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jueves, 23 de mayo de 2013

MINORITY REPORT

                               MINORITY  REPORT

                                                 I

  El primer pensamiento que Anderton tuvo cuando vio al joven fue: Me estoy volviendo calvo. Calvo y gordo y viejo. Pero  no lo dijo en voz alta. En cambio, empujó su silla hacia atrás, se levantó, caminó resueltamente alrededor de su escritorio con su mano derecha rígidamente extendida, y sonriendo con forzada amabilidad estrechó la del joven.
  “¿Witwer?” preguntó, intentando que esta duda sonara divertida.
  “Así es”, dijo el joven. “Pero para usted mi nombre es Ed, por supuesto. Esto es, si comparte mi disgusto por las formalidades.” La mirada de su rubio, excesivamente confiado rostro mostraba que consideraba el asunto resuelto. Serían Ed y John: Todo sería una agradable cooperación desde el principio.
  “¿Ha tenido algún problema para encontrar el edificio?”, preguntó Anderton cautelosamente, ignorando el inicio demasiado amistoso. Buen dios, tenía que agarrarse a algo. Sintió miedo y comenzó a sudar. Witwer se estaba moviendo por la oficina como si ya fuera suya, como si estuviera tomando medidas. No podía esperar siquiera un par de días.
  “Ningún problema,” respondió Witwer alegremente, las manos en los bolsillos. Con entusiasmo examinaba los voluminosos archivos que se alineaban en la pared. “No he venido ciego a su agencia, comprende. Tengo unas cuantas ideas acerca de cómo funciona Precrime”.
  Precavido, Anderton encendió su pipa. “¿Cómo funciona?. Me gustaría saberlo.”
  “No muy mal,” dijo Witwer. “De hecho, bastante bien.”
  Anderton lo miró con firmeza. “¿Es esa su opinión personal, o es sólo lo que dice la gente?.”
  Witwer enfrentó su mirada fija con tranquilidad. “Privada y pública. El Senado está contento con su trabajo. De hecho, están entusiasmados.” Y añadió, “Tan entusiasmados como los viejos pueden estarlo.”
  Anderton se estremeció, pero por fuera permaneció impasible. Se esforzó para conseguirlo. Se preguntaba lo que Witwer pensaba verdaderamente. ¿Que ocurría en ese momento dentro de su cabeza?. Los ojos del joven eran azules, brillantes y perturbadoramente inteligentes. Witwer no era ningún loco, y obviamente tenía una gran ambición.
  “Tal como yo lo entiendo,” dijo Anderton cautelosamente, “usted va a ser mi asistente hasta que me retire.”
  “Así lo entiendo yo también,” replicó el otro sin un titubeo.
  “Lo cual puede suceder este año, el próximo o dentro de diez.” La pipa tembló en la mano de Anderton. “No estoy obligado a retirarme. Yo fundé Precrime y puedo continuar aquí tanto tiempo como quiera. Es puramente mi decisión.”
  Witwer asintió, su expresión todavía tranquila. “Por supuesto”
  Con esfuerzo Anderton se tranquilizó un poco. “Simplemente quiero que las cosas queden claras.”
  “Desde el principio;” añadió Witwer. “Usted es el jefe. Será como usted diga.” Tras esta muestra de sinceridad preguntó: “¿Le importaría enseñarme la organización?. Me gustaría familiarizarme con la rutina general tan pronto como sea posible.”
  Cuando caminaban por los abarrotados, iluminados pisos de oficinas, Anderton dijo: “Usted esta al corriente de cómo funciona Precrime, por supuesto. Presumo que podemos dar eso por sentado.”
  “Tengo la información públicamente disponible;” replicó Witwer. “Con la ayuda de mutantes precogs, usted ha suprimido audaz y exitosamente el sistema de castigo post-crimen de cárceles y penas. Como todos sabemos, el castigo nunca fue una forma de disuasión satisfactoria, y difícilmente podía proporcionar ayuda a una víctima ya muerta.”
  Tomaron el ascensor y cuando descendían rápidamente, Anderton dijo: “Usted probablemente es consciente del inconveniente básico legal de la metodología del pre-crimen. Nosotros estamos deteniendo a individuos que no han quebrantado ninguna ley.”
  “Pero ellos seguramente lo harán,” afirmó Witwer con convicción.
  “Felizmente no, porque nosotros llegamos primero que ellos, antes de que puedan cometer un acto de violencia. De esta forma la perpetración del crimen mismo es absoluta metafísica. Nosotros pretendemos que son culpables. Ellos, por otro lado, proclaman su inocencia. Y, en un sentido, ellos son inocentes.”
  Salieron del ascensor y caminaron de nuevo por un corredor iluminado. “En nuestra sociedad no tenemos crímenes mayores,” continuó Anderton, “pero tenemos un campo de detención lleno de posibles criminales.”
  Las puertas se abrieron y cerraron y llegaron al ala de análisis. Delante de ellos bloques de equipo se elevaban impresionantes: el receptor de datos y la computadora que estudiaba y reestructuraba el material que entraba a cada momento. Y más allá de la maquinaria se sentaban los tres precogs, casi imposibles de ver entre el laberinto de cables.
  “Allí están,” dijo Anderton secamente. “¿Qué piensa de ellos?.”
  En la triste penumbra los tres idiotas sentados farfullaban. Cada palabra incoherente, cada sílaba sin sentido era analizada, comparada, reconvertida en forma de símbolos visuales, transcrita en tradicionales tarjetas perforadas y despedida a través de varias ranuras clave. A lo largo de todo el día los idiotas farfullaban, aprisionados en sus sillas especiales de respaldo alto, sostenidos en una rígida posición por bandas de metal, manojos de cables y abrazaderas. Sus necesidades físicas estaban cubiertas automáticamente. Ellos no tenían necesidades espirituales. Como vegetales murmuraban, dormitaban y existían. Sus mentes estaban apagadas, confundidas, perdidas en sombras.
  Pero no en las sombras del presente. Las tres confusas, torpes criaturas con sus cabezas alargadas y cuerpos consumidos estaban contemplando el futuro. La maquinaria de análisis estaba grabando profecías. Mientras los tres precogs idiotas hablaban el mecanismo atentamente escuchaba.
  Por primera vez la cara de Witwer perdió su exceso de confianza. Una turbada, desmayada expresión apareció en su mirada, una mezcla de vergüenza y shock moral. “No es....agradable,” murmuró. “No sabía que ellos eran tan....”. Buscaba en su mente la palabra adecuada, gesticulando. “Tan....deformes.”
  “Deformes y retrasados,” convino Anderton instantáneamente. “Especialmente la chica, allí. Donna tiene cuarenta y cinco años, pero ella aparenta diez. El talento lo absorbe todo; el lóbulo especial consume el equilibrio del área frontal. Pero, qué nos importa eso. Nosotros conseguimos sus profecías, acceden a lo que necesitamos. Ellos no comprenden nada de lo que ven, pero nosotros sí.
  Precavido, Witwer cruzó la habitación hasta la maquinaria. De una ranura recogió una pila de tarjetas.”¿Estos son nombres a estudiar que...?” , preguntó.
  “Obviamente.”. Frunciendo el ceño, Anderton tomó el manojo de tarjetas. “Aún no he tenido oportunidad de examinarlas,” explicó, disimulando su disgusto con impaciencia.
  Fascinado, Witwer vio como la maquina depositaba una nueva tarjeta en la ahora ranura vacía. A la que siguió una segunda....y una tercera. De los zumbantes discos salía una tarjeta tras otra. “Los pregogs deben ver bastante lejos en el futuro,” exclamó Witwer.
  “Ellos ven un lapso muy limitado,” le informó Anderton. “Una semana o dos como máximo. Muchos de sus datos son inútiles para nosotros....simplemente no están relacionados con nuestra línea de trabajo. Nosotros los pasamos a las agencias apropiadas y ellas intercambian datos con nosotros. Cada agencia importante tiene su sótano con sus valiosos monos.”
  “¿Monos?,” Witwer lo miró preocupadamente. “Oh, sí, comprendo. Ver, oír, etcetera. Muy divertido.”
  “Muy acertado.” Automáticamente, Anderton recogió el nuevo manojo de tarjetas que había salido de la computadora. “Algunos de estos nombres serán totalmente descartados. Y muchos de los restantes registran delitos menores: robos, evasión de impuestos, asalto, extorsión. Estoy seguro de que usted lo sabe, Precrime ha hecho descender los delitos en un noventa y nueve coma ocho por ciento. Rara vez se comete un asesinato. Después de todo, el criminal sabe que lo confinaremos en un campo de detención una semana antes de que tenga una oportunidad de cometer su crimen.”
  “¿Cuándo fue la última vez que se cometió un asesinato?” preguntó Witwer.
  “Hace cinco años,” dijo Anderton, con orgullo en su voz.
  “¿Cómo ocurrió?”
  “El criminal escapó a nuestros equipos. Teníamos su nombre....de hecho, teníamos todos los detalles del crimen, incluyendo el nombre de la víctima. Sabíamos el momento exacto, la localización del planeado acto criminal. Pero a pesar de nosotros él fue capaz de llevarlo a cabo.” Anderton se encogió de hombros. “Después de todo, no podemos conseguir la efectividad absoluta.”  Recogió más tarjetas. “Pero lo hacemos lo mejor posible.”
  “Un asesinato en cinco años.” La confianza de Witwer había regresado. “Realmente un record impresionante....algo de lo que estar orgulloso.”
  Con tranquilidad, Anderton dijo: “Estoy orgulloso. Hace treinta años yo elaboré la teoría....en el pasado, en los días en que los investigadores privados estaban pensando en términos de hacer rápidas visitas a los supermercados, yo vi algo que legitimaba el futuro....algo de tremendo valor social.”
  Entregó el paquete de cartas a Wally Page, su subordinado a cargo del bloque de monos. “Mira cuales nos interesan,” le dijo. “Usa tu propio juicio.”
  Cuando Page desapareció con las tarjetas, Witwer dijo pensativamente:”Esa es una gran responsabilidad.”
  “Sí, lo es,” convino Anderton. “Si dejamos un criminal escapar, como hicimos hace cinco años, tenemos una vida humana sobre nuestra conciencia. Somos los únicos responsables. Si fallamos, alguien muere.” Amargamente, extrajo tres nuevas tarjetas de la ranura. “Esa es una creencia pública.”
  “¿Ha estado tentado alguna vez de.....” Witwer titubeó. “Quiero decir, alguno de los hombres que usted detiene deben intentar sobornarle.”
  “Eso no sería muy inteligente. Un duplicado de las tarjetas es enviado al Ejército GHQ. Allí son comprobadas y estudiadas. Ellos pueden tenernos bajo vigilancia tan continuamente como deseen.” Anderton echó una ojeada brevemente a la carta superior. “Así que incluso si queremos aceptar un....”
  Anderton se detuvo bruscamente apretando sus labios.
  “¿Qué ocurre?” preguntó Witwer con curiosidad.
  Cuidadosamente, Anderton cogió la carta superior y la metió en su bolsillo. “Nada,” murmuró. “Nada de nada.”
  El malhumor en su voz hizo que la cara de Witwer enrojeciera. “Me parece que usted no está bien,” observó.
  “Verdad,” admitió Anderton. “No lo estoy, pero...”
   No podía creer que sintiera tanta aversión hacia el joven. Eso no parecía posible: no era posible. Algo estaba equivocado. Aturdido, trató de calmar sus confusos pensamientos.
  Sobre la tarjeta estaba su nombre. Línea uno: acusado de un futuro asesinato. De acuerdo a la perforación codificada, el Comisario de Precrime John A. Anderton iba a matar a un hombre la semana siguiente.
  Con absoluta, aplastante convicción, él no creía eso.

