
tenían vahídos o náuseas. Quizá fuera psicógeno, quizá no. De todas maneras,
con más y más experiencia en hiperespacialidad y con mejor equipo, esa
sensación disminuyó. Con una computadora como la que hay a bordo de esta nave,
cualquier efecto está muy por debajo del umbral de la sensación. Por lo menos,
para mí es así.
- Y para mí también, debo admitirlo.
¿Dónde estamos, Golan?
- Sólo un poco más adelante. En la
región kalganiana. Todavía hay un largo camino que recorrer, y antes de nada
tenemos que verificar la precisión del salto.
- Lo que me preocupa es... ¿dónde está
la Galaxia?
- A nuestro alrededor, Janov. Ahora
estamos muy adentrados en ella. Si enfocamos adecuadamente la pantalla, veremos
las partes más lejanas como una franja luminosa a través del cielo.
- ¡La Vía Láctea! - exclamó alegremente
Pelorat -. Casi todos los mundos la describen en su cielo, pero es algo que no
vemos en Términus.. ¡Enséñemela, viejo amigo!
La pantalla se inclinó, causando el
efecto de un desvanecimiento del campo estelar que la atravesaba, y luego se
produjo una densa y nacarada luminosidad que llenó casi todo el campo. La
pantalla la fue siguiendo, a medida que se diluía y después volvía a
intensificarse.
- Es más densa hacia el centro de la
Galaxia. Sin embargo, no todo lo densa o brillante que podría ser, debido a las
oscuras nubes de los brazos espirales. Se ve algo parecido a esto desde casi
todos los mundos habitados - dijo Trevize.
- Y desde la Tierra, también.
- Esto no constituye ninguna
diferencia. No sería un signo de identificación.
- Claro que no. Pero, ¿sabe...? Usted
no ha estudiado la historia de la ciencia, ¿verdad?
- No exactamente, aunque tengo algunas
nociones, claro. De todos modos, si quiere hacerme alguna pregunta, no espere
que yo sea un experto.
- Es que dar este salto me ha recordado
algo que siempre me ha desconcertado. Es posible efectuar una descripción del
Universo en el que los viajes hiperespaciales son imposibles y en el que la
velocidad de la luz a través de un vacío es el máximo absoluto en lo referente
a velocidad.
- Indudablemente.
- En estas circunstancias, la geometría
del Universo es tal que resulta imposible hacer el viaje que acabamos de
emprender en menos tiempo del que emplearía un rayo de luz. Y si lo hiciéramos
a la velocidad de la luz, nuestra experiencia de duración no coincidiría con la
del Universo en general. Si este lugar está, digamos, a cuarenta pársecs de
Términus, y si hubiéramos llegado hasta aquí a la velocidad de la luz, no
habríamos sentido ningún lapso de tiempo, pero en Términus y en toda la Galaxia
habrían pasado ciento treinta años. Ahora hemos hecho un viaje, no a la
velocidad de la luz sino a miles de veces la velocidad de la luz, y no ha
habido adelanto de tiempo en ningún sitio. Por lo menos, así lo espero.
- No confíe en que le explique la
Teoría Hiperespacial Olanjen. Lo único que puedo decirle es que si usted
hubiera viajado a la velocidad de la luz dentro del espacio normal, el tiempo
habría avanzado en la proporción de 3,26 años por pársec, como usted mismo ha
descrito: El llamado Universo relativista, que la humanidad ha comprendido
desde los comienzos de la prehistoria, aunque ésta es su especialidad, me
parece, aún sigue existiendo, y sus leyes no han sido revocadas. Sin embargo,
en nuestros saltos hiperespaciales hacemos algo fuera de las circunstancias en
que opera la relatividad y las reglas son diferentes. Hiperespacialmente la
Galaxia es un objeto minúsculo, idealmente un punto no dimensional, ¿ no hay
ningún efecto relativista.
»De hecho, en las formulaciones
matemáticas de la cosmología, hay dos símbolos para la Galaxia: Gk para la
"Galaxia relativista", donde la velocidad de la luz es un máximo, y
Gh para la "Galaxia hiperespacial", donde la velocidad no tiene
realmente significado. Hiperespacialmente el valor de toda velocidad es cero y
no nos movemos; con respecto al mismo espacio, la velocidad es infinita. No sé
explicarlo mejor.
»Oh, excepto que una de las mejores
trampas en física teórica es colocar un símbolo o un valor que tenga
significado en Gr en una ecuación relacionada con Gh, o viceversa, y dejarlo
ahí para que un estudiante intente solucionarlo. Hay muchísimas probabilidades
de que el estudiante caiga en la trampa, y generalmente se queda allí, sudando
y jadeando, sin que nada dé resultado, hasta que alguien le ayuda.
A mí me ocurrió una vez.
Pelorat reflexionó durante unos
minutos, y luego dijo con perplejidad:
- Pero ¿cuál es la Galaxia verdadera?
- Las dos, según lo que uno esté haciendo.
Si estuviéramos en Términus, podríamos utilizar un coche para cubrir una
distancia por tierra y un barco para cubrir una distancia por mar. Las
circunstancias son muy diferentes, de modo que, ¿cuál es el Términus verdadero,
la tierra o el mar?
Pelorat asintió.
- Las analogías siempre son arriesgadas
– dijo -, pero prefiero aceptar ésta que arriesgar mi cordura pensando en el
hiperespacio. Me concentraré en lo que hacemos ahora.
- Considere lo que acabamos de hacer –
dijo Trevize - como la primera etapa del viaje hacia la Tierra.
«Y ¿hacia dónde más?, se preguntó a sí
mismo.
32
- Bueno - dijo Trevize -, he
desperdiciado un día.
- ¿Ah, si? - Pelorat levantó los ojos
de su esmerado índice -. ¿En qué sentido?
Trevize abrió los brazos.
- No he confiado en la computadora. No
me he atrevido a hacerlo, de modo que he comparado nuestra situación actual con
la situación que queríamos alcanzar después del salto. La diferencia no es
mensurable. No hay ningún error perceptible.
- Eso es bueno, ¿no?
- Es más que bueno. Es increíble. Jamás
había oído tal cosa. He realizado saltos y los he dirigido, de mil modos
distintos y con toda clase de aparatos. En la escuela tuve que efectuar uno con
una computadora manual y después envié un hiperrelé para comprobar los resultados.
Naturalmente no podía enviar una nave real, ya que, aparte del gasto, podría
muy bien haberla situado en el centro de una estrella que se hallara en el otro
extremo.
»Por supuesto, nunca me equivoqué hasta
ese punto - continuó Trevize -, pero siempre había un error considerable.
Siempre hay algún error, aunque se sea un experto. Tiene que haberlo, ya que
existen tantas variables. Se lo explicaré de otro modo; la geometría del
espacio es demasiado complicada y el hiperespacio combina todas estas complicaciones
con una complejidad propia que no podemos aspirar a comprender. Por eso tenemos
que viajar por etapas, en vez de hacer un solo salto de aquí a Sayshell. Los
errores empeorarían con la distancia.
- Pero usted ha dicho que esta
computadora no ha cometido ningún error - comento Pelorat.
- Ella ha dicho que no lo había
cometido. Le he hecho comparar nuestra situación actual con nuestra situación
precalculada; «lo que es» con «lo que se pedía». Ella ha dicho que las dos eran
idénticas dentro de sus propios límites de medición, y yo he pensado: «¿Y si
está mintiendo?» . .
Hasta aquel momento, Pelorat había
conservado su instrumento copiador en la mano. Ahora lo dejó y pareció
trastornado.
- ¿Bromea? Una computadora no puede
mentir. A menos que quiera decir que ha pensado que podía estar estropeada.
- No, no es esto lo que he pensado.
¡Espacio! He pensado que estaba mintiendo. Esta computadora está tan
perfeccionada que no puedo pensar en ella más que como algo humano;
sobrehumano, quizá. Suficientemente humano para tener orgullo... y para mentir,
quizá. Le he dado algunos datos, a fin de que trazara una ruta por el
hiperespacio hasta un punto cercano al planeta Sayshell, la capital de la Unión
de Sayshell. Ha trazado una ruta en veintinueve etapas, lo cual es arrogancia
de la peor clase.
- ¿Por qué arrogancia?
- El error en el primer salto hace el
segundo salto tanto menos seguro, y el error añadido hace el tercer salto
bastante incierto e indigno de confianza, y así sucesivamente. ¿Cómo puedes
calcular veintinueve etapas a la vez? La vigésimo novena podría terminar en
cualquier sitio de la Galaxia, cualquier sitio. Así que le he ordenado hacer
únicamente la primera etapa. Después podríamos comprobarlo antes de continuar.
- Es lo más prudente - dijo Pelorat con
entusiasmo -. ¡Lo apruebo!
- Sí, pero habiendo hecho la primera
etapa, ¿no puede la computadora sentirse ofendida por mi falta de confianza en
ella? ¿No se vería forzada a salvar su orgullo diciéndome que no había ningún
error, cuando yo se lo preguntara? ¿No le resultaría imposible admitir una
equivocación, confesar una imperfección? Si es así, la computadora no nos sirve
de nada.
El alargado y apacible rostro de
Pelorat se entristeció.
- ¿Qué podemos hacer en ese caso,
Golan?
- Lo que yo he hecho; desperdiciar un
día. He comprobado la situación de varias de las estrellas circundantes por los
métodos más primitivos posibles: observación telescópica, fotografía y medición
manual. He comparado cada situación real con la situación esperada si no había
habido error. He trabajado todo el día y ha sido inútil.
- Si, pero ¿qué ha sucedido?
- He encontrado dos errores colosales
y, después de verificarlos, los he localizado en mis cálculos. Era yo quien me
había equivocado. He corregido los cálculos, y después los he procesado desde
el principio, para ver si la computadora llegaba a los mismos resultados
independientemente. A excepción de que ella ha sacado varios decimales más, ha
quedado claro que mis cifras eran correctas y demostraban que la computadora no
había cometido ningún error. La computadora puede ser una arrogante hija del
Mulo, pero tiene razón para ser arrogante.
Pelorat exhaló un profundo suspiro.
- En fin, es una buena noticia.
- ¡Desde luego! Así pues, voy a dejarle
hacer las otras veintiocho etapas.
- ¿A la vez? Pero...
- A la vez no. No se preocupe. Aún no
soy tan temerario. Las hará una tras otra, pero después de cada una comprobará
los alrededores y, si están donde deben estar dentro de unos límites
tolerables, hará la siguiente. Cada vez que encuentre un error demasiado
grande, y, créame, los límites que he fijado no son nada generosos, tendrá que
detenerse y volver a calcular las etapas restantes.
