LSD
Cómo descubrí el ácido y qué
pasó después en el mundo
Albert Hofmann
2ªparte
9
Los parientes mejicanos del LSD
Hacia fines de 1956 una noticia de un diario me
despertó un especial interés. Unos investigadores norteamericanos
habían encontrado entre los indios del
sur de Méjico unas setas que se comen durante ceremonias
religiosas y generan un estado de embriaguez
acompañado de alucinaciones.
La seta sagrada teonanacatl
No se conocía entonces ninguna otra droga que
provocara alucinaciones, como el LSD, salvo el cactus
de la mescalina, que también existía en Méjico. Por
eso me habría gustado contactarme con estos investigadores,
para llegar a conocer esas setas en mayor
detalle. Pero en aquel breve artículo periodístico faltaban
nombres y direcciones, de modo que me fue
imposible obtener más información. De todos modos
seguí pensando en las setas misteriosas, cuya investigación
química hubiera sido una tarea seductora.
Estaba de por medio el LSD, como se comprobó
luego, cuando al año siguiente estas setas hallaron el
camino a mi laboratorio sin que yo interviniera.
119
Por mediación del Dr. J. Durant, el entonces director
de la filial de Sandoz en París, llegó a la dirección
de investigaciones farmacológicas de Basilea, la pregunta
del profesor Bleim, director del Laboratoire
de Cryptogamie del Museum National d’Histoire Naturelle
de París, de si teníamos interés en llevar a
cabo el estudio químico de las setas alucinógenas mejicanas.
Con gran alegría me declaré dispuesto a emprender
esta tarea en mi sección, es decir, en los laboratorios
de investigación de sustancias naturales. Así
quedaba establecida la conexión con los emocionantes
estudios de las setas mágicas mejicanas, cuyos aspectos
etnomicológicos y botánicos se habían ya examinado
científicamente en su mayor parte.
La existencia de estas setas mágicas constituyó durante
mucho tiempo un enigma. La historia de su redescubrimiento
se describe en Mushrooms, Russia and
History. * (Pantheon Books, Nueva York, 1957), la obra
clásica de la etnomicología en dos volúmenes muy
bien presentados. Es una versión de primera mano,
pues sus autores, el matrimonio de investigadores
Valentina Pavlovna y R. Gordon Wasson tuvieron una
participación decisiva en este redescubrimiento. La siguiente
exposición de la historia de estas setas está
extraída de la publicación de los Wasson.
Los primeros testimonios escritos sobre el empleo
de setas embriagadoras en ocasiones festivas o en el
marco de ceremonias religiosas y prácticas de curaciones
mágicas se encuentra ya entre los cronistas y
naturalistas españoles del siglo XVI, que llegaron al
país poco después que Hernán Cortés conquistara
Méjico. El testimonio más importante es el del franciscano
Bernardino de Sahagún, quien, en su famosa
Historia General de las Cosas de Nueva España, escrita
entre 1529 y 1590, cita repetidas veces las setas
* Setas, Rusia y la Historia.
120
mágicas y describe sus efectos y su empleo. Así describe,
por ejemplo, cómo unos comerciantes celebraron
la vuelta de un exitoso viaje de negocios con una
fiesta de setas.
En la reunión festiva, mientras tocaban las
flautas, comían setas. No ingerían otra comida;
durante toda la noche sólo bebían chocolate.
Comían las setas con miel. Cuando las setas
comenzaron a dar efecto, se bailó y lloró...
Unos veían en sus visiones, cómo morían en la
guerra... otros, cómo los devoraban las fieras
feroces... los terceros, que se enriquecían y podían
comprarse esclavos... los cuartos, cómo
cometían adulterios y luego eran lapidados y
les rompían el cráneo... los quintos, cómo se
ahogaban en el agua... los sextos, cómo encontraban
la paz en la muerte... otros más allá,
cómo se caían del tejado y morían... Todas estas
cosas veían. Cuando disminuyó el efecto de las
setas se reunieron y se narraron unos a otros
lo que habían visto en sus visiones.
En un escrito de la misma época un dominico, fray
Diego Duran, relata que en las grandes fiestas de la
subida al trono de Montezuma II, el famoso emperador
azteca, en 1502, se consumieron setas embriagadoras.
Un pasaje de una crónica de don Jacinto de la
Serna, del siglo XVII, señala la utilización de estas
setas en el marco religioso:
Y lo que sucedió fue que llegó al pueblo un
indio de Tenango, llamado Juan Chichitón...
Traía setas que había juntado en las montañas;
con ellas realizó un culto a los ídolos... En una
casa, en la que se habían reunido para celebrar
121
a un santo, toda la noche se tocó el teponastli
(instrumento musical azteca) y se cantó... Después
de medianoche, Juan Chichitón, que oficiaba
de sacerdote en este ritual, les dio de comer
setas a todos los presentes a modo de comunión,
y bebieron pulque... de modo que todos perdieron
la razón, que era una vergüenza.
En náhuatl, el idioma de los aztecas, estas setas
se llamaban «teo–nanacatl», lo cual puede traducirse
como «seta divina».
Hay indicios de que el uso ritual de estas setas
comienza en lejanos tiempos pre–colombinos. En Guatemala,
El Salvador y las linderas regiones montañosas
de Méjico se han encontrado las llamadas piedras
de setas. Trátase de esculturas de piedra con
forma de hongo con sombrerete, en cuyo tallo está
esculpido el rostro o la figura de un Dios o un demonio
animal. La mayoría tiene una altura de unos
treinta centímetros. Los arqueólogos fechan los ejemplares
más antiguos en el siglo V a. C. Una de estas
piedras, del período maya clásico temprano (300 a. C-
600 d. C.) se conserva en el Museo Rietberg de
Zurich.
Si la idea de R. G. Wasson es cierta —y hay para
ello argumentos convincentes—, de que hay una conexión
entre estas piedras de setas y el teonanacatl,
esto implica que el culto de las setas, el empleo mágico–
medicinal y religioso–ceremonial de las setas mágicas
tiene más de dos mil años de antigüedad.
Los efectos embriagadores generadores de visiones
y alucinaciones de estos hongos les parecían obra del
diablo a los misioneros cristianos. Por eso intentaron
cortar de raíz este uso. Pero lo lograron sólo en parte,
pues hasta el día de hoy los indios siguen empleando
la seta sagrada teonanacatl en secreto.
Curiosamente, durante los siglos siguientes no se
122
prestó atención a los informes de las antiguas crónicas
sobre el empleo de hongos mágicos, tal vez porque
se los consideraba producto de fantasías de una
época supersticiosa.
El conocimiento de la existencia de las «setas sagradas
» amenazó con perderse definitivamente cuando
en 1915 un prestigioso botánico americano, el
doctor W. E. Safford, en una conferencia ante la
Sociedad Botánica de Washington y en una publicación
científica planteó la tesis de que jamás había
existido algo así como hongos mágicos; los cronistas
españoles habrían confundido el cactus de la
mescalina con una seta. De todos modos, esta afirmación,
aunque falsa, de Safford dirigió la atención
del mundo de la ciencia hacia el enigma de las setas
misteriosas.
Fue el médico mejicano Dr. Blas Pablo Reko
quien se opuso el primero públicamente a la afirmación
de Safford. Había encontrado indicios de
que en lejanas zonas de las montañas del sur mejicano
se seguirían empleando hoy día setas en ceremonias
médico–religiosas. Pero sólo en los años 1936–
1938 el antropólogo Robert J. Weitlaner y el doctor
Richard E. Schultes, un botánico de la Universidad
de Harvard, hallaron verdaderamente tales setas en
aquella región, y en 1938 un grupo de jóvenes antropólogos
norteamericanos dirigidos por Jean B. Johnson
pudo asistir por primera vez a una secreta ceremonia
nocturna con setas. Sucedió en Huantla de
Jiménez, el pueblo principal del país de los mazatecas,
en la provincia de Oaxaca. Pero los científicos
fueron sólo espectadores; todavía no pudieron probarlas.
Johnson publicó la experiencia en una revista
sueca («Ethnological Studies», 9, 1939).
Luego hubo otro intervalo en el estudio de los
hongos mágicos. Estalló la Segunda Guerra Mundial.
Schultes, por encargo del gobierno americano, tuvo
123
que dedicarse a la obtención de caucho en la zona
del Amazonas, y Johnson cayó como soldado en el
desembarco de los aliados en el norte de África.
Después fueron aficionados a la investigación, el ya
citado matrimonio Dra. Valentina Pavlovna y R. Wasson,
los que retomaron el problema desde la perspectiva
etnográfica. R. G. Wasson era banquero, vicepresidente
de la Banca Morgan Co. en Nueva York.
Su esposa, muerta en 1958, era pediatra. Los Wasson
prosiguieron el estudio en 1953, en el punto en que
quince años antes J. B. Johnson y otros habían comprobado
la supervivencia del antiguo culto indígena
de las setas, es decir, en la localidad mazateca de
Huautla de Jiménez. Les proporcionó allí informaciones
especialmente valiosas una misionera norteamericana
que trabajaba allí desde hacía muchos años.
Eunice Victoria Pike, miembro de los Wycliffe Bible
Translators,* gracias a su conocimiento del idioma
indígena y su asistencia espiritual a la población,
conocía más que nadie la significación de las setas
mágicas. Durante varias estancias prolongadas en
Huautla y alrededores los Wasson pudieron estudiar
en detalle el empleo actual de las setas y compararlo
con las descripciones de las antiguas crónicas. Resultó
que la creencia en las «setas mágicas» está aún muy
difundida en aquella zona. Pero ante los extranjeros,
los indios lo mantenían en secreto. Requirió, pues,
mucho tacto y habilidad ganarse la confianza de la
población indígena y llegar a conocer esta esfera íntima.
En la forma actual del culto de la seta las viejas
creencias y tradiciones religiosas se mezclan con ideas
y terminología cristianas. Así se habla con frecuencia
de las setas como de la sangre de Cristo, pues crecerían
sólo donde hubiera caído una gota de sangre de
* Traductores bíblicos Wycliffe.
124
Cristo en la tierra. Según otra concepción estos hongos
brotan donde una gota de la saliva de la boca de
Cristo haya humedecido el suelo, y por eso es el propio
Cristo quien habla a través de los hongos.
La ceremonia se desarrolla en forma de una consulta.
El que busca un consejo, o un enfermo, o su
familia, consultan, pagando por ello, a un «sabio» o
a una «sabia», también llamados «curandero» o «curandera
» (N. del T.: en castellano en el original). El
sentido de «curandero» es el de un sacerdote que cura,
pues su función es tanto la de un médico cuanto la
de un sacerdote; ambos son muy difíciles de encontrar
en esas lejanas regiones. En la lengua mazateca
parece faltar una palabra que corresponda exactamente
a la de «curandero». Se lo llama co–ta–ci–ne, «el que
sabe». Es quien come la seta en el marco de una ceremonia
siempre nocturna. A las demás personas presentes
también se les da setas, pero al curandero siempre
le corresponde una ración mucho mayor. La acción
tiene lugar entre oraciones y conjuros. Antes de
consumirlas, las setas se ahuman brevemente sobre
una pila en la que se quema copal (una resina parecida
al incienso). En la oscuridad total, a veces a la
luz de una vela, los demás asistentes yacen tranquilos
en sus esteras de paja. El curandero reza y canta en
cuclillas o sentado delante de una suerte de altar,
en el que se encuentra un crucifijo o una estampa de
santo y otros objetos de culto. Bajo la influencia de
las setas sagradas ingresa en un estado visionario,
del que participan, en mayor o menor medida, los
asistentes pasivos. En el canto monótono del curandero
el hongo teonanacatl da sus respuestas a las
preguntas formuladas. Dice si la persona enferma morirá
o sanará, y qué hierbas la curarán; descubre
quién ha matado a cierto hombre o quién ha robado
un caballo; o da a conocer cómo está el pariente que
se encuentra lejos, etc.
125
La ceremonia de las setas no sólo cumple la función
de una consulta; para los indios tiene también,
en muchos sentidos, un significado parecido al de la
Última Cena para los cristianos creyentes. De muchas
observaciones de los indígenas se podía inferir que
Dios les ha regalado la seta sagrada porque son pobres
y carecen de médicos y medicamentos, y también porque
no saben leer; sobre todo, porque no pueden leer
la Biblia, por lo cual Dios les habla directamente a
través de la seta. La misionera Eunice V. Pike señaló
precisamente las dificultades para explicar el mensaje
cristiano, las Escrituras, a un pueblo que cree poseer
medios —las setas sagradas— que le revelan la voluntad
divina de modo inmediato, patente; es más: le
permiten —así cree— mirar adentro del cielo y entrar
en contacto directo con Dios.
La veneración de los indios se muestra también en
el hecho de que creen que sólo una persona «pura»
puede comer las setas sagradas sin perjuicio. «Puro»
significa aquí pureza para la ceremonia, lo cual incluye
la abstinencia sexual cuando menos cinco días
antes y cinco después de la ceremonia. También hay
que cumplir determinadas normas durante la cosecha.
Si no se observan, los hongos pueden volver loco y
hasta matar a quien los ingiera.
Los Wasson habían emprendido su primera expedición
al país de los mazatecas en 1953, pero sólo en
1955 lograron disipar hasta tal punto el temor y las
reticencias de sus nuevos amigos mazatecas como
para que se les permitiera participar activamente en
una ceremonia de setas. R. Gordon Wasson y su acompañante,
el fotógrafo Alan Richardson, a fines de junio
de ese año pudieron comer setas sagradas durante una
ceremonia nocturna. Fueron así probablemente los primeros
extranjeros, los primeros blancos, que pudieron
comer el teonanacatl.
En el segundo volumen de Mushroom, Russia and
126
History, Wasson describe entusiasmado cómo la seta
se apoderó totalmente de él, pese a que había intentado
combatir sus efectos, para poder seguir siendo
un observador objetivo. Primero vio modelos geométricos
de colores, que luego adoptaban un carácter
arquitectónico. Siguieron visiones de maravillosas galerías
con columnas, palacios de una armonía y belleza
sobrenaturales, adornados con piedras preciosas,
carros triunfales tirados por seres fabulosos, como
sólo se conocen en la mitología, y paisajes con un
brillo de cuento de hadas. Desprendida del cuerpo,
el alma estaba suspendida intemporalmente en un reino
de fantasía con imágenes de una realidad superior
y un significado más profundo que el del mundo cotidiano.
Parecía querer revelarse la causa última, lo inefable,
pero la última puerta no se abría.
Esa experiencia fue para Wasson la demostración
definitiva de que las fuerzas mágicas que se adscribían
a los hongos existían realmente y no eran mera
superstición.
Para que las setas fueran examinadas científicamente,
Wasson ya antes se había contactado con el
citado micólogo, profesor Roger Heim, en París. Heim
acompañó a los Wasson en ulteriores expediciones al
país de los mazatecas y llevó a cabo la determinación
biológica de los hongos sagrados. Se trataba de agáricos
de la familia de los trophariaceae.; era alrededor
de una docena de especies que aún no habían sido
científicamente descritas, y que pertenecían en su mayor
parte a la clase psilocybe. El profesor Heim logró
cultivar algunas variedades en su laboratorio. Resultó
especialmente apto para el cultivo artificial el hongo
psilocybe mexicana Heim.
A la par de estos trabajos botánicos se realizaron
investigaciones químicas, con el objeto de extraer el
principio alucinógeno activo de las setas y sintetizarlo
de forma químicamente pura. Dichas investigaciones
127
se llevaron a cabo a instancias del profesor Heim en
el laboratorio químico del Muséum National d’Histoire
Naturelle de París, y en los Estados Unidos había
grupos de trabajo que se ocupaban de este problema
en los laboratorios de investigación de las dos grandes
fábricas farmacéuticas Merck y Smith, Kline &
French. Los laboratorios americanos habían obtenido
las setas en parte de R. G. Wasson, en parte las habían
hecho recoger ellos mismos en la Sierra Mazateca.
Al no dar resultados los análisis químicos parisienses
y estadounidenses, el profesor Heim, como hemos
expuesto al principio del capítulo, llegó a nuestra
empresa a partir de la consideración de que nuestras
experiencias con el LSD, cuyos efectos eran similares
a los de las setas, podrían ser provechosas. Fue, pues,
el LSD quien le marcó al teonanacatl el camino a nuestros
laboratorios.
En aquel entonces yo era el director de la división
sustancias naturales de los laboratorios de investigación
farmacéutico–química, y quise asignarle el examen
de las setas milagrosas a uno de mis colaboradores.
Pero él no mostró muchas ganas de asumir esta
tarea, porque se sabía que el LSD y todo lo relacionado
con él no era un tema visto con buenos ojos por
la dirección general de Sandoz. Como no se puede dar
la orden de tener el entusiasmo necesario para un
trabajo exitoso, pero yo lo tenía, decidí realizar yo
mismo la investigación.
Para el comienzo del análisis químico disponíamos
de unos cien gramos de hongos disecados del tipo psilocybe
mexicana, que el profesor Heim había cultivado
en su laboratorio. En las extracciones y ensayos de
aislamiento me ayudó mi laborante Hans Tscherter,
quien, en el curso de nuestra tarea en común de varías
décadas, se había convertido en un colaborador sumamente
eficiente y totalmente familiarizado con mi método
de trabajo. Como no había ningún punto de refe-
128
rencia sobre las propiedades químicas de la sustancia
activa buscada, había que realizar los ensayos de aislamiento
sobre la base del efecto de los extractos.
Pero ninguno de los diversos extractos mostró un
efecto farmacológico claro, ni en perros ni en ratones,
del que podría haberse concluido la presencia del principio
alucinógeno. Surgieron dudas acerca de si los
hongos cultivados y disecados en París eran todavía
eficaces. Esto sólo podía establecerse con un ensayo
en el hombre. Como en el caso del LSD, me decidí a
hacerlo yo mismo, dado que no es posible que un
investigador transmita un autoensayo a otra persona,
si lo necesita para sus propias investigaciones y además
encierra determinados riesgos.
En este experimento comí 32 ejemplares disecados
de psilocybe mexicana, que en conjunto pesaban 2,4 g.
Esta cantidad correspondía, según las indicaciones de
Wasson y Heim, a una dosis media de las empleadas
por los curanderos. Las setas desarrollaron un fuerte
efecto psíquico, como lo muestra el siguiente extracto
del protocolo del experimento:
Después de media hora el mundo exterior
comenzó a transformarse de modo peregrino.
Todo adquirió un carácter mejicano. Como yo
era plenamente consciente de que podía fantasear
estas escenas mejicanas debido a mi conocimiento
del origen mejicano de las setas, intenté
conscientemente ver mi medio ambiente
tal cual lo conocía de todos los días. Pero todos
mis esfuerzos por ver las cosas con sus formas
y colores habituales fracasaron. Con los ojos
abiertos o cerrados veía únicamente motivos y
colores indígenas. Cuando el médico que controlaba
el ensayo se inclinó por encima de mí
para medir la presión sanguínea, se convirtió
en un inmolador azteca, y no me habría sor-
129
prendido de que blandiera un cuchillo de obsidiana.
Pese a la seriedad de la situación me
divirtió ver que la cara teutónica de mi colega
había adquirido una expresión netamente india.
En el punto álgido de la embriaguez, unos noventa
minutos tras la ingestión de las setas, el
aflujo de las imágenes internas —en general
eran motivos abstractos de forma y color rápidamente
cambiantes— se hizo tan enorme, que
temí ser arrastrado a ese vórtice de formas y
colores y disolverme en él. El sueño finalizó
unas horas más tarde. Subjetivamente no podría
haber indicado cuánto había durado este estado
vivido de modo totalmente atemporal. Sentí el
reingreso a la realidad acostumbrada como un
retorno feliz de un mundo extraño, vivido totalmente
como real, al viejo hogar familiar.
Este autoensayo mostró una vez más que el hombre
es mucho más sensible a las sustancias psicoactivas
que el animal. La misma comprobación, según
lo señalábamos, la habíamos hecho ya en las investigaciones
con LSD en el experimento animal. La
causa de la aparente ineficacia de nuestros extractos
aplicados a ratones y perros no radicaba, pues,
en la falta de actividad de las setas, sino en la baja
capacidad de reacción de los animales ante esas sustancias
activas.
Psilocybina y psilocina
Puesto que el experimento con el ser humano era
el único test disponible para descubrir cuáles fracciones
de extractos eran las activas, no quedaba otro
remedio que realizar los experimentos en nosotros
mismos, si queríamos proseguir con el trabajo y obtener
un resultado exitoso. Como en el autoensayo
130
recién descrito se había obtenido una reacción fuerte,
de varias horas de duración, con 2,4 gramos, de
allí en adelante utilizamos pruebas de fracciones que
correspondían sólo a un tercio de esta cantidad, es
decir, a 0,8 gramos de setas disecadas. Si contenían
el principio activo, ejercían un efecto suave y que
reducía poco tiempo la capacidad de trabajo, pero
lo suficientemente nítido para poder distinguir las
fracciones vacías de las que contenían la sustancia
activa. En estas series de tests participaron otros
colaboradores y varios colegas.
Con la ayuda de este test confiable en el ser humano
se pudo entonces aislar el principio activo,
concentrarlo y llevar a un estado químicamente puro
mediante la aplicación de los más modernos métodos
separativos. Se obtuvieron así dos sustancias nuevas
en forma de cristales incoloros; las llamé psilocybina
y psilocina.
En conjunto con el profesor Heim y mis colegas
Dr. A. Brack y Dr. H. Kobel, quienes habían conseguido
cantidades mayores de material de setas para
estas investigaciones, después de haber podido mejorar
sustancialmente el cultivo de las setas en el
laboratorio, estos resultados se publicaron en marzo
de 1958 en la revista Experientia.
En la fase siguiente de esta investigación, es decir,
en el establecimiento de la estructura química de la
psilocybina y la psilocina y la posterior síntesis de
estos compuestos, participaron mis colaboradores de
entonces, los doctores A. J. Frey, H. Ott, Th. Petrzilka
y F. Troxler. La estructura química de estas sustancias
activas merece una consideración especial en varios
sentidos (véanse fórmulas en la última página).
La psilocybina y la psilocina pertenecen, igual que
el LSD, a la clase de sustancias de combinaciones
del indol, que aparece en el reino animal y vegetal
y es biológicamente importante. Unas características
131
químicas especiales, comunes a ambas sustancias de
las setas y al LSD, muestran que no sólo existe un
parentesco en lo que respecta a sus efectos físicos,
sino que también sus estructuras químicas presentan
afinidades notables. La psilocybina es el éster
del ácido fosfórico de la psilocina y como tal el primero
y hasta ahora único compuesto de indol que
contenga ácido fosfórico encontrado en la naturaleza.
El resto de ácido fosfórico no contribuye al efecto,
pues la psilocina, que no contiene ácido fosfórico,
es igual de activo que la psilocybina, pero vuelve
más estable la molécula. Mientras que el oxígeno del
aire destruye rápidamente la psilocina, la psilocybina
es una sustancia estable.
La psilocybina y la psilocina poseen también una
estructura química muy parecida a la del factor cerebral
serotonina. Como ya lo hemos expuesto en el
capítulo sobre el LSD en el experimento animal y
en la investigación biológica, la serotonina tiene una
gran importancia en la química de las funciones cerebrales.
Las dos sustancias de las setas, igual que
el LSD, bloquean en el experimento farmacológico
los efectos de la serotonina en diversos órganos. También
otras propiedades farmacológicas de la psilocybina
y la psilocina son parecidas a las del LSD. La
diferencia principal reside en la eficacia cuantitativa,
tanto en el experimento animal cuanto en los seres
humanos. La dosis activa media de psilocybina o psilocina
en el hombre es de diez miligramos (0,01 gramos),
con lo cual estas sustancias son unas cien veces
menos activas que el LSD, en el que 0,1 miligramos
constituyen una dosis fuerte. Además, la duración
del efecto de las sustancias de las setas es menor
que la del LSD: es de cuatro a seis horas, mientras
que en el LSD es de unas ocho a doce horas.
La síntesis total de la psilocybina y la psilocina,
es decir, su fabricación artificial sin auxilio de la
132
seta, pudo convertirse en un procedimiento técnico
que permite producir estas sustancias a gran escala.
Su obtención sintética es más racional y más barata
que la extracción de las setas.
Con el aislamiento y la síntesis de los principios
activos se había logrado deshechizar las setas milagrosas.
Las sustancias, cuyos efectos maravillosos hicieron
creer a los indios durante miles de años que
vivía un dios en la seta, han sido elucidados en su
estructura química y pueden producirse artificialmente
en un matraz de vidrio.
¿En qué consiste el progreso del conocimiento
que ha aportado aquí la investigación científica? En
realidad sólo en el hecho de que el enigma de los
efectos mágicos del teonanacatl ha sido reducido al
enigma de los efectos de dos sustancias cristalizadas,
pues la ciencia tampoco puede explicar, sino sólo
describir estos efectos.
El parentesco de los efectos psíquicos de la psilocybina
con los del LSD, su carácter visionario–alucinante,
se puede ver en el protocolo de un ensayo
de psilocybina de Rudolf Gelpke, extraído de su publicación
ya citada en la revista «Antaios», que reproducimos
a continuación:
Donde el tiempo se detiene (10 mg de psilocybina,
6 de abril de 1961, 10’20 horas).
Efectos que aparecen después de unos veinte
minutos: alegría, necesidad de hablar, sensación
de mareo débil pero agradable y «respiración
gozosamente profunda».
10’50 hs.: ¡Fuerte mareo!, ya no me puedo concentrar.
..
10’55 hs.: Excitado; intensidad de los colores;
todo entre rosado y rojo.
133
11’05 hs.: El mundo se concentra hacia el centro
de la mesa. Colores muy intensos.
11’10 hs.: Estar escindido, inaudito, ¿cómo se
puede describir esta sensación de
vida? Ondas, diversos yoes, tengo que
contenerme.
Inmediatamente después de esta anotación me
dirigí de la mesa, donde había desayunado con el
Dr. H. y nuestras respectivas esposas, al aire
libre, y me acosté en el césped. La embriaguez
se acercaba rápidamente a su punto máximo. Pese
a que me había propuesto firmemente tomar notas
todo el tiempo, ahora eso me parecía una
pérdida de tiempo, el movimiento de la escritura
terriblemente lento y paupérrimas las posibilidades
expresivas de la lengua... comparadas con
la marea de vivencias interiores que me inundaba
y amenazaba con hacerme estallar. Cien años,
me parecía, no alcanzarían para describir la plétora
de vivencias de un solo minuto. Al principio
todavía había impresiones ópticas en un primer
plano: vi encantado la sucesión ilimitada de las
filas de árboles del bosque cercano; luego, los
jirones de nubes en el cielo soleado, que de pronto
se alzaban con silenciosa y arrebatadora majestad
en una superposición de miles de capas
—cielo sobre cielo— y esperaba que allí arriba
ocurriera en el próximo instante algo ingente,
inaudito, nunca visto —¿veré a un Dios?— pero
todo quedó en la espera, el presagio, el «en el
umbral hacia el sentimiento último»... Luego me
alejé (la proximidad de los demás me molestaba)
y me acosté en un rincón del jardín, encima de
un montón de maderas calentadas por el sol...
Mis dedos acariciaban estas maderas con una
ternura desbordante, sensual de manera animal.
134
A la vez me abismé hacia dentro; era un máximo
absoluto: me atravesó una sensación de dicha,
una felicidad exenta de deseos. Me encontraba,
detrás de mis párpados cerrados, en un vacío
lleno de ornamentos de color rojo ladrillo y, simultáneamente,
en el «centro del universo de la
completa calma del viento». Yo sabía: todo estaba
bien; la causa y el origen de todo estaba bien.
Pero en ese mismo momento comprendí también
el dolor y el asco, los malos humores y malentendidos
de la vida común: allí uno nunca está
«entero», sino dividido, fraccionado y escindido
en los minúsculos añicos de los segundos, minutos,
horas, días, semanas, meses y años; allí uno
es esclavo del Moloc tiempo, que te come de a
trocitos; uno está condenado a balbucear, a la
chapuza y a las obras incompletas. Allí, en la
cotidianeidad de la humana existencia, hay que
arrastrar consigo lo perfecto y absoluto, lo simultáneo
de todas las cosas, el Nu eterno de la
Edad de Oro, esta causa primera del Ser —que
ha existido siempre y siempre existirá—, como
una espina dolorosa profundamente clavada en
el alma, como una advertencia de la pretensión
jamás satisfecha, como un espejismo del paraíso
perdido y prometido, a través de este sueño
de fiebre, el «presente», de un «pasado» ensombrecido
a un «futuro» en tinieblas. Lo comprendí.
Esta embriaguez era un vuelo espacial, no del
hombre externo, sino del interno, y yo experimentaba
la realidad durante un momento desde un
punto de mira que está en algún lugar fuera de
la fuerza de gravedad del tiempo.
135
Cuando volví a sentir esta fuerza de gravedad,
fui lo suficientemente infantil para querer postergar
el regreso, ingiriendo a las 11’45 hs. una
nueva dosis de 6 mg de psilocybina y otros 4 mg
a las 14’30 hs. El efecto fue insignificante y no
merece citarse.
En esta serie de experimentos con LSD y psilocybina
participó también en tres autoensayos la señora
Li Gelpke, que realizó un dibujo en tinta china, de
33 x 51 cm. Li Gelpke escribió al respecto:
Nada de lo que hay en el dibujo está realizado
conscientemente. Mientras lo hacía, el recuerdo
(de lo vivido bajo la influencia de la psilocybina)
había vuelto a la realidad y me guiaba en
cada trazo. Por eso, la imagen tiene tantas capas
como este recuerdo, y la figura que está abajo a
la derecha es la prisionera de su sueño... Cuando
unas semanas más tarde llegaron a mis manos
unos libros sobre arte mejicano, reencontré allí
los motivos de mis visiones... con repentino susto.
La aparición de motivos mejicanos en la embriaguez
de psilocybina la comprobé yo también, como
lo he señalado, en mi primer autoensayo con las setas
disecadas llamadas psilocybe mexicana. Este fenómeno
también le ha llamado la atención a R. Wasson.
Partiendo de estas observaciones ha formulado la presunción
de que el antiguo arte mexicano podría haber
sido influido por imágenes visionarias como las que
aparecen en la embriaguez de setas.
La «enredadera mágica» ololiuqui
Después de que en un tiempo relativamente breve
se había logrado resolver el enigma de la seta sagrada
teonanacatl, me interesé por el problema de otra droga
mágica mejicana cuya composición química se ignoraba:
el ololiuqui. Ololiuqui es la designación azteca
136
de la semilla de ciertas convulvuláceas que se usaban,
igual que el peyotl (cactus de la mescalina) y las setas
teonanacatl, en época precolombina en ceremonias religiosas
y prácticas de curas mágicas por parte de los
aztecas y otros pueblos vecinos. Aún hoy determinadas
tribus emplean el ololiuqui. : los zapotecas, chinantecas,
mazatecas y mixtecas, que en las apartadas montañas
del sur de Méjico llevaban hasta hace poco
tiempo una existencia bastante aislada y poco influida
por el cristianismo.
El director del Harvard Botanical Museum de Cambridge
(EE. UU.), Dr. R. Evans Schultes, publicó en
1941 un excelente estudio de los aspectos históricos,
etnológicos y botánicos del ololiuqui. Se titula: «A
Contribuition to our Knowledge of Rivea corymbosa.
The Narcotic Ololiuqui of the Aztecs».* Los siguientes
datos sobre la historia del ololiuqui provienen principalmente
de esta monografía de Schultes.
Los primeros apuntes sobre esta droga se encuentran
entre los cronistas españoles del siglo XVI que
también citan el peyotl y el teonanacatl. Así el franciscano
fray Bernardino de Sahagún escribe, en su ya
citada y famosa crónica titulada Historia General de
las Cosas de Nueva España, sobre los efectos milagrosos
del ololiuqui. :
Hay una hierba que se llama coatl xoxouhqui (serpiente
verde), que da una semilla que se llama ololiuqui.
Esta semilla aturde y confunde los sentidos;
se la toma como brebaje mágico...
Otra información sobre esta semilla nos la da el
médico Francisco Hernández, a quien Felipe II envió
a Méjico para que estudiara allí, entre 1570 y
1575, los medicamentos de los indígenas. En el capítulo
«Sobre el ololiuqui» de su obra monumental, pu-
* Una contribución a nuestro conocimiento de Rivea corymbosa,
el ololiuqui narcótico de los aztecas.
137
blicada en Roma en 1651 con el título de Rerum Medicarum
Novae Hispaniae Tresaurus Seu Plantarum,
Animalium, Mineralium Mexicanorum Historia, da una
descripción detallada y la primera ilustración del ololiuqui.
Un extracto del texto latino que acompaña a la
ilustración dice así:
El ololiuqui, que otros llaman coaxihuitl o
hierba de la serpiente, es una enredadera con
hojas tenues, verdes, en forma de corazón... las
flores son blancas, de tamaño medio... las semillas
redondas... Cuando los sacerdotes de los indios
quieren tratar con los dioses y obtener respuestas
de ellos, comen de esta planta para embriagarse.
Entonces se les aparecen miles de formaciones
fantásticas y demonios...
Pese a esta descripción relativamente buena, la
identificación botánica del ololiuqui como semilla
de la rivea corymbosa Hall. f. motivó numerosas
discusiones entre los profesionales y hoy día se propone
como designación botánica correcta turbina
corymbosa (L.) Raf.
Cuando en 1959 me decidí a intentar aislar el
principio activo del ololiuqui había un solo informe
sobre trabajos químicos con la semilla de la turbina
corymbosa. Pertenecía al farmacólogo C. G. Santesson
de Escotolmo, y era de 1937. Pero Santesson no
había logrado aislar una sustancia activa en su forma
pura.
Sobre la eficacia del ololiuqui se habían publicado
hallazgos contradictorios. En 1955, el psiquiatra
H. Osmond realizó autoensayos con las semillas
de la turbina corymbosa. Tras la ingestión de 60–100
semillas entró en un estado de apatía y vacío, acompañado
de alta sensibilidad visual. Cuatro horas después
siguió un período con una sensación de rela-
138
jamiento y bienestar, que se mantuvo un buen rato.
Esto se contradecía con los resultados que publicó
V. J. Kinross–Wright en 1958 en Inglaterra, según los
cuales ocho voluntarios, que habían ingerido hasta
125 semillas, no sintieron efecto alguno.
Por mediación de R. Gordon Wasson obtuve dos
muestras de semillas de ololiuqui. En la carta con que
acompañaba las muestras, Wasson me escribía el 6
de agosto de 1959 desde México–City:
Le envío aquí un pequeño paquete con semillas.
Según creo, se trata de rivea corymbosa,
conocida también como ololiuqui, el famoso estupefaciente
de los aztecas. En Huautla se la
denomina semilla de la Virgen. Como verá el
paquete contiene dos botellitas con semillas que
me dieron en Huautla, y un recipiente más grande
con semillas que me dio Francisco Ortega, un
indio zapoteca, que las había recogido él mismo
de las plantas de la localidad zapoteca de San
Bartolo Yautepec...
Las semillas redondas, de color marrón claro, provenientes
de Huautla, resultaron ser efectivamente
rivea corymbosa (sinónimo: turbina corymbosa.) en
su identificación botánica, mientras que las semillas
negras y angulosas de San Bartolo Yautepec fueron
identificadas como ipomoea violacea.
Mientras que la turbina corymbosa se desarrolla
sólo en climas tropicales o subtropicales, la ipomoea
violacea se encuentra también en zonas templadas
como planta de adorno y está difundida en toda la
superficie del planeta. Se trata de la enredadera,
que con sus campanillas en distintas variedades, con
cálices azules o a rayas azules y rojas, engalanan
nuestros jardines.
Además del ololiuqui original, es decir, además
139
de las semillas de la turbina corymbosa, que denominan
badoh, los zapotecas emplean también el badoh
negro, las semillas de la ipomoea violacea. Esta
observación la realizó T. MacDougall, quien nos hizo
llegar un segundo envío, más abundante, de estas
últimas semillas.
140
En la investigación química de la droga ololiuqui
participó mi aplicado ayudante de laboratorio Hans
Tscherter, con quien ya había llevado a cabo el aislamiento
de las sustancias activas de las setas. Establecimos
la hipótesis de trabajo de que los principios
activos de las semillas de ololiuqui podían pertenecer
a la misma clase de sustancia química que el
LSD, la psilocybina y la psilocina, es decir, a los compuestos
de indol. En vista del gran número de otros
grupos de sustancias que podían ser sustancias activas
del ololiuqui del mismo modo que los indoles,
la probabilidad de que esta suposición fuera acertada
era muy reducida. Pero se podía comprobar con mucha
facilidad. Pues la presencia de compuestos del
indol se puede constatar simple y velozmente con
reacciones de coloración. Con determinado reactivo,
ya la presencia de trazas de sustancias de indol dan
una solución de un intenso color azul. Tuvimos suerte
con nuestra hipótesis. Los extractos de las semillas
de ololiuqui produjeron el color azul característico
de los indoles. Con la ayuda de este test de coloración,
al poco tiempo logramos aislar las sustancias
de indol de las semillas y obtenerlas de forma químicamente
pura. Su identificación nos llevó a un
resultado sorprendente. Lo que encontramos al comienzo
nos pareció increíble. Sólo después de una
repetición y un examen muy cuidadoso de los pasos
realizados cedió la desconfianza a nuestros propios
hallazgos: los principios activos de la vieja droga
mágica mexicana ololiuqui resultaron idénticos a sustancias
que ya había en mi laboratorio, a saber, a
alcaloides que habíamos obtenido en el curso de las
investigaciones precedentes sobre el cornezuelo de
centeno. Eran los alcaloides que nos habían costado
décadas de análisis, en parte aislados como tales
drogas del cornezuelo, en parte obtenidos por transformación
química de sustancias del mismo.
Comprobamos que las sustancias activas principales
del ololiuqui son la amida del ácido lisérgico,
la hidroxietilamida y otros alcaloides químicamente
muy emparentados con éstos (ver fórmulas última
página). Entre ellos se encontraba también el alcaloide
ergobasina, cuya síntesis había constituido el
punto de partida de mis investigaciones sobre alcaloides
del cornezuelo de centeno. La sustancia activa
del ololiuqui llamada la amida del ácido lisérgico
está químicamente muy emparentada con la dietilamida
del ácido lisérgico (LSD), como puede indicarlo
su designación incluso a los que no sean químicos.
La amida del ácido lisérgico había sido descrita
por vez primera por los químicos ingleses S. Smith
y G. M. Timmis, como producto de desdoblamiento
de los alcaloides del cornezuelo de centeno, y yo ya
había sintetizado esta sustancia en el marco de las
investigaciones de las que surgió el LSD. Sin embargo,
entonces nadie sospechaba que este compuesto
sintetizado en la retorta habría de encontrarse veinte
años después como sustancia activa natural en
una vieja droga mágica mejicana.
Después del descubrimiento de los efectos psíquicos
del LSD había probado también la amida del
ácido lisérgico mediante un autoensayo y comprobé
que, aunque sólo en una dosis diez a veinte veces
mayor que el LSD, también genera un estado onírico.
Este estado se caracterizaba por un sentimiento
de vacío espiritual y de irrealidad y sinsentido
del mundo exterior, una mayor sensibilidad auditiva
141
y un cansancio físico no desagradable que terminaba
en sueño. El psiquiatra Dr. H. Solms confirmó este
cuadro de acción de LA 111, como se llamaba la amida
del ácido lisérgico en su forma de preparado
experimental, mediante una investigación sistemática.
Al presentar en otoño de 1960 los hallazgos de
nuestras investigaciones del ololiuqui en el congreso
de sustancias naturales de la Unión Internacional
para Química Pura y Aplicada (IUPAC), mis colegas
profesionales reaccionaron con escepticismo. En las
discusiones que siguieron a mi exposición se expresó
la sospecha de que en mi laboratorio, en el que
tanto se trabajaba con derivados del ácido lisérgico,
se podrían haber contaminado involuntariamente los
extractos del ololiuqui con trazas de estos compuestos.
Las dudas provenían de la presencia de alcaloides
del cornezuelo de centeno, que hasta entonces se conocían
sólo como sustancias contenidas en setas inferiores,
en plantas superiores de la familia de las
convolvuláceas, se contradecía con la experiencia, según
la cual determinadas sustancias son típicas de
una familia de plantas determinada y están restringidas
a ésta. Efectivamente, la presencia de un grupo
de sustancias características, en este caso, los alcaloides
del cornezuelo de centeno, en dos secciones
del reino vegetal muy distantes en cuanto a su desarrollo,
es una excepción muy rara.
Sin embargo, nuestros resultados fueron confirmados
cuando diversos laboratorios en los Estados
Unidos, Alemania y Holanda verificaron nuestras investigaciones
de las semillas del ololiuqui. El escepticismo
llegó tan lejos que se consideró la posibilidad
de que las semillas podrían estar infectadas
con setas que producían alcaloides, aunque luego
esta hipótesis se dejó de lado tras los primeros experimentos.
Pese a que sólo se habían publicado en revistas
142
especializadas, estos trabajos sobre las sustancias activas
de las semillas del ololiuqui tuvieron consecuencias
inesperadas. Dos empresas mayoristas holandesas
de semillas nos comunicaron que sus ventas
de semillas de ipomoea violacea, la enredadera
azul tan decorativa, se habían incrementado notablemente
en los últimos tiempos. Además, había aparecido
una clientela desacostumbrada. Se habían enterado
de que la gran demanda estaba relacionada con
investigaciones de estas semillas en nuestros laboratorios,
y deseaban una información más detallada.
Resultó que la nueva clientela provenía de círculos
de hippies y otros sectores interesados en drogas
alucinógenas. Se creía haber encontrado en las semillas
del ololiuqui un sustituto del LSD, que era cada
vez más difícilmente asequible.
Pero el boom de las semillas de campanillas duró
relativamente poco tiempo, aparentemente como consecuencia
de las experiencias no muy buenas que se
hicieron con este estupefaciente nuevo y a la vez
antiquísimo en el mundo de las drogas. Las semillas
de ololiuqui, que se ingieren aplastadas y mezcladas
con agua, leche u otra bebida, tienen un sabor muy
malo y no se digieren bien. Además, los efectos químicos
del ololiuqui son, de todos modos, distintos
de los del LSD, al estar menos acentuado el componente
eufórico y alucinógeno, y dominar en general
los sentimientos de un vacío espiritual y a menudo
de angustia y depresión. Es igualmente indeseable
en un estupefaciente el efecto de laxitud y cansancio.
Todos estos motivos deben de haber contribuido
a que haya disminuido el interés por las semillas de
las enredaderas en la escena de las drogas.
Hasta ahora se han realizado sólo pocas investigaciones
para determinar si las sustancias activas del
ololiuqui pueden encontrar una aplicación útil en la
medicina. A mi juicio habría que aclarar sobre todo,
143
si el efecto fuertemente sedante, narcótico, de determinadas
sustancias del ololiuqui, o de derivados químicos
de las mismas, puede usarse con fines terapéuticos.