                                                  II

  En la oficina exterior, hablando con Page, se encontraba la delgada y atractiva joven esposa de Anderton, Lisa. Ella estaba envuelta en una aguda, animada discusión de policía, y echó un escueto vistazo cuando Witwer y su marido entraron.
  “Hola, cariño,” dijo Anderton.
  Witwer permaneció en silencio, pero sus ojos claros estudiaron descaradamente cuanto quisieron a la mujer de cabello castaño en su ajustado uniforme de policía. Lisa era ahora un oficial ejecutiva de Precrime pero una vez, como Witwer sabía, había sido la secretaria de Anderton.
  Percibiendo el interés en la cara de Witwer, Anderton se detuvo y reflexionó. Colocar una tarjeta en las maquinas requeriría un cómplice en el interior, alguien muy cercano conectado con Precrime y que tuviera acceso al equipo de análisis. Lisa era un elemento improbable, pero la posibilidad existía.
  Por supuesto, la conspiración podría ser elaborada y a gran escala, significando bastante más que una simple carta “trucada” insertada en alguna parte de la línea. El dato original mismo podía haber sido alterado. En ese momento, era incapaz de  deducir  hasta donde había llegado la manipulación. Sintió un miedo frío y comenzó a ver las posibilidades. Su impulso original, hacer pedazos las maquinas y borrar todos los datos, era inútilmente primitivo. Probablemente las cintas coincidirían con las tarjetas: sólo conseguiría incriminarse aún más.
  Tenía aproximadamente veinticuatro horas. Entonces, la gente del Ejercito comprobaría sus propias tarjetas y descubriría la discrepancia. Ellos encontrarían en sus expedientes un duplicado de la tarjeta que él se había apropiado. El tenía solamente una de las dos copias, lo cual quería decir que una tarjeta como la guardada en su bolsillo podía estar ahora sobre el escritorio de Page a la vista de todo el mundo.
  Desde el exterior del edificio le llegó el zumbido de los coches de policía comenzando su rutina de rondas. ¿Cuántas horas pasarían ante de que uno de ellos se detuviera frente a su casa?.
  “¿Qué pasa, cariño?” preguntó Lisa inquieta. “Miras como si acabaras de ver un fantasma. ¿Estás bien?”.
  “Estoy bien,” le aseguró él.
  De repente, Lisa pareció darse cuenta del admirativo escrutinio de Ed Witwer. “¿Es este caballero tu nuevo ayudante, cariño?” preguntó.
  Con cautela, Anderton presentó a su nuevo asociado. Lisa sonrió amistosamente a modo de saludo. ¿Había alguna información secreta compartida entre ellos?. El no podía decirlo. Dios, estaba comenzando a sospechar de todo el mundo, no solamente de su esposa y Witwer, sino también de una docena de miembros de su equipo.
  “¿Eres de New York,? preguntó Lisa.
  “No,” replicó Witwer. “He pasado la mayor parte de mi vida en Chicago. Me hospedo en un hotel, uno de los grandes hoteles del centro. Espera, tengo la dirección escrita en una tarjeta en alguna parte.”
  Mientras buscaba exhaustivamente en sus bolsillos, Lisa sugirió: “Quizás te gustaría cenar con nosotros. Trabajaremos en estrecha colaboración y pienso realmente que deberíamos conocernos mejor.”
  Alarmado, Anderton retrocedió. ¿Cuántas eran las posibilidades de que la simpatía de su esposa no fuera premeditada, accidental?. Witwer estaría presente en el balance de la tarde, y tendría ahora una excusa para husmear en la residencia privada de Anderton.
  Profundamente preocupado, se giró impulsivamente y fue hacia la puerta.
  “¿Dónde vas,?” preguntó Lisa asombrada.
  “Regreso al bloque de los monos,” le dijo. “Quiero comprobar algunas cintas de datos confusos antes de que el Ejercito las vea.” Y antes de que ella pudiera pensar una razón plausible para detenerlo él ya estaba en el corredor.
  Rápidamente recorrió la rampa hasta el final. Bajaba a zancadas las escaleras que llevaban al exterior, hacia la vía pública cuando Lisa apareció sin resuello detrás de él.
  “¿Qué te ha ocurrido?” Sujetando su brazo ella se puso rápidamente frente a él. “Sabía que te marchabas,” exclamó, bloqueando su camino. “¿Qué pasa contigo? Todo el mundo piensa que eres...” Ella buscó la palabra. “Quiero decir, estás actuando tan erráticamente.”
  La gente pasaba al lado de ellos, la habitual muchedumbre de la tarde. Ignorándolos, Anderton desprendió los dedos de su esposa de su brazo. “Me voy,” le dijo. “Mientras todavía hay tiempo.”
  “Pero...¿por qué?.”
  “Estoy siendo incriminado....deliberada y maliciosamente. Esta criatura ha venido para conseguir mi puesto. El Senado va a conseguirlo a través de él.”
  Lisa lo miró fijamente, perpleja. “Pero él parece un joven agradable.”
  “Agradable como un mocasín para el agua.”
  La consternación de Lisa se volvió incredulidad. “No lo creo. Cariño, toda esta tensión que has soportado...” Sonrió inciertamente, vaciló. “No es de verdad creíble que Ed Witwer esté tratando de sustituirte. ¿Cómo podría hacerlo, incluso si quisiera?. Seguramente Ed no...”
  “¿Ed?”
  “¿Ese es su nombre, no?
  Sus ojos marrones brillaron asustados en una violenta, incrédula protesta. “Buen Dios, estás sospechando de todo el mundo. Ahora mismo crees que yo estoy mezclada de alguna forma, ¿no es cierto?.”
  El consideró la respuesta: “No estoy seguro”
  Ella se acercó más a él, con ojos acusadores. “Eso no es verdad. Tú realmente lo crees. Quizás deberías dejarlo unas pocas semanas. Necesitas con urgencia un descanso. Toda esta tensión y trauma por un joven que acaba de llegar. Estás actuando como un paranoico, ¿no puedes verlo?. La gente conspirando contra ti. Dime, ¿tienes alguna prueba de eso?.”
  Anderton sacó su cartera y cogió la tarjeta guardada. “Examina esto cuidadosamente,”dijo, tendiéndosela.
  El color desapareció de su cara y dio un pequeño grito sofocado.
  “El juego es bastante obvio,” le dijo Anderton tan calmadamente como pudo. “Esto dará a Witwer un pretexto legal  para destituirme ahora mismo. No quiere tener que esperar hasta que yo me jubile.” Sombríamente añadió:”Ellos saben que soy eficiente todavía durante unos cuantos años.”
  “Pero...”
  “Será el fin del sistema de comprobación y balance. Precrime no será durante mucho tiempo una agencia independiente. El Senado controlará la policía, y después de eso...” Sus labios se tensaron. “Ellos absorberán también el Ejercito. Bien, es bastante lógico desde fuera. Por supuesto siento hostilidad y resentimiento hacia Witwer.....por supuesto tengo un motivo. A nadie le gusta ser reemplazado por un hombre más joven, y encontrarse de pronto sin nada. Todo es bastante plausible....excepto que no tengo la más remota intención de asesinar a Witwer. Pero no puedo probarlo así que, ¿qué puedo hacer?.”
  En silencio, con la cara muy blanca, Lisa movió la cabeza consternada. “Yo....yo no sé. Cariño, si solamente.....”
  “Ahora mismo,” dijo Anderton abruptamente, “me voy a casa a empaquetar mis cosas. Y desde allí a tan lejos como pueda llegar.”
  “¿De verdad vas a.....tratar de esconderte en el exterior?”
  “Así es. Si es necesario, tan lejos como en los planetas colonia de Centauro. Lo he hecho con éxito antes y tengo veinticuatro horas de margen.” Se giró resueltamente. “Regresa dentro. No tiene sentido que vengas conmigo.”
  “¿Imaginas que querría?” preguntó Lisa roncamente.
  Sobrecogido, Anderton la miró fijamente. “¿No querrías?” Entonces con asombro, murmuró: “No, puedo ver que no me crees. Todavía piensas que estoy imaginando todo esto.” Clavó los dedos con fuerza en la tarjeta. “Incluso con esta evidencia todavía no estás convencida.”
  “No,” convino Lisa rápidamente, “no lo estoy. Tú no has mirado suficiente atentamente, cariño. El nombre de Ed Witwer no aparece ahí.”
  Incrédulo, Anderton tomó  la tarjeta de su mano.
  “Nadie dice que vas a matar a Ed Witwer,” continuó Lisa rápidamente en voz baja, quebradiza. “La tarjeta debe ser auténtica, ¿comprendes?. Y no tiene nada que ver con Ed. El no está conspirando contra ti, y tampoco nadie lo hace.”
  Demasiado confundido para replicar Anderton se quedó de pie estudiando la tarjeta. Ella estaba en lo cierto. Ed Witwer no estaba listado como su víctima. En la línea cinco, la máquina había claramente escrito otro nombre.

                                                            LEOPOLD KAPLAN

  Aturdido, guardó la tarjeta en su bolsillo. No había oído hablar de ese hombre en su vida.