- ¿Cuándo va a hacerlo?
- ¿Cuándo? Ahora mismo. Escuche, usted
está haciendo un índice de su biblioteca...
- Oh, pero ésta es la oportunidad para
hacerlo, Golan. He querido hacerlo durante años, pero siempre había algo que me
lo impedía.
- Me parece muy bien. Usted siga
trabajando y yo lo haré, y no se
preocupe. Concéntrese en el índice, Yo me ocuparé de todo lo demás.
Pelorat meneó la cabeza.
- No sea tonto. No podré estar
tranquilo hasta que esto se haya solucionado. Estoy muerto de miedo.
- Entonces, no debería habérselo
dicho... Pero tenía que decírselo a alguien y aquí no hay nadie más que usted.
Déjeme explicárselo francamente. Siempre existe la posibilidad de que emerjamos
en el lugar exacto del espacio interestelar y que dé la casualidad de que éste
sea precisamente el lugar ocupado por un veloz meteorito o un pequeño agujero
negro, en cuyo caso la nave quedará destrozada y nosotros también. En teoría,
estas cosas pueden ocurrir.
»Sin embargo, las posibilidades son muy
escasas. Al fin y al cabo, usted podría estar en su casa, Janov, revisando
películas en su estudio o durmiendo en su cama, y un meteorito podría atravesar
la atmósfera de Términus y darle justamente en la cabeza, matándole. Pero las
probabilidades son escasas.
»De hecho, la probabilidad de cruzarse
en el camino de algo fatal, pero demasiado pequeño para que la computadora lo
detecte, en el curso de un salto hiperespacial, es mucho más pequeña que la de
ser alcanzado por un meteorito en su casa. No sé de ninguna nave que se haya
perdido de este modo en toda la historia de los viajes hiperespaciales.
Cualquier otra clase de riesgo, como
emerger en el centro de una estrella, es aún menor.
Pelorat preguntó:
- Entonces, ¿por qué me cuenta todo
esto, Golan?
Trevize hizo una pausa, después inclinó
la cabeza en actitud meditativa, y finalmente contestó:
- No lo sé... Sí, lo sé. Lo que yo
supongo es que, por muy pequeña que pueda ser la probabilidad de una
catástrofe, si el número suficiente de personas corre el número suficiente de
riesgos, la catástrofe terminará produciéndose. Por muy seguro que esté de que
no sucederá nada malo, una insistente vocecilla en mi interior me dice: «Quizá
suceda esta vez.» Y eso me hace sentir culpable. Supongo que es esto. Janov, si
algo sale mal, ¡perdóneme!
- Pero, Golan, mi querido amigo, si
algo sale mal, ambos moriremos instantáneamente. Yo no podré perdonarle, ni
usted recibir mi perdón.
- Lo sé, de modo que perdóneme ahora,
por favor.
Pelorat sonrió.
- No sé por qué, pero esto me anima.
Hay algo gratamente humorístico en todo ello. Por supuesto, Golan, le
perdonaré. Hay muchos mitos sobre alguna forma de vida posterior en la
literatura mundial y si por casualidad existiera tal lugar, hay más o menos las
mismas probabilidades que de aterrizar en un pequeño agujero negro, supongo, o
no tantas, y ambos termináramos en el mismo, yo atestiguaría que usted hizo lo
que pudo y que mi muerte no fue culpa suya.
- ¡Gracias! Ya me siento más aliviado.
Yo estoy dispuesto a correr el riesgo, pero no me gustaba la idea de que usted
también lo hiciera sólo por mi.
Pelorat estrechó la mano del otro.
- Verá, Golan, hace menos de una semana
que le conozco y supongo que no debería hacer juicios precipitados en estas
cuestiones, pero creo que es usted un muchacho excelente... Y ahora, manos a la
obra y terminemos de una vez.
- ¡De acuerdo! Lo único que debo hacer
es tocar ese pequeño contacto. La computadora tiene las instrucciones y sólo
espera que yo le diga: «¡Empieza!» ¿ Le gustaría. .. ?
- ¡Ni hablar! ¡Es toda suya! Es su
computadora.
- Muy bien. También es mi
responsabilidad. Como ve, aún estoy tratando de evadirla. ¡No aparte los ojos
de la pantalla!
Con una mano extraordinariamente firme
y una sonrisa que parecía sincera, Trevize estableció el contacto.
Hubo una pausa momentánea y después el
campo estelar cambió... y volvió a cambiar... y volvió a cambiar. Las estrellas
fueron haciéndose más densas y más brillantes en la pantalla.
Pelorat contaba en voz baja. En el «15»
se produjo una interrupción, como si alguna pieza del mecanismo se hubiera
atascado.
Pelorat susurró, claramente temeroso de
que cualquier ruido pudiera sacudir fatalmente el aparato:
- ¿Dónde está el fallo? ¿Qué ha
sucedido?
Trevize se encogió de hombros.
- Supongo que está volviendo a
calcular. Algún objeto en el espacio está añadiendo una protuberancia
perceptible a la configuración general del campo de gravedad total, algún
objeto que no se ha tenido en cuenta, una estrella minúscula o un planeta
desconocido.
- ¿Es peligroso?
- Puesto que aún estamos vivos, no creo
que lo sea. El planeta podría estar a cien millones de kilómetros y, no
obstante, producir una modificación de la gravedad suficientemente grande para
requerir un nuevo cómputo. La estrella podría estar a diez billones de
kilómetros y...
La pantalla cambió de nuevo y Trevize
se calló.
Cambió de nuevo. y de nuevo.
Finalmente, cuando Pelorat dijo «28», no hubo más movimientos.
Trevize consultó la computadora.
- Estamos aquí - dijo.
- He contado el primer salto como «1» y
en esta serie he empezado en el «2». Son veintiocho saltos en total. Usted dijo
veintinueve.
- El nuevo cómputo en el salto 15 probablemente
nos ha ahorrado un salto. Puedo verificarlo en la computadora si lo desea, pero
en realidad no es necesario. Estamos en las cercanías del planeta Sayshell. La
computadora lo afirma así y yo no lo dudo.
Si orientáramos debidamente la
pantalla, veríamos un hermoso y fulgurante sol, pero no tiene objeto colocar
una tensión innecesaria sobre su capacidad de proyección. El planeta Sayshell
es el cuarto hacia el exterior y está a unos 3,2 millones de kilómetros de
nuestra situación actual, que es la distancia a la que queríamos estar después
del salto. Podemos llegar allí en tres días..., dos, si nos damos prisa.
Trevize respiró profundamente y dejó
que la tensión se disipara.
- ¿Se da cuenta de lo que esto
significa, Janov? - preguntó -. Todas las naves donde he estado, o de las que
me han hablado, habrían realizado esos saltos con un intervalo mínimo de un día
entre ellos, para hacer complicados cálculos y verificaciones, incluso con una
computadora. El viaje habría durado casi un mes. O quizá dos o tres semanas, si
estaban dispuestos a ser imprudentes. Nosotros lo hemos hecho en media hora.
Cuando todas las naves estén equipadas con una computadora como ésta...
Pelorat dijo:
- Me pregunto por qué la alcaldesa nos
ha asignado una nave tan perfeccionada. Debe ser increíblemente costosa.
- Es experimental - dijo Trevize con
sequedad -. Quizá la buena mujer estaba perfectamente dispuesta a dejárnosla
probar y ver qué deficiencias podía revelar.
- ¿Habla en serio?
- No se ponga nervioso. Después de
todo, no hay ningún motivo de preocupación. No hemos descubierto ninguna
deficiencia. Sin embargo, yo la creo muy capaz de haberlo hecho. Eso no
afectaría en absoluto a su sentido de la humanidad. Además, no nos ha dado
armas ofensivas y eso reduce considerablemente los gastos.
Pelorat comentó con aire pensativo:
- Estoy pensando en la computadora.
Parece adaptarse tan bien a usted..., y no se adapta tan bien a todo el mundo.
Apenas funciona conmigo.
- Tanto mejor para nosotros, que
funcione bien con uno de los dos.
- Sí, pero ¿es esto simple casualidad?
- ¿Qué otra cosa, Janov?
- No cabe duda de que la alcaldesa le
conoce muy bien.
- Creo que sí, la vieja bruja.
- ¿No podría haber hecho diseñar una
computadora especialmente para usted?
- ¿Por qué?
- Sólo me pregunto si no estamos yendo
hacia donde la computadora quiere llevarnos.
Trevize lo miró con asombro.
- ¿Quiere decir que mientras estoy
conectado a la computadora, es la computadora, y no yo, quien se halla
realmente al mando?
- Eso me pregunto.
- Es ridículo. Paranoico. Vamos, Janov.
Trevize se volvió de nuevo hacia la
computadora para enfocar el planeta Sayshell en la pantalla y para trazar una
ruta hacia él por el espacio normal.
¡Ridículo!
Pero ¿por qué había puesto Pelorat la
idea en su cabeza?
10 MESA
33
Habían pasado dos días y Gendibal se
sentía más encolerizado que abatido. No existía ningún motivo por el que no
pudiera celebrarse el juicio inmediatamente. De no haber estado preparado, de
haber necesitado tiempo, le habrían impuesto un juicio urgente, estaba seguro
de ello.
Pero como nada más que la mayor crisis
desde el Mulo amenazaba a la Segunda Fundación, perdían el tiempo; y sin más
propósito que el de irritarlo.
Lo habían irritado y, por Seldon, esto
haría su contragolpe aun más fuerte. No tenía ninguna duda al respecto.
Miró a su alrededor. La antesala estaba
vacía. Ya hacía dos días que lo estaba. Era un hombre marcado, un orador que,
por causa de una acción sin precedentes en los cinco siglos de historia de la
Segunda Fundación, pronto perdería su cargo. Sería degradado a simple
ciudadano, degradado al nivel de un miembro de la Segunda Fundación, normal y
corriente.
Sin embargo, una cosa, y una cosa muy
honrosa, era ser un miembro llano de la Segunda Fundación, especialmente si uno
ostentaba un título respetable, como Gendibal podría hacer incluso después de
la residencia, y algo muy distinto haber llegado a orador y ser degradado.
No obstante, eso no sucedería, pensó
Gendibal con fiereza, aunque todos le hubieran rehuido durante dos días. Sólo
Sura Novi lo trataba como antes; pero ella era demasiado ingenua para
comprender la situación. Para ella, Gendibal seguía siendo el «maestro».