Con las investigaciones sobre el ololiuqui, mis
trabajos en el terreno de las drogas alucinógenas
quedaban redondeados de manera bonita. Formaban
ahora un círculo, podría decirse, un círculo mágico:
el punto de partida fueron las investigaciones sobre
la fabricación de amidas del ácido lisérgico del tipo
del alcaloide natural del cornezuelo de centeno, la
ergobasina. De allí llevaron a la síntesis de la dietilamida
del ácido lisérgico, el LSD. Los trabajos con
la sustancia activa alucinógena LSD condujeron al
análisis de las setas milagrosas alucinógenas teonanacatl,
de las que se aislaron como principios activos
la psilocybina y la psilocina. El ocuparme en la droga
mágica mejicana teononacatl me llevó al examen
de una segunda droga mágica de Méjico, el ololiuqui.
En el ololiuqui se reencontraron como sustancias
activas alucinógenas unas amidas del ácido lisérgico
y entre ellas la ergobasina, con lo cual se cerró el
círculo mágico.
144
10
La búsqueda de la planta mágica
Ska María Pastora
Gordon Wasson, con quien mantenía relaciones
amistosas desde las investigaciones sobre las setas
mágicas mejicanas, nos invitó a mi esposa y a mí
en el otoño de 1962 para que participásemos en una
expedición a Méjico. El objetivo de la empresa era
la búsqueda de otra planta mágica mejicana.
En sus viajes a través de las montañas del sur
de Méjico, Wasson se había enterado de que los mazatecas
aplicaban en prácticas religioso–medicinales
el jugo exprimido de las hojas de una planta, llamadas
hojas de la Pastora u hojas de María Pastora, y,
en mazateca, Ska Pastora o Ska María Pastora. Su
empleo era parecido al de las setas del teonanacatl
y al de las semillas del ololiuqui.
Se trataba de averiguar, pues, de qué planta provenían
estas «hojas de la Pastora María», y de determinar
botánicamente esta planta. Además teníamos
la intención de reunir, si era posible, una cantidad
suficiente de material de estas plantas para posibilitar
una investigación química de las sustancias activas
alucinógenas que contenían.
145
Paseo a lomo de mula a través de
la montaña mejicana
Con este fin mi esposa y yo volamos el 26 de septiembre
de 1962 a Ciudad de Méjico, donde nos encontramos
con Gordon Wasson. Éste ya había hecho
todos los preparativos para la expedición, de modo
que al día subsiguiente ya pudimos iniciar el viaje
hacia el sur. Se había unido a la excursión la señora
Irmgard Johnson–Weitlaner, la viuda de Jean B. Johnson,
uno de los pioneros del estudio etnográfico de
las setas mágicas mejicanas, muerto en el desembarco
de los aliados en Africa del Norte. Su padre,
Robert J. Weitlaner, había emigrado de Austria a
Méjico y colaborado en el redescubrimiento del culto
de las setas. La señora de Johnson trabajaba como
experta en textiles indígenas en el Museo Etnológico
Nacional de Ciudad de Méjico.
Después de un viaje de dos horas en un landrover
espacioso a través de la meseta, pasando al lado
del Popocatepetl nevado, por Puebla, bajando al valle
de Orizaba con su hermosa vegetación tropical, luego
con una balsa cruzando el Popoloapán (río de las
mariposas), siguiendo por la antigua guarnición azteca
de Tuxtepec, llegamos al punto de partida de
nuestra expedición, el pueblo mazateca Jalapa de
Díaz, situado en una colina.
A nuestra llegada a la plaza del mercado en el
centro de la población dispersada a lo lejos en el
desierto, hubo un agolpamiento. Hombres viejos y
jóvenes, que habían estado sentados o de pie en tabernas
semiabiertas y en tiendas de ventas, se acercaron
desconfiados, pero curiosos, a nuestro landrover,
la mayoría de ellos descalzo, pero todos con
sombrero. No se veían mujeres ni muchachas. Uno
de los hombres nos dio a entender que lo siguiéramos.
Nos condujo hasta la casa del presidente del
146
lugar, un mestizo obeso que tenía su despacho en
una casa de una planta con techo de chapa ondulada.
Gordon le mostró nuestros pases del gobierno
civil y militar de Oaxaca, en los que se explicaba
que nuestra estancia respondía a fines científicos. El
presidente, que probablemente no sabía leer, estaba
visiblemente impresionado por los documentos de gran
tamaño, provistos de sellos oficiales. Nos hizo asignar
un alojamiento en un espacioso granero.
Di una vuelta por el pueblo. Casi fantasmales se
alzaban las ruinas de una iglesia grande, antaño seguramente
muy hermosa, de la época colonial, en la
parte del pueblo que se elevaba sobre una ladera.
Ahora vi también mujeres que, con sus vestidos largos,
blancos, con bordados rojos, y con sus trenzas
de pelo negro azulado, asomaban temerosas de sus
chozas para observar a los extraños.
147
Nos dieron de comer en casa de una vieja mazateca,
que comandaba a una joven cocinera y a dos
ayudantes. Vivía en una de las típicas chozas mazatecas.
Se trata de construcciones rectangulares simples
con tejados a dos aguas de paja y muros de pilares
de madera enfilados, sin ventanas; los huecos
entre los pilares ofrecen suficientes posibilidades de
mirar hacia afuera. En el centro de la choza, en el
suelo de barro apisonado, se encuentra un hogar
abierto, construido con barro disecado o con piedras
y elevado. El humo sale por grandes aberturas en
las paredes debajo de ambas cumbreras. Como lechos
usan unas esteras de librillo que se encuentran
en un rincón o a lo largo de las paredes. La choza se
comparte con los animales caseros, con cerdos negros,
pavos y pollos. Nos dieron de comer pollo
frito, habas negras y, en vez de pan, una tortilla de
harina de maíz. Bebimos cerveza y tequila, un aguardiente
de agaves.
A la madrugada siguiente se formó nuestro grupo
para la cabalgata a través de la Sierra Mazateca. De
la caballeriza del pueblo se habían alquilado mulas
junto con un grupo de acompañantes. Guadalupe,
el mazateca que conocía los caminos, asumió la conducción
en el animal de guía. Gordon, Irmgard, mi
esposa y yo fuimos en el medio, montados en nuestras
mulas. El final de la columna la formaban Teodosio
y Pedro, llamado Chico, dos muchachos que
iban a pie al lado de las dos mulas que llevaban
nuestro equipaje.
148
Pasó un rato hasta que pudimos acostumbrarnos
a las duras sillas de madera. Pero luego esta forma
de transporte resultó la mejor manera de viajar que
he conocido. Las mulas seguían al animal guía una
tras otra con paso regular. No necesitaban ninguna
indicación por parte del jinete. Con una habilidad
sorprendente elegían los mejores pasos del sendero
mal transitable, en parte rocoso, en parte pantanoso,
y que a veces cruzaba arroyos y seguía por laderas
escarpadas. Liberados de toda preocupación por
el camino podíamos dedicar toda nuestra atención
a la belleza del paisaje y de la vegetación tropical:
selva virgen con árboles gigantescos rodeados de lianas,
luego claros con arboledas de plátanos o plantaciones
de café entre grupos de árboles aislados,
flores a la vera del camino, sobre las que bailoteaban
unas mariposas bellísimas. Hacía mucho calor
y el aire estaba húmedo. Ya subiendo, ya bajando,
nuestro camino siguió a lo largo del ancho lecho
del río Santo Domingo valle arriba. De pronto, un
fuerte chaparrón tropical, del cual nos protegieron
muy bien los largos y amplios ponchos de hule de
que nos había provisto Gordon. Nuestra compañía
india se protegió del chaparrón con hojas enormes
con forma de corazón, que cortaron velozmente
en la orilla del camino. Teodosio y Chico parecían
grandes langostas verdes cuando corrían cubiertos
con hojas al lado de sus mulas.
Ya comenzaba a oscurecer cuando llegamos a la
primera población, a la finca «La Providencia». El
patrón, don Joaquín García, cabeza de una familia
numerosa, nos recibió hospitalario y digno.
Gordon y yo colocamos nuestros sacos de dormir
al aire libre debajo del sobretecho. A la mañana siguiente
me desperté cuando un cerdo gruñó sobre
mi cara.
Después de otro día de viaje en los lomos de nuestras
fieles mulas llegamos al poblado mazateca de
Ayautla, muy repartido en la ladera de una colina.
En el camino me habían deleitado en los matorrales
los cálices azules de la enredadera ipomoea violacea,
la planta madre de las negras semillas de ololiuqui.
Aquí crece salvajemente, mientras que en nuestros
jardines se la conoce sólo como planta de adorno.
En Ayautla nos quedamos varios días. Nos alojábamos
en la casa de doña Donata Sosa de García.
Doña Donata llevaba la voz cantante en una gran
familia, y también se le sometía su enfermizo esposo.
Además dirigía las plantaciones de café de la región.
En un edificio vecino estaba el sitio de recolección
de los granos de café recién cosechados. Era un cuadro
bonito ver a las jóvenes indias con sus vestidos
claros, adornados con bordados de colores, cuando
regresaban al anochecer de la cosecha llevando los
sacos de café en la espalda y sujetados con cintas en
la frente.
A la noche, a la luz de la vela, doña Donata, que
además del mazateca hablaba el castellano, nos contaba
de la vida en el pueblo. En cada una de esas
chozas, que parecían tan tranquilas, se había desarrollado
ya una tragedia. En la casa de al lado, que ahora
está vacía, vivía un hombre que había asesinado
a su mujer y que ahora cumple cadena perpetua. Un
149
yerno de doña Donata, que tenía una relación con
otra mujer, había sido asesinado por celos. El presidente
de Ayautla, un joven mestizo hercúleo, ante
quien nos habíamos presentado a la mañana, sólo se
atreve a andar el corto trecho de su choza a su «oficina
» en la casa comunal con techo acanalado en
compañía de dos hombres fuertemente armados. Tiene
miedo de que lo fusilen, pues exige pagos ilegales.
Gracias a las buenas relaciones de doña Donata
obtuvimos de una anciana las primeras muestras
de la planta buscada, unas hojas de la Pastora. Pero
como faltaban las flores y las raíces, no era todavía
un material adecuado para la determinación botánica.
Tampoco tuvieron éxito nuestros esfuerzos en
averiguar dónde crecía esta planta y cómo se utilizaba
en esta región.
Después de dos días de cabalgata, habiendo pernoctado
en el pueblecito de montaña San Miguel
Huautla, situado a gran altura, llegamos a Río Santiago.
Aquí se nos agregó doña Herlinda Martínez Cid,
una maestra de Huautla de Jiménez. Había venido a
caballo por invitación de Gordon Wasson, quien la
conocía de sus expediciones anteriores, para que actuara
de intérprete mazateco–castellana. Además podía
ayudarnos a iniciar contactos con curanderos y
curanderas que utilizaran las hojas de la Pastora, por
intermedio de sus numerosos parientes repartidos en
esa región. Debido a nuestro retraso en llegar a Río
Santiago, doña Herlinda, que conocía los peligros
de la zona, había estado preocupada por nosotros
y temido que pudiéramos habernos despeñado o haber
sido asaltados por ladrones.
Nuestra estación siguiente fue San José Tenango,
situado en un valle profundo; un poblado en medio
de vegetación tropical, con naranjos, limoneros y
platanares. Aquí, de nuevo el típico cuadro de pueblo:
en el centro una plaza de mercado con una igle-
150
sia semiderruida de la época colonial, dos o tres
tabernas, una tienda de ramos generales y cobertizos
para caballos y mulas.
En la ladera del monte descubrimos en la densa
selva virgen una fuente, cuya hermosa agua fresca
invitaba a bañarse en una piscina natural en las
rocas. Fue un goce inolvidable, después de tantos
días sin poder lavarnos con comodidad. En esta gruta
vi por primera vez a un colibrí en medio de la
naturaleza, una joya que centelleaba con un azul
verdoso metálico y mariposeaba entre las flores de
las lianas que formaban el techo de hojas.
Con la ayuda de las relaciones de parentesco de
doña Herlinda se produjo el contacto con curanderos,
por ejemplo, con don Sabino. Pero éste, por
motivos poco claros, se negó a recibirnos para una
consulta de las hojas. Una curandera vieja, muy respetable,
con un vestido mazateca de una belleza fuera
de lo común, quien respondía al nombre de Natividad
Rosa, nos regaló todo un ramo de ejemplares
en flor de la planta buscada, pero tampoco ella aceptó
realizar la ceremonia con las hojas para nosotros.
Alegó que estaba demasiado vieja para el esfuerzo
del viaje mágico, en el que habría que recorrer largos
caminos a determinados sitios: a un manantial
en el que las mujeres sabias reúnen sus fuerzas, a
un lago en el que cantan los gorriones y en el que
las cosas obtienen su nombre. Natividad Rosa tampoco
nos reveló dónde había recogido las hojas. Dijo
que crecían en un valle boscoso muy, muy lejano; y
que, donde quitaba una planta, ponía un grano de
café en la tierra, como agradecimiento a los dioses.
Teníamos ahora plantas enteras, con flores y raíces,
adecuadas para la determinación botánica. Se
trataba evidentemente de un representante de la especie
salvia, pariente del conocido amaro. Esta planta
tiene flores azules coronadas por un casco blanco,
151
ordenadas en una espiga de unos 20 a 30 centímetros
de largo y cuyo pedúnculo acaba azul.
Al día siguiente Natividad Rosa nos trajo toda
una cesta llena de hojas, por las que se hizo pagar
cincuenta pesos. El negocio parecía haberse difundido,
pues otras dos mujeres nos trajeron ahora más
hojas. Como sabíamos que en la ceremonia se bebe
el jugo exprimido de las hojas y que, por tanto, es
éste el que debe de contener el principio activo, exprimimos
las hojas secas en un mortero y las estrujamos
luego sobre un paño. El jugo, diluido con
alcohol como conservante, lo colocamos en botellas,
para que se lo pudiera analizar más adelante en el
laboratorio de Basilea. En esta tarea nos ayudó una
niña india, acostumbrada a usar el metate o mortero
de piedra con el que los indios muelen el maíz desde
tiempos inmemoriales.
Una ceremonia de salvia
El día antes de partir, cuando ya habíamos abandonado
la esperanza de poder asistir a una ceremonia,
pudo establecerse un contacto con una curandera
que estaba dispuesta «a servirnos». Un hombre
de confianza de la parentela de Herminda, que había
promovido este contacto, nos llevó al caer la noche
por un sendero secreto a la choza de la curandera,
situada más arriba del poblado en la ladera de la
montaña. Nadie del pueblo debía vernos o enterarse
de que éramos recibidos en esa choza solitaria. Evidentemente
se consideraba una tradición punible hacer
participar a extraños, a blancos, de los usos y
costumbres sagrados. Ese debe de haber sido también
el verdadero motivo por el que los demás curanderos
se habían negado a permitirnos el acceso
a una ceremonia con las hojas de María Pastora.
152
Durante nuestro ascenso nos acompañaron en la oscuridad
unos extraños cantos de pájaros y ladridos de
perros por todas partes.
153
La curandera Consuela García, una mujer de unos
cuarenta años, descalza como todas las indias en esta
zona, nos hizo entrar recelosa en su choza y en seguida
obstruyó la entrada con pesados maderos. Nos
mandó acostarnos en las esteras de librillo en el suelo
de barro apisonado. Herlinda traducía las instrucciones
de Consuela, que sólo hablaba mazateca. En
una mesa, en la que además de todo tipo de trastos
había también algunas estampas de santos, la curandera
encendió una vela. Luego comenzó a maniobrar
silenciosa y diligente. De pronto hubo unos ruidos
extraños y un traqueteo en el cuarto... ¿Había algún
extraño oculto en la choza, cuyas dimensiones y ángulos
no podían reconocerse a la luz de la vela? Visiblemente
intranquila, Consuela recorrió el recinto con
la vela. Pero parecían haber sido únicamente ratas
que cometían sus abusos. A continuación la curandera
encendió una fuente de copal, una resina parecida
al incienso, cuyo aroma pronto llenó todo el
ambiente. Luego preparó prolijamente el filtro mágico.
Consuela preguntó quiénes de nosotros queríamos
beber con ella. Gordon levantó la mano. Yo no
podía participar, porque padecía un fuerte malestar
estomacal. Me reemplazó mi esposa. La curandera
preparó para sí misma seis pares de hojas. El mismo
número le asignó a Gordon. Anita recibió tres pares.
Igual que con las setas, las dosis siempre se dan de
a pares, lo cual debe de tener un significado mágico.
Las hojas fueron estrujadas con el metate y luego
exprimidas a través de un colador fino; el jugo caía
en un vaso. Luego se enjuagaron el metate y el contenido
del colador con agua. Finalmente las copas
llenas fueron ahumadas con un gran ceremonial sobre
la pila de copal. Consuelo, antes de alcanzarles
sus vasos a Anita y a Gordon, les preguntó si creían
en la verdad y en el carácter sagrado de la ceremonia.
Después que lo hubieron confirmado y bebido
solemnemente el filtro muy amargo, se apagó la vela.
Acostados en las esteras de librillo, a oscuras, aguardábamos
los efectos.
Unos veinte minutos más tarde Anita me susurró
que veía extrañas formaciones con un borde claro.
También Gordon sentía el efecto de la droga. De la
oscuridad resonaba la voz de la curandera, mitad hablando,
mitad cantando. Herlinda tradujo al castellano:
si creíamos en la santidad de los ritos y en
la sangre de Cristo. Después de nuestro «creemos»
prosiguió la ceremonia. La curandera encendió la
vela, la colocó en el suelo delante del «altar», cantó
y rezó oraciones o fórmulas mágicas, colocó la vela
nuevamente debajo de las estampas de santos. De
nuevo, oscuridad y silencio. Luego comenzó la verdadera
consulta. Consuela nos preguntó cuáles eran
nuestros deseos. Gordon quiso saber cómo estaba su
hija, que poco antes de que él viajara había debido
ser internada en una clínica de Nueva York (su hija
estaba por tener un niño, pero la internación había
sido prematura). Obtuvo la respuesta tranquilizadora
de que la madre y el niño se encontraban bien. Nuevos
cantos y oraciones y manipulaciones con la vela
en el «altar» y en el suelo sobre la pila de sahumerio.
Al terminar la ceremonia, la curandera nos invitó
a descansar un rato más en nuestras esteras de librillo.
De pronto estalló una tormenta. A través de
las rendijas de las paredes de maderos la luz de los
relámpagos resplandecía en la oscuridad de la choza,
acompañada de pavorosos truenos, mientras un aguacero
tropical golpeaba con furia en el techo. Consuelo
expresó su preocupación de que no pudiéramos abandonar
su choza en la oscuridad, sin ser vistos. Pero
la tormenta se calmó antes de la madrugada, y ba-
154
jamos al valle con la luz de nuestras linternas haciendo
el menor ruido posible para llegar a nuestra
barraca de chapa ondulada. Los habitantes del poblado
no nos notaron, aunque los perros siguieron ladrando
por doquier.
La participación en esta ceremonia fue el punto
culminante de nuestra expedición. Nos confirmó que
los indios utilizaban las hojas de la Pastora con el
mismo fin y en el mismo marco ceremonial que el
teonanacatl, las setas sagradas. Además teníamos ahora
las suficientes plantas auténticas no sólo para la
determinación botánica, sino también para el planeado
análisis químico. El estado de embriaguez que
habían experimentado Gordon Wasson y mi esposa
con las hojas, había sido poco profundo y de corta
duración, pero su carácter era indiscutiblemente alucinógeno.
A la mañana siguiente, después de esta noche llena
de aventuras, nos despedimos de San José Tenango.
El guía Guadalupe y los muchachos Teodosio
y Pedro aparecieron con las mulas delante de
nuestra barraca a la hora establecida. Pronto habíamos
hecho nuestros paquetes y comido, y luego nuestro
grupo comenzó a moverse nuevamente valle arriba
a través del paisaje feraz y resplandeciente de sol
después del chubasco nocturno. Pasamos por Santiago
y llegamos al atardecer a nuestra última estación
en el país de los mazatecas, a su pueblo principal
Huautla de Jiménez.
Desde aquí habíamos previsto el regreso a Ciudad
de Méjico en automóvil. Con una última cena conjunta
en la entonces única posada de Huautla, llamada
Rosaura, nos despedimos de nuestra escolta
india y de las buenas mulas que nos habían llevado
tan segura y agradablemente a través de la Sierra
Mazateca.
Al día siguiente ofrecimos nuestros respetos a la
155
curandera María Sabina, que se había hecho famosa
por las publicaciones de Wasson. Había sido en su
choza donde en 1955 Gordon Wasson había probado
las setas sagradas en el marco de una ceremonia
nocturna, seguramente el primer hombre blanco que
lo hacía. Gordon y María Sabina se saludaron cordialmente
como viejos amigos. La curandera vivía alejada
en la cuesta de la montaña por arriba de Huautla.
La casa en la que había tenido lugar la sesión
histórica con Gordon Wasson había sido incendiada,
probablemente por habitantes enfurecidos o por un
colega envidioso porque ella había revelado el secreto
del teonanacatl a un extraño. En la choza nueva
en la que nos encontrábamos ahora reinaba un
desorden inimaginable, probablemente igual que el
que había habido en su choza anterior. Iban corriendo
niños semidesnudos, pollos y cerdos por la casa.
La vieja curandera tenía un rostro inteligente y con
expresiones sumamente cambiantes. Se notó que le
impresionó nuestra afirmación de que habíamos logrado
retener el espíritu de las setas en pastillas, y
de inmediato se declaró dispuesta a «servirnos» con
estas pastillas, es decir, a concedernos una consulta.
Combinamos que ésta tendría lugar a la noche siguiente
en la casa de doña Herlinda.
156
En el curso del día di un paseo por Huautla de
Jiménez, que se extiende a lo largo de una calle principal
en la ladera de la montaña. Luego acompañé
a Gordon en su visita al Instituto Nacional Indigenista.
Esta organización estatal tiene la tarea de estudiar
los problemas de la población nativa, es decir,
de los indios, y ayudarles a resolverlos. Su director
nos informó sobre las dificultades que había en ese
momento en el sector de la política del café. El presidente
de Huautla quien, en colaboración con el Instituto
Nacional Indigenista, había intentado lograr
un precio más ventajoso para los productores indios
de café mediante la supresión de la intermediación,
había sido asesinado en junio de ese año. Su cadáver
había sido mutilado.
En nuestro paseo llegamos también a la iglesia
catedral, de la que salía canto gregoriano. El anciano
padre Aragón, con quien Gordon había hecho amistad
en sus estancias anteriores, nos invitó a beber
una copa de tequila en la sacristía.
Una ceremonia de setas
Cuando volvimos a la casa de Herlinda, ya había
llegado María Sabina con una compañía numerosa:
con sus dos bonitas hijas Apolonia y Aurora, dos
curanderas novicias, y con una sobrina; todas ellas
además venían con niños. Cuando el niño de Apolonia
se ponía a llorar, ella le daba el pecho una y
otra vez. Al final apareció también el viejo curandero
don Aurelio, un hombre imponente, tuerto, con
un serape (abrigo) con dibujos negros y blancos. En
la veranda sirvieron cacao y pasteles dulces. Recordé
el informe de una antigua crónica, en la que se cuenta
que antes de la ingestión de teonanacatl se bebía
chocolatl.
Al anochecer nos dirigimos todos a la habitación
en la que iba a tener lugar la ceremonia. Se cerró la
habitación bloqueando la puerta con la única tabla
de madera que había. Se dejó sin cerrojo únicamente
una salida de emergencia hacia el jardín trasero
para las necesidades inevitables. Ya era cerca de la
medianoche cuando comenzó la ceremonia. Hasta ese
momento toda la gente había estado aguardando los
acontecimientos por venir, durmiendo o expectante
en las esteras repartidas en el suelo en medio de la
oscuridad. De cuando en cuando María Sabina arrojaba
un trozo de copal a la brasa de una pila de
carbón, con lo cual el aire viciado del abarrotado
157
cuarto se volvía un poco más soportable. Por intermedio
de Herlinda, que de nuevo participaba como
intérprete, le había dicho a la curandera que cada
píldora contenía el espíritu de dos pares de setas (eran
comprimidos con 5,0 miligramos de psilocybina sintética).
Cuando llegó el momento, María Sabina repartió
—previa ahumación solemne— pares de pastillas a
los adultos presentes. Ella misma cogió dos pares, que
correspondían a 20 mg de psilocybina. Les dio la
misma dosis a su hija Apolonia, que también debía
oficiar de curandera, y a don Aurelio. A Aurora le
dio un par, igual que a Gordon, mientras que mi esposa
e Irmgard tomaron cada una una sola pastilla.
A mí una de las niñas, una muchacha de unos
diez años, me había preparado, según las instrucciones
de María Sabina, el jugo prensado de cinco pares de
hojas frescas de María Pastora. Quería yo recuperar
esta experiencia que se me había escapado en San
José Tenango. Dicen que la pócima es especialmente
eficaz cuando la prepara un niño inocente. La copa
con el jugo también fue ahumada, y María Sabina
y don Aurelio pronunciaron unas palabras antes de
dármela.
Todos estos preparativos y la ceremonia misma
transcurrieron de un modo muy parecido al de la
consulta a la curandera Consuela García en San José
Tenango.
Una vez repartida la droga y apagada la vela en el
«altar», se esperó el efecto a oscuras.
Apenas transcurrida media hora, la curandera comenzó
a murmurar; también sus hijas y don Aurelio
se intranquilizaron. Herlinda tradujo y nos explicó
lo que pasaba. María Sabina había dicho que a
las píldoras les faltaba el espíritu de la seta. Comenté
la situación con Gordon, quien yacía a mi lado. Nos
resultaba obvio que la resorción de la sustancia acti-
158
va de las pastillas, que tienen que disolverse en el
estómago, tarda más que cuando se mastican las
setas, con lo cual una parte de la sustancia activa se
asimila a través de la mucosa bucal. Pero ¿cómo podíamos
presentar en semejante situación una explicación
científica? En vez de explicar, decidimos actuar.
Repartimos píldoras adicionales. Las dos curanderas
y el curandero recibieron cada uno un par
más. Ahora habían ingerido una dosis total de 30 mg
de psilocybina.
Unos diez minutos después comenzó a desplegarse
efectivamente el espíritu de la pastilla; su acción se
prolongó hasta la madrugada. Las oraciones y el canto
de María Sabina era contestados apasionadamente
por sus hijas y por don Aurelio, con su voz grave.
Los quejidos lánguidos y voluptuosos de Apolonia
y Aurora daban la impresión de que la experiencia
religiosa de las jóvenes durante la embriaguez estaba
conectada con sensaciones sexo–sensuales.
En el centro de la ceremonia se produjo la pregunta
de María Sabina respecto de nuestra consulta.
Gordon volvió a inquirir sobre la salud de su hija
y su nieto. Obtuvo la misma respuesta positiva que
la de la curandera Consuela. Efectivamente, madre
e hijo se encontraban bien cuando Gordon regresó
a Nueva York, lo cual, desde luego, no constituye
ninguna demostración de los poderes proféticos de
las dos curanderas.
Probablemente a consecuencia de los efectos de
las hojas, un rato me encontré en un estado de hipersensibilidad
y de un experimentar con intensidad
las cosas, pero sin que estuviera acompañado por
alucinaciones. Anita, Irmgard y Gordon vivieron un
estado de embriaguez eufórica, codeterminada por
la atmósfera extraña y mística. Mi esposa se quedó
impresionada con la visión de muy determinados
dibujos de líneas extrañas.
159
Más sorprendida y turbada estuvo, cuando vio
luego estas mismas figuras en los ricos adornos sobre
el altar de una antigua iglesia cerca de Puebla. Ello
ocurrió durante el regreso a Ciudad de Méjico, cuando
visitamos iglesias de la época colonial. Estas iglesias
son especialmente interesantes desde una perspectiva
histórico–cultural, porque los artesanos y artistas
indios que colaboraron en su construcción introdujeron
de contrabando elementos estilísticos indios.
Sobre una posible influencia del arte indio en
América Central debido a las visiones de la embriaguez
de psilocybina, Klaus Thomas, en su libro «Die
künstlich gesteurte Seele» («El alma artificialmente
dirigida»), Edit. Ferdinand Enke, Stuttgart, 1970, escribe:
«Una mera comparación, desde el punto de
vista de la historia del arte, de las antiguas y nuevas
creaciones artísticas de los indios, ha de convencer
al observador desprejuiciado... de su coincidencia
con las imágenes, formas y colores de una embriaguez
de psilocybina». Esta relación podrían indicarla
también el carácter mejicano de las escenas que vi en
mi primer ensayo con psilocybe mexicana disecada,
así como el dibujo de Li Gelpke después de una embriaguez
de psilocybina.
Al clarear la mañana, cuando nos despedimos de
María Sabina y su clan, la curandera señaló que las
píldoras tenían la misma fuerza que las setas, y que
no había ninguna diferencia. Esto fue una confirmación,
y del sector más competente en la materia, de
que la psilocybina sintética es idéntica al producto
natural. Como regalo de despedida la dejé a María
Sabina un frasquito con pastillas de psilocybina. A lo
cual le declaró radiante a nuestra intérprete Herlinda,
que ahora podría atender consultas también en
los períodos en los que no hubiera setas.
¿Cómo debemos evaluar el comportamiento de la
curandera María Sabina, que le permitió el acceso
160
a la ceremonia secreta a un extraño, al hombre blanco,
y le hizo probar la seta sagrada?
Es meritorio que con ello haya abierto las puertas
a la investigación del culto de la seta mejicana
en su forma actual y al estudio botánico y químico
científico de las setas sagradas. De allí ha surgido
una sustancia activa valiosa, la psilocybina. Sin esta
ayuda, quizás, o muy probablemente, este saber antiquísimo
y las experiencias ocultas en estas prácticas
secretas habrían desaparecido en la civilización occidental
sin dejar rastros ni dar frutos al progreso que
iba penetrando.
Desde otro punto de mira, la conducta de esta
curandera puede considerarse una profanación de
usos y costumbres sagradas, incluso una traición.
Una parte de sus compatriotas tuvo esa opinión, lo
cual se tradujo en acciones de venganza y, como
decíamos, en el incendio de su choza.
La profanación del culto de las setas no se detuvo
en la investigación científica. Las publicaciones
sobre las setas mágicas produjeron una invasión
de hippies y drogadictos al país de los mazatecas.
Muchos extranjeros se comportaron muy mal y algunos
incluso de forma criminal. Otra consecuencia desagradable
fue el surgimiento de un verdadero turismo
a Huautla de Jiménez, con lo cual se destruyó
en gran medida el carácter original y primitivo del
pueblo.
Estas comprobaciones y consideraciones rigen para
la mayoría de las investigaciones etnográficas. Dondequiera
que los investigadores y científicos busquen
y esclarezcan los restos cada vez más escasos de antiguos
usos y costumbres, se pierde su originalidad.
Esta pérdida se ve únicamente compensada hasta
cierto punto, cuando el resultado de la investigación
constituye una ganancia cultural duradera.
De Huautla de Jiménez fuimos primero en un
161
viaje en camión sumamente peligroso a Teotitlan,
por un camino parcialmente desmoronado. De allí
seguimos a Ciudad de Méjico en un cómodo viaje en
automóvil. Así llegamos al punto de partida de nuestra
expedición, en la que perdí algunos kilogramos
de peso, pero gané experiencias y conocimientos imponderables.
La determinación botánica de las muestras de hojas
de la Pastora en el Instituto Botánico de la Universidad
de Harvard en Cambridge (Estados Unidos),
llevada a cabo por Carl Epling y Carlos D. Játiva
dio por resultado que se trataba de una variedad
no descrita hasta entonces de la especie salvia ,
y que estos autores denominaron salvia divinorum.
La investigación química del jugo exprimido de la
salvia mágica en el laboratorio de Basilea no tuvo
éxito. El principio psicoactivo de esta droga parece
ser una sustancia poco estable, pues al probar el
jugo, que habíamos traído de Méjico conservado en
alcohol, en un autoensayo, ya no produjo ningún
efecto.
En la que respecta a la naturaleza química de
las sustancias activas, el problema de la planta mágica
Ska María Pastora aún aguarda su solución.
162
11
La irradiación de Ernst Jünger
En este libro he descrito hasta ahora sobre todo
mi trabajo científico y hechos conectados con mi actividad
laboral. Sin embargo, la naturaleza misma de
este trabajo tuvo repercusiones en mi propia vida y
seguramente también en mi personalidad, tal vez
porque me relacionó con contemporáneos interesantes
e importantes. He mencionado ya a algunos de
ellos: Timothy Leary, Rudolf Gelpke, Gordon Wasson.
En las páginas siguientes quiero abandonar la
discreción del científico y narrar encuentros que devinieron
significativos para mí y me impulsaron al
dominio de los problemas que me planteaban las
sustancias por mí descubiertas.
Primeros contactos con Ernst Jünger
«Irradiación» es un término que expresa muy bien
la manera en que influyeron en mí la obra literaria
y la personalidad de Ernst Jünger. A través de su
modo de mirar, que capta estereoscópicamente la
superficie y la profundidad de las cosas, el mundo
adquirió para mí un brillo nuevo y translúcido. Esto
163
ocurrió mucho tiempo antes del descubrimiento del
LSD, y antes de que, en conexión con drogas alucinógenas,
me relacionara personalmente con este autor.
Desde hace cuarenta años releo una y otra vez el
libro de Jünger Das abendeuerliche Herz. * en su primera
y segunda versión. Aquí se me descubrió la
belleza y magia de la prosa de Jünger: descripciones
de flores, sueños, paseos solitarios, pensamientos sobre
el azar, la suerte, los colores y otros temas que
guardan una relación inmediata con nuestra vida personal.
En cada página se volvía visible lo maravilloso
de la creación y se tocaba lo único e imperecedero
que hay en cada ser humano, a través de la
descripción precisa de la superficie y el traslucir de
las profundidades. Ningún otro poeta me ha abierto
tanto los ojos.
También se hablaba de drogas en Das abenteuerliche
Herz. Pero pasaron muchos años antes que, después
del descubrimiento de los efectos psíquicos del
LSD, comenzara a interesarme especialmente por este
tema.
Mi relación epistolar con Ernst Jünger tampoco
nació bajo el signo de las drogas, sino que le escribí
una vez como lector agradecido para su cumpleaños.
Bottmingen, 29 de marzo de 1947
Estimado Sr. Jünger:
Desde hace muchos años me considero ricamente
obsequiado por usted. Por eso le quería
enviar hoy para su cumpleaños un pote de miel.
Pero esta alegría no me fue posible, porque mi
pedido de exportación ha sido rechazado en
Berna.
El envío no estaba pensado como un saludo
* El corazón aventurero.
164
de un país en el que todavía manan leche y miel,
sino más bien como resonancia a las frases mágicas
de su libro Auf den Marmorklippen. * en las
que se habla de las «zumbadoras doradas»...
El libro aquí mencionado se publicó en 1939, poco
antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial.
Auf den Marmorklippen no sólo es una obra maestra
de la prosa alemana; también es significativa
porque allí la figura del tirano y los horrores de la
guerra y de las noches de bombardeos se anticipan
en poética visión.
En el curso de nuestra correspondencia Ernst
Jünger también se informó sobre mis trabajos relativos
al LSD, de los que se había enterado gracias
a un amigo. Le envié entonces las publicaciones correspondientes,
a las que se refirió con el comentario
siguiente:
Kirchhorst, 3–3–1948
... junto con los dos textos sobre su nuevo phantasticum.
De verdad parece haber ingresado usted
allí en campos en los que se esconde más
de un misterio.
Su envío llegó junto con una nueva traducción
de las Confesiones de un comedor de opio.
El autor me escribe que lo motivó la lectura de
Das abenteuerliche Herz.
En lo que a mí respecta, he tenido los estudios
prácticos hace tiempo. Se trata de experimentos
en los que, tarde o temprano, se ingresa
en ámbitos bastante peligrosos y uno puede estar
contento si sale más o menos bien librado.
Lo que me ocupaba sobre todo era la rela-
* En los picos mamóreos.
165
ción de estas sustancias con la producción. Pero
hice la experiencia de que el trabajo creador
exige una conciencia despierta, y que ésta se
debilita cuando está bajo el influjo de las drogas.
La concepción es, en cambio, significativa,
y se alcanzan penetraciones que de otro modo
no deben de ser posibles. Entre estas penetraciones
sitúo también el bello estudio que Maupassant
escribió sobre el éter. Dicho sea de paso,
también con fiebre he tenido la impresión de que
se descubren nuevos paisajes y nuevos archipiélagos,
una música nueva que se vuelve totalmente
evidente cuando aparece la «aduana».4 Para la
descripción geográfica, en cambio, hay que estar
plenamente consciente. Lo que para el artista es
la producción, es la curación para el médico.
Por eso también debe de bastarle que ingrese
algunas veces en los ámbitos, atravesando el
papel pintado, que nuestros sentidos han tejido.
De paso, creo percibir en nuestra época no tanto
una tendencia a los phantastica que a los
energetica, entre los que se halla el pervitin, que
incluso los ejércitos entregaron a sus aviadores
y a otros combatientes. A mi juicio el té es un
phantasticum, el café un energeticum... por eso,
el té posee un rango de sensibilidad artística incomparablemente
mayor. Con el café me doy
cuenta de que destruye la tenue red de luz y sombras,
las dudas fructíferas que se presentan mientras
se escribe una oración. Uno aplasta sus inhibiciones.
Con el té, por el contrario, los pensamientos
se van engarzando de modo genuino.
En cuanto a mis «estudios», tenía un manuscrito
al respecto, pero lo he quemado. Mis excur-
4. «An der Zollstation» (En la aduana), título de una sección
de Das abeuteuerliche Herz (El corazón aventurero), 2° edición.
166
siones finalizaron en el hashish, que lleva a estados
muy agradables, pero también a estados maníacos,
a la tiranía oriental...
Poco después, por una carta de Ernst Jünger, me
enteré de que en su novela Heliópolis, en la que estaba
trabajando, había insertado una digresión sobre
drogas. Sobre un investigador de drogas que aparecía
allí, Jünger me escribió:
... Entre las excursiones a los mundos geográficos
y metafísicos que intento describir allí,
hay también la de un hombre netamente sedentario,
quien explora los archipiélagos allende los
mares recorridos, usando como medio de transporte
las drogas. Doy extractos de sus diarios de
navegación. Desde luego, no puedo permitir que
este Colón del globo interno termine bien... muere
intoxicado. Avis au lecteur.*
El libro, que se publicó al año siguiente, lleva el
subtítulo de Ojeada retrospectiva de una ciudad, una
ciudad del futuro, en el que la tecnología y las armas
del presente estaban aun más desarrolladas en sentido
mágico, y en la que tienen lugar luchas por el
poder entre un tecnócrata demoníaco y una fuerza
conservadora. En la figura de Antonio Peri, Jünger
describe al citado investigador de las drogas, quien
moraba en el casco antiguo de la ciudad de Heliópolis.
... Cazaba sueños, como otros cazan mariposas
con redes. Los domingos y días festivos no viajaba
a las islas ni visitaba las tabernas en la
playa de Pagos. Se encerraba en su gabinete para
167
* Advertencia al lector. (En francés en el original.)
relizar sus excursiones a las regiones oníricas.
Decía que todos los países e islas desconocidas
estaban entretejidas en el papel pintado. Las drogas
le servían de llave para ingresar en las cámaras
y cuevas de este mundo. Con el correr de
los años había obtenido grandes conocimientos,
y llevaba también un diario de navegación sobre
sus viajes. En este gabinete había también una
pequeña biblioteca; los libros eran herbarios e
informes medicinales, pero también obras de poetas
y magos. Antonio solía leerlos mientras se
desarrollaba el efecto de las drogas... En el universo
de su cerebro emprendía viajes de descubrimientos...
En el centro de esta biblioteca, saqueada por los
sicarios del gobernador al detener a Antonio Peri,
estaban
... los grandes animadores del siglo XIX: de Quincey,
E. Th. A. Hoffmann, Poe y Baudelaire. Pero
otros llevaban más atrás, a herbarios, escritos
de magia negra y demonologías del mundo medieval.
Se agrupaban alrededor de los nombres
de San Alberto Magno, Ramon Llull y Agrippa
ab Nettesheym... Al lado se encontraba el infolio
de Wierus De Praestigiis Daemonum y las muy
extrañas compilaciones del médico Wekkerus,
editadas en Basilea en 1582...
En otra parte de su colección, Antonio Peri parecía
haber fijado su vista sobre todo
en antiguas farmacologías, libros de recetas y de
medicamentos, y haber ido a la caza de separatas
de revistas y anales. Se encontraron, entre
otros, un antiguo mamotreto de psicólogos de
Heidelberg sobre el extracto del botón de mescal,
168
y un trabajo de Hofmann–Bottmingen sobre los
phantastica del cornezuelo de centeno...
El mismo año en que se publicó Heliópolis conocí
a su autor personalmente.
El primer viaje
Dos años después, a principios de febrero de 1951,
se produjo la gran aventura, una experiencia de LSD
con Ernst Jünger. Como en ese momento sólo había
informes sobre experimentos con LSD en conexión con
problemas psiquiátricos, este ensayo me interesaba
sobremanera, porque aquí se ofrecía la oportunidad
de observar los efectos del LSD, en un marco no médico,
en un hombre dotado de una gran sensibilidad
artística. Eso fue aún antes de que Aldous Huxley
comenzara a experimentar desde la misma perspectiva
con la mescalina, sobre lo cual informó posteriormente
en sus libros The Doors of Perception («Las
puertas de la percepción») y Heaven and Hell («El
Cielo y el Infierno).
Para que en caso de necesidad pudiéramos gozar
de asistencia médica, le pedí a mi amigo, el médico
y farmacólogo profesor Heribert Konzett, que participara
en nuestra empresa. El ensayo tuvo lugar a las
diez de la mañana en la sala de nuestra casa en Bottmingen.
Como no podía preverse la reacción de una
persona tan sensible como Ernst Jünger, para este
primer ensayo se eligió precautoriamente una dosis
baja, de sólo 0,05 miligramos. El experimento no condujo,
en consecuencia, a grandes profundidades.
La fase inicial se caracterizó por la intensificación
de las vivencias estéticas. Unas rosas rojo–violetas
adquirieron una luminosidad insospechada y relumbraron
con un brillo significativo. El concierto para
flauta y arpa de Mozart fue sentido en su belleza
169
supraterrenal como música celestial. Con sorpresa compartida
observamos los velos de humo que ascendían
con la facilidad de pensamientos de un palillo
de incienso japonés. Cuando la embriaguez se profundizó
y cesó la conversación, llegamos a ensoñaciones
fantásticas mientras seguíamos sentados en
nuestros sillones con los ojos cerrados. Jünger gozó
del policromatismo de cuadros orientales; yo estaba
de viaje con tribus beréberes de África del Norte, vi
caravanas de colores y oasis frondosos. Konzett, cuyos
rasgos me parecían transfigurados a lo Buda,
vivía un hábito de intemporalidad, la liberación del
pasado y el futuro y la felicidad de un pleno seraquí–
y–ahora.