                                                                     III
  La casa estaba tranquila y desierta, y casi inmediatamente Anderton comenzó a hacer los preparativos para su viaje. Mientras empaquetaba, frenéticos pensamientos cruzaban por su mente.
  Posiblemente estaba equivocado acerca de Witwer, pero, ¿cómo podía él estar seguro?. En cualquier caso, la conspiración contra él era bastante más compleja de lo que había imaginado. Witwer, en el conjunto de la trama, podía ser meramente un insignificante muñeco animado por alguien más....por alguna distante, indistinta figura sólo vagamente visible en las sombras.
  Había sido un error mostrar la tarjeta a Lisa. Indudablemente ella se lo contaría con todo detalle a Witwer. El nunca conseguiría abandonar la Tierra, nunca tendría una oportunidad
  Mientras estaba de este modo preocupado, una tabla crujió detrás de él. Se giró desde la cama, cogiendo una chaqueta deportiva de invierno, para enfrentar el cañón azulgrisaceo de una pistola-A.
  “No ha tardado mucho,” dijo mirando fijamente con amargura en los labios apretados al hombre de abrigo marrón que estaba de pie sujetando la pistola en su mano enguantada. “¿Ella ni siquiera dudó?”
  La cara del intruso no dio ninguna respuesta. “No sé de qué está hablando,” dijo. “Venga conmigo.”
  Tomado por sorpresa, Anderton dejó caer la chaqueta deportiva. “¿No es de mi agencia?. ¿No es oficial de policía?”
  Protestando y asombrado fue empujado fuera de la casa donde esperaba una limusina. Instantáneamente tres corpulentos hombres armados lo rodearon. La puerta se cerró de golpe y el coche enfiló hacia la autopista, lejos de la ciudad. Impasibles y distantes, las caras a su alrededor se sacudían con el movimiento de la velocidad del vehículo por los campos abiertos, oscuros y sombríos por donde circulaba majestuosamente.
  Anderton estaba tratando futilmente de comprender las implicaciones de lo que estaba ocurriendo, cuando el coche se situó a un lado de la carretera, se desvió y descendió hacia un oscuro garaje subterráneo. Alguien gritó una orden. La pesada puerta de metal chirrió al cerrarse y sobre sus cabezas parpadearon las luces. El conductor apagó el motor del coche.
  “Tendréis razones para lamentar esto,” advirtió Anderton roncamente cuando lo arrastraron fuera del coche. “¿Sabéis quién soy yo?”
  “Lo sabemos,” dijo el hombre del abrigo marrón.
  A punta de pistola Anderton subió las escaleras, desde el frío y húmedo silencio del garaje hasta un bien alfombrado vestíbulo. Se encontraba, aparentemente, en una lujosa residencia privada fuera del área rural devorada por la guerra. Al final del vestíbulo podía distinguir una habitación, un estudio simple pero amueblado con buen gusto. En un círculo de luz, su rostro parcialmente en sombras, un hombre que él nunca había visto estaba sentado esperándole.
  Mientras Anderton se aproximaba, el hombre se colocó un par de gafas, cerró el cajón de golpe y humedeció sus labios secos. Era mayor, quizás setenta años o mas viejo, y bajo su brazo tenía un delgado bastón de plata. Su cuerpo era flaco, enjuto, su postura curiosamente rígida. Los pocos cabellos que le quedaban eran de un polvoriento marrón, color neutral encima de su pálido, huesudo cráneo. Solamente sus ojos parecían realmente alertas.
  “¿Es éste Anderton?” inquirió quejumbrosamente dirigiéndose al hombre del abrigo marrón. “¿Dónde lo encontrasteis?”
  “En su casa,” replicó el otro. “Estaba haciendo el equipaje, como esperábamos”
  El hombre del escritorio se estremeció visiblemente. “Haciendo el equipaje”. Se quitó sus gafas y espasmódicamente las devolvió a su caja. “Míreme,” dijo bruscamente a Anderton. “¿Qué ocurre con usted? ¿Es un demente desesperado?¿Cómo podría matar a un hombre que nunca ha conocido?”
  El viejo, comprendió Anderton de repente, era Leopold Kaplan.
  “Primero le haré una pregunta,” contraatacó Anderton rápidamente. “¿Sabe lo que ha hecho?. Soy Comisario de Policía. Puedo hacer que lo condenen a veinte años.”
  Iba a decir algo más, pero una comprensión repentina lo detuvo en seco.
  “¿Cómo lo ha sabido?” preguntó. Involuntariamente, su mano fue a su bolsillo donde la tarjeta estaba oculta. “Eso no puede ser de otro modo que......”
  “No he sido informado a través de su agencia,” le interrumpió Kaplan con enfado creciente. “El hecho de que usted nunca haya oído hablar de mí no me sorprende demasiado. Leopold Kaplan, General del Army Federated Westbloc Alliance.” Con tono dolido, añadió. “Retirado, desde el final de la guerra Anglo-china, y la abolición del AFWA.”
  Eso tenía sentido. Anderton había sospechado que el Ejercito procesaba duplicados de las tarjetas inmediatamente, para su propia protección. Algo relajado, preguntó: “¿Y bien?. Ya me tiene aquí. ¿Qué es lo siguiente?.”
  “Evidentemente,” dijo Kaplan, “no voy a tener que destruirle, o eso habría aparecido en una de esas miserables pequeñas tarjetas. Siento curiosidad acerca de usted. Me parece increíble que un hombre de su posición pudiera contemplar el asesinato a sangre fría de un total extraño. Debe de haber algo más aquí. Francamente, estoy confundido. Si eso representa algún tipo de estrategia de la Policía...” Encogió sus delgados hombros. “Seguramente usted no hubiera permitido que la tarjeta duplicada llegara a nosotros.”
  “A menos que,” sugirió uno de los hombres, “sea un plan deliberado.”
  Kaplan levantó sus ojos claros, como los de un pájaro, y escrutó a Anderton. “¿Qué tiene usted que decir?”
  “Eso es exactamente lo que es,” dijo Anderton, viendo con rapidez la ventaja de afirmar lo que el creía era la simple verdad. “La predicción de la tarjeta ha sido fabricada deliberadamente por un cómplice dentro de la agencia de policía. La tarjeta es preparada y yo soy atrapado. Soy relevado de mi autoridad automáticamente. Mi asistente da un paso adelante y reivindica que él ha prevenido el crimen con la habitual eficiencia de los métodos de Precrime. Es innecesario decir que no hay ningún asesinato o intención de cometerlo.”
  “Estoy de acuerdo con usted en que no habrá ningún asesinato,” afirmó Kaplan sombríamente. “Usted pasará a custodia de la policía. Tengo intención de asegurarme de eso.”
  Horrorizado, Anderton protestó. “¿Me va a llevar de vuelta allí? Si estoy detenido nunca seré capaz de probar...”
  “Me da igual lo que usted pruebe o no pruebe,” le interrumpió Kaplan. “Todo lo que me interesa es tenerle fuera de circulación.” Fríamente añadió: “Para mi propia protección.”
  “Se estaba preparando para marcharse,” afirmó uno de los hombres.
  “Eso es verdad,” dijo Anderton sudando. “Tan pronto como ellos me atrapen seré confinado en el campo de detención. Witwer se quedará con todo.” Su cara se oscureció. “Y mi esposa. Ellos están actuando de acuerdo, aparentemente.”
  Por un momento Kaplan pareció flaquear. “Es posible,” concedió, mirando fijamente a Anderton. Entonces negó con la cabeza. “No puedo tentar la suerte. Si esto es una conspiración contra usted, lo siento. Pero simplemente no es asunto mío.” Sonrió ligeramente. “Sin embargo, le deseo suerte.” A sus hombres les ordenó: “Llevadlo al edificio de la policía y devolvedlo a las más altas autoridades.” Mencionó el nombre del actual comisario y esperó la reacción de Anderton.
  “Witwer,” repitió Anderton incrédulo.
  Todavía sonriendo ligeramente, Kaplan se giró y encendió la radio de su estudio. “Witwer ha asumido ya la autoridad. Obviamente, él va a sacar bastante de un asunto como éste.”
  Hubo un breve zumbido de estática y, entonces, abruptamente la radio resonó en la habitación, una voz profesional leyendo un comunicado.
  “.....todos los ciudadanos están advertidos de no dar refugio o cualquier clase de ayuda o asistencia a este peligroso individuo marginal. La extraordinaria circunstancia de un criminal huido en libertad y en disposición de cometer un acto de violencia es única en los tiempos modernos. Por la presente, todos los ciudadanos son notificados de que los estatutos legales todavía en vigor obligan a todas las personas a cooperar completamente con la policía en su tarea de detener  a John Allison Anderton. Repetimos: La Agencia Precrime del Gobierno Federal del Bloque Oeste está en proceso de localizar y neutralizar al antiguo Comisario, John Allison Anderton quien, gracias al sistema de prevención del crimen, es por la presente declarado un asesino potencial y como tal pierde sus derechos a la libertad y a todos sus privilegios.”
  “No ha tardado mucho,” murmuró Anderton espantado. Kaplan apagó la radio y la voz se desvaneció.
  “Lisa debe haber ido directamente a Witwer,” especuló Anderton amargamente.
  “¿Por qué debería esperar él?” preguntó Kaplan. “Sus intenciones son claras”.
  Despidió con la cabeza a sus hombres. “Llevadlo a la ciudad. Me siento intranquilo teniéndolo tan cerca. A ese respecto estoy de acuerdo con el Comisario Witwer. Lo quiero neutralizado tan pronto como sea posible.”


                                                                   IV
  Fría, fina lluvia golpeaba contra el pavimento mientras el coche se desplazaba por las oscuras calles de New York City hacia el edificio de la policía.
  “Mírelo desde su posición,” dijo uno de los hombres a Anderton. “Si estuviera en su lugar habría actuado también con decisión.”
  Hosco y resentido, Anderton miraba fijamente hacia delante.
  “De cualquier modo,” continuó el hombre, “es sólo uno de muchos. Miles de personas han ido al campo de detención.”
  “Este Witwer parece saber como aprovechar una oportunidad,” observó uno de los hombres en tono casual. “¿Llegó a conocerle?”.
  “Brevemente,” respondió Anderton.
  “El buscaba su puesto, y se la ha jugado. ¿Está seguro de ello?.”
  Anderton hizo una mueca. “¿Importa eso?”.
  “Era sólo curiosidad.” El hombre lo miró lánguidamente. “Así que usted es el ex Comisario de Policía. La gente del campo estará contenta de verle llegar. Ellos le recordarán.”
  “Sin duda,” estuvo de acuerdo Anderton.
  “Witwer no ha perdido el tiempo. Kaplan es afortunado con un oficial como ese al cargo.” El hombre miró a Anderton casi compadeciéndole. “Está realmente convencido de que es un complot, ¿eh?”.
  “Por supuesto”
  “¿Así que no tocaría ni un pelo de la cabeza de Kaplan? ¿Por primera vez en la historia Precrime se equivoca?. Un hombre inocente es incriminado por una de esas tarjetas. Tal vez lo haya sido otra gente inocente, ¿verdad?.”
  “Es bastante posible,” admitió Anderton indiferente.
  “Quizás el sistema entero se venga abajo. Seguro, usted no va a cometer ningún asesinato, y probablemente ninguno de ellos iba a hacerlo. ¿Es eso por lo que le dijo a Kaplan que quería mantenerse alejado? ¿Esperaba probar que el sistema está equivocado? Yo tengo una mente abierta, si quiere podemos hablar de ello.”
  Otro hombre se inclinó hacia él y preguntó, “Sólo entre nosotros dos, ¿hay  realmente algo en que fundamentar este complot? ¿Está de verdad siendo incriminado?.”
  Anderton suspiró. En este punto él mismo no estaba seguro. Quizás estaba atrapado en un bucle temporal sin sentido, sin principio ni fin. De hecho, ya casi estaba a punto de convencerse de que era la víctima de una agotadora, neurótica fantasía engendrada por su inseguridad creciente. Un enorme cansancio se apoderaba de él. Estaba luchando contra lo imposible, y todas los indicios le señalaban a él.
  El agudo chirrido de los neumáticos le sacó de sus cavilaciones. Frenéticamente, el conductor luchaba por controlar el coche tirando del volante y pisando los frenos, cuando un gigantesco camión de pan surgió de la niebla rodando directamente hacia ellos. Si en lugar de eso hubiera acelerado, podría haber salvado la situación. Pero comprendió su error demasiado tarde. El coche patinó, dio varias sacudidas, vaciló y entonces se estrelló de cabeza contra el camión del pan.
  Bajo Anderton el asiento se elevó y lo arrojó de cara contra la puerta. Dolor, repentino, intolerable pareció estallar en su cerebro mientras yacía jadeando y tratando  débilmente  arrastrarse de rodillas. En alguna parte el crepitar del fuego resonaba lúgubremente, una mancha de sibilante brillo parpadeando entre los remolinos de humo que salían de la retorcida masa del coche.
  Unas manos desde fuera del coche llegaron hasta él. Lentamente se dio cuenta de que estaba siendo arrastrado a través del hueco donde había estado la puerta. Un pesado asiento fue empujado bruscamente a un lado y de pronto se encontró sobre sus pies, apoyándose pesadamente contra una forma oscura y siendo guiado a las sombras de una callejuela a corta distancia del coche.
  En la distancia, las sirenas de la policía aullaban.
  “Vivirá,” murmuró una voz en sus oídos, baja y urgente. Era una voz que nunca había oído antes, tan desconocida y dura como la lluvia golpeando en su cara. “¿Puede oír lo que estoy diciendo?”
  “Sí,” asintió Anderton. Recompuso como pudo la manga rasgada de su camisa. Un corte sobre su mejilla estaba comenzando a latir. Confundido, trató de orientarse. “Usted no es...”
  “Deje de hablar y escuche.” El hombre era grande, casi gordo. Ahora sus grandes manos ayudaron a Anderton a apoyarse contra el mojado muro de ladrillos del edificio, lejos de la lluvia y la parpadeante luz del coche ardiendo. “Tuvimos que hacerlo de este modo,” dijo. “Era la única alternativa. No teníamos mucho tiempo. Pensábamos que Kaplan lo retendría en su casa algo más.”
  “¿Quién es usted?” preguntó Anderton.
  El rostro mojado por la lluvia se deformó con una sonrisa falta de humor. “Mi nombre es Flemming. Me volverá a ver. Tenemos alrededor de cinco segundos antes de que la policía llegue aquí. Entonces estaremos de vuelta donde empezamos.” Un paquete liso pasó a las manos de Anderton. “Esta es ayuda suficiente para mantenerle oculto. Ahí dentro hay un juego completo de identificación. Contactaremos con usted de vez en cuando.” Su sonrisa creció y se convirtió en una risa nerviosa. “Hasta que haya probado su inocencia.”
  Anderton parpadeó. “¿Se trata de una conspiración, entonces?”
  “Por supuesto,” aseguró bruscamente el hombre.
  “Yo pensaba....” Anderton tenía dificultades para hablar, uno de sus dientes frontales parecía estar suelto. “Hostilidad hacia Witwer....sustituido, mi esposa y un joven, natural resentimiento...”
  “No bromee consigo mismo,” dijo el otro. “Usted sabe más que eso. El asunto entero ha sido cuidadosamente preparado. Tenían cada fase de él bajo control. La tarjeta estaba preparada para salir el día que Witwer apareció. Ya han conseguido la primera parte de sus objetivos. Witwer es Comisario y usted un criminal buscado.”
  “¿Quién está detrás de esto?”
  “Su esposa.”
  Anderton movió la cabeza. “¿Está seguro?”
  El hombre rió. “Puede apostar su vida.” Echó una ojeada rápida a su alrededor. “Aquí viene la policía. Baje por esta calle, coja un autobús, diríjase a la zona de chabolas, alquile una habitación y compre un montón de revistas para mantenerse ocupado. Consiga otras ropas.....es suficiente inteligente para cuidar de sí mismo. No trate de abandonar la Tierra. Ellos tienen todos los transportes intersistema bajo vigilancia. Si puede mantenerse escondido los próximos siete días, lo conseguirá.”
  “¿Quién es usted?” preguntó Anderton,
  Flemming se alejó de él y, cautelosamente, se acercó a la entrada de la callejuela y escudriñó fuera. El primer coche de policía  había aparecido sobre el pavimento mojado. Con el motor ronroneando suavemente, se deslizaba con recelo hacia la ruina en llamas que había sido el coche de Kaplan. Dentro de los restos, los hombres se movían débilmente comenzando a arrastrarse dolorosamente a través de la maraña de acero y plástico hacia la lluvia fría.
  “Considérenos una sociedad protectora,” dijo Flemming suavemente, su rechoncha cara inexpresiva brillando con la humedad. “Una especie de fuerza de policía que vigila a la policía. Para asegurarse de,” añadió, “que todo queda en equilibrio.”
  Su gruesa mano salió disparada. Trastabillando, Anderton fue empujado lejos de él, medio cayendo en las sombras y escombros mojados esparcidos por la callejuela.
  “Márchese,” le dijo Fleming bruscamente. “Y no tire ese paquete.” Cuando  Anderton caminaba titubeante hacia el final de la callejuela, las últimas palabras del hombre llegaron hasta él. “Estúdielo atentamente y puede que sobreviva.”
 