A Gendibal le irritaba encontrar un
cierto consuelo en ello. Se sintió avergonzado cuando empezó a notar que su estado
de ánimo mejoraba cuando la sorprendía mirándolo con veneración. ¿Es que ya
empezaba a agradecer regalos tan pequeños?
Un secretario salió de la cámara para
decirle que la Mesa estaba preparada para recibirlo, y Gendibal entró
majestuosamente. Gendibal conocía bien al secretario; era un hombre que sabía,
hasta la fracción más diminuta, el grado exacto de cortesía que merecía cada
orador. En aquel momento, el otorgado a Gendibal fue asombrosamente pequeño.
Incluso el secretario lo consideraba casi convicto.
Todos estaban sentados alrededor de la
mesa, vestidos con las negras togas. El primer orador, Shandess, parecía un
poco incómodo, pero no permitió que su rostro expresara el menor indicio de
cordialidad. Delarmi, una de las tres únicas oradoras, ni siquiera lo miró.
El primer orador dijo:
- Orador Stor Gendibal, ha sido usted
residenciado por comportarse de un modo indigno para un orador. Ante todos
nosotros ha acusado a la Mesa vagamente y sin pruebas, de traición e intento de
asesinato. Ha dado a entender que todos los miembros de la Segunda Fundación,
incluidos los oradores y el primer orador, debían ser sometidos a un profundo
análisis mental para descubrir cuál de ellos ya no era digno de confianza. Tal
conducta rompe la cohesión social, sin la que la Segunda Fundación no puede
controlar una Galaxia intrincada y potencialmente hostil, y sin la que no puede
construir, con seguridad, un Segundo Imperio viable.
»Ya que todos hemos sido testigos de
estas ofensas, renunciaremos a la exposición formal de cargos por la parte
acusadora. Por lo tanto, pasaremos directamente a la fase siguiente. Orador
Stor Gendibal, ¿tiene usted una defensa?
Ahora Delarmi, todavía sin mirarlo, se
permitió una ligera sonrisa.
Gendibal dijo:
- Si la verdad se considera una defensa,
la tengo. Hay fundamentos para sospechar de una brecha en nuestra seguridad.
Esa brecha puede implicar el control mental de uno o más miembros de la Segunda
Fundación, sin excluir a los aquí presentes, y esto supone un gran peligro para
la Segunda Fundación. Si, en realidad, aceleran este juicio porque no pueden
perder tiempo, es posible que todos reconozcan débilmente la seriedad de la
crisis, pero en ese caso, ¿por qué han perdido dos días después de que yo
reclamara formalmente un juicio inmediato? Declaro que ha sido esta grave
crisis lo que me ha obligado a decir lo que he dicho. Me habría comportado de
un modo indigno para un orador si no lo hubiera hecho así.
- Se empeña en repetir la ofensa,
primer orador - dijo Delarmi con suavidad.
El asiento de Gendibal estaba más
separado de la Mesa que el de los demás, lo cual era ya una clara degradación.
El lo alejó aún más, como si eso no le importara nada, y se levantó.
- ¿Me condenarán ahora, de antemano y a
despecho de la ley, o puedo exponer mi defensa con detalle? - preguntó.
El primer orador contestó:
- Esto no es una asamblea ilegal orador
Sin muchos precedentes para guiarnos, le daremos un voto de confianza,
reconociendo que si nuestras capacidades «demasiado humanas» nos hicieran
desviar de la absoluta justicia, es mejor dejar en libertad al culpable que
condenar al inocente. Por lo tanto, aunque el presente caso es tan grave que no
podemos dejar alegremente en libertad al culpable, le permitiremos exponer su
caso del modo que usted quiera y durante el tiempo que quiera, hasta que
decidamos, por votación unánime, incluido mi voto - y alzó la voz en esta frase
-, que hemos oído bastante.
- Entonces, permítanme empezar
declarando que Golan Trevize, el miembro de la Primera Fundación que ha sido
exilado de Términus y al que el primer orador y yo consideramos el filo de la
crisis, ha tomado una dirección inesperada - dijo Gendibal.
- Cuestión de información - aclaró
Delarmi con suavidad -. ¿Cómo es que el orador - la entonación indicó
claramente que la palabra era usada despectivamente - sabe tal cosa?
- Fui informado por el primer orador –
contestó Gendibal -, pero yo lo confirmo basándome en mis propios datos. Sin
embargo, en estas circunstancias, y teniendo en cuenta mis sospechas sobre el
nivel de seguridad de la cámara, deben permitirme que mantenga en secreto mis
fuentes de información.
- Yo no tengo nada que oponer.
Prosigamos sin aclarar este punto, pero si, a juicio de la Mesa, la información
debe conocerse, el orador Gendibal deberá proporcionarla - dijo el primer
orador.
Delarmi replicó:
- Si el orador no proporciona la
información ahora, debo decir que supongo que tiene un agente a su servicio, un
agente empleado particularmente por él y que no trabaja para la Mesa en
general. No podemos estar seguros de que tal agente obedezca las reglas de
conducta por las que se rige el personal de la Segunda Fundación.
El primer orador añadió con cierta
desaprobación:
- Veo todas las implicaciones, oradora
Delarmi. No es necesario que me las enumere.
- Unicamente lo menciono para que
conste en acta, primer orador, ya que esto agrava la ofensa y no es un dato
mencionado en la demanda de residencia, la cual, me gustaría señalar, no ha
sido leída en su totalidad y en la que solicito sea añadido este nuevo dato.
- El secretario deberá añadir el dato -
dijo el primer orador -, y el texto definitivo será redactado en el momento
adecuado. Orador Gendibal - él, cuando menos, no lo dijo en tono despectivo -,
su defensa es realmente un paso hacia atrás. Continúe.
Gendibal continuó:
- No sólo ese Trevize ha tomado una
dirección inesperada, sino que lo ha hecho a una velocidad sin precedentes. Mi
información, que el primer orador aún no conoce, es que ha recorrido casi diez
mil pársecs en mucho menos de una hora.
- ¿En un solo salto? - preguntó uno de
los oradores con incredulidad.
- En más de dos docenas de saltos, uno
tras otro, sin que virtualmente transcurriera tiempo alguno - dijo Gendibal -,
algo que resulta incluso más difícil de imaginar que un solo salto. Aunque ahora
esté localizado, necesitaremos tiempo para seguirle y, si él nos detecta y
realmente quiere huir de nosotros, no podremos alcanzarlo... Y ustedes pierden
el tiempo en juegos de residencias y dejan pasar dos días para saborearlos más.
El primer orador consiguió ocultar su
angustia.
- Haga el favor de decimos, orador
Gendibal, cuál cree usted que es el significado de todo esto.
- Es una indicación, primer orador, de
los. adelantos tecnológicos hechos por la Primera Fundación, que es ahora mucho
más poderosa que en tiempos de Preem Palver. No podríamos hacerles frente si
nos encontraran y fueran libres de actuar.
La oradora Delarmi se puso en pie y
dijo:
- Primer orador, estamos perdiendo el
tiempo con asuntos que no vienen al caso. No somos niños a los que se pueda
asustar con cuentos de la Abuela Espacial. No importa lo impresionante que sea
la maquinaria de la Primera Fundación si, en cualquier crisis, sus mentes están
bajo nuestro control.
- ¿Qué tiene que decir a esto, orador
Gendibal? - preguntó el primer orador.
- Unicamente que llegaremos a la
cuestión de las mentes a su debido tiempo. Por el momento, sólo quiero recalcar
el poderío tecnológico superior, y creciente, de la Primera Fundación.
- Pase al siguiente punto, orador
Gendibal. Debo manifestar que el primero no me parece estar relacionado con el
asunto contenido en la demanda de residencia - dijo el primer orador.
Hubo un claro gesto de conformidad por
parte de la Mesa en general.
- Prosigo. Trevize tiene un compañero
en su presente viaje - Gendibal hizo una momentánea pausa para considerar la
pronunciación, un tal Janov Pelorat, erudito bastante ineficaz que ha dedicado
su vida a reunir mitos y leyendas referentes a la Tierra.
- ¿Sabe todo esto acerca de él? ¿Su
fuente secreta, supongo? - dijo Delarmi, que se había arrogado el papel de
fiscal con evidente satisfacción.
- Si, sé todo esto acerca de él -
replicó Gendibal, impasible -. Hace unos cuantos meses, la alcaldesa de
Términus, una mujer enérgica y capaz, se interesó por ese erudito sin una razón
clara y, como es natural, yo también me interesé. No lo he guardado en secreto.
Toda la información obtenida ha sido puesta a disposición del primer orador.
- Confirmo lo manifestado - dijo el
primer orador en voz baja.
Un anciano orador preguntó:
- ¿Qué es esa Tierra? ¿Es el mundo de
origen que se menciona en todas las fábulas? ¿El que fue objeto de tanta
agitación en los viejas tiempos imperiales?
Gendibal asintió.
- En los cuentos de la Abuela Espacial,
como diría la oradora Delarmi. Sospecho que el sueño de Pelorat era venir a
Trántor para consultar la Biblioteca Galáctica, a fin de encontrar información
sobre la Tierra que no pudo obtener en el servicio bibliotecario interestelar
del que disponía en Términus.
»Cuando salió de Términus, con Trevize,
debía de tener la impresión de que su sueño iba a realizarse. Nosotros los
esperábamos a los dos y contábamos con tener la oportunidad de examinarlos, en
nuestro propio beneficio. Al parecer, como todos ustedes ya saben, no vendrán
aquí. Se han desviado hacia un destino que aún no está claro y por una razón
que aún no se conoce.
La redonda cara de Delarmi reflejó una
expresión querúbica al decir:
- ¿Y a qué se debe tanto ruido? Aquí no
los necesitamos para nada. En realidad, si nos descartan tan fácilmente,
podemos deducir que la Primera Fundación no conoce la verdadera naturaleza de
Trántor, y podemos aplaudir la obra de Preem Palver.
Gendibal contestó:
- Si no profundizáramos más, realmente
podríamos llegar a esta conclusión tan tranquilizadora. Sin embargo, ¿podría
ser que el desvío no se debiera a la incapacidad de ver la importancia de
Trántor?
¿Podría ser que el desvío se debiera al
miedo de que Trántor, examinando a estos dos hombres, viese la importancia de
la Tierra?
Hubo una verdadera conmoción en torno a
la Mesa.
- Cualquiera - dijo Delarmi con
frialdad - puede inventar tesis absurdas y disfrazarlas con frases mesuradas.