El regreso de la situación de conciencia alterada
se vio acompañada de una fuerte sensación de frío.
Viajeros con frío, nos envolvimos en mantas para
aterrizar. La llegada al ser familiar fue celebrada
con una buena cena, en la que el vino borgoña corrió
en abundancia.
Esta excursión se caracterizó por la comunidad y
el paralelismo de lo vivido, cosa que sentimos como
muy feliz. Los tres nos habíamos acercado a la puerta
de la experiencia mística del ser; pero no llegó a
abrirse. La dosis había sido demasiado pequeña. Desconocedor
de este motivo, Ernst Jünger, quien con
mescalina en dosis altas había llegado a experiencias
mucho más profundas, me observó: «Comparado con
el tigre mescalina, su LSD no es más que un gatito».
Después de experimentos con dosis elevadas de LSD
se retractó de este juicio.
Jünger elaboró literariamente el mencionado espectáculo
de los «palitos de incienso» en su narración
Besuch auf Godenholm.* en la que intervienen experiencias
profundas de la embriaguez de las drogas:
* Una rosita a Godenholm.
170
... Como solía hacerlo para purificar el aire,
Schwartzenberg quemaba una varilla de incienso.
Un hilo azul se elevaba desde el borde del
candelero. Moltner lo miró primero con sorpresa,
luego con deleite, como si le hubiera tocado
en suerte un nuevo poder visual. En este poder
se descubría los juegos de este humo aromático,
que se elevaba en un tallo delgado, y luego se
ramificaba en una tenue copa. Era como si lo
hubiera creado su imaginación... Un pálido tejido
de lirio marino en profundidades que apenas
temblaban con los golpes de la rompiente.
El tiempo era activo en esa formación: la había
estriado, arremolinado, caracolado, como si monedas
imaginadas fueran apilándose de prisa. La
multiplicidad del espacio se revelaba en la estructura
fibrosa, en los nervios que tensaban el hilo
en número ingente y se desplegaban en las alturas.
Ahora una brisa tocaba la visión y la giraba
ágilmente alrededor de un eje, como una bailarina.
Moltner lanzó un grito de sorpresa. Los rayos
y las rejas de la flor mágica convergían hacia
nuevas llanuras, en nuevos campos. Miríadas de
moléculas se doblegaban ante la armonía. Aquí
las leyes no se cumplían ya bajo el velo de la
aparición; la tela era tan sutil e ingrávida, que
la reflejaba abierta. Cuan fácil y compulsivo era
todo esto. Los números, pesos y medidas sobresalían
de la materia. Se despojaron de sus vestimentas.
Ni una diosa podía manifestarse más
osada y libremente al iniciado. Las pirámides,
con su gravedad, no alcanzaban esta revelación.
Este brillo era pitagórico...
171
Ningún espectáculo lo había tocado jamás con
semejante hechizo...
Esta vivencia en el ámbito estético, como se la
describe aquí en el ejemplo de la contemplación del
velo de humo azul, es típica de la fase inicial de la
embriaguez de LSD, antes que surjan modificaciones
más profundas de la conciencia.
En los años siguientes solía visitar a Ernst Jünger
en Wilflingen, a donde se había trasladado de Ravensburgo,
o nos encontrábamos en Suiza, en mi casa en
Bottmingen (cerca de Basilea) o en Bündnerland. La
común experiencia de LSD había estrechado nuestras
relaciones. En conversaciones y en nuestra correspondencia
las drogas y sus problemas anejos eran el
tema principal, sin que de momento volviéramos a
los experimentos prácticos.
Intercambiamos bibliografía sobre drogas. Así,
Jünger me dejó para mi biblioteca sobre drogas la
monografía rara y valiosa del Dr. Ernst barón de Bibra,
«Die Narkotischen Genussmittel und der Mensch»
(«Los estimulantes narcóticos y el hombre»), impresa
en Nuremberg en 1855. Este libro es una obra pionera
y clásica de la literatura sobre drogas, una
fuente de primer orden, sobre todo en lo que se
refiere a la historia de las drogas. Lo que Bibra reúne
bajo la denominación de «estimulantes narcóticos
», no son sólo sustancias como el opio y el estramonio,
sino también el café, el tabaco, el kath, que
no se incluyen en el concepto actual de «narcóticos»,
igual que las drogas coca, oronja falsa y hashish,
también descritas por este autor.
Son notables y tan actuales como entonces las
consideraciones generales sobre las drogas formuladas
por Bibra hace más de cien años:
... El individuo aislado que ha tomado demasiado
hashish y ahora corre enfurecido por las
calles asaltando a cualquiera con quien se encuentre,
no cuenta frente al gran número de los
172
que, después de comer, pasan unas horas felices
y agradables con una dosis prudente, y el número
de los que son capaces de superar las más duras
tareas gracias a la coca, los que así, quizá, se
han salvado de la muerte por inanición, supera
con mucho el número de los pocos coqueros que
han socavado su salud con un uso inmoderado.
Del mismo modo sólo una mal aplicada hipocresía
puede condenar la copa quitapenas del viejo
padre Noé, porque algunos borrachos no sepan
medirse...
Yo a Jünger le contaba siempre cosas actuales y
amenas en el terreno de las drogas, como por ejemplo
en mi carta de septiembre de 1955:
... La semana pasada han llegado los primeros
200 g de una nueva droga cuya investigación
quiero iniciar. Se trata de las semillas de una
mimosa (Piptadenia peregrina Benth.), que los indios
del Orinoco utilizan como estimulante. Las
semillas se trituran, se fermentan y luego se mezclan
con la harina de conchas de caracoles quemados.
Los indios aspiran este polvo con un hueso
de pájaro hueco y ahorquillado, como ya lo
relata Alexander von Humboldt (Viaje a las regiones
equinocciales del Nuevo Continente, libro 8,
capítulo 24). Sobre todo la tribu guerrera de los
otomacos emplea esta droga llamada niopo, yupa,
nopo o cojoba, hasta el día de hoy en gran escala.
En la monografía de P. J. Gumilla, S. J., (El Orinoco
Ilustrado, 1741), se dice: «Los otomacos
aspiraban el polvo antes de entrar en guerra con
los caribes, pues en tiempos antiguos hubo guerras
salvajes entre estas tribus... Esta droga los
enloquecía por completo, y empuñan furiosos las
armas. Y si las mujeres no fueran tan hábiles
173
para retenerlos y atarlos, a diario cometerían terribles
destrozos. Es un vicio terrible... Otras
tribus, de buen natural y más pacíficas, que también
aspiran la yupa, no se enfurecen como los
otomacos, quienes por esta droga se autolaceraban
hasta sangrar y marchaban frenéticos al combate
».
Tengo curiosidad por saber cómo actuaría el
niopo sobre uno de nosotros. Si alguna vez pudiéramos
organizar una sesión de niopo, de ningún
modo deberíamos alejar a nuestras esposas
como en la ensoñación preprimaveral (me refiero
a la sesión de LSD de febrero de 1951), para que,
llegado el caso, puedan atarnos...
El análisis químico de esta droga llevó a aislar
sustancias activas que, como los alcaloides del cornezuelo
de centeno y la psilocybina, pertenecen al grupo
de los alcaloides del indol, pero que ya estaban descritas
en la bibliografía especializada, por lo cual no
siguieron analizándose en los laboratorios Sandoz. Los
efectos fantásticos arriba reseñados parecen darse sólo
cuando se utiliza el niopo aspirándolo; además dependen,
sin duda, del carácter psíquico de las tribus
indias en cuestión.
Problemática de las drogas
En el siguiente intercambio epistolar se trataron
problemas fundamentales de las drogas.
Bottmingen, 16–XII–1961
Por una parte tendría muchas ganas de seguir
investigando personalmente la aplicación de
las sustancias activas alucinógenas como drogas
174
mágicas en otros ámbitos, además de realizar su
estudio científico, químico–farmacológico...
Por otra parte debo confesar que me ocupa
mucho la cuestión principal de si el empleo de
este tipo de drogas, es decir, de sustancias que
tienen efectos tan profundos, no constituye de por
sí un cruce de frontera ilícito. Mientras se ofrezca
a nuestras vivencias, mediante alguna sustancia
o método, sólo algún aspecto nuevo y adicional
de la realidad, seguramente nada cabe objetar
a tales medios; al contrario, pues el vivenciar
y conocer más facetas de la realidad nos la vuelve
más real. Pero se plantea la cuestión de si las
drogas puestas aquí en tela de juicio y que tienen
efectos muy profundos efectivamente sólo nos
abren una ventana adicional a nuestros sentidos
y sensaciones, o si el propio observador, su naturaleza
más íntima, sufren alteraciones. Esto último
significaría que se altera algo que a mi juicio
debería quedar siempre ileso. Mi insistencia se
refiere a la cuestión de si nuestra naturaleza más
íntima es verdaderamente inatacable y no puede
ser lesionada por lo que ocurra en sus cáscaras
materiales, físico–químicas, biológicas y psíquicas...
o si la materia bajo la forma de estas drogas
desarrolla una potencia que puede atacar el
centro espiritual de la personalidad, la mismidad.
Ello se podría explicar con que la acción de
las drogas mágicas tenga lugar en una superficie
límite, en la que la materia se continúa en el
espíritu y viceversa, y con que estas sustancias
mágicas sean ellas mismas puntos de fractura
en el reino infinito de lo material, en los que la
profundidad de la materia, su parentesco con
el espíritu, se revelen de un modo especialmente
evidente. Esto podría expresarse con la siguiente
variación de una conocida poesía de Goethe:
175
Si la cualidad del ojo no fuera la del sol,
el sol jamás podría verlo;
si en la materia no estuviera la fuerza del espíritu,
¿cómo podría la materia enajenar el espíritu?
Esto correspondería a puntos de fractura que
forman las sustancias radiactivas en el sistema
periódico de los elementos, en los que el tránsito
de la materia a la energía se vuelve manifiesto.
Por cierto, también en el aprovechamiento de la
energía atómica se plantea la cuestión de un cruce
ilícito de frontera.
Otro razonamiento que me intranquiliza es
el que se refiere al libre albedrío en relación
con la influenciabilidad de las más elevadas funciones
mentales por trazas de una sustancia.
Las sustancias activas altamente psicotrópicas,
como el LSD y la psilocybina, tienen en su
estructura química un parentesco muy estrecho
con sustancias que existen en el cuerpo, que se
presentan en el sistema nervioso central y cumplen
un papel importante en la regulación de sus
funciones. Es dable pensar, por tanto, que por
alguna perturbación en el metabolismo se forme,
en vez de la neurohormona normal, algún
compuesto del tipo del LSD o de la psilocybina,
que pueda modificar y determinar el carácter de
la personalidad, su visión del mundo y su actuar.
Una traza de una sustancia, cuya formación o
no–formación no podemos determinar con nuestra
voluntad, puede forjar nuestro destino. Tales
consideraciones bioquímicas podrían haber llevado
a la frase que Gottfried Benn cita en su
ensayo Provoziertes Leben («Vida Provocada»):
¡Dios es una sustancia, una droga!
A la inversa es un hecho demostrado que los
pensamientos y sentimientos hacen que en nues-
176
tro organismo se formen o se liberen sustancias
como la adrenalina, que a su vez determinan las
funciones del sistema nervioso. Puede suponerse,
por consiguiente, que nuestro organismo material
puede verse influenciado y formado por nuestro
espíritu del mismo modo que nuestro quimismo
lo hace con nuestra naturaleza espiritual.
Cuál es el factor primario, supongo que podrá
resolverse tan pronto como el problema de quién
fue primero, el huevo o la gallina.
Pese a mi intranquilidad respecto de los peligros
principales que entraña la aplicación de
sustancias alucinógenas, he proseguido la investigación
de los principios activos de la enredadera
mágica mejicana sobre la que alguna vez
le escribí brevemente. En las semillas de esta
planta que los antiguos aztecas denominaban
ololiuqui hemos encontrado sustancias activas
que son derivados del ácido lisérgico muy emparentados
con el LSD. Fue un hallazgo casi increíble.
Desde siempre me han entusiasmado las enredaderas.
Fueron las primeras flores que cultivé
yo mismo en mi jardincito cuando niño.
Hace poco leí en un escrito de D. T. Suzuki
sobre «El Zen y la cultura del Japón», que allí
la enredadera tiene un papel muy importante entre
los amantes de las flores, en la literatura y
en el arte. Su breve esplendor le ha servido de
rico estímulo a la fantasía japonesa. Suzuki cita,
entre otros, un terceto de la poetisa Chiyo (1702–
1775), que una mañana fue a buscar agua en la
casa de sus vecinos, porque...
Mi tina está apresada
por una enredadera,
por eso pido agua.
177
La enredadera muestra, pues, ambos caminos
posibles de cómo influir en el ser de espíritu
y cuerpo llamado hombre: en Méjico despliega
sus efectos químicos como droga mágica,
y en el Japón actúa desde el plano espiritual a
través de la belleza de sus cálices.
Jünger me contestó el 27 de diciembre de 1961:
... le agradezco su extensa carta del 16 de diciembre.
He meditado sobre la cuestión central
y seguramente me ocuparé en ella con motivo
de la revisión de An der Zeitmauer.* Allí insinué
que tanto en el terreno de la física cuanto en el
de la biología estamos comenzando a desarrollar
procedimientos que ya no pueden tomarse como
progresos en el sentido tradicional, pues intervienen
en la evolución y van más allá del desarrollo
de la especie. Sin embargo, vuelvo el guante
al suponer que es una nueva era de la Tierra
la que comienza a actuar sobre la evolución de
los tipos. Nuestra ciencia, con sus teorías e inventos,
no es, por tanto, la causa, sino una de
las consecuencias de la evolución. Han sido tocados
simultáneamente los animales, las plantas,
la atmósfera y la superficie del planeta. No recorremos
puntos de un segmento, sino una línea...
De todos modos, el riesgo que usted señala es
digno de considerarse. Pero existe en toda la línea
de nuestra existencia. El denominador común
aparece a veces aquí, otras allí.
Al mencionar la radiactividad usted emplea
la expresión «punto de fractura». Los puntos de
fractura no son sólo yacimientos, sino también
discontinuidades. Comparada con el efecto de las
* En el muro del tiempo.
178
radiaciones, la acción de las drogas mágicas es
más genuina y mucho menos grave. Trasciende
lo humano, pero de manera clásica. Gurdjeff ha
visto algunas cuestiones al respecto. El vino ya
ha modificado numerosas cosas, ha conducido a
nuevos dioses y a una nueva humanidad. Pero
el vino guarda con estas drogas la misma relación
que la física clásica con la moderna. Estas
cosas sólo deberían probarse en círculos restringidos.
No puedo adherirme al pensamiento de
Huxley de que aquí se podría dar a las masas
posibilidades de trascendencia. Pues no se trata
de ficciones consoladoras, sino de realidades, si
tomamos la cuestión en serio. Y para ello bastan
pocos contactos para colocar vías y cables.
Esto trasciende incluso la teología y pertenece al
capítulo de la teogonía, en cuanto pertenece necesariamente
al ingreso en una nueva casa en
sentido astrológico. Por ahora nos podemos contentar
con esta conclusión, y sobre todo deberíamos
ser cuidadosos con las denominaciones.
También le agradezco mucho la bonita fotografía
de la enredadera azul. Parece ser la misma
que cultivo año tras año en mi jardín. No
sabía que posee poderes específicos; pero eso
seguramente ocurre con todas las plantas. En la
mayoría de ellas no conocemos la clave. Además,
debe de haber un punto central, a partir
del cual se vuelvan significativas no sólo el quimismo,
la estructura, el color, sino todas las
propiedades...
Experimentos con psilocybina
179
Estas discusiones teóricas sobre las drogas mágicas
se completaron con experiencias prácticas. Una
de ellas, que sirvió para comparar el LSD con la psilocybina,
tuvo lugar en la primavera de 1962. La ocasión
propicia se presentó en la casa de los Jünger,
en la antigua superintendencia de montes y plantíos
del castillo de Stauffenberg en Wilflingen. En este
simposio de setas participaron también mis ya mencionados
amigos Konzett y Gelpke.
En las antiguas crónicas se describe que los aztecas
bebían chocolatl antes de comer el teonanacatl.
Del mismo modo y para animarnos, la señora Liselotte
Jünger nos sirvió chocolate caliente. Luego abandonó
a los cuatro hombres a su suerte.
Nos hallábamos en un cuarto aristocrático con un
techo de madera oscura, una estufa de cerámica blanca
y muebles de estilo. En las paredes había viejos
grabados franceses, y un hermoso ramo de tulipanes
engalanaba la mesa. Jünger vestía un traje largo, amplio,
a rayas azules y semejante a un caftán, que había
traído de Egipto; Konzett ostentaba un vestido mandarín
con bordaduras de colores; Gelpke y yo nos habíamos
puesto batas de casa. Lo cotidiano debía quedar
de lado también en las exterioridades.
Tomamos la droga poco antes de la puesta de sol,
no las setas, sino su principio activo, veinte miligramos
de psilocybina por persona. Ello equivalía a unas
dos terceras partes de la dosis muy fuerte que solía
ingerir la curandera María Sabina en forma de setas.
Una hora después yo todavía no sentía ningún efecto,
mientras que mis colegas ya habían iniciado un
vigoroso viaje a la profundidad. Tenía la esperanza
de que pudiera revivir en la embriaguez de las setas
ciertas imágenes de mi niñez que me han quedado en
la memoria como experiencias dichosas: el prado con
margaritas, levemente onduladas por el viento de comienzos
del verano, el rosal en la hora del crepúsculo
después de la tormenta, los gladiolos azules sobre el
muro de la viña. En vez de estas imágenes hermosas
180
de los paisajes terruñeros aparecieron unas escenas
muy extrañas cuando las setas finalmente comenzaron a
actuar. Semiadormecido me hundí más y atravesé ciudades
abandonadas con carácter mejicano y una belleza
exótica pero muerta. Asustado intenté aferrarme a la
superficie y concentrarme despierto en el mundo exterior,
en el entorno. Lo lograba de a ratos. Luego vi a
Jünger paseando por el cuarto; era un gigante, un
mago poderoso y enorme. Konzelt en su bata de seda
brillante me parecía un peligroso payaso chino. También
Gelpke me resultaba siniestro, alto, delgado, enigmático.
Más me hundía en la embriaguez, más extraño se
volvía todo. Yo mismo me resultaba extraño. Inquietante,
frío, sin sentido, yermo: así era cada sitio que
atravesaba, sumergido en una luz muerta cuando cerraba
los ojos. Vaciado de sentido, fantasmagórico,
me parecía el entorno cuando los abría e intentaba
aferrarme al mundo exterior. El vacío total amenazaba
arrastrarme a la nada absoluta. Recuerdo que cuando
Gelpke pasó al lado de mi sillón, me así de su
brazo para no hundirme en la oscura nada. Tuve un
miedo mortal y una añoranza infinita de regresar a
la realidad del mundo de los hombres. Por fin fui retornando
lentamente al cuarto. Vi y oí disertar ininterrumpidamente
al gran mago con una voz clara y
potente, sobre Schopenhauer, Kant, Hegel y la vieja
Gea, la madrecita. También Konzett y Gelpke habían
vuelto hacía tiempo totalmente a la tierra, en la que
ahora lograba reasentarme a duras penas.
Para mí este ingreso en el mundo de las setas había
sido una prueba, una confrontación con un mundo
muerto y con el vacío. El ensayo no había seguido el
curso esperado. Pero también el encuentro con la
nada es beneficioso. Luego resulta tanto más maravilloso
el hecho de que exista la creación.
Ya era después de medianoche cuando nos senta-
181
mos a la mesa que había puesto la señora de Jünger
en el piso de arriba. Celebramos el regreso con una
excelente cena y música de Mozart. La charla sobre
nuestras experiencias duró hasta la madrugada.
En 1970 se publicó el libro Annäherungen, Drogen
und Rausch («Acercamientos, drogas y embriaguez»)
de Ernst Jünger en la Editorial Ernst Klett de Stuttgart.
En su capítulo «Un simposio con setas», Jünger
describió sus experiencias de aquella noche. He aquí
un extracto:
Como de costumbre, transcurrió media hora
o un poco más en silencio. Luego se presentaron
los primeros síntomas: las flores en la mesa comenzaron
a relumbrar y a desprender relámpagos.
Había terminado la jornada; afuera se estaba
barriendo la calle, como todos los fines de
semana. El barrido penetraba lacerante en el
silencio. Este rascar y barrer, a veces también
un arañar, alborotar y martillar, tiene motivos
casuales y es a la vez sintomático como uno de
los signos que anuncian una enfermedad. También
tiene siempre un papel en la historia de los
exorcismos...
Ahora comenzó a actuar la seta; el ramo primaveral
brillaba más intensamente, esa no era
una luz natural. En los rincones se movían sombras,
como si buscaran una forma. Me sentí oprimido
y tuve frío, pese al calor que irradiaban los
azulejos. Me acosté en el sofá y me eché la manta
sobre la cara. Todo era piel y era tocado, también
la retina: allí el contacto se convertía en
luz. Esta luz era polícroma; se ordenaba en cordeles
que se balanceaban suavemente, y en hilos
de abalorios de entradas orientales. Forman puertas,
como las que se atraviesan en los sueños,
cortinas de la lujuria y el peligro. El viento las
182
mueve como un vestido. También se caen de los
cintos de las bailarinas, se abren y se cierran al
compás de sus caderas, y de las perlas manan
tonos sutilísimos hacia los sentidos aguzados. El
tintineo de los aros de plata en los grillos y muñecas
es ya demasiado fuerte. Hay olor a transpiración,
a sangre, a tabaco, a orines cortadas,
a aceite de rosas barato. Quién sabe qué estarán
haciendo en los corrales.
Debió de haber sido un enorme palacio mauritano,
un lugar malo. Con este salón de baile se
conectaban cuartos laterales, series de habitaciones
que llegan hasta el subsuelo. Y por todas
partes las cortinas con su centelleo, su relumbrar...
brillo radiactivo. El goteo de instrumentos
de vidrio con su seducción, su requiebro sensual:
«¿Quieres, niño majo, venir conmigo?». Ya
terminaba, ya recomenzaba, más confianzudo, insistente,
casi seguro de la aprobación.
Ahora venían cosas modeladas: collages históricos,
la voz humana, el cantar del cucú. ¿Era
la puta de Santa Lucía, la que colgaba sus pechos
por la ventana? Luego la paga había desaparecido
como por arte de birlibirloque. Salomé
danzaba; el collar de ámbar chisporroteaba y al
balancearse erigía los pezones. ¿Hay algo que no
se haga por su Juan? Maldito sea, eso era una
obscenidad que no provenía de mí; había atravesado
la cortina.
Las serpientes estaban llenas de heces, apenas
vivas reptaban perezosas por los felpudos.
Estaban tachonadas de añicos de brillante. Otras
asomaban del cielorraso con ojos rojos y verdes.
Todo rielaba y chispeaba como minúsculas hoces
filosas. Luego el silencio, y una nueva oferta,
más impertinente. Me tenían en sus manos. «Entonces
nos comprendíamos de inmediato.»
183
Madame atravesó la cortina; estaba ocupada;
pasó a mi lado sin mirarme. Vi las botas con
los tacones rojos. Unas ligas ataban los gordos
muslos en la mitad; la carne colgaba por encima.
Los pechos inmensos, el delta oscuro del
Amazonas, papagayos, pirañas, piedras semipreciosas
por doquier.
Ahora ella entraba a la cocina, ¿o había más
sótanos aquí? Ya no podía distinguirse el brillar
y el murmurar, el susurrar y el rielar; era como
si se concentrara, con gran júbilo, expectante.
Hacía un calor insufrible; quité la manta. La
habitación estaba apenas iluminada; el farmacólogo
estaba de pie junto a la ventana, con una
bata blanca de mandarín, que hace poco me había
servido en Rottweil en el baile de carnaval.
El orientalista estaba sentado al lado de la estufa
de cerámica; suspiraba como si tuviera pesadillas.
Me daba cuenta: había sido una hornada,
y pronto volvería a comenzar. El tiempo todavía
no estaba cumplido. A la madrecita la había
visto anteriormente. Pero también los excrementos
son tierra y, como el oro, se cuenta entre
las metamorfosis. Con eso hay que contentarse,
mientras no se salga del acercamiento.
Esas fueron las setas. El grano oscuro que
brota de la era encierra más luz, y más aún el
verde zumo de los suculentos en las ardientes
pendientes de Méjico...
El viaje había salido mal... quizá debía probar
más setas. Pero ya volvía el murmurar y cuchichear,
los relámpagos y destellos. El hombre
arrastraba el pescado detrás de sí. Una vez dado
el motivo, se registra como en el cilindro: la
nueva hornada, el nuevo giro repite la melodía.
El juego no abandona la mala racha.
184
No sé cuántas veces se repitió, ni quiero desarrollarlo.
Hay cosas que uno prefiere guardarse
para sí. De todos modos había pasado la medianoche...
Subimos; estaba puesta la mesa. Los sentidos
todavía estaban aguzados y abiertos: «Las puertas
de la percepción». El vino rojo de la jarra
derramaba luz, y un anillo de espuma se rompía
contra el borde. Escuchamos un concierto para
flauta. Los demás no habían tenido más suerte.
«Qué agradable, volver a estar entre los hombres.
» Así se expresó Albert Hoffmann...
El orientalista, en cambio, había estado en
Samarcanda, donde Timur descansa en el ataúd
de nefrita. Había seguido al cortejo triunfal a
través de ciudades cuyo regalo de bodas a la
entrada era una caldera llena de ojos. Allí había
estado parado largo tiempo ante una de las pirámides
de calaveras erigidas para atemorizar al
pueblo, y en la masa de cabezas cortadas había
reconocido también la suya, que tenía incrustaciones
de piedras.
El farmacólogo señaló: «Ahora comprendo
por qué estaba usted sentado en el sillón sin su
cabeza; ya me sorprendía; no puedo haberme
equivocado». Me pregunto si no debiera tachar
este detalle, porque cumple con los requisitos
de los cuentos de aparecidos.
A los cuatro, la sustancia de las setas no nos había
llevado a alturas luminosas, sino a regiones subterráneas.
Parece que en la mayoría de los casos la
embriaguez de psilocybina tiene un carácter más tétrico
que la de LSD. La influencia que ejercen estas
sustancias activas sin duda varían de persona en persona.
En mi caso hubo más luz en los experimentos
con LSD que en los ensayos con la seta, como lo
185
apunta también Ernst Jünger para su caso en el informe
citado.
Otra experiencia con LSD
La siguiente y última irrupción en el cosmos interior
en compañía de Ernst Jünger, esta vez de nuevo
con LSD, nos alejó mucho de la conciencia cotidiana.
Se convirtió en una «aproximación» significativa
a la última puerta. Según Ernst Jünger, ésta
sólo se nos abrirá en el Gran Tránsito de la vida a
las regiones del más allá.
Este último ensayo común tuvo nuevamente por
escenario la superintendencia de bosques de Wilflingen
en febrero de 1970. Esta vez sólo estábamos él
y yo. Jünger tomó 0,5, y yo 0,10 miligramos de LSD.
Luego publicó el «diario de navegación», las notas
que tomó durante el experimento, sin comentario en
Annäherungen. Son escasas e, igual que las mías, le
dicen muy poco al lector.
El ensayo duró desde la mañana, después del desayuno,
hasta el anochecer. El concierto para flauta
y arpa de Mozart, que siempre me hace muy feliz y
que resonó al comienzo del ensayo, esta vez lo viví
extrañamente como «el mero girar de figuras de porcelana
». Luego la embriaguez condujo rápidamente
a simas silenciosas. Cuando quise describirle a Jünger
las desconcertantes modificaciones que había experimentado
mi conciencia, no logré avanzar más de
dos o tres palabras, por lo falsas e inadecuadas a la
vivencia que me parecían. Sentí que provenían de
un mundo infinitamente lejano que se había vuelto
extraño, por lo cual renuncié a mi propósito sonriendo
sin esperanzas. Evidentemente, a Jünger le sucedía
lo mismo; pero no necesitábamos del lenguaje;
bastaba una mirada para obtener un entendimiento
186
sin palabras. Sin embargo, pude vertir en el papel
algunos fragmentos de oraciones. Muy al comienzo:
«nuestra barca se mueve mucho». Luego, al contemplar
los libros de lujosa encuadernación en la biblioteca:
«como el oro rojo empuja de dentro hacia
fuera — transpirando áureo resplandor». Afuera comenzaba
a nevar. En la calle pasaban niños con
máscaras y carros de carnaval tirados por tractores.
Al mirar a través de la ventana al jardín, en el que
había copos de nieve, sobre el alto muro de circunvalación
aparecieron máscaras de colores embutidas
en un tono azul que daba una dicha infinita: «un
jardín de Breughel — vivo con y en las cosas». Más
tarde: «Este tiempo — no hay conexión con el mundo
vivido». Hacia el final, el reconocimiento consolador:
«Hasta ahora, confirmado en mi camino». Esta
vez, el LSD había llevado a una aproximación feliz.
187
12
Encuentro con Aldous Huxley
Hacia mediados de la década de los cincuenta se
publicaron dos libros de Aldous Huxley, The Doors
of Perception («Las puertas de la percepción») y
Heaven and Hell («Cielo e Infierno»), en los que se
ocupa sobre todo en el estado de embriaguez provocado
por las drogas alucinógenas. Allí se describen
magistralmente los cambios en las percepciones
sensoriales y en la conciencia, que el autor experimentó
en un autoensayo con mescalina. Para Huxley
el experimento con mescalina se convirtió en una
experiencia visionaria. Vio las cosas desde otro punto
de mira: le revelaron su ser propio e intemporal,
que queda oculto a la mirada cotidiana.
Ambos libros contienen consideraciones fundamentales
sobre la naturaleza de la experiencia visionaria
y la importancia de este tipo de captación del mundo
en la historia de la cultura, en la formación de los
mitos y de las religiones en el proceso artístico–creador.
Huxley ve el valor de las drogas alucinógenas
en el hecho de que permiten que personas que no
posean el don de la contemplación visionaria espontánea,
propia de los místicos, los santos y los grandes
artistas, puedan experimentar ellos mismos estos
extraordinarios estados de la conciencia. Esto, opina
189
Huxley, llevaría a una comprensión más profunda
de los contenidos religiosos o místicos y a una experiencia
novedosa de las grandes obras de arte. Estas
drogas son para él las llaves que permiten abrir nuevas
puertas de la percepción, llaves químicas que
coexisten con otros «abridores de puertas» consagrados
pero más laboriosos, como la meditación, el
aislamiento y el ayuno, o como ciertos ejercicios de
yoga.
En aquel entonces yo ya conocía la obra anterior
de este importante escritor. Dicho sea de paso, ya
en su novela ficción Brave New World, publicada
en 1932, cumplía un papel importante una droga psicotrópica
que coloca a las personas en un estado
eufórico y a la que llama «soma». En los dos nuevos
escritos del autor hallé una interpretación significativa
de la experiencia inducida por drogas y obtuve
así una introspección más profunda de mis propios
ensayos con LSD.
Por eso me vi agradablemente sorprendido al recibir
en una mañana de agosto de 1961 en el laboratorio
una llamada telefónica de Aldous Huxley. Estaba
de paso en Zurich con su esposa. Nos invitó a mí
y a mi esposa para un lunch en el Hotel Sonnenberg.
Un gentleman, con una fresia amarilla en el ojal,
un personaje alto, noble, que irradiaba bondad —así
lo recuerdo en nuestro primer encuentro—. La conversación
giró sobre todo en torno al problema de
las drogas mágicas. Tanto Huxley como su esposa,
Laura Huxley Archera, habían tenido experiencias con
LSD y con psilocybina. Huxley habría preferido no
llamar «drogas» (drugs.) a estas sustancias y a la mescalina,
porque en el uso lingüístico inglés, igual que
en el alemán, la palabra «droga» está desacreditada
y porque era importante diferenciar también en el
terreno de la lengua a este tipo de sustancias activas
de las otras drogas. Creía que en la actual fase del
190
desarrollo de la humanidad, a los agentes que producen
una experiencia visionaria les cabe una gran importancia.
No le parecía que tuvieran mucho sentido
los ensayos en condiciones de laboratorio, porque, con
la receptividad y sensibilidad tan aumentada para las
impresiones externas, el ambiente tendría una importancia
decisiva. Al hablar de la tierra natal de mi esposa,
la zona montañosa de Bündner, le recomendó
ingerir LSD en una pradera de los Alpes y mirar luego
dentro del cáliz azul de una genciana para contemplar
allí el milagro de la creación.
Al despedirnos, Huxley me dejó como recuerdo
una copia en cinta de su conferencia «Visionary Experience
.», que había dado una semana antes en un congreso
internacional para psicología aplicada en Copenhague.
En esta conferencia habló sobre la naturaleza
y la significación de la experiencia visionaria,
contraponiendo este tipo de visión del mundo a la
captación verbal e intelectual de la realidad como su
complemento necesario.
Al año siguiente se publicó un nuevo libro de Aldous
Huxley, el último, la novela Island. En ella se
narra el intento de fusionar en la utópica isla de Pala
las conquistas de las ciencias naturales y de la civilización
técnica con la sabiduría oriental en una nueva
cultura, en la que razón y mística estén unidas
fructíferamente. En la vida de la población de Pala
tiene un papel importante una droga mágica que se
obtiene de una seta, la medicina moksha (=.redención,
liberación). Su aplicación se limita a etapas decisivas
de la vida. Los jóvenes de Pala la reciben en
los ritos iniciáticos; se la dan al héroe de la novela
en una crisis vital en el marco de una conversación
psicoterapéutica con una persona anímicamente cercana
a él; y a un moribundo le alivia el abandono del
cuerpo terrenal y el tránsito al otro ser.
En nuestra conversación en Zurich, Huxley me
191
había dicho que volvería a tratar el problema de las
drogas psicodélicas en su nueva novela. Ahora me envió
un ejemplar de Island con la siguiente dedicatoria
manuscrita: «Al Dr. Albert Hofmann, descubridor
de la medicina moksha, de Aldous Huxley».
Las esperanzas puestas por Aldous Huxley en las
drogas psicodélicas como auxiliar para provocar experiencias
visionarias, y lo que habría que hacer con
éstas en la vida cotidiana, se desprende de su carta
del 29 de febrero de 1962, en la que me escribía...
... I have good hopes that this and similar
work will result in the development of a real
Natural History of visionary experience, in all
its variations, determined by differences of physique,
temperament and profession, and at the
same time of a technique of «Applied Mysticims»
— a technique for helping individuals to get
the most out of their trascendental experience
and to make use of the insights from the «Other
World». (Meister Eckhart wrote that «What is
taken in by contemplation must be given out in
love».) Essentially this is what must be developed
— the art of givin out in love and intelligence
what is taken in from vision and the experience
of self–transcendence and solidaritty with the
Universe...5
5. Tengo la esperanza de que éste y otros trabajos similares
den como resultado el desarrollo de una verdadera Historia Natural
de la experiencia visionaria, en todas sus variaciones, determinada
por diferencias físicas, de temperamento y profesión, y al
mismo tiempo, una técnica de «misticismo aplicado» —una técnica
para ayudar a los individuos a obtener lo mejor de sus experiencias
trascendentales y a aprovechar el uso de las visiones del
«Otro Mundo» en los asuntos de «Este Mundo» (Meister Eckhart
escribió «lo que se obtiene en la contemplación debe ser devuelto
en el amor»). Esto es, en esencia, lo que debe desarrollarse —el
arte de dar en amor e inteligencia lo que se obtiene de la visión y
la experiencia de la auto–trascendencia y la solidaridad con el
Universo...
192
A fines del verano de 1963 me vi varias veces con
Aldous Huxley en el congreso anual de la Academia
Mundial de Artes y Ciencias (WAAS) en Estocolmo.
Eran sus propuestas y aportes a la discusión en las
sesiones de la academia los que, por forma y contenido,
marcaron el curso de las tratativas.
El plan de fundación de la WAAS era hacer elaborar
problemas mundiales por los especialistas más
competentes en una asociación independiente de posturas
ideológicas y religiosas desde un punto de vista
supranacional, universal, y poner a disposición de los
gobiernos responsables y de los organismos ejecutores
los resultados, propuestas e ideas bajo la forma
de publicaciones adecuadas.
El congreso anterior al de 1965 se había ocupado
en la explosión demográfica y el agotamiento de las
reservas de materias primas y recursos alimentarios
de la Tierra. Las investigaciones y propuestas correspondientes
se compendiaron en el volumen II de la
WAAS bajo el título de The Population Crisis and the
Use of World Resources.* Una década antes de que el
control de la natalidad, la protección del medio ambiente
y la crisis energética se convirtieran en tópicos,
en la WAAS se señalaron estos problemas mundiales
y se proporcionaron propuestas de solución
a los poderosos de esta Tierra. La evolución catastrófica
en los campos mencionados revela la discrepancia
trágica entre el reconocer, el querer y el poder.
En el congreso de Estocolmo Aldous Huxley propuso,
como continuación y completación del tema
World Resources (recursos mundiales), atacar el problema
de los Human Resources (recursos humanos),
la investigación y exploración de las capacidades ocultas
y desaprovechadas del ser humano. Una humanidad
con capacidades mentales más desarrolladas, con
* La crisis de la población y el uso de los recursos mundiales.
193
una conciencia más amplia de los milagros inasibles
del ser, debería poder reconocer y observar mejor
las bases biológicas y materiales de su existencia en
esta Tierra. Por eso —decía Huxley— tendría una
gran importancia en la evolución el desarrollar la
capacidad de experimentar la realidad de manera
directa, sin las distorsiones que producen las palabras
y los conceptos, a través de los sentimientos,
sobre todo en el nombre occidental con su racionalismo
hipertrofiado. Entre otros, Huxley consideraba
que las drogas psicodélicas podrían ser un auxiliar
para la educación en este sentido. El psiquiatra doctor
Humphry Osmond, quien también participaba en
el congreso y había acuñado el término psychedelic
(=.que despliega el alma), lo apoyó con un informe
sobre las posibilidades de una aplicación adecuada
de las drogas psicodélicas.
El congreso de Estocolmo fue mi último encuentro
con Aldous Huxley. Su aspecto ya estaba marcado
por su grave enfermedad, pero su irradiación espiritual
seguía inalterada.
Aldous Huxley murió el 22 de noviembre del mismo
año, el día que fue asesinado el presidente Kennedy.
La señora Laura Huxley me envió una copia de
su carta a Julian y Juliette Huxley, en la que informaba
a su cuñado y a su cuñada sobre el último día
de su esposo. Los médicos le habían anticipado un
final dramático, porque en el cáncer de las vías respiratorias
que Huxley padecía, la fase final suele conllevar
espasmos y sofocos. Pero él falleció tranquilo.
194
A la mañana, cuando estaba ya tan débil que no
podía hablar, había escrito en un papel: «LSD —
inténtalo — intramuscular — 100 mmg». La señora
de Huxley entendió a qué se refería y le practicó ella
misma la inyección, haciendo caso omiso de los escrúpulos
del médico presente... le dio la medicina
moksha.
13
Correspondencia con el médico–poeta
Walter Vogt
Entre los contactos personales que le debo al LSD
se encuentra también mi amistad con el médico, psiquiatra
y escritor Dr. Walter Vogt. Como lo mostrará
el siguiente extracto de nuestro intercambio epistolar,
no eran tanto los aspectos medicinales del LSD
que le interesaban al médico, sino más bien los efectos
psicológicos profundos y modificaciones de la conciencia
que ocupaban al poeta, los que constituían
el tema de nuestra correspondencia.
Muri/Berna, 22–11–70
Querido y apreciado señor Hofmann:
Esta noche he soñado que una familia amiga
me había invitado a tomar el té en una confitería
en Roma. Esta familia conocía también al
papa, quien estaba sentado con nosotros a la
misma mesa tomando el té. Estaba vestido todo
de blanco y tenía asimismo una mitra blanca.
Estaba sentado en paz y callaba.
Y de pronto se me ocurrió enviarle mi Vogel
195
auf den Tisch («Pájaro en la mesa») —como tarjeta
de visita, si le parece—, un libro que ha
quedado un poco apócrifo, de lo cual, réflexion
faite ,* ni siquiera me lamento, pese a que el
traductor italiano esté convencido de que es mi
mejor libro (por cierto, el papa también es italiano.
So it goes ...**).
Tal vez le interese la obrita. La escribió en
1966 un autor que entonces no tenía la menor
experiencia con sustancias psicodélicas, y que no
comprendía los informes sobre experimentos médicos
con estas drogas. Esto último apenas se ha
modificado, sólo que la incomprensión tiene ahora
otro origen.
Supongo que su descubrimiento ocasiona un
hiato en mi obra (qué gran palabra), no precisamente
una Saulus–to–Paulus Conversion, como
dice Roland Fischer... a saber: lo que escribo
se vuelve más realista o en todo caso, menos
expresivo. De cualquier forma no habría logrado
sin, el cool realismo de mi pieza de TV Spiele
der Macht («Juegos del poder»). Así lo atestiguan
las distintas versiones, si es que siguen tiradas
en algún sitio.
Si tuviera interés y tiempo para un encuentro,
me gustaría mucho encontrarme alguna vez con
usted para conversar.
..............
W .V.
Burg i. L., 28-11-70
Querido señor Vogt:
El hecho de que el pájaro que vino volando
a mi mesa, haya encontrado el camino hasta
* Pensándolo bien. (En francés en el original.)
** Así va... (En inglés en el original.)
196
aquí, se lo debo una vez más al poder mágico
del LSD, en última instancia. Pronto podría escribir
un libro sobre todas las consecuencias que
me acarreó aquel experimento de 1943.
A. H.
13–3–71
Querido señor Hofmann:
Incluyo una crítica de las Annäherungen de
Jünger, publicada en el diario; presumo que le
interesará...
.............
También a mí me parece que alucinar–soñar–
escribir se oponen cada cual a la conciencia diurna
y son funciones complementarias entre sí.
Claro que puedo hablar únicamente de mí a ese
respecto. En otras personas puede ser diferente;
es bastante difícil hablar con otros sobre estas
cosas, porque en realidad a menudo se hablan
idiomas distintos...
...Dado que usted colecciona autógrafos y me
brinda el honor de incluir una de mis cartas en
su colección, le adjunto el manuscrito de mi
«testamento» en el que juega un papel su descubrimiento,
«el único invento alegre del siglo XX»...