                                                  V

  Las tarjetas de identificación lo describían como Ernest Temple, un electricista desempleado que percibía un subsidio semanal del Estado de New York, con una esposa y cuatro niños en Búfalo y menos de cien dólares en su cuenta. Una tarjeta verde manchada de sudor le daba permiso para viajar y no mantener una dirección fija. Un hombre que buscaba trabajo necesitaba viajar. Y podía tener que recorrer un largo camino.
  Mientras cruzaba la ciudad en un autobús casi vacío, Anderton estudió la descripción de Ernest Temple. Por el trabajo que se habían tomado, obviamente, las tarjetas habían sido preparadas teniéndolo a él en mente. Después se preguntó por las huellas dactilares y el patrón de onda cerebral. Posiblemente no podrían soportar una comparación. El paquete de tarjetas le permitía pasar solamente los más superficiales exámenes.
  Pero ya era algo. Y con las tarjetas de identidad venían diez mil dólares en billetes. Guardó el dinero y las tarjetas, y entonces volvió su atención al mensaje nítidamente escrito a maquina que ellos habían adjuntado.
  En un principio no podía encontrarle sentido. Durante un largo rato lo estudió, perplejo.
                           La existencia de una mayoría lógicamente implica
                           una correspondiente minoría 
                   
  El autobús había entrado en la enorme zona de chabolas, millas desoladas de hoteles baratos y casas desvencijadas que surgieron después de la masiva destrucción de la guerra. El vehículo disminuyó su velocidad para detenerse y Anderton se puso en pie. Unos cuantos pasajeros observaban ociosamente el corte de su mejilla y las ropas estropeadas. Ignorándolos, descendió sobre la acera barrida por la lluvia.
  Más allá  del dinero que debían pagarle, el recepcionista del hotel no estaba interesado en otra cosa. Anderton subió las escaleras hasta la segunda planta y entró en la angosta habitación oliendo a humedad que ahora le pertenecía a él. Con agradecimiento, cerró la puerta y bajó las persianas. La habitación era pequeña pero limpia. Cama, aparador, silla, lámpara, una radio con una ranura para insertar cuartos de dólar.
  Introdujo un cuarto en la radio y se echó pesadamente en la cama. Todas las emisoras transmitían el boletín de la policía. Era algo nuevo, excitante, desconocido para la presente generación. ¡Un criminal fugado!. El público estaba ávidamente interesado.
  “......este hombre se ha servido de su alta posición para llevar a cabo su huida,” estaba diciendo el locutor con profesional indignación. “Porque desde su oficina tuvo acceso a la información, y la confianza depositada en él le ha permitido evadir el proceso normal de identificación y detención. Durante el periodo de su ejercicio ha ejercido su autoridad para enviar incontables individuos potencialmente culpables a su adecuado confinamiento, salvando de este modo las vidas de víctimas inocentes. Este hombre, John Allison Anderton, fue el artífice de la creación original del sistema Precrime, la profiláctica pre-detección de criminales a través del ingenioso empleo de mutantes precogs, capaces de prever acontecimientos futuros y transferir oralmente esa información a maquinaria analítica. Estos tres precogs, en su vital función....”
  La voz casi se desvaneció cuando dejó la habitación y entró en el minúsculo cuarto de baño. Allí, se quitó la chaqueta y la camisa, y dejó correr el agua caliente en el lavabo. Comenzó limpiando el corte de su mejilla. En la farmacia de la esquina había comprado yodo y vendas, una maquina de afeitar, un peine, un cepillo de dientes y otras pequeñas cosas que necesitaría. A la mañana siguiente tenía intención de encontrar una tienda de ropa de segunda mano y comprarse ropas más adecuadas. Después de todo, él era ahora un electricista desempleado no un Comisario de Policía bajo sospecha.
  En la otra habitación la radio sonaba. Sólo subconscientemente pendiente de ella, estaba de pie frente al espejo agrietado, examinando un diente roto.
  “.....el sistema de los tres precogs encuentra su génesis en las ordenadores de mediados de este siglo. ¿Cómo son comprobados los resultados de un ordenador electrónico?. Introduciendo la información en un segundo ordenador de idéntico diseño. Pero dos ordenadores no son suficientes. Si cada ordenador llega a una respuesta diferente es imposible deducir a priori cual es la correcta. La solución, basada en un cuidadoso estudio de método estadístico, es utilizar un tercer ordenador para comprobar los resultados de los dos primeros. De esta manera, un así llamado informe de la mayoría es obtenido. Puede ser asumido con considerable probabilidad que el acuerdo de dos de los tres ordenadores indica cual de las alternativas es la acertada. No sería probable que dos ordenadores llegaran a soluciones idénticamente incorrectas....”
  Anderton dejó caer la toalla que estaba usando y corrió a la otra habitación. Temblando, se puso a escuchar las palabras que transmitía la radio.
  “....la unanimidad de los tres precogs es un fenómeno que raras veces ocurre, como explica el, ahora en funciones, Comisario Witwer. Es mucho más común obtener un informe de la mayoría en colaboración de dos precogs, más un informe de la minoría de alguna leve variación, usualmente con referencia al tiempo y lugar, del tercer mutante. Esto se explica a través de la teoría de los múltiples futuros. Si sólo existiera una línea temporal, la información precognitiva carecería de importancia, desde el momento en que, en posesión de esta información, no habría ninguna posibilidad de alterar el futuro. En la Agencia Precrime, ante todo debemos asumir....”
  Frenéticamente, Anderton caminó alrededor de la pequeña habitación. Informe de la mayoría....sólo dos de los precogs estaban de acuerdo sobre el material subyacente en la tarjeta. Ese era el significado del mensaje adjuntado con el paquete. El informe del tercer precog, el informe de la minoría era, por alguna razón, de importancia.
  ¿Por qué?.
  Su reloj le informó de que era medianoche pasada. Page estaría fuera de servicio. No regresaría al boque de los monos hasta la tarde siguiente. Era una ligera posibilidad, pero merecía la pena intentarlo. Quizás Page le cubriría, o quizás no. Tendría que arriesgarse.
  Tenía que ver el informe de la minoría.