Pero ¿acaso esto hace que tengan sentido? ¿Por qué iba alguien a inquietarse
por lo que la Segunda Fundación pensara de la Tierra? Tanto si es el verdadero
planeta de origen, como si es un mito, como si no hay ningún planeta de origen,
es algo que sólo interesa a los historiadores, antropólogos y coleccionistas de
leyendas populares, como ese tal Pelorat. ¿Por qué a nosotros?
- Sí, ¿por qué? - dijo Gendibal -. ¿A
qué se debe, entonces, que no haya referencias de la Tierra en la biblioteca?
Por primera vez, algo que no era
hostilidad se dejó sentir en el ambiente alrededor de la Mesa.
Delarmi inquirió:
- ¿No las hay?
Gendibal contestó con calma:
- Cuando me enteré de que Trevize y
Pelorat podrían venir aquí en busca de información sobre la Tierra, yo, como es
natural, hice que la computadora de nuestra biblioteca confeccionara una lista
de los documentos que contenían dicha información.
Me sentí ligeramente interesado al
descubrir que no había nada. Ni una cantidad pequeña. Ni muy poco. ¡Nada!
»Pero después ustedes insistieron en
que yo esperara dos días antes de que este juicio tuviera lugar, y al mismo
tiempo, mi curiosidad se acrecentó con la noticia de que los miembros de la
Primera Fundación no vendrían después de todo. Tenía que distraerme de algún
modo. Mientras el resto de ustedes estaba, como dice el refrán, bebiendo vino
mientras la casa se derrumbaba, revisé algunos libros de historia que tenía yo.
Encontré párrafos que mencionaban específicamente algunas de las
investigaciones sobre la "'Cuestión del Origen" en los últimos
tiempos imperiales. Había referencias y citas de determinados documentos, tanto
impresos como filmados. Volví a la biblioteca y busqué personalmente esos
documentos. Les aseguro que no había nada.
- Aunque sea así, no tiene por qué
sorprendernos. Si la Tierra es realmente un mito... - dijo Delarmi.
- Entonces, la encontraría en las
referencias mitológicas. Si fuera una historia de la Abuela Espacial, la
encontraría en las obras completas de la Abuela Espacial. Si fuera una
invención de la mente enferma, la encontraría en psicopatología. El hecho es
que existe algo sobre la Tierra o todos ustedes no habrían oído hablar de ella
y tampoco la habrían reconocido inmediatamente como el nombre del supuesto
planeta de origen de la especie humana. Así pues, ¿por qué no hay ninguna
referencia a ella en la biblioteca, ni en ningún sitio?
Delarmi guardó silencio durante unos
momentos y otro orador tomó la palabra. Era Leonis Cheng, un hombrecillo con
unos conocimientos enciclopédicos sobre las minucias del Plan Seldon y una
actitud bastante miope hacia la Galaxia. Sus ojos tendían a parpadear
rápidamente cuando hablaba.
- Es bien sabido que el Imperio intentó
crear en sus últimos días una mística imperial prohibiendo todo interés por los
tiempos preimperiales - dijo.
Gendibal asintió.
- Prohibición es el término exacto,
orador Cheng.
Esto no equivale a destrucción de
pruebas. Como usted debería saber mejor que nadie, otra característica de la
decadencia imperial fue el repentino interés por tiempos pasados, presuntamente
mejores. Yo acabo de referirme al interés por la «Cuestión del Origen» en
tiempos de Hari Seldon.
Cheng interrumpió con un formidable
carraspeo.
- Lo sé muy bien, joven, y sé mucho más
de lo que usted parece creer sobre estos problemas sociales de la decadencia
imperial. El proceso de «imperialización» atajó estos juegos de aficionado
acerca de la Tierra. Bajo Cleón II, durante el último resurgimiento del
Imperio, dos siglos después de Seldon, la imperialización alcanzó su punto
culminante y toda especulación sobre la cuestión de la Tierra llegó a su fin.
Incluso hubo un mandato referente a esto en tiempos de Cleón, calificando el
interés por esos temas de (y creo que lo cito textualmente) «especulación
caduca e improductiva que tiende a minar el amor del pueblo por el trono
imperial».
Gendibal sonrió.
- Entonces, ¿cree usted que fue en
tiempos de Cleón II, orador Cheng, cuando se destruyó toda referencia a la
Tierra?
- No saco ninguna conclusión. Sólo he
declarado lo que he declarado.
- Es muy astuto por su parte no sacar
ninguna conclusión. En la época de Cleón es posible que el Imperio viviera un
resurgimiento, pero la universidad y la biblioteca, por lo menos, estaban en
nuestras manos o, en todo caso, en las de nuestros predecesores. Había sido
imposible sacar material de la biblioteca sin que los oradores de la Segunda
Fundación se enterasen. De hecho, la labor habría tenido que ser encomendada a
los oradores, aunque el Imperio moribundo no lo habría sabido.
Gendibal hizo una pausa, pero Cheng,
sin decir nada, miró por encima de la cabeza del otro.
Gendibal prosiguió:
- De esto se deduce que la biblioteca
no pudo ser vaciada del material sobre la Tierra durante la época de Seldon, ya
que entonces la «Cuestión del Origen» era una preocupación activa, y no pudo
ser vaciada después porque la Segunda Fundación estaba a cargo de ella. Sin
embargo, ahora la biblioteca está vacía. ¿Cómo es posible?
Delarmi intervino con impaciencia:
- Puede dejar de insistir en el
dilema., Gendibal.
Lo entendemos. ¿Qué sugiere usted como
solución? ¿Que ha sacado los documentos usted mismo?
- Como de costumbre, Delarmi, no se
anda por las ramas. - Y Gendibal le dedicó una inclinación de cabeza con
sardónico respeto (ante la que ella reaccionó alzando ligeramente el labio) -.
Una solución es que la depuración haya sido hecha por un orador de la Segunda
Fundación, alguien que sepa utilizar a los encargados sin dejar ningún recuerdo
tras de sí, y las computadoras sin dejar registro tras de sí.
El primer orador, Shandess, enrojeció,
- Ridículo, orador Gendibal. No creo que un orador hiciera eso. ¿Cuál sería el
motivo? Aunque por alguna razón, el material sobre la Tierra hubiera sido
retirado, ¿por qué ocultarlo al resto de la Mesa? ¿Por qué arriesgarse a
destruir la propia carrera expoliando la biblioteca cuando hay tantas
probabilidades de que se descubra? Además, creo que ni el más hábil de los
oradores podría realizar esa tarea sin dejar ninguna huella.
- Entonces debe de ser, primer orador,
que discrepa de la oradora Delarmi en la sugerencia de que lo he hecho yo.
- Por supuesto - dijo el primer orador
-. A veces dudo de su buen juicio, pero aún no lo considero totalmente loco.
- Entonces debe de ser que nunca ha
sucedido primer orador. El material sobre la Tierra aún debe de estar en la
biblioteca, pues parece que ya hemos eliminado todas las formas posibles en que
puede haber sido retirado; y, sin embargo, el material no está allí.
Delarmi dijo con afectado cansancio:
- Bueno, bueno, terminemos de una vez.
Vuelvo a preguntarle, ¿qué solución sugiere usted? Estoy segura de que cree
tener una.
- Si usted está segura, oradora, es
posible que también lo estemos todos. Mi sugerencia es que la biblioteca ha
sido expurgada por alguien de la Segunda Fundación que está bajo el control de
una sutil fuerza ajena a la Segunda Fundación. La expurgación ha pasado
desapercibida porque esa misma fuerza se ha encargado de que fuera así.
Delarmi se echó a reír.
- Hasta que usted lo ha descubierto.
Usted, el incontrolado e incontrolable. Si esa misteriosa fuerza existiera,
¿cómo ha descubierto usted la ausencia de material de la biblioteca? ¿Por qué
no lo han controlado?
Gendibal contestó con gravedad:
- No es cuestión de risa, oradora.
Ellos pueden creer, igual que nosotros, que toda manipulación debe ser reducida
al mínimo. Cuando mi vida estuvo en peligro hace unos cuantos días, me preocupé
más por abstenerme de intervenir en una mente hameniana que por protegerme a mí
mismo. Podría ocurrirles lo mismo a ellos; en cuanto se creyeron a salvo,
dejaron de intervenir. Este es el peligro, el temible peligro. El hecho de que
yo haya descubierto lo ocurrido puede significar que a ellos ya no les importa.
El hecho de que ya no les importe puede significar que ya creen haber vencido.
¡Y aquí nosotros continuamos jugando!
- Pero ¿qué se proponen con todo esto?
¿Qué finalidad persiguen? - preguntó Delarmi, moviendo los pies y mordiéndose
los labios. Notaba que su poder disminuía a medida que la Mesa se sentía más
interesada, más preocupada.
Gendibal repuso:
- Resumamos... La Primera Fundación,
con su enorme arsenal de poder físico, está buscando la Tierra. Simulan librarse
de dos exiliados, confiando en que nosotros los tomaremos por tales, pero ¿les
equiparían con naves de increíble poder, naves que pueden recorrer diez mil
pársecs en menos de una hora, si no fueran más que eso?
»En cuanto a la Segunda Fundación, no
hemos buscado la Tierra, y es evidente que se han tomado medidas sin nuestro
conocimiento para despojarnos de toda información respecto a ese planeta. La
Primera Fundación está ahora tan cerca de encontrar la Tierra, y nosotros
estamos tan lejos de hacerlo, que Gendibal hizo una pausa y Delarmi dijo:
- Que, ¿qué? Termine su infantil
relato. ¿Sabe algo o no?
- No lo sé todo, oradora. No he llegado
hasta el fondo de la red que nos está envolviendo, pero sé que la red está ahí.
No sé qué importancia puede tener el descubrimiento de la Tierra, pero estoy
seguro de que la Segunda Fundación se enfrenta a un enorme peligro y, con ella,
el Plan Seldon y el futuro de toda la humanidad.
Delarmi se puso en pie. No sonreía y
habló con voz tensa pero rigurosamente controlada.
- ¡Tonterías! ¡Primer orador, ponga fin
a esto. Lo que se debate es el comportamiento del acusado. Lo que él nos dice
no sólo es infantil sino irrelevante. No puede excusar su conducta inventando
una serie de teorías que sólo tienen sentido para él.
Solicito la votación inmediata, la
votación unánime en favor de su culpabilidad.
- Esperen - dijo vivamente Gendibal -.
Me han asegurada que tendría una oportunidad para defenderme y queda una prueba
más una más. Déjenme presentarla y luego podrán pasar a la votación sin más
objeciones por m parte.
El primer orador se restregó los ojos
con cansancio.
- Puede continuar, orador Gendibal.