W .V.
el último testamento del dr. walter vogt de 1969
no quiero un entierro especial
sólo muchas orquídeas caras y obscenas
innúmeros pajarillos con nombres de colores
no danzas desnudas
pero
vestidos psicodélicos
197
altavoces en todas las esquinas y
nada más que el último disco de los beatles1
cienmilmillones de veces
y
do what you like.2
en una cinta sinfín
y nada más
que un cristo popular con una
aureola de oro legítimo
y un querido cortejo fúnebre
que se llene de ácido3
till they go to heaven.4
one two three four five six seven
quizás nos encontremos allí
Dedicado cordialmente al
Dr. Albert Hofmann, en
el comienzo de la primavera
de 1971.
29–3–71
Querido señor Vogt:
Usted me ha agraciado nuevamente con una
bella carta y con un autógrafo espléndido, el
testamento de 1969...
............
Unos sueños muy extraños de estas últimas
semanas me motivan a examinar una conexión
entre la composición (química) de la cena y la
calidad de los sueños. Al fin y al cabo, el LSD
también es algo que se come...
A. H.
1. Abbey Road.
2. «Blind Faith».
3. Ácido = LSD.
4. De «Abbey Road», lado 2.
198
4–5–71
Querido señor Hofmann:
.............
La cuestión del LSD parece avanzar. Ahora
queremos constituir en el policlínico un «grupo
de autoexperimentación», sin ambiciosos programas
de investigación, lo cual me parece muy
prudente...
.............
Espero que el año que viene pueda tomarme
medio año, entre el policlínico, para dedicarlo
íntegramente a la literatura. A toda costa debería
escribir mis obras principales, sobre todo una
cosa más larga en prosa, de la que tengo unos
vagos perfiles... En ella su descubrimiento tendrá
un papel importante...
.............
W .V.
5–9–71
Querido señor Hofmann:
Durante el fin de semana a orillas del lago
Murten6 pensé a menudo en usted —radiantes
días otoñales— ayer sábado, con una tableta de
aspirina (por cefalea o gripe débil) sufrí un flashback
muy extraño, como con mescalina (que tuve
una única vez, y muy poca)...
He leído un divertido escrito de Wasson sobre
hongos: divide a la gente en micófila y micófoba...
En el bosque de su región debe de haber
ahora bonitas oronjas falsas. ¿No deberíamos
intentar?...
W .V.
6. Aquel domingo yo (A. H.) estaba volando en el globo de mi
amigo E. I., quien me había llevado como pasajero, por encima
del lago Murten.
199
7–9–71
Querido señor Hofmann:
Debo escribirle brevemente, qué hice debajo
de su globo en el puentecillo soleado: por fin
escribí unas notas sobre nuestra visita en Villarssur–
Olons (en casa del Dr. Leary); luego cruzó
el lago una barca de hippies, de fabricación casera,
como de una película de Fellini. La dibujé
y encima pinté su globo...
W .V.
15–4–72
Querido señor Vogt:
Su obra en la TV, Spiele der Macht, me ha
impresionado sobremanera...
Lo felicito por esta pieza excelente, que lleva
a la conciencia ciertos daños psíquicos; es decir
que, a su manera, también es «ampliadora de
la conciencia», con lo cual puede resultar terapéutica
en un sentido más elevado, igual que
la tragedia antigua.
A. H.
19–5–73
Querido señor Vogt:
He leído ya tres veces su prédica de lego, la
descripción e interpretación de su trip del Sinaí...7
d
7. Walter Vogt: Mein Sinai–Trip. Eine Laienpredigt (Mi trip
del Sinaí. Una prédica del lego). Editorial der Arche, Zürich, 1972.
Este escrito contiene el texto de una prédica de lego, que W. V. dio
el 14 de noviembre de 1971 por invitación del pastor Christoph
Mohl en la iglesia protestante de Vaduz (Liechtenstein), en el marco
de una serie de prédicas de escritores; la acompaña un epílogo del
autor y del pastor que lo había invitado.
Se trata de la descripción e interpretación de una experiencia
estático–religiosa provocada por LSD, que el autor quiere «colocar
en una analogía lejana, superficial, si se quiere, del gran trip del Sinaí
200
¿Verdad que era un trip de LSD...? Ha sido un
acto de valentía elegir como tema de una prédica,
aunque fuera una prédica de lego, un acontecimiento
tan sospechoso como lo es una experiencia
de drogas.
Sin embargo, en el fondo las cuestiones que
plantean las drogas alucinógenas pertenecen a
la Iglesia, en primer lugar a la Iglesia, pues son
drogas sagradas (el peyotl , el teonanacatl , el ololiuqui,
con los que el LSD guarda un estrechísimo
parentesco químico–estructural y de modo de
acción).
Estoy completamente de acuerdo con lo que
dice en la introducción respecto de la actual religiosidad
eclesiástica. Los tres estados de la conciencia
(el estado despierto de un trabajo y un
cumplimiento del deber ininterrumpidos, la embriaguez
alcohólica, el sueño), la distinción entre
las dos fases de la embriaguez psicodélica (la
primera fase, la cima del trip, en la que se vive
en dominios cósmicos, o en la sumersión en el
propio cuerpo, dentro del cual está todo lo que
existe; y la segunda fase, que puede designarse
la fase de una comprensión más elevada de los
símbolos), y la referencia a lo abierto del estado
de conciencia causado por alucinógenos... todas
éstas son observaciones de fundamental importancia
para juzgar la embriaguez provocada por
los alucinógenos.
La adquisición principal que obtuve con mis
experimentos de LSD en el terreno de los conocimientos
fue la vivencia del entrelazamiento indisoluble
de lo físico y lo psíquico. «Cristo en
de Moisés». No es sólo la «atmósfera de patriarcas» que trasuntan
estas descripciones, sino referencias más profundas, que deben
leerse más bien entre líneas, las que constituyen esta lejana analogía.
201
la materia» (Theilhard de Chardin). ¿También
usted ha llegado sólo a través de sus experiencias
con drogas a la conclusión de que debemos
descender «en la carne que somos» para las nuevas
profecías?
Una crítica a su prédica: usted hace decir a
Timothy Leary la «experiencia más profunda que
existe: “el reino de los cielos está dentro de ti”».
Esta oración, citada sin indicar la prioridad,
podría interpretarse como si no se conociera una
o, mejor dicho, la verdad central del cristianismo.
Una de sus observaciones que merece ser universalmente
tomada en cuenta es la de que «no
hay una experiencia religiosa no–estática»...
El próximo lunes a la noche me entrevistarán
en la televisión suiza (sobre el LSD y las drogas
mágicas mejicanas, en el programa «De primera
mano»). Estoy curioso por saber qué tipo de
preguntas harán los señores...
A. H.
24–5–73
Querido señor Hofmann:
..............
Desde luego que se trataba de LSD — sólo
que no quería escribirlo con todas las letras, en
realidad no sé muy bien por qué... El hecho de
que presente al buen Leary, que entretanto me
parece un poco pasado de droga, como testigo
principal, sólo puede explicarse por el momento
del discurso o prédica...
Debo reconocer que efectivamente fue sólo
el LSD el que me llevó a la conclusión de que
debemos descender «a la carne que somos» —
aún la estoy masticando, tal vez incluso me llegó
«demasiado tarde», pese a que comparto cada
202
vez más su opinión de que el LSD debería ser
tabú para los jóvenes (tabú, no prohibido, esa es
la diferencia...).
..............
La frase que le gusta, «no hay una experiencia
religiosa no–estática», parece no haber gustado
tanto a otros, por ejemplo a mi (casi único)
amigo literario y pastor–lírico Kurt Marti... Pero
de todos modos no estamos de acuerdo en casi
nada, y sin embargo, cuando nos llamamos de
vez en cuando y concertamos pequeñas acciones,
debemos de ser la más pequeña mini–mafia de
Suiza...
W .V.
13–4–74
Querido señor Vogt:
Anoche hemos seguido con viva atención su
pieza de TV Pilatus vor dem schweigenden Christus
(«Pilato ante el Cristo silente»).
... como representación de la relación originaria
hombre/Dios: el hombre, que se presenta
ante Dios con sus preguntas más difíciles y al
final tiene que contestarlas él mismo, porque
Dios calla. No las contesta con palabras. Las
respuestas están contenidas en el libro de su
creación (a la que pertenece el propio hombre
interrogante). Las verdaderas ciencias naturales
= desciframiento de este texto.
A. H.
11–5–74
Querido señor Hofmann:
.............
... En el entresueño he compuesto un «poema»;
creo que enviárselo es una frescura que puedo
203
permitirme. Primero se lo quise mandar a Leary,
pero this would make no sense. *
Leary encarcelado
Gelpke muerto
Curas en asilos
¿Es ésta su psicodélica
revolución?
¿Habíamos tomado en
serio algo
con que sólo se debe jugar
o
al contrario...?
W .V.
Esta pregunta en la poesía de Vogt —¿habíamos
tomado en serio algo con que sólo debe jugarse, o al
contrario?— resume en una fórmula escueta y eficaz
la ambivalencia fundamental de los que nos ocupamos
en drogas psicotrópicas.
* Esto no tendrá sentido. (En inglés en el original.)
204
14
Visitas de todo el mundo
Las múltiples irradiaciones del LSD me pusieron
en contacto con las más diversas personas y los más
variados grupos. En el terreno científico fueron colegas,
químicos, además de farmacólogos, médicos,
micólogos, con los que me encontré en universidades,
congresos, conferencias, o con los que me relacioné
a través de publicaciones. En el campo literario–
filosófico se produjeron contactos con escritores;
sobre las relaciones más significativas para mí
en este respecto he escrito en los capítulos anteriores.
El LSD también me llevó a una colorida serie
de encuentros personales con figuras del mundo de
las drogas y círculos hippies , que quiero describir
aquí brevemente.
La mayor parte de estos visitantes provenían de
los Estados Unidos. En general se trataba de jóvenes,
a menudo en viaje al Lejano Oriente, a la búsqueda
de sabiduría oriental o de un gurú; o esperaban conseguir
allí las drogas con más facilidad. Su destino
solía ser también Praga, porque entonces se podía
conseguir allí con facilidad LSD de buena calidad.
Una vez que estaban en Europa querían aprovechar
la oportunidad para conocer al «padre del LSD»,
«el nombre del famoso trip de LSD en bicicleta».
205
Pero tuve también visitas con intenciones más serias.
Querían informar sobre sus propias experiencias con
LSD y discutir en la fuente, por así decirlo, sobre
su sentido o su importancia. Raras veces el verdadero
fin de su visita se reveló como la intención de
conseguir LSD; este deseo solían formularlo en los
términos de que les gustaría experimentar alguna
vez con la sustancia pura sin lugar a dudas, con el
LSD original.
También llegaban visitas de Suiza y otros países
europeos; eran de carácter muy diverso y formulaban
los más variados deseos. En los últimos tiempos
estos encuentros son menos frecuentes, lo que puede
tener que ver con el paso del LSD a un segundo plano
en el mundo de las drogas. Cada vez que me fue
posible he recibido a tales visitas o concurrido a una
cita establecida. Lo he considerado un deber que
surgió para mí a partir de mi papel en la historia
del LSD y he intentado ayudar esclareciendo y aconsejando.
A veces no se llegaba a una verdadera conversación.
Por ejemplo con un joven que llegó un día con
su motocicleta. Era tan tímido que no me quedó
clara la intención de su visita. Me miraba fijamente,
como preguntándose: el hombre que ha descubierto
algo tan impresionante como el LSD, ¿puede tener
un aspecto tan común y corriente? Con él, igual que
con otros visitantes parecidos, tuve la sensación de
que en mi presencia se resolviera de algún modo
el enigma del LSD.
De un carácter muy distinto fueron encuentros
como con un joven de Toronto. Me invitó a comer
a un restaurante exclusivo. Tenía un aspecto imponente;
era alto, delgado, comerciante, dueño de una
importante empresa industrial en Canadá, un espíritu
brillante. Me agradeció la creación del LSD, que
según él le había dado a su vida otra orientación:
206
había sido un businessman cien por cien, totalmente
materialista; el LSD le había abierto los ojos para
los dominios espirituales de la vida, había despertado
su sentido del arte, de la literatura y de la filosofía,
y desde entonces se ocupaba intensivamente en
cuestiones religiosas y metafísicas. Ahora quería hacer
acceder a su joven mujer a la experiencia del
LSD en un marco adecuado y esperaba también en
ella una mudanza bienhechora similar.
Menos profundos, pero liberadores y afortunados
fueron los efectos de experimentos con LSD sobre
los que me informó un joven danés con mucho humor
y fantasía. Venía de California, donde había
sido doméstico en casa de Henry Miller en Big Sur.
Se marchó a Francia con el plan de comprar allí
una casa campestre semi–destruida que quería arreglar
(era carpintero). Le pedí que me consiguiera un
autógrafo de su antiguo empleador para mi colección
y, efectivamente, después de un tiempo obtuve un
escrito original —en ambos sentidos— de Henry
Miller.
Me visitó una mujer joven para contarme sus
experiencias con LSD, que habían sido muy importantes
para su evolución interior. Siendo una teenager
superficial, dedicada a la diversión y de la que
los padres se preocupaban poco, comenzó a tomar
LSD por curiosidad y sed de aventuras. Durante tres
años emprendió muchos viajes con LSD. Éstos la
llevaron a una profundización extraña hasta para
ella misma. Comenzó a buscar el sentido más profundo
de su existencia, el cual, según decía, finalmente
se le reveló. Luego reconoció que el LSD no
podía hacerla avanzar más, y pudo dejar la droga
de lado sin dificultades ni un gran esfuerzo de voluntad.
Ahora estaba en condiciones de seguir moldeándose
sin auxiliares artificiales. Era ahora una
persona feliz e íntimamente consolidada.
207
Esta joven me contó su historia porque suponía
que a menudo era atacado por personas que sólo
veían unilateralmente los daños que el LSD ocasiona
a veces entre los jóvenes. El motivo inmediato de
su visita había sido una conversación escuchada por
casualidad en un viaje en tren. Un hombre hablaba
mal de mí porque lo sublevaba la manera en que yo
había tomado posición ante el problema del LSD en
un reportaje periodístico. A su juicio, debería de
haber rechazado de plano el LSD como obra del
diablo y reconocer públicamente mi culpa.
Nunca he visto directamente a personas con un
delirio de LSD que hubieran justificado una condena
tan apasionada. Tales casos, que debían atribuirse
a un consumo de LSD en condiciones irresponsables,
a sobredosis o a una disposición psicótica, en general
terminaban en la clínica o en la estación de policía.
Siempre se les brindaba una gran publicidad.
Una visita que recuerdo como ejemplo de consecuencias
trágicas del LSD fue la de una joven americana.
Fue durante la pausa de mediodía que solía
pasar en mi oficina estrictamente enclaustrado, sin
visitas y con la secretaría cerrada. De pronto alguien
golpeó discreta pero insistentemente mi puerta, hasta
que por fin la abrí. Apenas daba crédito a mis
ojos: delante de mí había una joven hermosa, rubia,
de grandes ojos azules, con un largo vestido hippie,
una cinta en la frente y sandalias. «Soy Jane, vengo
de Nueva York. ¿Es usted el Dr. Hofmann?» Un poco
desconcertado le pregunté cómo había logrado atravesar
los dos controles, a la entrada del área de
fábrica y la portería, porque a las visitas sólo se
las dejaba entrar después de una consulta telefónica,
y esta hija de las flores debería haber llamado
especialmente la atención. I am an angel and can
pass everywhere (soy un ángel y puedo pasar por
cualquier parte). Venía con una misión elevada, me
208
explicó después. Tenía que salvar a su país, a los
Estados Unidos, indicándole el camino correcto en
primer lugar al presidente (entonces L. B. Johnson).
Eso sólo podía ocurrir motivándolo a ingerir LSD.
Así se le ocurrirían las ideas adecuadas para sacar
al país de la guerra y de las dificultades internas.
Ella había acudido a mí para que le ayudara a realizar
su misión de darle LSD al presidente. Su nombre
—Jane— Juana, ya lo decía: era la Juana de Arco
de los Estados Unidos. No sé si pudieron convencerla
mis argumentos, formulados con toda consideración
por su celo sagrado, de por qué su plan, por
causas psicológicas y técnicas, internas y externas,
no tenía ninguna posibilidad de éxito. Se marchó
decepcionada y triste. Unos días después me llamó
por teléfono. Me pidió que le ayudara, porque sus
recursos económicos estaban agotados. La llevé a la
casa de un amigo en Zurich, donde podía vivir y conseguir
un trabajo. Jane era maestra y además pianista
de bar y cantante. Durante un tiempo tocó y cantó
en un restaurante elegante de Zurich. Los comensales
burgueses no deben de haber tenido idea de qué
clase de ángel estaba sentado al piano con un vestido
negro de noche y los animaba con una música sensitiva
y una voz dulce y sensual. Muy pocos deben de
haber prestado atención a la letra de los songs.; en
su mayor parte eran canciones hippies, y en algunas
se alababan ocultamente las drogas. La tournée de
Zurich no duró mucho tiempo; unas pocas semanas
después mi amigo me informó que Jane había desaparecido
súbitamente. Tres meses más tarde recibió
un saludo en una postal desde Israel. Allí habían internado
a Jane en una clínica psiquiátrica.
209
Para finalizar quiero relatar un encuentro en el
que el LSD sólo cumplió un papel indirecto. La señorita
H. S., secretaria de dirección en un hospital, me
pidió una entrevista personal por escrito. Vino a la
hora del té. Explicó su visita con que había encontrado
en un informe sobre una experiencia con LSD
la descripción de un estado que había vivido siendo
una joven, y que seguía intranquilizándola; pensaba
que tal vez podría ayudarle a comprender aquella
experiencia.
Había participado como aprendiza comercial en
una excursión de la empresa. Pernoctaron en un hotel
en la montaña. H. S. se despertó muy temprano y
abandonó sola la casa para contemplar la salida
del sol.
Cuando las montañas comenzaron a relumbrar
en el mar de rayos, la atravesó una sensación de
dicha desconocida, que aún duraba al encontrarse
con los demás participantes de la excursión en la
capilla para el servicio religioso matutino. Durante
la misa todo se le apareció con un brillo supraterrenal,
y la sensación de dicha creció tanto, que tuvo
que llorar en alta voz. La llevaron al hotel y la trataron
como a una enferma de los nervios.
Esta experiencia determinó en gran medida su
vida posterior. La misma H. S. temía no ser del todo
normal. Por una parte tenía miedo de lo que le habían
explicado como depresión nerviosa y por otra
añoraba una repetición de aquel estado. Internamente
escindida, llevaba una vida inestable. Consciente
o inconscientemente buscaba en sus frecuentes cambios
de puesto de trabajo y en relaciones personales
poco duraderas aquella feliz contemplación del mundo,
que le había proporcionado tanta dicha una vez.
Pude calmar a mi visitante; lo que había vivido
entonces no había sido un proceso psicopatológico
ni una depresión nerviosa. Lo que muchas personas
tratan de alcanzar mediante el LSD: la contemplación
visionaria de una realidad más profunda, le había
sido concedido espontáneamente como gracia. Le recomendé
el libro de Aldous Huxley La filosofía eter-
210
na, en el que se recogen testimonios de una visión
iluminada de todos los tiempos y culturas. Huxley
escribe que no sólo los místicos y los santos, sino
también muchas más personas de lo que habitualmente
se supone, experimentan tales instantes de
dicha, pero que la mayoría de ellas no reconoce su
significación y los reprimen porque no caben en el
mundo de la razón cotidiana, en vez de considerarlos
como lo que son, momentos providenciales.
211
15
LSD: vivencias y realidad
Un hombre, en la vida,
¿qué más puede ganar
si se le revela
Dios–Naturaleza?
(GOETHE)
A menudo se me pregunta qué es lo que más me
ha impresionado en mis experimentos con LSD, y si
a través de estas experiencias he llegado a nuevos
conocimientos.
Distintas realidades
Lo más importante fue para mí el reconocimiento,
confirmado por todos mis experimentos con LSD,
que lo que de común se denomina «realidad», incluida
la realidad de la propia persona, de ningún
modo es algo fijo, sino algo de múltiple significación,
y que no existe una realidad, sino varias; cada una de
ellas encierra una distinta conciencia del yo.
A esta conclusión también puede llegarse a través
de consideraciones científicas. El problema de
213
la realidad es y ha sido desde siempre una demanda
capital de la filosofía. Pero es una diferencia fundamental
la de si uno se enfrenta con este problema
racionalmente, con el método de pensamiento de la
filosofía, o si se impone emocionalmente a través
de una experiencia existencial. El primer ensayo con
LSD fue tan estremecedor y atemorizador, porque
se disolvieron la realidad cotidiana y el yo que la
experimentaba, que hasta ahora había tomado por
los únicos verdaderos, y un yo extraño vivía una realidad
extraña, distinta. También surgió la pregunta
por ese yo superior, que, intocado por estas modificaciones
exteriores e interiores, lograba registrar
esta otra realidad.
La realidad es impensable sin un sujeto que la
experimente, sin un yo. Es el producto del mundo
exterior, del «emisor» y de un «receptor», de un yo
en cuya mismidad más íntima se vuelven conscientes
las irradiaciones del mundo exterior registradas
por las antenas de los órganos sensoriales. Si falta
uno de los polos no se concreta ninguna realidad,
no resuena música de radio, la pantalla queda vacía.
Si se entiende la realidad como el producto del
emisor y el receptor, se puede explicar el ingreso a
otra realidad bajo el influjo del LSD diciendo que
el cerebro, sede del receptor, es modificada bioquímicamente.
Con ello el receptor es sintonizado en
otra longitud de ondas que la que corresponde a la
realidad cotidiana. Como a la infinita variedad y versatilidad
de la creación corresponden infinitas longitudes
de onda distintas, según la sintonía del receptor
pueden ingresar infinitas realidades distintas
—que incluyen el yo correspondiente— en la conciencia.
Estas realidades o, mejor dicho, estos diversos
estratos de la realidad no son mutuamente
excluyentes; son complementarios y juntos forman
una parte de la realidad universal, intemporal, tras-
214
cendente en la que también está inscrito el núcleo
inatacable de la conciencia del yo que registra las
modificaciones del propio yo.
En la capacidad de sintonizar el receptor «yo»
en otras longitudes de onda y así provocar modificaciones
en la conciencia de realidad reside la verdadera
significación del LSD y de los alucinógenos con
él emparentados. Esta capacidad de hacer surgir nuevas
imágenes de la realidad, esta potencia verdaderamente
cosmogónica, vuelve también comprensible
la adoración y el culto de las plantas alucinógenas
como drogas sagradas.
¿En qué reside la diferencia esencial y característica
entre la realidad cotidiana y las imágenes del
mundo experimentables en la embriaguez de LSD?
En el estado normal de la conciencia, en la realidad
cotidiana, el yo y el mundo exterior están separados;
uno se enfrenta al mundo exterior; éste se ha
convertido en objeto. En la embriaguez de LSD desaparecen
en mayor o menor medida, las fronteras
entre el yo que experimenta y el mundo exterior,
según la profundidad de la embriaguez. Tiene lugar
un acoplamiento regenerativo entre el emisor y el
receptor. Una parte del yo pasa al mundo exterior,
a las cosas; éstas comienzan a vivir, adquieren un
sentido distinto, más profundo. Ello puede sentirse
como una transformación feliz, pero también como
un cambio demoníaco, que conlleva una pérdida del
yo familiar e infunde terror. En el caso feliz el nuevo
yo se siente dichosamente unido a las cosas del mundo
exterior y por tanto también al prójimo. Esta
experiencia puede crecer hasta el sentimiento de que
el yo y la creación constituyen una unidad. Este
estado, que en condiciones favorables puede ser provocado
por el LSD u otro alucinógeno del grupo de
las drogas sagradas mejicanas, está emparentado con
la iluminación religiosa espontánea, con la unión mís-
215
tica. En ambos estados, que muchas veces duran
sólo un instante atemporal, se experimenta una realidad
iluminada por un resplandor de la realidad
trascendente. Pero que la iluminación mística y las
experiencias visionarias inducidas por drogas no pueden
ser igualadas sin más ni más, lo ha elaborado
R. C. Zaehner con toda claridad en su libro Mystik
religiös und profan («Mística religiosa y profana»),
Editorial Ernst Klett, Stuttgart, 1957.
En su trabajo Provoziertes Leben («Vida provocada
»), publicado en Limes, Wiesbaden, en 1949, Gottfried
Benn habla de «la catástrofe esquizoide, la neurosis
del destino occidental». Allí escribe:
En el sur de nuestro continente comenzó a
formarse el concepto de la realidad. Lo formaron
determinantemente el principio helénico–
europeo de lo agonal, de la superación mediante
el trabajo, la astucia, la perfidia, los dones,
la violencia, en Grecia en la figura de la areté,
en la Europa tardía en la figura del darwinismo
y del superhombre. El yo sobresalía, aplastaba,
luchaba, y para ello necesitaba recursos, materia,
poder. Se enfrentaba a la materia de otro
modo, se alejaba de ella en el plano de los sentimientos,
pero se le acercaba en lo formal. La
dividía, la probaba y escogía: arma, objeto de
cambio, precio de rescate. La explicaba aislándola,
la expresaba con fórmulas, arrancaba trozos
de ella, la repartía. Era una concepción que
pesaba como fatalidad sobre Occidente, una concepción
contra la cual luchaba sin poder asirla,
a la que ofreció holocaustos en hecatombes de
sangre y suerte, y cuyas tensiones y rupturas
no lograban acrisolar ya ninguna mirada natural
ni conocimiento metódico alguno en la tranquilidad
esencial de la unidad de las formas pre-
216
lógicas del ser... Por el contrario, cada vez se
manifestaba más claramente el carácter cataclismático
de este concepto... Un Estado, un orden
social, una moral pública, para los que la vida
sea sólo vida aprovechable económicamente, y
que no permite valer el mundo de la vida provocada,
no puede enfrentarse a sus destrucciones.
Una comunidad cuya higiene y cuyo cultivo
de la raza se base como un ritual moderno en
las vacías experiencias biológico–estadísticas,
nunca puede sino defender el punto de vista
exterior de las masas, por el cual puede hacer
guerras interminables, pues para ella la realidad
son las materias primas, pero su trasfondo
metafísico le queda vedado.
Como Gottfried Benn lo ha formulado en estas
oraciones, la historia espiritual europea ha sido determinada
decisivamente por una conciencia de realidad
que separa el yo del mundo. La experiencia
del mundo como un objeto al que uno se enfrenta
ha llevado al desarrollo de la moderna ciencia natural
y de la técnica. Con su ayuda el hombre ha sojuzgado
la tierra. Nosotros saqueamos la tierra, y a los
maravillosos logros de la civilización técnica se le
opone una destrucción catastrófica del medio ambiente.
Este espíritu contradictorio ha avanzado hasta
el interior de la materia, hasta el núcleo atómico
y su escisión, y ha conquistado energías que amenazan
la vida de todo el planeta.
Si el hombre no se hubiera separado de su medio
ambiente, sino que lo hubiera experimentado como
parte de la naturaleza viva y de la creación, este
abuso del conocimiento y el saber habría sido imposible.
Aunque hoy día se intente reparar los daños
mediante medidas de protección del medio ambiente,
todos estos esfuerzos no serán más que parches su-
217
perficiales y sin esperanza, si no se produce una curación
de —empleando palabras de Benn— la «neurosis
de destino occidental». La curación significaría:
vivencia existencial de una realidad más profunda
que incluya al yo.
El medio ambiente muerto, creado por la mano
del hombre, de nuestras metrópolis y zonas industriales
dificulta esta vivencia. Aquí directamente se
impone por la fuerza el contraste entre el yo y el
mundo exterior. Sobrevienen sentimientos de alienación,
soledad y amenaza. Ellos son los que modelan
la conciencia cotidiana en la sociedad industrial de
Occidente; prevalecen también en todos los sitios en
los cuales se difunda la civilización técnica, y determinan
en gran medida el arte y la literatura actuales.
El peligro de que se desarrolle una experiencia
escindida de la realidad es menor en un medio natural.
En el campo y en el bosque, y en el mundo
animal que allí se guarece, ya en cada jardín, se
hace visible una realidad que es infinitamente más
real, antigua, profunda y maravillosa que todo lo
creado por la mano del hombre, y que perdurará
cuando el mundo muerto de las máquinas y el cemento
armado haya desaparecido y se haya derrumbado
y oxidado. En el germinar, crecer, florecer,
tener frutos, morir y rebrotar de las plantas, en su
ligazón con el sol, cuya luz son capaces de transformar
bajo la forma de compuestos orgánicos en energía
químicamente ligada, de la cual luego se forma
todo lo que vive en nuestra tierra... en esta naturaleza
de las plantas se revela la misma fuerza vital
misteriosa, inagotable, eterna, que nos ha creado también
a nosotros y luego nos vuelve a su seno, en el
que estamos protegidos y unidos con todo lo viviente.
No se trata aquí de un sentimentalismo en torno
a la naturaleza, de una «vuelta a la naturaleza» en
el sentido de Rosseau. Esa corriente romántica, que
218
buscaba los idilios en la naturaleza, también se explica,
en realidad, a partir del sentimiento del hombre
de haber estado separado de la naturaleza. Lo
que hoy día hace falta es un revivir elemental de la
unidad de todo lo viviente, una conciencia universal
de la realidad, que cada vez surge menos espontáneamente,
a medida que la flora y fauna originales
tienen que ceder ante un mundo técnico muerto.
Misterios y mito
El concepto de la realidad como un mundo externo
confrontado, enfrentado al hombre, comenzó a
formarse, como dice Benn, en el sur de nuestro continente,
en la antigüedad griega. Ya entonces los
hombres conocían el dolor conectado con una conciencia
de la realidad de esa índole, una conciencia
escindida. El genio griego intentó la curación, completando
la imagen apolínea del mundo que surge
de esa escisión sujeto/objeto, rica en figuras, colores
y sensaciones, pero también dolorosa, con el
mundo dionisíaco de las experiencias, en el que esta
escisión está suprimida en la embriaguez estática.
Nietzsche escribe en El nacimiento de la tragedia.:
Por la influencia de la bebida narcótica, de
la que hablan todos los hombres y pueblos primitivos
en sus himnos, o en el vigoroso acercarse
de la primavera, que penetra sensualmente
toda la naturaleza, se despiertan aquellas emociones
dionisíacas, en cuya elevación lo subjetivo
desaparece en el completo olvido de sí mismo...
Bajo la magia de lo dionisíaco no sólo
vuelve a cerrarse la unión entre hombre y hombre;
también la naturaleza enajenada, hostil o
sojuzgada celebra su fiesta de reconciliación con
su hijo perdido, el hombre.
219
Con las celebraciones y fiestas en honor del dios
Dionisio estaban estrechamente relacionados los misterios
de Eleusis, que se celebraron durante casi dos
mil años, desde aproximadamente el año 1500 a. C.
hasta el siglo IV d. C. en cada otoño. Habían sido donados
por la diosa agrícola Deméter como agradecimiento
por el redescubrimiento de su hija Perséfone,
a la que había robado Hades, el dios del averno. Otro
regalo de agradecimiento fue la espiga de cereal, entregada
por ambas diosas a Triptolemo, el primer
sumo sacerdote de Eleusis. Le enseñaron el cultivo
de los cereales, que luego difundió por toda la tierra.
Pero Perséfone no podía quedarse siempre con su
madre porque, en contra de la indicación de los dioses
supremos, había aceptado comida de Hades. Como
castigo debía pasar una parte del año en el averno.
Durante ese tiempo, en la tierra imperaba el invierno,
las plantas morían y se retiraban al reino de la tierra,
para luego despertar a nueva vida en primavera, con
el viaje de Perséfone a la superficie.
220
Sin embargo, el mito de Deméter, Perséfone, Hades
y los otros dioses que participaban en el drama
era sólo el marco exterior de lo que ocurría. El momento
culminante de la celebración anual lo constituía
la ceremonia iniciática nocturna. A los iniciados
les estaba prohibido, so pena de muerte, revelar lo
que habían averiguado y visto en la cámara más sagrada
e interna del templo, en el Telesterion (meta).
Jamás lo hizo ninguno de los innumerables hombres
que fueron iniciados en el secreto de Eleusis. Entre
los iniciados se cuentan Pausanias, Platón, emperadores
romanos como Adriano y Marco Aurelio y muchos
otros hombres famosos de la antigüedad. La iniciación
debe de haber sido una iluminación, una contemplación
visionaria de una realidad más profunda, una
mirada a la eterna causa de la creación. Ello puede
inferirse de las observaciones de los iniciados acerca
del valor y la importancia de lo visto. Así se dice en
un himno homérico: «¡Bienaventurado el hombre en
tierras, que haya visto eso! Quien no ha sido iniciado
en los sagrados misterios, quien no ha participado
en ellos, será un muerto en una oscuridad sepulcral».
Píndaro habla de la bendición de Eleusis en los siguientes
términos: «Bienaventurado quien, después
de haber visto esto, inicia el viaje hacia las regiones
inferiores. Conoce el final de la vida y su comienzo
dado por Zeus». Cicerón, otro famoso iniciado, testimonia
igualmente qué esplendor arrojó Eleusis sobre
su vida: «Allí no sólo hemos obtenido el motivo para
vivir con alegría, sino también la causa de que muramos
con una esperanza mejor».
¿Cómo puede convertirse en una experiencia tan
consoladora, como lo testimonian los informes citados,
la representación mitológica de un acontecer tan
evidente, que se desarrolla todos los años ante nuestros
ojos: la semilla que se hunde en la tierra y muere
allí para dejar surgir a la luz una nueva planta,
nueva vida? Cuenta la tradición que antes de la última
ceremonia se daba una pócima, el kykeon, a los iniciandos.
También se sabe que el extracto de cebada
y menta eran componentes del kykeon. Estudiosos
de las religiones e investigadores de los mitos sostienen
la opinión de que el kykeon contenía una droga
alucinógena; por ejemplo Karl Kerényi de cuyo libro
sobre los misterios de Eleusis están extraídos los datos
citados, y con el que estuve en contacto en relación
con el estudio de la bebida misteriosa.8 Ello haría
comprensible la experiencia estático–visionaria del mito
8. En la edición inglesa de Eleusis (Schocken Books, Nueva
York, 1977), Kerényi hace referencia a este trabajo en conjunto.
La posibilidad de que el kykeon contuviera un preparado del cornezuelo
de centeno se plantea en la publicación The Road to Eleusis
(Harcourt Brace Jovanovich, Inc., Nueva York, 1978) de R. Gordon
Wasson, Albert Hofmann y Carl A. P. Ruck.
221
de Demeter-–Persefone como símbolo del ciclo de la
vida y de la muerte en una realidad intemporal que
abarque a ambas.
Cuando el rey godo Alarico irrumpió en el año
396 d. C. en Grecia desde el norte y destruyó los
santuarios de Eleusis, ello no fue sólo el final de un
centro religioso, sino que significó también el ocaso
definitivo del mundo antiguo. Con los monjes que
acompañaban a Alarico, el cristianismo entró en Grecia.
Es invalorable la importancia histórico–cultural de
los misterios de Eleusis y su influencia en la historia
espiritual europea. Aquí el hombre que sufría y
estaba escindido por su espíritu racional y objetivador,
encontró la curación en una experiencia mística
totalizadora, que lo hacía creer en la inmortalidad en
un ser eterno.
En el cristianismo primitivo esta creencia perduró,
aunque con otros símbolos. Se encuentra como promesa
incluso en algunos pasajes de los Evangelios, en
su forma más pura en el Evangelio según San Juan,
capítulo catorce, 16–20. Al despedirse de sus discípulos,
Jesús les dice:
Y yo rogaré al padre, y él os dará otro asistente
para que esté con vosotros para siempre:
el Espíritu de la verdad, a quien el mundo no
puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce. Pero
vosotros lo conocéis porque mora con vosotros y
estará en vosotros. No os dejaré huérfanos; volveré
a vosotros; dentro de poco el mundo ya no
me verá; pero vosotros sí me veréis porque yo
vivo y también vosotros viviréis. Aquel día comprenderéis
que yo estoy en mi Padre y vosotros
en mí y yo en vosotros.
Esta promesa constituye el núcleo de mi fe cristiana
y de mi vocación para la investigación cientí-
222
fica: que a través del espíritu de la verdad llegaremos
al conocimiento de la creación y con ello al reconocimiento
de nuestra unidad con la verdad más profunda
y universal, con Dios.
Pero el cristianismo eclesiástico, determinado por
el dualismo creador/criatura, con su religiosidad ajena
a la naturaleza, ha extinguido en gran parte el
legado eleusino–dionisíaco de la antigüedad. En el ámbito
de la fe cristiana sólo unas pocas personas agraciadas
testimoniaron una realidad confortante, intemporal,
experimentada en la vivencia visionaria espontánea,
a la que en la antigüedad tuvo acceso la élite
de innumerables generaciones a través de la iniciación
en Eleusis. Evidentemente, la unión mística de
los santos católicos y la contemplación visionaria,
como la describen representantes de la mística cristiana,
Jakob Boehme, Meister Eckhardt, Angelus Silesius,
Thomas Traherne, William Blake y otros en sus
escritos, tienen una naturaleza similar a la iluminación
de parada a los iniciados en los misterios eleusinos.
La importancia fundamental que una experiencia
mística totalizadora tiene para la curación de un hombre
que padece una imagen de mundo unilateralmente
racional y materialista hoy día es puesta en primer
plano no sólo por los adherentes a corrientes religiosas
orientales como la del budismo zen, sino también
por representantes destacados de la psiquiatría clásica.
Hagamos referencia solamente a los libros del
psiquiatra Balthasar Staehelin de Basilea, que ejerce
en Zurich: Haben und Sein (1969), Die Welt als Du
(1970), Urvertrauen und zweite Wirklichkeit (1973),
Der finale Mensch (1976), todos publicados por TVZ
(Editorial Teológica de Zurich).9 Muchos otros auto-
9. «Tener y Ser» (1969), «El mundo como tú» (1970), «Confianza
primera y segunda realidad» (1973), «El hombre final» (1976).
223
res se ocupan en la misma problemática. Hoy día una
especie de «metamedicina», «metapsicología» y «metapsiquiatría
» comienza a incluir lo metafísico en el hombre,
que se revela en la experiencia de una realidad
más profunda y superadora del dualismo, como elemento
fundamental en su práctica terapéutica.
Aun más significativo es el hecho de que no sólo
círculos médicos, sino sectores cada vez más amplios
de nuestra sociedad consideren que la superación del
concepto dualista del mundo es la premisa y la base
para la curación y la renovación espiritual de la civilización
y cultura occidentales.
La meditación en sus diversas formas es hoy el
camino principal para el reconocimiento de la realidad
más profunda y abarcadora, en la que también
está incluido el hombre que la experimenta. La principal
diferencia entre la meditación y la oración tradicional
fundada en el dualismo creador/criatura, reside
en que la primera aspira a una superación de la
barrera yo–tú a través de una fusión de objeto y sujeto,
de emisor y receptor, de realidad objetiva y yo.
Este saber que capta la realidad objetiva y se
extiende cada vez más, no necesita, empero, desacralizar.
Al contrario: con tal de profundizar lo suficiente,
choca inevitablemente con la causa primera e
inexplicable de la creación, con el milagro, con el
misterio —en el microcosmos del átomo, en el macrocosmos
de las galaxias espirales, en la semilla de la
planta, en el cuerpo y en el alma humanos— con lo
divino.
La meditación comienza en aquella profundidad de
la realidad objetiva, hasta la que han llegado el saber
y el conocimiento objetivos. Por tanto, la meditación
no significa un rechazo de la realidad objetiva, sino
que, por el contrario, consiste en una penetración más
profunda y cognoscitiva; no es la huida a un mundo
onírico imaginario, sino que busca su verdad más
224
abrumadora a través de una observación simultánea y
estereoscópica de la superficie y la profundidad de
la realidad objetiva.
De ello tendría que surgir una nueva conciencia
de realidad. Ésta podría convertirse en el fundamento
de una nueva religiosidad, que no se basara en la creencia
en los dogmas de las diversas religiones, sino en
el conocer a través del «Espíritu de la verdad». Me
refiero a un conocer, un leer y entender del texto de
primera mano «del libro que ha escrito el dedo de
Dios» (Paracelso): de la creación.
La mudanza de la imagen de mundo objetiva en
una conciencia de realidad más profunda y por tanto,
religiosa, puede desarrollarse por etapas mediante una
práctica prolongada de la meditación. Pero también
puede ocurrir como iluminación repentina, en una
contemplación visionaria; en ese caso sus efectos son
especialmente profundos y felices. Pero, como escribe
Balthasar Staehelin, una experiencia mística totalizadora
de tal índole «no se puede forzar ni siquiera a
través de décadas de meditación». Tampoco se le concede
a cualquiera, pese a que la capacidad de la vivencia
mística forma parte de la naturaleza de la espiritualidad
humana.
Sin embargo, en Eleusis se le podía conferir a cada
uno de los innumerables hombres iniciados en los misterios
sagrados la contemplación mística, la experiencia
sanadora y confortante en el sitio previsto, a la
hora señalada. Esto podría explicarse con el uso de
una droga alucinógena, como lo suponen, según hemos
señalado ya, determinados estudiosos de la religión.
El efecto característico de los alucinógenos, a
saber, la supresión de las barreras entre el yo que
experimenta y el mundo exterior en una experiencia
estático–emocional, habría posibilitado provocar, con
el concurso de una droga de esa índole y después de
la correspondiente preparación interior y exterior,
225
como se la lograba en Eleusis de modo perfecto, una
experiencia totalizadora de forma, por así decirlo,
programática.
La meditación es la preparación para el mismo
objetivo ambicionado y alcanzado en los misterios
eleusinos. Es dable pensar que en el futuro el LSD se
puede aplicar más frecuentemente, para provocar una
iluminación que corone la meditación.
En la posibilidad de apoyar con una sustancia la
meditación dirigida a la experiencia mística de una
realidad a la vez más elevada y más profunda, veo
la verdadera importancia del LSD. Una aplicación de
este cariz se corresponde por completo con la naturaleza
y el tipo de acción del LSD como droga sagrada.
Esquema de las fórmulas
Lysergsäure = ácido lisérgico
Propanolamin = propanolamina
Diäthylamin = dietilamina
Lysergsäure–propanolamid = propanolamida del ácido
lisérgico
Ergobasin = ergobasina
Coramin = coramina
Lysergsäure–diäthylamid = dietilamida del ácido lisérgico
LSD = LSD
Ololiuqui–Wirkstoffe = sustancias activas del ololiuqui
Lysergsäure–amid = amida del ácido lisérgico
Lysergsäure–hydroxyäthylamid = hidroxietilamida del
ácido lisérgico
Teonanacatl–Wirkstoffe = sustancias activas del teonanacatl
226
Psilocybin = psilocybina
Psilocin = psilocina
Serotonin = serotonina
Neurohormon = neurohormona
Hirn–Wirkstoff = sustancia activa del cerebro
227
Los parientes mejicanos del LSD
Hacia fines de 1956 una noticia de un diario me
despertó un especial interés. Unos investigadores norteamericanos
habían encontrado entre los indios del
sur de Méjico unas setas que se comen durante ceremonias
religiosas y generan un estado de embriaguez
acompañado de alucinaciones.