                                                                 VI
  Entre mediodía y la una, las calles llenas de basura bullían con la gente. Eligió ese momento del día, el de más ajetreo, para hacer su llamada. Eligiendo una cabina telefónica en un supermercado abarrotado de clientes, marcó el familiar número de la policía y esperó pegando el frío auricular a su oído. Deliberadamente, había seleccionado el audio, no la línea de vídeo: a pesar de su ropa de segunda mano, estar desaseado y sin afeitar podía ser reconocido.
  El recepcionista era nuevo para él. Cautelosamente, le dio la extensión de Page. Si Witwer estaba destituyendo al staff habitual y colocando a sus satélites podía encontrarse hablándole a un total extraño.
  “Hola,” le llegó la ronca voz de Page.
  Aliviado, Anderton echó una ojeada a su alrededor. Nadie estaba prestándole ninguna atención. Los clientes merodeaban entre la mercancía cumpliendo sus rutinas diarias. “¿Puedes hablar?” preguntó. “¿O estás atado de pies y manos?”
  Hubo un momento de silencio. Podía ver la imagen de la apacible cara de Page descomponerse con la incertidumbre mientras violentado trataba de decidir qué hacer. Finalmente, pronunció unas palabras. “¿Por qué....estás llamando aquí?”
  Ignorando la pregunta, Anderton dijo, “No he reconocido al recepcionista. ¿Personal nuevo?”
  “Completamente nuevo,” convino Page, con una delgada, estrangulada voz. “Mucho movimiento, estos días.”
  “Eso veo.” Tensamente, Anderton preguntó, “¿Cómo va tu trabajo? ¿Todavía a salvo?”
  “Espera un minuto.” El auricular fue depositado en el suelo y el amortiguado sonido de pasos llegó a los oídos de Anderton. Seguido del rápido portazo de una puerta siendo cerrada de prisa. Page regresó. “Podemos hablar mejor ahora,” dijo roncamente.
  “¿Cómo de mucho?”
  “No demasiado. ¿Dónde estás?”
  “Dando un paseo por Central Park,” dijo Anderton. “Disfrutando de la luz del sol.” Por  lo que sabía, Page había ido a hacer segura la línea intervenida que estaba funcionando. Ahora mismo, un equipo de policía aerotransportado estaba probablemente en camino. Pero él tenía que arriesgarse. “Estoy en un nuevo campo,”  dijo secamente. “Estos días soy un electricista.”
  “Oh!,” dijo Page desconcertado.
  “Pensaba que tal vez tuvieras algún trabajo para mí. Si eso puede arreglarse, me gustaría dejarme caer por allí y examinar tu equipo básico de computaras. Especialmente los informes y bancos de análisis en el bloque de los monos.”
  Después de una pausa, Page dijo: “Eso....puede ser arreglado. Si realmente es importante.”
  “Lo es,” le aseguró Anderton. “¿Cuándo sería mejor para ti?”
  “Bien,” dijo Page, luchando consigo mismo. “Tengo un grupo de reparaciones que viene a mirar el equipo intercom. El actual Comisario lo quiere mejorar, de modo que pueda operar más rápido. Tú puedes venir después.”
  “Lo haré. ¿A qué hora?”
  “A las cuatro en punto. Entrada B, nivel 6. Me...reuniré contigo.”
  “Bien,” convino Anderton, ya comenzando a colgar. Espero que estés todavía en tu puesto, cuando yo llegue.”
  Colgó y rápidamente dejó la cabina. Un momento después estaba empujando a través del denso montón de gente que atestaba una cafetería cercana. Nadie lo localizaría allí.
  Tenía que esperar tres horas y media. Y se iban a hacer muy largas. La más larga espera de su vida antes de que finalmente se reuniera con Page tal como se había arreglado.
  Lo primero que Page le dijo fue: “Tú has perdido la cabeza. ¿Por qué infiernos has regresado?”
  “No me quedaré mucho tiempo.”  Tensamente, Anderton iba de un lado a otro del bloque de los monos, sistemáticamente cerrando una puerta tras otra. “No dejes entrar a nadie. No puedo correr riesgos.”
  “Deberías abandonar cuando todavía estás a tiempo.” En una agonía de aprehensión Page siguió tras él. “Witwer está removiendo cielo y tierra. Tiene al país entero pidiendo tu sangre.”
  Ignorándolo, Anderton abrió el banco de control principal de maquinaria analítica. “¿Cuál de los tres monos dio el informe de la minoría?”
  “No me hagas preguntas. Me voy fuera.” En su camino a la puerta Page se detuvo brevemente, señaló a la figura del centro y entonces desapareció. La puerta se cerró; Anderton estaba solo.
  La del centro. La conocía bien. La empequeñecida, jorobada figura que estaba sentada sepultada entre cables y relés desde hacía quince años. Cuando Anderton se acercó, no miró hacia arriba. Con ojos vidriosos y en blanco, contemplaba un mundo que no existía todavía, ciega a la realidad física que la rodeaba.
  “Jerry” tenía veinticuatro años. Originalmente, había sido clasificado como un idiota hidrocefálico pero cuando alcanzó la edad de seis años los test psíquicos habían revelado el talento precog sepultado bajo capas de tejidos enfermos. Fue llevado a una escuela de entrenamiento del gobierno donde el talento había sido cultivado. Cuando tenía nueve años el talento se había desarrollado lo suficiente para poder ser usado. “Jerry”, sin embargo, permaneció en el sin propósito caos de idiotez; la facultad había adsorbido la totalidad de su personalidad.
  Agachándose, Anderton comenzó a  desensamblar los escudos protectores que guardaban las bobinas de cinta almacenadas en la máquina de análisis. Consultando el código de la gráfica, seleccionó la sección de la cinta que se refería a su tarjeta particular.
  Tenía al lado un scanner de lectura. Conteniendo la respiración insertó la cinta, lo puso en marcha y escuchó. Le llevó sólo un segundo. Desde la primera frase del informe estaba claro lo que había ocurrido. Tenía lo que quería, no era necesario seguir buscando.
  La visión de “Jerry” estaba desfasada. Porque de la errática naturaleza de la precognición, él estaba examinando un tiempo-área levemente diferente al de sus otros compañeros. Para él, la noticia de que Anderton cometería un asesinato, era un acontecimiento para ser integrado a lo largo de un todo. Este conocimiento, y la reacción de Anderton, eran ambas piezas del proceso.
  Obviamente, el informe de “Jerry” invalidaba el informe de la mayoría. Habiendo sido informado de que cometería un asesinato, Anderton cambiaría de opinión y no lo haría. La denuncia del asesinato había cancelado el asesinato; la profilaxis había ocurrido simplemente siendo informado. Ya, una nueva línea temporal había sido creada. Pero “Jerry” no tenía derecho a voto.
  Temblando, Anderton rebobinó la cinta y apretó el botón de grabación. A alta velocidad hizo una copia del informe, devolvió el original a su lugar y recogió el duplicado del scanner. Aquí tenía la prueba de que la tarjeta era nula: obsoleta. Todo lo que tenía que hacer era mostrársela a Witwer.....
  Su propia estupidez lo asombró. Indudablemente, Witwer había visto el informe; y a pesar de eso había asumido el cargo de Comisario, y había puesto a los equipos de policía en su búsqueda. Witwer no tenía intención de echarse atrás. A él no le importaba la inocencia de Anderton.
  Entonces, ¿qué podía hacer?. ¿Quién más estaría implicado?.
  “Tú, condenado loco,” gritó una voz detrás de él, con salvaje ansiedad.
  Rápidamente, se volvió. Su esposa estaba en una de las puertas, en su uniforme de policía, mirándole fuera de sí. “No te preocupes,” le dijo brevemente, mostrando la bobina de cinta. “Ya me voy.”
  Con expresión desfigurada, Lisa corrió frenéticamente hacia él. “Page me dijo que estabas aquí, pero no podía creerlo. No tendría que dejarte ir. No comprendo lo que estás haciendo.”
  “¿Lo que estoy haciendo?” inquirió Anderton cáusticamente. “Antes de responderte sería mejor que escucharas esta cinta.”
  “¡No quiero escucharla!. Lo único que quiero es que salgas de aquí. Ed Wiwer sabe que hay alguien aquí abajo. Page está intentando mantenerlo ocupado, pero....”. Se interrumpió girando su cabeza rígidamente hacia un lado. “¡Está aquí ahora!. Viene hacia aquí.”
  “¿No tienes ninguna influencia?. Se graciosa y encantadora. Probablemente se olvidará de mí.”
  Lisa lo miró con amargo reproche. “Hay una nave aparcada en el tejado. Si quieres huir...” Su voz se ahogó y por un instante ella se quedó en silencio. Entonces dijo, “Despegaré en un minuto. Si quieres venir....”
  “Iré,” dijo Anderton. No tenía otra elección. Había conseguido su cinta, su prueba, pero no había previsto ningún método para salir de allí. Satisfecho, se apresuró a seguir la delgada figura de su esposa cuando ella salió del bloque a través de una puerta lateral y entró en un pasillo alternativo, sus talones taconeando ruidosamente en la vacía oscuridad.
  “Es una nave muy rápida,” le dijo ella sobre su hombro. “Para casos de emergencia....preparada para despegar. Iba a supervisar algunos de los equipos de búsqueda.”