Desearía hacer notar a la Mesa que la condena de un orador residenciado es una
acción tan grave y, en realidad sin precedentes, que no debemos dar la
impresión de obstaculizar la defensa. Recuerden, asimismo, que incluso si el
veredicto nos satisface, puede no satisfacer a aquellos que vendrán después de
nosotros, y no creo que un miembro de la Segunda Fundación de cualquier nivel,
para no hablar de los oradores de la Mesa, no aprecie plenamente la importancia
de la perspectiva histórica. Actuemos de modo que podamos aseguramos la
aprobación de los oradores que nos sucederán en los siglos venideros.
Delarmi replicó con mordacidad:
- Corremos el riesgo, primer orador, de
que la posteridad se ría de nosotros sin dudar de lo evidente. Continuar la
defensa es decisión de usted.
Gendibal tomó aliento.
- Entonces, de acuerdo con su decisión,
primer orador, deseo llamar a un testigo una joven a la que conocí hace tres
días y sin la cual quizá no habría llegado nunca a la reunión de la Mesa, en
vez de haberlo hecho sólo con retraso.
- ¿Conoce la Mesa a la mujer de la que
habla? - preguntó el primer orador.
- No, primer orador. Es una nativa de
este planeta.
Delarmi abrió desmesuradamente los
ojos.
- ¿Una hameniana?
- ¡En efecto! ¡Así es!
- ¿Qué tenemos que ver con uno de ésos?
Nada de lo que dicen puede ser importante. ¡No existen! - dijo Delarmi.
Los labios de Gendibal se fruncieron en
una mueca que no habría podido confundirse con una sonrisa y declaró
mordazmente:
- Físicamente todos los hamenianos
existen. Son seres humanos y desempeñan su papel en el Plan de Seldon. En la
protección indirecta de la Segunda Fundación desempeñan un papel crucial.
Quiero disociarme de la crueldad de la oradora Delarmi y espero que su
afirmación conste en acta y sea considerada como evidencia de su posible
ineptitud para el cargo de oradora. ¿Estará de acuerdo el resto de la Mesa con
la increíble afirmación de la oradora y me privará de mi testigo?
El primer orador dijo:
- Llame a su testigo, orador.
Los labios de Gendibal se relajaron en
los inexpresivos rasgos normales de un orador bajo presión.
Su mente estaba protegida, y cercada,
pero tras esa barrera protectora, notó que el momento de peligro había pasado y
que él había vencido.
34
Sura Novi parecía nerviosa. Tenía los
ojos muy abiertos y el labio inferior le temblaba ligeramente. Sus manos se
cerraban y abrían con lentitud y su respiración era acelerada. Su cabello había
sido peinado hacia atrás y trenzado en un moño; su cara tostada por el sol se
crispaba de vez en cuando. Sus manos estrujaban los pliegues de su falda larga.
Miró apresuradamente en torno a la Mesa, de un orador a otro, con grandes ojos
llenos de temor.
Ellos le devolvieron la mirada con
diversos grados de desprecio e inquietud. Delarmi mantuvo la mirada muy por
encima de la coronilla de Novi, haciendo caso omiso de su presencia.
Gendibal tocó cuidadosamente la capa
exterior de su mente, sosegándola y relajándola. Podría haber hecho lo mismo
acariciándole la mano o la mejilla, pero aquí, en estas circunstancias, eso era
imposible, naturalmente.
- Primer orador, estoy entumeciendo el
conocimiento consciente de esta mujer para que su testimonio no esté deformado
por el miedo. ¿Hará el favor de observar..., observarán todos ustedes, si lo
desean, que no modificaré su mente en modo alguno?
Novi había vuelto a sobresaltarse de
terror al oír la voz de Gendibal, y Gendibal no se sorprendió al notarlo. Sabía
que nunca había oído hablar entre ellos a los miembros de la Segunda Fundación
de alto rango. Nunca había experimentado esa extraña y veloz combinación de
sonido, tono, expresión y pensamiento. Sin embargo, el temor se desvaneció tan
rápidamente como la había invadido, cuando él apaciguó su mente.
Una expresión de placidez se adueñó de
su rostro.
- Hay una silla detrás de ti, Novi -
dijo Gendibal -. Haz el favor de sentarte.
Novi hizo una pequeña y torpe
reverencia y se sentó, manteniéndose erguida.
Habló con gran claridad, pero Gendibal
le pidió que repitiera algunas cosas cuando su acento hameníano era demasiado
marcado. Y como él mantuvo la formalidad de su propio lenguaje por deferencia a
la Mesa, también tuvo que repetir algunas de sus preguntas.
El relato de la lucha entre él y
Rufirant fue descrito sosegada y perfectamente.
Gendibal preguntó:
- ¿Viste todo esto tú misma, Novi?
- Nanay, maestro, o lo habría antes
detenido. Rufirant ser buen tipo, pero no rápido en la cabeza.
- Pero tú lo has descrito todo. ¿Cómo
es posible, si no lo viste todo?
- Rufirant lo contó a mí después, al
preguntarle. Estar avergonzado.
- ¿Avergonzado? ¿Sabes si se había
comportado de esta manera con anterioridad?
- ¿Rufirant? Nanay, maestro. El ser
amable, aunque ser grande. El no ser luchador y tener miedo de los serios. El
dice a menudo que ellos tienen mucha fuerza y poder.
- ¿Por qué no pensaba así cuando me
encontró?
- Ser extraño. Ser no comprensible. -
Meneó la cabeza -. El no ser sí mismo. Yo le dije: «Tú, cabeza hueca. ¿Te
parece bien asaltar a serio?». Y él dijo: «No sé cómo ha pasado. Ser como si yo
estoy a un lado, quieto y mirando a no-yo.»
El orador Cheng interrumpió:
- Primer orador, ¿por qué razón se hace
declarar a esta mujer lo que le ha dicho un hombre? ¿Es que el hombre no puede
ser interrogado?
Gendíbal contestó:
- Puede serlo. Si, después del
testimonio de esta mujer, la Mesa desea oír más testimonios, estaré dispuesto a
llamar a Karoll Rufirant, mi reciente antagonista, al estrado. Si no, la Mesa podrá
emitir su veredicto cuando haya terminado con esta testigo.
- Muy bien - accedió el primer orador
-. Prosiga.
Gendibal preguntó:
- ¿Y tú, Novi? ¿Fue propio de ti
intervenir de este modo en la pelea?
Novi no dijo nada durante unos
momentos. Un pequeño ceño apareció entre sus tupidas cejas y luego desapareció.
- Yo no sé. Yo no deseo mal a serios.
Yo sentirme empujada, y me mezclé sin pensamiento. – Una pausa, y después -: Yo
lo haré otra vez si ser necesario.
- Novi, ahora ir dormirás. No pensarás
en nada. Descansarás y ni siquiera soñarás - dijo Gendibal.
Novi balbuceó durante un momento. Sus
ojos se cerraron y su cabeza cayó hacia atrás contra el respaldo de la silla.
Gendibal esperó un momento y luego
dijo:
- Primer orador, con todo respeto,
sígame al interior de la mente de esta mujer. La encontrará notablemente simple
y simétrica, lo cual es una suerte, pues lo que verá podría no haber sido
visible en otras circunstancias. ¡Aquí..., aquí! ¿Lo observa? Si el resto de
ustedes quieren entrar..., será más fácil si lo hacen uno por uno.
Hubo un creciente zumbido en torno a la
mesa.
- ¿Alguno de ustedes duda todavía? –
preguntó Gendibal.
Delarmi dijo:
- Yo dudo, porque... - Hizo una pausa
al borde de lo que era, incluso para ella, difícil de decir.
Gendibal lo dijo en su lugar.
- ¿Cree que he manipulado
deliberadamente esta mente a fin de que presentara una falsa evidencia? ¿Cree,
por lo tanto, que soy capaz de realizar un ajuste tan delicado; una sola fibra
mental claramente deformada sin nada a su alrededor o en las proximidades que
esté alterado en lo más mínimo? Si pudiera hacerlo, ¿qué necesidad tendría de
tratar con cualquiera de ustedes de esta manera? ¿Por qué someterme a la
deshonra de un juicio? ¿Por qué esforzarme en convencerles? Si yo pudiera hacer
lo que se ve en la mente de esta mujer, todos ustedes estarían indefensos
frente a mi, a menos que se hallaran bien preparados. El hecho contundente es
que ninguno de ustedes podría manipular una mente como ha sido manipulada la de
esta mujer. Yo tampoco. Sin embargo, alguien lo ha hecho.
Hizo una pausa, mirando a todos los
oradores por orden, y, fijando después sus ojos en Delarmi, habló con lentitud.
- Ahora, si no disponen nada más, haré
entrar al campesino hameniano, Karoll Rufirant, al que he examinado y cuya
mente también ha sido manipulada de esta manera.
- No será necesario - dijo el primer
orador, que tenía una expresión consternada -. Lo que hemos visto es más que
suficiente.
- En ese caso - dijo Gendibal -, ¿puedo
despertar a esta hameniana y dejarla ir? He dispuesto que fuera haya alguien
para encargarse de su recuperación.
Cuando Novi hubo salido, llevada del
brazo por Gendibal, éste dijo:
- Permítanme hacer un breve resumen.
Las mentes pueden ser, y han sido, alteradas de un modo que está más allá de
nuestro poder. Así pues, los propios encargados de la biblioteca pueden haber
sido influidos para sacar de allí el material sobre la Tierra, sin nuestro
conocimiento o el de ellos. Hemos visto cómo se dispuso que mi llegada a la
reunión de la Mesa fuese retrasada. Me amenazaron; me rescataron. La
consecuencia es que fui residenciado. La consecuencia de esta sucesión de
hechos aparentemente naturales es que puedo ser destituido de una posición de
poder; y la línea de acción que yo defiendo y que amenaza a esas personas,
quienesquiera que sean, puede ser anulada.
- Delarmi se inclinó hacia delante.
Estaba claramente trastornada.
- Si esa organización secreta es tan
ingeniosa, ¿cómo pudo usted descubrir todo esto?
Ahora, Gendibal no tuvo inconveniente
en sonreír.
- El mérito no es mío – dijo -. No me
considero más hábil que los demás oradores y, por supuesto, no más que el
primer orador. Sin embargo, tampoco estos Anti-Mulos, como el primer orador los
ha bautizado ingeniosamente, son infinitamente sabios o infinitamente inmunes a
las circunstancias. Quizá eligieron a esta hameniana determinada como
instrumento precisamente porque necesitaba muy. Pocos ajustes. Ella era, por su
propio carácter, simpatizante de los que llama "sabios", y los admiraba
intensamente.