La seta sagrada teonanacatl
No se conocía entonces ninguna otra droga que
provocara alucinaciones, como el LSD, salvo el cactus
de la mescalina, que también existía en Méjico. Por
eso me habría gustado contactarme con estos investigadores,
para llegar a conocer esas setas en mayor
detalle. Pero en aquel breve artículo periodístico faltaban
nombres y direcciones, de modo que me fue
imposible obtener más información. De todos modos
seguí pensando en las setas misteriosas, cuya investigación
química hubiera sido una tarea seductora.
Estaba de por medio el LSD, como se comprobó
luego, cuando al año siguiente estas setas hallaron el
camino a mi laboratorio sin que yo interviniera.
119
Por mediación del Dr. J. Durant, el entonces director
de la filial de Sandoz en París, llegó a la dirección
de investigaciones farmacológicas de Basilea, la pregunta
del profesor Bleim, director del Laboratoire
de Cryptogamie del Museum National d’Histoire Naturelle
de París, de si teníamos interés en llevar a
cabo el estudio químico de las setas alucinógenas mejicanas.
Con gran alegría me declaré dispuesto a emprender
esta tarea en mi sección, es decir, en los laboratorios
de investigación de sustancias naturales. Así
quedaba establecida la conexión con los emocionantes
estudios de las setas mágicas mejicanas, cuyos aspectos
etnomicológicos y botánicos se habían ya examinado
científicamente en su mayor parte.
La existencia de estas setas mágicas constituyó durante
mucho tiempo un enigma. La historia de su redescubrimiento
se describe en Mushrooms, Russia and
History. * (Pantheon Books, Nueva York, 1957), la obra
clásica de la etnomicología en dos volúmenes muy
bien presentados. Es una versión de primera mano,
pues sus autores, el matrimonio de investigadores
Valentina Pavlovna y R. Gordon Wasson tuvieron una
participación decisiva en este redescubrimiento. La siguiente
exposición de la historia de estas setas está
extraída de la publicación de los Wasson.
Los primeros testimonios escritos sobre el empleo
de setas embriagadoras en ocasiones festivas o en el
marco de ceremonias religiosas y prácticas de curaciones
mágicas se encuentra ya entre los cronistas y
naturalistas españoles del siglo XVI, que llegaron al
país poco después que Hernán Cortés conquistara
Méjico. El testimonio más importante es el del franciscano
Bernardino de Sahagún, quien, en su famosa
Historia General de las Cosas de Nueva España, escrita
entre 1529 y 1590, cita repetidas veces las setas
* Setas, Rusia y la Historia.
120
mágicas y describe sus efectos y su empleo. Así describe,
por ejemplo, cómo unos comerciantes celebraron
la vuelta de un exitoso viaje de negocios con una
fiesta de setas.
En la reunión festiva, mientras tocaban las
flautas, comían setas. No ingerían otra comida;
durante toda la noche sólo bebían chocolate.
Comían las setas con miel. Cuando las setas
comenzaron a dar efecto, se bailó y lloró...
Unos veían en sus visiones, cómo morían en la
guerra... otros, cómo los devoraban las fieras
feroces... los terceros, que se enriquecían y podían
comprarse esclavos... los cuartos, cómo
cometían adulterios y luego eran lapidados y
les rompían el cráneo... los quintos, cómo se
ahogaban en el agua... los sextos, cómo encontraban
la paz en la muerte... otros más allá,
cómo se caían del tejado y morían... Todas estas
cosas veían. Cuando disminuyó el efecto de las
setas se reunieron y se narraron unos a otros
lo que habían visto en sus visiones.
En un escrito de la misma época un dominico, fray
Diego Duran, relata que en las grandes fiestas de la
subida al trono de Montezuma II, el famoso emperador
azteca, en 1502, se consumieron setas embriagadoras.
Un pasaje de una crónica de don Jacinto de la
Serna, del siglo XVII, señala la utilización de estas
setas en el marco religioso:
Y lo que sucedió fue que llegó al pueblo un
indio de Tenango, llamado Juan Chichitón...
Traía setas que había juntado en las montañas;
con ellas realizó un culto a los ídolos... En una
casa, en la que se habían reunido para celebrar
121
a un santo, toda la noche se tocó el teponastli
(instrumento musical azteca) y se cantó... Después
de medianoche, Juan Chichitón, que oficiaba
de sacerdote en este ritual, les dio de comer
setas a todos los presentes a modo de comunión,
y bebieron pulque... de modo que todos perdieron
la razón, que era una vergüenza.
En náhuatl, el idioma de los aztecas, estas setas
se llamaban «teo–nanacatl», lo cual puede traducirse
como «seta divina».
Hay indicios de que el uso ritual de estas setas
comienza en lejanos tiempos pre–colombinos. En Guatemala,
El Salvador y las linderas regiones montañosas
de Méjico se han encontrado las llamadas piedras
de setas. Trátase de esculturas de piedra con
forma de hongo con sombrerete, en cuyo tallo está
esculpido el rostro o la figura de un Dios o un demonio
animal. La mayoría tiene una altura de unos
treinta centímetros. Los arqueólogos fechan los ejemplares
más antiguos en el siglo V a. C. Una de estas
piedras, del período maya clásico temprano (300 a. C-
600 d. C.) se conserva en el Museo Rietberg de
Zurich.
Si la idea de R. G. Wasson es cierta —y hay para
ello argumentos convincentes—, de que hay una conexión
entre estas piedras de setas y el teonanacatl,
esto implica que el culto de las setas, el empleo mágico–
medicinal y religioso–ceremonial de las setas mágicas
tiene más de dos mil años de antigüedad.
Los efectos embriagadores generadores de visiones
y alucinaciones de estos hongos les parecían obra del
diablo a los misioneros cristianos. Por eso intentaron
cortar de raíz este uso. Pero lo lograron sólo en parte,
pues hasta el día de hoy los indios siguen empleando
la seta sagrada teonanacatl en secreto.
Curiosamente, durante los siglos siguientes no se
122
prestó atención a los informes de las antiguas crónicas
sobre el empleo de hongos mágicos, tal vez porque
se los consideraba producto de fantasías de una
época supersticiosa.
El conocimiento de la existencia de las «setas sagradas
» amenazó con perderse definitivamente cuando
en 1915 un prestigioso botánico americano, el
doctor W. E. Safford, en una conferencia ante la
Sociedad Botánica de Washington y en una publicación
científica planteó la tesis de que jamás había
existido algo así como hongos mágicos; los cronistas
españoles habrían confundido el cactus de la
mescalina con una seta. De todos modos, esta afirmación,
aunque falsa, de Safford dirigió la atención
del mundo de la ciencia hacia el enigma de las setas
misteriosas.
Fue el médico mejicano Dr. Blas Pablo Reko
quien se opuso el primero públicamente a la afirmación
de Safford. Había encontrado indicios de
que en lejanas zonas de las montañas del sur mejicano
se seguirían empleando hoy día setas en ceremonias
médico–religiosas. Pero sólo en los años 1936–
1938 el antropólogo Robert J. Weitlaner y el doctor
Richard E. Schultes, un botánico de la Universidad
de Harvard, hallaron verdaderamente tales setas en
aquella región, y en 1938 un grupo de jóvenes antropólogos
norteamericanos dirigidos por Jean B. Johnson
pudo asistir por primera vez a una secreta ceremonia
nocturna con setas. Sucedió en Huantla de
Jiménez, el pueblo principal del país de los mazatecas,
en la provincia de Oaxaca. Pero los científicos
fueron sólo espectadores; todavía no pudieron probarlas.
Johnson publicó la experiencia en una revista
sueca («Ethnological Studies», 9, 1939).
Luego hubo otro intervalo en el estudio de los
hongos mágicos. Estalló la Segunda Guerra Mundial.
Schultes, por encargo del gobierno americano, tuvo
123
que dedicarse a la obtención de caucho en la zona
del Amazonas, y Johnson cayó como soldado en el
desembarco de los aliados en el norte de África.
Después fueron aficionados a la investigación, el ya
citado matrimonio Dra. Valentina Pavlovna y R. Wasson,
los que retomaron el problema desde la perspectiva
etnográfica. R. G. Wasson era banquero, vicepresidente
de la Banca Morgan Co. en Nueva York.
Su esposa, muerta en 1958, era pediatra. Los Wasson
prosiguieron el estudio en 1953, en el punto en que
quince años antes J. B. Johnson y otros habían comprobado
la supervivencia del antiguo culto indígena
de las setas, es decir, en la localidad mazateca de
Huautla de Jiménez. Les proporcionó allí informaciones
especialmente valiosas una misionera norteamericana
que trabajaba allí desde hacía muchos años.
Eunice Victoria Pike, miembro de los Wycliffe Bible
Translators,* gracias a su conocimiento del idioma
indígena y su asistencia espiritual a la población,
conocía más que nadie la significación de las setas
mágicas. Durante varias estancias prolongadas en
Huautla y alrededores los Wasson pudieron estudiar
en detalle el empleo actual de las setas y compararlo
con las descripciones de las antiguas crónicas. Resultó
que la creencia en las «setas mágicas» está aún muy
difundida en aquella zona. Pero ante los extranjeros,
los indios lo mantenían en secreto. Requirió, pues,
mucho tacto y habilidad ganarse la confianza de la
población indígena y llegar a conocer esta esfera íntima.
En la forma actual del culto de la seta las viejas
creencias y tradiciones religiosas se mezclan con ideas
y terminología cristianas. Así se habla con frecuencia
de las setas como de la sangre de Cristo, pues crecerían
sólo donde hubiera caído una gota de sangre de
* Traductores bíblicos Wycliffe.
124
Cristo en la tierra. Según otra concepción estos hongos
brotan donde una gota de la saliva de la boca de
Cristo haya humedecido el suelo, y por eso es el propio
Cristo quien habla a través de los hongos.
La ceremonia se desarrolla en forma de una consulta.
El que busca un consejo, o un enfermo, o su
familia, consultan, pagando por ello, a un «sabio» o
a una «sabia», también llamados «curandero» o «curandera
» (N. del T.: en castellano en el original). El
sentido de «curandero» es el de un sacerdote que cura,
pues su función es tanto la de un médico cuanto la
de un sacerdote; ambos son muy difíciles de encontrar
en esas lejanas regiones. En la lengua mazateca
parece faltar una palabra que corresponda exactamente
a la de «curandero». Se lo llama co–ta–ci–ne, «el que
sabe». Es quien come la seta en el marco de una ceremonia
siempre nocturna. A las demás personas presentes
también se les da setas, pero al curandero siempre
le corresponde una ración mucho mayor. La acción
tiene lugar entre oraciones y conjuros. Antes de
consumirlas, las setas se ahuman brevemente sobre
una pila en la que se quema copal (una resina parecida
al incienso). En la oscuridad total, a veces a la
luz de una vela, los demás asistentes yacen tranquilos
en sus esteras de paja. El curandero reza y canta en
cuclillas o sentado delante de una suerte de altar,
en el que se encuentra un crucifijo o una estampa de
santo y otros objetos de culto. Bajo la influencia de
las setas sagradas ingresa en un estado visionario,
del que participan, en mayor o menor medida, los
asistentes pasivos. En el canto monótono del curandero
el hongo teonanacatl da sus respuestas a las
preguntas formuladas. Dice si la persona enferma morirá
o sanará, y qué hierbas la curarán; descubre
quién ha matado a cierto hombre o quién ha robado
un caballo; o da a conocer cómo está el pariente que
se encuentra lejos, etc.
125
La ceremonia de las setas no sólo cumple la función
de una consulta; para los indios tiene también,
en muchos sentidos, un significado parecido al de la
Última Cena para los cristianos creyentes. De muchas
observaciones de los indígenas se podía inferir que
Dios les ha regalado la seta sagrada porque son pobres
y carecen de médicos y medicamentos, y también porque
no saben leer; sobre todo, porque no pueden leer
la Biblia, por lo cual Dios les habla directamente a
través de la seta. La misionera Eunice V. Pike señaló
precisamente las dificultades para explicar el mensaje
cristiano, las Escrituras, a un pueblo que cree poseer
medios —las setas sagradas— que le revelan la voluntad
divina de modo inmediato, patente; es más: le
permiten —así cree— mirar adentro del cielo y entrar
en contacto directo con Dios.
La veneración de los indios se muestra también en
el hecho de que creen que sólo una persona «pura»
puede comer las setas sagradas sin perjuicio. «Puro»
significa aquí pureza para la ceremonia, lo cual incluye
la abstinencia sexual cuando menos cinco días
antes y cinco después de la ceremonia. También hay
que cumplir determinadas normas durante la cosecha.
Si no se observan, los hongos pueden volver loco y
hasta matar a quien los ingiera.
Los Wasson habían emprendido su primera expedición
al país de los mazatecas en 1953, pero sólo en
1955 lograron disipar hasta tal punto el temor y las
reticencias de sus nuevos amigos mazatecas como
para que se les permitiera participar activamente en
una ceremonia de setas. R. Gordon Wasson y su acompañante,
el fotógrafo Alan Richardson, a fines de junio
de ese año pudieron comer setas sagradas durante una
ceremonia nocturna. Fueron así probablemente los primeros
extranjeros, los primeros blancos, que pudieron
comer el teonanacatl.
En el segundo volumen de Mushroom, Russia and
126
History, Wasson describe entusiasmado cómo la seta
se apoderó totalmente de él, pese a que había intentado
combatir sus efectos, para poder seguir siendo
un observador objetivo. Primero vio modelos geométricos
de colores, que luego adoptaban un carácter
arquitectónico. Siguieron visiones de maravillosas galerías
con columnas, palacios de una armonía y belleza
sobrenaturales, adornados con piedras preciosas,
carros triunfales tirados por seres fabulosos, como
sólo se conocen en la mitología, y paisajes con un
brillo de cuento de hadas. Desprendida del cuerpo,
el alma estaba suspendida intemporalmente en un reino
de fantasía con imágenes de una realidad superior
y un significado más profundo que el del mundo cotidiano.
Parecía querer revelarse la causa última, lo inefable,
pero la última puerta no se abría.
Esa experiencia fue para Wasson la demostración
definitiva de que las fuerzas mágicas que se adscribían
a los hongos existían realmente y no eran mera
superstición.
Para que las setas fueran examinadas científicamente,
Wasson ya antes se había contactado con el
citado micólogo, profesor Roger Heim, en París. Heim
acompañó a los Wasson en ulteriores expediciones al
país de los mazatecas y llevó a cabo la determinación
biológica de los hongos sagrados. Se trataba de agáricos
de la familia de los trophariaceae.; era alrededor
de una docena de especies que aún no habían sido
científicamente descritas, y que pertenecían en su mayor
parte a la clase psilocybe. El profesor Heim logró
cultivar algunas variedades en su laboratorio. Resultó
especialmente apto para el cultivo artificial el hongo
psilocybe mexicana Heim.
A la par de estos trabajos botánicos se realizaron
investigaciones químicas, con el objeto de extraer el
principio alucinógeno activo de las setas y sintetizarlo
de forma químicamente pura. Dichas investigaciones
127
se llevaron a cabo a instancias del profesor Heim en
el laboratorio químico del Muséum National d’Histoire
Naturelle de París, y en los Estados Unidos había
grupos de trabajo que se ocupaban de este problema
en los laboratorios de investigación de las dos grandes
fábricas farmacéuticas Merck y Smith, Kline &
French. Los laboratorios americanos habían obtenido
las setas en parte de R. G. Wasson, en parte las habían
hecho recoger ellos mismos en la Sierra Mazateca.
Al no dar resultados los análisis químicos parisienses
y estadounidenses, el profesor Heim, como hemos
expuesto al principio del capítulo, llegó a nuestra
empresa a partir de la consideración de que nuestras
experiencias con el LSD, cuyos efectos eran similares
a los de las setas, podrían ser provechosas. Fue, pues,
el LSD quien le marcó al teonanacatl el camino a nuestros
laboratorios.
En aquel entonces yo era el director de la división
sustancias naturales de los laboratorios de investigación
farmacéutico–química, y quise asignarle el examen
de las setas milagrosas a uno de mis colaboradores.
Pero él no mostró muchas ganas de asumir esta
tarea, porque se sabía que el LSD y todo lo relacionado
con él no era un tema visto con buenos ojos por
la dirección general de Sandoz. Como no se puede dar
la orden de tener el entusiasmo necesario para un
trabajo exitoso, pero yo lo tenía, decidí realizar yo
mismo la investigación.
Para el comienzo del análisis químico disponíamos
de unos cien gramos de hongos disecados del tipo psilocybe
mexicana, que el profesor Heim había cultivado
en su laboratorio. En las extracciones y ensayos de
aislamiento me ayudó mi laborante Hans Tscherter,
quien, en el curso de nuestra tarea en común de varías
décadas, se había convertido en un colaborador sumamente
eficiente y totalmente familiarizado con mi método
de trabajo. Como no había ningún punto de refe-
128
rencia sobre las propiedades químicas de la sustancia
activa buscada, había que realizar los ensayos de aislamiento
sobre la base del efecto de los extractos.
Pero ninguno de los diversos extractos mostró un
efecto farmacológico claro, ni en perros ni en ratones,
del que podría haberse concluido la presencia del principio
alucinógeno. Surgieron dudas acerca de si los
hongos cultivados y disecados en París eran todavía
eficaces. Esto sólo podía establecerse con un ensayo
en el hombre. Como en el caso del LSD, me decidí a
hacerlo yo mismo, dado que no es posible que un
investigador transmita un autoensayo a otra persona,
si lo necesita para sus propias investigaciones y además
encierra determinados riesgos.
En este experimento comí 32 ejemplares disecados
de psilocybe mexicana, que en conjunto pesaban 2,4 g.
Esta cantidad correspondía, según las indicaciones de
Wasson y Heim, a una dosis media de las empleadas
por los curanderos. Las setas desarrollaron un fuerte
efecto psíquico, como lo muestra el siguiente extracto
del protocolo del experimento:
Después de media hora el mundo exterior
comenzó a transformarse de modo peregrino.
Todo adquirió un carácter mejicano. Como yo
era plenamente consciente de que podía fantasear
estas escenas mejicanas debido a mi conocimiento
del origen mejicano de las setas, intenté
conscientemente ver mi medio ambiente
tal cual lo conocía de todos los días. Pero todos
mis esfuerzos por ver las cosas con sus formas
y colores habituales fracasaron. Con los ojos
abiertos o cerrados veía únicamente motivos y
colores indígenas. Cuando el médico que controlaba
el ensayo se inclinó por encima de mí
para medir la presión sanguínea, se convirtió
en un inmolador azteca, y no me habría sor-
129
prendido de que blandiera un cuchillo de obsidiana.
Pese a la seriedad de la situación me
divirtió ver que la cara teutónica de mi colega
había adquirido una expresión netamente india.
En el punto álgido de la embriaguez, unos noventa
minutos tras la ingestión de las setas, el
aflujo de las imágenes internas —en general
eran motivos abstractos de forma y color rápidamente
cambiantes— se hizo tan enorme, que
temí ser arrastrado a ese vórtice de formas y
colores y disolverme en él. El sueño finalizó
unas horas más tarde. Subjetivamente no podría
haber indicado cuánto había durado este estado
vivido de modo totalmente atemporal. Sentí el
reingreso a la realidad acostumbrada como un
retorno feliz de un mundo extraño, vivido totalmente
como real, al viejo hogar familiar.
Este autoensayo mostró una vez más que el hombre
es mucho más sensible a las sustancias psicoactivas
que el animal. La misma comprobación, según
lo señalábamos, la habíamos hecho ya en las investigaciones
con LSD en el experimento animal. La
causa de la aparente ineficacia de nuestros extractos
aplicados a ratones y perros no radicaba, pues,
en la falta de actividad de las setas, sino en la baja
capacidad de reacción de los animales ante esas sustancias
activas.
Psilocybina y psilocina
Puesto que el experimento con el ser humano era
el único test disponible para descubrir cuáles fracciones
de extractos eran las activas, no quedaba otro
remedio que realizar los experimentos en nosotros
mismos, si queríamos proseguir con el trabajo y obtener
un resultado exitoso. Como en el autoensayo
130
recién descrito se había obtenido una reacción fuerte,
de varias horas de duración, con 2,4 gramos, de
allí en adelante utilizamos pruebas de fracciones que
correspondían sólo a un tercio de esta cantidad, es
decir, a 0,8 gramos de setas disecadas. Si contenían
el principio activo, ejercían un efecto suave y que
reducía poco tiempo la capacidad de trabajo, pero
lo suficientemente nítido para poder distinguir las
fracciones vacías de las que contenían la sustancia
activa. En estas series de tests participaron otros
colaboradores y varios colegas.
Con la ayuda de este test confiable en el ser humano
se pudo entonces aislar el principio activo,
concentrarlo y llevar a un estado químicamente puro
mediante la aplicación de los más modernos métodos
separativos. Se obtuvieron así dos sustancias nuevas
en forma de cristales incoloros; las llamé psilocybina
y psilocina.
En conjunto con el profesor Heim y mis colegas
Dr. A. Brack y Dr. H. Kobel, quienes habían conseguido
cantidades mayores de material de setas para
estas investigaciones, después de haber podido mejorar
sustancialmente el cultivo de las setas en el
laboratorio, estos resultados se publicaron en marzo
de 1958 en la revista Experientia.
En la fase siguiente de esta investigación, es decir,
en el establecimiento de la estructura química de la
psilocybina y la psilocina y la posterior síntesis de
estos compuestos, participaron mis colaboradores de
entonces, los doctores A. J. Frey, H. Ott, Th. Petrzilka
y F. Troxler. La estructura química de estas sustancias
activas merece una consideración especial en varios
sentidos (véanse fórmulas en la última página).
La psilocybina y la psilocina pertenecen, igual que
el LSD, a la clase de sustancias de combinaciones
del indol, que aparece en el reino animal y vegetal
y es biológicamente importante. Unas características
131
químicas especiales, comunes a ambas sustancias de
las setas y al LSD, muestran que no sólo existe un
parentesco en lo que respecta a sus efectos físicos,
sino que también sus estructuras químicas presentan
afinidades notables. La psilocybina es el éster
del ácido fosfórico de la psilocina y como tal el primero
y hasta ahora único compuesto de indol que
contenga ácido fosfórico encontrado en la naturaleza.
El resto de ácido fosfórico no contribuye al efecto,
pues la psilocina, que no contiene ácido fosfórico,
es igual de activo que la psilocybina, pero vuelve
más estable la molécula. Mientras que el oxígeno del
aire destruye rápidamente la psilocina, la psilocybina
es una sustancia estable.
La psilocybina y la psilocina poseen también una
estructura química muy parecida a la del factor cerebral
serotonina. Como ya lo hemos expuesto en el
capítulo sobre el LSD en el experimento animal y
en la investigación biológica, la serotonina tiene una
gran importancia en la química de las funciones cerebrales.
Las dos sustancias de las setas, igual que
el LSD, bloquean en el experimento farmacológico
los efectos de la serotonina en diversos órganos. También
otras propiedades farmacológicas de la psilocybina
y la psilocina son parecidas a las del LSD. La
diferencia principal reside en la eficacia cuantitativa,
tanto en el experimento animal cuanto en los seres
humanos. La dosis activa media de psilocybina o psilocina
en el hombre es de diez miligramos (0,01 gramos),
con lo cual estas sustancias son unas cien veces
menos activas que el LSD, en el que 0,1 miligramos
constituyen una dosis fuerte. Además, la duración
del efecto de las sustancias de las setas es menor
que la del LSD: es de cuatro a seis horas, mientras
que en el LSD es de unas ocho a doce horas.
La síntesis total de la psilocybina y la psilocina,
es decir, su fabricación artificial sin auxilio de la
132
seta, pudo convertirse en un procedimiento técnico
que permite producir estas sustancias a gran escala.
Su obtención sintética es más racional y más barata
que la extracción de las setas.
Con el aislamiento y la síntesis de los principios
activos se había logrado deshechizar las setas milagrosas.
Las sustancias, cuyos efectos maravillosos hicieron
creer a los indios durante miles de años que
vivía un dios en la seta, han sido elucidados en su
estructura química y pueden producirse artificialmente
en un matraz de vidrio.
¿En qué consiste el progreso del conocimiento
que ha aportado aquí la investigación científica? En
realidad sólo en el hecho de que el enigma de los
efectos mágicos del teonanacatl ha sido reducido al
enigma de los efectos de dos sustancias cristalizadas,
pues la ciencia tampoco puede explicar, sino sólo
describir estos efectos.
El parentesco de los efectos psíquicos de la psilocybina
con los del LSD, su carácter visionario–alucinante,
se puede ver en el protocolo de un ensayo
de psilocybina de Rudolf Gelpke, extraído de su publicación
ya citada en la revista «Antaios», que reproducimos
a continuación:
Donde el tiempo se detiene (10 mg de psilocybina,
6 de abril de 1961, 10’20 horas).
Efectos que aparecen después de unos veinte
minutos: alegría, necesidad de hablar, sensación
de mareo débil pero agradable y «respiración
gozosamente profunda».
10’50 hs.: ¡Fuerte mareo!, ya no me puedo concentrar.
..
10’55 hs.: Excitado; intensidad de los colores;
todo entre rosado y rojo.
133
11’05 hs.: El mundo se concentra hacia el centro
de la mesa. Colores muy intensos.
11’10 hs.: Estar escindido, inaudito, ¿cómo se
puede describir esta sensación de
vida? Ondas, diversos yoes, tengo que
contenerme.
Inmediatamente después de esta anotación me
dirigí de la mesa, donde había desayunado con el
Dr. H. y nuestras respectivas esposas, al aire
libre, y me acosté en el césped. La embriaguez
se acercaba rápidamente a su punto máximo. Pese
a que me había propuesto firmemente tomar notas
todo el tiempo, ahora eso me parecía una
pérdida de tiempo, el movimiento de la escritura
terriblemente lento y paupérrimas las posibilidades
expresivas de la lengua... comparadas con
la marea de vivencias interiores que me inundaba
y amenazaba con hacerme estallar. Cien años,
me parecía, no alcanzarían para describir la plétora
de vivencias de un solo minuto. Al principio
todavía había impresiones ópticas en un primer
plano: vi encantado la sucesión ilimitada de las
filas de árboles del bosque cercano; luego, los
jirones de nubes en el cielo soleado, que de pronto
se alzaban con silenciosa y arrebatadora majestad
en una superposición de miles de capas
—cielo sobre cielo— y esperaba que allí arriba
ocurriera en el próximo instante algo ingente,
inaudito, nunca visto —¿veré a un Dios?— pero
todo quedó en la espera, el presagio, el «en el
umbral hacia el sentimiento último»... Luego me
alejé (la proximidad de los demás me molestaba)
y me acosté en un rincón del jardín, encima de
un montón de maderas calentadas por el sol...
Mis dedos acariciaban estas maderas con una
ternura desbordante, sensual de manera animal.
134
A la vez me abismé hacia dentro; era un máximo
absoluto: me atravesó una sensación de dicha,
una felicidad exenta de deseos. Me encontraba,
detrás de mis párpados cerrados, en un vacío
lleno de ornamentos de color rojo ladrillo y, simultáneamente,
en el «centro del universo de la
completa calma del viento». Yo sabía: todo estaba
bien; la causa y el origen de todo estaba bien.
Pero en ese mismo momento comprendí también
el dolor y el asco, los malos humores y malentendidos
de la vida común: allí uno nunca está
«entero», sino dividido, fraccionado y escindido
en los minúsculos añicos de los segundos, minutos,
horas, días, semanas, meses y años; allí uno
es esclavo del Moloc tiempo, que te come de a
trocitos; uno está condenado a balbucear, a la
chapuza y a las obras incompletas. Allí, en la
cotidianeidad de la humana existencia, hay que
arrastrar consigo lo perfecto y absoluto, lo simultáneo
de todas las cosas, el Nu eterno de la
Edad de Oro, esta causa primera del Ser —que
ha existido siempre y siempre existirá—, como
una espina dolorosa profundamente clavada en
el alma, como una advertencia de la pretensión
jamás satisfecha, como un espejismo del paraíso
perdido y prometido, a través de este sueño
de fiebre, el «presente», de un «pasado» ensombrecido
a un «futuro» en tinieblas. Lo comprendí.
Esta embriaguez era un vuelo espacial, no del
hombre externo, sino del interno, y yo experimentaba
la realidad durante un momento desde un
punto de mira que está en algún lugar fuera de
la fuerza de gravedad del tiempo.
135
Cuando volví a sentir esta fuerza de gravedad,
fui lo suficientemente infantil para querer postergar
el regreso, ingiriendo a las 11’45 hs. una
nueva dosis de 6 mg de psilocybina y otros 4 mg
a las 14’30 hs. El efecto fue insignificante y no
merece citarse.
En esta serie de experimentos con LSD y psilocybina
participó también en tres autoensayos la señora
Li Gelpke, que realizó un dibujo en tinta china, de
33 x 51 cm. Li Gelpke escribió al respecto:
Nada de lo que hay en el dibujo está realizado
conscientemente. Mientras lo hacía, el recuerdo
(de lo vivido bajo la influencia de la psilocybina)
había vuelto a la realidad y me guiaba en
cada trazo. Por eso, la imagen tiene tantas capas
como este recuerdo, y la figura que está abajo a
la derecha es la prisionera de su sueño... Cuando
unas semanas más tarde llegaron a mis manos
unos libros sobre arte mejicano, reencontré allí
los motivos de mis visiones... con repentino susto.
La aparición de motivos mejicanos en la embriaguez
de psilocybina la comprobé yo también, como
lo he señalado, en mi primer autoensayo con las setas
disecadas llamadas psilocybe mexicana. Este fenómeno
también le ha llamado la atención a R. Wasson.
Partiendo de estas observaciones ha formulado la presunción
de que el antiguo arte mexicano podría haber
sido influido por imágenes visionarias como las que
aparecen en la embriaguez de setas.
La «enredadera mágica» ololiuqui
Después de que en un tiempo relativamente breve
se había logrado resolver el enigma de la seta sagrada
teonanacatl, me interesé por el problema de otra droga
mágica mejicana cuya composición química se ignoraba:
el ololiuqui. Ololiuqui es la designación azteca
136
de la semilla de ciertas convulvuláceas que se usaban,
igual que el peyotl (cactus de la mescalina) y las setas
teonanacatl, en época precolombina en ceremonias religiosas
y prácticas de curas mágicas por parte de los
aztecas y otros pueblos vecinos. Aún hoy determinadas
tribus emplean el ololiuqui. : los zapotecas, chinantecas,
mazatecas y mixtecas, que en las apartadas montañas
del sur de Méjico llevaban hasta hace poco
tiempo una existencia bastante aislada y poco influida
por el cristianismo.
El director del Harvard Botanical Museum de Cambridge
(EE. UU.), Dr. R. Evans Schultes, publicó en
1941 un excelente estudio de los aspectos históricos,
etnológicos y botánicos del ololiuqui. Se titula: «A
Contribuition to our Knowledge of Rivea corymbosa.
The Narcotic Ololiuqui of the Aztecs».* Los siguientes
datos sobre la historia del ololiuqui provienen principalmente
de esta monografía de Schultes.
Los primeros apuntes sobre esta droga se encuentran
entre los cronistas españoles del siglo XVI que
también citan el peyotl y el teonanacatl. Así el franciscano
fray Bernardino de Sahagún escribe, en su ya
citada y famosa crónica titulada Historia General de
las Cosas de Nueva España, sobre los efectos milagrosos
del ololiuqui. :
Hay una hierba que se llama coatl xoxouhqui (serpiente
verde), que da una semilla que se llama ololiuqui.
Esta semilla aturde y confunde los sentidos;
se la toma como brebaje mágico...
Otra información sobre esta semilla nos la da el
médico Francisco Hernández, a quien Felipe II envió
a Méjico para que estudiara allí, entre 1570 y
1575, los medicamentos de los indígenas. En el capítulo
«Sobre el ololiuqui» de su obra monumental, pu-
* Una contribución a nuestro conocimiento de Rivea corymbosa,
el ololiuqui narcótico de los aztecas.
137
blicada en Roma en 1651 con el título de Rerum Medicarum
Novae Hispaniae Tresaurus Seu Plantarum,
Animalium, Mineralium Mexicanorum Historia, da una
descripción detallada y la primera ilustración del ololiuqui.
Un extracto del texto latino que acompaña a la
ilustración dice así:
El ololiuqui, que otros llaman coaxihuitl o
hierba de la serpiente, es una enredadera con
hojas tenues, verdes, en forma de corazón... las
flores son blancas, de tamaño medio... las semillas
redondas... Cuando los sacerdotes de los indios
quieren tratar con los dioses y obtener respuestas
de ellos, comen de esta planta para embriagarse.
Entonces se les aparecen miles de formaciones
fantásticas y demonios...
Pese a esta descripción relativamente buena, la
identificación botánica del ololiuqui como semilla
de la rivea corymbosa Hall. f. motivó numerosas
discusiones entre los profesionales y hoy día se propone
como designación botánica correcta turbina
corymbosa (L.) Raf.
Cuando en 1959 me decidí a intentar aislar el
principio activo del ololiuqui había un solo informe
sobre trabajos químicos con la semilla de la turbina
corymbosa. Pertenecía al farmacólogo C. G. Santesson
de Escotolmo, y era de 1937. Pero Santesson no
había logrado aislar una sustancia activa en su forma
pura.
Sobre la eficacia del ololiuqui se habían publicado
hallazgos contradictorios. En 1955, el psiquiatra
H. Osmond realizó autoensayos con las semillas
de la turbina corymbosa. Tras la ingestión de 60–100
semillas entró en un estado de apatía y vacío, acompañado
de alta sensibilidad visual. Cuatro horas después
siguió un período con una sensación de rela-
138
jamiento y bienestar, que se mantuvo un buen rato.
Esto se contradecía con los resultados que publicó
V. J. Kinross–Wright en 1958 en Inglaterra, según los
cuales ocho voluntarios, que habían ingerido hasta
125 semillas, no sintieron efecto alguno.
Por mediación de R. Gordon Wasson obtuve dos
muestras de semillas de ololiuqui. En la carta con que
acompañaba las muestras, Wasson me escribía el 6
de agosto de 1959 desde México–City:
Le envío aquí un pequeño paquete con semillas.
Según creo, se trata de rivea corymbosa,
conocida también como ololiuqui, el famoso estupefaciente
de los aztecas. En Huautla se la
denomina semilla de la Virgen. Como verá el
paquete contiene dos botellitas con semillas que
me dieron en Huautla, y un recipiente más grande
con semillas que me dio Francisco Ortega, un
indio zapoteca, que las había recogido él mismo
de las plantas de la localidad zapoteca de San
Bartolo Yautepec...
Las semillas redondas, de color marrón claro, provenientes
de Huautla, resultaron ser efectivamente
rivea corymbosa (sinónimo: turbina corymbosa.) en
su identificación botánica, mientras que las semillas
negras y angulosas de San Bartolo Yautepec fueron
identificadas como ipomoea violacea.
Mientras que la turbina corymbosa se desarrolla
sólo en climas tropicales o subtropicales, la ipomoea
violacea se encuentra también en zonas templadas
como planta de adorno y está difundida en toda la
superficie del planeta. Se trata de la enredadera,
que con sus campanillas en distintas variedades, con
cálices azules o a rayas azules y rojas, engalanan
nuestros jardines.
Además del ololiuqui original, es decir, además
139
de las semillas de la turbina corymbosa, que denominan
badoh, los zapotecas emplean también el badoh
negro, las semillas de la ipomoea violacea. Esta
observación la realizó T. MacDougall, quien nos hizo
llegar un segundo envío, más abundante, de estas
últimas semillas.
140
En la investigación química de la droga ololiuqui
participó mi aplicado ayudante de laboratorio Hans
Tscherter, con quien ya había llevado a cabo el aislamiento
de las sustancias activas de las setas. Establecimos
la hipótesis de trabajo de que los principios
activos de las semillas de ololiuqui podían pertenecer
a la misma clase de sustancia química que el
LSD, la psilocybina y la psilocina, es decir, a los compuestos
de indol. En vista del gran número de otros
grupos de sustancias que podían ser sustancias activas
del ololiuqui del mismo modo que los indoles,
la probabilidad de que esta suposición fuera acertada
era muy reducida. Pero se podía comprobar con mucha
facilidad. Pues la presencia de compuestos del
indol se puede constatar simple y velozmente con
reacciones de coloración. Con determinado reactivo,
ya la presencia de trazas de sustancias de indol dan
una solución de un intenso color azul. Tuvimos suerte
con nuestra hipótesis. Los extractos de las semillas
de ololiuqui produjeron el color azul característico
de los indoles. Con la ayuda de este test de coloración,
al poco tiempo logramos aislar las sustancias
de indol de las semillas y obtenerlas de forma químicamente
pura. Su identificación nos llevó a un
resultado sorprendente. Lo que encontramos al comienzo
nos pareció increíble. Sólo después de una
repetición y un examen muy cuidadoso de los pasos
realizados cedió la desconfianza a nuestros propios
hallazgos: los principios activos de la vieja droga
mágica mexicana ololiuqui resultaron idénticos a sustancias
que ya había en mi laboratorio, a saber, a
alcaloides que habíamos obtenido en el curso de las
investigaciones precedentes sobre el cornezuelo de
centeno. Eran los alcaloides que nos habían costado
décadas de análisis, en parte aislados como tales
drogas del cornezuelo, en parte obtenidos por transformación
química de sustancias del mismo.
Comprobamos que las sustancias activas principales
del ololiuqui son la amida del ácido lisérgico,
la hidroxietilamida y otros alcaloides químicamente
muy emparentados con éstos (ver fórmulas última
página). Entre ellos se encontraba también el alcaloide
ergobasina, cuya síntesis había constituido el
punto de partida de mis investigaciones sobre alcaloides
del cornezuelo de centeno. La sustancia activa
del ololiuqui llamada la amida del ácido lisérgico
está químicamente muy emparentada con la dietilamida
del ácido lisérgico (LSD), como puede indicarlo
su designación incluso a los que no sean químicos.
La amida del ácido lisérgico había sido descrita
por vez primera por los químicos ingleses S. Smith
y G. M. Timmis, como producto de desdoblamiento
de los alcaloides del cornezuelo de centeno, y yo ya
había sintetizado esta sustancia en el marco de las
investigaciones de las que surgió el LSD. Sin embargo,
entonces nadie sospechaba que este compuesto
sintetizado en la retorta habría de encontrarse veinte
años después como sustancia activa natural en
una vieja droga mágica mejicana.
Después del descubrimiento de los efectos psíquicos
del LSD había probado también la amida del
ácido lisérgico mediante un autoensayo y comprobé
que, aunque sólo en una dosis diez a veinte veces
mayor que el LSD, también genera un estado onírico.
Este estado se caracterizaba por un sentimiento
de vacío espiritual y de irrealidad y sinsentido
del mundo exterior, una mayor sensibilidad auditiva
141
y un cansancio físico no desagradable que terminaba
en sueño. El psiquiatra Dr. H. Solms confirmó este
cuadro de acción de LA 111, como se llamaba la amida
del ácido lisérgico en su forma de preparado
experimental, mediante una investigación sistemática.
Al presentar en otoño de 1960 los hallazgos de
nuestras investigaciones del ololiuqui en el congreso
de sustancias naturales de la Unión Internacional
para Química Pura y Aplicada (IUPAC), mis colegas
profesionales reaccionaron con escepticismo. En las
discusiones que siguieron a mi exposición se expresó
la sospecha de que en mi laboratorio, en el que
tanto se trabajaba con derivados del ácido lisérgico,
se podrían haber contaminado involuntariamente los
extractos del ololiuqui con trazas de estos compuestos.
Las dudas provenían de la presencia de alcaloides
del cornezuelo de centeno, que hasta entonces se conocían
sólo como sustancias contenidas en setas inferiores,
en plantas superiores de la familia de las
convolvuláceas, se contradecía con la experiencia, según
la cual determinadas sustancias son típicas de
una familia de plantas determinada y están restringidas
a ésta. Efectivamente, la presencia de un grupo
de sustancias características, en este caso, los alcaloides
del cornezuelo de centeno, en dos secciones
del reino vegetal muy distantes en cuanto a su desarrollo,
es una excepción muy rara.
Sin embargo, nuestros resultados fueron confirmados
cuando diversos laboratorios en los Estados
Unidos, Alemania y Holanda verificaron nuestras investigaciones
de las semillas del ololiuqui. El escepticismo
llegó tan lejos que se consideró la posibilidad
de que las semillas podrían estar infectadas
con setas que producían alcaloides, aunque luego
esta hipótesis se dejó de lado tras los primeros experimentos.
Pese a que sólo se habían publicado en revistas
142
especializadas, estos trabajos sobre las sustancias activas
de las semillas del ololiuqui tuvieron consecuencias
inesperadas. Dos empresas mayoristas holandesas
de semillas nos comunicaron que sus ventas
de semillas de ipomoea violacea, la enredadera
azul tan decorativa, se habían incrementado notablemente
en los últimos tiempos. Además, había aparecido
una clientela desacostumbrada. Se habían enterado
de que la gran demanda estaba relacionada con
investigaciones de estas semillas en nuestros laboratorios,
y deseaban una información más detallada.
Resultó que la nueva clientela provenía de círculos
de hippies y otros sectores interesados en drogas
alucinógenas. Se creía haber encontrado en las semillas
del ololiuqui un sustituto del LSD, que era cada
vez más difícilmente asequible.
Pero el boom de las semillas de campanillas duró
relativamente poco tiempo, aparentemente como consecuencia
de las experiencias no muy buenas que se
hicieron con este estupefaciente nuevo y a la vez
antiquísimo en el mundo de las drogas. Las semillas
de ololiuqui, que se ingieren aplastadas y mezcladas
con agua, leche u otra bebida, tienen un sabor muy
malo y no se digieren bien. Además, los efectos químicos
del ololiuqui son, de todos modos, distintos
de los del LSD, al estar menos acentuado el componente
eufórico y alucinógeno, y dominar en general
los sentimientos de un vacío espiritual y a menudo
de angustia y depresión. Es igualmente indeseable
en un estupefaciente el efecto de laxitud y cansancio.
Todos estos motivos deben de haber contribuido
a que haya disminuido el interés por las semillas de
las enredaderas en la escena de las drogas.
Hasta ahora se han realizado sólo pocas investigaciones
para determinar si las sustancias activas del
ololiuqui pueden encontrar una aplicación útil en la
medicina. A mi juicio habría que aclarar sobre todo,
143
si el efecto fuertemente sedante, narcótico, de determinadas
sustancias del ololiuqui, o de derivados químicos
de las mismas, puede usarse con fines terapéuticos.