                                               VII

  Tras el volante del crucero de la policía de alta velocidad, Anderton esbozaba a grandes rasgos lo que la cinta del informe de la minoría contenía. Lisa escuchaba en silencio, su cara descompuesta, sus manos apretando tensamente sus rodillas. Bajo la nave, la parte rural del país arrasada por la guerra aparecía como un mapa en relieve, vacías regiones entre ciudades, marcadas por los cráteres y salpicadas de las ruinas de granjas y pequeñas plantas industriales.
  “Me pregunto,” dijo Lisa cuando él terminó, “cuántas veces ha ocurrido esto antes.”
  “¿Un informe de la minoría? Un gran número de veces.”
  “Quiero decir, un precog desfasado. Usando el informe de los otros como un dato más, superponiéndose a ellos.” Con ojos oscuros y serios, añadió, “Quizás un montón de gente en el campo está como tú.”
  “No,” insistió Anderton. Pero él comenzaba a sentirse intranquilo al respecto de eso también. “Yo estaba en posición de ver la tarjeta, de acceder al informe. Eso es lo que yo hice.”
  “Pero...” Lisa gesticuló significativamente. “Tal vez todos ellos  habrían tomado ese camino. Podíamos haberles contado la verdad.”
  “Eso hubiera sido correr un riesgo muy grande,” respondió él tercamente.
  Lisa rió agudamente. “¿Riesgo?, ¿suerte?, ¿incertidumbre?, ¿con precogs cerca?”
  Anderton se concentraba en conducir la veloz nave. “Este es un caso único,” repitió. “Y tenemos un problema inmediato. Podemos discutir los aspectos teóricos más tarde. Tengo que llevar esta cinta a la gente adecuada, antes de que tu inteligente joven amigo lo impida.”
  “¿Se la vas a llevar a Kaplan?”
  “Desde luego.” Palmeó la bovina de cinta que yacía en el asiento entre ellos. “El estará interesado. La prueba de que su vida no está en peligro debe ser de vital importancia para él.”
  De su bolso, Lisa sacó su paquete de cigarrillos. “Y tú piensas que él te ayudará.”
  “Puede....o puede que no. Es un riesgo que tengo que asumir.”
  “¿Cómo te las arreglaste para ocultarte tan rápidamente?” preguntó Lisa. “Un disfraz completamente efectivo es difícil de obtener.”
  “Todo se consigue con dinero,” respondió evasivamente.
  Mientras fumaba, Lisa reflexionó. “Probablemente Kaplan te protegerá,” dijo. “El es bastante poderoso.”
  “Pensaba que era sólo un general retirado.”
  “Técnicamente....eso es lo que es. Pero Witwer sacó su dossier. Kaplan lidera una especie de organización exclusiva de veteranos poco común. Es actualmente una especie de club con unos pocos miembros restringidos. Oficiales de alto rango solamente....un grupo internacional de ambos bandos de la guerra. Aquí en Nueva York ellos mantienen una gran mansión como sede, tres flamantes periódicos, y ocasionales programas en TV que les cuestan una pequeña fortuna.”
  “¿Qué estás tratando de decir?”
  “Sólo esto. Tú me has convencido de que eres inocente. Quiero decir, es obvio que tú no quieres cometer un asesinato. Pero debes comprender ahora que el informe original, el informe de la mayoría, no era una falsificación. Nadie lo falsificó. Ed Witwer no lo planeó. No hay complot contra ti y nunca lo hubo. Si vas a aceptar el informe de la minoría como genuino tendrás que aceptar el de la mayoría también.”
  Con cierto rechazo, él estuvo de acuerdo. “Supongo que sí.”
  “Ed Witwer está actuando de completa buena fe. El realmente cree que tú eres un criminal potencial......¿y por qué no?. El tiene el informe de la mayoría sobre su escritorio, pero tu tienes la tarjeta guardada en tu bolsillo.”
  “La destruí,” dijo Anderton tranquilamente.
  Lisa se volvió seriamente hacia él. “Ed Witwer no está motivado por ningún deseo de obtener tu puesto,” dijo. “Está motivado por el mismo deseo que siempre te ha dominado a ti. El cree en Precrime. Quiere que el sistema continúe. He hablado con él y estoy convencida de que dice la verdad.”
  Anderton preguntó, “¿Me estás pidiendo que le lleve esta cinta a Witwer?. Si lo hago...él la destruirá.”
  “Tonterías,” replicó Lisa. “Los originales han estado en sus manos desde el principio. Podía haberlos destruido en el momento que hubiera querido.”
  “Eso es verdad,” concedió Anderton. “Es bastante posible que él no tuviera conocimiento.”
  “Por supuesto que no. Míralo de este modo. Si Kaplan consigue esa cinta la policía será desacreditada. ¿No puedes verlo?. Eso probaría que el informe de la mayoría era un error. Ed Witwer está haciendo lo correcto. Tienes que ser detenido....si Precrime debe sobrevivir. Tú estás pensando en tu propia seguridad. Pero piensa, por un momento, en el sistema.” Inclinándose, apagó el cigarrillo y buscó otro en su bolso.  “¿Qué significa más para ti, tu propia seguridad personal o la existencia del sistema?”
  “Mi seguridad,” respondió Anderton sin dudarlo.
  “¿Estás seguro?”
  “Si el sistema debe sobrevivir sólo encarcelando gente inocente, entonces merece ser destruido. Mi seguridad personal es importante porque soy un ser humano. Y además....”
  De su bolso, Lisa sacó una pistola increíblemente pequeña. “Creo,” le dijo ella ásperamente, “que tengo mi dedo sobre el gatillo. Nunca he usado un arma como esta antes. Pero estoy dispuesta a intentarlo.”
  Después de una pausa, Anderton preguntó: “¿Quieres que dé la vuelta a la nave, verdad?”
  “Sí, de regreso al edificio de policía. Lo siento. Si pudieras poner la importancia del sistema por encima de tu propio interés....”
  “Guárdate tu sermón,” le dijo Anderton. “Daré la vuelta a la nave. Pero no estoy dispuesto a escuchar tu defensa de un código de comportamiento que ningún hombre inteligente aceptaría.”
  Lisa apretó los labios en una delgada, blanca línea. Cogiendo la pistola con fuerza, se sentó encarándole, sus ojos fijos atentamente sobre él cuando viró la nave en un arco amplio. Unos cuantos objetos sueltos sonaron en la guantera cuando la pequeña nave dio la vuelta inclinada totalmente, un ala elevándose majestuosamente hasta que apuntó recta hacia arriba.
  Ambos, Anderton y su esposa fueron sujetados por los fuertes brazos de metal de sus asientos. Pero no así el tercer miembro de la fiesta.
  Por el rincón de su ojo, Anderton vio un movimiento fugaz. Un sonido le llegó simultáneamente, la lucha desesperada de un hombre grande que abruptamente ha perdido pie y es arrojado contra la pared reforzada de la nave. Lo que siguió ocurrió rápidamente. Flemming luchaba por ponerse de pie de inmediato con uno de sus  brazos en dirección a la pistola de la mujer. Anderton estaba demasiado sorprendido para gritar. Lisa se volvió, vio al hombre....y gritó. Flemming golpeó la pistola de su mano enviándola ruidosamente al suelo.
  Gruñendo, Flemming la empujó a un lado y recuperó la pistola. “Lo siento,” jadeó, enderezándose lo mejor que pudo. “Pensaba que ella podía hablar más. Por eso estaba esperando.”
  “Usted estaba aquí cuando....” comenzó Anderton.....y se detuvo. Era obvio que Flemming y sus hombres lo mantenían bajo vigilancia. La existencia de la nave de Lisa había sido debidamente anotada y comprobada, y mientras Lisa había discutido si era juicioso ponerlo a salvo, Flemming se había deslizado hasta la bodega de carga de la nave.
  “Tal vez,” dijo Flemming, “sea mejor que me dé la bobina de cinta.” Sus húmedos, torpes dedos la buscaron a tientas. “Está en lo cierto.....Witwer está metido en el ajo.”
  “¿Kaplan también?” preguntó Anderton torpemente, todavía aturdido por la aparición del hombre.
  “Kaplan está trabajando directamente con Witwer. Esa es la razón por la que su nombre aparece en la línea cinco de la tarjeta. Cuál de ellos es ahora el jefe, no lo sabemos. Posiblemente ninguno.” Flemming tiró la pequeña pistola lejos y sacó su pesada arma militar reglamentaria. “Corrió un gran riesgo despegando con esta mujer. Le dije que ella estaba al tanto de todo.”
  “No puedo creer eso,” protestó Anderton. “Si ella....”
  “Usted ha perdido el juicio. Esta nave estaba preparada por orden de Witwer. Ellos buscaban sacarle del edificio de modo que nosotros no pudiéramos ayudarle. Usted solo, separado de nosotros, no tendría ninguna oportunidad.”
  Una extraña expresión cruzó el rostro afligido de Lisa. “Eso no es verdad,” susurró. “Witwer nunca vio esta nave. Yo iba a supervisar....”
  “Casi lo consigue,” la interrumpió Flemming inexorablemente. “Seremos afortunados si una nave patrulla de la policía no cae sobre nosotros. No era el momento de supervisar....” Mientras hablaba se agachó directamente detrás de la silla de la mujer. “La primera cosa es poner a esta mujer fuera de circulación. Tendremos que llevarle lo más lejos posible de esta zona. Page advirtió a Witwer sobre su nuevo disfraz y puede estar seguro de que ha sido difundido en todas partes.”
  Todavía agachado, Flemming agarró a Lisa. Pasando su pesada pistola a Anderton, expertamente ladeó la barbilla de ella hasta que su sien estuvo presionando contra el asiento. Lisa lo arañaba frenéticamente; un delgado, terrible gemido salió de su garganta. Ignorándola, Flemming cerró sus grandes manos alrededor de su cuello y comenzó implacablemente a apretar.
  “Ninguna herida de bala,” explicó, jadeado. “Ella va a morir por accidente natural. Eso ocurre todo el tiempo. Pero en este caso, su cuello estará roto primero.”
  Parecía extraño que Anderton esperara tanto tiempo. Mientras lo hacía, los gruesos dedos de Fleming estuvieron cruelmente clavados en la pálida carne de la mujer hasta  que él levantó la culata de la pesada pistola y golpeó a Flemming en la nuca. Las monstruosas manos se relajaron. Tambaleándose, la cabeza de Flemming cayó hacia delante y chocó contra la pared de la nave. Tratando débilmente de recuperarse comenzó a ponerse en pie. Anderton lo golpeó de nuevo, esta vez por encima del ojo izquierdo. Cayó de espaldas y quedó quieto.
  Luchando por respirar, Lisa permaneció un momento sobre ella misma, balanceando su cuerpo atrás y adelante. Entonces, el color volvió a aparecer en su cara.
  “¿Puedes tomar los controles?” preguntó Anderton, sacudiéndola, con urgencia en la voz.
  “Sí, creo que sí.” Casi mecánicamente ella tomó el volante. “Estaré bien. No te preocupes por mí.”
  “Esta pistola,” dijo Anderton, “es un arma que pertenece al Ejercito. Pero no es de la guerra. Es uno de esos nuevos modelos avanzados que ellos han desarrollado. Puede que sea difícil pero todavía hay una oportunidad...”
  Retrocedió a donde Flemming yacía derribado sobre la cubierta. Tratando de no tocar la cabeza del hombre, abrió su chaqueta y revolvió en sus bolsillos. Un momento después la cartera empapada de sudor de Flemming estaba en sus manos.
  Tod Flemming, de acuerdo a su identificación, era un Comandante del Ejercito adjunto a la Inteligencia Interna del Departamento de Información Militar. Entre los varios papeles había un documento firmado por el General Leopold Kaplan, afirmando que Flemming estaba bajo la protección especial de su propio grupo, la Liga Internacional de Veteranos.
  Flemming y sus hombres operaban bajo las órdenes de Kaplan. El camión del pan, el accidente, había sido planeado deliberadamente.
  Eso quería decir que Kaplan lo había mantenido alejado de las manos de la policía intencionadamente. El plan se desarrollaba desde el contacto original en su casa, cuando los hombres de Kaplan lo hallaron haciendo el equipaje. Incrédulo, comprendió lo que realmente había ocurrido. Incluso entonces, ellos daban por seguro que lo encontrarían antes que la policía. Desde el principio, todo había sido una elaborada estrategia para asegurarse de que Witwer fracasaría en su arresto.
  “Estabas diciendo la verdad,” le dijo Anderton a su esposa cuando tomó asiento de nuevo. “¿Podemos contactar con Witwer?”
  Mudamente, ella asintió con la cabeza. Indicando el circuito de comunicación del tablero de instrumentos, ella preguntó: “¿Qué encontraste?”
  “Ponme con Witwer. Quiero hablar con él tan pronto como sea posible. Es muy urgente.”
  Temblorosamente, marcó el número, abrió el canal de circuito cerrado, y accedió a los cuarteles de la policía en New York. Una panorámica visual de minúsculos oficiales de policía se vio fugazmente antes de que una diminuta réplica de los rasgos de Ed Witwer apareciera en pantalla
  “¿Me recuerda?” le preguntó Anderton.
  Witwer palideció. “Buen Dios. ¿Qué ha ocurrido?. Lisa, ¿lo traes detenido?”. Abruptamente sus ojos repararon en la pistola en las manos de Anderton. “Oiga,” dijo violentamente, “no le haga nada. Cualquier cosa que usted pueda pensar, ella no es responsable.”
  “Eso ya lo he averiguado,” respondió Anderton. “¿Puede conseguirnos ayuda?. Podemos necesitar protección para volver.”
  “¿Volver?” Witwer lo miraba con incredulidad. “¿Viene hacia aquí? ¿Se está rindiendo?”
  “Eso hago, sí.” Hablando rápidamente, con urgencia, Anderton añadió, “Hay algo que debe hacer inmediatamente. Cierre el bloque de los monos. Asegúrese de que nadie entre, Page o cualquier otro . Especialmente  gente del Ejercito.
  “Kaplan,” dijo la imagen en miniatura.
  “¿Qué pasa con él?”
  “Estuvo aquí. El...acaba de irse.”
  El corazón de Anderton dejó de latir. “¿Qué estuvo haciendo?”
  “Recoger datos. Transcribir duplicados de los informes de nuestros precogs sobre usted. Insistió que los quería únicamente para su protección.”
  “Entonces él ya se fue,” dijo Anderton. “Es demasiado tarde.”
  Alarmado, Witwer casi gritó: “¿Qué es lo que quiere decir? ¿Qué esta ocurriendo?”
  “Se lo contaré,” dijo Anderton cansadamente, “cuando regrese a mi oficina.”