»Pero después, cuando esto hubo
terminado, su momentáneo contacto conmigo reforzó su fantasía de convertirse
ella misma en "sabia". Al día siguiente acudió a mí con esa idea en
mente. Curioso por tan peculiar ambición, examiné su mente, lo que ciertamente
no habría hecho en otras circunstancias, y más por accidente que otra cosa,
descubrí el ajuste y percibí su significado. De haber sido elegida cualquier
otra mujer, una menos predispuesta a favor de los sabios, los Anti-Mulos
habrían tenido que hacer más de un ajuste, pero quizá entonces no habría habido
consecuencias y yo no me habría enterado de nada. Los Anti-Mulos calcularon
mal, o bien no previeron esta posibilidad. El hecho de que puedan tropezar de
este modo es alentador.
- El primer orador y usted llaman a
esta... organización... los Anti-Mulos, supongo que porque parecen trabajar
para mantener a la Galaxia en la trayectoria del Plan Seldon, en vez de
desviarla como hizo el propio Mulo. Si los Anti-Mulos hacen eso, ¿por qué son
peligrosos? - dijo Delarmi.
- ¿ Por, qué iban a esforzarse, si no
fuera con algún propósito? Nosotros no sabemos cuál es ese propósito. Un cínico
podría decir que quieren intervenir en alguna época futura e impulsar la
corriente en otra dirección, alguna que posiblemente les agradaría más a ellos
que a nosotros. Esta es mi propia opinión, a pesar de que no estoy
especializado en cinismo. ¿Acaso la oradora Delarmi se atrevería a afirmar,
debido al amor y confianza que conforman tan gran parte de su carácter, que son
altruistas cósmicos, que hacen nuestro trabajo en lugar de nosotros, sin
aspirar a una recompensa?
Hubo unas carcajadas ahogadas en torno
a la mesa y Gendibal comprendió que había vencido.
Y Delarmi comprendió que había perdido;
y una oleada de ira apareció a través de su férreo control mentálico como un
momentáneo rayo de sol a través de una espesa bóveda de hojas.
- A raíz del incidente con el campesino
hameniano, llegué a la conclusión de que había un orador tras él. Cuando
observé el ajuste en la mente de la hameniana, supe que estaba en lo cierto
respecto a la conspiración, pero equivocado respecto al conspirador. Ruego me
disculpen por la mala interpretación y alego las circunstancias como atenuante
- prosiguió Gendibal.
El primer orador dijo:
- Creo que esto puede ser interpretado
como una disculpa...
Delarmi interrumpió. Había recobrado la
serenidad; su rostro era afable y su voz, pura sacarina.
- Con todo respeto, primer orador, si
se me permite interrumpir... Olvidemos este asunto de la residencia. En este
momento yo no votaría por la condena y supongo que nadie lo haría. Incluso
sugiero que la residencia no conste en el intachable historial del orador. El
orador Gendibal se ha exonerado hábilmente a sí mismo. Le felicito por ello...
y por denunciar una crisis que el resto de nosotros bien habríamos podido
ignorar indefinidamente, con resultados incalculables. Ofrezco al orador mis
sinceras disculpas por mi anterior hostilidad.
Dirigió una resplandeciente sonrisa a
Gendibal, que la admiró a pesar suyo por la manera en que había cambiado
inmediatamente de táctica a fin de reducir sus pérdidas. También intuyó que
esto sólo eran los preliminares a un ataque desde otra dirección.
35
Cuando se esforzaba en mostrarse
encantadora, la oradora Delora Delarmi conseguía dominar a la Mesa de Oradores.
Su voz se tornó suave, su sonrisa indulgente, sus ojos brillantes, y toda ella
irradió dulzura. Nadie pensó en interrumpirla y todos esperaron que asestara el
golpe de gracia.
- Gracias al orador Gendibal, creo que
ahora todos sabemos lo que debemos hacer. No vemos a los Anti-Mulos; no tenemos
ningún dato acerca de ellos, excepto sus fugitivos toques en las mentes de
personas que viven en la sede de la misma Segunda Fundación. No sabemos qué
está planeando el centro de poder de la Primera Fundación. Quizá nos
encontremos ante una alianza de los Anti-Mulos y la Primera Fundación. No lo
sabemos.
»Sí sabemos que este Golan Trevize y su
compañero, cuyo nombre se me escapa en este momento, se dirigen hacia algún
lugar que no sabemos cuál es, y que el primer orador y Gendibal creen que
Trevize es la clave de esta grave crisis. Así pues, ¿qué debemos hacer? Está
claro que debemos averiguar todo lo que podamos sobre Trevize; adónde va, qué
piensa, cuál puede ser su propósito; o bien si tiene algún punto de destino,
algún pensamiento, algún propósito; si no podría ser, en realidad, un mero
instrumento de una fuerza mayor que él.
- Está sometido a observación - dijo
Gendibal.
Delarmi frunció los labios en una
indulgente sonrisa.
- ¿De quién? ¿De uno de sus agentes
extranjeros? ¿Podemos esperar que esos agentes se resistan a aquellos que
tienen las facultades demostradas aquí? Indudablemente no. En tiempos del Mulo,
y también más tarde, la Segunda Fundación no vaciló en enviar fuera, e incluso
sacrificar, a voluntarios de los mejores que teníamos, ya que ninguna otra cosa
podía servir. Cuando fue necesario restaurar el Plan Seldon, el mismo Preem
Palver registró la Galaxia como un comerciante trantoriano a fin de traer a esa
muchacha, Arkady. No podemos cruzarnos de brazos, ahora, cuando la crisis puede
ser más grave que en ningún caso previo. No podemos confiar en funcionarios
menores, vigilantes y mensajeros.
- ¿No estará sugiriendo que el primer
orador abandone Trántor en este momento? - preguntó Gendibal.
Y Delarmi contestó:
- Por supuesto que no. Lo necesitamos
aquí. Por otra parte, está usted, orador Gendibal. Es usted quien ha intuido y
sopesado correctamente la crisis. Es usted quien detectó la sutil interferencia
exterior en la biblioteca y las mentes hamenianas. Es usted quien ha mantenido
sus opiniones contra la cerrada oposición de la Mesa... y ha vencido. Aquí no
hay nadie que haya visto la situación tan claramente como usted, y nadie más
que usted podrá seguir viéndola con claridad. En mi opinión, es usted quien
debe salir al espacio para enfrentarse al enemigo. ¿Puedo saber el parecer de
la Mesa?
No necesitó una votación formal para
conocer ese parecer. Cada orador tocó las mentes de los otros y quedó claro
para un Gendibal súbitamente consternado que, en el momento de su victoria y de
la derrota de Delarmi, esta formidable mujer había maniobrado para enviarle
irrevocablemente al exilio con una misión que le ocuparía durante un período
indefinido, mientras ella permanecía allí para controlar la Mesa y, por lo
tanto, la Segunda Fundación y, consecuentemente, la Galaxia, enviando a todos
por igual, tal vez, hacia su total destrucción.
Y si, de alguna manera, el exiliado
Gendibal conseguía obtener la información que permitiría a la Segunda Fundación
eludir la inminente crisis, sería Delarmi quien merecería el reconocimiento por
haberlo organizado, y el éxito de él sólo confirmaría el poder de ella. Cuanto
más rápido fuese Gendibal, cuanto más éxito tuviera, más sólidamente confirmaría
el poder de la oradora Delarmi.
Era una maniobra muy hermosa, una
recuperación increíble.
Y dominaba claramente a la Mesa,
incluso ahora que estaba usurpando virtualmente las atribuciones del primer
orador. El pensamiento de Gendibal en este sentido fue atajado por la ira que
emanaba del primer orador.
Se volvió. El primer orador no hacía
ningún esfuerzo para ocultar su cólera, y pronto quedó claro que una nueva
crisis interna no tardaría en suceder a la que había sido resuelta.
36
Quindor Shandess, el vigésimo quinto
primer orador, no se hacía demasiadas ilusiones respecto a sí mismo.
Sabía que no era uno de los pocos
primeros oradores dinámicos que habían iluminado los cinco siglos de historia
de la Segunda Fundación; pero, en realidad, no tenía que serlo. Presidía la
Mesa durante un tranquilo período de prosperidad galáctica y no había necesidad
de dinamismo. Había parecido que se trataba de una época idónea para jugar a la
defensiva y él había sido el hombre adecuado para este papel. Su predecesor lo
había escogido por este motivo.
- Usted no es un aventurero; usted es
un sabio - había dicho el vigésimo cuarto primer orador -. Usted preservará el
Plan, mientras que un aventurero podría echarlo a perder. ¡Preservar! Que ésta
sea la palabra clave para su Mesa.
Lo había intentado, pero eso significó
un mandato pasivo y, en muchas ocasiones, se había interpretado como debilidad.
Había rumores periódicos en el sentido de que se proponía dimitir y también
manifestar intrigas para asegurar la sucesión en una u otra dirección.
Shandess no tenía la menor duda de que
Delarmi había sido la instigadora de la lucha. Tenía la personalidad más fuerte
de la Mesa, e incluso Gendibal, con, todo el fuego y la locura de la juventud,
retrocedía ante ella, como estaba haciendo ahora mismo.
Pero, por Seldon, quizá fuese pasivo, o
incluso débil, pero había una prerrogativa del primer orador a la que ni uno
solo había renunciado, y él tampoco lo haría.
Se levantó para hablar e inmediatamente
se produjo un siseo en torno a la mesa. Cuando el primer orador se levantaba
para hablar, no podía haber interrupciones. Ni siquiera Delarmi o Gendibal se
atreverían a interrumpir.
- ¡Oradores! Convengo en que nos
enfrentamos a una crisis peligrosa y en que debemos tomar medidas drásticas.
Soy yo quien tendría que ir al encuentro del enemigo. La oradora Delarmi, con
la amabilidad que la caracteriza, me dispensa de la labor declarando que soy
necesario aquí. Sin embargo, la verdad es que no soy necesario aquí ni allí. Me
hago viejo; me siento cansado. Desde hace tiempo se espera que dimita algún día
y quizá debería hacerlo.
Cuando esta crisis haya sido resuelta,
dimitiré.
»Pero, naturalmente, es privilegio del
primer orador escoger a su sucesor. Voy a hacerlo ahora. Hay un orador que
domina desde hace tiempo las sesiones de la Mesa; un orador que, por la fuerza
de su personalidad, ha suplido el liderazgo que yo no ejercía. Todos ustedes
saben que estoy hablando de la oradora Delarmi.
Hizo una pausa, y después añadió:
- Sólo usted, orador Gendibal, denota
desaprobación. ¿Puedo preguntar por qué? - Se sentó, para que Gendibal tuviera
derecho a contestar.