Con las investigaciones sobre el ololiuqui, mis
trabajos en el terreno de las drogas alucinógenas
quedaban redondeados de manera bonita. Formaban
ahora un círculo, podría decirse, un círculo mágico:
el punto de partida fueron las investigaciones sobre
la fabricación de amidas del ácido lisérgico del tipo
del alcaloide natural del cornezuelo de centeno, la
ergobasina. De allí llevaron a la síntesis de la dietilamida
del ácido lisérgico, el LSD. Los trabajos con
la sustancia activa alucinógena LSD condujeron al
análisis de las setas milagrosas alucinógenas teonanacatl,
de las que se aislaron como principios activos
la psilocybina y la psilocina. El ocuparme en la droga
mágica mejicana teononacatl me llevó al examen
de una segunda droga mágica de Méjico, el ololiuqui.
En el ololiuqui se reencontraron como sustancias
activas alucinógenas unas amidas del ácido lisérgico
y entre ellas la ergobasina, con lo cual se cerró el
círculo mágico.
144
10
La búsqueda de la planta mágica
Ska María Pastora
Gordon Wasson, con quien mantenía relaciones
amistosas desde las investigaciones sobre las setas
mágicas mejicanas, nos invitó a mi esposa y a mí
en el otoño de 1962 para que participásemos en una
expedición a Méjico. El objetivo de la empresa era
la búsqueda de otra planta mágica mejicana.
En sus viajes a través de las montañas del sur
de Méjico, Wasson se había enterado de que los mazatecas
aplicaban en prácticas religioso–medicinales
el jugo exprimido de las hojas de una planta, llamadas
hojas de la Pastora u hojas de María Pastora, y,
en mazateca, Ska Pastora o Ska María Pastora. Su
empleo era parecido al de las setas del teonanacatl
y al de las semillas del ololiuqui.
Se trataba de averiguar, pues, de qué planta provenían
estas «hojas de la Pastora María», y de determinar
botánicamente esta planta. Además teníamos
la intención de reunir, si era posible, una cantidad
suficiente de material de estas plantas para posibilitar
una investigación química de las sustancias activas
alucinógenas que contenían.
145
Paseo a lomo de mula a través de
la montaña mejicana
Con este fin mi esposa y yo volamos el 26 de septiembre
de 1962 a Ciudad de Méjico, donde nos encontramos
con Gordon Wasson. Éste ya había hecho
todos los preparativos para la expedición, de modo
que al día subsiguiente ya pudimos iniciar el viaje
hacia el sur. Se había unido a la excursión la señora
Irmgard Johnson–Weitlaner, la viuda de Jean B. Johnson,
uno de los pioneros del estudio etnográfico de
las setas mágicas mejicanas, muerto en el desembarco
de los aliados en Africa del Norte. Su padre,
Robert J. Weitlaner, había emigrado de Austria a
Méjico y colaborado en el redescubrimiento del culto
de las setas. La señora de Johnson trabajaba como
experta en textiles indígenas en el Museo Etnológico
Nacional de Ciudad de Méjico.
Después de un viaje de dos horas en un landrover
espacioso a través de la meseta, pasando al lado
del Popocatepetl nevado, por Puebla, bajando al valle
de Orizaba con su hermosa vegetación tropical, luego
con una balsa cruzando el Popoloapán (río de las
mariposas), siguiendo por la antigua guarnición azteca
de Tuxtepec, llegamos al punto de partida de
nuestra expedición, el pueblo mazateca Jalapa de
Díaz, situado en una colina.
A nuestra llegada a la plaza del mercado en el
centro de la población dispersada a lo lejos en el
desierto, hubo un agolpamiento. Hombres viejos y
jóvenes, que habían estado sentados o de pie en tabernas
semiabiertas y en tiendas de ventas, se acercaron
desconfiados, pero curiosos, a nuestro landrover,
la mayoría de ellos descalzo, pero todos con
sombrero. No se veían mujeres ni muchachas. Uno
de los hombres nos dio a entender que lo siguiéramos.
Nos condujo hasta la casa del presidente del
146
lugar, un mestizo obeso que tenía su despacho en
una casa de una planta con techo de chapa ondulada.
Gordon le mostró nuestros pases del gobierno
civil y militar de Oaxaca, en los que se explicaba
que nuestra estancia respondía a fines científicos. El
presidente, que probablemente no sabía leer, estaba
visiblemente impresionado por los documentos de gran
tamaño, provistos de sellos oficiales. Nos hizo asignar
un alojamiento en un espacioso granero.
Di una vuelta por el pueblo. Casi fantasmales se
alzaban las ruinas de una iglesia grande, antaño seguramente
muy hermosa, de la época colonial, en la
parte del pueblo que se elevaba sobre una ladera.
Ahora vi también mujeres que, con sus vestidos largos,
blancos, con bordados rojos, y con sus trenzas
de pelo negro azulado, asomaban temerosas de sus
chozas para observar a los extraños.
147
Nos dieron de comer en casa de una vieja mazateca,
que comandaba a una joven cocinera y a dos
ayudantes. Vivía en una de las típicas chozas mazatecas.
Se trata de construcciones rectangulares simples
con tejados a dos aguas de paja y muros de pilares
de madera enfilados, sin ventanas; los huecos
entre los pilares ofrecen suficientes posibilidades de
mirar hacia afuera. En el centro de la choza, en el
suelo de barro apisonado, se encuentra un hogar
abierto, construido con barro disecado o con piedras
y elevado. El humo sale por grandes aberturas en
las paredes debajo de ambas cumbreras. Como lechos
usan unas esteras de librillo que se encuentran
en un rincón o a lo largo de las paredes. La choza se
comparte con los animales caseros, con cerdos negros,
pavos y pollos. Nos dieron de comer pollo
frito, habas negras y, en vez de pan, una tortilla de
harina de maíz. Bebimos cerveza y tequila, un aguardiente
de agaves.
A la madrugada siguiente se formó nuestro grupo
para la cabalgata a través de la Sierra Mazateca. De
la caballeriza del pueblo se habían alquilado mulas
junto con un grupo de acompañantes. Guadalupe,
el mazateca que conocía los caminos, asumió la conducción
en el animal de guía. Gordon, Irmgard, mi
esposa y yo fuimos en el medio, montados en nuestras
mulas. El final de la columna la formaban Teodosio
y Pedro, llamado Chico, dos muchachos que
iban a pie al lado de las dos mulas que llevaban
nuestro equipaje.
148
Pasó un rato hasta que pudimos acostumbrarnos
a las duras sillas de madera. Pero luego esta forma
de transporte resultó la mejor manera de viajar que
he conocido. Las mulas seguían al animal guía una
tras otra con paso regular. No necesitaban ninguna
indicación por parte del jinete. Con una habilidad
sorprendente elegían los mejores pasos del sendero
mal transitable, en parte rocoso, en parte pantanoso,
y que a veces cruzaba arroyos y seguía por laderas
escarpadas. Liberados de toda preocupación por
el camino podíamos dedicar toda nuestra atención
a la belleza del paisaje y de la vegetación tropical:
selva virgen con árboles gigantescos rodeados de lianas,
luego claros con arboledas de plátanos o plantaciones
de café entre grupos de árboles aislados,
flores a la vera del camino, sobre las que bailoteaban
unas mariposas bellísimas. Hacía mucho calor
y el aire estaba húmedo. Ya subiendo, ya bajando,
nuestro camino siguió a lo largo del ancho lecho
del río Santo Domingo valle arriba. De pronto, un
fuerte chaparrón tropical, del cual nos protegieron
muy bien los largos y amplios ponchos de hule de
que nos había provisto Gordon. Nuestra compañía
india se protegió del chaparrón con hojas enormes
con forma de corazón, que cortaron velozmente
en la orilla del camino. Teodosio y Chico parecían
grandes langostas verdes cuando corrían cubiertos
con hojas al lado de sus mulas.
Ya comenzaba a oscurecer cuando llegamos a la
primera población, a la finca «La Providencia». El
patrón, don Joaquín García, cabeza de una familia
numerosa, nos recibió hospitalario y digno.
Gordon y yo colocamos nuestros sacos de dormir
al aire libre debajo del sobretecho. A la mañana siguiente
me desperté cuando un cerdo gruñó sobre
mi cara.
Después de otro día de viaje en los lomos de nuestras
fieles mulas llegamos al poblado mazateca de
Ayautla, muy repartido en la ladera de una colina.
En el camino me habían deleitado en los matorrales
los cálices azules de la enredadera ipomoea violacea,
la planta madre de las negras semillas de ololiuqui.
Aquí crece salvajemente, mientras que en nuestros
jardines se la conoce sólo como planta de adorno.
En Ayautla nos quedamos varios días. Nos alojábamos
en la casa de doña Donata Sosa de García.
Doña Donata llevaba la voz cantante en una gran
familia, y también se le sometía su enfermizo esposo.
Además dirigía las plantaciones de café de la región.
En un edificio vecino estaba el sitio de recolección
de los granos de café recién cosechados. Era un cuadro
bonito ver a las jóvenes indias con sus vestidos
claros, adornados con bordados de colores, cuando
regresaban al anochecer de la cosecha llevando los
sacos de café en la espalda y sujetados con cintas en
la frente.
A la noche, a la luz de la vela, doña Donata, que
además del mazateca hablaba el castellano, nos contaba
de la vida en el pueblo. En cada una de esas
chozas, que parecían tan tranquilas, se había desarrollado
ya una tragedia. En la casa de al lado, que ahora
está vacía, vivía un hombre que había asesinado
a su mujer y que ahora cumple cadena perpetua. Un
149
yerno de doña Donata, que tenía una relación con
otra mujer, había sido asesinado por celos. El presidente
de Ayautla, un joven mestizo hercúleo, ante
quien nos habíamos presentado a la mañana, sólo se
atreve a andar el corto trecho de su choza a su «oficina
» en la casa comunal con techo acanalado en
compañía de dos hombres fuertemente armados. Tiene
miedo de que lo fusilen, pues exige pagos ilegales.
Gracias a las buenas relaciones de doña Donata
obtuvimos de una anciana las primeras muestras
de la planta buscada, unas hojas de la Pastora. Pero
como faltaban las flores y las raíces, no era todavía
un material adecuado para la determinación botánica.
Tampoco tuvieron éxito nuestros esfuerzos en
averiguar dónde crecía esta planta y cómo se utilizaba
en esta región.
Después de dos días de cabalgata, habiendo pernoctado
en el pueblecito de montaña San Miguel
Huautla, situado a gran altura, llegamos a Río Santiago.
Aquí se nos agregó doña Herlinda Martínez Cid,
una maestra de Huautla de Jiménez. Había venido a
caballo por invitación de Gordon Wasson, quien la
conocía de sus expediciones anteriores, para que actuara
de intérprete mazateco–castellana. Además podía
ayudarnos a iniciar contactos con curanderos y
curanderas que utilizaran las hojas de la Pastora, por
intermedio de sus numerosos parientes repartidos en
esa región. Debido a nuestro retraso en llegar a Río
Santiago, doña Herlinda, que conocía los peligros
de la zona, había estado preocupada por nosotros
y temido que pudiéramos habernos despeñado o haber
sido asaltados por ladrones.
Nuestra estación siguiente fue San José Tenango,
situado en un valle profundo; un poblado en medio
de vegetación tropical, con naranjos, limoneros y
platanares. Aquí, de nuevo el típico cuadro de pueblo:
en el centro una plaza de mercado con una igle-
150
sia semiderruida de la época colonial, dos o tres
tabernas, una tienda de ramos generales y cobertizos
para caballos y mulas.
En la ladera del monte descubrimos en la densa
selva virgen una fuente, cuya hermosa agua fresca
invitaba a bañarse en una piscina natural en las
rocas. Fue un goce inolvidable, después de tantos
días sin poder lavarnos con comodidad. En esta gruta
vi por primera vez a un colibrí en medio de la
naturaleza, una joya que centelleaba con un azul
verdoso metálico y mariposeaba entre las flores de
las lianas que formaban el techo de hojas.
Con la ayuda de las relaciones de parentesco de
doña Herlinda se produjo el contacto con curanderos,
por ejemplo, con don Sabino. Pero éste, por
motivos poco claros, se negó a recibirnos para una
consulta de las hojas. Una curandera vieja, muy respetable,
con un vestido mazateca de una belleza fuera
de lo común, quien respondía al nombre de Natividad
Rosa, nos regaló todo un ramo de ejemplares
en flor de la planta buscada, pero tampoco ella aceptó
realizar la ceremonia con las hojas para nosotros.
Alegó que estaba demasiado vieja para el esfuerzo
del viaje mágico, en el que habría que recorrer largos
caminos a determinados sitios: a un manantial
en el que las mujeres sabias reúnen sus fuerzas, a
un lago en el que cantan los gorriones y en el que
las cosas obtienen su nombre. Natividad Rosa tampoco
nos reveló dónde había recogido las hojas. Dijo
que crecían en un valle boscoso muy, muy lejano; y
que, donde quitaba una planta, ponía un grano de
café en la tierra, como agradecimiento a los dioses.
Teníamos ahora plantas enteras, con flores y raíces,
adecuadas para la determinación botánica. Se
trataba evidentemente de un representante de la especie
salvia, pariente del conocido amaro. Esta planta
tiene flores azules coronadas por un casco blanco,
151
ordenadas en una espiga de unos 20 a 30 centímetros
de largo y cuyo pedúnculo acaba azul.
Al día siguiente Natividad Rosa nos trajo toda
una cesta llena de hojas, por las que se hizo pagar
cincuenta pesos. El negocio parecía haberse difundido,
pues otras dos mujeres nos trajeron ahora más
hojas. Como sabíamos que en la ceremonia se bebe
el jugo exprimido de las hojas y que, por tanto, es
éste el que debe de contener el principio activo, exprimimos
las hojas secas en un mortero y las estrujamos
luego sobre un paño. El jugo, diluido con
alcohol como conservante, lo colocamos en botellas,
para que se lo pudiera analizar más adelante en el
laboratorio de Basilea. En esta tarea nos ayudó una
niña india, acostumbrada a usar el metate o mortero
de piedra con el que los indios muelen el maíz desde
tiempos inmemoriales.
Una ceremonia de salvia
El día antes de partir, cuando ya habíamos abandonado
la esperanza de poder asistir a una ceremonia,
pudo establecerse un contacto con una curandera
que estaba dispuesta «a servirnos». Un hombre
de confianza de la parentela de Herminda, que había
promovido este contacto, nos llevó al caer la noche
por un sendero secreto a la choza de la curandera,
situada más arriba del poblado en la ladera de la
montaña. Nadie del pueblo debía vernos o enterarse
de que éramos recibidos en esa choza solitaria. Evidentemente
se consideraba una tradición punible hacer
participar a extraños, a blancos, de los usos y
costumbres sagrados. Ese debe de haber sido también
el verdadero motivo por el que los demás curanderos
se habían negado a permitirnos el acceso
a una ceremonia con las hojas de María Pastora.
152
Durante nuestro ascenso nos acompañaron en la oscuridad
unos extraños cantos de pájaros y ladridos de
perros por todas partes.
153
La curandera Consuela García, una mujer de unos
cuarenta años, descalza como todas las indias en esta
zona, nos hizo entrar recelosa en su choza y en seguida
obstruyó la entrada con pesados maderos. Nos
mandó acostarnos en las esteras de librillo en el suelo
de barro apisonado. Herlinda traducía las instrucciones
de Consuela, que sólo hablaba mazateca. En
una mesa, en la que además de todo tipo de trastos
había también algunas estampas de santos, la curandera
encendió una vela. Luego comenzó a maniobrar
silenciosa y diligente. De pronto hubo unos ruidos
extraños y un traqueteo en el cuarto... ¿Había algún
extraño oculto en la choza, cuyas dimensiones y ángulos
no podían reconocerse a la luz de la vela? Visiblemente
intranquila, Consuela recorrió el recinto con
la vela. Pero parecían haber sido únicamente ratas
que cometían sus abusos. A continuación la curandera
encendió una fuente de copal, una resina parecida
al incienso, cuyo aroma pronto llenó todo el
ambiente. Luego preparó prolijamente el filtro mágico.
Consuela preguntó quiénes de nosotros queríamos
beber con ella. Gordon levantó la mano. Yo no
podía participar, porque padecía un fuerte malestar
estomacal. Me reemplazó mi esposa. La curandera
preparó para sí misma seis pares de hojas. El mismo
número le asignó a Gordon. Anita recibió tres pares.
Igual que con las setas, las dosis siempre se dan de
a pares, lo cual debe de tener un significado mágico.
Las hojas fueron estrujadas con el metate y luego
exprimidas a través de un colador fino; el jugo caía
en un vaso. Luego se enjuagaron el metate y el contenido
del colador con agua. Finalmente las copas
llenas fueron ahumadas con un gran ceremonial sobre
la pila de copal. Consuelo, antes de alcanzarles
sus vasos a Anita y a Gordon, les preguntó si creían
en la verdad y en el carácter sagrado de la ceremonia.
Después que lo hubieron confirmado y bebido
solemnemente el filtro muy amargo, se apagó la vela.
Acostados en las esteras de librillo, a oscuras, aguardábamos
los efectos.
Unos veinte minutos más tarde Anita me susurró
que veía extrañas formaciones con un borde claro.
También Gordon sentía el efecto de la droga. De la
oscuridad resonaba la voz de la curandera, mitad hablando,
mitad cantando. Herlinda tradujo al castellano:
si creíamos en la santidad de los ritos y en
la sangre de Cristo. Después de nuestro «creemos»
prosiguió la ceremonia. La curandera encendió la
vela, la colocó en el suelo delante del «altar», cantó
y rezó oraciones o fórmulas mágicas, colocó la vela
nuevamente debajo de las estampas de santos. De
nuevo, oscuridad y silencio. Luego comenzó la verdadera
consulta. Consuela nos preguntó cuáles eran
nuestros deseos. Gordon quiso saber cómo estaba su
hija, que poco antes de que él viajara había debido
ser internada en una clínica de Nueva York (su hija
estaba por tener un niño, pero la internación había
sido prematura). Obtuvo la respuesta tranquilizadora
de que la madre y el niño se encontraban bien. Nuevos
cantos y oraciones y manipulaciones con la vela
en el «altar» y en el suelo sobre la pila de sahumerio.
Al terminar la ceremonia, la curandera nos invitó
a descansar un rato más en nuestras esteras de librillo.
De pronto estalló una tormenta. A través de
las rendijas de las paredes de maderos la luz de los
relámpagos resplandecía en la oscuridad de la choza,
acompañada de pavorosos truenos, mientras un aguacero
tropical golpeaba con furia en el techo. Consuelo
expresó su preocupación de que no pudiéramos abandonar
su choza en la oscuridad, sin ser vistos. Pero
la tormenta se calmó antes de la madrugada, y ba-
154
jamos al valle con la luz de nuestras linternas haciendo
el menor ruido posible para llegar a nuestra
barraca de chapa ondulada. Los habitantes del poblado
no nos notaron, aunque los perros siguieron ladrando
por doquier.
La participación en esta ceremonia fue el punto
culminante de nuestra expedición. Nos confirmó que
los indios utilizaban las hojas de la Pastora con el
mismo fin y en el mismo marco ceremonial que el
teonanacatl, las setas sagradas. Además teníamos ahora
las suficientes plantas auténticas no sólo para la
determinación botánica, sino también para el planeado
análisis químico. El estado de embriaguez que
habían experimentado Gordon Wasson y mi esposa
con las hojas, había sido poco profundo y de corta
duración, pero su carácter era indiscutiblemente alucinógeno.
A la mañana siguiente, después de esta noche llena
de aventuras, nos despedimos de San José Tenango.
El guía Guadalupe y los muchachos Teodosio
y Pedro aparecieron con las mulas delante de
nuestra barraca a la hora establecida. Pronto habíamos
hecho nuestros paquetes y comido, y luego nuestro
grupo comenzó a moverse nuevamente valle arriba
a través del paisaje feraz y resplandeciente de sol
después del chubasco nocturno. Pasamos por Santiago
y llegamos al atardecer a nuestra última estación
en el país de los mazatecas, a su pueblo principal
Huautla de Jiménez.
Desde aquí habíamos previsto el regreso a Ciudad
de Méjico en automóvil. Con una última cena conjunta
en la entonces única posada de Huautla, llamada
Rosaura, nos despedimos de nuestra escolta
india y de las buenas mulas que nos habían llevado
tan segura y agradablemente a través de la Sierra
Mazateca.
Al día siguiente ofrecimos nuestros respetos a la
155
curandera María Sabina, que se había hecho famosa
por las publicaciones de Wasson. Había sido en su
choza donde en 1955 Gordon Wasson había probado
las setas sagradas en el marco de una ceremonia
nocturna, seguramente el primer hombre blanco que
lo hacía. Gordon y María Sabina se saludaron cordialmente
como viejos amigos. La curandera vivía alejada
en la cuesta de la montaña por arriba de Huautla.
La casa en la que había tenido lugar la sesión
histórica con Gordon Wasson había sido incendiada,
probablemente por habitantes enfurecidos o por un
colega envidioso porque ella había revelado el secreto
del teonanacatl a un extraño. En la choza nueva
en la que nos encontrábamos ahora reinaba un
desorden inimaginable, probablemente igual que el
que había habido en su choza anterior. Iban corriendo
niños semidesnudos, pollos y cerdos por la casa.
La vieja curandera tenía un rostro inteligente y con
expresiones sumamente cambiantes. Se notó que le
impresionó nuestra afirmación de que habíamos logrado
retener el espíritu de las setas en pastillas, y
de inmediato se declaró dispuesta a «servirnos» con
estas pastillas, es decir, a concedernos una consulta.
Combinamos que ésta tendría lugar a la noche siguiente
en la casa de doña Herlinda.
156
En el curso del día di un paseo por Huautla de
Jiménez, que se extiende a lo largo de una calle principal
en la ladera de la montaña. Luego acompañé
a Gordon en su visita al Instituto Nacional Indigenista.
Esta organización estatal tiene la tarea de estudiar
los problemas de la población nativa, es decir,
de los indios, y ayudarles a resolverlos. Su director
nos informó sobre las dificultades que había en ese
momento en el sector de la política del café. El presidente
de Huautla quien, en colaboración con el Instituto
Nacional Indigenista, había intentado lograr
un precio más ventajoso para los productores indios
de café mediante la supresión de la intermediación,
había sido asesinado en junio de ese año. Su cadáver
había sido mutilado.
En nuestro paseo llegamos también a la iglesia
catedral, de la que salía canto gregoriano. El anciano
padre Aragón, con quien Gordon había hecho amistad
en sus estancias anteriores, nos invitó a beber
una copa de tequila en la sacristía.
Una ceremonia de setas
Cuando volvimos a la casa de Herlinda, ya había
llegado María Sabina con una compañía numerosa:
con sus dos bonitas hijas Apolonia y Aurora, dos
curanderas novicias, y con una sobrina; todas ellas
además venían con niños. Cuando el niño de Apolonia
se ponía a llorar, ella le daba el pecho una y
otra vez. Al final apareció también el viejo curandero
don Aurelio, un hombre imponente, tuerto, con
un serape (abrigo) con dibujos negros y blancos. En
la veranda sirvieron cacao y pasteles dulces. Recordé
el informe de una antigua crónica, en la que se cuenta
que antes de la ingestión de teonanacatl se bebía
chocolatl.
Al anochecer nos dirigimos todos a la habitación
en la que iba a tener lugar la ceremonia. Se cerró la
habitación bloqueando la puerta con la única tabla
de madera que había. Se dejó sin cerrojo únicamente
una salida de emergencia hacia el jardín trasero
para las necesidades inevitables. Ya era cerca de la
medianoche cuando comenzó la ceremonia. Hasta ese
momento toda la gente había estado aguardando los
acontecimientos por venir, durmiendo o expectante
en las esteras repartidas en el suelo en medio de la
oscuridad. De cuando en cuando María Sabina arrojaba
un trozo de copal a la brasa de una pila de
carbón, con lo cual el aire viciado del abarrotado
157
cuarto se volvía un poco más soportable. Por intermedio
de Herlinda, que de nuevo participaba como
intérprete, le había dicho a la curandera que cada
píldora contenía el espíritu de dos pares de setas (eran
comprimidos con 5,0 miligramos de psilocybina sintética).
Cuando llegó el momento, María Sabina repartió
—previa ahumación solemne— pares de pastillas a
los adultos presentes. Ella misma cogió dos pares, que
correspondían a 20 mg de psilocybina. Les dio la
misma dosis a su hija Apolonia, que también debía
oficiar de curandera, y a don Aurelio. A Aurora le
dio un par, igual que a Gordon, mientras que mi esposa
e Irmgard tomaron cada una una sola pastilla.
A mí una de las niñas, una muchacha de unos
diez años, me había preparado, según las instrucciones
de María Sabina, el jugo prensado de cinco pares de
hojas frescas de María Pastora. Quería yo recuperar
esta experiencia que se me había escapado en San
José Tenango. Dicen que la pócima es especialmente
eficaz cuando la prepara un niño inocente. La copa
con el jugo también fue ahumada, y María Sabina
y don Aurelio pronunciaron unas palabras antes de
dármela.
Todos estos preparativos y la ceremonia misma
transcurrieron de un modo muy parecido al de la
consulta a la curandera Consuela García en San José
Tenango.
Una vez repartida la droga y apagada la vela en el
«altar», se esperó el efecto a oscuras.
Apenas transcurrida media hora, la curandera comenzó
a murmurar; también sus hijas y don Aurelio
se intranquilizaron. Herlinda tradujo y nos explicó
lo que pasaba. María Sabina había dicho que a
las píldoras les faltaba el espíritu de la seta. Comenté
la situación con Gordon, quien yacía a mi lado. Nos
resultaba obvio que la resorción de la sustancia acti-
158
va de las pastillas, que tienen que disolverse en el
estómago, tarda más que cuando se mastican las
setas, con lo cual una parte de la sustancia activa se
asimila a través de la mucosa bucal. Pero ¿cómo podíamos
presentar en semejante situación una explicación
científica? En vez de explicar, decidimos actuar.
Repartimos píldoras adicionales. Las dos curanderas
y el curandero recibieron cada uno un par
más. Ahora habían ingerido una dosis total de 30 mg
de psilocybina.
Unos diez minutos después comenzó a desplegarse
efectivamente el espíritu de la pastilla; su acción se
prolongó hasta la madrugada. Las oraciones y el canto
de María Sabina era contestados apasionadamente
por sus hijas y por don Aurelio, con su voz grave.
Los quejidos lánguidos y voluptuosos de Apolonia
y Aurora daban la impresión de que la experiencia
religiosa de las jóvenes durante la embriaguez estaba
conectada con sensaciones sexo–sensuales.
En el centro de la ceremonia se produjo la pregunta
de María Sabina respecto de nuestra consulta.
Gordon volvió a inquirir sobre la salud de su hija
y su nieto. Obtuvo la misma respuesta positiva que
la de la curandera Consuela. Efectivamente, madre
e hijo se encontraban bien cuando Gordon regresó
a Nueva York, lo cual, desde luego, no constituye
ninguna demostración de los poderes proféticos de
las dos curanderas.
Probablemente a consecuencia de los efectos de
las hojas, un rato me encontré en un estado de hipersensibilidad
y de un experimentar con intensidad
las cosas, pero sin que estuviera acompañado por
alucinaciones. Anita, Irmgard y Gordon vivieron un
estado de embriaguez eufórica, codeterminada por
la atmósfera extraña y mística. Mi esposa se quedó
impresionada con la visión de muy determinados
dibujos de líneas extrañas.
159
Más sorprendida y turbada estuvo, cuando vio
luego estas mismas figuras en los ricos adornos sobre
el altar de una antigua iglesia cerca de Puebla. Ello
ocurrió durante el regreso a Ciudad de Méjico, cuando
visitamos iglesias de la época colonial. Estas iglesias
son especialmente interesantes desde una perspectiva
histórico–cultural, porque los artesanos y artistas
indios que colaboraron en su construcción introdujeron
de contrabando elementos estilísticos indios.
Sobre una posible influencia del arte indio en
América Central debido a las visiones de la embriaguez
de psilocybina, Klaus Thomas, en su libro «Die
künstlich gesteurte Seele» («El alma artificialmente
dirigida»), Edit. Ferdinand Enke, Stuttgart, 1970, escribe:
«Una mera comparación, desde el punto de
vista de la historia del arte, de las antiguas y nuevas
creaciones artísticas de los indios, ha de convencer
al observador desprejuiciado... de su coincidencia
con las imágenes, formas y colores de una embriaguez
de psilocybina». Esta relación podrían indicarla
también el carácter mejicano de las escenas que vi en
mi primer ensayo con psilocybe mexicana disecada,
así como el dibujo de Li Gelpke después de una embriaguez
de psilocybina.
Al clarear la mañana, cuando nos despedimos de
María Sabina y su clan, la curandera señaló que las
píldoras tenían la misma fuerza que las setas, y que
no había ninguna diferencia. Esto fue una confirmación,
y del sector más competente en la materia, de
que la psilocybina sintética es idéntica al producto
natural. Como regalo de despedida la dejé a María
Sabina un frasquito con pastillas de psilocybina. A lo
cual le declaró radiante a nuestra intérprete Herlinda,
que ahora podría atender consultas también en
los períodos en los que no hubiera setas.
¿Cómo debemos evaluar el comportamiento de la
curandera María Sabina, que le permitió el acceso
160
a la ceremonia secreta a un extraño, al hombre blanco,
y le hizo probar la seta sagrada?
Es meritorio que con ello haya abierto las puertas
a la investigación del culto de la seta mejicana
en su forma actual y al estudio botánico y químico
científico de las setas sagradas. De allí ha surgido
una sustancia activa valiosa, la psilocybina. Sin esta
ayuda, quizás, o muy probablemente, este saber antiquísimo
y las experiencias ocultas en estas prácticas
secretas habrían desaparecido en la civilización occidental
sin dejar rastros ni dar frutos al progreso que
iba penetrando.
Desde otro punto de mira, la conducta de esta
curandera puede considerarse una profanación de
usos y costumbres sagradas, incluso una traición.
Una parte de sus compatriotas tuvo esa opinión, lo
cual se tradujo en acciones de venganza y, como
decíamos, en el incendio de su choza.
La profanación del culto de las setas no se detuvo
en la investigación científica. Las publicaciones
sobre las setas mágicas produjeron una invasión
de hippies y drogadictos al país de los mazatecas.
Muchos extranjeros se comportaron muy mal y algunos
incluso de forma criminal. Otra consecuencia desagradable
fue el surgimiento de un verdadero turismo
a Huautla de Jiménez, con lo cual se destruyó
en gran medida el carácter original y primitivo del
pueblo.
Estas comprobaciones y consideraciones rigen para
la mayoría de las investigaciones etnográficas. Dondequiera
que los investigadores y científicos busquen
y esclarezcan los restos cada vez más escasos de antiguos
usos y costumbres, se pierde su originalidad.
Esta pérdida se ve únicamente compensada hasta
cierto punto, cuando el resultado de la investigación
constituye una ganancia cultural duradera.
De Huautla de Jiménez fuimos primero en un
161
viaje en camión sumamente peligroso a Teotitlan,
por un camino parcialmente desmoronado. De allí
seguimos a Ciudad de Méjico en un cómodo viaje en
automóvil. Así llegamos al punto de partida de nuestra
expedición, en la que perdí algunos kilogramos
de peso, pero gané experiencias y conocimientos imponderables.
La determinación botánica de las muestras de hojas
de la Pastora en el Instituto Botánico de la Universidad
de Harvard en Cambridge (Estados Unidos),
llevada a cabo por Carl Epling y Carlos D. Játiva
dio por resultado que se trataba de una variedad
no descrita hasta entonces de la especie salvia ,
y que estos autores denominaron salvia divinorum.
La investigación química del jugo exprimido de la
salvia mágica en el laboratorio de Basilea no tuvo
éxito. El principio psicoactivo de esta droga parece
ser una sustancia poco estable, pues al probar el
jugo, que habíamos traído de Méjico conservado en
alcohol, en un autoensayo, ya no produjo ningún
efecto.
En la que respecta a la naturaleza química de
las sustancias activas, el problema de la planta mágica
Ska María Pastora aún aguarda su solución.
162
11
La irradiación de Ernst Jünger
En este libro he descrito hasta ahora sobre todo
mi trabajo científico y hechos conectados con mi actividad
laboral. Sin embargo, la naturaleza misma de
este trabajo tuvo repercusiones en mi propia vida y
seguramente también en mi personalidad, tal vez
porque me relacionó con contemporáneos interesantes
e importantes. He mencionado ya a algunos de
ellos: Timothy Leary, Rudolf Gelpke, Gordon Wasson.
En las páginas siguientes quiero abandonar la
discreción del científico y narrar encuentros que devinieron
significativos para mí y me impulsaron al
dominio de los problemas que me planteaban las
sustancias por mí descubiertas.
Primeros contactos con Ernst Jünger
«Irradiación» es un término que expresa muy bien
la manera en que influyeron en mí la obra literaria
y la personalidad de Ernst Jünger. A través de su
modo de mirar, que capta estereoscópicamente la
superficie y la profundidad de las cosas, el mundo
adquirió para mí un brillo nuevo y translúcido. Esto
163
ocurrió mucho tiempo antes del descubrimiento del
LSD, y antes de que, en conexión con drogas alucinógenas,
me relacionara personalmente con este autor.
Desde hace cuarenta años releo una y otra vez el
libro de Jünger Das abendeuerliche Herz. * en su primera
y segunda versión. Aquí se me descubrió la
belleza y magia de la prosa de Jünger: descripciones
de flores, sueños, paseos solitarios, pensamientos sobre
el azar, la suerte, los colores y otros temas que
guardan una relación inmediata con nuestra vida personal.
En cada página se volvía visible lo maravilloso
de la creación y se tocaba lo único e imperecedero
que hay en cada ser humano, a través de la
descripción precisa de la superficie y el traslucir de
las profundidades. Ningún otro poeta me ha abierto
tanto los ojos.
También se hablaba de drogas en Das abenteuerliche
Herz. Pero pasaron muchos años antes que, después
del descubrimiento de los efectos psíquicos del
LSD, comenzara a interesarme especialmente por este
tema.
Mi relación epistolar con Ernst Jünger tampoco
nació bajo el signo de las drogas, sino que le escribí
una vez como lector agradecido para su cumpleaños.
Bottmingen, 29 de marzo de 1947
Estimado Sr. Jünger:
Desde hace muchos años me considero ricamente
obsequiado por usted. Por eso le quería
enviar hoy para su cumpleaños un pote de miel.
Pero esta alegría no me fue posible, porque mi
pedido de exportación ha sido rechazado en
Berna.
El envío no estaba pensado como un saludo
* El corazón aventurero.
164
de un país en el que todavía manan leche y miel,
sino más bien como resonancia a las frases mágicas
de su libro Auf den Marmorklippen. * en las
que se habla de las «zumbadoras doradas»...
El libro aquí mencionado se publicó en 1939, poco
antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial.
Auf den Marmorklippen no sólo es una obra maestra
de la prosa alemana; también es significativa
porque allí la figura del tirano y los horrores de la
guerra y de las noches de bombardeos se anticipan
en poética visión.
En el curso de nuestra correspondencia Ernst
Jünger también se informó sobre mis trabajos relativos
al LSD, de los que se había enterado gracias
a un amigo. Le envié entonces las publicaciones correspondientes,
a las que se refirió con el comentario
siguiente:
Kirchhorst, 3–3–1948
... junto con los dos textos sobre su nuevo phantasticum.
De verdad parece haber ingresado usted
allí en campos en los que se esconde más
de un misterio.
Su envío llegó junto con una nueva traducción
de las Confesiones de un comedor de opio.
El autor me escribe que lo motivó la lectura de
Das abenteuerliche Herz.
En lo que a mí respecta, he tenido los estudios
prácticos hace tiempo. Se trata de experimentos
en los que, tarde o temprano, se ingresa
en ámbitos bastante peligrosos y uno puede estar
contento si sale más o menos bien librado.
Lo que me ocupaba sobre todo era la rela-
* En los picos mamóreos.
165
ción de estas sustancias con la producción. Pero
hice la experiencia de que el trabajo creador
exige una conciencia despierta, y que ésta se
debilita cuando está bajo el influjo de las drogas.
La concepción es, en cambio, significativa,
y se alcanzan penetraciones que de otro modo
no deben de ser posibles. Entre estas penetraciones
sitúo también el bello estudio que Maupassant
escribió sobre el éter. Dicho sea de paso,
también con fiebre he tenido la impresión de que
se descubren nuevos paisajes y nuevos archipiélagos,
una música nueva que se vuelve totalmente
evidente cuando aparece la «aduana».4 Para la
descripción geográfica, en cambio, hay que estar
plenamente consciente. Lo que para el artista es
la producción, es la curación para el médico.
Por eso también debe de bastarle que ingrese
algunas veces en los ámbitos, atravesando el
papel pintado, que nuestros sentidos han tejido.
De paso, creo percibir en nuestra época no tanto
una tendencia a los phantastica que a los
energetica, entre los que se halla el pervitin, que
incluso los ejércitos entregaron a sus aviadores
y a otros combatientes. A mi juicio el té es un
phantasticum, el café un energeticum... por eso,
el té posee un rango de sensibilidad artística incomparablemente
mayor. Con el café me doy
cuenta de que destruye la tenue red de luz y sombras,
las dudas fructíferas que se presentan mientras
se escribe una oración. Uno aplasta sus inhibiciones.
Con el té, por el contrario, los pensamientos
se van engarzando de modo genuino.
En cuanto a mis «estudios», tenía un manuscrito
al respecto, pero lo he quemado. Mis excur-
4. «An der Zollstation» (En la aduana), título de una sección
de Das abeuteuerliche Herz (El corazón aventurero), 2° edición.
166
siones finalizaron en el hashish, que lleva a estados
muy agradables, pero también a estados maníacos,
a la tiranía oriental...
Poco después, por una carta de Ernst Jünger, me
enteré de que en su novela Heliópolis, en la que estaba
trabajando, había insertado una digresión sobre
drogas. Sobre un investigador de drogas que aparecía
allí, Jünger me escribió:
... Entre las excursiones a los mundos geográficos
y metafísicos que intento describir allí,
hay también la de un hombre netamente sedentario,
quien explora los archipiélagos allende los
mares recorridos, usando como medio de transporte
las drogas. Doy extractos de sus diarios de
navegación. Desde luego, no puedo permitir que
este Colón del globo interno termine bien... muere
intoxicado. Avis au lecteur.*
El libro, que se publicó al año siguiente, lleva el
subtítulo de Ojeada retrospectiva de una ciudad, una
ciudad del futuro, en el que la tecnología y las armas
del presente estaban aun más desarrolladas en sentido
mágico, y en la que tienen lugar luchas por el
poder entre un tecnócrata demoníaco y una fuerza
conservadora. En la figura de Antonio Peri, Jünger
describe al citado investigador de las drogas, quien
moraba en el casco antiguo de la ciudad de Heliópolis.
... Cazaba sueños, como otros cazan mariposas
con redes. Los domingos y días festivos no viajaba
a las islas ni visitaba las tabernas en la
playa de Pagos. Se encerraba en su gabinete para
167
* Advertencia al lector. (En francés en el original.)
relizar sus excursiones a las regiones oníricas.
Decía que todos los países e islas desconocidas
estaban entretejidas en el papel pintado. Las drogas
le servían de llave para ingresar en las cámaras
y cuevas de este mundo. Con el correr de
los años había obtenido grandes conocimientos,
y llevaba también un diario de navegación sobre
sus viajes. En este gabinete había también una
pequeña biblioteca; los libros eran herbarios e
informes medicinales, pero también obras de poetas
y magos. Antonio solía leerlos mientras se
desarrollaba el efecto de las drogas... En el universo
de su cerebro emprendía viajes de descubrimientos...
En el centro de esta biblioteca, saqueada por los
sicarios del gobernador al detener a Antonio Peri,
estaban
... los grandes animadores del siglo XIX: de Quincey,
E. Th. A. Hoffmann, Poe y Baudelaire. Pero
otros llevaban más atrás, a herbarios, escritos
de magia negra y demonologías del mundo medieval.
Se agrupaban alrededor de los nombres
de San Alberto Magno, Ramon Llull y Agrippa
ab Nettesheym... Al lado se encontraba el infolio
de Wierus De Praestigiis Daemonum y las muy
extrañas compilaciones del médico Wekkerus,
editadas en Basilea en 1582...
En otra parte de su colección, Antonio Peri parecía
haber fijado su vista sobre todo
en antiguas farmacologías, libros de recetas y de
medicamentos, y haber ido a la caza de separatas
de revistas y anales. Se encontraron, entre
otros, un antiguo mamotreto de psicólogos de
Heidelberg sobre el extracto del botón de mescal,
168
y un trabajo de Hofmann–Bottmingen sobre los
phantastica del cornezuelo de centeno...
El mismo año en que se publicó Heliópolis conocí
a su autor personalmente.
El primer viaje
Dos años después, a principios de febrero de 1951,
se produjo la gran aventura, una experiencia de LSD
con Ernst Jünger. Como en ese momento sólo había
informes sobre experimentos con LSD en conexión con
problemas psiquiátricos, este ensayo me interesaba
sobremanera, porque aquí se ofrecía la oportunidad
de observar los efectos del LSD, en un marco no médico,
en un hombre dotado de una gran sensibilidad
artística. Eso fue aún antes de que Aldous Huxley
comenzara a experimentar desde la misma perspectiva
con la mescalina, sobre lo cual informó posteriormente
en sus libros The Doors of Perception («Las
puertas de la percepción») y Heaven and Hell («El
Cielo y el Infierno).
Para que en caso de necesidad pudiéramos gozar
de asistencia médica, le pedí a mi amigo, el médico
y farmacólogo profesor Heribert Konzett, que participara
en nuestra empresa. El ensayo tuvo lugar a las
diez de la mañana en la sala de nuestra casa en Bottmingen.
Como no podía preverse la reacción de una
persona tan sensible como Ernst Jünger, para este
primer ensayo se eligió precautoriamente una dosis
baja, de sólo 0,05 miligramos. El experimento no condujo,
en consecuencia, a grandes profundidades.
La fase inicial se caracterizó por la intensificación
de las vivencias estéticas. Unas rosas rojo–violetas
adquirieron una luminosidad insospechada y relumbraron
con un brillo significativo. El concierto para
flauta y arpa de Mozart fue sentido en su belleza
169
supraterrenal como música celestial. Con sorpresa compartida
observamos los velos de humo que ascendían
con la facilidad de pensamientos de un palillo
de incienso japonés. Cuando la embriaguez se profundizó
y cesó la conversación, llegamos a ensoñaciones
fantásticas mientras seguíamos sentados en
nuestros sillones con los ojos cerrados. Jünger gozó
del policromatismo de cuadros orientales; yo estaba
de viaje con tribus beréberes de África del Norte, vi
caravanas de colores y oasis frondosos. Konzett, cuyos
rasgos me parecían transfigurados a lo Buda,
vivía un hábito de intemporalidad, la liberación del
pasado y el futuro y la felicidad de un pleno seraquí–
y–ahora.