                                                              VIII
  Witwer le esperaba en el tejado del edificio de la policía. Mientras la pequeña nave se posaba, una nube de naves escolta inclinaba sus alas y desaceleraban. Anderton se acercó inmediatamente al joven de pelo rubio.
  “Ya tiene lo que buscaba,” le dijo. “Puede arrestarme y enviarme al campo de detención. Pero eso no sería suficiente.”
  Los ojos azules de Witwer estaban pálidos de incertidumbre. “Me temo que no comprendo...”
  “No es culpa mía. Nunca tendría que haber abandonado el edificio de la policía. ¿Dónde está Wally Page?”
  “Ya hemos tomado medidas contra él,” replicó Witwer. “Ya no nos dará más problemas.”
  La cara de Anderton se ensombreció.
  “Lo ha detenido por la razón equivocada,” dijo. “Permitirme entrar en el bloque de los monos no fue un crimen. Pero pasar información al Ejército sí lo es. Ha tenido a un espía del Ejercito trabajando aquí.” Con poca convicción, se autocorrigió, “quiero decir, he tenido.”
  “He revocado la orden sobre usted. Ahora los equipos están buscando a Kaplan.”
  “¿Alguna suerte?”
  “Abandonó el edificio en un camión del Ejercito. Le seguimos, pero el camión entró en una zona de Cuarteles militarizada. Ahora ellos han colocado un gran tanque R-3 de los tiempos de la guerra bloqueando la calle. Sería la guerra civil moverlo de allí.”
  Lentamente, titubeante, Lisa salió de la nave. Todavía estaba pálida y temblorosa, y sobre su garganta un feo moratón se estaba formando.
  “¿Qué te ha ocurrido?” preguntó Witwer. Entonces descubrió la forma inerte de Flemming yaciendo sobre el suelo dentro de la nave. Encarándose con Anderton abiertamente, le dijo: “Entonces finalmente ha dejado de sospechar que esto es una conspiración mía.”
  “No del todo.”
  “Usted no puede pensar que estoy....” hizo un gesto de disgusto, “conspirando para conseguir su puesto.”
  “Seguro que lo está. Todo el mundo es culpable de algo. Yo estoy conspirando para mantenerlo. Pero esa es otra cuestión....y usted no es responsable.”
  “¿Por qué asegura,” inquirió Witwer, “que es demasiado tarde para arrestarle?. Dios mío, le meteremos a usted en el campo. Esta semana pasará y Kaplan estará todavía vivo.”
  “Estará vivo, sí,” concedió Anderton. “Pero él puede probar también que seguiría vivo si yo estuviera libre en la calle. El tiene la información que prueba que el informe de la mayoría es obsoleto. El puede acabar con el sistema de Precrime.” Finalizó, “De un modo u otro, él gana...y nosotros perdemos. El Ejercito nos desacredita, su estrategia da resultado.”
  “Pero, ¿por qué están arriesgando tanto?. ¿Qué es lo que quieren exactamente?”
  “Después de la guerra Anglo-china, el Ejército perdió poder. Ya no son lo que eran en los buenos tiempos del AFWA. Ellos corrían con el show completo. Ambos, militar y civil. Y hacían su propio trabajo de policía.”
  “Como Fleming,” dijo Lisa débilmente.
  “Después de la guerra, el Bloque Oeste fue desmilitarizado. Oficiales como Kaplan fueron retirados y despedidos. A nadie le gusta eso.” Anderton hizo una meca. “Puedo simpatizar con él. No es el único. Pero no podíamos mantener este estado de cosas. Teníamos que repartir los poderes de gobierno.”
  “Dice que Kaplan ha ganado,” dijo Witwer. ¿No hay nada que podamos hacer?.”
  “Yo no voy a matarle. Nosotros lo sabemos y él lo sabe. Probablemente volverá y nos ofrecerá alguna clase de arreglo. Continuaremos funcionando pero el Senado suprimirá nuestra influencia. ¿No le gustaría eso, verdad?”
  “Claro que no,” respondió Witwer enfáticamente. “Uno de estos días yo dirigiré esta agencia.” Se ruborizó. “No inmediatamente, por supuesto.”
  La expresión de Anderton era sombría. “Ya es bastante malo que haya hecho público el informe de la mayoría. Si no hubiera actuado tan precipitadamente podríamos haber salvado ese inconveniente. Pero todo el mundo lo ha oído. Ahora no podemos retirarlo.”
  “Supongo que no,” admitió Witwer incómodo. “Tal vez yo....no tengo este trabajo tan claro como imaginaba.”
  “Lo tendrá, con el tiempo. Será un buen oficial de policía. Cree en el status quo, pero debe aprender a actuar con tranquilidad.” Anderton se alejó de ellos. “Voy a estudiar las cintas de datos del informe de la mayoría. Quiero conocer exactamente cómo se suponía que yo iba a matar a Kaplan.” Reflexivamente, concluyó: “Eso puede darme algunas ideas.”
  Las cintas de datos de los precogs “Donna” y “Mike” estaban almacenadas por separado. Eligiendo la máquina responsable de los análisis de “Donna” abrió el escudo protector y dispuso el índice de contenidos. Como anteriormente, el código le informó qué bobinas estaban relacionadas y en un momento tuvo el mecanismo de transporte de la cinta operando.
  Era aproximadamente lo que había sospechado. Este era el material utilizado por “Jerry”....la línea temporal invalidada. En él, los agentes de la Inteligencia Militar de Kaplan lo secuestraban mientras conducía hacia su casa desde el trabajo, y era llevado a la villa de Kaplan, la organización GHQ de la Liga Internacional de Veteranos. Allí Anderton recibía un ultimátum: Voluntaria disolución del sistema de Precrime o enfrentar abiertas hostilidades con el Ejercito.
  En esta línea temporal, Anderton, como Comisario de Policía, había recurrido al Senado en busca de apoyo. Ningún apoyo fue recibido. Para evitar la guerra civil, el Senado había ratificado el desmembramiento del sistema policial y decretado la vuelta de la ley militar para hacer frente a la emergencia. Llevando un cuerpo de policías fanáticos, Anderton había localizado a Kaplan y le había disparado, junto con otros oficiales de la Liga de Veteranos. Sólo Kaplan había muerto. Los otros se habían recuperado. El golpe de estado había sido un completo éxito.
  Eso era “Donna”. Rebobinó la cinta y cambió al material pre-visto por “Mike”. Sería idéntico; ambos precogs habían coincidido para presentar un cuadro unificado. “Mike” comenzó como lo había hecho “Donna”: Anderton llegaba a descubrir la conjura de Kaplan contra la policía. Pero algo estaba mal. Confundido, corrió la cinta hasta el principio. Incomprensiblemente, no se trataba de una broma. De nuevo rebobinó la cinta, escuchando atentamente.
  El informe de “Mike” era bastante diferente del informe de “Donna”.
  Una hora más tarde terminó su investigación, guardó las cintas y abandonó el bloque de los monos. Tan pronto como apareció, Witwer preguntó. “¿Qué ocurre?. Puedo ver que algo va mal.”
  “No,” respondió Anderton lentamente, todavía sumido en sus pensamientos. “No exactamente mal.” Un sonido llegó a sus oídos. Caminó distraídamente hasta la ventana y escudriñó fuera.
  Las calles estaban atestadas de gente. Por el centro de la calle bajaba una línea de cuatro columnas de tropas uniformadas. Rifles, cascos.....soldados marchando con sus oscuros uniformes de los tiempos de guerra, portando los añorados gallardetes del AFWA ondeando al frío viento de la tarde.
  “Un miting del Ejercito,” explicó Witwer palideciendo. “Yo estaba equivocado. Ellos no van a llegar a un acuerdo con nosotros. ¿Para qué?. Kaplan va a hacerlo público.”
  Anderton no se sintió sorprendido. “¿Va a leer el informe de la minoría?”
  “Aparentemente. Ellos van a pedirle al Senado que nos disuelva, y van a ocupar nuestro lugar. Van a denunciar que hemos estado arrestando hombres inocentes....redadas nocturnas de la policía, esa clase de cosas. La ley del terror.”
  “¿Supone que el Senado cederá?”
  Witwer titubeó. “No quiero adivinarlo.”
  “Yo lo haré,” dijo Anderton. “Ellos cederán. Esa respuesta coincide con lo que he descubierto ahí abajo. Nos hemos metido nosotros mismos en un callejón sin salida y sólo hay una dirección en la que podemos ir. Tanto si nos gusta como si no, tenemos que tomarla.” Sus ojos tenían un brillo acerado.
  Aprensivamente, Witwer preguntó. “¿Cuál es?”
  “Una vez que lo diga, se preguntará por qué no se le ocurrió a usted. Muy obviamente, voy a tener que llevar a cabo el informe hecho público. Voy a tener que matar a Kaplan. Es la única manera de impedirles que nos desacrediten.”
  “Pero,” dijo Witwer asombrado, “el informe de la mayoría ha sido invalidado.”
  “Puedo hacerlo,” le informó Anderton, “pero va a costar. ¿Está familiarizado con los estatutos vigentes acerca de los asesinatos en primer grado?”
  “Prisión de por vida.”
  “Por lo menos. Probablemente, usted podría mover unos cuantos hilos y conseguir la conmutación de esa pena por el exilio. Yo podría ser enviado a uno de los planetas colonia, la buena vieja frontera”
  “¿Preferiría... eso?”
  “Infiernos, no,” dijo Anderton sinceramente. “Pero sería el menor de los dos males. Y esto tiene que hacerse.”
  “No veo cómo puede matar a Kaplan.”
  Anderton sacó el arma militar reglamentaria con la que había sacudido a Flemming. “Usaré esto.”
  “¿Ellos no le detendrán?”
  “¿Por qué lo harían?. Tienen el informe de la minoría que dice que yo he cambiado de opinión.”
  “Entonces, ¿el informe de la minoría es incorrecto?”
  “No,” dijo Anderton, “es absolutamente correcto. Pero voy a asesinar a Kaplan de todos modos.”