- No lo desapruebo, primer orador -
dijo Gendibal en voz baja -. A usted le corresponde elegir a su sucesor.
- Y así lo haré. Cuando usted regrese,
habiendo conseguido iniciar el proceso que pondrá fin a esta crisis, será el
momento adecuado para mi dimisión. Mi sucesor será entonces el encargado de
dirigir la política necesaria para continuar y completar ese proceso. ¿Tiene
algo que decir, orador Gendibal?
Gendibal contestó sosegadamente:
- Ya que ha asignado a la oradora
Delarmi como su sucesora, primer orador, confío en que tendrá a bien
aconsejarla que...
El primer orador lo interrumpió con
brusquedad.
- He hablado de la oradora Delarmi,
pero no la he nombrado mi sucesora. Y ahora, ¿qué tiene que decir?
- Le pido perdón, primer orador.
Debería haber dicho, suponiendo que designe a la oradora Delarmi como su
sucesora tras mi regreso de esta misión, ¿tendrá a bien aconsejarle que...?
- Tampoco la nombraré mi sucesora en el
futuro, de ninguna manera. Y ahora, ¿qué tiene que decir? - El primer orador
fue incapaz de hacer este anuncio sin mostrar su satisfacción por el golpe que
le estaba asestando a Delarmi. No habría podido hacerlo de un modo más brillante.
- Bueno, orador Gendibal – repitió -,
¿qué tiene que decir?
- Que estoy desconcertado.
El primer orador volvió a levantarse y
dijo:
- La oradora Delarmi ha dominado y
acaudillado, pero esto no es todo lo que se necesita para el cargo de primer orador.
El orador Gendibal ha visto lo que nosotros no hemos visto. Ha hecho frente a
la hostilidad de toda la Mesa, y la ha obligado a reconsiderar la cuestión, y
la ha forzado a aceptar sus teorías. Yo tengo mis sospechas sobre los motivos
de la oradora Delarmi para echar la responsabilidad de la persecución de Golan
Trevize sobre los hombros del orador Gendibal, pero a él le corresponde llevar
esa carga. Sé que triunfará, confío en mi intuición para saberlo, y cuando
regrese, el orador Gendibal se convertirá en el vigésimo sexto primer orador.
Se sentó bruscamente y cada uno de los
oradores empezaron a manifestar su opinión en una batahola de sonido, tono,
pensamiento y expresión. El primer orador no prestó atención alguna a la
cháchara, sino que miró indiferente hacia delante. Ahora que ya estaba hecho,
se dio cuenta, con cierta sorpresa, del gran alivio que suponía despojarse del
manto de la responsabilidad. Debería haberlo hecho antes, pero no habría
podido.
Hasta ahora no había encontrado a su
sucesor idóneo.
Y entonces, por alguna razón, su mente
tropezó con la de Delarmi y levantó los ojos hacia ella. ¡Por Seldon! Estaba
tranquila y sonriente. Su profunda decepción no se traslucía; no había
renunciado. Se preguntó si en realidad sólo habría conseguido hacerle el juego.
¿Qué otra baza podía quedarle por jugar?
37
Delora Delarmi habría mostrado
abiertamente su desesperación y decepción si eso hubiera podido serle útil de
alguna manera.
Habría sentido una gran satisfacción
atacando a aquel necio senil que controlaba la Mesa o aquel idiota juvenil con
quien había conspirado la Fortuna, pero satisfacción no era lo que quería.
Quería algo más.
Quería ser primera oradora.
Y mientras quedara una sola carta por
jugar, la jugaría.
Sonrió afablemente, y consiguió
levantar la mano como si se dispusiera a hablar; luego la mantuvo en alto el
tiempo suficiente para asegurarse de que, cuando hablara, el ambiente no seria
sólo normal, sino expectante.
- Primer orador, como antes ha
declarado el orador Gendibal, no desapruebo su decisión. A usted le corresponde
elegir a su sucesor. Si ahora hablo, es porque puedo contribuir, espero, al
éxito de lo que ahora constituye la misión del orador Gendibal. ¿Puedo explicar
mis pensamientos, primer orador?
- Hágalo - contestó lacónicamente el
primer orador. Le pareció que se mostraba demasiado suave, demasiado dócil.
Delarmi inclinó la cabeza con gravedad.
Había dejado de sonreír y dijo:
- Tenemos naves. No son,
tecnológicamente, tan espléndidas como las de la Primera Fundación, pero
llevarán al orador Gendibal. Creo que él sabe pilotarlas, como todos nosotros.
Tenemos representantes en todos los planetas importantes de la Galaxia, y será
bien recibido en todas partes. Además, él puede defenderse incluso de esos
Anti-Mulos, ahora que es consciente del peligro. Aunque ninguno de nosotros lo
fuera, sospecho que prefieren trabajar con las clases inferiores e incluso con
los campesinos hamenianos. Como es natural, inspeccionaremos minuciosamente las
mentes de todos los miembros de la Segunda Fundación, incluidos los oradores,
pero estoy segura de que han permanecido invioladas. Los Anti-Mulos no se
atreven a interferir en nosotros.
»Sin embargo, no hay razón para que el
orador Gendibal se exponga más de lo necesario. La temeridad nunca es aconsejable
y creo que sería conveniente disfrazar su misión de algún modo... si es que
ellos no tienen conocimiento de nada. Podría asumir el papel de un comerciante
hameniano. Todos sabemos que Preem Palver se internó en la Galaxia como un
supuesto comerciante.
- Preem Palver tenía un motivo
específico para hacerlo así; el orador Gendibal no lo tiene. Si hay que adoptar
algún disfraz, estoy seguro de que él se las ingeniara para adoptarlo - dijo el
primer orador.
- Con todo respeto, primer orador,
deseo sugerir un disfraz muy sutil. Como recordarán, Preem Palver llevó consigo
a su esposa y compañera de muchos años. Ninguna otra cosa estableció tan
claramente la tosca naturaleza de su personaje como el hecho de viajar con su
esposa y así alejó toda sospecha.
- Yo no tengo esposa. He tenido
compañeras, pero ninguna se prestaría ahora a asumir el papel marital - objetó
Gendibal.
- Eso es bien sabido, orador Gendibal –
replicó Delarmi -, pero la gente dará ese papel por sentado si cualquier mujer
va con usted. No cabe duda de que aparecerá alguna voluntaria. Y si cree que
puede ser necesaria una prueba documental, se la proporcionaremos. Opino que
debería acompañarle una mujer.
Por espacio de un momento, Gendibal se
quedó sin aliento. Delarmi no podía estar pensando en... ¿Podía ser una
maniobra para asegurarse una parte del triunfo? ¿Podía estar preparando el
terreno para un ocupación conjunta, o rotatoria, del cargo de primer orador?
- Me halaga que la oradora Delarmi haya
pensado en sí misma para... - dijo Gendibal sombríamente.
Y Delarmi prorrumpió en carcajadas y
miró a Gendibal casi con verdadero afecto. Había caído en la trampa y se había
puesto en ridículo. La Mesa no lo olvidaría.
- Orador Gendibal, yo no cometería la
impertinencia de querer participar en esta misión. Es suya y sólo suya, igual
que el cargo de primer orador será suyo y sólo suyo. Nunca habría podido
imaginarme que desearía llevarme con usted. La verdad, orador, a mi edad, ya no
me considero una mujer fascinante...
Hubo sonrisas en torno a la mesa e
incluso el primer orador intentó disimular una.
Gendibal acusó el golpe y procuró no
agravar la pérdida reaccionando con violencia. No lo consiguió y dijo, lo menos
ferozmente que pudo:
- Entonces, ¿qué es lo que sugiere? Le
aseguro que no he creído, por un solo momento, que deseara acompañarme. Sé que
aquí está en su elemento y, en cambio, no sabría desenvolverse en la confusión
de los asuntos galácticos.
- Así es, orador Gendibal, así es -
dijo Delarmi -. Sin embargo, mi sugerencia se refiere a su papel como
comerciante hameniano. Para darle verdadera autenticidad, ¿qué mejor compañera
que una hameniana?
- ¿Una hameniana? - Por segunda vez en
poco rato, Gendibal fue tomado por sorpresa y la Mesa se regocijó.
- La hameniana - prosiguió Delarmi -.
La que le salvó de la paliza. La que lo mira con adoración. Aquella cuya mente
sondeó usted y que después, de modo totalmente inconsciente, le salvó una
segunda vez de algo mucho más grave que una paliza. Sugiero que se la lleve.
El primer impulso de Gendibal fue
negarse, pero comprendió que eso era lo que ella esperaba. Significaría más
diversión para la Mesa. Ahora resultaba evidente que el primer orador, ansioso
por atacar a Delarmi, había cometido un error nombrando su sucesor a Gendibal,
o, por lo menos, Delarmi lo había convertido rápidamente en uno.
Gendibal era el más joven de los
oradores. Había encolerizado a la Mesa y después se había librado de ser
condenado por ellos. En realidad, les había humillado. Ninguno podía verle como
el heredero aparente sin resentimiento.
Esto habría sido bastante difícil de
superar, pero ahora recordarían la facilidad con que Delarmi le había hecho
caer en el ridículo y lo mucho que ellos habían disfrutado. Ella lo utilizada
para convencerles, con toda facilidad, de que carecía de la edad y la
experiencia necesarias para el papel de primer Orador. Su presión conjunta
obligaría al primer orador a cambiar la decisión mientras Gendibal estaba
lejos. O, si el primer orador se mantenía firme, Gendibal terminaría encontrándose
con un cargo que no le serviría de nada frente a una oposición tan cerrada.
Lo vio todo en un instante y fue capaz
de contestar sin aparente vacilación.
- Oradora Delarmi, admiro su
perspicacia. Yo había pensado sorprenderles a todos. Realmente tenía la
intención de llevarme a la hameniana, aunque no por la misma razón que usted ha
sugerido. Deseaba llevármela por su mente. Todos ustedes han examinado su
mente. La han visto tal como es: asombrosamente inteligente pero, más que eso,
clara, simple, desprovista de toda astucia. Como ya deben haber supuesto, ni el
más leve toque efectuado en esa mente pasaría desapercibido.
»Así pues, me pregunto si se le habrá
ocurrido, oradora Delarmi, que esa joven actuaría como un excelente sistema de
alarma. Yo detectaría la primera presencia sintomática del mentalismo por medio
de su mente, antes, creo, que por medio de la mía.