El regreso de la situación de conciencia alterada
se vio acompañada de una fuerte sensación de frío.
Viajeros con frío, nos envolvimos en mantas para
aterrizar. La llegada al ser familiar fue celebrada
con una buena cena, en la que el vino borgoña corrió
en abundancia.
Esta excursión se caracterizó por la comunidad y
el paralelismo de lo vivido, cosa que sentimos como
muy feliz. Los tres nos habíamos acercado a la puerta
de la experiencia mística del ser; pero no llegó a
abrirse. La dosis había sido demasiado pequeña. Desconocedor
de este motivo, Ernst Jünger, quien con
mescalina en dosis altas había llegado a experiencias
mucho más profundas, me observó: «Comparado con
el tigre mescalina, su LSD no es más que un gatito».
Después de experimentos con dosis elevadas de LSD
se retractó de este juicio.
Jünger elaboró literariamente el mencionado espectáculo
de los «palitos de incienso» en su narración
Besuch auf Godenholm.* en la que intervienen experiencias
profundas de la embriaguez de las drogas:
* Una rosita a Godenholm.
170
... Como solía hacerlo para purificar el aire,
Schwartzenberg quemaba una varilla de incienso.
Un hilo azul se elevaba desde el borde del
candelero. Moltner lo miró primero con sorpresa,
luego con deleite, como si le hubiera tocado
en suerte un nuevo poder visual. En este poder
se descubría los juegos de este humo aromático,
que se elevaba en un tallo delgado, y luego se
ramificaba en una tenue copa. Era como si lo
hubiera creado su imaginación... Un pálido tejido
de lirio marino en profundidades que apenas
temblaban con los golpes de la rompiente.
El tiempo era activo en esa formación: la había
estriado, arremolinado, caracolado, como si monedas
imaginadas fueran apilándose de prisa. La
multiplicidad del espacio se revelaba en la estructura
fibrosa, en los nervios que tensaban el hilo
en número ingente y se desplegaban en las alturas.
Ahora una brisa tocaba la visión y la giraba
ágilmente alrededor de un eje, como una bailarina.
Moltner lanzó un grito de sorpresa. Los rayos
y las rejas de la flor mágica convergían hacia
nuevas llanuras, en nuevos campos. Miríadas de
moléculas se doblegaban ante la armonía. Aquí
las leyes no se cumplían ya bajo el velo de la
aparición; la tela era tan sutil e ingrávida, que
la reflejaba abierta. Cuan fácil y compulsivo era
todo esto. Los números, pesos y medidas sobresalían
de la materia. Se despojaron de sus vestimentas.
Ni una diosa podía manifestarse más
osada y libremente al iniciado. Las pirámides,
con su gravedad, no alcanzaban esta revelación.
Este brillo era pitagórico...
171
Ningún espectáculo lo había tocado jamás con
semejante hechizo...
Esta vivencia en el ámbito estético, como se la
describe aquí en el ejemplo de la contemplación del
velo de humo azul, es típica de la fase inicial de la
embriaguez de LSD, antes que surjan modificaciones
más profundas de la conciencia.
En los años siguientes solía visitar a Ernst Jünger
en Wilflingen, a donde se había trasladado de Ravensburgo,
o nos encontrábamos en Suiza, en mi casa en
Bottmingen (cerca de Basilea) o en Bündnerland. La
común experiencia de LSD había estrechado nuestras
relaciones. En conversaciones y en nuestra correspondencia
las drogas y sus problemas anejos eran el
tema principal, sin que de momento volviéramos a
los experimentos prácticos.
Intercambiamos bibliografía sobre drogas. Así,
Jünger me dejó para mi biblioteca sobre drogas la
monografía rara y valiosa del Dr. Ernst barón de Bibra,
«Die Narkotischen Genussmittel und der Mensch»
(«Los estimulantes narcóticos y el hombre»), impresa
en Nuremberg en 1855. Este libro es una obra pionera
y clásica de la literatura sobre drogas, una
fuente de primer orden, sobre todo en lo que se
refiere a la historia de las drogas. Lo que Bibra reúne
bajo la denominación de «estimulantes narcóticos
», no son sólo sustancias como el opio y el estramonio,
sino también el café, el tabaco, el kath, que
no se incluyen en el concepto actual de «narcóticos»,
igual que las drogas coca, oronja falsa y hashish,
también descritas por este autor.
Son notables y tan actuales como entonces las
consideraciones generales sobre las drogas formuladas
por Bibra hace más de cien años:
... El individuo aislado que ha tomado demasiado
hashish y ahora corre enfurecido por las
calles asaltando a cualquiera con quien se encuentre,
no cuenta frente al gran número de los
172
que, después de comer, pasan unas horas felices
y agradables con una dosis prudente, y el número
de los que son capaces de superar las más duras
tareas gracias a la coca, los que así, quizá, se
han salvado de la muerte por inanición, supera
con mucho el número de los pocos coqueros que
han socavado su salud con un uso inmoderado.
Del mismo modo sólo una mal aplicada hipocresía
puede condenar la copa quitapenas del viejo
padre Noé, porque algunos borrachos no sepan
medirse...
Yo a Jünger le contaba siempre cosas actuales y
amenas en el terreno de las drogas, como por ejemplo
en mi carta de septiembre de 1955:
... La semana pasada han llegado los primeros
200 g de una nueva droga cuya investigación
quiero iniciar. Se trata de las semillas de una
mimosa (Piptadenia peregrina Benth.), que los indios
del Orinoco utilizan como estimulante. Las
semillas se trituran, se fermentan y luego se mezclan
con la harina de conchas de caracoles quemados.
Los indios aspiran este polvo con un hueso
de pájaro hueco y ahorquillado, como ya lo
relata Alexander von Humboldt (Viaje a las regiones
equinocciales del Nuevo Continente, libro 8,
capítulo 24). Sobre todo la tribu guerrera de los
otomacos emplea esta droga llamada niopo, yupa,
nopo o cojoba, hasta el día de hoy en gran escala.
En la monografía de P. J. Gumilla, S. J., (El Orinoco
Ilustrado, 1741), se dice: «Los otomacos
aspiraban el polvo antes de entrar en guerra con
los caribes, pues en tiempos antiguos hubo guerras
salvajes entre estas tribus... Esta droga los
enloquecía por completo, y empuñan furiosos las
armas. Y si las mujeres no fueran tan hábiles
173
para retenerlos y atarlos, a diario cometerían terribles
destrozos. Es un vicio terrible... Otras
tribus, de buen natural y más pacíficas, que también
aspiran la yupa, no se enfurecen como los
otomacos, quienes por esta droga se autolaceraban
hasta sangrar y marchaban frenéticos al combate
».
Tengo curiosidad por saber cómo actuaría el
niopo sobre uno de nosotros. Si alguna vez pudiéramos
organizar una sesión de niopo, de ningún
modo deberíamos alejar a nuestras esposas
como en la ensoñación preprimaveral (me refiero
a la sesión de LSD de febrero de 1951), para que,
llegado el caso, puedan atarnos...
El análisis químico de esta droga llevó a aislar
sustancias activas que, como los alcaloides del cornezuelo
de centeno y la psilocybina, pertenecen al grupo
de los alcaloides del indol, pero que ya estaban descritas
en la bibliografía especializada, por lo cual no
siguieron analizándose en los laboratorios Sandoz. Los
efectos fantásticos arriba reseñados parecen darse sólo
cuando se utiliza el niopo aspirándolo; además dependen,
sin duda, del carácter psíquico de las tribus
indias en cuestión.
Problemática de las drogas
En el siguiente intercambio epistolar se trataron
problemas fundamentales de las drogas.
Bottmingen, 16–XII–1961
Por una parte tendría muchas ganas de seguir
investigando personalmente la aplicación de
las sustancias activas alucinógenas como drogas
174
mágicas en otros ámbitos, además de realizar su
estudio científico, químico–farmacológico...
Por otra parte debo confesar que me ocupa
mucho la cuestión principal de si el empleo de
este tipo de drogas, es decir, de sustancias que
tienen efectos tan profundos, no constituye de por
sí un cruce de frontera ilícito. Mientras se ofrezca
a nuestras vivencias, mediante alguna sustancia
o método, sólo algún aspecto nuevo y adicional
de la realidad, seguramente nada cabe objetar
a tales medios; al contrario, pues el vivenciar
y conocer más facetas de la realidad nos la vuelve
más real. Pero se plantea la cuestión de si las
drogas puestas aquí en tela de juicio y que tienen
efectos muy profundos efectivamente sólo nos
abren una ventana adicional a nuestros sentidos
y sensaciones, o si el propio observador, su naturaleza
más íntima, sufren alteraciones. Esto último
significaría que se altera algo que a mi juicio
debería quedar siempre ileso. Mi insistencia se
refiere a la cuestión de si nuestra naturaleza más
íntima es verdaderamente inatacable y no puede
ser lesionada por lo que ocurra en sus cáscaras
materiales, físico–químicas, biológicas y psíquicas...
o si la materia bajo la forma de estas drogas
desarrolla una potencia que puede atacar el
centro espiritual de la personalidad, la mismidad.
Ello se podría explicar con que la acción de
las drogas mágicas tenga lugar en una superficie
límite, en la que la materia se continúa en el
espíritu y viceversa, y con que estas sustancias
mágicas sean ellas mismas puntos de fractura
en el reino infinito de lo material, en los que la
profundidad de la materia, su parentesco con
el espíritu, se revelen de un modo especialmente
evidente. Esto podría expresarse con la siguiente
variación de una conocida poesía de Goethe:
175
Si la cualidad del ojo no fuera la del sol,
el sol jamás podría verlo;
si en la materia no estuviera la fuerza del espíritu,
¿cómo podría la materia enajenar el espíritu?
Esto correspondería a puntos de fractura que
forman las sustancias radiactivas en el sistema
periódico de los elementos, en los que el tránsito
de la materia a la energía se vuelve manifiesto.
Por cierto, también en el aprovechamiento de la
energía atómica se plantea la cuestión de un cruce
ilícito de frontera.
Otro razonamiento que me intranquiliza es
el que se refiere al libre albedrío en relación
con la influenciabilidad de las más elevadas funciones
mentales por trazas de una sustancia.
Las sustancias activas altamente psicotrópicas,
como el LSD y la psilocybina, tienen en su
estructura química un parentesco muy estrecho
con sustancias que existen en el cuerpo, que se
presentan en el sistema nervioso central y cumplen
un papel importante en la regulación de sus
funciones. Es dable pensar, por tanto, que por
alguna perturbación en el metabolismo se forme,
en vez de la neurohormona normal, algún
compuesto del tipo del LSD o de la psilocybina,
que pueda modificar y determinar el carácter de
la personalidad, su visión del mundo y su actuar.
Una traza de una sustancia, cuya formación o
no–formación no podemos determinar con nuestra
voluntad, puede forjar nuestro destino. Tales
consideraciones bioquímicas podrían haber llevado
a la frase que Gottfried Benn cita en su
ensayo Provoziertes Leben («Vida Provocada»):
¡Dios es una sustancia, una droga!
A la inversa es un hecho demostrado que los
pensamientos y sentimientos hacen que en nues-
176
tro organismo se formen o se liberen sustancias
como la adrenalina, que a su vez determinan las
funciones del sistema nervioso. Puede suponerse,
por consiguiente, que nuestro organismo material
puede verse influenciado y formado por nuestro
espíritu del mismo modo que nuestro quimismo
lo hace con nuestra naturaleza espiritual.
Cuál es el factor primario, supongo que podrá
resolverse tan pronto como el problema de quién
fue primero, el huevo o la gallina.
Pese a mi intranquilidad respecto de los peligros
principales que entraña la aplicación de
sustancias alucinógenas, he proseguido la investigación
de los principios activos de la enredadera
mágica mejicana sobre la que alguna vez
le escribí brevemente. En las semillas de esta
planta que los antiguos aztecas denominaban
ololiuqui hemos encontrado sustancias activas
que son derivados del ácido lisérgico muy emparentados
con el LSD. Fue un hallazgo casi increíble.
Desde siempre me han entusiasmado las enredaderas.
Fueron las primeras flores que cultivé
yo mismo en mi jardincito cuando niño.
Hace poco leí en un escrito de D. T. Suzuki
sobre «El Zen y la cultura del Japón», que allí
la enredadera tiene un papel muy importante entre
los amantes de las flores, en la literatura y
en el arte. Su breve esplendor le ha servido de
rico estímulo a la fantasía japonesa. Suzuki cita,
entre otros, un terceto de la poetisa Chiyo (1702–
1775), que una mañana fue a buscar agua en la
casa de sus vecinos, porque...
Mi tina está apresada
por una enredadera,
por eso pido agua.
177
La enredadera muestra, pues, ambos caminos
posibles de cómo influir en el ser de espíritu
y cuerpo llamado hombre: en Méjico despliega
sus efectos químicos como droga mágica,
y en el Japón actúa desde el plano espiritual a
través de la belleza de sus cálices.
Jünger me contestó el 27 de diciembre de 1961:
... le agradezco su extensa carta del 16 de diciembre.
He meditado sobre la cuestión central
y seguramente me ocuparé en ella con motivo
de la revisión de An der Zeitmauer.* Allí insinué
que tanto en el terreno de la física cuanto en el
de la biología estamos comenzando a desarrollar
procedimientos que ya no pueden tomarse como
progresos en el sentido tradicional, pues intervienen
en la evolución y van más allá del desarrollo
de la especie. Sin embargo, vuelvo el guante
al suponer que es una nueva era de la Tierra
la que comienza a actuar sobre la evolución de
los tipos. Nuestra ciencia, con sus teorías e inventos,
no es, por tanto, la causa, sino una de
las consecuencias de la evolución. Han sido tocados
simultáneamente los animales, las plantas,
la atmósfera y la superficie del planeta. No recorremos
puntos de un segmento, sino una línea...
De todos modos, el riesgo que usted señala es
digno de considerarse. Pero existe en toda la línea
de nuestra existencia. El denominador común
aparece a veces aquí, otras allí.
Al mencionar la radiactividad usted emplea
la expresión «punto de fractura». Los puntos de
fractura no son sólo yacimientos, sino también
discontinuidades. Comparada con el efecto de las
* En el muro del tiempo.
178
radiaciones, la acción de las drogas mágicas es
más genuina y mucho menos grave. Trasciende
lo humano, pero de manera clásica. Gurdjeff ha
visto algunas cuestiones al respecto. El vino ya
ha modificado numerosas cosas, ha conducido a
nuevos dioses y a una nueva humanidad. Pero
el vino guarda con estas drogas la misma relación
que la física clásica con la moderna. Estas
cosas sólo deberían probarse en círculos restringidos.
No puedo adherirme al pensamiento de
Huxley de que aquí se podría dar a las masas
posibilidades de trascendencia. Pues no se trata
de ficciones consoladoras, sino de realidades, si
tomamos la cuestión en serio. Y para ello bastan
pocos contactos para colocar vías y cables.
Esto trasciende incluso la teología y pertenece al
capítulo de la teogonía, en cuanto pertenece necesariamente
al ingreso en una nueva casa en
sentido astrológico. Por ahora nos podemos contentar
con esta conclusión, y sobre todo deberíamos
ser cuidadosos con las denominaciones.
También le agradezco mucho la bonita fotografía
de la enredadera azul. Parece ser la misma
que cultivo año tras año en mi jardín. No
sabía que posee poderes específicos; pero eso
seguramente ocurre con todas las plantas. En la
mayoría de ellas no conocemos la clave. Además,
debe de haber un punto central, a partir
del cual se vuelvan significativas no sólo el quimismo,
la estructura, el color, sino todas las
propiedades...
Experimentos con psilocybina
179
Estas discusiones teóricas sobre las drogas mágicas
se completaron con experiencias prácticas. Una
de ellas, que sirvió para comparar el LSD con la psilocybina,
tuvo lugar en la primavera de 1962. La ocasión
propicia se presentó en la casa de los Jünger,
en la antigua superintendencia de montes y plantíos
del castillo de Stauffenberg en Wilflingen. En este
simposio de setas participaron también mis ya mencionados
amigos Konzett y Gelpke.
En las antiguas crónicas se describe que los aztecas
bebían chocolatl antes de comer el teonanacatl.
Del mismo modo y para animarnos, la señora Liselotte
Jünger nos sirvió chocolate caliente. Luego abandonó
a los cuatro hombres a su suerte.
Nos hallábamos en un cuarto aristocrático con un
techo de madera oscura, una estufa de cerámica blanca
y muebles de estilo. En las paredes había viejos
grabados franceses, y un hermoso ramo de tulipanes
engalanaba la mesa. Jünger vestía un traje largo, amplio,
a rayas azules y semejante a un caftán, que había
traído de Egipto; Konzett ostentaba un vestido mandarín
con bordaduras de colores; Gelpke y yo nos habíamos
puesto batas de casa. Lo cotidiano debía quedar
de lado también en las exterioridades.
Tomamos la droga poco antes de la puesta de sol,
no las setas, sino su principio activo, veinte miligramos
de psilocybina por persona. Ello equivalía a unas
dos terceras partes de la dosis muy fuerte que solía
ingerir la curandera María Sabina en forma de setas.
Una hora después yo todavía no sentía ningún efecto,
mientras que mis colegas ya habían iniciado un
vigoroso viaje a la profundidad. Tenía la esperanza
de que pudiera revivir en la embriaguez de las setas
ciertas imágenes de mi niñez que me han quedado en
la memoria como experiencias dichosas: el prado con
margaritas, levemente onduladas por el viento de comienzos
del verano, el rosal en la hora del crepúsculo
después de la tormenta, los gladiolos azules sobre el
muro de la viña. En vez de estas imágenes hermosas
180
de los paisajes terruñeros aparecieron unas escenas
muy extrañas cuando las setas finalmente comenzaron a
actuar. Semiadormecido me hundí más y atravesé ciudades
abandonadas con carácter mejicano y una belleza
exótica pero muerta. Asustado intenté aferrarme a la
superficie y concentrarme despierto en el mundo exterior,
en el entorno. Lo lograba de a ratos. Luego vi a
Jünger paseando por el cuarto; era un gigante, un
mago poderoso y enorme. Konzelt en su bata de seda
brillante me parecía un peligroso payaso chino. También
Gelpke me resultaba siniestro, alto, delgado, enigmático.
Más me hundía en la embriaguez, más extraño se
volvía todo. Yo mismo me resultaba extraño. Inquietante,
frío, sin sentido, yermo: así era cada sitio que
atravesaba, sumergido en una luz muerta cuando cerraba
los ojos. Vaciado de sentido, fantasmagórico,
me parecía el entorno cuando los abría e intentaba
aferrarme al mundo exterior. El vacío total amenazaba
arrastrarme a la nada absoluta. Recuerdo que cuando
Gelpke pasó al lado de mi sillón, me así de su
brazo para no hundirme en la oscura nada. Tuve un
miedo mortal y una añoranza infinita de regresar a
la realidad del mundo de los hombres. Por fin fui retornando
lentamente al cuarto. Vi y oí disertar ininterrumpidamente
al gran mago con una voz clara y
potente, sobre Schopenhauer, Kant, Hegel y la vieja
Gea, la madrecita. También Konzett y Gelpke habían
vuelto hacía tiempo totalmente a la tierra, en la que
ahora lograba reasentarme a duras penas.
Para mí este ingreso en el mundo de las setas había
sido una prueba, una confrontación con un mundo
muerto y con el vacío. El ensayo no había seguido el
curso esperado. Pero también el encuentro con la
nada es beneficioso. Luego resulta tanto más maravilloso
el hecho de que exista la creación.
Ya era después de medianoche cuando nos senta-
181
mos a la mesa que había puesto la señora de Jünger
en el piso de arriba. Celebramos el regreso con una
excelente cena y música de Mozart. La charla sobre
nuestras experiencias duró hasta la madrugada.
En 1970 se publicó el libro Annäherungen, Drogen
und Rausch («Acercamientos, drogas y embriaguez»)
de Ernst Jünger en la Editorial Ernst Klett de Stuttgart.
En su capítulo «Un simposio con setas», Jünger
describió sus experiencias de aquella noche. He aquí
un extracto:
Como de costumbre, transcurrió media hora
o un poco más en silencio. Luego se presentaron
los primeros síntomas: las flores en la mesa comenzaron
a relumbrar y a desprender relámpagos.
Había terminado la jornada; afuera se estaba
barriendo la calle, como todos los fines de
semana. El barrido penetraba lacerante en el
silencio. Este rascar y barrer, a veces también
un arañar, alborotar y martillar, tiene motivos
casuales y es a la vez sintomático como uno de
los signos que anuncian una enfermedad. También
tiene siempre un papel en la historia de los
exorcismos...
Ahora comenzó a actuar la seta; el ramo primaveral
brillaba más intensamente, esa no era
una luz natural. En los rincones se movían sombras,
como si buscaran una forma. Me sentí oprimido
y tuve frío, pese al calor que irradiaban los
azulejos. Me acosté en el sofá y me eché la manta
sobre la cara. Todo era piel y era tocado, también
la retina: allí el contacto se convertía en
luz. Esta luz era polícroma; se ordenaba en cordeles
que se balanceaban suavemente, y en hilos
de abalorios de entradas orientales. Forman puertas,
como las que se atraviesan en los sueños,
cortinas de la lujuria y el peligro. El viento las
182
mueve como un vestido. También se caen de los
cintos de las bailarinas, se abren y se cierran al
compás de sus caderas, y de las perlas manan
tonos sutilísimos hacia los sentidos aguzados. El
tintineo de los aros de plata en los grillos y muñecas
es ya demasiado fuerte. Hay olor a transpiración,
a sangre, a tabaco, a orines cortadas,
a aceite de rosas barato. Quién sabe qué estarán
haciendo en los corrales.
Debió de haber sido un enorme palacio mauritano,
un lugar malo. Con este salón de baile se
conectaban cuartos laterales, series de habitaciones
que llegan hasta el subsuelo. Y por todas
partes las cortinas con su centelleo, su relumbrar...
brillo radiactivo. El goteo de instrumentos
de vidrio con su seducción, su requiebro sensual:
«¿Quieres, niño majo, venir conmigo?». Ya
terminaba, ya recomenzaba, más confianzudo, insistente,
casi seguro de la aprobación.
Ahora venían cosas modeladas: collages históricos,
la voz humana, el cantar del cucú. ¿Era
la puta de Santa Lucía, la que colgaba sus pechos
por la ventana? Luego la paga había desaparecido
como por arte de birlibirloque. Salomé
danzaba; el collar de ámbar chisporroteaba y al
balancearse erigía los pezones. ¿Hay algo que no
se haga por su Juan? Maldito sea, eso era una
obscenidad que no provenía de mí; había atravesado
la cortina.
Las serpientes estaban llenas de heces, apenas
vivas reptaban perezosas por los felpudos.
Estaban tachonadas de añicos de brillante. Otras
asomaban del cielorraso con ojos rojos y verdes.
Todo rielaba y chispeaba como minúsculas hoces
filosas. Luego el silencio, y una nueva oferta,
más impertinente. Me tenían en sus manos. «Entonces
nos comprendíamos de inmediato.»
183
Madame atravesó la cortina; estaba ocupada;
pasó a mi lado sin mirarme. Vi las botas con
los tacones rojos. Unas ligas ataban los gordos
muslos en la mitad; la carne colgaba por encima.
Los pechos inmensos, el delta oscuro del
Amazonas, papagayos, pirañas, piedras semipreciosas
por doquier.
Ahora ella entraba a la cocina, ¿o había más
sótanos aquí? Ya no podía distinguirse el brillar
y el murmurar, el susurrar y el rielar; era como
si se concentrara, con gran júbilo, expectante.
Hacía un calor insufrible; quité la manta. La
habitación estaba apenas iluminada; el farmacólogo
estaba de pie junto a la ventana, con una
bata blanca de mandarín, que hace poco me había
servido en Rottweil en el baile de carnaval.
El orientalista estaba sentado al lado de la estufa
de cerámica; suspiraba como si tuviera pesadillas.
Me daba cuenta: había sido una hornada,
y pronto volvería a comenzar. El tiempo todavía
no estaba cumplido. A la madrecita la había
visto anteriormente. Pero también los excrementos
son tierra y, como el oro, se cuenta entre
las metamorfosis. Con eso hay que contentarse,
mientras no se salga del acercamiento.
Esas fueron las setas. El grano oscuro que
brota de la era encierra más luz, y más aún el
verde zumo de los suculentos en las ardientes
pendientes de Méjico...
El viaje había salido mal... quizá debía probar
más setas. Pero ya volvía el murmurar y cuchichear,
los relámpagos y destellos. El hombre
arrastraba el pescado detrás de sí. Una vez dado
el motivo, se registra como en el cilindro: la
nueva hornada, el nuevo giro repite la melodía.
El juego no abandona la mala racha.
184
No sé cuántas veces se repitió, ni quiero desarrollarlo.
Hay cosas que uno prefiere guardarse
para sí. De todos modos había pasado la medianoche...
Subimos; estaba puesta la mesa. Los sentidos
todavía estaban aguzados y abiertos: «Las puertas
de la percepción». El vino rojo de la jarra
derramaba luz, y un anillo de espuma se rompía
contra el borde. Escuchamos un concierto para
flauta. Los demás no habían tenido más suerte.
«Qué agradable, volver a estar entre los hombres.
» Así se expresó Albert Hoffmann...
El orientalista, en cambio, había estado en
Samarcanda, donde Timur descansa en el ataúd
de nefrita. Había seguido al cortejo triunfal a
través de ciudades cuyo regalo de bodas a la
entrada era una caldera llena de ojos. Allí había
estado parado largo tiempo ante una de las pirámides
de calaveras erigidas para atemorizar al
pueblo, y en la masa de cabezas cortadas había
reconocido también la suya, que tenía incrustaciones
de piedras.
El farmacólogo señaló: «Ahora comprendo
por qué estaba usted sentado en el sillón sin su
cabeza; ya me sorprendía; no puedo haberme
equivocado». Me pregunto si no debiera tachar
este detalle, porque cumple con los requisitos
de los cuentos de aparecidos.
A los cuatro, la sustancia de las setas no nos había
llevado a alturas luminosas, sino a regiones subterráneas.
Parece que en la mayoría de los casos la
embriaguez de psilocybina tiene un carácter más tétrico
que la de LSD. La influencia que ejercen estas
sustancias activas sin duda varían de persona en persona.
En mi caso hubo más luz en los experimentos
con LSD que en los ensayos con la seta, como lo
185
apunta también Ernst Jünger para su caso en el informe
citado.
Otra experiencia con LSD
La siguiente y última irrupción en el cosmos interior
en compañía de Ernst Jünger, esta vez de nuevo
con LSD, nos alejó mucho de la conciencia cotidiana.
Se convirtió en una «aproximación» significativa
a la última puerta. Según Ernst Jünger, ésta
sólo se nos abrirá en el Gran Tránsito de la vida a
las regiones del más allá.
Este último ensayo común tuvo nuevamente por
escenario la superintendencia de bosques de Wilflingen
en febrero de 1970. Esta vez sólo estábamos él
y yo. Jünger tomó 0,5, y yo 0,10 miligramos de LSD.
Luego publicó el «diario de navegación», las notas
que tomó durante el experimento, sin comentario en
Annäherungen. Son escasas e, igual que las mías, le
dicen muy poco al lector.
El ensayo duró desde la mañana, después del desayuno,
hasta el anochecer. El concierto para flauta
y arpa de Mozart, que siempre me hace muy feliz y
que resonó al comienzo del ensayo, esta vez lo viví
extrañamente como «el mero girar de figuras de porcelana
». Luego la embriaguez condujo rápidamente
a simas silenciosas. Cuando quise describirle a Jünger
las desconcertantes modificaciones que había experimentado
mi conciencia, no logré avanzar más de
dos o tres palabras, por lo falsas e inadecuadas a la
vivencia que me parecían. Sentí que provenían de
un mundo infinitamente lejano que se había vuelto
extraño, por lo cual renuncié a mi propósito sonriendo
sin esperanzas. Evidentemente, a Jünger le sucedía
lo mismo; pero no necesitábamos del lenguaje;
bastaba una mirada para obtener un entendimiento
186
sin palabras. Sin embargo, pude vertir en el papel
algunos fragmentos de oraciones. Muy al comienzo:
«nuestra barca se mueve mucho». Luego, al contemplar
los libros de lujosa encuadernación en la biblioteca:
«como el oro rojo empuja de dentro hacia
fuera — transpirando áureo resplandor». Afuera comenzaba
a nevar. En la calle pasaban niños con
máscaras y carros de carnaval tirados por tractores.
Al mirar a través de la ventana al jardín, en el que
había copos de nieve, sobre el alto muro de circunvalación
aparecieron máscaras de colores embutidas
en un tono azul que daba una dicha infinita: «un
jardín de Breughel — vivo con y en las cosas». Más
tarde: «Este tiempo — no hay conexión con el mundo
vivido». Hacia el final, el reconocimiento consolador:
«Hasta ahora, confirmado en mi camino». Esta
vez, el LSD había llevado a una aproximación feliz.
187
12
Encuentro con Aldous Huxley
Hacia mediados de la década de los cincuenta se
publicaron dos libros de Aldous Huxley, The Doors
of Perception («Las puertas de la percepción») y
Heaven and Hell («Cielo e Infierno»), en los que se
ocupa sobre todo en el estado de embriaguez provocado
por las drogas alucinógenas. Allí se describen
magistralmente los cambios en las percepciones
sensoriales y en la conciencia, que el autor experimentó
en un autoensayo con mescalina. Para Huxley
el experimento con mescalina se convirtió en una
experiencia visionaria. Vio las cosas desde otro punto
de mira: le revelaron su ser propio e intemporal,
que queda oculto a la mirada cotidiana.
Ambos libros contienen consideraciones fundamentales
sobre la naturaleza de la experiencia visionaria
y la importancia de este tipo de captación del mundo
en la historia de la cultura, en la formación de los
mitos y de las religiones en el proceso artístico–creador.
Huxley ve el valor de las drogas alucinógenas
en el hecho de que permiten que personas que no
posean el don de la contemplación visionaria espontánea,
propia de los místicos, los santos y los grandes
artistas, puedan experimentar ellos mismos estos
extraordinarios estados de la conciencia. Esto, opina
189
Huxley, llevaría a una comprensión más profunda
de los contenidos religiosos o místicos y a una experiencia
novedosa de las grandes obras de arte. Estas
drogas son para él las llaves que permiten abrir nuevas
puertas de la percepción, llaves químicas que
coexisten con otros «abridores de puertas» consagrados
pero más laboriosos, como la meditación, el
aislamiento y el ayuno, o como ciertos ejercicios de
yoga.
En aquel entonces yo ya conocía la obra anterior
de este importante escritor. Dicho sea de paso, ya
en su novela ficción Brave New World, publicada
en 1932, cumplía un papel importante una droga psicotrópica
que coloca a las personas en un estado
eufórico y a la que llama «soma». En los dos nuevos
escritos del autor hallé una interpretación significativa
de la experiencia inducida por drogas y obtuve
así una introspección más profunda de mis propios
ensayos con LSD.
Por eso me vi agradablemente sorprendido al recibir
en una mañana de agosto de 1961 en el laboratorio
una llamada telefónica de Aldous Huxley. Estaba
de paso en Zurich con su esposa. Nos invitó a mí
y a mi esposa para un lunch en el Hotel Sonnenberg.
Un gentleman, con una fresia amarilla en el ojal,
un personaje alto, noble, que irradiaba bondad —así
lo recuerdo en nuestro primer encuentro—. La conversación
giró sobre todo en torno al problema de
las drogas mágicas. Tanto Huxley como su esposa,
Laura Huxley Archera, habían tenido experiencias con
LSD y con psilocybina. Huxley habría preferido no
llamar «drogas» (drugs.) a estas sustancias y a la mescalina,
porque en el uso lingüístico inglés, igual que
en el alemán, la palabra «droga» está desacreditada
y porque era importante diferenciar también en el
terreno de la lengua a este tipo de sustancias activas
de las otras drogas. Creía que en la actual fase del
190
desarrollo de la humanidad, a los agentes que producen
una experiencia visionaria les cabe una gran importancia.
No le parecía que tuvieran mucho sentido
los ensayos en condiciones de laboratorio, porque, con
la receptividad y sensibilidad tan aumentada para las
impresiones externas, el ambiente tendría una importancia
decisiva. Al hablar de la tierra natal de mi esposa,
la zona montañosa de Bündner, le recomendó
ingerir LSD en una pradera de los Alpes y mirar luego
dentro del cáliz azul de una genciana para contemplar
allí el milagro de la creación.
Al despedirnos, Huxley me dejó como recuerdo
una copia en cinta de su conferencia «Visionary Experience
.», que había dado una semana antes en un congreso
internacional para psicología aplicada en Copenhague.
En esta conferencia habló sobre la naturaleza
y la significación de la experiencia visionaria,
contraponiendo este tipo de visión del mundo a la
captación verbal e intelectual de la realidad como su
complemento necesario.
Al año siguiente se publicó un nuevo libro de Aldous
Huxley, el último, la novela Island. En ella se
narra el intento de fusionar en la utópica isla de Pala
las conquistas de las ciencias naturales y de la civilización
técnica con la sabiduría oriental en una nueva
cultura, en la que razón y mística estén unidas
fructíferamente. En la vida de la población de Pala
tiene un papel importante una droga mágica que se
obtiene de una seta, la medicina moksha (=.redención,
liberación). Su aplicación se limita a etapas decisivas
de la vida. Los jóvenes de Pala la reciben en
los ritos iniciáticos; se la dan al héroe de la novela
en una crisis vital en el marco de una conversación
psicoterapéutica con una persona anímicamente cercana
a él; y a un moribundo le alivia el abandono del
cuerpo terrenal y el tránsito al otro ser.
En nuestra conversación en Zurich, Huxley me
191
había dicho que volvería a tratar el problema de las
drogas psicodélicas en su nueva novela. Ahora me envió
un ejemplar de Island con la siguiente dedicatoria
manuscrita: «Al Dr. Albert Hofmann, descubridor
de la medicina moksha, de Aldous Huxley».
Las esperanzas puestas por Aldous Huxley en las
drogas psicodélicas como auxiliar para provocar experiencias
visionarias, y lo que habría que hacer con
éstas en la vida cotidiana, se desprende de su carta
del 29 de febrero de 1962, en la que me escribía...
... I have good hopes that this and similar
work will result in the development of a real
Natural History of visionary experience, in all
its variations, determined by differences of physique,
temperament and profession, and at the
same time of a technique of «Applied Mysticims»
— a technique for helping individuals to get
the most out of their trascendental experience
and to make use of the insights from the «Other
World». (Meister Eckhart wrote that «What is
taken in by contemplation must be given out in
love».) Essentially this is what must be developed
— the art of givin out in love and intelligence
what is taken in from vision and the experience
of self–transcendence and solidaritty with the
Universe...5
5. Tengo la esperanza de que éste y otros trabajos similares
den como resultado el desarrollo de una verdadera Historia Natural
de la experiencia visionaria, en todas sus variaciones, determinada
por diferencias físicas, de temperamento y profesión, y al
mismo tiempo, una técnica de «misticismo aplicado» —una técnica
para ayudar a los individuos a obtener lo mejor de sus experiencias
trascendentales y a aprovechar el uso de las visiones del
«Otro Mundo» en los asuntos de «Este Mundo» (Meister Eckhart
escribió «lo que se obtiene en la contemplación debe ser devuelto
en el amor»). Esto es, en esencia, lo que debe desarrollarse —el
arte de dar en amor e inteligencia lo que se obtiene de la visión y
la experiencia de la auto–trascendencia y la solidaridad con el
Universo...
192
A fines del verano de 1963 me vi varias veces con
Aldous Huxley en el congreso anual de la Academia
Mundial de Artes y Ciencias (WAAS) en Estocolmo.
Eran sus propuestas y aportes a la discusión en las
sesiones de la academia los que, por forma y contenido,
marcaron el curso de las tratativas.
El plan de fundación de la WAAS era hacer elaborar
problemas mundiales por los especialistas más
competentes en una asociación independiente de posturas
ideológicas y religiosas desde un punto de vista
supranacional, universal, y poner a disposición de los
gobiernos responsables y de los organismos ejecutores
los resultados, propuestas e ideas bajo la forma
de publicaciones adecuadas.
El congreso anterior al de 1965 se había ocupado
en la explosión demográfica y el agotamiento de las
reservas de materias primas y recursos alimentarios
de la Tierra. Las investigaciones y propuestas correspondientes
se compendiaron en el volumen II de la
WAAS bajo el título de The Population Crisis and the
Use of World Resources.* Una década antes de que el
control de la natalidad, la protección del medio ambiente
y la crisis energética se convirtieran en tópicos,
en la WAAS se señalaron estos problemas mundiales
y se proporcionaron propuestas de solución
a los poderosos de esta Tierra. La evolución catastrófica
en los campos mencionados revela la discrepancia
trágica entre el reconocer, el querer y el poder.
En el congreso de Estocolmo Aldous Huxley propuso,
como continuación y completación del tema
World Resources (recursos mundiales), atacar el problema
de los Human Resources (recursos humanos),
la investigación y exploración de las capacidades ocultas
y desaprovechadas del ser humano. Una humanidad
con capacidades mentales más desarrolladas, con
* La crisis de la población y el uso de los recursos mundiales.
193
una conciencia más amplia de los milagros inasibles
del ser, debería poder reconocer y observar mejor
las bases biológicas y materiales de su existencia en
esta Tierra. Por eso —decía Huxley— tendría una
gran importancia en la evolución el desarrollar la
capacidad de experimentar la realidad de manera
directa, sin las distorsiones que producen las palabras
y los conceptos, a través de los sentimientos,
sobre todo en el nombre occidental con su racionalismo
hipertrofiado. Entre otros, Huxley consideraba
que las drogas psicodélicas podrían ser un auxiliar
para la educación en este sentido. El psiquiatra doctor
Humphry Osmond, quien también participaba en
el congreso y había acuñado el término psychedelic
(=.que despliega el alma), lo apoyó con un informe
sobre las posibilidades de una aplicación adecuada
de las drogas psicodélicas.
El congreso de Estocolmo fue mi último encuentro
con Aldous Huxley. Su aspecto ya estaba marcado
por su grave enfermedad, pero su irradiación espiritual
seguía inalterada.
Aldous Huxley murió el 22 de noviembre del mismo
año, el día que fue asesinado el presidente Kennedy.
La señora Laura Huxley me envió una copia de
su carta a Julian y Juliette Huxley, en la que informaba
a su cuñado y a su cuñada sobre el último día
de su esposo. Los médicos le habían anticipado un
final dramático, porque en el cáncer de las vías respiratorias
que Huxley padecía, la fase final suele conllevar
espasmos y sofocos. Pero él falleció tranquilo.
194
A la mañana, cuando estaba ya tan débil que no
podía hablar, había escrito en un papel: «LSD —
inténtalo — intramuscular — 100 mmg». La señora
de Huxley entendió a qué se refería y le practicó ella
misma la inyección, haciendo caso omiso de los escrúpulos
del médico presente... le dio la medicina
moksha.
13
Correspondencia con el médico–poeta
Walter Vogt
Entre los contactos personales que le debo al LSD
se encuentra también mi amistad con el médico, psiquiatra
y escritor Dr. Walter Vogt. Como lo mostrará
el siguiente extracto de nuestro intercambio epistolar,
no eran tanto los aspectos medicinales del LSD
que le interesaban al médico, sino más bien los efectos
psicológicos profundos y modificaciones de la conciencia
que ocupaban al poeta, los que constituían
el tema de nuestra correspondencia.
Muri/Berna, 22–11–70
Querido y apreciado señor Hofmann:
Esta noche he soñado que una familia amiga
me había invitado a tomar el té en una confitería
en Roma. Esta familia conocía también al
papa, quien estaba sentado con nosotros a la
misma mesa tomando el té. Estaba vestido todo
de blanco y tenía asimismo una mitra blanca.
Estaba sentado en paz y callaba.
Y de pronto se me ocurrió enviarle mi Vogel
195
auf den Tisch («Pájaro en la mesa») —como tarjeta
de visita, si le parece—, un libro que ha
quedado un poco apócrifo, de lo cual, réflexion
faite ,* ni siquiera me lamento, pese a que el
traductor italiano esté convencido de que es mi
mejor libro (por cierto, el papa también es italiano.
So it goes ...**).
Tal vez le interese la obrita. La escribió en
1966 un autor que entonces no tenía la menor
experiencia con sustancias psicodélicas, y que no
comprendía los informes sobre experimentos médicos
con estas drogas. Esto último apenas se ha
modificado, sólo que la incomprensión tiene ahora
otro origen.
Supongo que su descubrimiento ocasiona un
hiato en mi obra (qué gran palabra), no precisamente
una Saulus–to–Paulus Conversion, como
dice Roland Fischer... a saber: lo que escribo
se vuelve más realista o en todo caso, menos
expresivo. De cualquier forma no habría logrado
sin, el cool realismo de mi pieza de TV Spiele
der Macht («Juegos del poder»). Así lo atestiguan
las distintas versiones, si es que siguen tiradas
en algún sitio.
Si tuviera interés y tiempo para un encuentro,
me gustaría mucho encontrarme alguna vez con
usted para conversar.
..............
W .V.
Burg i. L., 28-11-70
Querido señor Vogt:
El hecho de que el pájaro que vino volando
a mi mesa, haya encontrado el camino hasta
* Pensándolo bien. (En francés en el original.)
** Así va... (En inglés en el original.)
196
aquí, se lo debo una vez más al poder mágico
del LSD, en última instancia. Pronto podría escribir
un libro sobre todas las consecuencias que
me acarreó aquel experimento de 1943.
A. H.
13–3–71
Querido señor Hofmann:
Incluyo una crítica de las Annäherungen de
Jünger, publicada en el diario; presumo que le
interesará...
.............
También a mí me parece que alucinar–soñar–
escribir se oponen cada cual a la conciencia diurna
y son funciones complementarias entre sí.
Claro que puedo hablar únicamente de mí a ese
respecto. En otras personas puede ser diferente;
es bastante difícil hablar con otros sobre estas
cosas, porque en realidad a menudo se hablan
idiomas distintos...
...Dado que usted colecciona autógrafos y me
brinda el honor de incluir una de mis cartas en
su colección, le adjunto el manuscrito de mi
«testamento» en el que juega un papel su descubrimiento,
«el único invento alegre del siglo XX»...