                                                                  IX
  El nunca había matado un hombre. Ni siquiera había visto un hombre asesinado. Y había sido Comisario de Policía durante treinta años. Para esta generación, el asesinato deliberado había desaparecido. Eso simplemente no ocurría.
  Un coche de la policía lo trasladó a la manzana donde se reunía el Ejercito. Allí, en las sombras del asiento trasero examinó concienzudamente la pistola que Flemming le había proporcionado. En ese momento, no tenía ninguna duda del resultado. Estaba absolutamente seguro de lo que ocurriría en la siguiente media hora. Colocando la pistola junto a su espalda, abrió la puerta del coche aparcado y salió afuera con cautela.
  Nadie le prestó la más mínima atención. Avanzando en tropel masas de personas empujaban entusiasmadas hacia delante, tratando de conseguir la mejor situación para el mitin.
  Los uniformes del Ejercito predominaban y en el perímetro del área despejada, una línea de tanques y armas pesadas estaba desplegada.....formidable armamento todavía en producción.
  El Ejercito había montado un altavoz de metal en la tribuna y escaleras arriba. Detrás de la tribuna colgaba la enorme bandera del AFWA, emblema de los poderes combinados que habían luchado en la guerra. Debido a un curioso devenir de lo acontecimientos, la Liga de Veteranos del AFWA incluía oficiales de los enemigos de los tiempos de guerra. Un general era un general  y las diferencias se habían desvanecido con el paso de los años.
  Ocupando las primeras filas de asientos se sentaba la alta cúpula de mando del AFWA. Detrás de ellos venían en formación los oficiales más jóvenes. Banderas de regimiento se arremolinaban en una variedad de colores y símbolos. De hecho, el acontecimiento había tomado el aspecto de un desfile. Sobre la tribuna erigida se sentaban con rostro severo los dignatarios del AFWA, todos ellos nerviosos y expectantes. En los extremos de las filas, casi desapercibidos, esperaban unas pocas unidades de policía, aparentemente para mantener el orden. Si el orden había de mantenerse, el Ejercito lo haría.
  El viento de la tarde llevaba el amortiguado sonido de mucha gente apelotonada junta. Mientras Anderton cruzaba a través de la muchedumbre fue absorbido por la sólida presencia de humanidad. Un impaciente sentido de anticipación tenía a todo el mundo en ascuas. La multitud parecía sentir que algo espectacular iba a ocurrir. Con dificultad, Anderton forzó su camino más allá de las hileras de asientos hasta el apretado cordón de oficiales del Ejercito al borde de la plataforma.
  Kaplan estaba entre ellos. Pero él era ahora el General Kaplan.
  El chaleco, el reloj de bolsillo de oro, el bastón, el conservador traje de negocios: todo eso había desaparecido. Para este evento, Kaplan había sacado su viejo uniforme de entre las bolas de naftalina. Recto e impresionante, estaba de pie rodeado por lo que había sido su staff de general. Llevaba sus barras de servicio, sus metales, sus botas, su decorativa espada corta y su gorra con visera. Era asombroso como podía transformarse un hombre calvo bajo la severa presencia de la visera de una gorra de oficial.
  Reparando en Anderton, el General Kaplan se alejó del grupo y andó a zancadas hasta donde el hombre más joven estaba de pie. La expresión sobre su delgado, móvil rostro mostraba lo incrédulamente contento que estaba de ver al Comisario de Policía.
  “Esto es una sorpresa,” informó a Anderton, quitándose su pequeño guante gris de la mano. “Tenía la impresión de que había sido detenido por el actual Comisario.”
  “Todavía soy libre,” respondió Anderton brevemente, estrechando la mano. “Después de todo, Witwer tenía la misma bobina de cinta.” Señaló el paquete que Kaplan agarraba con dedos de acero y encontró la mirada confiada del hombre.
  A pesar de su nerviosismo, el General Kaplan estaba de buen humor. “Es una gran ocasión para el Ejercito,” reveló. “Estará contento de saber que voy a hacer público un informe completo de las falsas acusaciones lanzadas contra usted.”
  “Bien,” respondió Anderton evasivamente.
  “Dejaré claro que fue injustamente acusado.” El General Kaplan estaba tratando de descubrir lo que Anderton sabía. “¿Tuvo oportunidad Flemming de ponerle al corriente de la situación?”
  “Hasta cierto punto,” replicó Anderton. “¿Va a leer sólo el informe de la minoría? ¿Eso es todo lo que ha conseguido?”
  “Voy a compararlo con el informe de la mayoría.” El General Kaplan hizo señas a un ayudante y una cartera de cuero le fue mostrada. “Todo está aquí...todas las evidencias que necesitamos,” dijo. “No le molesta ser un ejemplo, ¿verdad?. Su caso simboliza el injusto arresto de incontables individuos.” Rígidamente, el General Kaplan consultó su reloj de pulsera. “Debo comenzar. ¿Vendrá conmigo a la plataforma?”
  “¿Por qué?”
  Fríamente, pero con una especie de vehemencia reprimida, el General Kaplan dijo: “Así ellos podrán ver la prueba viviente. A usted y a mí juntos, el asesino y su víctima. Uno junto a otro, desenmascarando el completo y siniestro fraude sobre el que la policía ha estado operando.”
  “Con mucho gusto,” convino Anderton. “¿A qué estamos esperando?”
  Desconcertado, el General Kaplan avanzaba hacia la plataforma. De nuevo, echó una ojeada intranquila a Anderton, como si estuviera claramente preguntándose por qué  había aparecido y qué es lo que realmente sabía. Su incertidumbre creció cuando Anderton complaciente subió a la plataforma y encontró un asiento directamente al lado del podium del orador.
  “¿Comprende completamente lo que voy a hacer?” preguntó el General Kaplan. “La exposición tendrá considerables repercusiones. Provocará que el Senado reconsidere la validez básica del sistema de Precrime.”
  “Comprendo,” respondió Anderton, los brazos cruzados. “Vamos.”
  Un silencio descendió sobre la muchedumbre. Hubo una inquieta, agitada excitación cuando el General Kaplan tomó la cartera y comenzó a ordenar su material frente a ellos.
  “El hombre sentado a mi lado,” comenzó con una limpia, modulada voz, “es familiar para todos vosotros. Podéis estar sorprendidos de verlo, por cuanto hasta recientemente era descrito por la policía como un peligroso asesino.”
  Los ojos de la muchedumbre enfocaron a Anderton. Avidamente, escudriñaban al único potencial asesino que habían tenido el privilegio de ver desde tan cerca.
  “En las últimas horas, sin embargo,” continuó el General Kaplan, “la orden policial para su arresto ha sido cancelada. ¿Fue así porque el anterior Comisario Anderton se rindió voluntariamente?. No, eso no es estrictamente exacto. El está sentado aquí. El no se ha rendido, sino que es la policía la que ya no está interesada en él. John Allison Anderton es inocente de cualquier crimen pasado, presente y futuro. Las alegaciones contra él fueron patentes fraudes, diabólicas distorsiones de un contaminado sistema penal basado en una falsa premisa....un vasto, impersonal mecanismo de destrucción oprimiendo hombres y mujeres hasta su muerte.”
  Fascinada, la multitud miraba de Kaplan a Anderton. Todos estaban familiarizados con la situación básica.
  “Muchos hombres han sido atrapados y encarcelados bajo la así llamada profiláctica estructura de Precrime,” continuó el General Kaplan, su voz ganando en sentimiento y fuerza. “Acusados no de crímenes que ellos han cometido, sino de crímenes que ellos cometerán. Se afirma que estos hombres, si se les permite permanecer libres, cometerán crímenes en algún momento del futuro.”
  “Pero eso puede ser un conocimiento no válido del futuro. Tan pronto como la información precognitiva es obtenida, se cancela a sí misma. La afirmación de que este hombre cometerá un crimen es paradójica. El mismo acto de poseer este dato lo vuelve falso. En cada caso, sin excepción, el informe de los tres policías precogs ha invalidado su propia información. Si ningún arresto hubiera sido hecho, tampoco ningún crimen hubiera sido cometido.”
  Anderton escuchaba vagamente, medio oyendo las palabras. La muchedumbre, sin embargo, escuchaba con gran interés. El General Kaplan estaba ahora exponiendo un sumario del informe de la minoría. Explicaba lo que era y cómo había sido concebido.
  Del bolsillo de su chaqueta, Anderton sacó su pistola y la apoyó en su rodilla. Ya Kaplan había dejado a un lado el informe de la minoría, el material precognitivo obtenido de “Jerry”. Sus flacos, huesudos dedos buscaban a tientas el sumario de “Donna” en primer lugar y después el de “Mike”.
  “Este era el informe de la mayoría original,” explicó. “La afirmación hecha por los dos primeros precogs de que Anderton cometería un asesinato. Ahora y aquí es material automáticamente invalidado. Lo leeré para vosotros.” Se ajustó las gafas a su nariz y comenzó lentamente a leer.
  Una extraña expresión apareció en su cara. Se interrumpió, tartamudeó y abruptamente se detuvo. Los papeles volaron de sus manos. Como un animal arrinconado, se revolvió, se agachó y se precipitó desde la tribuna del orador.
  Por un instante, miró con la cara desfigurada más allá de Anderton. De pie ahora, Anderton levantó la pistola, caminó rápidamente hacia delante y disparó. Tropezando con las hileras de pies que sobresalían de las sillas que llenaban la plataforma, Kaplan dio un único y agudo grito de agonía y espanto. Cayó como un pájaro herido, revoloteando, desde la plataforma al suelo de abajo. Anderton caminó hasta la barandilla, pero ya todo había acabado.
  Kaplan, como el informe de la mayoría había asegurado, estaba muerto. Su delgado pecho era una cavidad humeante de oscuridad, de cenizas desmenuzadas, mientras el cuerpo daba los últimos estertores.
  Asqueado, Anderton  se alejó y se movió rápidamente entre el creciente asombro de los oficiales del Ejército. La pistola, que todavía llevaba, le garantizaba que nadie se interpondría en su camino. Saltó de la plataforma y se guarneció en la caótica masa de gente que había en su base. Impactados, horrorizados todos luchaban por ver lo que había sucedido. El incidente, ocurrido ante sus ojos, era incomprensible. Les llevaría tiempo aceptar y recuperarse de ese terror ciego.
  En la periferia de la multitud, Anderton se reunió con los policías que le esperaban. “Es afortunado de escapar,” le susurró uno de ellos cuando el coche inició cautelosamente la marcha.
  “Supongo que sí,” replicó Anderton levemente. Se echó hacia atrás y trató de recuperarse. Estaba temblando y mareado. Abruptamente se inclinó hacia delante y se sintió violentamente enfermo.
  “Pobre diablo,” murmuró uno de los policías simpáticamente.
  A través de las olas de miseria y nausea, Anderton fue incapaz de decir si el policía se estaba refiriendo a Kaplan o a él mismo.

                                                                   X
  Cuatro fornidos policías ayudaron a Lisa y John Anderton con el equipaje cargando sus posesiones. En cincuenta años, el ex Comisario de Policía había acumulado una vasta colección de objetos de valor. Sombrío y pensativo, permanecía de pie vigilando la procesión de cajas en su traslado a los camiones que esperaban.
  En camión irían directamente al espacio-puerto y desde allí a Centauro X por transporte intersistema. Un largo viaje para un viejo. Pero él no tendría que regresar.
  “Esta es la última caja,” declaró Lisa, absorta y preocupada por la tarea. En suéter y pantalones, vagaba por las habitaciones vacías comprobando los detalles de última hora. “Supongo que no podremos usar estos nuevos aparatos atrónicos. Todavía están empleando electricidad en Centauro.”
  “Espero que no te importe demasiado,” dijo Anderton.
  “Nos acostumbraremos,” replicó Lisa, y le dedicó una sonrisa fugaz. “¿No te parece?”
  “Eso espero. ¿Estás segura de que no te arrepentirás?. Si yo...”
  “Ningún arrepentimiento,” le aseguró Lisa. “Ahora supongo que me ayudarás con esta caja.”

  Cuando subían al camión delantero, Witwer llegó en un coche patrulla. Saltó fuera y se dio prisa en llegar hasta ellos, su cara con aspecto extrañamente ojeroso. “Antes de que se marche,” le dijo a Anderton, “debería darme una explicación sobre la situación con los tres precogs. Me están haciendo preguntas desde el Senado. Ellos quieren averiguar si el informe del precog del centro, la retractación, era un error....o qué.” Confusamente, concluyó: “Todavía no puedo explicarlo. El informe de la minoría estaba equivocado, ¿no es eso?”
  “¿Cuál informe de la minoría?” pregunto Anderton divertido.
  Witwer parpadeó. “Entonces de modo que es eso. Desearía que me lo contara.”
  Sentado en la cabina del camión, Anderton sacó su pipa y echó tabaco en ella. Con el encendedor de Lisa prendió el tabaco y comenzó a fumar. Lisa había regresado a la casa para asegurarse de que nada vital había sido pasado por alto.
  “Había tres informes de la minoría,” dijo a Witwer, disfrutando la confusión del joven. Algún día Witwer aprendería a no conducirse por situaciones que no comprendiera completamente. La satisfacción era la emoción final de Anderton. Viejo y cansado como estaba, había sido el único en comprender la naturaleza real del problema.
  “Los tres informes eran consecutivos,” explicó. “El primero era el de “Donna”. En esa línea temporal Kaplan me habló del complot y yo lo asesiné de inmediato. Esto dio lugar al segundo informe. Pero enfrentado con este informe, cambié de opinión. Informe dos, situación dos, era la situación que Kaplan buscaba crear. Era conveniente para la policía trabajar sobre la posición uno. Y en ese momento yo esta pensando como policía. Había comprendido lo que Kaplan estaba haciendo. El tercer informe invalidaba el segundo del mismo modo que el segundo invalidaba el primero. Eso nos llevaba de vuelta a donde comenzamos.”
  Lisa regresó sin aliento y jadeando. “Vámonos, hemos acabado aquí.” Flexible y ágil, ascendió los escalones de metal del camión y se apretó junto a su marido y el conductor. El último, obedientemente, arrancó su camión y los otros le siguieron.
  “Cada informe era diferente,” concluyó Anderton. “Cada uno era único. Pero dos de ellos coincidían en un punto. Si yo estaba libre, mataría a Kaplan. Eso creo la ilusión de un informe de la mayoría. En ese momento eso era todo lo que era, una ilusión. “Donna” y “Mike” previeron el mismo suceso, pero en dos líneas temporales totalmente diferentes, ocurriendo bajo situaciones totalmente diferentes. “Donna” y “Jerry”, el llamado informe de la minoría y la mitad del informe de la mayoría, eran incorrectos. De los tres, “Mike” era el correcto desde el momento en que ningún informe apareció después de ese para invalidarlo. Eso lo resume todo.”
  Ansiosamente, Witwer trotaba al lado del camión, con su tranquila, rubia cara arrugada por la preocupación. “¿Ocurrirá de nuevo? ¿Deberíamos revisar la organización?”
  “Puede ocurrir en sólo una circunstancia,” dijo Anderton. “Mi caso era único, desde el momento que tuve acceso a los datos. Podría ocurrir de nuevo, pero sólo al próximo Comisario de Policía, así que vigile sus pasos.” Brevemente, se echó a reír, no demasiado confortado por la tensa expresión de Witwer. A su lado, los rojos labios de Lisa se movieron nerviosamente, extendió su mano y la posó sobre la suya.
  “Mejor mantenga los ojos abiertos,” aconsejó al joven Witwer. “Puede ocurrirle en cualquier momento.”

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