Hubo un silencio atónito, y Gendibal
añadió, con desenfado:
- Ah, ninguno de ustedes había pensado
en ello. ¡Bueno, bueno, no tiene importancia! Y ahora les dejo. No hay tiempo
que perder.
- Espere - dijo Delarmi, habiendo
perdido la iniciativa por tercera vez -. ¿Qué se propone hacer?
Con un ligero encogimiento de hombros,
Gendibal contestó:
- ¿Por qué entrar en detalles? Cuanto
menos sepa la Mesa, menos probable será que los Anti-Mulos intenten molestarla.
Lo dijo como si la seguridad de la Mesa
fuera su mayor preocupación. Llenó su mente con ello, y dejó que se notara.
Les halagada. Más que eso, la
satisfacción que ocasionaría tal vez les impediría preguntarse si, en realidad,
Gendibal sabía exactamente qué se proponía hacer.
38
El primer orador habló con Gendibal a
solas aquella noche.
- Tenía usted razón – dijo -. No he
podido dejar de penetrar bajo la superficie de su mente. He visto que consideraba
el anuncio un error y lo ha sido. Debemos achacarlo a mi ansiedad por borrar
esa eterna sonrisa de la mente de la oradora y vengarme de la indiferencia con
que tan a menudo usurpa mi papel.
Gendibal dijo con amabilidad:
- Quizá habría sido mejor comunicármelo
en privado y esperar hasta mi regreso para anunciarlo públicamente.
- Eso no me habría permitido
atajarla... No es un motivo muy válido para un primer orador, lo sé.
- Ello no la detendrá, primer orador.
Seguirá intrigando para obtener el cargo y quizá con buenas razones. Estoy
seguro de que muchos opinan que yo debería haber rechazado la propuesta.
Seguramente opinan que la oradora Delarmi es el mejor cerebro que hay en la
Mesa y que sería el mejor primer orador.
- El mejor cerebro que hay en la Mesa,
no fuera de ella - gruñó Shandess -. No reconoce a ningún enemigo real, excepto
a los demás oradores. Ni siquiera debería haber sido elegida oradora... Vamos a
ver, ¿debo prohibirle que se lleve a la hameniana?
Ella ha maniobrado para obligarle, lo
sé.
- No, no, el motivo que he dado para
llevármela es cierto. Será un sistema de alarma y agradezco a la oradora
Delarmi que me haya ayudado a darme cuenta. La muchacha resultará muy útil,
estoy convencido.
- De acuerdo, entonces. Por cierto, yo
tampoco estaba mintiendo. Tengo el pleno convencimiento de que usted hará todo
lo necesario para poner fin a esta crisis..., si es que confía en mi intuición.
- Creo que puedo confiar en ella, pues
opino como usted. Le prometo que, suceda lo que suceda, no trataré a los demás
como me han tratado a mí. Regresaré para ser primer orador, pese a todo lo que
los Anti-Mulos, o la oradora Delarmi, puedan hacer.
Gendibal se percató de su propia
satisfacción incluso mientras hablaba. ¿Por qué se sentía tan complacido, y se aferraba
de tal modo a esta solitaria aventura por el espacio? Ambición, sin duda. Preem
Palver había hecho exactamente lo mismo, y él demostraría que Stor Gendibal
también podía hacerlo.
Nadie se atrevería a arrebatarle el
cargo de primer orador después de esto. Y no obstante, ¿había algo más que
ambición? ¿El aliciente del combate? ¿El deseo generalizado de agitación en
alguien que había estado confinado en un escondido rincón de un planeta
subdesarrollado durante toda su vida adulta?
No lo sabía con exactitud, pero sabía
que estaba completamente resuelto a marcharse.
11
SAYSHELL
39
Janov Pelorat observó, por primera vez
en su vida, cómo la brillante estrella iba convirtiéndose en un globo después
de lo que Trevize llamó un «microsalto». Luego el cuarto planeta, el habitable
y su destino inmediato, Sayshell, aumentó de tamaño y distinción más
lentamente, a lo largo de varios días.
La computadora había hecho un mapa del
planeta, ahora reflejado en una pantalla portátil que Pelorat tenía encima de
las piernas.
Trevize, con el aplomo de quien, en sus
tiempos, había aterrizado en varias docenas de mundos, dijo:
- No empiece a observar tan atentamente
demasiado pronto, Janov. Primero tenemos que pasar por la estación de entrada y
eso puede resultar tedioso.
Pelorat levantó los ojos.
- Seguramente sólo es una formalidad.
- Lo es. Pero, aun así, puede resultar
tedioso.
- Pero es tiempo de paz.
- Naturalmente. Esto significa que nos
dejarán pasar. No obstante, primero está la cuestión del equilibrio ecológico.
Cada planeta tiene el suyo y no quieren que sea alterado. De modo que tienen la
costumbre de registrar la nave en busca de organismos indeseables, o
infecciones. Es una precaución razonable.
- Me parece que nosotros no tenemos
esas cosas.
- No, no las tenemos y ya lo
comprobarán. Además, recuerde que Sayshell no es miembro de la Confederación,
de modo que seguramente exagerarán un poco para demostrar su independencia.
Una pequeña nave se acercó para
registrarles y un inspector de la aduana sayshelliana subió a bordo. Trevize,
que no había olvidado su instrucción militar, se mostró enérgico.
- El Estrella Lejana, procedente de
Términus - dijo -. Los documentos de la nave. Sin armamento. Embarcación
particular. Mi pasaporte. Hay un pasajero. Su pasaporte. Somos turistas.
El inspector lucía un llamativo
uniforme en el que el carmesí era el color dominante. Sus mejillas y labio
superior estaban afeitados, pero llevaba una corta barba partida de tal modo
que los mechones sobresalían hacia ambos lados de su barbilla.
- ¿Nave de la Fundación? - dijo.
Lo pronunció «neve de la Fundesión»,
pero Trevize tuvo cuidado de no corregirle ni sonreír. Había tantas variedades
de dialectos como planetas, y cada uno hablaba el suyo. Mientras fuera posible
comprenderse, no importaba.
- Sí, señor - dijo Trevize -. Nave de
la Fundación. De propiedad privada.
- Muy bonita. Su flite, si hace el
favor.
- Mi ¿qué?
- Su flite. ¿Qué llevan?
- Ah, mi carga. Aquí tiene la lista.
Unicamente objetos personales. No estamos aquí para comerciar. Como le he
dicho, somos simples turistas.
El inspector de aduanas miró a su
alrededor con curiosidad.
- Es una embarcación muy compleja para
unos turistas.
- No tanto, para la Fundación - repuso
Trevize con un despliegue de buen humor -. Disfruto de una posición acomodada y
puedo permitirme estos lujos.
- ¿Está insinuando que yo podría ser
opulentado?
- El inspector le dirigió una breve
mirada, y luego desvió los ojos.
Trevize vaciló un momento con objeto de
interpretar el significado de la palabra, y después otro momento para decidir
su línea de acción.
- No, no tengo la intención de
sobornarle. No tengo ningún motivo para sobornarle.., y usted no parece el tipo
de persona que se dejaría sobornar, si ésta fuera mi intención. Puede registrar
la nave, si lo desea - contestó.
- No es necesario - dijo el inspector,
guardando su grabadora de bolsillo -. Ya han sido examinados en busca de una
infección específica ilegal y han pasado. Se les ha asignado una longitud de
onda radioeléctrica que servirá de luz de aproximación.
Se marchó. Todo el procedimiento había
durado quince minutos.
Pelorat preguntó en voz baja:
- ¿Habría podido causamos problemas?
¿Esperaba realmente un soborno?
Trevize se encogió de hombros.
- Dar propina a los aduaneros es algo
tan viejo como la Galaxia y lo habría hecho gustosamente si él lo hubiera
intentado por segunda vez. Tal como están las cosas..., bueno, supongo que
prefiere no correr ningún riesgo con una nave de la Fundación, y muy
perfeccionada, además. La vieja alcaldesa, bendita sea su estampa, dijo que el
nombre de la Fundación nos protegería dondequiera que fuéramos y no se
equivocó. Habríamos podido tardar mucho más.
- ¿Por qué? Ha averiguado lo que quería
saber.
- Sí, pero ha sido suficientemente
considerado para inspeccionarnos por radioexploración remota. Si hubiera
querido, habría podido registrar la nave con una máquina manual, y habría
tardado horas. Habría podido internarnos en un hospital de campaña y retenernos
días.
- ¿Qué? ¡Mi querido amigo!
- No se excite. No lo ha hecho. Yo he
pensado que tal vez lo haría, pero no ha sido así. Esto significa que somos
libres de aterrizar. A mí me gusta ría descender gravíticamente, lo podríamos
hacer en quince minutos, pero no sé dónde están los lugares de aterrizaje
permitidos y no quiero causar problemas. Esto significa que tendremos que
seguir el haz radioeléctrico, y tardaremos horas, mientras descendemos en
espiral a través de la atmósfera.
Pelorat pareció alegrarse.
- Pero eso es excelente, Golan. ¿Iremos
suficientemente despacio para observar el terreno? - Levantó su pantalla
portátil con el mapa reflejado sobre ella con poco aumento.
- Hasta cierto punto. Tendremos que
atravesar el banco de nubes, y nos moveremos a unos cuantos kilómetros por
segundo, No será como ir en globo por la atmósfera, pero verá la planetografía.
- ¡Excelente! ¡Excelente!
Trevize dijo con actitud pensativa:
- Sin embargo, me pregunto si estaremos
en el planeta Sayshell el tiempo suficiente para que valga la pena ajustar el
reloj de la nave a la hora local.
- Depende de lo que pensemos hacer,
supongo. ¿Qué cree usted que haremos, Golan?
- Nuestro objetivo es encontrar Gaia y
no sé cuánto tardaremos en lograrlo.
- Podemos ajustar nuestras tiras de
pulsera y dejar el reloj de la nave como está - sugirió Pelorat.
- Me parece muy bien - dijo Trevize.
Dirigió la mirada hacia el planeta que se extendía debajo de ellos -. No hay
por qué seguir esperando. Ajustaré la computadora al haz radioeléctrico que nos
han asignado y puede utilizar la gravítica para imitar el vuelo convencional.
¡De acuerdo! Descendamos, Janov, y veamos qué encontramos.
Contempló el planeta con aire pensativo
mientras la nave empezaba a moverse siguiendo su curva potencial de gravedad
suavemente ajustada.
Trevize nunca había estado en la Unión
de Sayshell, pero sabía que durante el último siglo se había mostrado
resueltamente hostil hacia la Fundación. Estaba sorprendido, y un poco
decepcionado, de que hubieran pasado la aduana tan rápidamente.
No parecía razonable.
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