W .V.
el último testamento del dr. walter vogt de 1969
no quiero un entierro especial
sólo muchas orquídeas caras y obscenas
innúmeros pajarillos con nombres de colores
no danzas desnudas
pero
vestidos psicodélicos
197
altavoces en todas las esquinas y
nada más que el último disco de los beatles1
cienmilmillones de veces
y
do what you like.2
en una cinta sinfín
y nada más
que un cristo popular con una
aureola de oro legítimo
y un querido cortejo fúnebre
que se llene de ácido3
till they go to heaven.4
one two three four five six seven
quizás nos encontremos allí
Dedicado cordialmente al
Dr. Albert Hofmann, en
el comienzo de la primavera
de 1971.
29–3–71
Querido señor Vogt:
Usted me ha agraciado nuevamente con una
bella carta y con un autógrafo espléndido, el
testamento de 1969...
............
Unos sueños muy extraños de estas últimas
semanas me motivan a examinar una conexión
entre la composición (química) de la cena y la
calidad de los sueños. Al fin y al cabo, el LSD
también es algo que se come...
A. H.
1. Abbey Road.
2. «Blind Faith».
3. Ácido = LSD.
4. De «Abbey Road», lado 2.
198
4–5–71
Querido señor Hofmann:
.............
La cuestión del LSD parece avanzar. Ahora
queremos constituir en el policlínico un «grupo
de autoexperimentación», sin ambiciosos programas
de investigación, lo cual me parece muy
prudente...
.............
Espero que el año que viene pueda tomarme
medio año, entre el policlínico, para dedicarlo
íntegramente a la literatura. A toda costa debería
escribir mis obras principales, sobre todo una
cosa más larga en prosa, de la que tengo unos
vagos perfiles... En ella su descubrimiento tendrá
un papel importante...
.............
W .V.
5–9–71
Querido señor Hofmann:
Durante el fin de semana a orillas del lago
Murten6 pensé a menudo en usted —radiantes
días otoñales— ayer sábado, con una tableta de
aspirina (por cefalea o gripe débil) sufrí un flashback
muy extraño, como con mescalina (que tuve
una única vez, y muy poca)...
He leído un divertido escrito de Wasson sobre
hongos: divide a la gente en micófila y micófoba...
En el bosque de su región debe de haber
ahora bonitas oronjas falsas. ¿No deberíamos
intentar?...
W .V.
6. Aquel domingo yo (A. H.) estaba volando en el globo de mi
amigo E. I., quien me había llevado como pasajero, por encima
del lago Murten.
199
7–9–71
Querido señor Hofmann:
Debo escribirle brevemente, qué hice debajo
de su globo en el puentecillo soleado: por fin
escribí unas notas sobre nuestra visita en Villarssur–
Olons (en casa del Dr. Leary); luego cruzó
el lago una barca de hippies, de fabricación casera,
como de una película de Fellini. La dibujé
y encima pinté su globo...
W .V.
15–4–72
Querido señor Vogt:
Su obra en la TV, Spiele der Macht, me ha
impresionado sobremanera...
Lo felicito por esta pieza excelente, que lleva
a la conciencia ciertos daños psíquicos; es decir
que, a su manera, también es «ampliadora de
la conciencia», con lo cual puede resultar terapéutica
en un sentido más elevado, igual que
la tragedia antigua.
A. H.
19–5–73
Querido señor Vogt:
He leído ya tres veces su prédica de lego, la
descripción e interpretación de su trip del Sinaí...7
d
7. Walter Vogt: Mein Sinai–Trip. Eine Laienpredigt (Mi trip
del Sinaí. Una prédica del lego). Editorial der Arche, Zürich, 1972.
Este escrito contiene el texto de una prédica de lego, que W. V. dio
el 14 de noviembre de 1971 por invitación del pastor Christoph
Mohl en la iglesia protestante de Vaduz (Liechtenstein), en el marco
de una serie de prédicas de escritores; la acompaña un epílogo del
autor y del pastor que lo había invitado.
Se trata de la descripción e interpretación de una experiencia
estático–religiosa provocada por LSD, que el autor quiere «colocar
en una analogía lejana, superficial, si se quiere, del gran trip del Sinaí
200
¿Verdad que era un trip de LSD...? Ha sido un
acto de valentía elegir como tema de una prédica,
aunque fuera una prédica de lego, un acontecimiento
tan sospechoso como lo es una experiencia
de drogas.
Sin embargo, en el fondo las cuestiones que
plantean las drogas alucinógenas pertenecen a
la Iglesia, en primer lugar a la Iglesia, pues son
drogas sagradas (el peyotl , el teonanacatl , el ololiuqui,
con los que el LSD guarda un estrechísimo
parentesco químico–estructural y de modo de
acción).
Estoy completamente de acuerdo con lo que
dice en la introducción respecto de la actual religiosidad
eclesiástica. Los tres estados de la conciencia
(el estado despierto de un trabajo y un
cumplimiento del deber ininterrumpidos, la embriaguez
alcohólica, el sueño), la distinción entre
las dos fases de la embriaguez psicodélica (la
primera fase, la cima del trip, en la que se vive
en dominios cósmicos, o en la sumersión en el
propio cuerpo, dentro del cual está todo lo que
existe; y la segunda fase, que puede designarse
la fase de una comprensión más elevada de los
símbolos), y la referencia a lo abierto del estado
de conciencia causado por alucinógenos... todas
éstas son observaciones de fundamental importancia
para juzgar la embriaguez provocada por
los alucinógenos.
La adquisición principal que obtuve con mis
experimentos de LSD en el terreno de los conocimientos
fue la vivencia del entrelazamiento indisoluble
de lo físico y lo psíquico. «Cristo en
de Moisés». No es sólo la «atmósfera de patriarcas» que trasuntan
estas descripciones, sino referencias más profundas, que deben
leerse más bien entre líneas, las que constituyen esta lejana analogía.
201
la materia» (Theilhard de Chardin). ¿También
usted ha llegado sólo a través de sus experiencias
con drogas a la conclusión de que debemos
descender «en la carne que somos» para las nuevas
profecías?
Una crítica a su prédica: usted hace decir a
Timothy Leary la «experiencia más profunda que
existe: “el reino de los cielos está dentro de ti”».
Esta oración, citada sin indicar la prioridad,
podría interpretarse como si no se conociera una
o, mejor dicho, la verdad central del cristianismo.
Una de sus observaciones que merece ser universalmente
tomada en cuenta es la de que «no
hay una experiencia religiosa no–estática»...
El próximo lunes a la noche me entrevistarán
en la televisión suiza (sobre el LSD y las drogas
mágicas mejicanas, en el programa «De primera
mano»). Estoy curioso por saber qué tipo de
preguntas harán los señores...
A. H.
24–5–73
Querido señor Hofmann:
..............
Desde luego que se trataba de LSD — sólo
que no quería escribirlo con todas las letras, en
realidad no sé muy bien por qué... El hecho de
que presente al buen Leary, que entretanto me
parece un poco pasado de droga, como testigo
principal, sólo puede explicarse por el momento
del discurso o prédica...
Debo reconocer que efectivamente fue sólo
el LSD el que me llevó a la conclusión de que
debemos descender «a la carne que somos» —
aún la estoy masticando, tal vez incluso me llegó
«demasiado tarde», pese a que comparto cada
202
vez más su opinión de que el LSD debería ser
tabú para los jóvenes (tabú, no prohibido, esa es
la diferencia...).
..............
La frase que le gusta, «no hay una experiencia
religiosa no–estática», parece no haber gustado
tanto a otros, por ejemplo a mi (casi único)
amigo literario y pastor–lírico Kurt Marti... Pero
de todos modos no estamos de acuerdo en casi
nada, y sin embargo, cuando nos llamamos de
vez en cuando y concertamos pequeñas acciones,
debemos de ser la más pequeña mini–mafia de
Suiza...
W .V.
13–4–74
Querido señor Vogt:
Anoche hemos seguido con viva atención su
pieza de TV Pilatus vor dem schweigenden Christus
(«Pilato ante el Cristo silente»).
... como representación de la relación originaria
hombre/Dios: el hombre, que se presenta
ante Dios con sus preguntas más difíciles y al
final tiene que contestarlas él mismo, porque
Dios calla. No las contesta con palabras. Las
respuestas están contenidas en el libro de su
creación (a la que pertenece el propio hombre
interrogante). Las verdaderas ciencias naturales
= desciframiento de este texto.
A. H.
11–5–74
Querido señor Hofmann:
.............
... En el entresueño he compuesto un «poema»;
creo que enviárselo es una frescura que puedo
203
permitirme. Primero se lo quise mandar a Leary,
pero this would make no sense. *
Leary encarcelado
Gelpke muerto
Curas en asilos
¿Es ésta su psicodélica
revolución?
¿Habíamos tomado en
serio algo
con que sólo se debe jugar
o
al contrario...?
W .V.
Esta pregunta en la poesía de Vogt —¿habíamos
tomado en serio algo con que sólo debe jugarse, o al
contrario?— resume en una fórmula escueta y eficaz
la ambivalencia fundamental de los que nos ocupamos
en drogas psicotrópicas.
* Esto no tendrá sentido. (En inglés en el original.)
204
14
Visitas de todo el mundo
Las múltiples irradiaciones del LSD me pusieron
en contacto con las más diversas personas y los más
variados grupos. En el terreno científico fueron colegas,
químicos, además de farmacólogos, médicos,
micólogos, con los que me encontré en universidades,
congresos, conferencias, o con los que me relacioné
a través de publicaciones. En el campo literario–
filosófico se produjeron contactos con escritores;
sobre las relaciones más significativas para mí
en este respecto he escrito en los capítulos anteriores.
El LSD también me llevó a una colorida serie
de encuentros personales con figuras del mundo de
las drogas y círculos hippies , que quiero describir
aquí brevemente.
La mayor parte de estos visitantes provenían de
los Estados Unidos. En general se trataba de jóvenes,
a menudo en viaje al Lejano Oriente, a la búsqueda
de sabiduría oriental o de un gurú; o esperaban conseguir
allí las drogas con más facilidad. Su destino
solía ser también Praga, porque entonces se podía
conseguir allí con facilidad LSD de buena calidad.
Una vez que estaban en Europa querían aprovechar
la oportunidad para conocer al «padre del LSD»,
«el nombre del famoso trip de LSD en bicicleta».
205
Pero tuve también visitas con intenciones más serias.
Querían informar sobre sus propias experiencias con
LSD y discutir en la fuente, por así decirlo, sobre
su sentido o su importancia. Raras veces el verdadero
fin de su visita se reveló como la intención de
conseguir LSD; este deseo solían formularlo en los
términos de que les gustaría experimentar alguna
vez con la sustancia pura sin lugar a dudas, con el
LSD original.
También llegaban visitas de Suiza y otros países
europeos; eran de carácter muy diverso y formulaban
los más variados deseos. En los últimos tiempos
estos encuentros son menos frecuentes, lo que puede
tener que ver con el paso del LSD a un segundo plano
en el mundo de las drogas. Cada vez que me fue
posible he recibido a tales visitas o concurrido a una
cita establecida. Lo he considerado un deber que
surgió para mí a partir de mi papel en la historia
del LSD y he intentado ayudar esclareciendo y aconsejando.
A veces no se llegaba a una verdadera conversación.
Por ejemplo con un joven que llegó un día con
su motocicleta. Era tan tímido que no me quedó
clara la intención de su visita. Me miraba fijamente,
como preguntándose: el hombre que ha descubierto
algo tan impresionante como el LSD, ¿puede tener
un aspecto tan común y corriente? Con él, igual que
con otros visitantes parecidos, tuve la sensación de
que en mi presencia se resolviera de algún modo
el enigma del LSD.
De un carácter muy distinto fueron encuentros
como con un joven de Toronto. Me invitó a comer
a un restaurante exclusivo. Tenía un aspecto imponente;
era alto, delgado, comerciante, dueño de una
importante empresa industrial en Canadá, un espíritu
brillante. Me agradeció la creación del LSD, que
según él le había dado a su vida otra orientación:
206
había sido un businessman cien por cien, totalmente
materialista; el LSD le había abierto los ojos para
los dominios espirituales de la vida, había despertado
su sentido del arte, de la literatura y de la filosofía,
y desde entonces se ocupaba intensivamente en
cuestiones religiosas y metafísicas. Ahora quería hacer
acceder a su joven mujer a la experiencia del
LSD en un marco adecuado y esperaba también en
ella una mudanza bienhechora similar.
Menos profundos, pero liberadores y afortunados
fueron los efectos de experimentos con LSD sobre
los que me informó un joven danés con mucho humor
y fantasía. Venía de California, donde había
sido doméstico en casa de Henry Miller en Big Sur.
Se marchó a Francia con el plan de comprar allí
una casa campestre semi–destruida que quería arreglar
(era carpintero). Le pedí que me consiguiera un
autógrafo de su antiguo empleador para mi colección
y, efectivamente, después de un tiempo obtuve un
escrito original —en ambos sentidos— de Henry
Miller.
Me visitó una mujer joven para contarme sus
experiencias con LSD, que habían sido muy importantes
para su evolución interior. Siendo una teenager
superficial, dedicada a la diversión y de la que
los padres se preocupaban poco, comenzó a tomar
LSD por curiosidad y sed de aventuras. Durante tres
años emprendió muchos viajes con LSD. Éstos la
llevaron a una profundización extraña hasta para
ella misma. Comenzó a buscar el sentido más profundo
de su existencia, el cual, según decía, finalmente
se le reveló. Luego reconoció que el LSD no
podía hacerla avanzar más, y pudo dejar la droga
de lado sin dificultades ni un gran esfuerzo de voluntad.
Ahora estaba en condiciones de seguir moldeándose
sin auxiliares artificiales. Era ahora una
persona feliz e íntimamente consolidada.
207
Esta joven me contó su historia porque suponía
que a menudo era atacado por personas que sólo
veían unilateralmente los daños que el LSD ocasiona
a veces entre los jóvenes. El motivo inmediato de
su visita había sido una conversación escuchada por
casualidad en un viaje en tren. Un hombre hablaba
mal de mí porque lo sublevaba la manera en que yo
había tomado posición ante el problema del LSD en
un reportaje periodístico. A su juicio, debería de
haber rechazado de plano el LSD como obra del
diablo y reconocer públicamente mi culpa.
Nunca he visto directamente a personas con un
delirio de LSD que hubieran justificado una condena
tan apasionada. Tales casos, que debían atribuirse
a un consumo de LSD en condiciones irresponsables,
a sobredosis o a una disposición psicótica, en general
terminaban en la clínica o en la estación de policía.
Siempre se les brindaba una gran publicidad.
Una visita que recuerdo como ejemplo de consecuencias
trágicas del LSD fue la de una joven americana.
Fue durante la pausa de mediodía que solía
pasar en mi oficina estrictamente enclaustrado, sin
visitas y con la secretaría cerrada. De pronto alguien
golpeó discreta pero insistentemente mi puerta, hasta
que por fin la abrí. Apenas daba crédito a mis
ojos: delante de mí había una joven hermosa, rubia,
de grandes ojos azules, con un largo vestido hippie,
una cinta en la frente y sandalias. «Soy Jane, vengo
de Nueva York. ¿Es usted el Dr. Hofmann?» Un poco
desconcertado le pregunté cómo había logrado atravesar
los dos controles, a la entrada del área de
fábrica y la portería, porque a las visitas sólo se
las dejaba entrar después de una consulta telefónica,
y esta hija de las flores debería haber llamado
especialmente la atención. I am an angel and can
pass everywhere (soy un ángel y puedo pasar por
cualquier parte). Venía con una misión elevada, me
208
explicó después. Tenía que salvar a su país, a los
Estados Unidos, indicándole el camino correcto en
primer lugar al presidente (entonces L. B. Johnson).
Eso sólo podía ocurrir motivándolo a ingerir LSD.
Así se le ocurrirían las ideas adecuadas para sacar
al país de la guerra y de las dificultades internas.
Ella había acudido a mí para que le ayudara a realizar
su misión de darle LSD al presidente. Su nombre
—Jane— Juana, ya lo decía: era la Juana de Arco
de los Estados Unidos. No sé si pudieron convencerla
mis argumentos, formulados con toda consideración
por su celo sagrado, de por qué su plan, por
causas psicológicas y técnicas, internas y externas,
no tenía ninguna posibilidad de éxito. Se marchó
decepcionada y triste. Unos días después me llamó
por teléfono. Me pidió que le ayudara, porque sus
recursos económicos estaban agotados. La llevé a la
casa de un amigo en Zurich, donde podía vivir y conseguir
un trabajo. Jane era maestra y además pianista
de bar y cantante. Durante un tiempo tocó y cantó
en un restaurante elegante de Zurich. Los comensales
burgueses no deben de haber tenido idea de qué
clase de ángel estaba sentado al piano con un vestido
negro de noche y los animaba con una música sensitiva
y una voz dulce y sensual. Muy pocos deben de
haber prestado atención a la letra de los songs.; en
su mayor parte eran canciones hippies, y en algunas
se alababan ocultamente las drogas. La tournée de
Zurich no duró mucho tiempo; unas pocas semanas
después mi amigo me informó que Jane había desaparecido
súbitamente. Tres meses más tarde recibió
un saludo en una postal desde Israel. Allí habían internado
a Jane en una clínica psiquiátrica.
209
Para finalizar quiero relatar un encuentro en el
que el LSD sólo cumplió un papel indirecto. La señorita
H. S., secretaria de dirección en un hospital, me
pidió una entrevista personal por escrito. Vino a la
hora del té. Explicó su visita con que había encontrado
en un informe sobre una experiencia con LSD
la descripción de un estado que había vivido siendo
una joven, y que seguía intranquilizándola; pensaba
que tal vez podría ayudarle a comprender aquella
experiencia.
Había participado como aprendiza comercial en
una excursión de la empresa. Pernoctaron en un hotel
en la montaña. H. S. se despertó muy temprano y
abandonó sola la casa para contemplar la salida
del sol.
Cuando las montañas comenzaron a relumbrar
en el mar de rayos, la atravesó una sensación de
dicha desconocida, que aún duraba al encontrarse
con los demás participantes de la excursión en la
capilla para el servicio religioso matutino. Durante
la misa todo se le apareció con un brillo supraterrenal,
y la sensación de dicha creció tanto, que tuvo
que llorar en alta voz. La llevaron al hotel y la trataron
como a una enferma de los nervios.
Esta experiencia determinó en gran medida su
vida posterior. La misma H. S. temía no ser del todo
normal. Por una parte tenía miedo de lo que le habían
explicado como depresión nerviosa y por otra
añoraba una repetición de aquel estado. Internamente
escindida, llevaba una vida inestable. Consciente
o inconscientemente buscaba en sus frecuentes cambios
de puesto de trabajo y en relaciones personales
poco duraderas aquella feliz contemplación del mundo,
que le había proporcionado tanta dicha una vez.
Pude calmar a mi visitante; lo que había vivido
entonces no había sido un proceso psicopatológico
ni una depresión nerviosa. Lo que muchas personas
tratan de alcanzar mediante el LSD: la contemplación
visionaria de una realidad más profunda, le había
sido concedido espontáneamente como gracia. Le recomendé
el libro de Aldous Huxley La filosofía eter-
210
na, en el que se recogen testimonios de una visión
iluminada de todos los tiempos y culturas. Huxley
escribe que no sólo los místicos y los santos, sino
también muchas más personas de lo que habitualmente
se supone, experimentan tales instantes de
dicha, pero que la mayoría de ellas no reconoce su
significación y los reprimen porque no caben en el
mundo de la razón cotidiana, en vez de considerarlos
como lo que son, momentos providenciales.
211
15
LSD: vivencias y realidad
Un hombre, en la vida,
¿qué más puede ganar
si se le revela
Dios–Naturaleza?
(GOETHE)
A menudo se me pregunta qué es lo que más me
ha impresionado en mis experimentos con LSD, y si
a través de estas experiencias he llegado a nuevos
conocimientos.
Distintas realidades
Lo más importante fue para mí el reconocimiento,
confirmado por todos mis experimentos con LSD,
que lo que de común se denomina «realidad», incluida
la realidad de la propia persona, de ningún
modo es algo fijo, sino algo de múltiple significación,
y que no existe una realidad, sino varias; cada una de
ellas encierra una distinta conciencia del yo.
A esta conclusión también puede llegarse a través
de consideraciones científicas. El problema de
213
la realidad es y ha sido desde siempre una demanda
capital de la filosofía. Pero es una diferencia fundamental
la de si uno se enfrenta con este problema
racionalmente, con el método de pensamiento de la
filosofía, o si se impone emocionalmente a través
de una experiencia existencial. El primer ensayo con
LSD fue tan estremecedor y atemorizador, porque
se disolvieron la realidad cotidiana y el yo que la
experimentaba, que hasta ahora había tomado por
los únicos verdaderos, y un yo extraño vivía una realidad
extraña, distinta. También surgió la pregunta
por ese yo superior, que, intocado por estas modificaciones
exteriores e interiores, lograba registrar
esta otra realidad.
La realidad es impensable sin un sujeto que la
experimente, sin un yo. Es el producto del mundo
exterior, del «emisor» y de un «receptor», de un yo
en cuya mismidad más íntima se vuelven conscientes
las irradiaciones del mundo exterior registradas
por las antenas de los órganos sensoriales. Si falta
uno de los polos no se concreta ninguna realidad,
no resuena música de radio, la pantalla queda vacía.
Si se entiende la realidad como el producto del
emisor y el receptor, se puede explicar el ingreso a
otra realidad bajo el influjo del LSD diciendo que
el cerebro, sede del receptor, es modificada bioquímicamente.
Con ello el receptor es sintonizado en
otra longitud de ondas que la que corresponde a la
realidad cotidiana. Como a la infinita variedad y versatilidad
de la creación corresponden infinitas longitudes
de onda distintas, según la sintonía del receptor
pueden ingresar infinitas realidades distintas
—que incluyen el yo correspondiente— en la conciencia.
Estas realidades o, mejor dicho, estos diversos
estratos de la realidad no son mutuamente
excluyentes; son complementarios y juntos forman
una parte de la realidad universal, intemporal, tras-
214
cendente en la que también está inscrito el núcleo
inatacable de la conciencia del yo que registra las
modificaciones del propio yo.
En la capacidad de sintonizar el receptor «yo»
en otras longitudes de onda y así provocar modificaciones
en la conciencia de realidad reside la verdadera
significación del LSD y de los alucinógenos con
él emparentados. Esta capacidad de hacer surgir nuevas
imágenes de la realidad, esta potencia verdaderamente
cosmogónica, vuelve también comprensible
la adoración y el culto de las plantas alucinógenas
como drogas sagradas.
¿En qué reside la diferencia esencial y característica
entre la realidad cotidiana y las imágenes del
mundo experimentables en la embriaguez de LSD?
En el estado normal de la conciencia, en la realidad
cotidiana, el yo y el mundo exterior están separados;
uno se enfrenta al mundo exterior; éste se ha
convertido en objeto. En la embriaguez de LSD desaparecen
en mayor o menor medida, las fronteras
entre el yo que experimenta y el mundo exterior,
según la profundidad de la embriaguez. Tiene lugar
un acoplamiento regenerativo entre el emisor y el
receptor. Una parte del yo pasa al mundo exterior,
a las cosas; éstas comienzan a vivir, adquieren un
sentido distinto, más profundo. Ello puede sentirse
como una transformación feliz, pero también como
un cambio demoníaco, que conlleva una pérdida del
yo familiar e infunde terror. En el caso feliz el nuevo
yo se siente dichosamente unido a las cosas del mundo
exterior y por tanto también al prójimo. Esta
experiencia puede crecer hasta el sentimiento de que
el yo y la creación constituyen una unidad. Este
estado, que en condiciones favorables puede ser provocado
por el LSD u otro alucinógeno del grupo de
las drogas sagradas mejicanas, está emparentado con
la iluminación religiosa espontánea, con la unión mís-
215
tica. En ambos estados, que muchas veces duran
sólo un instante atemporal, se experimenta una realidad
iluminada por un resplandor de la realidad
trascendente. Pero que la iluminación mística y las
experiencias visionarias inducidas por drogas no pueden
ser igualadas sin más ni más, lo ha elaborado
R. C. Zaehner con toda claridad en su libro Mystik
religiös und profan («Mística religiosa y profana»),
Editorial Ernst Klett, Stuttgart, 1957.
En su trabajo Provoziertes Leben («Vida provocada
»), publicado en Limes, Wiesbaden, en 1949, Gottfried
Benn habla de «la catástrofe esquizoide, la neurosis
del destino occidental». Allí escribe:
En el sur de nuestro continente comenzó a
formarse el concepto de la realidad. Lo formaron
determinantemente el principio helénico–
europeo de lo agonal, de la superación mediante
el trabajo, la astucia, la perfidia, los dones,
la violencia, en Grecia en la figura de la areté,
en la Europa tardía en la figura del darwinismo
y del superhombre. El yo sobresalía, aplastaba,
luchaba, y para ello necesitaba recursos, materia,
poder. Se enfrentaba a la materia de otro
modo, se alejaba de ella en el plano de los sentimientos,
pero se le acercaba en lo formal. La
dividía, la probaba y escogía: arma, objeto de
cambio, precio de rescate. La explicaba aislándola,
la expresaba con fórmulas, arrancaba trozos
de ella, la repartía. Era una concepción que
pesaba como fatalidad sobre Occidente, una concepción
contra la cual luchaba sin poder asirla,
a la que ofreció holocaustos en hecatombes de
sangre y suerte, y cuyas tensiones y rupturas
no lograban acrisolar ya ninguna mirada natural
ni conocimiento metódico alguno en la tranquilidad
esencial de la unidad de las formas pre-
216
lógicas del ser... Por el contrario, cada vez se
manifestaba más claramente el carácter cataclismático
de este concepto... Un Estado, un orden
social, una moral pública, para los que la vida
sea sólo vida aprovechable económicamente, y
que no permite valer el mundo de la vida provocada,
no puede enfrentarse a sus destrucciones.
Una comunidad cuya higiene y cuyo cultivo
de la raza se base como un ritual moderno en
las vacías experiencias biológico–estadísticas,
nunca puede sino defender el punto de vista
exterior de las masas, por el cual puede hacer
guerras interminables, pues para ella la realidad
son las materias primas, pero su trasfondo
metafísico le queda vedado.
Como Gottfried Benn lo ha formulado en estas
oraciones, la historia espiritual europea ha sido determinada
decisivamente por una conciencia de realidad
que separa el yo del mundo. La experiencia
del mundo como un objeto al que uno se enfrenta
ha llevado al desarrollo de la moderna ciencia natural
y de la técnica. Con su ayuda el hombre ha sojuzgado
la tierra. Nosotros saqueamos la tierra, y a los
maravillosos logros de la civilización técnica se le
opone una destrucción catastrófica del medio ambiente.
Este espíritu contradictorio ha avanzado hasta
el interior de la materia, hasta el núcleo atómico
y su escisión, y ha conquistado energías que amenazan
la vida de todo el planeta.
Si el hombre no se hubiera separado de su medio
ambiente, sino que lo hubiera experimentado como
parte de la naturaleza viva y de la creación, este
abuso del conocimiento y el saber habría sido imposible.
Aunque hoy día se intente reparar los daños
mediante medidas de protección del medio ambiente,
todos estos esfuerzos no serán más que parches su-
217
perficiales y sin esperanza, si no se produce una curación
de —empleando palabras de Benn— la «neurosis
de destino occidental». La curación significaría:
vivencia existencial de una realidad más profunda
que incluya al yo.
El medio ambiente muerto, creado por la mano
del hombre, de nuestras metrópolis y zonas industriales
dificulta esta vivencia. Aquí directamente se
impone por la fuerza el contraste entre el yo y el
mundo exterior. Sobrevienen sentimientos de alienación,
soledad y amenaza. Ellos son los que modelan
la conciencia cotidiana en la sociedad industrial de
Occidente; prevalecen también en todos los sitios en
los cuales se difunda la civilización técnica, y determinan
en gran medida el arte y la literatura actuales.
El peligro de que se desarrolle una experiencia
escindida de la realidad es menor en un medio natural.
En el campo y en el bosque, y en el mundo
animal que allí se guarece, ya en cada jardín, se
hace visible una realidad que es infinitamente más
real, antigua, profunda y maravillosa que todo lo
creado por la mano del hombre, y que perdurará
cuando el mundo muerto de las máquinas y el cemento
armado haya desaparecido y se haya derrumbado
y oxidado. En el germinar, crecer, florecer,
tener frutos, morir y rebrotar de las plantas, en su
ligazón con el sol, cuya luz son capaces de transformar
bajo la forma de compuestos orgánicos en energía
químicamente ligada, de la cual luego se forma
todo lo que vive en nuestra tierra... en esta naturaleza
de las plantas se revela la misma fuerza vital
misteriosa, inagotable, eterna, que nos ha creado también
a nosotros y luego nos vuelve a su seno, en el
que estamos protegidos y unidos con todo lo viviente.
No se trata aquí de un sentimentalismo en torno
a la naturaleza, de una «vuelta a la naturaleza» en
el sentido de Rosseau. Esa corriente romántica, que
218
buscaba los idilios en la naturaleza, también se explica,
en realidad, a partir del sentimiento del hombre
de haber estado separado de la naturaleza. Lo
que hoy día hace falta es un revivir elemental de la
unidad de todo lo viviente, una conciencia universal
de la realidad, que cada vez surge menos espontáneamente,
a medida que la flora y fauna originales
tienen que ceder ante un mundo técnico muerto.
Misterios y mito
El concepto de la realidad como un mundo externo
confrontado, enfrentado al hombre, comenzó a
formarse, como dice Benn, en el sur de nuestro continente,
en la antigüedad griega. Ya entonces los
hombres conocían el dolor conectado con una conciencia
de la realidad de esa índole, una conciencia
escindida. El genio griego intentó la curación, completando
la imagen apolínea del mundo que surge
de esa escisión sujeto/objeto, rica en figuras, colores
y sensaciones, pero también dolorosa, con el
mundo dionisíaco de las experiencias, en el que esta
escisión está suprimida en la embriaguez estática.
Nietzsche escribe en El nacimiento de la tragedia.:
Por la influencia de la bebida narcótica, de
la que hablan todos los hombres y pueblos primitivos
en sus himnos, o en el vigoroso acercarse
de la primavera, que penetra sensualmente
toda la naturaleza, se despiertan aquellas emociones
dionisíacas, en cuya elevación lo subjetivo
desaparece en el completo olvido de sí mismo...
Bajo la magia de lo dionisíaco no sólo
vuelve a cerrarse la unión entre hombre y hombre;
también la naturaleza enajenada, hostil o
sojuzgada celebra su fiesta de reconciliación con
su hijo perdido, el hombre.
219
Con las celebraciones y fiestas en honor del dios
Dionisio estaban estrechamente relacionados los misterios
de Eleusis, que se celebraron durante casi dos
mil años, desde aproximadamente el año 1500 a. C.
hasta el siglo IV d. C. en cada otoño. Habían sido donados
por la diosa agrícola Deméter como agradecimiento
por el redescubrimiento de su hija Perséfone,
a la que había robado Hades, el dios del averno. Otro
regalo de agradecimiento fue la espiga de cereal, entregada
por ambas diosas a Triptolemo, el primer
sumo sacerdote de Eleusis. Le enseñaron el cultivo
de los cereales, que luego difundió por toda la tierra.
Pero Perséfone no podía quedarse siempre con su
madre porque, en contra de la indicación de los dioses
supremos, había aceptado comida de Hades. Como
castigo debía pasar una parte del año en el averno.
Durante ese tiempo, en la tierra imperaba el invierno,
las plantas morían y se retiraban al reino de la tierra,
para luego despertar a nueva vida en primavera, con
el viaje de Perséfone a la superficie.
220
Sin embargo, el mito de Deméter, Perséfone, Hades
y los otros dioses que participaban en el drama
era sólo el marco exterior de lo que ocurría. El momento
culminante de la celebración anual lo constituía
la ceremonia iniciática nocturna. A los iniciados
les estaba prohibido, so pena de muerte, revelar lo
que habían averiguado y visto en la cámara más sagrada
e interna del templo, en el Telesterion (meta).
Jamás lo hizo ninguno de los innumerables hombres
que fueron iniciados en el secreto de Eleusis. Entre
los iniciados se cuentan Pausanias, Platón, emperadores
romanos como Adriano y Marco Aurelio y muchos
otros hombres famosos de la antigüedad. La iniciación
debe de haber sido una iluminación, una contemplación
visionaria de una realidad más profunda, una
mirada a la eterna causa de la creación. Ello puede
inferirse de las observaciones de los iniciados acerca
del valor y la importancia de lo visto. Así se dice en
un himno homérico: «¡Bienaventurado el hombre en
tierras, que haya visto eso! Quien no ha sido iniciado
en los sagrados misterios, quien no ha participado
en ellos, será un muerto en una oscuridad sepulcral».
Píndaro habla de la bendición de Eleusis en los siguientes
términos: «Bienaventurado quien, después
de haber visto esto, inicia el viaje hacia las regiones
inferiores. Conoce el final de la vida y su comienzo
dado por Zeus». Cicerón, otro famoso iniciado, testimonia
igualmente qué esplendor arrojó Eleusis sobre
su vida: «Allí no sólo hemos obtenido el motivo para
vivir con alegría, sino también la causa de que muramos
con una esperanza mejor».
¿Cómo puede convertirse en una experiencia tan
consoladora, como lo testimonian los informes citados,
la representación mitológica de un acontecer tan
evidente, que se desarrolla todos los años ante nuestros
ojos: la semilla que se hunde en la tierra y muere
allí para dejar surgir a la luz una nueva planta,
nueva vida? Cuenta la tradición que antes de la última
ceremonia se daba una pócima, el kykeon, a los iniciandos.
También se sabe que el extracto de cebada
y menta eran componentes del kykeon. Estudiosos
de las religiones e investigadores de los mitos sostienen
la opinión de que el kykeon contenía una droga
alucinógena; por ejemplo Karl Kerényi de cuyo libro
sobre los misterios de Eleusis están extraídos los datos
citados, y con el que estuve en contacto en relación
con el estudio de la bebida misteriosa.8 Ello haría
comprensible la experiencia estático–visionaria del mito
8. En la edición inglesa de Eleusis (Schocken Books, Nueva
York, 1977), Kerényi hace referencia a este trabajo en conjunto.
La posibilidad de que el kykeon contuviera un preparado del cornezuelo
de centeno se plantea en la publicación The Road to Eleusis
(Harcourt Brace Jovanovich, Inc., Nueva York, 1978) de R. Gordon
Wasson, Albert Hofmann y Carl A. P. Ruck.
221
de Demeter-–Persefone como símbolo del ciclo de la
vida y de la muerte en una realidad intemporal que
abarque a ambas.
Cuando el rey godo Alarico irrumpió en el año
396 d. C. en Grecia desde el norte y destruyó los
santuarios de Eleusis, ello no fue sólo el final de un
centro religioso, sino que significó también el ocaso
definitivo del mundo antiguo. Con los monjes que
acompañaban a Alarico, el cristianismo entró en Grecia.
Es invalorable la importancia histórico–cultural de
los misterios de Eleusis y su influencia en la historia
espiritual europea. Aquí el hombre que sufría y
estaba escindido por su espíritu racional y objetivador,
encontró la curación en una experiencia mística
totalizadora, que lo hacía creer en la inmortalidad en
un ser eterno.
En el cristianismo primitivo esta creencia perduró,
aunque con otros símbolos. Se encuentra como promesa
incluso en algunos pasajes de los Evangelios, en
su forma más pura en el Evangelio según San Juan,
capítulo catorce, 16–20. Al despedirse de sus discípulos,
Jesús les dice:
Y yo rogaré al padre, y él os dará otro asistente
para que esté con vosotros para siempre:
el Espíritu de la verdad, a quien el mundo no
puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce. Pero
vosotros lo conocéis porque mora con vosotros y
estará en vosotros. No os dejaré huérfanos; volveré
a vosotros; dentro de poco el mundo ya no
me verá; pero vosotros sí me veréis porque yo
vivo y también vosotros viviréis. Aquel día comprenderéis
que yo estoy en mi Padre y vosotros
en mí y yo en vosotros.
Esta promesa constituye el núcleo de mi fe cristiana
y de mi vocación para la investigación cientí-
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fica: que a través del espíritu de la verdad llegaremos
al conocimiento de la creación y con ello al reconocimiento
de nuestra unidad con la verdad más profunda
y universal, con Dios.
Pero el cristianismo eclesiástico, determinado por
el dualismo creador/criatura, con su religiosidad ajena
a la naturaleza, ha extinguido en gran parte el
legado eleusino–dionisíaco de la antigüedad. En el ámbito
de la fe cristiana sólo unas pocas personas agraciadas
testimoniaron una realidad confortante, intemporal,
experimentada en la vivencia visionaria espontánea,
a la que en la antigüedad tuvo acceso la élite
de innumerables generaciones a través de la iniciación
en Eleusis. Evidentemente, la unión mística de
los santos católicos y la contemplación visionaria,
como la describen representantes de la mística cristiana,
Jakob Boehme, Meister Eckhardt, Angelus Silesius,
Thomas Traherne, William Blake y otros en sus
escritos, tienen una naturaleza similar a la iluminación
de parada a los iniciados en los misterios eleusinos.
La importancia fundamental que una experiencia
mística totalizadora tiene para la curación de un hombre
que padece una imagen de mundo unilateralmente
racional y materialista hoy día es puesta en primer
plano no sólo por los adherentes a corrientes religiosas
orientales como la del budismo zen, sino también
por representantes destacados de la psiquiatría clásica.
Hagamos referencia solamente a los libros del
psiquiatra Balthasar Staehelin de Basilea, que ejerce
en Zurich: Haben und Sein (1969), Die Welt als Du
(1970), Urvertrauen und zweite Wirklichkeit (1973),
Der finale Mensch (1976), todos publicados por TVZ
(Editorial Teológica de Zurich).9 Muchos otros auto-
9. «Tener y Ser» (1969), «El mundo como tú» (1970), «Confianza
primera y segunda realidad» (1973), «El hombre final» (1976).
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res se ocupan en la misma problemática. Hoy día una
especie de «metamedicina», «metapsicología» y «metapsiquiatría
» comienza a incluir lo metafísico en el hombre,
que se revela en la experiencia de una realidad
más profunda y superadora del dualismo, como elemento
fundamental en su práctica terapéutica.
Aun más significativo es el hecho de que no sólo
círculos médicos, sino sectores cada vez más amplios
de nuestra sociedad consideren que la superación del
concepto dualista del mundo es la premisa y la base
para la curación y la renovación espiritual de la civilización
y cultura occidentales.
La meditación en sus diversas formas es hoy el
camino principal para el reconocimiento de la realidad
más profunda y abarcadora, en la que también
está incluido el hombre que la experimenta. La principal
diferencia entre la meditación y la oración tradicional
fundada en el dualismo creador/criatura, reside
en que la primera aspira a una superación de la
barrera yo–tú a través de una fusión de objeto y sujeto,
de emisor y receptor, de realidad objetiva y yo.
Este saber que capta la realidad objetiva y se
extiende cada vez más, no necesita, empero, desacralizar.
Al contrario: con tal de profundizar lo suficiente,
choca inevitablemente con la causa primera e
inexplicable de la creación, con el milagro, con el
misterio —en el microcosmos del átomo, en el macrocosmos
de las galaxias espirales, en la semilla de la
planta, en el cuerpo y en el alma humanos— con lo
divino.
La meditación comienza en aquella profundidad de
la realidad objetiva, hasta la que han llegado el saber
y el conocimiento objetivos. Por tanto, la meditación
no significa un rechazo de la realidad objetiva, sino
que, por el contrario, consiste en una penetración más
profunda y cognoscitiva; no es la huida a un mundo
onírico imaginario, sino que busca su verdad más
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abrumadora a través de una observación simultánea y
estereoscópica de la superficie y la profundidad de
la realidad objetiva.
De ello tendría que surgir una nueva conciencia
de realidad. Ésta podría convertirse en el fundamento
de una nueva religiosidad, que no se basara en la creencia
en los dogmas de las diversas religiones, sino en
el conocer a través del «Espíritu de la verdad». Me
refiero a un conocer, un leer y entender del texto de
primera mano «del libro que ha escrito el dedo de
Dios» (Paracelso): de la creación.
La mudanza de la imagen de mundo objetiva en
una conciencia de realidad más profunda y por tanto,
religiosa, puede desarrollarse por etapas mediante una
práctica prolongada de la meditación. Pero también
puede ocurrir como iluminación repentina, en una
contemplación visionaria; en ese caso sus efectos son
especialmente profundos y felices. Pero, como escribe
Balthasar Staehelin, una experiencia mística totalizadora
de tal índole «no se puede forzar ni siquiera a
través de décadas de meditación». Tampoco se le concede
a cualquiera, pese a que la capacidad de la vivencia
mística forma parte de la naturaleza de la espiritualidad
humana.
Sin embargo, en Eleusis se le podía conferir a cada
uno de los innumerables hombres iniciados en los misterios
sagrados la contemplación mística, la experiencia
sanadora y confortante en el sitio previsto, a la
hora señalada. Esto podría explicarse con el uso de
una droga alucinógena, como lo suponen, según hemos
señalado ya, determinados estudiosos de la religión.
El efecto característico de los alucinógenos, a
saber, la supresión de las barreras entre el yo que
experimenta y el mundo exterior en una experiencia
estático–emocional, habría posibilitado provocar, con
el concurso de una droga de esa índole y después de
la correspondiente preparación interior y exterior,
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como se la lograba en Eleusis de modo perfecto, una
experiencia totalizadora de forma, por así decirlo,
programática.
La meditación es la preparación para el mismo
objetivo ambicionado y alcanzado en los misterios
eleusinos. Es dable pensar que en el futuro el LSD se
puede aplicar más frecuentemente, para provocar una
iluminación que corone la meditación.
En la posibilidad de apoyar con una sustancia la
meditación dirigida a la experiencia mística de una
realidad a la vez más elevada y más profunda, veo
la verdadera importancia del LSD. Una aplicación de
este cariz se corresponde por completo con la naturaleza
y el tipo de acción del LSD como droga sagrada.
Esquema de las fórmulas
Lysergsäure = ácido lisérgico
Propanolamin = propanolamina
Diäthylamin = dietilamina
Lysergsäure–propanolamid = propanolamida del ácido
lisérgico
Ergobasin = ergobasina
Coramin = coramina
Lysergsäure–diäthylamid = dietilamida del ácido lisérgico
LSD = LSD
Ololiuqui–Wirkstoffe = sustancias activas del ololiuqui
Lysergsäure–amid = amida del ácido lisérgico
Lysergsäure–hydroxyäthylamid = hidroxietilamida del
ácido lisérgico
Teonanacatl–Wirkstoffe = sustancias activas del teonanacatl
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Psilocybin = psilocybina
Psilocin = psilocina
Serotonin = serotonina
Neurohormon = neurohormona
Hirn–Wirkstoff = sustancia activa del cerebro
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